39

Tú me estás evitando.

Jane levantó la vista del ordenador. Manello estaba plantado delante de su escritorio y parecía una casa, con las manos en las caderas, los ojos entrecerrados y una actitud de que no se iba a ir de allí hasta que ella le hiciera caso. Por Dios, su despacho era bastante grande, pero la presencia de Manello parecía encoger el espacio.

—No te estoy evitando. Sólo me estoy poniendo al día con el trabajo atrasado a causa de mi ausencia del fin de semana.

—Mentira. —Manello cruzó los brazos sobre el pecho—. Son las cuatro de la tarde y a estas alturas por lo general ya hemos tomado dos comidas juntos. ¿Qué sucede?

Jane se recostó en la silla. Nunca había sido buena para mentir, pero estaba segura de que era una habilidad que podía tratar de desarrollar.

—Todavía me siento fatal, Manello, y estoy hasta las orejas de trabajo. —Muy bien, ninguna de esas dos cosas era mentira. Pero las dijo sólo para camuflar lo que no decía.

Hubo una larga pausa.

—¿Esto tiene que ver con lo que pasó anoche?

Jane frunció el ceño y decidió hablar claro.

—Eh, escucha, acerca de eso… Manny… lo siento, pero no puede volver a suceder. Creo que eres genial, de verdad. Pero yo… —Jane dejó la frase sin terminar. Sentía el impulso de decir que estaba enamorada de otra persona, pero eso era absurdo. Ella no tenía a nadie más.

—¿Es por el departamento? —dijo él.

No, es que de alguna manera no se sentía bien con respecto a lo sucedido.

—Tú sabes que no está bien, aunque lo mantengamos en secreto.

—¿Y si te vas? Entonces, ¿qué?

Jane negó con la cabeza.

—No. Sencillamente… no puedo. No debí acostarme contigo anoche.

Manello enarcó las cejas con sorpresa.

—¿Perdón?

—Sencillamente no creo que…

—Espera un momento. ¿De dónde sacas la idea de que nos acostamos?

—Yo… yo supuse que había sido así.

—Te besé. Fue tenso. Me marché. Nada de sexo. ¿Qué te hace pensar que tuvimos relaciones?

Por Dios Jane movió una mano temblorosa.

—Entonces supongo que lo soñé. Sueños muy vívidos. Eh… ¿me disculpas un momento?

—Jane, ¿qué demonios está pasando? —Manello rodeó el escritorio y se colocó al lado de Jane—. Pareces aterrorizada.

Cuando Jane levantó los ojos para mirarlo, sabía que había una expresión de terror en sus ojos, pero no podía evitarlo.

—Creo… creo que me estoy volviendo loca. Estoy hablando en serio, Manny. Estamos hablando de perder contacto con la realidad. Alucinaciones, alteraciones en la percepción de la realidad y… lagunas mentales.

Aunque el hecho de que hubiese tenido relaciones sexuales durante la noche no era producto de su imaginación. Mierda… ¿o sí?

Manny se inclinó y le puso las manos sobre los hombros. Luego dijo en voz baja:

—Buscaremos a alguien con quien puedas hablar. Nos encargaremos de esto.

—Estoy asustada.

Manny la agarró de las manos, tiró de ella hasta ponerla de pie y la envolvió entre sus brazos con fuerza.

—Estoy a tu lado.

Mientras lo abrazaba, Jane dijo:

—Eres un buen hombre, Manello. Serías una buena pareja. De verdad.

—Lo sé.

Jane se rió y el sonido se perdió en el cuello de Manello.

—Presumido.

—Es la verdad.

Manello se echó hacia atrás y puso la palma de su mano sobre la mejilla de Jane, mirándola con seriedad.

—Me duele mucho tener que decirte esto… pero no te quiero en los quirófanos, Jane. No en el estado en que estás.

Su primer impulso fue protestar, pero luego sólo suspiró.

—¿Qué le diremos a la gente?

—Depende de cuánto dure. Pero ¿por ahora? Estás con gripe. —Manello le metió un mechón de pelo detrás de la oreja—. Esto es lo que haremos. Vas a ir a hablar con un amigo mío que es psiquiatra. Él vive en California, así que nadie se tiene que enterar, y lo llamaré ahora mismo. También te he pedido una cita para un TAC. Lo haremos después del trabajo, al otro lado de la ciudad, en Imaging Associates. Nadie se enterará.

Cuando Manello dio media vuelta para marcharse, parecía que tenía el corazón roto y, mientras Jane pensaba en la situación, un recuerdo más extraño cruzó por su cabeza.

Una noche hacía tres o cuatro años, salió del hospital tarde, con una sensación de inquietud. Algo, una especie de premonición instintiva, le decía que se quedara y durmiera en el sofá de su oficina, pero Jane la desechó pensando que se debía al hecho de que era invierno y el tiempo estaba horrible. Gracias a una lluvia intensa y helada desde hacía varias horas, Caldwell estaba convertido en una verdadera pista de patinaje. ¿Quién querría salir con ese tiempo?

La sensación de inquietud no cedió. Durante todo el camino hasta el aparcamiento, Jane luchó contra la vocecita que le decía que se quedara, hasta que finalmente, cuando metió la llave en el contacto, tuvo una visión. Era una visión tan clara que parecía algo que ya hubiese ocurrido y fuera más bien un recuerdo: Jane vio sus manos sobre el volante, mientras un par de luces chocaban de frente contra el parabrisas de su coche. Jane sintió el dolor del golpe, el giro del coche, el ardor en sus pulmones cuando comenzó a gritar.

Asustada, pero decidida, arrancó lentamente y se metió en medio de la lluvia. Nunca había conducido con tanta precaución. Veía cada coche como la posibilidad de un accidente y, si hubiese podido, habría usado las aceras en lugar de las calles.

A medio camino de su casa, se detuvo en un semáforo, mientras rogaba que nadie fuera a golpearla por detrás.

Sin embargo, como si estuviera predestinado, un coche apareció por detrás, no consiguió frenar a tiempo y comenzó a deslizarse sobre el pavimento helado. Jane se aferró al volante y miró por el espejo retrovisor… mientras que las luces del coche avanzaban hacia ella.

Pero el conductor logró esquivarla.

Después de asegurarse de que no había ningún herido, Jane soltó una carcajada, respiró hondo y se dirigió a casa. A lo largo del camino, comenzó a pensar en la manera en que el cerebro extrapolaba a veces las situaciones y sacaba conclusiones a la ligera, en la forma en que algunas ideas o pensamientos muy arraigados podían interpretarse como premoniciones, o cómo las noticias acerca del estado de las carreteras podían conducir a…

A casi cinco kilómetros de su casa, el camión del fontanero se estrelló de frente contra ella. Cuando dobló la esquina y se encontró con un par de luces avanzando hacia ella por su carril. Lo único que pensó fue: Bueno, mierda, después de todo tenía razón. Terminó con una clavícula rota, y su coche fue declarado siniestro total. El fontanero y su camión salieron ilesos, gracias a Dios, pero Jane pasó semanas sin entrar a quirófano.

Así que… mientras veía a Manello saliendo de su oficina, Jane supo lo que iba a pasar y lo supo con la misma claridad de aquella visión con que previó su accidente, con la misma precisión. Con la misma certeza. Con la misma inexorabilidad de un camión resbalando por el pavimento helado.

—Hasta aquí llegó mi carrera —susurró en voz baja—. Éste es el fin.

‡ ‡ ‡

Vishous se arrodilló junto a su cama, se puso un collar de perlas negras en el cuello y cerró los ojos. Mientras establecía contacto con el Otro Lado con el poder de su mente, deliberadamente pensó en Jane. Qué demonios importaba que la Virgen Escribana se enterara desde el principio de qué iba todo aquello.

Tardó un rato en obtener una respuesta de su madre, pero luego viajó a través de la antimateria hasta el reino intemporal y se materializó en el patio blanco.

La Virgen Escribana estaba junto a su árbol de pájaros y tenía uno en la mano, una especie de gorrión de color durazno. Como no llevaba puesta la capucha de su vestido negro, V pudo ver su rostro fantasmagórico y se asombró de ver la adoración que reflejaba al mirar a la pequeña criatura que sostenía en la mano. Cuánto amor, pensó V.

Nunca habría pensado que la Virgen Escribana era capaz de esa clase de devoción.

Ella habló primero.

—Claro que amo a mis pájaros. Ellos me proporcionan paz cuando estoy perturbada, y mucha felicidad cuando estoy alegre. La dulce armonía de su canto me emociona más que cualquier otra cosa. —Luego miró por encima del hombro—. Es sobre esa cirujana humana, ¿no es así?

—Sí —dijo V, preparándose para lo que venía.

Mierda. Ella estaba tan serena. V esperaba que estuviera furiosa. Se había preparado para pelear. Pero, en lugar de eso, ¿qué? Sólo calma y serenidad.

Pero eso es lo que precede a la tormenta.

La Virgen Escribana sopló suavemente al pajarillo y éste le respondió canturreando y extendiendo ligeramente las alas para tomar el sol.

—¿Debo suponer que si no autorizo la sustitución, no seguirás adelante con la ceremonia?

Le costaba trabajo decirlo. Se sintió morir, pero respondió:

—He dado mi palabra. Así que lo haré.

—¿De verdad? Me sorprendes.

La Virgen Escribana puso el pajarillo sobre el árbol y silbó brevemente. V pensó que si ese sonido pudiese traducirse, sería algo como «te quiero». El pajarillo le respondió con su canto.

—Estas aves —dijo su madre con una voz extraña y lejana— son realmente mi única felicidad. ¿Sabes por qué?

—No.

—Porque no me piden nada y me dan mucho.

La Virgen Escribana se giró hacia él.

—Hoy es el día de tu cumpleaños, Vishous, hijo del Sanguinario —dijo con voz profunda—. Has elegido muy bien el momento.

Ah, no. Por Dios, había olvidado qué día era.

—Yo…

—Y como hoy hace trescientos tres años que te traje al mundo, me encuentro en disposición de concederte el favor que pides, así como aquel que todavía no has mencionado, pero que es tan evidente como una luna llena en un cielo vacío.

Los ojos de V brillaron. La esperanza, que incluso en el mejor momento puede ser una peligrosa emoción, se agitó en su pecho con una chispa de calidez. Al fondo, los pajarillos gorjeaban y cantaban con alegría, como si presintieran su felicidad.

—Vishous, hijo del Sanguinario, te concederé las dos cosas que más deseas. Autorizaré que tu hermano Phury te sustituya en la ceremonia. Él será un excelente Gran Padre, amable y gentil con las Elegidas, y dotará a la especie de un buen linaje.

V cerró los ojos y sintió una oleada de alivio tan grande que se balanceó sobre los pies.

—Gracias —susurró, consciente de que se dirigía más al cambio de curso del destino que a ella, aunque ella era quien lo había hecho posible.

—Tu gratitud es apropiada —dijo su madre con una voz absolutamente neutra—. Y también me resulta curiosa. Pero, claro, los regalos son como la belleza, ¿no es verdad? Su lugar está en el ojo de quien recibe, no en la mano de quien da. Acabo de aprender eso.

V miró a la Virgen Escribana y trató de mantener el control.

—Él va a querer luchar. Mi hermano… querrá pelear y vivir en el otro mundo. —Porque no había manera de que Phury soportara no volver a ver a Bella.

—Y yo lo aceptaré. Al menos hasta que crezcan las filas de la Hermandad.

La Virgen Escribana levantó sus manos resplandecientes y se cubrió la cara con la capucha del vestido. Luego, sin hacer ningún ruido, fue flotando por encima del mármol hasta una pequeña puerta blanca que V siempre había pensado que debía ser la entrada a sus habitaciones privadas.

—Si no es una impertinencia —dijo V en voz alta—. ¿Qué hay del segundo favor?

La Virgen se detuvo frente a un pequeño portal.

—Renuncio a ti como mi hijo —dijo sin mirarle—. Estás libre de mí y yo libre de ti. Que tengas una buena vida, guerrero.

Luego cruzó la puerta y cerró firmemente, dejándolo a él en el patio. Cuando se marchó, los pájaros se quedaron callados, como si su presencia fuera lo que los impulsara a cantar.

V se quedó en el patio y escuchó el suave canto del agua de la fuente.

Había tenido madre seis días.

No podía decir que la echara de menos. O que se sintiera agradecido con ella por devolverle su vida. Después de todo, ella había sido la que trató de quitarle todo.

Mientras se desmaterializaba de regreso a la mansión, para informar, se le ocurrió pensar que, aunque su madre hubiese dicho que no, él habría elegido a Jane por encima de la Virgen Escribana. Costara lo que costara.

Y la Virgen Escribana siempre lo había sabido. Por eso había renunciado a él.

Daba igual. Lo único que realmente le importaba era Jane. El panorama se estaba aclarando, pero todavía no estaba totalmente despejado. Después de todo, Jane todavía podía decir que no. Era muy posible que ella prefiriera la vida que conocía por encima de una peligrosa y limitada existencia al lado de un vampiro.

Sin embargo, V se moría de ganas de que lo eligiera a él.

Mientras se estaba materializando en su habitación, pensó en lo que había sucedido esa noche con Jane… cuando se dio cuenta de que había hecho algo imperdonable: había eyaculado dentro de ella. ¡Maldición! Estaba tan absorto en sus pensamientos que había olvidado que había dejado rastros de su presencia. A esas alturas Jane debía estar a punto de volverse loca.

Era un desgraciado. Un desgraciado egoísta y desconsiderado.

¿Y realmente pensaba que tenía algo que ofrecerle a ella?