37
A medianoche, John estaba acostado en la cama, contemplando el techo.
Era un techo muy lujoso, con muchos adornos de yeso y decoraciones en los bordes, así que había muchas cosas que observar. De hecho, le hacía pensar en un pastel de cumpleaños, de hecho. No… en un pastel de boda. Sobre todo porque en medio había un rosetón con una enorme cantidad de arabescos alrededor, de esos que suelen tener los muñequitos en las tartas nupciales.
Por alguna extraña razón, a John le gustaba la forma en que todo estaba combinado. No sabía nada de arquitectura, pero se sentía atraído por la exuberancia, la magnífica simetría y el equilibro entre los adornos y la suave…
Muy bien, tal vez estaba posponiendo lo que tenía que hacer.
Mierda.
Se había despertado hacía cerca de media hora, se dirigió al baño y luego volvió a meterse entre las sábanas. Esa noche no había clases y tendría que ponerse al día con lo que tenía atrasado, antes de salir, pero tampoco tenía ganas de estudiar.
Tenía que ocuparse de un asunto.
Un asunto que, en ese momento, yacía sobre su abdomen, duro como una piedra.
Llevaba todo ese tiempo en la cama debatiéndose acerca de la posibilidad de poder hacerlo o no. Qué sentiría. Si le gustaría. Pero ¿qué pasaría si se desinflaba y perdía la erección? Dios, esa conversación con Z seguía girando en su cabeza. Si no… tenía éxito en el asunto, era posible que tuviera algún problema.
Ay, por amor de Dios, tenía que saltar del puente ya.
John se llevó la mano al pecho. Notó cómo sus pulmones se expandían y se contraían y cómo palpitaba su corazón. Hizo una mueca y movió la palma de la mano hacia abajo, hacia esas palpitaciones que parecían estar hablando literalmente con él, a juzgar por el ruido que hacían. Dios, su pene se moría por sentir algo, estaba desesperado por entrar en acción. ¿Y qué pasaba debajo? Sus testículos estaban tan duros que a John le daba la sensación de que estaban a punto de romperse a causa de la presión. Tenía que hacerlo y no sólo para revisar si sus cañerías funcionaban bien. La necesidad de encontrar alivio se había convertido en un dolor real.
La mano llegó al abdomen y siguió bajando. Notaba la piel cálida, suave y sin vello que se estiraba sobre los músculos y huesos duros. Todavía le resultaba increíble el tamaño que había alcanzado. Su abdomen parecía un campo de fútbol.
Se detuvo justo antes de tocarse. Entonces, con una maldición, agarró el pene y le dio un tirón.
Un gemido salió de su pecho y saltó hasta su boca, al sentir que la erección se sacudía en su mano. Ay, mierda, eso había sido agradable. Repitió lentamente el tirón, mientras el sudor le escurría por el pecho. Parecía como si alguien lo hubiese puesto bajo una lámpara de rayos UVA… no, más bien era un calor que irradiaba desde dentro.
John comenzó a arquearse mientras se acariciaba, sintiéndose al mismo tiempo culpable y avergonzado y pecaminosamente erótico. Ay… era tan agradable… Después de encontrar el ritmo, se quitó las mantas con el pie y se miró el cuerpo. Con un orgullo casi ilícito, se observó mientras pensaba que le gustaba el grosor de la cabeza, y ese tamaño tan obsceno y la manera en que su mano lo agarraba con fuerza.
Ay… diablos.
De improviso, la imagen de una mujer se le vino espontáneamente a la cabeza… Mierda, era la jefa de seguridad del Zero Sum y John la vio en alta definición, con su corte de pelo masculino, sus musculosos hombros y su cara astuta y su poderosa presencia. En un increíble momento de audacia, se los imaginó a los dos en el club. Ella lo sujetaba contra la pared, con la mano en sus pantalones y lo estaba besando con deseo, con la lengua en su boca.
Por Dios… Cielos… John comenzó a mover la mano con una velocidad inaudita. Su pene estaba tan duro como si fuera de mármol y él sólo pensaba en la posibilidad de estar dentro de esa mujer.
El momento crítico llegó cuando se imaginó que, después de besarlo, ella se arrodillaba ante él. John la vio bajarle la cremallera, agarrar su pene y metérselo en la boca…
¡Por todos los diablos!
John se giró rápidamente de costado y subió las rodillas, lo cual hizo que la almohada se cayera al suelo. Lanzó un grito sin producir ningún sonido y se sacudió al sentir un chorro de algo caliente que salía disparado y aterrizaba sobre su pecho y la parte superior de los muslos y también su mano. Siguió acariciando, con los ojos bien cerrados. Las venas del cuello parecían a punto de estallar y sus pulmones ardían.
Cuando no le quedó nada, John tragó saliva, contuvo la respiración y abrió los ojos. No estaba seguro, pero creía que había tenido dos orgasmos. Tal vez tres.
Mierda. Las sábanas. La cama estaba hecha un desastre.
Sin embargo, había valido la pena. Esto era genial. Esta mierda era… genial.
Sólo que se sentía culpable por lo que se había imaginado. John se moriría si ella alguna vez averiguaba…
De pronto sonó su móvil. John se limpió la mano con las sábanas y cogió el aparato. Era un mensaje de Qhuinn que decía que se encontrara con Blay dentro de media hora para poder ir al Zero Sum antes de que se acabara la acción.
El pene de John volvió a ponerse duro al pensar en la jefa de seguridad.
Muy bien, esto podía ser un problema, pensó, contemplando de nuevo su erección. Sobre todo si iba al club y veía a esa mujer y… sí, le echaba bastante leña al fuego.
Pero, claro, había que mirar el lado bueno: al menos no tenía ningún problema.
John se tranquilizó. Sí, todo funcionaba bien y había disfrutado… al menos estando solo. Pero ¿la idea de que eso sucediera con alguien más?
Todavía le producía pánico.
‡ ‡ ‡
Cuando Phury entró al Zero Sum, alrededor de la una de la mañana, se alegró de no estar con sus hermanos. Necesitaba privacidad para lo que iba a hacer.
Con decisión, se dirigió a la sala VIP, se sentó en la mesa de la Hermandad y pidió un Martini, deseando que ninguno de sus hermanos decidiera pasarse por allí. Habría preferido ir a otro lado, pero el Zero Sum era el único lugar de la ciudad que ofrecía lo que él estaba buscando. Así que no había elección.
El primer Martini le resultó agradable. El segundo, todavía mejor.
Mientras bebía, varias humanas se acercaron a la mesa. La primera era una morena, así que estaba vetada. Demasiado parecida a Bella. La siguiente fue una rubia. No estaba mal, pero se trataba de la mujer de pelo corto de la que Z se había alimentado una vez, así que no le pareció buena idea. Luego llegó otra rubia que parecía tan jodida que le produjo sentimientos de culpa, seguida de una morena que se parecía a Xena, la princesa guerrera, que le causó un cierto temor.
Pero luego… una pelirroja se detuvo ante la mesa.
Era diminuta, no creía que midiera más de uno sesenta, incluso con sus tacones de stripper, pero tenía un pelo largísimo. Vestida con un top rosa y una microminifalda, parecía sacada de un cómic.
—¿Estás buscando algo de acción?
Phury se movió en la silla y se dijo que tenía que dejar de ser tan remilgado y acabar de una vez con aquel asunto. Sólo era sexo, por Dios santo.
—Tal vez. ¿Cuánto cuesta un completo?
La mujer levantó la mano y se tocó los labios con dos dedos.
—Supercompleto.
Doscientos dólares por deshacerse de su virginidad. Eso salía a menos de un dólar por año. ¡Una ganga!
Phury estaba muerto de miedo cuando se puso de pie.
—Suena bien.
Mientras seguía a la prostituta hasta el fondo de la sala VIP, pensó vagamente que, en una realidad paralela, él estaría haciendo esto por primera vez con alguien a quien amara. O que le interesara. O que al menos conociera. No sería un asunto de doscientos dólares en un baño público.
Desgraciadamente, él estaba donde estaba.
La mujer abrió una puerta negra brillante y Phury entró detrás de ella. Cuando se encerraron juntos, el volumen de la música tecno disminuyó un poco.
Estaba horriblemente nervioso cuando le entregó el dinero.
Ella sonrió al cogerlo.
—Esto no me va a costar ningún trabajo, ¿sabes? Dios, ese pelo. ¿Son extensiones?
Phury negó con la cabeza.
Cuando ella estiró la mano hacia su cinturón, dio un salto hacia atrás y se estrelló contra la maldita puerta.
—Lo siento —dijo.
La mujer lo miró con curiosidad.
—No hay problema. ¿Ésta es tu primera vez con alguien como yo?
Con alguien, en general.
—Sí.
—Bueno, voy a tratarte muy bien. —La mujer se le acercó y sus senos enormes se apretaron contra el vientre de Phury. Él bajó la vista hacia la cabeza de la mujer y vio que tenía raíces oscuras en el pelo.
—Eres grande —murmuró ella, metiendo una mano por debajo del cinturón de Phury y lo atraía hacia ella.
Phury se dejó llevar con la elegancia de un robot, absolutamente anestesiado e incapaz de creer que estuviera haciendo aquello. Pero, bueno, ¿de qué otra forma iba a suceder?
La mujer se recostó contra el lavabo y con un salto rápido y bastante practicado se subió a él. Mientras abría las piernas, la falda se le levantó. Sus medias negras tenían encaje en la parte de arriba y no llevaba bragas.
—Sin besos, por supuesto —murmuró ella, bajándole la bragueta—. En la boca, quiero decir.
Phury sintió una oleada de aire frío y luego la mano de la mujer, que se metía en sus calzoncillos. Frunció el ceño cuando ella le agarró el pene.
Esto es lo que había venido a buscar, se recordó. Esto fue lo que había comprado y pagado. Él podía hacerlo.
Ya era hora de seguir adelante. De olvidarse de Bella. Del celibato.
—Relájate, cariño —dijo la mujer con una voz ronca—. Tu esposa nunca se va a enterar. Mi lapiz de labios es a prueba de manchas y no uso perfume. Así que puedes relajarte y disfrutar.
Phury tragó saliva. «Puedo hacerlo».
‡ ‡ ‡
Cuando John se bajó del BMW azul oscuro, llevaba un par de pantalones negros absolutamente nuevos, una camisa de seda negra y una chaqueta de ante color crema. No era su ropa. Al igual que el coche que los había traído al centro a él y a Qhuinn, todo era de Blay.
—Estamos absolutamente preparados para esto —dijo Qhuinn cuando cruzaban el aparcamiento.
John miró hacia el sitio donde había matado a los restrictores. Entonces recordó la sensación de poder que había experimentado, la convicción de que él era un combatiente, un guerrero… un hermano. Pero todo eso ya se había desvanecido, como si en ese momento algo hubiese entrado dentro de él y lo hubiese poseído. Mientras caminaba con sus amigos, John se sentía un don nadie, vestido con la ropa sofisticada de su amigo, y le daba la sensación de que su cuerpo no era más que una bolsa llena de agua, que se estrellaba contra las paredes con cada paso que daba.
Cuando llegaron al Zero Sum, John se dirigió hacia el final de la cola de espera, pero Qhuinn lo agarró.
—Tenemos tarjeta de entrada, ¿recuerdas?
Claro que la tenían. Tan pronto como Qhuinn mencionó el nombre de Xhex, el gorila de la puerta reaccionó y llamó por radio. Un segundo después, se hizo a un lado.
—Quiere que os sentéis en el fondo. Sala VIP. ¿Conocéis el camino?
—Sí, claro —dijo Qhuinn, estrechándole la mano al hombre.
—La próxima vez que vengáis, os dejo entrar enseguida —dijo el gorila, metiéndose algo en el bolsillo.
—Gracias, amigo. —Qhuinn le puso la mano en el hombro y luego desapareció en el club, como Pedro por su casa.
John lo siguió, pero ni siquiera intentó imitar el estilo de Qhuinn. Y estuvo acertado, pues al mismo tiempo que atravesaba la puerta, tropezó contra un escalón y se fue contra la puerta y luego hacia atrás. Mientras luchaba por no caerse, le pegó a un tío que estaba en la cola. El hombre, que le estaba dando la espalda a la puerta porque estaba besando a una chica, se dio la vuelta enfurecido.
—¡Qué demon…! —El tipo se quedó helado cuando vio a John y los ojos casi se le salen de las órbitas—. Ah, sí… Perdón.
John se quedó desconcertado por la reacción, hasta que sintió la mano de Blay en la nuca.
—Vamos, John. Entremos.
John se dejó conducir al interior, preparándose para recibir el impacto del ambiente del club y perderse entre la multitud. Sin embargo, fue curioso. Al mirar a su alrededor, todo le pareció menos abrumador. Claro, ahora estaba viendo a la multitud desde una altura de casi dos metros.
Qhuinn miró a todos lados.
—El fondo. ¿Dónde diablos es el fondo?
—Pensé que tú lo sabías —dijo Blay.
—No. Sólo que no quería quedar como un idiota… Esperad, creo que ya lo encontré —dijo, señalando con la cabeza hacia una zona cerrada con una cuerda de terciopelo, que tenía dos gorilas a la entrada—. Ésa parece la sala VIP. Señoritas, ¿entramos?
Qhuinn empezó a caminar como si supiera exactamente lo que estaba haciendo, le dijo algo al gorila y, al instante, bajó la cuerda y los tres pudieron desfilar hacia adentro.
Bueno, Blay y Qhuinn iban desfilando. A John le llegaba con tratar de no estrellarse contra nadie más. Había tenido suerte de que el tío de la puerta fuera una especie de afeminado. La próxima vez quizá tropezara con un tipo rudo. Que estuviera armado.
La sala VIP tenía su propia barra y su personal, y las camareras iban vestidas como strippers de clase alta, enseñando mucho el cuerpo, mientras se paseaban sobre unos tacones altísimos. Los clientes llevaban traje y las mujeres iban ataviadas con ropa cara que apenas cubría su anatomía. Era una gente ostentosa… que hizo que John se sintiera como un absoluto farsante.
Había sofás a ambos lados de la sala, tres de los cuales estaban libres. Qhuinn eligió el que estaba más al fondo, en la esquina.
—Éste es el mejor —declaró—. Al lado de la salida de emergencia. Entre las sombras.
Había dos vasos de Martini sobre la mesa, pero de todas maneras se sentaron y una camarera se acercó enseguida a limpiar. Blay y Qhuinn pidieron cervezas. John prefirió pasar, pues pensaba que necesitaba mantenerse sobrio esta noche.
No llevaban allí ni cinco minutos —Blay y Qhuinn apenas habían dado un trago a sus Coronas—, cuando oyeron una voz femenina que decía:
—Hola, muchachos.
Los tres levantaron la vista hacia la Mujer Maravilla que estaba frente a ellos. Era una rubia voluptuosa, muy al estilo de Pamela Anderson, con más tetas que cualquier otra cosa.
—Hola, nena —saludó Qhuinn, arrastrando las palabras—. ¿Cómo te llamas?
—Me llamo Dulce Caridad. —La mujer apoyó las dos manos sobre la mesa y se inclinó hacia delante, mostrando su pecho perfecto, su bronceado de salón de belleza y sus dientes brillantes y blanqueados—. ¿Queréis saber por qué?
—Me muero por saberlo.
La mujer se inclinó un poco más.
—Porque soy deliciosa y muy generosa.
Qhuinn sonrió con aire libidinoso.
—Entonces, ¿por qué no te sientas aquí junto a mí?
—Chicos —dijo de repente una voz profunda.
Ay, Dios. Un tío inmenso se había colocado junto a su mesa y John pensó que eso no era bueno. Con un elegante traje negro, sus hermosos ojos color amatista y un tupé cuidadosamente peinado, parecía al mismo tiempo un matón y un caballero.
Muy bien, era un vampiro, pensó John. No estaba seguro de cómo lo sabía, pero estaba seguro y no sólo porque era inmenso. El tío despedía el mismo tipo de vibraciones que los hermanos: poder contenido por un gatillo muy sensible.
—Charity, ¿querrías esfumarte? —dijo el hombre.
La rubia parecía un poco desilusionada cuando se separó de Qhuinn, que también parecía fastidiado. Pero una vez que se hubo ido… bueno, hizo lo mismo en otra mesa, dos sofás más allá.
Al ver que Qhuinn se relajaba un poco, el recién llegado se agachó y dijo:
—Sí, ella no estaba buscando el placer de tu compañía, grandullón. Es una prostituta. La mayor parte de las mujeres que veis en esta sala son putas. Así que a menos que queráis pagar, os sugiero que salgáis al otro lado, escojáis algo y las traigáis aquí, ¿vale? —El tipo sonrió, mostrando unos colmillos tremendos—. A propósito, soy el dueño de este lugar, así que mientras vosotros estéis aquí, soy responsable de lo que les pase a vuestros traseros. Así que hacedme la vida más fácil y portaos bien. —Antes de marcharse, miró a John—: Zsadist me dijo que te saludara.
Con esas palabras, se marchó, mirando a su alrededor cuando se dirigió hacia una puerta que había al fondo y que no tenía ningún letrero. John se preguntó de qué conocería aquel tipo a Z y pensó que, independientemente de la relación, ese gorila con tupé era alguien a quien uno desearía tener como amigo y no como enemigo.
De lo contrario, sería buena idea andar siempre con un chaleco antibalas.
O, mejor aún, marcharse del país.
—Bueno —dijo Qhuinn—, ése es un buen consejo. Mierda.
—Sí, así es. —Blay se movió en la silla, al ver otra rubia que pasaba por la mesa—. Entonces… ¿queréis que vayamos a la otra sala?
—Blay, eres todo un don Juan. —Qhuinn se apresuró a levantarse del sofá—. Claro que quiero. John…
—Voy a quedarme aquí —dijo con el lenguaje de signos—. Ya sabéis, para que no nos ocupen la mesa.
Qhuinn le puso una mano en el hombro.
—Bien. Entonces te traeremos algo del bufé.
John negó frenéticamente con la cabeza, pero sus amigos ya habían dado media vuelta. Ay, Dios. Debería haberse quedado en casa. No debería haber venido aquí.
Al ver a una morena que pasaba por su lado, John bajó rápidamente la mirada, pero la mujer no se detuvo y tampoco ninguna de las otras, como si el dueño les hubiese dicho que los dejaran en paz. Era un alivio. Porque aquella morena parecía que podía comerse vivo a un hombre, y no necesariamente de buenas maneras.
John cruzó los brazos sobre el pecho, se recostó en el sofá de cuero y mantuvo los ojos fijos en las cervezas. Podía notar que la gente lo miraba… y sin duda se preguntaban qué diablos estaría haciendo allí, algo, por otra parte, que no carecía de sentido. Él no era como Blay y Qhuinn y no podía comportarse como ellos. La música, la bebida y el sexo no estimulaban su adrenalina; lo hacían querer desaparecer.
Estaba pensando seriamente en salir corriendo, cuando una oleada de calor le golpeó de repente. John levantó la mirada hacia el techo para ver si estaba sentado debajo del ventilador y la calefacción acababa de encenderse.
Pero no.
Miró a su alrededor…
Ay, mierda. La jefa de seguridad estaba atravesando la cuerda de terciopelo que cerraba la sala VIP.
Cuando las luces del techo cayeron sobre ella, John tragó saliva. Llevaba puesta la misma ropa que el otro día: una camiseta sin mangas que dejaba ver sus poderosos brazos y un par de pantalones de cuero que forraban sus caderas y sus largas piernas. Se había cortado el pelo desde la última vez que la vio y el corte a cepillo le había brillar la cabeza.
Cuando los ojos de la mujer se cruzaron con los suyos, John desvió la mirada, con la cara colorada como un tomate. En un momento de pánico, pensó que ella descubriría lo que él había hecho hacía sólo unas horas. Ella sabría que él… había eyaculado pensando en ella.
Maldición, ojalá tuviera una bebida con que entretenerse. Y una bolsa de hielo para ponerse en las mejillas.
John agarró la cerveza de Blay y le dio un sorbo. Ella se estaba acercando. Dios, no podía decidir si le parecía mal que ella se detuviera ante su mesa… o no.
—Has vuelto, pero diferente —dijo la mujer en voz baja y sensual, provocando que John enrojeciera todavía más—. Enhorabuena.
John carraspeó. Lo cual era estúpido. ¿Acaso iba a poder decir algo?
Sintiéndose como un idiota, moduló la palabra «Gracias».
—¿Tus amigos están de pesca?
John asintió y le dio otro sorbo a la Corona.
—¿Pero tú no? ¿O acaso ellos te van a traer algo? —La maravillosa voz de aquella mujer era puro sexo y hacía que John sintiera cosquillas por todo el cuerpo… y de pronto su pene se puso duro—. Bueno, por si no lo sabes, los baños de allí atrás son bastante amplios y privados. —Xhex se rió, como si supiera que John estaba excitado—. Diviértete con las chicas, pero no hagas tonterías. Así no tendrás que vértelas conmigo.
La mujer se marchó y, a medida que avanzaba, la multitud se abría para dejarla pasar; tipos tan grandes como jugadores de fútbol se apartaban de su camino. Al verla alejarse, John sintió un tirón en los pantalones y bajó la mirada. Estaba duro como una piedra. Y el pene estaba tan grueso como un antebrazo. Y mientras se revolvía en el sillón, el roce de los pantalones le hizo morderse el labio inferior.
Metió la mano debajo de la mesa con intención de acomodarse un poco el equipo y estar más cómodo… pero tan pronto como entró en contacto con su erección, la imagen de la jefa de seguridad apareció en su cabeza y casi pierde el control. Sacó la mano tan rápido que se pegó con la parte inferior de la mesa.
John movió las caderas, tratando de buscar alivio, pero fue peor. Estaba nervioso e insatisfecho y su estado de ánimo estaba llegando a un punto peligroso. Entonces pensó en el alivio que había sentido en su cama al hacerse la paja y decidió que tal vez podía volverlo a hacer. Ahora.
Ahora mismo, antes de terminar eyaculando donde estaba.
Mierda, tal vez pudiera hacerlo allí mismo. John frunció el ceño y miró hacia el pasillo que desaparecía en el fondo y tenía puertas a ambos lados.
Una de las puertas parecía estar abierta.
Una pelirroja bajita, que tenía cara de puta profesional, salió arreglándose el cabello y el top rosa brillante. Justo detrás venía… ¿Phury?
Sí, definitivamente era Phury y se estaba metiendo la camisa en el pantalón. Ninguno de los dos dijo nada: la mujer giró a mano izquierda y comenzó a conversar con un grupo de hombres; el hermano siguió hacia delante, como si fuera a marcharse.
Cuando Phury levantó la vista, John lo miró a la cara. Después de un momento de tensión, el guerrero levantó la mano a modo de saludo y luego desapareció por una salida lateral. John le dio otro sorbo a la cerveza, absolutamente perplejo. Estaba seguro de que esa mujer no estaba con Phury en el baño para darle un masaje en la espalda. Dios, se suponía que él era celi…
—Y éste es John.
John levantó la cabeza, sobresaltado. Caramba. Blay y Qhuinn habían encontrado una mina de oro. Las tres humanas que estaban con ellos eran todas muy bonitas y estaban prácticamente en pelotas.
Qhuinn fue señalando a cada una de las mujeres y diciendo:
—Éstas son Brianna, CiCi y Liz. Éste es nuestro amigo John. Se comunica a través de signos con la mano, así que nosotros os traduciremos.
John se terminó la cerveza de Blay y se sintió como un idiota, mientras que la barrera de la comunicación volvía a levantarse ante él. Estaba pensando en cómo decirles a sus amigos que quería irse, cuando una de las chicas se sentó junto a él y lo dejó atrapado en el sofá.
Vino una camarera a anotar el pedido, y cuando se hubo marchado, comenzó una animada charla en la que las voces agudas de las chicas se mezclaban con la voz de bajo de Qhuinn y la risa tímida de Blay. John mantuvo la mirada en la mesa.
—Dios, eres tan apuesto —dijo una de las chicas—. ¿Eres modelo?
La conversación se detuvo bruscamente.
Qhuinn golpeó sobre la mesa con los nudillos delante de John.
—Oye, J. Te están hablando.
John levantó la cabeza, desconcertado y se encontró con los ojos desiguales de su amigo. Qhuinn hizo un gesto con la cabeza para señalar a la chica que estaba sentada junto a John, y luego abrió los ojos y le lanzó una mirada de «concéntrate».
John respiró hondo y miró a su izquierda. La chica lo estaba mirando con… mierda, absoluta devoción.
—Eres tan, tan guapo —le dijo la chica.
Santo Dios, ¿qué se suponía que debía hacer?
La sangre se le subió a la cabeza y su cuerpo se puso tenso. Le hizo señales rápidamente a Qhuinn.
—Voy a llamar a Fritz para que me recoja. Me tengo que ir.
John se levantó enseguida y casi pasa por encima de la chica que estaba sentada junto a él. Estaba desesperado por llegar a casa.