36
Al Otro Lado, Vishous miraba fijamente a Cormia, al tiempo que pensaba que tenía ganas de pegarse un tiro. Tras la temblorosa revelación que ella acababa de hacerle sobre que nunca había visto a un macho, Vishous se sintió horrorosamente mal. Nunca se le había ocurrido que ella sólo había visto mujeres, pero si había nacido después de la muerte del último Gran Padre, ¿cómo podría haber visto a alguien del sexo opuesto?
Desde luego, estaba aterrorizada.
—Por Dios —murmuró V, dándole una calada a su cigarrillo y sacudiéndolo un poco. Estaba echando la ceniza en el suelo de mármol del escenario del anfiteatro, pero le importaba un pito—. He subestimado por completo lo difícil que podía resultar esto para ti. Supuse que…
Había imaginado que ella estaría muerta de ganas de acostarse con él o algo semejante. Pero al contrario, no se encontraba mucho mejor que él.
—Sí, lo siento mucho.
Cuando Cormia abrió los ojos con asombro, el verde jade de sus ojos brilló.
—¿Tú deseas este…? —preguntó V, con la esperanza de parecer un poco más amable, agitando la mano con la que sostenía el cigarrillo hacia delante y hacia atrás, como si quisiera dar a entender que hablaba de ellos dos—. ¿Este apareamiento? —Al ver que ella no decía nada, V sacudió la cabeza—. Mira, puedo verlo en tus ojos. Quieres salir huyendo de mí y no sólo porque estás asustada. Tú quieres salir huyendo de lo que vamos a tener que hacer, ¿no es cierto?
Cormia se llevó las manos a la cara y los pliegues del vestido parecieron demasiado pesados para sus delgados brazos.
—No puedo soportar la idea de decepcionar a las Elegidas —respondió con una vocecita apena audible—. Yo… yo cumpliré con mi obligación por el bien de todas.
Bueno, por lo visto los dos estaban en la misma situación.
—Lo mismo que yo —murmuró V.
Ninguno de los dos dijo nada más y V no sabía qué hacer. Para empezar, no era muy bueno con las mujeres y peor ahora que se sentía tan mal por haber perdido a Jane.
De repente giró la cabeza, convencido de que no estaban solos.
—Tú, detrás de la columna. Sal. Ahora.
Una de las Elegidas salió de detrás de la columna, con la cabeza agachada y el cuerpo tenso debajo de su tradicional túnica blanca.
—Señor.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Mientras la Elegida miraba fijamente el suelo de mármol con sumisión, V pensó: Dios, protégeme del servilismo. Es curioso que durante el sexo exigiera la sumisión de su pareja y ahora esa actitud le molestara tanto.
—Será mejor que hayas venido a consolarla —gruñó V—. Si has venido a otra cosa, ya te estás largando de aquí de inmediato.
—He venido a ofrecerle consuelo —explicó la Elegida con voz suave—. Estoy preocupada por ella.
—¿Cómo te llamas?
—Elegida.
—¡Maldición! —Al ver que tanto Cormia como la otra se sobresaltaban, V trató de controlarse—. ¿Cuál es tu nombre?
—Amalya.
—Muy bien, entonces, Amalya. Quiero que la cuides hasta que yo regrese. Es una orden. —Mientras la Elegida hacía una serie de reverencias y promesas, V le dio la última calada a su cigarro, se mojó dos dedos con saliva y lo apagó. Al meterse la colilla en el bolsillo de la especie de bata que llevaba, se preguntó por qué diablos todo el mundo tenía que andar en pijama en el Otro Lado.
Luego miró a Cormia.
—Te veré dentro de dos días.
V se marchó sin mirar atrás. Subió la colina de césped blanco, evitando pisar la alfombra de seda blanca que habían puesto para la ocasión. Cuando llegó al patio de la Virgen Escribana, pensó que ojalá no se la encontrara y le dio gracias a Dios cuando vio que ella no estaba por allí. Lo último que necesitaba era un último enfrentamiento con su monstruosa madre.
Bajo la mirada atenta de los pájaros cantores, regresó al mundo real, pero no se fue a la mansión.
Se dirigió exactamente al lugar al que no debía ir: se materializó delante de la casa de Jane. Realmente era una idea pésima, pero sentía tanto dolor en su interior que le impedía pensar con claridad. Además, ya nada le importaba. Ni siquiera los límites que debían mantenerse entre los humanos y los vampiros.
La noche era fría y él estaba medio vestido con aquel ridículo traje de ceremonia, pero tampoco le importó. Se sentía tan insensible y perturbado que podría haber estado desnudo en la mitad de una tormenta y no lo habría notado…
¿Qué demonios era eso?
Había un coche en la entrada de la casa de Jane. Un Porsche Carrera 4S. Igual que el de Z, sólo que el de Z era gris y éste era plateado.
V tenía la intención de no pasar de la acera de enfrente, pero su plan se fue al garete cuando tomó aire y percibió un aroma de hombre que salía del descapotable. Era ese médico, el que se las había dado de don Juan con ella en la habitación del hospital.
Se materializó junto al arce que había en el jardín delantero y miró por la ventana de la cocina. La cafetera estaba encendida. El azúcar estaba afuera. Había dos cucharas sobre la encimera.
Ay, demonios, no. La madre que lo parió, no.
V no podía ver el resto de la casa, así que decidió rodearla, haciéndose daño en los pies descalzos con la nieve congelada. Cuando notó que una ancianita de la casa de al lado miraba por la ventana como si lo hubiese visto, V esparció un poco de mhis a su alrededor, por precaución… y porque pensó que debía hacer algo que demostrara que todavía tenía cerebro.
Aunque estaba seguro de que esto de espiar a Jane ciertamente no le convertía en un buen candidato para Jeopardy.
Cuando llegó hasta las ventanas de atrás y pudo tener una buena perspectiva de la sala, vio la muerte de alguien tan claramente como si él mismo hubiese cometido el crimen en tiempo real: el humano, ese médico, estaba de rodillas y muy cerca de Jane, que estaba sentada en el sofá. El tipo tenía una mano sobre la cara de Jane, la otra sobre su cuello y los ojos clavados en su boca.
V perdió la concentración, dejó que el mhis se desvaneciera y se movió sin pensar. Sin razonar. Sin vacilar. No era más que un macho enamorado, impulsado por sus instintos, cuando llegó a las puertas de cristal, preparado para matar…
Pero en ese momento Butch surgió de la nada, se detuvo ante él y evitó el ataque agarrándolo de la cintura y sacándolo de allí a rastras. Aquél era un movimiento muy arriesgado, incluso entre amigos. A menos de que fuera un camión de varios ejes, nadie querría interponerse entre un macho enamorado y su objetivo en ese tipo de agresión: el instinto de lucha de V cambió de blanco al instante. Enseñó los colmillos, se echó hacia atrás y le dio un tremendo cabezazo a su mejor amigo.
El irlandés soltó a V como si fuera una colmena llena de abejas, preparó el puño y le lanzó un gancho que lo alcanzó en la parte inferior de la mandíbula. Al sentir que su maxilar inferior recibía el impacto y sus dientes comenzaban a cantar como un coro de ángeles, V estalló como si fuera una pradera seca en llamas.
—Mhis, imbécil —le gritó Butch—. Rodea este sitio de mhis antes de empezar con esto.
V creó la bruma protectora y los dos se lanzaron a pelear como dos toros, sin reglas. La sangre se deslizaba por la nariz y la boca, mientras se daban en la cara como si fuera lo último que fueran a hacer en la vida. En determinado momento, V se dio cuenta de que aquello no sólo tenía que ver con el hecho de haber perdido a Jane, sino con el hecho de que se encontraba absolutamente solo. Aunque Butch estuviera a su lado, sin ella ya nada sería lo mismo, así que V sentía que se había quedado sin nada.
Cuando terminaron, los dos quedaron en el suelo, hombro con hombro, jadeando y cubiertos de un sudor que parecía congelarse en vez de secarse. Mierda, V ya podía sentir la hinchazón: los nudillos y la cara se le iban a poner como los del muñeco de Michelin.
V tosió suavemente.
—Necesito un cigarrillo.
—Yo necesito una bolsa de hielo y un tubo completo de Neosporina.
V dio media vuelta, escupió la sangre que tenía en la boca y volvió a acostarse como estaba. Luego se limpió los labios con el dorso de la mano.
—Gracias. Necesitaba algo así.
—De nad… —gruñó Butch—. De nada. Pero, maldición, ¿tenías que golpearme en el hígado de esa forma? ¿Como si el escocés no hubiera acabado ya con él?
—¿Cómo supiste dónde estaba?
—¿Y dónde podrías estar? Phury regresó solo y mencionó que se había armado la marimorena, así que me imaginé que terminarías aquí. —Butch trató de estirar el hombro y soltó una maldición—. Admitámoslo, el policía que llevo dentro es como una antena de radio que capta la presencia de estúpidos. Y no te ofendas, pero no estás ganando muchos puntos en la prueba de inteligencia.
—Creo que habría matado a ese hombre.
—Yo sé que sí.
V levantó la cabeza, pero no pudo ver a través de las ventanas de Jane, así que se apoyó sobre los codos para ampliar la perspectiva. Ya no había nadie en el sofá.
Entonces se volvió a desplomar sobre el suelo. ¿Estarían haciendo el amor arriba, en la cama de Jane? ¿En este mismo instante? ¿Mientras él yacía moribundo en el maldito patio de atrás de su casa?
—Mierda. No soy capaz.
—Lo siento, V. De verdad que lo siento. —Butch se aclaró la garganta—. Escucha… creo que sería buena idea que no volvieras por aquí.
—¿Sí? ¿Quién lo dice, el imbécil que fue diariamente a vigilar la casa de Marissa durante cuantos meses?
—Es peligroso, V. Para ella.
V miró con odio a su mejor amigo.
—Si vas a insistir en esa mierda de ser razonable, voy a dejar de andar contigo.
Butch esbozó una sonrisa deforme, pues tenía reventado el labio superior.
—Lo siento, amigo, pero no vas a poder deshacerte de mí, aunque lo intentes.
V parpadeó un par de veces, horrorizado de pensar en lo que estaba a punto de decir.
—Dios, vas camino de la santidad, ¿lo sabías? Siempre has estado ahí cuando te he necesitado. Siempre. Incluso cuando yo…
—Incluso cuando tú, ¿qué?
—Ya sabes.
—¿Qué?
—Mierda. Incluso cuando estaba enamorado de ti. O algo así.
Butch se llevó las manos al pecho.
—¿Cuándo estabas? ¿Estabas? No puedo creer que hayas perdido el interés por mí. —Luego se puso un brazo sobre los ojos, al mejor estilo Sarah Bernhardt[12]—. Acabas de destruir mis sueños de futuro.
—Cierra la bocaza, policía.
Butch miró por debajo del hombro.
—¿Estás bromeando? El reality show que había planeado era fantástico. Lo iba a presentar en VH1. Dos mordidas son mejor que una. Íbamos a ganar millones.
—Ay, por Dios.
Butch se acomodó sobre el costado y se puso serio.
—Éste es el trato, V. ¿Tú y yo? Estamos juntos en esta vida hasta el final y no sólo por mi problema. No sé si me estaré volviendo creyente o qué mierda, pero creo que nos hemos encontrado por una razón. Y en cuanto a todo ese rollo de que estabas enamorado de mí… Creo que tiene más que ver con el hecho de que por primera vez en la vida te interesaste realmente por alguien.
—Muy bien, para ahí. Toda esta cháchara afectuosa ya me produce urticaria.
—Tú sabes que es así.
—Púdrete, doctor Phil.
—Bien, me alegra que estemos de acuerdo. —Luego Butch frunció el ceño—. Oye, tal vez podría crear un programa de entrevistas, ahora que ya no vas a ser mi June Cleaver[13]. Podría bautizarlo La hora de O’Neal. Suena bien, ¿no crees?
—En primer lugar, tú eras el que iba a ser June Cleaver…
—Olvídalo. No hay forma de que yo me colocara debajo.
—Es igual. Y, en segundo lugar, no creo que tus consejos psicológicos tuvieran mucho público.
—No es cierto.
—Butch, nos acabamos de golpear hasta que no pudimos más.
—Tú empezaste. Y, de hecho, sería perfecto para Spike TV. Una combinación de artes marciales y Oprah. ¡Dios, soy brillante!
—Sigue pensando eso.
Butch soltó una carcajada, pero se calló cuando una ráfaga de viento pasó azotando el jardín.
—Muy bien, grandullón, a pesar de lo contento que estoy aquí, no creo que mi bronceado esté mejorando mucho, teniendo en cuenta que está absolutamente oscuro.
—Tú no estás bronceado.
—¿Ves? Esto no está funcionando. Entonces, ¿qué tal si nos vamos a casa? —Hubo una larga pausa—. Mierda, no vas a volver conmigo, ¿verdad?
—Ya no tengo ganas de matar a nadie.
—Ah, bueno. La idea de que sólo lo dejes paralítico me hace sentir mucho más tranquilo con respecto a la perspectiva de dejarte aquí. —Butch se sentó y soltó una maldición—. ¿Te importa si al menos echo un vistazo para averiguar si se ha marchado?
—Dios, ¿crees que realmente quiero saberlo?
—Vuelvo enseguida. —Butch gruñó y se levantó como si acabara de tener un accidente, rígido y cojeando—. Joder, esto va a doler durante algún tiempo.
—Ahora eres un vampiro. Tu cuerpo estará perfecto antes de que te des cuenta.
—No es eso. Marissa nos va a matar a los dos por liarnos a puñetazos.
V hizo una mueca.
—Demonios. Eso va a doler, ¿no es así?
—Sí. —Butch se alejó cojeando—. Nos va a arrancar la cabeza.
V miró hacia el segundo piso de la casa y no pudo decidir si el hecho de que las luces estuviesen apagadas era una buena o una mala señal. Cerró los ojos, rogando para que el Porsche ya no estuviera ahí… Aunque no creía que se hubiese ido. Por Dios, Butch tenía razón. El hecho de que él estuviera merodeando por allí era peligroso. Ésta tenía que ser la última vez…
—Ya se ha ido —informó Butch.
V soltó el aire como si fuera un globo desinflándose, luego se dio cuenta de que se había salvado sólo por aquel día. Tarde o temprano, ella iba a estar con alguien más.
Tarde o temprano, probablemente iba a estar con ese médico.
V levantó la cabeza y luego la volvió a dejar caer sobre el suelo helado.
—No creo que pueda hacerlo. No creo que pueda vivir sin ella.
—¿Acaso tienes alternativa?
«No —pensó V—. Ninguna alternativa».
Pensándolo bien, esa palabra nunca debería aplicarse al destino de las personas. Nunca. La palabra alternativa debía quedar relegada a la televisión y a las comidas. Uno podía elegir si veía la NBC o la CBS, o si comía carne en vez de pollo. Pero llevar el concepto más allá de la cocina o el mando a distancia era imposible.
—Vete a casa, Butch. No voy a hacer nada estúpido.
—Más estúpido, querrás decir.
—La semántica es una mierda.
—Siendo alguien que habla dieciséis idiomas, tú sabes que eso no es cierto. —Butch respiró hondo y esperó un momento—. Supongo que te veré en la Guarida, entonces.
—Sí. —V se puso de pie—. Estaré allí dentro de un rato.
‡ ‡ ‡
Jane se dio la vuelta en la cama, pues su sexto sentido la despertó.
Había alguien en su habitación. Se sentó con el corazón desbocado, pero no vio nada. Aunque, claro, las sombras que creaba la luz del exterior ofrecían muchos escondites: detrás del escritorio, o de la puerta entreabierta o del sillón que estaba contra la ventana.
—¿Quién anda ahí?
No obtuvo ninguna respuesta, pero estaba convencida de que no estaba sola.
Jane lamentó haberse acostado desnuda.
—¿Quién anda ahí?
Nada. Sólo el sonido de su propia respiración.
Jane agarró la colcha y respiró hondo. Dios… había un olor maravilloso en el aire… exquisito y lujurioso, sensual y posesivo. Jane volvió a tomar aire y de repente su memoria reaccionó y lo reconoció. Era el olor de un hombre. No… era más que un hombre.
—Yo te conozco. —Jane sintió que su cuerpo se llenaba de calor inmediatamente y florecía… pero luego volvió a sentir una sensación de dolor tan grande que jadeó—. Ay, Dios… tú…
El dolor de cabeza regresó y le atravesó el cráneo como una flecha, haciéndole jurar mentalmente que se haría ese TAC lo más pronto posible. Luego gimió y se agarró la cabeza, preparándose para lo que, probablemente, serían varias horas de agonía.
Sólo que, casi de inmediato, el dolor se evaporó… al igual que ella. Un manto de sueño cayó sobre su conciencia, cubriéndola, calmándola.
Justo después, la mano de un hombre tocó su cabello. Su cara. Su boca.
La calidez y el amor de ese hombre curaron el vacío que sentía en el corazón. Parecía como si ella fuese un coche implicado en un accidente y ahora alguien la estuviese reconstruyendo, y estuviese poniendo el motor en su lugar y las defensas y el parabrisas.
Sólo que en ese momento la mano se retiró.
En medio del sueño, Jane trató de aferrarse a ella.
—Quédate conmigo. Por favor, quédate conmigo.
Una mano enorme envolvió la suya, pero la respuesta era no. Aunque el hombre no dijo nada, Jane sabía que no se iba a quedar.
—Por favor… —dijo y los ojos se le llenaron de lágrimas—. No te vayas.
Al sentir que dejaban caer su mano, Jane gritó y trató de buscar algo a tientas…
De pronto se levantaron las mantas y Jane sintió el golpe del aire frío y el cuerpo de un hombre enorme que se metía en la cama. Desesperada, se pegó a la dura calidez de ese cuerpo y hundió la cara en un cuello que olía a oscuras y exóticas especias. Unos brazos enormes se cerraron sobre ella y la abrazaron con fuerza.
Cuando ella se acercó todavía más… sintió una erección.
En medio del sueño, Jane se movió rápidamente y con decisión, como si tuviera todo el derecho del mundo a hacer lo que hizo. Lanzó la mano hacia abajo y agarró el pene que se movía y se estiraba.
Al sentir que el cuerpo del hombre daba un brinco, Jane dijo:
—Dame lo que quiero.
Demonios, ¿acaso no lo hacía siempre?
En segundos, Jane estaba de espaldas sobre la cama, con las piernas abiertas y una mano inmensa en su vagina. Tuvo un orgasmo de inmediato, se retorció sobre el colchón y gritó. Antes de que la sensación se diluyera, las sábanas salieron volando y una boca estaba de nuevo entre sus muslos. Jane hundió las manos en una melena gruesa y sensual y se entregó a lo que él le hizo.
Mientras ella tenía otro orgasmo, él se retiró. Luego oyó el sonido de la ropa que caía al suelo y entonces…
Jane maldijo al sentir que la penetraban hasta el punto del dolor, pero la verdad es que le fascinaba lo que estaba pasando… en especial cuando una boca cayó sobre la de ella y la erección comenzó a moverse en el interior su vagina. Jane se aferró a una espalda que se balanceaba y siguió el ritmo del sexo.
En medio del sueño, se le ocurrió que esto era lo que echaba de menos. Aquel hombre era la causa de su dolor en el pecho.
O, mejor, el hecho de que lo estaba perdiendo.
‡ ‡ ‡
Vishous sabía que lo que estaba haciendo estaba mal. Estar con ella en esas condiciones era equivalente a robar, porque Jane realmente no sabía quién era él. Pero no pudo detenerse.
V la besó con más intensidad, se movió dentro de ella con más fuerza. Cuando llegó al orgasmo, éste estalló como una tormenta eléctrica que lo hizo arder hasta que su pene se sacudió y eyaculó dentro de ella. Ella llegó al clímax al mismo tiempo y comenzó a acariciarlo, prolongando las sensaciones hasta que V se estremeció y se quedó quieto sobre ella.
V se retiró y miró los ojos cerrados de Jane, pensando que ojalá estuviera inmersa en un sueño más profundo. Así pensaría que lo que había ocurrido no había sido más que un sueño erótico, una encantadora y vívida fantasía. Sin embargo, ella no sabría quién era él. No podía saberlo. Su mente era muy fuerte y podría enloquecer si quedaba atrapada entre los recuerdos que él había ocultado y lo que sentía cuando él estaba alrededor de ella.
Se separó del cuerpo de Jane y se levantó. Mientras arreglaba las mantas y se ponía su ropa de seda, sintió como si se estuviera arrancando su propia piel.
Luego se agachó y posó sus labios sobre la frente de Jane.
—Te amo. Para siempre.
Antes de marcharse, le echó un vistazo a la habitación y dio una vuelta por el baño. No pudo contenerse. No tenía intención de volver allí y necesitaba tener imágenes de la intimidad de Jane.
El piso de arriba se parecía más a ella. Todo era sencillo y limpio, los muebles eran discretos, en las paredes no había ningún cuadro altisonante. Sólo había una gran peculiaridad que a V le encantó porque él tenía lo mismo en su habitación: libros. Había libros por todas partes. En la habitación había una biblioteca del suelo al techo, llena de volúmenes sobre ciencia, filosofía y matemáticas. En el vestíbulo había más libros guardados en una vitrina con puertas de cristal de casi tres metros, con obras de Shelley y Keats, Dickens, Hemingway, Marchand, Fitzgerald. Incluso en el baño había un pequeño estante, junto a la bañera, como si quisiera tener sus libros favoritos cerca, cuando se estaba bañando.
También le gustaba Shakespeare, evidentemente. Una elección que V aprobó.
Ésa era el tipo de decoración que a él le gustaba. Una mente activa no necesitaba distracciones en el ambiente físico. Necesitaba una colección de libros destacados y una buena lámpara. Tal vez un poco de queso y galletas.
Cuando V dio media vuelta para salir del baño, alcanzó a ver el espejo que estaba sobre los dos lavabos. Entonces se la imaginó frente a él, peinándose, pasándose la seda dental, cepillándose los dientes, cortándose las uñas.
Esas cosas normales que la gente hacía a lo largo y ancho de todo el planeta, todos los días, vampiros y humanos por igual. Prueba de que, en ciertas actividades prosaicas, las dos especies no eran tan diferentes, después de todo.
V habría sido capaz de matar para tener la oportunidad de verla haciendo eso aunque fuera una sola vez.
Mejor aún, él quería hacer todo eso con ella. El lavabo de Jane y el suyo. Tal vez discutiera porque él arrojaba la seda dental sobre el borde de la papelera, sin asegurarse de que cayera hasta el fondo.
La vida. Juntos.
V estiró la mano, puso un dedo sobre el espejo, deslizándolo por el cristal. Luego se obligó a desmaterializarse sin regresar a la cama de nuevo.
Mientras desaparecía, esta vez para siempre, V pensó que, si fuera un hombre de los que lloran, en ese momento estaría llorando a mares. Pero en vez de eso pensó en el Grey Goose que lo estaba esperando en la Guarida. Tenía intención de pasar los próximos dos días completamente borracho.
Si querían que asistiera a esa maldita ceremonia del Gran Padre, sus hermanos tendrían que volverlo a embutir en aquella ropa estilo Hugh Hefner y sostenerlo uno de cada lado.