34
Cuando Vishous y Phury cruzaron hacia el Otro Lado juntos, volvieron a materializarse en un patio blanco rodeado por un claustro de columnas corintias blancas. En el centro había una fuente de mármol blanco de la que manaba agua cristalina. En la esquina, sobre un árbol blanco con flores blancas, había una bandada de pájaros cantores de todos los colores, que parecían el adorno de un pastel de cumpleaños. Los dulces cánticos de los gorriones y los carboneros estaban en armonía con el sonido de la fuente, como si las dos cadencias expresaran la misma felicidad.
—Guerreros —dijo la Virgen Escribana a su espalda y su voz hizo que a V se le estirara la piel sobre los huesos como si fuera de plástico—. Poneos de rodillas para saludarme.
V obligó a sus piernas a doblarse, y tras un instante, chirriaron como las patas oxidadas de una mesa de juego. Phury, por su parte, no parecía estar tan tieso y se inclinó con facilidad.
Pero, claro, él no se estaba inclinando ante a una madre a la que despreciaba.
—Phury, hijo de Ahgony, ¿cómo te encuentras?
—Me encuentro bien —contestó el hermano de inmediato en lengua antigua, con una voz perfectamente clara—, porque estoy ante ti con devoción pura y profundo amor en el corazón.
La Virgen Escribana se rió entre dientes.
—Un saludo correcto y en la forma correcta. Muy amable por tu parte. Y seguramente mucho más de lo que voy a recibir de mi hijo.
Phury se giró a mirar enseguida a V y aunque éste no lo vio, sí pudo sentir su desconcierto.
«Ay, lo siento —pensó V—. Supongo que se me olvidó mencionar ese pequeño detalle, hermano».
La Virgen Escribana se acercó flotando.
—Ah, entonces ¿mi hijo no te ha contado nada sobre su linaje materno? ¿Sería por decoro, supongo? Quizá le preocupará desvirtuar la creencia general en mi supuesta existencia virginal. Sí, ésa es la razón, ¿no es así, Vishous, hijo del Sanguinario?
V levantó los ojos, aunque no le habían dado permiso.
—O tal vez porque simplemente me niego a reconocerte.
Eso era exactamente lo que ella esperaba que él dijera y V podía sentirlo, pero no porque pudiera leer sus pensamientos sino porque de alguna manera los dos eran uno, una unidad indivisible, a pesar del aire y el espacio que los separaba.
Ay.
—Tu reticencia a aceptar mi maternidad no cambia nada —dijo ella con voz dura—. Un libro sin abrir no altera la tinta de sus páginas. Lo que está ahí, no se puede modificar.
Sin que le hubiesen concedido permiso, V se levantó y miró a su madre a la cara, que mantenía tapada con la capucha, directamente a los ojos, mientras medían fuerzas.
Sin duda Phury debía estar blanco como la harina, pero qué importa. Así se integraría mejor en el decorado. Además, la Virgen Escribana no iba a fulminar a su futuro Gran Padre y a su precioso hijo. De ninguna manera. Así que a V no le importó.
—Terminemos con esto, mamá. Quiero volver a mi vida real…
En una fracción de segundo, V se encontró de espaldas en el suelo, sin poder respirar. Aunque no había nada encima de él y su cuerpo no parecía aplastado, le daba la sensación de tener un piano de cola sobre el pecho.
Cuando sus ojos estaban a punto de salirse de las órbitas y se encontraba boqueando para tratar de llevar un poco de aire a sus pulmones, la Virgen Escribana flotó hasta donde estaba V. La capucha se levantó de pronto de su cara como si tuviera voluntad propia y ella se quedó mirándolo con una expresión de cansancio en su rostro fantasmal y resplandeciente.
—Quiero que me prometas que te comportarás con el debido respeto hacia mí mientras estamos ante mis Elegidas. Acepto que te tomes algunas libertades por principio, pero no dudaré en condenarte a un destino peor que el que quieres evitar si te portas de forma irrespetuosa en público. ¿Estamos de acuerdo?
¿De acuerdo? ¿De acuerdo? Sí, claro, estar de acuerdo suponía la existencia del libre albedrío, y según todo lo que V había aprendido a lo largo de su vida, estaba claro que él no tenía ningún libre albedrío.
Su madre se podía ir a la mierda.
Vishous soltó el aire lentamente. Relajó los músculos del cuerpo y se entregó a la sensación de asfixia.
Y mientras comenzaba a morir… sostuvo la mirada de la Virgen Escribana.
Tras un minuto de esta asfixia voluntaria, el sistema nervioso autónomo de V reaccionó y sus pulmones comenzaron a golpear las paredes del pecho, tratando de obtener un poco de oxígeno. Pero V apretó los dientes y los labios y cerró la garganta para neutralizar el reflejo de respiración.
—Por Dios —exclamó Phury con voz temblorosa.
El ardor en los pulmones de V se fue extendiendo por su torso, al tiempo que se le nublaba la visión y su cuerpo se debatía en medio de la batalla entre la voluntad y el imperativo biológico de respirar. Al cabo de un rato, el asunto dejó de ser un acto de rebeldía contra su madre para convertirse en una lucha por conseguir lo que deseaba: paz. Sin Jane en su vida, la muerte era realmente la única opción.
V comenzó a perder el conocimiento.
De repente, el peso invisible se levantó de encima de su cuerpo y el aire entró por su nariz hasta sus pulmones, como si una mano sólida e invisible se lo hubiese metido a la fuerza.
El cuerpo tomó las riendas, ganando la batalla al autocontrol. En contra de su voluntad, V absorbió el oxígeno como si fuera agua, mientras se doblaba hacia un lado, respirando a grandes bocanadas. Su visión se fue aclarando poco a poco hasta que pudo enfocarse en las vestiduras de su madre.
Cuando V finalmente levantó la cara del suelo blanco y la miró, la Virgen Escribana ya no era la figura luminosa que estaba acostumbrado a ver. Su brillo se había ensombrecido, como si tuviera un regulador y alguien estuviera bajando la intensidad de la luz.
Sin embargo, la cara era la misma. Transparente, hermosa y tan dura como un diamante.
—¿Seguimos con la presentación? —preguntó—. ¿O tal vez te gustaría recibir a tu compañera mientras estás postrado sobre mi suelo de mármol?
V se sentó, mareado, pero sin que le preocupara la posibilidad de volverse a desmayar. Suponía que debería sentirse orgulloso por haberle ganado la batalla a su madre, pero no era así.
Miró a Phury, que estaba aterrado, con los ojos amarillos abiertos como platos y la piel cetrina y pálida. Parecía como si estuviera en la mitad de una piscina llena de tiburones y llevara un par de filetes en los pies.
Dios, si su hermano estaba tan impresionado con aquella disputa familiar, V no podía imaginar lo que iban a pensar las Elegidas si eran testigos del conflicto entre él y su madre, esa bruja al estilo Joan Crawford. Y aunque V no sentía ninguna afinidad por aquel grupo de mujeres, tampoco había razón para perturbarlas de esa manera.
Se puso de pie y Phury se le acercó por detrás, en el momento preciso. Al ver que V comenzaba a escorarse hacia un lado como si fuera un barco, lo agarró de las axilas y lo sostuvo recto.
—Ahora, seguidme. —La Virgen Escribana les mostró el camino a través de la columnata, mientras flotaba por encima del mármol sin hacer ningún ruido ni ningún movimiento, una aparición diminuta pero tan sólida como una roca.
Los tres atravesaron la columnata hasta un par de puertas doradas que V nunca había cruzado. Eran unas puertas enormes y tenían una inscripción en una versión primitiva de la lengua antigua, pero con caracteres lo suficientemente parecidos a la escritura actual como para que V pudiera entenderla:
ÉSTE ES EL SANTUARIO DE LAS ELEGIDAS,
DOMINIO SAGRADO DEL PASADO,
EL PRESENTE Y EL FUTURO DE LA RAZA.
Sin que nadie las accionara, las puertas se abrieron y ante sus ojos apareció un paisaje bucólico y esplendoroso que, en otras circunstancias, habría sido capaz de tranquilizar incluso a V. Excepto por el hecho de que todo era blanco, podría haber sido el campus de cualquier universidad, con sus edificios estilo georgiano, distribuidos a lo largo de un césped lechoso, salpicado de cedros y olmos albinos.
El suelo estaba cubierto por una alfombra de seda blanca y él y Phury comenzaron a caminar sobre ella. La Virgen Escribana flotaba delante de ellos, como a treinta centímetros del suelo. El aire tenía una temperatura perfecta y estaba tan quieto que no se notaba sobre la piel. Aunque la fuerza de la gravedad seguía aferrándolo al suelo, V se sentía más ligero y, de alguna manera, le parecía que estaba suspendido en el aire… como si en cualquier momento pudiera empezar a dar grandes saltos sobre el césped, como los que se veían en esas imágenes del hombre en la Luna.
O, mierda, tal vez le daba la sensación de estar flotando porque se le había frito el cerebro.
Cuando llegaron a una cima, apareció ante sus ojos un anfiteatro que se asentaba al pie de la colina y allí estaban las Elegidas.
Ay, por Dios… Las cuarenta y tantas mujeres llevaban vestidos blancos idénticos y tenían el pelo recogido en un moño y las manos enguantadas. Algunas eran rubias, otras morenas y también había pelirrojas, pero todas parecían la misma persona gracias a sus cuerpos altos y esbeltos y a sus vestiduras iguales. Divididas en dos grupos, las mujeres estaban formando una fila a cada lado del anfiteatro, ligeramente inclinadas hacia la derecha, con el pie derecho un poco adelantado. V pensó en las cariátides de la arquitectura griega, esas esculturas femeninas que soportaban los frontones y los techos sobre sus magníficas cabezas.
Mientras las observaba, V se preguntó si en el interior de aquellos cuerpos palpitarían un corazón y unos pulmones. Porque estaban tan inmóviles como el aire.
Ése era el problema con el Otro Lado, pensó V. Allí no se movía nunca nada. Había vida… pero sin vida.
—Adelante —ordenó la Virgen Escribana—. La presentación espera.
Ay… Dios… V se volvió a sentir asfixiado.
Phury colocó la mano sobre su hombro.
—¿Necesitas un minuto?
¡Qué minuto ni qué ocho cuartos! V necesitaba siglos… y aunque tuviera todo ese tiempo, nada podría cambiar el resultado. Mientras la fuerza del destino le oprimía el pecho, V pensó en el vampiro civil que encontró en el callejón la noche que le dispararon, aquel cuya muerte vengó al matar al restrictor.
Se necesitaban más guerreros para la Hermandad, pensó, poniéndose de nuevo en movimiento. Y no parecía que la cigüeña pudiera hacer todo el trabajo sola.
Abajo, frente a él, había sólo una silla, un sillón dorado como un trono, que estaba colocado al borde del escenario. Desde arriba, V se dio cuenta de que lo que había creído que era una pared blanca al fondo del escenario era en realidad una inmensa cortina de terciopelo blanco, que colgaba tan quieta como si estuviera pintada.
—Tú. Siéntate —le ordenó la Virgen Escribana, que parecía estar harta de él.
Curiosamente, V sentía lo mismo hacia ella.
V puso su trasero en el trono, mientras Phury se colocaba detrás de él como si fuera un árbol.
La Virgen Escribana se fue flotando hacia la derecha, y se quedó a un lado del escenario, como si fuera un director de teatro shakespeariano, la dueña de todo el drama que estaba a punto de ser representado.
Joder, ¡qué no daría por tener un cigarro en sus labios en ese momento!
—Adelante —dijo la Virgen Escribana con voz imperiosa.
La cortina se abrió por la mitad y se fue deslizando hacia atrás y en el centro apareció una mujer cubierta de pies a cabeza con un traje lleno de joyas. Flanqueada por dos Elegidas, su prometida parecía estar de pie, pero un poco inclinada hacia delante. O tal vez no estaba de pie. Dios, parecía como si estuviera atada a una especie de tabla colocada allí especialmente para la presentación. Como si fuera una mariposa disecada.
Cuando comenzaron a moverla hacia delante, se hizo evidente que realmente estaba atada a algo. Tenía unas bandas alrededor de la parte superior de los brazos, que la mantenían erguida, a pesar de que estaban camufladas con joyas iguales a las del vestido.
Debía de formar parte de la ceremonia. Porque la mujer que estaba debajo de aquel vestido no sólo se había preparado para esta presentación y el ritual de apareamiento que le seguiría, sino que sin duda debía estar obsesionada con la idea de ser la número uno: la primera Elegida del Gran Padre tenía derechos especiales y V sólo se podía imaginar la dicha que debía sentir.
Aunque tal vez no era justo. V sintió que odiaba lo que había debajo de todo ese esplendor.
La Virgen Escribana hizo un gesto con la cabeza y las Elegidas que estaban a izquierda y derecha de su prometida comenzaron a desabrochar el vestido. A medida que las mujeres emprendían su labor, una oleada de energía sacudió la quietud del anfiteatro, la culminación de décadas de espera por parte de las Elegidas para la reanudación de las viejas tradiciones.
V observó sin ningún interés cuando las Elegidas acabaron de desabrochar el vestido cubierto de joyas y lo abrieron para revelar un cuerpo femenino increíblemente hermoso, envuelto por un velo transparente. De acuerdo con la tradición, la cabeza de su prometida siguió cubierta por la capucha, porque la ofrenda no era ella en particular sino la totalidad de las Elegidas.
—¿Es ella de tu agrado? —preguntó la Virgen Escribana con voz fría, como si supiera que la mujer era absolutamente perfecta.
—Me da igual.
Entonces se oyó un murmullo de inquietud entre las Elegidas, una brisa helada que sacudió un campo de juncos rígidos.
—Tal vez quieras elegir mejor tus palabras —le espetó la Virgen Escribana.
—Ella está bien.
Después de una incómoda pausa, una Elegida se acercó con un incensario y una pluma blanca. Mientras recitaba una plegaria, echaba humo sobre la mujer desde la cabeza encapuchada hasta los pies descalzos, una vez por el pasado, una vez por el presente, una vez por el futuro.
El ritual avanzaba. V frunció el ceño y se inclinó hacia delante. La parte delantera del velo que cubría a su prometida estaba húmeda.
Probablemente debido a los ungüentos y aceites con que la habían preparado para él.
Volvió a recostarse en el trono. Mierda, detestaba las antiguas tradiciones. Detestaba toda esta maldita farsa.
‡ ‡ ‡
Debajo de la capucha, Cormia estaba desesperada. El aire que respiraba era caliente, húmedo y sofocante, peor que si no tuviera nada que respirar. Las rodillas le temblaban como hojas de hierba y las palmas de las manos le sudaban. Si no fuera por las correas que la mantenían recta, se habría caído de bruces.
Después de su pequeño intento de huida tras el baño, y su posterior captura, la obligaron a tragarse una bebida amarga, por orden de la directrix. Eso la tranquilizó durante un rato, pero el efecto del elixir estaba comenzando a desvanecerse y el miedo se intensificaba de nuevo.
Al igual que la sensación de humillación. Cuando notó que unas manos comenzaban a desabrochar los cierres dorados del vestido, se puso a llorar al pensar en la violación que representaba el hecho de que los ojos de un desconocido se posaran sobre su piel. Luego sintió que levantaban las dos mitades del vestido y su cuerpo recibió el golpe de aire frío sobre la piel, pero el hecho de liberarse del peso que le habían puesto encima no alivió su estado en lo más mínimo.
El Gran Padre tenía sus ojos sobre ella cuando la Virgen Escribana dijo:
—¿Es ella de tu agrado?
Cormia esperó con ansiedad la respuesta del hermano, rogando poder encontrar algo de amabilidad en sus palabras.
Pero no fue así.
—Me da igual —dijo él.
—Tal vez quieras elegir mejor tus palabras —dijo la Virgen Escribana.
—Ella está bien.
Al oír la respuesta, el corazón de Cormia dejó de latir y el miedo fue reemplazado por un terror absoluto. Vishous, el hijo del Sanguinario, tenía una voz fría, una voz que sugería tendencias aún peores que las que le atribuían a su padre.
¿Cómo iba a hacer para sobrevivir al apareamiento y representar bien a las venerables Elegidas durante el desarrollo del mismo? En el baño la directrix había sido brutal al describir todo lo que Cormia deshonraría si no se comportaba con la dignidad apropiada. Si no cumplía con su responsabilidad. Si no se comportaba como la perfecta representación de todas las demás.
¿Cómo iba a hacer para soportar semejante peso?
Luego Cormia oyó que la Virgen Escribana volvía a hablar:
—Vishous, tu testigo no ha visto la ofrenda. Phury, hijo de Ahgony, en calidad de testigo del Gran Padre, debes mirar a la Elegida que se ofrece en la ceremonia.
Cormia tembló, aterrorizada ante la idea de que otro hombre desconocido posara los ojos sobre su cuerpo. Se sintió sucia, a pesar de que la habían bañado con tanto cuidado, como si su cuerpo se hundiera en la impureza. Pensó en que le gustaría ser diminuta, más pequeña que la cabeza de un alfiler.
Porque si fuera pequeña, los ojos de aquellos hombres no podrían encontrarla. Si fuera diminuta, se podría esconder entre las cosas más grandes… y desaparecer completamente de allí.
‡ ‡ ‡
Phury tenía los ojos clavados en el respaldo del trono dorado y no quería levantarlos de allí. Todo esto la parecía un error. Todo iba mal.
—¿Phury, hijo de Ahgony? —La Virgen Escribana pronunció el nombre de su padre como si el peso de todo su linaje dependiera de que él hiciera lo que debía.
Phury levantó los ojos hacia la mujer…
Y de repente todos sus procesos mentales parecieron detenerse en seco.
Y su cuerpo fue el que respondió. Al instante. Phury sintió que su pene se ponía duro debajo de los pantalones de seda y su erección comenzó a palpitar con rapidez, aunque se sentía absolutamente avergonzado. ¿Cómo podía ser tan cruel? Entonces bajó los ojos, cruzó los brazos sobre el pecho y trató de encontrar la forma de reprenderse mientras intentaba mantenerse en pie.
—¿Cómo la encuentras, guerrero?
—Espléndida. —La palabra salió espontáneamente de su boca. Luego agregó—: Digna de la mejor tradición de las Elegidas.
—Ah, ésa sí es la respuesta apropiada. Como la ofrenda ha sido aceptada, declaro a esta mujer como la elegida del Gran Padre. Terminad con el baño de incienso.
Con el rabillo del ojo, Phury vio a un par de Elegidas que se acercaban con bastones de los cuales salía un humo blanco. Cuando las mujeres comenzaron a cantar con voces angelicales, Phury respiró hondo, dejándose llevar hacia un jardín de aromas femeninos.
De repente, percibió el olor que emanaba de la prometida. Tenía que ser de ella, porque era el único en todo el ambiente que transmitía un sentimiento de terror puro…
—¡Detened la ceremonia! —vociferó V de repente.
La Virgen Escribana se giró a mirarlo con furia.
—Tienen que terminar.
—Sobre mi cadáver. —El hermano se levantó de su trono y se dirigió al escenario, pues evidentemente también había notado el olor del miedo. Mientras avanzaba, las Elegidas dejaron escapar gritos de terror y rompieron filas. A medida que las mujeres se dispersaban por todas partes con sus vestidos blancos, Phury pensó que parecían un montón de servilletas de papel, que salían volando con el viento durante una merienda al aire libre.
Sólo que esto no era un picnic en el parque.
Vishous volvió a cerrar el vestido enjoyado de la prometida y le arrancó las correas que la mantenían atada a la tabla. Al ver que se desplomaba, la agarró con un brazo y la sostuvo.
—Phury, te veré en casa.
Un viento terrible que emanaba de la Virgen Escribana comenzó a arrasarlo todo, pero V se mantuvo firme y se enfrentó a su… bueno, aparentemente a su madre.
«Su madre. Por Dios, nunca se lo habría imaginado».
V tenía agarrada con fuerza a la pobre mujer y su cara reflejaba odio, mientras miraba fijamente a la Virgen Escribana.
—Phury, lárgate de aquí.
Aunque Phury era conciliador por naturaleza, sabía que no debía inmiscuirse en esa clase de conflictos familiares. Lo mejor que podía hacer era rogar que su hermano no regresara en una urna.
Antes de partir, le echó una última mirada al cuerpo encapuchado de la mujer. Ahora V la estaba sosteniendo con las dos manos, pues parecía que se había desmayado. Por Dios… ¡Qué desastre!
Phury dio media vuelta y salió corriendo por la alfombra de seda blanca hacia el patio de la Virgen Escribana. ¿Primera parada? El estudio de Wrath. El rey tenía que saber lo que había ocurrido. Aunque era evidente que el meollo de esta historia todavía estaba por desarrollarse.