3

Un par de manzanas más allá, hacia el oeste, Phury cogió su Martini y se recostó contra el sofá de cuero en el Zero Sum. Él y Butch habían estado bastante callados desde que aterrizaron en el club, cerca de media hora antes, y se dedicaban sólo a observar la gente desde la mesa de la Hermandad.

Dios sabía que había muchas cosas que ver.

Al otro lado de una pared formada por una cascada, la pista de baile del club se mecía con música tecno y una cantidad de humanos que bailaban empujados por oleadas de éxtasis y cocaína y que hacían cosas sucias, vestidos con ropa de marca. Sin embargo, la Hermandad nunca se mezclaba con la chusma. Su pequeña propiedad estaba en la sala VIP, una mesa situada al fondo, junto a la salida de emergencia. El club era un buen sitio para relajarse y descansar. La gente no los molestaba, el alcohol era de primera y estaba en pleno centro, donde la Hermandad hacía la mayor parte de su trabajo de cacería.

Además, el dueño se había convertido en pariente, ahora que Bella y Z estaban juntos. Rehvenge, el hombre que dirigía el club, era el hermano de Bella.

Y también el proveedor de Phury.

Mientras le daba un buen sorbo a su copa agitada-pero-no-revuelta, Phury pensó que esta noche iba a hacer otra compra. Sus reservas ya se estaban agotando de nuevo.

Una rubia pasó contoneándose junto a la mesa con sus pechos bamboleándose como manzanas debajo de una blusa de lentejuelas plateadas. Su minifalda le marcaba las nalgas y el tanga de lamé. Con aquel atuendo parecía que iba medio desnuda.

Tal vez la palabra que estaba buscando era vulgar.

Era una chica típica. La mayoría de las humanas que se paseaban por la sala VIP estaban en el límite de que las arrestaran por indecencia; pero, claro, las damas tendían a ser profesionales o el equivalente civil de las prostitutas. Cuando la puta se sentó en el sillón de al lado, Phury se preguntó por una fracción de segundo cómo sería comprar un rato con alguien como ella.

Llevaba tanto tiempo siendo célibe que parecía totalmente inconcebible pensar en algo como eso, y mucho menos poner en práctica la idea. Pero tal vez eso le ayudaría a sacarse a Bella de la cabeza.

—¿Has visto algo que te guste? —preguntó Butch, arrastrando las palabras.

—No sé de qué estás hablando.

—¿Ah, no? ¿Quieres decir que no te fijaste en esa rubia que acaba de pasar por aquí? ¿Ni en la manera como te miraba?

—No es mi tipo.

—Entonces busca una morena de pelo largo.

—Me da igual. —Cuando Phury terminó su Martini, sintió deseos de tirar el vaso contra la pared. Mierda, no podía creer que hubiese llegado a pensar siquiera en pagar por tener sexo.

Desesperado. Perdedor.

Dios, necesitaba un porro.

—Vamos, Phury, tienes que saber que todas las chicas de aquí te miran de arriba abajo cada vez que vienes. Deberías intentarlo con alguna.

Bueno, demasiadas personas habían decidido presionarlo hoy.

—No, gracias.

—Sólo digo que…

—Púdrete y cállate.

Butch soltó una maldición entre dientes y no dijo nada más. Lo cual hizo que Phury se sintiera como un desgraciado. Tal y como debería sentirse.

—Lo siento.

—No es nada.

Phury llamó con la mano a una camarera, que se acercó enseguida. Mientras la muchacha se llevaba el vaso vacío, él murmuró:

—Ella trató de conseguirme una cita con alguien esta noche.

—¿Perdón?

—Bella. —Phury agarró una servilleta empapada y comenzó a doblarla en cuadraditos—. Dijo que había una trabajadora social en Safe Place.

—¿Rhym? Ah, es súper…

—Pero yo…

—¿No estás interesado? —Butch sacudió la cabeza—. Phury, hermano, sé que probablemente me vas a volver a insultar, pero es hora de que te intereses. Esa mierda tuya con las mujeres tiene que terminar.

Phury tuvo que soltar una carcajada.

—No podías ser menos directo, ¿verdad?

—Mira, tú necesitas vivir un poco —dijo Butch.

Entonces Phury señaló con la cabeza a la rubia biónica.

—¿Y tú crees que pagar por tener sexo es vivir un poco?

—A juzgar por la manera en que te está mirando, creo que no tendrías que pagar.

Phury se obligó a imaginarse la escena. Se imaginó levantándose y yendo hasta donde estaba la mujer. Agarrándola del brazo y llevándola a uno de los baños privados. Tal vez ella se la chupara. Tal vez él la montara sobre el lavabo y le abriera las piernas y se la metiera hasta tener un orgasmo. ¿Cuánto tiempo habría pasado? Quince minutos, a lo sumo. Después de todo, él podía ser virgen, pero la mecánica del sexo era bastante simple. Todo lo que su cuerpo necesitaba era que lo agarraran con fuerza, un poco de fricción y estaría listo.

Bueno, en teoría. En este momento su verga estaba totalmente flácida. Aunque quisiera perder la virginidad esa noche, no sería posible. Al menos, con ella no.

—Yo estoy bien —dijo. La camarera llegó con otro Martini. Después de darle vueltas a la aceituna con el dedo, se la metió en la boca—. De verdad. Estoy bien.

Los dos volvieron a quedarse en silencio y entre ellos sólo se escuchaba el lejano golpeteo de la música, que llegaba desde el otro lado de la pared. Phury estaba a punto de hablar de deportes, porque no soportaba el silencio, cuando vio que Butch se ponía tenso.

Una mujer que estaba al otro extremo de la sala VIP los estaba observando fijamente. Era esa jefa de seguridad, la que tenía cuerpo de hombre y un corte de pelo masculino. Hablando de un hueso duro de roer. Phury la había visto esposando a humanos borrachos como si estuviera azotando perros con un periódico.

Pero, un momento, no estaba mirando a Phury. Tenía los ojos clavados en Butch.

—¡Vaya! Alguna vez estuviste con ella, ¿verdad? —preguntó Phury.

Butch encogió los hombros y le dio un sorbo al Lag que tenía en el vaso.

—Sólo una vez. Y fue antes de Marissa.

Phury volvió a mirar a la mujer y no pudo evitar preguntarse cómo habría sido esa relación. Parecía el tipo de mujer que puede hacer que un hombre vea las estrellas. Y no necesariamente de placer.

—¿Es bueno el sexo anónimo? —preguntó, sintiéndose como si tuviera doce años.

Butch esbozó una sonrisa lenta, discreta.

—Yo solía pensar que sí. Pero cuando es lo único que conoces, claro, la pizza fría te parece fantástica.

Phury le dio un sorbo a su Martini. Pizza fría, vaya. Así que eso era lo que le esperaba. ¡Qué atractivo!

—Mierda, no quisiera ser aguafiestas. Sólo que es mejor con la persona correcta. —Butch se tragó su whisky. Cuando vio que una camarera venía a recoger el vaso para traerle otro, dijo—: No, hoy quiero más. Gracias.

—¡Espera! —dijo Phury, antes de que la mujer se marchara—. Yo sí quiero otro. Gracias.

‡ ‡ ‡

Vishous supo que el sueño lo había atrapado porque se sintió feliz. La pesadilla siempre comenzaba con él en un estado de dicha total. Al principio estaba absolutamente feliz, se sentía completo, un cubo de Rubik resuelto.

Luego se oía un disparo. Y una inmensa mancha roja brillante estallaba en su camisa. Y un grito cortaba el aire, que parecía tan denso como un muro.

El dolor lo atenazaba como si lo hubiesen alcanzado las esquirlas de una bomba, como si estuviese empapado en gasolina y alguien encendiera una cerilla, como si le estuvieran quitando la piel a pedacitos.

Ay, Dios, se estaba muriendo. Nadie podía sobrevivir a semejante agonía.

Cayó de rodillas y…

Se levantó de la cama como si alguien le hubiese dado una patada en la cabeza.

En medio de la jaula de paredes negras y cristales rodeados de oscuridad del ático, su respiración parecía una sierra que estuviera cortando dura madera. Mierda, el corazón le estaba palpitando tan rápido que sentía que tenía que ponerse las manos sobre el pecho para que no se le saliera.

Necesitaba un trago… ahora.

Mientras notaba las piernas como si fueran de trapo, V se dirigió hasta el bar, cogió un vaso limpio y se sirvió un trago triple de Grey Goose. Ya tenía el vaso casi en los labios, cuando se dio cuenta de que no estaba solo.

Se sacó una daga negra del cinturón y se dio media vuelta rápidamente.

—Sólo soy yo, guerrero.

¡Dios mío! La Virgen Escribana estaba frente a él, envuelta en un manto negro de la cabeza a los pies, con la cara cubierta, y su figura diminuta dominando el ático. Por debajo de su manto un resplandor se reflejaba en el suelo de mármol, tan brillante como el sol de mediodía.

Ah, éste era exactamente el público que V quería tener ahora. Vaya, vaya.

Hizo una reverencia y se quedó quieto, mientras trataba de encontrar la forma de darle un sorbo al vaso estando en esa posición.

—Me siento honrado.

—¡Qué mentiroso! —exclamó ella secamente—. Levántate, guerrero. Quiero ver tu rostro.

V hizo su mejor esfuerzo por poner cara de hola-cómo-te-va, en lugar de la expresión de maldita-sea que tenía en este momento. ¡Maldición! Wrath lo había amenazado con denunciarlo ante la Virgen Escribana si no era capaz obedecer las reglas. Parece que había cumplido su palabra.

Mientras se enderezaba, V pensó si darle un sorbo al vodka podría ser considerado como un insulto.

—Sí, así sería —dijo la Virgen Escribana—. Pero haz lo que debes hacer.

Se tomó el vodka como si fuera agua y volvió a poner el vaso en el mueble bar. Quería más, pero con algo de suerte la visita de la Virgen no sería muy larga.

—El propósito de mi visita no tiene nada que ver con tu rey. —La Virgen Escribana se acercó flotando y se detuvo cuando estaba apenas a unos treinta centímetros de él. V combatió el impulso de dar un paso hacia atrás, en especial cuando ella estiró una mano resplandeciente y le acarició la mejilla. El poder de la Virgen Escribana era como el de un rayo: letal y preciso. Uno nunca quería ser su blanco—. Es la hora.

«¿Hora de qué?», pensó V, pero guardó silencio. Uno no le hacía preguntas a la Virgen Escribana. A menos que quisiera agregar a su currículum el honor de haber sido utilizado para limpiar el suelo.

—Tu cumpleaños se acerca.

Cierto, pronto cumpliría trescientos tres años, pero no se le ocurría ninguna razón para que eso lo hiciera merecedor de una visita de la Virgen Escribana. Si quería desearle un feliz cumpleaños, una tarjeta por correo habría sido suficiente. Joder, podía sacar una tarjeta electrónica de felicitación y mandársela ese día.

—Y tengo un regalo para ti.

—Me siento honrado. —Y confundido.

—Tu compañera está lista.

Vishous tembló de arriba abajo, como si alguien lo hubiese pinchado en el trasero con un cuchillo.

—Perdón, pero qué… —«Sin preguntas, idiota»—. Ah… con el debido respeto, yo no tengo compañera.

—Sí la tienes. —La Virgen dejó caer su brazo resplandeciente—. La he escogido entre todas las Elegidas para que sea tu primera compañera. Es la de sangre más pura, la belleza más sublime. —Al ver que V abría la boca, la Virgen Escribana siguió hablando como si fuera una apisonadora—. Vosotros dos os aparearéis y procrearéis y luego tú también engendrarás hijos con las demás. Tus hijas vendrán a engrosar las filas de las Elegidas. Tus hijos se convertirán en miembros de la Hermandad. Ése es tu destino: convertirte en el Gran Padre de las Elegidas.

La palabra Gran Padre cayó como una bomba de hidrógeno.

—Discúlpame, Virgen Escribana… Eh… —V se aclaró la garganta y recordó que si uno hacía enfadar a su santidad, después se necesitaban unas pinzas para recoger los pedazos humeantes de lo que quedaba—. No es mi intención ofenderte, pero yo no voy a tomar compañera, pues mi propia…

—Sí lo harás. Y te aparearás con ella mediante la ceremonia apropiada y ella dará luz a tu descendencia. Al igual que lo harán las otras.

De repente, V se imaginó atrapado en el Otro Lado, rodeado de mujeres, si poder pelear, sin poder ver a sus hermanos… o… Dios, a Butch… y se quedó con la boca abierta.

—Mi destino es ser guerrero. Con mis hermanos. Yo estoy donde debo estar.

Además, con lo que le habían hecho, ¿sería posible que él tuviera descendencia?

V esperaba que la Virgen se enfureciera por su insubordinación, pero en lugar de eso dijo:

—Es muy temerario por tu parte negar la posición que se te ha asignado. Eres tan parecido a tu padre…

Error. Él y el Sanguinario no tenían nada en común.

—Santidad…

—Harás lo que te digo. Y te someterás por tu propia voluntad.

La respuesta de V no se hizo esperar, violenta y dura.

—Para eso necesitaría una maldita buena razón.

—Tú eres mi hijo.

V dejó de respirar y sintió que su pecho se convertía en cemento. Seguramente era una generalización…

—Hace trescientos tres años saliste de mi vientre. —De pronto, se levantó la capucha que cubría la cara de la Virgen Escribana, dejando al descubierto una belleza fantasmagórica y etérea—. Levanta tu llamada mano maldita y verás nuestra verdad.

Con el corazón en la garganta, V levantó su mano enguantada y se quitó el guante de cuero con torpeza. Horrorizado, se quedó observando lo que había detrás de la piel tatuada: el resplandor de su mano era idéntico al de ella.

¡Por Dios! ¿Por qué nunca antes había establecido la conexión?

—Tu ceguera —dijo ella— te permitió negarlo. Sencillamente no querías ver la verdad.

V se alejó de ella con pasos inseguros. Cuando tropezó con el colchón, se dejó caer y se dijo que aquél no era momento para perder la cabeza…

Pero, espera… tal vez ya la había perdido. Y eso era bueno porque, de otra manera, en este momento estaría gritando como loco.

—¿Cómo… es posible? —Sí, ésa era una pregunta, pero ¿a esas alturas a quién le importaba?

—Sí, supongo que, por esta vez, puedo perdonarte por hacer esa pregunta. —La Virgen Escribana flotó alrededor de la habitación, desplazándose sin caminar, mientras su vestido permanecía congelado, como si estuviera tallado en piedra. En medio del silencio, V pensó que ella le recordaba a una pieza de ajedrez: la reina, aquella ficha que, a diferencia del resto de las piezas del tablero, podía desplazarse en todas direcciones.

Cuando por fin habló, su voz parecía de ultratumba. Imbuida de autoridad.

—Yo quería saber cómo era la concepción y el alumbramiento físico, así que adopté una forma que me permitiera tener relaciones sexuales y me marché al Viejo Continente en estado de fertilidad. —De pronto se detuvo frente a las puertas de cristal de la terraza—. Elegí al hombre con base en lo que creía que eran los atributos masculinos más deseables para la supervivencia de la especie: fuerza y astucia, poder y agresión.

V pensó en su padre y trató de imaginarse a la Virgen Escribana teniendo relaciones con él. Mierda, eso debió de ser una experiencia brutal.

—Así fue —continuó ella—. Recibí exactamente lo que había ido a buscar y obtuve la dosis completa. Cuando el apareamiento comenzó, ya no hubo manera de echarse para atrás y él hizo honor a su naturaleza. Sin embargo, al final se negó a darme su semilla. De alguna manera sabía lo que yo quería y sabía quién era.

Sí, su padre era excelente para descubrir las motivaciones de los demás y aprovecharlas en beneficio propio.

—Probablemente fue ingenuo por mi parte pensar que podría pasar inadvertida para un macho como él. Ciertamente era astuto. —La Virgen Escribana miró a V desde el otro extremo de la habitación—. Me dijo que sólo me daría su semilla si le entregaba un hijo varón. Nunca había logrado engendrar un varón y sus instintos de guerrero querían tener esa satisfacción. Yo, sin embargo, quería a mi hijo para las Elegidas. Tu padre podía entender de tácticas y estrategias, pero no era el único. Yo también conocía bien sus debilidades y tenía el poder de garantizar el sexo de la criatura. Acordamos que él te tendría tres años después del nacimiento, durante tres siglos, y podría entrenarte para combatir en este lado. Después, tú servirías a mi propósito.

¿El propósito de ella? ¿El propósito de su padre? Mierda, ¿y él no tenía nada que opinar en el asunto?

La Virgen Escribana continuó en voz más baja.

—Después de llegar a un acuerdo, él me obligó a complacerlo durante horas y horas, hasta que la forma que había adoptado casi muere en el proceso. Estaba poseído por la necesidad de concebir y yo lo soporté porque también quería lo mismo.

Soportarlo era la expresión correcta. Al igual que el resto de los machos que vivían en el campamento de guerreros, V había sido obligado a observar a su padre teniendo relaciones sexuales. El Sanguinario no distinguía entre pelear y follar y no hacía ninguna concesión con respecto al tamaño o la fragilidad de las hembras.

La Virgen Escribana comenzó a moverse de nuevo por la habitación.

—Te entregué en el campamento el día que cumpliste tres años.

De repente V cobró conciencia del zumbido que sentía en la cabeza, como si un tren estuviera ganando velocidad. Gracias a ese bonito acuerdo entre sus padres, él había llevado una vida miserable, tratando siempre de superar las consecuencias de la crueldad de su padre y las perversas lecciones del campamento de guerreros.

—¿Y tú sabes lo que él me hizo? ¿Lo que me hicieron allí? —preguntó V, con una voz que parecía un gruñido.

—Sí.

V decidió mandar a la mierda todas las reglas de cortesía y dijo:

—Entonces, ¿por qué demonios me dejaste allí?

—Porque había empeñado mi palabra.

V se puso de pie rápidamente y se llevó la mano a la entrepierna.

—Me alegra saber que tu honor se ha mantenido intacto, aunque a mí no me pasó lo mismo. Sí, ése es un intercambio muy justo.

—Puedo comprender tu rabia…

—¿De verdad puedes, mamá? Ah, eso me hace sentir mucho mejor. Pasé veinte años de mi vida luchando por sobrevivir en esa letrina. ¿Y qué conseguí? Que mi cabeza y mi cuerpo se volvieran una mierda. ¿Y ahora tú quieres que yo me convierta en tu semental? —V sonrió con frialdad—. ¿Qué pasaría si no puedo dejarlas embarazadas? Si sabes lo que me ocurrió, ¿no has pensado en eso?

—Sí puedes.

—¿Cómo lo sabes?

—¿Acaso crees que hay alguna parte de mi hijo que no pueda ver?

—Tú… perra —susurró.

Una oleada de calor brotó del cuerpo de la Virgen Escribana, lo suficientemente caliente como para chamuscarle las cejas y luego su voz tronó en todo el ático.

—No te olvides de quién soy, guerrero. Me equivoqué al elegir a tu padre y los dos sufrimos por ese error. ¿Acaso crees que no me importó ver el curso que siguió tu vida? ¿Crees que te miraba desde lejos y me quedaba impávida? Me sentí morir todos los días al pensar en ti.

—Bueno, ahora sí pareces una maldita madre Teresa —gritó V, consciente de que su propio cuerpo había comenzado a calentarse—. Se supone que eres todopoderosa. Si te hubiera importado, aunque fuera un poco, podrías haber intervenido…

—Uno no elige su destino, se lo asignan…

—¿Quién se lo asigna? ¿Tú? Entonces, ¿es a ti a quien debo odiar por todas las malditas cosas que me hicieron? —Ahora V estaba resplandeciendo de arriba abajo; ni siquiera tuvo que bajar la mirada para saber que lo que estaba dentro de su mano se había extendido por todo su cuerpo. Exactamente igual a ella—. ¡Dios! ¡Maldita sea!

—Hijo…

V enseñó los colmillos.

—No me llames así. Nunca. Madre e hijo… Tú y yo no somos eso. Mi madre habría hecho algo. Cuando yo no podía defenderme, mi madre habría estado allí…

—Yo quería estar…

—Cuando yo estaba sangrando, herido y aterrorizado, mi madre habría estado allí. Así que no me vengas ahora con esa mierda de mi hijo querido.

Hubo un largo silencio. Luego se oyó la voz de la Virgen Escribana, clara y fuerte.

—Te presentarás ante mí al terminar mi retiro, que comienza esta noche. Se te mostrará a tu compañera como una formalidad. Regresarás cuando ella esté adecuadamente preparada para que la sirvas y harás lo que fuiste concebido para hacer. Y lo harás por tu propia elección.

—De ninguna manera. Y al diablo contigo.

—Vishous, hijo del Sanguinario, lo harás porque, si no lo haces, la raza no sobrevivirá. Si existe alguna esperanza de soportar la carnicería de la Sociedad Restrictiva, se necesitan más hermanos. Los miembros de la Hermandad no son más que un puñado ahora. En épocas anteriores había veinte o treinta guerreros como vosotros. ¿De dónde podrían salir más guerreros si no es de un linaje cuidadosamente seleccionado?

—Tú permitiste que Butch entrara en la Hermandad, y él no era…

—Ésa fue una dispensa especial para honrar el cumplimiento de una profecía. Pero no es lo mismo y tú lo sabes muy bien. Su cuerpo nunca será tan fuerte como el tuyo. Si no fuera por su poder innato, nunca podría funcionar como un hermano.

V desvió la mirada.

La supervivencia de la especie. La supervivencia de la Hermandad.

Mierda.

Se paseó un poco y terminó junto a su mesa de operaciones y su pared de juguetes.

—Yo no soy el indicado para esa clase de trabajo. No soy un héroe. No estoy interesado en salvar el mundo.

—La lógica está en la biología y no se puede contradecir.

Vishous levantó su mano resplandeciente y pensó en la cantidad de veces que la había usado para incinerar cosas. Casas. Coches.

—¿Y qué hay de esto? ¿Quieres tener a toda una generación con una maldición como la mía? ¿Qué sucederá si mis descendientes heredan esto?

—Es un arma excelente.

—Lo mismo que una daga, pero uno no incinera a sus amigos con una daga.

—Tú recibiste una bendición, no una maldición.

—¿Ah, sí? Trata de vivir con esto.

—El poder exige sacrificio.

V soltó una carcajada.

—Bueno, pues yo renunciaría a esto en cualquier momento con tal de ser normal.

—No obstante, tienes un deber para con tu especie.

—Ah, sí, claro. De la misma forma que tú tenías un deber con el hijo que trajiste al mundo. Será mejor que reces para que yo resulte más consciente de mis responsabilidades.

V se quedó mirando la ciudad por la ventana y pensando en la cantidad de civiles que había visto golpeados, heridos y muertos a manos de los restrictores del Omega. Miles de inocentes habían muerto a lo largo de los siglos a manos de esos bastardos, y la vida ya era suficientemente difícil como para que, además, a uno lo estuvieran persiguiendo. Él debería saberlo.

Demonios, detestaba pensar que la Virgen Escribana tenía razón en cuanto a la lógica. Ahora sólo había cinco miembros en la Hermandad, incluso con la entrada de Butch: de acuerdo con la ley, Wrath no podía combatir porque era el rey. Tohrment había desaparecido. Darius había muerto el verano anterior. Así que sólo había cinco para enfrentarse a un enemigo que estaba siempre en continua renovación. Para empeorar las cosas, los restrictores tenían una fuente infinita de humanos que podían arrastrar a sus filas de inmortales, mientras que los hermanos tenían que nacer y ser criados como tales y sobrevivir a la transición. Claro, los estudiantes que estaban entrenando en la parte posterior del complejo se convertirían algún día en soldados. Pero esos chicos nunca poseerían el tipo de poder y resistencia, ni la capacidad de curación que tenían los descendientes de la Hermandad.

Y en cuanto a la posibilidad de procrear más hermanos… no había muchos padres donde escoger. Al ser el rey, Wrath podía estar con cualquier mujer de la especie, pero estaba absolutamente enamorado de Beth. Al igual que lo estaban Rhage y Z de sus mujeres. Suponiendo que Tohr todavía estuviera vivo y alguna vez regresara, no iba a tener ánimo de dejar embarazadas a las Elegidas. Phury era la otra posibilidad, pero era célibe y tenía el corazón roto. En realidad no era un hombre de los que se enredan con putas.

—Mierda. —Mientras V reflexionaba sobre la situación, la Virgen Escribana guardó silencio. Como si supiera que una sola palabra de ella podría hacer que mandara todo a paseo, incluida la raza.

Finalmente se volvió hacia ella.

—Lo haré, pero con una condición.

—¿Cuál?

—Viviré aquí, con mis hermanos. Pelearé con mis hermanos. Iré al Otro Lado para… —¡Mierda! ¡Ay, Dios! acostarme con quien sea. Pero mi hogar está aquí.

—El Gran Padre vive…

—Pero éste no, así que tómalo o déjalo. —V miró a la Virgen Escribana con odio—. Y quiero que sepas una cosa. Soy lo suficientemente egoísta como para marcharme ahora mismo de aquí si tú no aceptas. Y entonces, ¿qué harías? Después de todo, no me puedes obligar a follar con mujeres durante el resto de mi vida, a menos que tú misma quieras ocuparte de mi verga. —Sonrió con frialdad—. Qué tal esa lección de biología, ¿eh?

Ahora fue la Virgen Escribana la que empezó a pasearse por la habitación. Mientras V la observaba y esperaba, pensó con odio en que los dos parecían reflexionar de la misma manera, moviéndose.

La Virgen se detuvo junto a la mesa, sacó una mano resplandeciente y la pasó por encima de la tabla de madera. Los restos de la sesión de sexo se evaporaron y todo el desorden desapareció, como si ella no aprobara lo sucedido.

—Pensé que tal vez te gustaría una vida de placeres. Una vida en la que estuvieras protegido y no tuvieras que pelear.

—¿Y desperdiciar todo ese cuidadoso entrenamiento que recibí de la mano de mi padre? Eso que sería un desperdicio. En cuanto a la protección, me habría sido muy útil hace trescientos años. Ya no.

—Pensé que tal vez… te gustaría tener una compañera propia. La que escogí para ti tiene el mejor linaje. Una muchacha de sangre pura, elegante y hermosa.

—Y también escogiste a mi padre, ¿cierto? Entonces tendrás que disculparme si no muestro demasiado entusiasmo.

La mirada de la Virgen Escribana se posó sobre el equipo de juguetes eróticos.

—Te gustan los apareamientos… tan bruscos.

—Soy hijo de mi padre. Tú misma lo dijiste.

—No podrás ejercer estas… prácticas sexuales con tu compañera. Sería vergonzoso y terrible para ella. Y no puedes estar con ninguna otra mujer distinta de las Elegidas. Eso sería una degradación.

V trató de imaginarse cómo sería renunciar a sus tendencias.

—Mi monstruo necesita salir de vez en cuando. En especial ahora.

—¿Ahora?

—Vamos, mamá. Tú conoces todo de mí, ¿no? Así que ya debes saber que dejé de tener visiones y estoy medio psicótico por la falta de sueño. Con seguridad sabes que la semana pasada salté desde este edificio. Cuanto más tiempo continúe esto, peor me voy a poner, en especial si no puedo hacer un poco de… ejercicio.

La Virgen Escribana hizo un gesto de desprecio que indicaba que no estaba de acuerdo.

—No ves nada porque te encuentras en medio de una encrucijada en tu propio camino. Y el libre albedrío no se puede ejercer si uno sabe cuál será el resultado final; en consecuencia, la parte de ti que puede ver el futuro se suprime a sí misma de manera natural. Ya regresará.

Por alguna razón totalmente absurda, V sintió una sensación de alivio, aunque siempre había combatido la intrusión del destino de los demás en su cabeza, desde que comenzó a tener visiones hacía varios siglos.

Luego de repente comprendió una cosa.

—Tú no sabes lo que sucederá conmigo, ¿verdad? No sabes qué voy a hacer.

—Quiero tu palabra de que cumplirás con tus deberes en el Otro Lado. Que te encargarás de lo que hay que hacer allí. Y la quiero ahora.

—Dilo. Di que no sabes lo que pasará. Si quieres mi promesa, concédeme eso.

—¿Para qué?

—Quiero saber que hay algo sobre lo que tú no tienes poder —dijo V con rabia—. Para que sepas cómo me siento.

El calor que emanaba de la Virgen Escribana fue subiendo hasta convertir el ático en una sauna. Pero luego dijo:

—Tu destino es el mío. No conozco tu camino.

V cruzó los brazos sobre el pecho y se sintió como si le fueran a pasar una soga alrededor del cuello y estuviera parado en una silla raquítica. Maldición.

—Tienes mi palabra.

—Toma esto y acepta tu denominación como Gran Padre. —La Virgen Escribana le alcanzó un pesado medallón de oro, atado a una cuerda de seda negra. Cuando V agarró el medallón, la Virgen asintió una vez con la cabeza para sellar su pacto—. Ahora me iré e informaré a las Elegidas. Mi retiro termina en varios días a partir de hoy. Vendrás a mí en ese momento y serás instalado como el Gran Padre. —La capucha negra volvió a levantarse sin que ella tuviera que usar las manos. Justo antes de que cayera sobre su rostro resplandeciente, la Virgen se despidió—: Hasta entonces. Cuídate.

Luego desapareció sin hacer ningún ruido ni ningún movimiento, como una luz que se extingue.

V se dirigió hasta la cama antes de que sus rodillas lo traicionaran. Cuando su trasero tocó el colchón, se quedó mirando el medallón. El oro era antiguo y estaba marcado con caracteres en lengua antigua.

No quería tener hijos. Nunca había querido tenerlos. Aunque suponía que, bajo estas circunstancias, no era más que un donante de esperma. En realidad, no tendría que ser el padre de ninguno de esos hijos, lo cual era un alivio. No servía para eso.

Guardó el medallón en el bolsillo trasero de sus pantalones de cuero y se cogió la cabeza con las manos. De repente, recordó imágenes de él mientras crecía en el campamento de guerreros, recuerdos diáfanos y nítidos como un cristal. Tras soltar una maldición en lengua antigua, buscó su chaqueta, sacó el teléfono y tecleó un número de marcación rápida. Cuando se oyó la voz de Wrath al otro lado de la línea, también se oyó un zumbido al fondo.

—¿Tienes un minuto? —preguntó V.

—Sí, ¿qué sucede? —Al oír que V no respondía, Wrath bajó más la voz—. ¿Vishous? ¿Estás bien?

—No.

Luego se oyó un ruido y se oyó la voz de Wrath a lo lejos.

—Fritz, ¿podrías venir a aspirar más tarde? Gracias, hombre. —El zumbido cesó y se oyó una puerta que se cerraba—. Te escucho.

—¿Recuerdas… ah, recuerdas la última vez que te emborrachaste? ¿Que te emborrachaste de verdad?

—Mierda… Ah… —En medio de la pausa, V se imaginó las cejas negras del rey, hundiéndose detrás de las gafas oscuras—. Dios, creo que fue contigo. Por allá en mil novecientos, ¿cierto? Siete botellas de whisky entre los dos.

—En realidad fueron nueve.

Wrath soltó una carcajada.

—Empezamos a las cuatro de la tarde y tardamos… ¿cuánto?, ¿catorce horas? Estuve inconsciente durante todo el día siguiente. Cien años después y todavía creo que siento la resaca.

V cerró los ojos.

—Recuerdas que cuando estaba amaneciendo, yo, ah… ¿te dije que nunca había conocido a mi madre? ¿Que no tenía ni idea de quién era y qué había ocurrido con ella?

—La mayor parte de ese episodio es un recuerdo borroso, pero, sí, me acuerdo de eso.

Dios, estaban tan perdidos ese día. Borrachos como cubas. Y ésa era la única razón por la cual V había abierto un pequeño resquicio para hablar acerca de lo que le taladraba la cabeza día y noche.

—¿V? ¿Qué ocurre? ¿Esto tiene algo que ver con tu mahmen?

V se dejó caer sobre la cama. Cuando aterrizó, el medallón que tenía en el bolsillo se le clavó en el trasero.

—Sí… Acabo de conocerla.