24

Cuando John se despertó, el primer pensamiento que cruzó por su cabeza era que quería un helado con caramelo caliente, con trocitos de beicon encima. Lo cual era realmente asqueroso.

Sólo que, maldición… el chocolate y el beicon serían como el cielo en ese momento.

Abrió los ojos y se sintió aliviado de ver el techo de la habitación en la que dormía, pero estaba confundido con respecto a lo que había ocurrido. Era algo traumático. Algo trascendental. Pero ¿qué?

Levantó la mano para frotarse los ojos… y de pronto dejó de respirar.

Lo que estaba unido a su brazo era enorme. La mano de un gigante.

Entonces levantó la cabeza y se miró el cuerpo o… el cuerpo de otra persona. ¿Acaso le había donado la cabeza a alguien más durante el día? Porque estaba seguro de que, antes, su cerebro no estaba conectado a ese cuerpo.

La transición.

—¿Cómo te sientes, John?

John miró hacia el lugar de donde venía la voz de Wrath. El rey y Beth estaban al pie de la cama y parecían absolutamente exhaustos.

John tuvo que concentrarse para lograr que sus manos le dieran forma a las palabras:

—¿Lo logré?

—Sí. Sí, hijo, lo conseguiste. —Wrath carraspeó y Beth le acarició el antebrazo lleno de tatuajes, como si supiera que él estaba embargado por la emoción—. ¡Enhorabuena!

John parpadeó rápidamente y sintió como una opresión en el pecho.

—¿Todavía soy… yo mismo?

—Sí. Siempre.

—¿Queréis que me vaya? —dijo una voz femenina.

John giró la cabeza. Layla estaba de pie en un rincón oscuro, y su rostro y su cuerpo perfectamente hermosos estaban ocultos entre las sombras.

Enseguida, John se excitó y tuvo una erección.

Como si alguien hubiese inyectado acero en su pene.

Se apresuró a taparse y le dio gracias a Dios cuando vio que ya tenía una manta encima. Mientras se recostaba contra la almohada, Wrath estaba hablando, pero John sólo podía concentrarse en las palpitaciones que sentía entre las piernas… y en la mujer que estaba al otro lado de la habitación.

—Será un placer quedarme —dijo Layla, haciendo una pronunciada inclinación.

John pensó que era bueno que se quedara. El hecho de que ella se quedara era…

Un momento, claro que no era bueno. Él no pensaba tener sexo con ella, por amor de Dios.

Layla dio un paso al frente y entró en el círculo de luz que arrojaba la lámpara que había sobre la mesilla de noche. Tenía la piel blanca como la luz de la luna y tan tersa como una sábana de satén. También debía ser suave… al tocarla con sus manos, con su boca… con su cuerpo. De repente John sintió un cosquilleo a ambos lados del maxilar superior, en la parte delantera, y luego algo pareció proyectarse dentro de su boca. Tras pasarse rápidamente la lengua por los dientes, John sintió las puntas afiladas de sus colmillos.

El deseo rugió a lo largo de su cuerpo y tuvo que desviar la mirada.

Wrath se rió entre dientes, como si supiera lo que John estaba sintiendo.

—Vamos a dejarlos solos. John, estamos al otro lado del pasillo, por si nos necesitas.

Beth se inclinó y le acarició la mano con mucha suavidad, casi sin tocarlo, como si supiera exactamente lo sensible que tenía la piel.

—Estoy muy orgullosa de ti.

Cuando sus miradas se cruzaron, en lo único que John pudo pensar fue en decir «Y yo de ti».

Pero como eso no tenía ningún sentido, simplemente dijo con torpeza:

—Gracias.

Salieron de la habitación cerrando la puerta detrás de ellos, dejándolos solos a él y a Layla. Ay, esto no estaba bien. A juzgar por el control que tenía sobre su cuerpo, John se sintió como si estuviera montado en un caballo mecánico.

Como no era muy seguro mirar a la Elegida, decidió echarle un vistazo al baño. A través de la puerta vio la ducha de mármol y le entraron ganas de darse una ducha.

—¿Acaso le gustaría darse un baño, excelencia? —dijo Layla—. ¿Quiere que abra el grifo?

John asintió con la cabeza con intención de que ella se ocupara en algo, mientras que él trataba de pensar en qué iba a hacer.

«Cógela. Tíratela. Fóllatela de doce maneras distintas».

Muy bien, sí, eso no era lo que debería estar haciendo.

Se oyó el ruido de la ducha y Layla regresó y, antes de que John se diera cuenta de lo que estaba pasando, la manta salió volando de encima de su cuerpo. John trató de cubrirse con las manos, pero los ojos de ella se clavaron antes en su erección.

—¿Puedo ayudarle a ir hasta el baño? —preguntó Layla con voz ronca, mirando las caderas de John como si aprobara lo que veía.

Aquello infló todavía más el enorme peso que tenía bajo las palmas de las manos.

—¿Excelencia?

¿Cómo se suponía que iba a responde con el lenguaje de los signos en esa situación?

No importa. De todas maneras, ella no iba a entenderle.

John negó con la cabeza y se incorporó, manteniendo una mano sobre el pene y apoyando la otra en el colchón para impulsarse. Mierda, se sentía como una mesa a la que le hubiesen aflojado los tornillos y cuyas partes ya no encajaran bien. Y el viaje hasta el baño parecía como una carrera de obstáculos, aunque no había nada en el camino.

Al menos ya no estaba concentrado sólo en Layla.

Con una mano sobre el pene, John se levantó y se dirigió al baño tambaleándose, tratando de no pensar en que le estaba mostrando el trasero a Layla. Mientras avanzaba, se le vinieron a la cabeza imágenes de potrillos recién nacidos, en especial de aquellos cuyas delgadas patas se doblan como alambres mientras luchan por ponerse de pie. A él le pasaba lo mismo. Parecía que las rodillas se le iban a doblar en cualquier momento haciéndole ir a parar al suelo como un idiota.

Bien. Ya estaba en el baño. Buen trabajo.

Ahora sólo era cuestión de tratar de no golpearse contra las paredes de mármol. Aunque, Dios, el placer de bañarse compensaría cualquier golpe. Sólo que llegar hasta la ducha que tanto deseaba se había convertido en un problema. Cuando se metió debajo del chorro suave y caliente, John sintió como si lo estuvieran azotando y dio un salto hacia atrás, justo a tiempo para alcanzar a ver con el rabillo del ojo que Layla se estaba desnudando en el rincón.

¡Por Dios santo… era hermosísima!

Al ver que ella se metía en la ducha con él, John se quedó sin palabras y no precisamente porque no le funcionaran las cuerdas vocales. Tenía unos pechos grandes y los pezones rosados sobresalían en la mitad de su magnífica redondez. La cintura parecía suficientemente pequeña como para circundarla con las manos. Las caderas establecían un equilibrio perfecto con los hombros estrechos. Y su sexo… su sexo estaba expuesto a los ojos de John, la piel suave y afeitada, que permitía ver una pequeña ranura compuesta por dos pliegues que John se moría por separar.

John se agarró la pelvis con las dos manos, como si su pene fuera capaz de salir volando de la zona púbica.

—¿Puedo bañarle, excelencia? —pidió ella, mientras que el vapor giraba alrededor de ellos como un velo en medio de la brisa.

La erección que ocultaban sus manos se sacudió.

—¿Excelencia?

John asintió con la cabeza y su cuerpo se estremeció. Luego pensó en Qhuinn, mientras les estaba contando lo que había hecho con la mujer con la que había estado. Ay, Dios… Y ahora le estaba sucediendo a John.

Layla cogió el jabón y comenzó a girarlo entre las palmas de sus manos, dándole vueltas y más vueltas, mientras que la espuma blanca caía al suelo de baldosas. John se imaginó que ella tenía su pene en las manos y tuvo que respirar por la boca.

«Mira cómo se balancean sus senos», pensó, mientras se pasaba la lengua por los labios. John se preguntó si ella le permitiría besarla allí. ¿A qué sabría? ¿Acaso le permitiría meterse en sus…?

De pronto su pene saltó y él dejó escapar un gemido lastimero.

Layla puso otra vez el jabón en la jabonera de la pared.

—Tendré mucho cuidado, pues está usted muy sensible.

John tragó saliva y rezó para no perder el control, mientras ella se acercaba con las manos enjabonadas y las ponía sobre sus hombros. Desgraciadamente, la expectativa fue mucho más placentera que la realidad, pues incluso las suaves caricias de Layla eran como papel lija sobre una piel quemada por el sol… y sin embargo, John se moría por sentirla. Se moría por ella.

Mientras que el olor del jabón perfumado inundaba el aire húmedo y cálido, Layla acarició con sus manos los brazos de John, subiendo y bajando para pasar luego a la zona de su impresionante pecho. El agua jabonosa comenzó a deslizarse por encima del abdomen y a meterse entre sus dedos, antes de caer al suelo desde su sexo, en suaves copos.

John se concentró en la cara de Layla, mientras que ella le enjabonaba el pecho, y le pareció muy erótico que sus ojos color verde pálido vagabundearan por su nuevo e inmenso cuerpo.

John pensó que ella también lo deseaba. Deseaba tener lo que él estaba cubriendo con las manos. Deseaba lo que él quería darle.

Layla volvió a tomar el jabón de la jabonera y se arrodilló ante él. Todavía tenía el pelo sujeto en un moño y él quería soltárselo, para ver qué aspecto tendría mojado y pegado a sus senos.

Cuando Layla puso las manos en la parte inferior de la pierna y comenzó a subir, levantó los ojos. En un segundo, John se la imaginó abriendo la boca para recibir su erección, mientras que sus mejillas se inflaban y desinflaban a medida que lo chupaba.

John gimió y se tambaleó un poco, de modo que se golpeó el hombro.

—Quite las manos, excelencia.

Aunque John tenía pánico de lo que iba a suceder después, quería obedecerle. Sólo que, ¿qué pasaría si quedaba en ridículo? ¿Qué pasaría si no podía controlarse y eyaculaba sobre la cara de Layla? ¿Qué pasaría si…?

—Excelencia, quite las manos.

John retiró lentamente las manos y su erección se proyectó al vacío desde las caderas, desafiando la gravedad y liberándose de sus cadenas.

Ay, Dios. Ay, Dios… La mano de Layla estaba subiendo hacia…

Pero tan pronto le tocó el pene, la erección desapareció y John se vio de repente en una escalera sucia. Con un arma apuntándole. Y siendo violado mientras lloraba en silencio.

John se alejó de las manos de Layla y salió de la ducha dando tumbos, resbalando sobre el suelo de mármol. Para no caerse, se sentó en el inodoro.

Indigno. Nada varonil. Típico. Finalmente tenía un cuerpo enorme, pero seguía siendo tan poco hombre como cuando estaba encerrado en ese cuerpo diminuto.

John oyó que cerraban el grifo y Layla se tapaba con una toalla. Luego ella preguntó con voz temblorosa:

—¿Quiere que me vaya?

John asintió con la cabeza, demasiado avergonzado para mirarla.

Cuando por fin levantó la cabeza, mucho después, estaba solo en el baño. Solo y frío, pues ya había desaparecido el calor de la ducha y todo ese glorioso vapor se había desvanecido como si nunca hubiese existido.

Su primera vez con una hembra… y su erección se había desinflado. Dios, John sintió deseos de vomitar.

‡ ‡ ‡

V perforó la piel de Jane con sus colmillos y penetró en su garganta, mientras pinchaba la vena y se agarraba a ella con los labios. Como Jane era humana, la explosión de poder que sintió al chupar no provenía de la composición de la sangre sino del hecho de que era de ella. Lo que V ansiaba era saborear la sangre de Jane. Saborearla… y apoderarse de una parte de ella.

Cuando la oyó gritar, V supo que no era un grito de dolor. El cuerpo de Jane resplandecía debido a la excitación y ese aroma se intensificó todavía más cuando él comenzó a tomar de ella lo que quería, a tomar posesión de su sexo con el pene y de su sangre con la boca.

—Llega al clímax conmigo —dijo bruscamente, soltándole la garganta, mientras la dejaba apoyarse sobre el lavabo otra vez—. Llega… al… clímax… conmigo.

—Ay, Dios…

V pegó las caderas contra Jane cuando comenzó a tener un orgasmo y ella llegó a la cima con él, mientras que su cuerpo se apoderaba de la erección de V, al mismo tiempo que él devoraba su sangre. Era un intercambio justo y satisfactorio; ahora ella estaba dentro de él y él estaba dentro ella. Era correcto. Era bueno.

Mía.

Cuando terminaron, los dos estaban jadeando.

—¿Estás bien? —preguntó V con la respiración entrecortada, muy consciente de que esa pregunta nunca antes había salido de su boca después de tener relaciones sexuales.

Al ver que Jane no respondía, se separó de ella un poco. Sobre la piel clara de Jane se veían unas cuantas marcas rojas que evidenciaban la brusquedad con que la había tratado. Casi todas las personas con las que había follado en la vida habían terminado con cardenales porque a él le gustaba ser rudo, necesitaba ser rudo. Y nunca antes se había preocupado por las señales que dejaba en los cuerpos de otras personas.

Pero ahora sí se preocupó. Y se preocupó mucho más cuando se pasó la mano por la boca y se limpió una gota de sangre.

Ay, Dios… Había abusado horriblemente de ella. Había sido demasiado brusco.

—Jane, yo…

—Maravilloso. —Jane sacudió la cabeza y el pelo rubio cayó sobre sus mejillas—. Eso ha sido… maravilloso.

—¿Estás segura de que no…?

—Sencillamente maravilloso. Aunque tengo miedo de soltarme de este lavabo porque creo que me caería.

V sintió una oleada de alivio que empezó a zumbar en su cabeza.

—No quería hacerte daño.

—Me has dejado abrumada… pero en el sentido de que si tuviera una buena amiga la llamaría y le diría: «Ay, por Dios, acabo de tener el mejor sexo de mi vida».

—Bien. Eso está… muy bien. —V no quería salirse de su vagina, sobre todo cuando ella estaba hablando de esa manera, pero de todas maneras echó las caderas hacia atrás y su pene se deslizó inmediatamente hacia fuera para darle a Jane un respiro.

Desde atrás ella era exquisita. Absolutamente hermosa. Totalmente deseable. V sintió que su erección palpitaba como si fuera un corazón, mientras se volvía a poner el pantalón del pijama y se cubría con la tela de franela.

Después de incorporar lentamente a Jane, V miró el reflejo de su cara en el espejo. Tenía los ojos vidriosos, la boca abierta y las mejillas coloradas. En el cuello se veía la marca de sus colmillos, justo donde él la quería: donde todo el mundo pudiera verla.

V le dio la vuelta de modo que ella quedara frente a él y luego deslizó su índice enguantado por la garganta de Jane, para recoger el hilillo de sangre que resbalaba de las marcas. Después lamió el cuero negro y saboreó el gusto de su sangre, pensando que deseaba más.

—Voy a cerrar esto, ¿vale?

Ella asintió y él bajó la cabeza y se hundió en su cuello. Mientras pasaba delicadamente la lengua por los agujeros, cerró los ojos y se perdió en la sensación del olor de Jane. La próxima vez quería meterse dentro de sus piernas y pinchar la vena que bajaba por la articulación de las caderas, de manera que pudiera alternar el placer de beber su sangre con el de lamer su sexo.

V se inclinó hacia el lado y abrió la ducha, y luego le quitó a Jane la camisa de botones que tenía puesta. Llevaba un sujetador de encaje blanco y las puntas rosadas de los pezones se alcanzaban a ver a través del encaje. Después de agacharse, V chupó uno de los pezones a través del sujetador y fue recompensado con un gemido que estalló en la garganta de Jane, mientras hundía su mano en el pelo de V.

V gruñó y deslizó su mano por entre las piernas de Jane. Lo que había dejado depositado en ella todavía estaba entre sus muslos y, aunque eso lo convertía en un desgraciado, V pensó que quería que eso se quedara ahí para siempre. Quería dejar eso donde estaba y poner más dentro de ella.

Ah, sí, los instintos del hombre enamorado. Quería estar sobre ella por completo como si fuera su piel.

V le quitó el sujetador y la metió en la ducha, empujándola suavemente por los hombros, para colocarla bajo el bajo el chorro de agua caliente. Él también se metió y los pantalones del pijama se empaparon, al tiempo que sentía la suavidad del suelo de mármol bajo las plantas de los pies. Después le echó el pelo hacia atrás y le retiró los mechones que tenía sobre la cara, mientras la miraba a los ojos.

«Mía».

—Todavía no te he besado —dijo.

Jane se arqueó sobre él, apoyándose sobre su pecho para no caerse, exactamente como él quería que hiciera.

—No, en la boca no.

—¿Puedo?

—Por favor.

Mierda, V se sintió nervioso al mirar los labios de Jane. Lo cual era muy extraño. Había tenido muchas relaciones sexuales en el curso de su vida, de diferentes clases y con distintas combinaciones, pero la perspectiva de besarla como es debido borró aquellos recuerdos. En ese momento V se convirtió en el muchacho virgen que nunca había sido y se sentía igual de perdido y de frágil.

—Entonces, ¿vas a besarme o no? —preguntó Jane, al ver que V dilataba el asunto.

Ay… mierda.

Con una sonrisa como la de la Mona Lisa, Jane le cogió la cara entre las manos.

—Ven aquí.

Tiró de él hacia abajo, le ladeó un poco la cabeza y rozó sus labios contra los de V. El cuerpo de V se estremeció de arriba abajo. En el pasado había experimentado lo que era el poder: el poder de sus propios músculos, el poder de su maldita madre sobre su destino, el poder de su rey sobre su vida, el poder de sus hermanos en su trabajo, pero nunca había dejado que nadie lo venciera.

Sin embargo, Jane acababa de vencerlo en ese instante. Cuando cogió la cara de V entre sus manos, ella se convirtió en su dueña absoluta.

V la abrazó y puso sus labios sobre los de ella, en una comunión tan dulce que él nunca se imaginó que podría desear y, mucho menos, reverenciar. Cuando se separaron, V enjabonó el cuerpo esbelto de Jane y después la enjuagó. Le echó champú en el pelo y la limpió entre las piernas.

Tratarla con delicadeza era como respirar… una función automática de su cuerpo y su cerebro, que no necesitaba ninguna orden extra.

Luego cerró el grifo, la secó con la toalla, la alzó entre sus brazos y la llevó de nuevo a la cama. Cuando Jane se estiró sobre la colcha negra, con los brazos sobre la cabeza y las piernas ligeramente separadas, no era más que una mujer ruborizada, toda piel y músculos.

Con los ojos entrecerrados, Jane se quedó mirándolo.

—Tu pijama está mojado.

—Sí.

—Estás excitado.

—Así es.

Ella arqueó el cuerpo sobre la cama y la ondulación subió desde las caderas hasta el torso y los pechos.

—¿Y vas a hacer algo al respecto?

V descubrió sus colmillos y resopló.

—Si me lo permites.

Jane movió una pierna hacia un lado y V sintió que los ojos se le iban a salir de las órbitas. Tenía la vagina húmeda y brillante y no precisamente porque todavía estuviera mojada por el baño.

—¿Te parece que esto sea un no? —dijo ella.

V se quitó los pantalones en un segundo y se montó sobre ella, besándola larga y profundamente, mientras le levantaba las caderas para acomodarse y hundirse de nuevo en ella. Era mucho mejor estar con ella así, de verdad, no en medio de un sueño. Y cuando Jane comenzó a tener un orgasmo, y otro… y otro… V sintió que el corazón se le rompía.

Por primera vez en la vida estaba teniendo relaciones sexuales con alguien a quien amaba.

Por un momento sintió pánico por haberse expuesto de esa manera. ¿Cómo demonios había sucedido esto?

Pero luego pensó que ésta era su última —bueno, su única— oportunidad de saber lo que era el amor, ¿no es así? Y ella no se iba a acordar después de nada, así que era seguro: Jane no terminaría con el corazón roto al final.

Además… bueno, el hecho de que ella no lo recordara también hacía que todo esto fuera más seguro para él, ¿no? Como aquella noche en que él y Wrath se emborracharon como cubas y V habló sobre su madre.

Cuanta menos gente supiera cosas sobre él, mejor.

Sólo que, maldición, ¿por qué la idea de borrar los recuerdos de Jane le producía tanto dolor?

Dios, ella se marcharía tan pronto.