22

Cuando Jane y V regresaron a la habitación, Jane se sentó en lo que ya consideraba su sillón y V se estiró en la cama. Caramba, ésta iba a ser una larga noche… es decir, día. Jane se sentía cansada y nerviosa, una combinación no muy buena.

—¿Quieres algo de comer? —preguntó V.

—¿Sabes lo que me gustaría? —Jane bostezó—. Chocolate caliente.

V tomó el teléfono, oprimió tres botones y esperó.

—¿Vas a pedir un poco de chocolate para mí? —preguntó ella.

—Sí. Y también… Qué tal, Fritz. Esto es lo que necesito…

Después de que V colgase, ella sonrió.

—Eso es toda una comilona.

—No has comido desde… —V se contuvo, como si no quisiera recordar el asunto del secuestro.

—Está bien —murmuró ella, sintiéndose triste, sin razón aparente.

No, sí había una razón. Pronto se iría de allí.

—No te preocupes, no te vas a acordar de mí —dijo él—. Así que no vas a sentir nada una vez que te hayas ido.

Jane se sonrojó.

—Eh… ¿cómo haces exactamente para leer la mente?

—Es como coger una frecuencia de radio. Solía ocurrirme todo el tiempo, quisiera o no.

—¿Y ya no te sucede?

—Supongo que se estropeó la antena. —Una expresión de amargura cruzó su rostro, haciéndole brillar los ojos—. Aunque he sabido de buena fuente que se va a arreglar.

—¿Por qué dejaste de leer la mente de los demás?

—Tu pregunta favorita es «por qué», ¿no es cierto?

—Soy una científica.

—Lo sé —dijo V con una especie de ronroneo, como si ella acabara de decirle que llevaba puesta una ropa interior muy sexy—. Adoro tu inteligencia.

Jane sintió una oleada de placer, pero luego se sintió culpable.

Como si hubiese percibido que ella estaba incómoda, V le quitó importancia al momento diciendo:

—También solía ver el futuro.

Jane se aclaró la garganta.

—¿De verdad? ¿De qué manera?

—Imágenes sueltas, principalmente. Sin contexto, sólo escenas al azar. Me especializaba en muertes.

«¿Muertes?».

—¿Muertes?

—Sí, sé cómo van a morir todos mis hermanos. Sólo que no sé cuándo.

—Por… Dios. Eso debe ser…

—También sé hacer otros trucos. —V levantó su mano enguantada—. Está esta cosa.

—Hace rato quería preguntarte por eso. Noqueó a una de mis enfermeras cuando estabas en urgencias. Ella te estaba quitando el guante y fue como si la golpeara un rayo.

—Yo estaba inconsciente cuando pasó, ¿verdad?

—Totalmente.

—Entonces probablemente ésa es la razón por la que sobrevivió. Esta pequeña herencia de mi madre es terriblemente letal. —Mientras cerraba el puño, la voz de V adoptó un tono endurecido, cortante—. Y ella también decidió mi destino.

—¿Cómo? —Al ver que él no respondía, algo la impulsó a decir—: Déjame adivinar, ¿un matrimonio concertado?

—Matrimonios, por decirlo así.

Jane frunció el ceño. Aunque el futuro de V no tenía ningún significado dentro del panorama general de su vida, por alguna razón, la idea de que él se convirtiera en el marido de alguien, en el marido de otras, le revolvía el estómago.

—Hummm… ¿cuántas esposas?

—No quiero hablar de eso, ¿vale?

—Está bien.

Cerca de diez minutos después, un hombre anciano, vestido con un uniforme de mayordomo inglés, entró en la habitación empujando un carrito lleno de comida. La comida parecía salida directamente del servicio a la habitación del hotel Four Seasons. Había gofres con fresas, cruasanes, huevos revueltos, chocolate caliente y fruta fresca.

La llegada de la comida fue espectacular.

El estómago de Jane dejó escapar un rugido y, antes de que se diera cuenta de lo que estaba haciendo, estaba atacando un plato con una montaña de comida, como si no hubiese visto nada de comer en una semana. Cuando iba por la mitad de su segundo plato y la tercera taza de chocolate caliente, se quedó quieta, con el tenedor en la boca. Por Dios, ¿qué estaría pensando V de ella? Estaba comiendo como un cerdo y…

—Me encanta —dijo él.

—¿De verdad? ¿De verdad te parece bien que devore como un adolescente hambriento?

V asintió con la cabeza y sus ojos brillaron.

—Me encanta verte comer. Estoy extasiado. Quiero que sigas comiendo hasta que estés tan harta que te quedes dormida en ese sillón.

—Y… después, ¿qué va a pasar? —preguntó Jane, cautivada por sus ojos de diamante.

—Te voy a traer a esta cama sin que te despiertes y voy a velar tu sueño con una daga en la mano.

Cierto, todo ese comportamiento de cavernícola no debería resultar tan atractivo. Después de todo, Jane podía cuidarse sola. Pero, caray, la idea de que alguien la protegiera era… muy agradable.

—Termina tu comida —dijo él, señalando el plato—. Y sírvete más chocolate del termo.

Que Dios la perdonara, pero Jane hizo lo que V le decía. Incluso se sirvió la cuarta taza de chocolate caliente.

Cuando se acomodó en el sillón con la taza en las manos, estaba absolutamente repleta y feliz.

—Yo sé cómo es eso de las herencias. Mi padre era cirujano —dijo, sin ninguna razón en particular.

—Ah. Debe vivir feliz contigo, entonces. Eres espectacular.

Jane bajó la barbilla.

—Creo que pensaría que he hecho una carrera satisfactoria. En especial si termino enseñando en Columbia.

—¿Pensaría?

—Él y mi madre murieron —dijo y luego aparentemente sintió la necesidad de añadir—: Fue en un accidente aéreo, hace casi de diez años. Iban camino de un congreso médico.

—Mierda… Lo siento. ¿Los echas mucho de menos?

—Esto va a sonar horrible… pero en realidad no. Ellos eran como un par de desconocidos con los que tenía que vivir cuando no estaba en la escuela. Pero siempre he echado de menos a mi hermana.

—Por Dios, ¿ella también murió?

—A causa de un defecto cardiaco congénito. Se fue inesperadamente una noche. Mi padre siempre pensó que yo estudié medicina porque él fue mi inspiración, pero la verdad es que lo hice porque siempre estaba furiosa por lo de Hannah. Todavía lo estoy. —Jane le dio un sorbo a su chocolate—. En todo caso, mi padre siempre pensó que la medicina era el mejor objetivo que podía darle a mi vida. Todavía lo recuerdo mirándome cuando tenía quince años y diciéndome que tenía suerte de ser tan inteligente.

—Entonces sabía que podrías marcar una diferencia.

—En realidad, no lo decía en ese sentido. Él decía que, teniendo en cuenta mi aspecto, yo nunca me iba a poder casar especialmente bien. —Al ver el gesto impresionado de V, Jane sonrió—. Mi padre era un retrógrado al que le tocó vivir en los setenta y los ochenta. Tal vez se debía a su ascendencia inglesa, no lo sé. Pero pensaba que las mujeres debían casarse y ocuparse de una casa grande.

—Eso no era lo más amable que se le podía decir a una jovencita.

—Él diría que era sinceridad. Mi padre creía en la sinceridad. Siempre dijo que Hannah era la guapa de la casa. Desde luego, pensaba que tenía la cabeza hueca. —Dios, ¿por qué estaba hablando de esa manera?—. En todo caso, los padres pueden ser un problema.

—Sí. Eso es cierto. Malditamente cierto.

Cuando los dos se quedaron callados, Jane tuvo la sensación de que él también estaba pensando en su álbum familiar.

Al cabo de un rato, V señaló la pantalla plana que había en la pared.

—¿Quieres ver una película?

Jane se dio la vuelta en el sillón y comenzó a sonreír.

—Dios, sí. No recuerdo cuándo fue la última vez que hice eso. ¿Qué tienes?

—Tengo televisión por cable, así que podemos ver todo lo que quieras. —De manera casual, V señaló con la cabeza las almohadas que había junto a él—. ¿Por qué no te sientas aquí? No vas a poder ver mucho desde donde estás.

Diablos. Realmente quería acostarse junto a él. Quería estar… cerca.

Aunque su cerebro protestó por la situación, Jane se dirigió hasta la cama y se acomodó junto a él, con los brazos cruzados sobre el pecho y las piernas cruzadas a la altura de los tobillos. Dios, estaba tan nerviosa como si estuviera en la mitad de una cita. Sentía mariposas en el estómago y le sudaban las palmas de las manos.

«Hola, glándulas suprarrenales».

—Entonces, ¿qué tipo de películas te gustan? —preguntó ella, mientras él agarraba un mando con tantos botones que parecía que podía lanzar un transbordador espacial.

—Hoy me gustaría ver algo aburrido.

—¿De verdad? ¿Por qué?

V se giró a mirarla con sus ojos de diamante, pero luego los bajó de una manera que hizo que Jane no pudiera entender bien sus intenciones.

—Ah, por nada en especial. Pareces cansada, es todo.

‡ ‡ ‡

En el Otro Lado, Cormia estaba sentada en su catre. Esperando. De nuevo.

De pronto cruzó las manos nerviosamente sobre el regazo. Pensaba que le gustaría tener un libro sobre las piernas para distraerse. En medio del silencio, se preguntó cómo sería tener un libro propio. Tal vez pusiera su nombre en la tapa para que las demás supieran que era suyo. Sí, eso le gustaría. Cormia. O, incluso mejor, El libro de Cormia.

Desde luego, si sus hermanas quisieran verlo, ella se lo prestaría. Pero a pesar de que el libro se encontrara en otras manos y otros ojos estuviesen leyendo sus letras, ella sabría que la cubierta y las páginas y las historias de ese libro eran suyas. Y el libro también lo sabría.

Cormia pensó en la biblioteca de las Elegidas, con su enjambre de estanterías y su adorable olor a cuero dulce y su abrumadora riqueza de palabras. El tiempo que pasaba allí era un verdadero refugio y un delicioso retiro. Había tantas historias que conocer, tantos lugares que sus ojos nunca podrían soñar con contemplar, y a ella le fascinaba aprender. Siempre estaba ansiosa por aprender. Lo deseaba.

Por lo general así era.

Pero hoy era distinto. Mientras esperaba en su catre, Cormia pensaba que esta vez no deseaba las enseñanzas que estaba a punto de recibir: no tenía interés en lo que ella estaba a punto de aprender.

—Saludos, hermana.

Cormia levantó la mirada. La Elegida que estaba levantando el velo blanco de la puerta era un modelo de generosidad y servicio, una mujer realmente sobresaliente. Y la expresión de tranquila alegría y la paz interior de Layla eran dos cosas que Cormia envidiaba.

Pero eso no estaba permitido. La envidia significaba que uno se diferenciaba del resto, que uno era un individuo, y uno muy mezquino, además.

—Saludos. —Cormia se levantó, notando cómo las rodillas le temblaban de pavor al pensar en el sitio al que se dirigían. Aunque a menudo había anhelado ver lo que había dentro del templo del Gran Padre, ahora deseaba no poner nunca un pie dentro de aquel edificio de mármol.

Las dos mujeres se hicieron una reverencia y siguieron el protocolo.

—Es un honor poder servir de ayuda.

—Yo estoy… yo estoy muy agradecida por tus instrucciones —respondió Cormia en voz baja—. Te sigo, si quieres.

Cuando Layla levantó la cabeza, sus pálidos ojos verdes parecían comprender su situación.

—Creo que tal vez podríamos hablar aquí durante un rato, en lugar de ir directamente al templo.

Cormia tragó saliva.

—Eso me gustaría mucho.

—¿Puedo sentarme, hermana? —Cuando Cormia asintió con la cabeza, Layla se acercó al catre y se sentó y la abertura de su vestido blanco se deslizó hasta la mitad del muslo—. Siéntate a mi lado.

Cormia se sentó y le pareció que el colchón era de piedra. No podía respirar, no se podía mover, apenas parpadeaba.

—Hermana mía, trataré de aliviar tus temores —dijo Layla—. Ya verás cómo llegarás a disfrutar de estar con el Gran Padre.

—En efecto. —Cormia se cerró las solapas de su vestido—. Sin embargo, él también visitará a otras, ¿no es así?

—Pero tú serás su prioridad. Como su primera compañera, tendrás una ceremonia de cortejo especial. Para el Gran Padre existe una extraña jerarquía entre todas nosotras, y tú serás la primera entre todas.

—Pero ¿cuánto tiempo pasará antes de que vaya con otras?

Layla frunció el ceño.

—Eso dependerá de él, aunque tú podrás influir en su decisión. Si lo complaces, podrá estar sólo contigo durante un tiempo. Eso ha sucedido en otras ocasiones.

—Sin embargo, ¿puedo aconsejarle que busque a otras?

Layla ladeó su cabeza perfecta.

—De verdad, hermana mía, ya verás que te gustará lo que va a ocurrir entre vosotros dos.

—Tú sabes quién es, ¿verdad? ¿Conoces la identidad del Gran Padre?

—De hecho, lo he visto.

—¿De verdad?

—De verdad. —Al ver que Layla se llevaba la mano al moño de cabello rubio, Cormia interpretó el gesto como un signo de que estaba eligiendo sus palabras con cuidado—. Él es… como debe ser un guerrero. Fuerte. Inteligente.

Cormia entrecerró los ojos.

—Me estás ocultando algo para aliviar mis temores. ¿No es verdad?

Antes de que Layla pudiera responder, la directrix abrió bruscamente la cortina. Sin decirle ni una palabra a Cormia, se acercó a Layla y le susurró algo.

Layla se puso de pie y sus mejillas se ruborizaron.

—Debo irme ahora mismo. —Se giró hacia Cormia, con una extraña excitación en los ojos—. Hermana, te ruego que me disculpes hasta que regrese.

Como de costumbre, Cormia se levantó e hizo una reverencia, con una sensación de alivio al ver que la lección había sido aplazada, por la razón que fuera.

—Que te vaya bien.

Sin embargo, la directrix no se fue con Layla.

—Yo te llevaré al templo y seguiré con tu instrucción.

Cormia se agarró los brazos.

—¿No debería esperar a Layla…?

—¿Estás cuestionando mis decisiones? —replicó la directrix—. En efecto, eso es lo que haces. Tal vez también quieras definir el programa de la lección, ya que sabes tanto acerca de la historia y el significado de la posición para la cual fuiste elegida. Ciertamente me gustaría aprender de ti.

—Perdóname, directrix —respondió Cormia, muy avergonzada.

—¿Por qué debo perdonarte? Como la primera compañera del Gran Padre, tendrás libertad para darme órdenes, así que tal vez deba adaptarme a tu liderazgo desde ahora. Dime, ¿preferirías que camine detrás de ti mientras vamos hasta el templo?

A Cormia se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Por favor, no, directrix.

—Por favor, no, ¿qué?

—Yo te seguiré —susurró Cormia con la cabeza agachada—. Ve tú delante.

‡ ‡ ‡

Ishtar era la opción perfecta, pensó V. Aburrida a más no poder. Eternamente larga. Tan atractiva a nivel visual como un salero.

—Ésta es la peor basura que he visto en la vida —dijo Jane, volviendo a bostezar.

Dios, ella tenía un cuello hermoso.

Mientras que los colmillos de V se destapaban y él se imaginaba representando una escena clásica de Drácula y colocándose sobre el cuerpo de Jane, mientras ella estaba boca abajo, se obligó a concentrarse de nuevo en Dustin Hoffman y Warren Beatty, caminando con dificultad por la arena. Había elegido esa mierda de película con la esperanza de dormirla, de manera que él pudiera deslizarse dentro de su mente y tocarla por todas partes.

Estaba deseando producirle un orgasmo cuando la tuviera contra su boca, aunque fuera sólo en medio del éter de un sueño.

Pero mientras esperaba a que ella entrara en un sueño profundo, se sorprendió mirando el paisaje del desierto y pensando en el invierno… en el invierno y en su transición.

‡ ‡ ‡

V pasó por la transición sólo unas pocas semanas después de que el pretrans se cayera y se muriera en el río. Ya llevaba varios días notando algunas diferencias en su cuerpo: vivía con dolor de cabeza. Constantemente estaba hambriento, pero sentía náuseas si comía. No podía dormir, pero estaba exhausto. La única cosa que seguía igual era su instinto agresivo. Las normas del campamento exigían que uno siempre estuviera preparado para pelear, así que el hecho de que estuviera más temperamental no representaba un cambio significativo en su comportamiento.

V se convirtió en macho en las profundidades de una violenta tormenta de nieve, que llegó antes de tiempo.

Como resultado del descenso de las temperaturas, las paredes de piedra de la caverna estaban tan heladas que el suelo alcanzaba a congelarle a uno los pies, aunque los llevara enfundados en botas de piel, y el ambiente estaba tan frío que el aire que salía por la boca formaba una nube sin cielo. El frío era tan intenso que los soldados y las mujeres de la cocina comenzaron a dormir todos apiñados en una montaña de cuerpos, pero no porque quisieran aparearse sino para buscar calor humano.

Sin embargo, V se dio cuenta de que el cambio se aproximaba cuando se despertó ardiendo. Al comienzo la sensación de calor fue agradable, pero luego su cuerpo comenzó a estremecerse de fiebre, mientras lo asaltaba una sensación de agonía general. V se retorcía en el suelo con la esperanza de encontrar alivio, pero no había ninguno.

Después de una eternidad, la voz del Sanguinario penetró a través de su dolor.

—Las mujeres no quieren alimentarte.

En medio de su estupor, V abrió los ojos.

El Sanguinario se arrodilló en el suelo.

—Seguramente sabes por qué.

V tragó saliva a través del puño de hierro en que se había convertido su garganta.

—No lo sé.

—Dicen que las pinturas de la caverna te han poseído. Que tu mano ha sido tomada por los espíritus que están atrapados en las paredes. Que tus ojos ya no son tuyos. —Al ver que V no respondía, el Sanguinario preguntó—: ¿Acaso lo niegas?

En medio del pantano en que se había convertido su cabeza, Vishous trató de calcular el efecto que podrían tener sus dos respuestas posibles. Se decidió por la verdad, pero no porque creyera en el poder de la verdad sino movido por el instinto de conservación.

—Yo… lo niego.

—¿Y también niegas lo otro que dicen?

—¿Qué… dicen?

—Que mataste a tu compañero en el río con la palma de tu mano.

Eso era una mentira y los otros chicos que estaban en el río lo sabían, pues habían visto caer al pretrans porque perdió el equilibrio. Las mujeres debían de suponer que él lo había matado debido a que V estaba cerca cuando ocurrió la muerte. Porque, ¿por qué razón estarían interesados los otros machos en dejar constancia de la fuerza de V?

¿O tal vez estaban buscando su propio beneficio? Si ninguna mujer lo alimentaba, V moriría. Lo cual no sería un mal resultado para los otros pretrans.

—¿Qué dices? —preguntó su padre.

Como V necesitaba parecer fuerte, dijo entre dientes:

—Yo lo maté.

El Sanguinario sonrió de oreja a oreja por debajo de la barba.

—Eso pensé. Y para recompensar tus esfuerzos, te traeré una mujer.

En efecto, le trajeron una mujer y V se pudo alimentar. La transición fue brutal, larga y agotadora, y cuando por fin pasó, su cuerpo se desbordó por encima del jergón y sus brazos y sus piernas cayeron sobre el suelo helado de la caverna, y comenzaron a enfriarse como carne fresca de una cacería reciente.

Aunque V sintió que su sexo palpitaba después de terminar la transición, la mujer que fue obligada a alimentarlo no quería tener nada que ver con él. Le dio suficiente sangre para que pudiera pasar el cambio y después lo abandonó, mientras sus huesos crujían y sus músculos se estiraban hasta romperse. Nadie lo cuidó y, mientras sufría, V llamó mentalmente a la madre que lo había traído al mundo. Se imaginó que ella se acercaba con el rostro iluminado por el amor y le acariciaba el pelo y le decía que todo estaba bien. En medio de su patética visión, ella le decía «mi amado lewlhen».

Regalo.

A V le habría gustado haber sido el regalo de alguien. Los regalos eran algo que se valoraba y se cuidaba y se protegía. El diario del guerrero Darius había sido un regalo para V, aunque el donante tal vez nunca supo que, al dejarlo atrás, había hecho un acto de bondad.

Regalo.

Cuando el cuerpo de V terminó su proceso de transformación, se quedó dormido y luego se despertó con hambre de carne. Como la ropa se le había hecho jirones durante la transición, V se envolvió en una piel y fue caminando descalzo hasta la zona de la cocina. No había mucho que comer: royó un muslo, encontró algunas hogazas de pan y se comió un puñado de harina.

Cuando se estaba lamiendo la harina que le quedó en la mano, su padre dijo a su espalda:

—Hora de combatir.

‡ ‡ ‡

—¿En qué estás pensando? —preguntó Jane—. Te has puesto tenso.

V cogió abruptamente al presente. Y, por alguna razón, no mintió.

—Estoy pensando en mis tatuajes.

—¿Desde cuándo los tienes?

—Hace casi tres siglos.

Jane silbó.

—Por Dios, ¿acaso vivís tanto?

—Más. Si no me parten la cabeza en una pelea y vosotros los humanos no voláis el planeta en pedazos, seguiré respirando durante otros setecientos años.

—Caramba. Eso sí que cambia el contexto de la jubilación, ¿no? —Jane se incorporó—. Gira la cabeza. Quiero ver los tatuajes de tu cara.

Bajo el impacto de sus recuerdos, V hizo lo que ella le pidió, porque no estaba lo suficientemente alerta como para pensar en una razón para no hacerlo. Sin embargo, al ver que ella subía la mano, frunció el ceño.

Jane bajó la mano sin tocarlo.

—Esto te lo hicieron a la fuerza, ¿no es cierto? Probablemente al mismo tiempo que te castraron, ¿verdad?

V se encerró enseguida dentro de sí mismo, pero no se alejó de ella. Se sentía completamente incómodo con esa expresión de compasión femenina, pero la voz de Jane no vacilaba. Era directa. Registraba hechos. Así que él también podía responder directamente, registrando los hechos.

—Sí. Al mismo tiempo.

—Voy a suponer que se trata de advertencias, pues los tienes en la mano, en la sien, en los muslos y en la pelvis. Y supongo que todo esto tiene que ver con la energía de tu mano, la capacidad de ver el futuro y el asunto de la procreación.

¿Acaso debería estar sorprendido con esa impresionante capacidad de deducción?

—Correcto.

Jane bajó la voz.

—Ésa es la razón por la que te entró miedo cuando te dije que te iba a inmovilizar. En el hospital, cuando estabas en la unidad de cuidados intensivos. Ellos te ataron, ¿no es así?

V carraspeó.

—¿No es así, V?

V cogió el mando de la televisión.

—¿Quieres ver algo más?

Cuando comenzó a pasear por los canales de películas, se produjo un momento de silencio.

—Yo vomité en el funeral de mi hermana —admitió ella.

V detuvo su dedo en un canal que estaba echando El silencio de los corderos. Entonces se giró a mirarla.

—¿En serio?

—Fue el momento más vergonzoso e incómodo de mi vida. Y no sólo por la situación en que ocurrió. Vomité sobre mi padre.

En el momento en que Clarice Starling toma asiento en una silla de madera frente a la celda de Lechter, V sintió que se moría por tener información de Jane. Quería saber cómo había sido toda su vida, desde el nacimiento hasta el presente, y quería saberlo en aquel preciso instante.

—Cuéntame qué ocurrió.

Jane carraspeó, como si se estuviera preparando y V no podía dejar de notar el paralelismo con la película, donde él hacía el papel del monstruo enjaulado y Jane representaba la fuente de bondad, que iba revelando retazos de su vida para alimentar al monstruo.

Pero él necesitaba saber, de la misma forma que necesitaba sangre para sobrevivir.

—¿Qué sucedió, Jane?

—Bueno, verás… mi padre estaba convencido de los poderes beneficiosos de la avena.

—¿La avena? —Al ver que ella no continuaba, él pidió—: Cuéntamelo.

Jane cruzó los brazos sobre el pecho y se quedó mirándose los pies. Luego lo miró a los ojos.

—Sólo para que quede claro, quiero que sepas que la razón por la cual estoy contándote esto es para que tú hables de lo que te sucedió a ti. Es un intercambio. Es como comparar cicatrices. Ya sabes, como las de los campamentos de verano, cuando te caes de la litera. O como cuando te cortas con el filo de una caja de papel de aluminio, o te golpeas en la cabeza con… —Jane frunció el entrecejo—. Bueno… tal vez nada de eso sea una buena comparación, teniendo en cuenta la forma en que vosotros os recuperáis de las heridas, pero para mí sí funciona.

V sonrió.

—Entiendo tu punto de vista.

—Para mí, lo justo es lo justo. Así que si yo cuento algo mío, tú también. ¿Estamos de acuerdo?

—Mierda… —Sólo que V tenía que saber sobre ella—. Supongo que sí.

—Muy bien, entonces, estábamos en mi padre y la avena. Él…

—¿Jane?

—¿Qué?

—Tú me gustas. Mucho. Tenía que decírtelo.

Jane parpadeó un par de veces. Luego volvió a carraspear. «Por Dios, cuando se sonrojaba estaba divina».

—Estabas hablando sobre la avena.

—Sí… Entonces… como dije, mi padre creía en los estupendos poderes nutricionales de la avena. Nos hacía comerla por las mañanas, incluso en verano. Mi madre, mi hermana y yo teníamos que tragarnos esa mierda porque él quería y mi padre esperaba que termináramos todo lo que había en el tazón. Solía observarnos mientras comíamos, como si estuviéramos jugando al golf y fuéramos a hacer mal el swing. Te juro que estaba pendiente del ángulo de mi columna y de la forma de agarrar la cuchara. Durante la cena, solía… —Jane hizo una pausa—. Me estoy desviando del tema.

—Y yo podría oírte hablar durante horas, así que no tienes que preocuparte por mantener la concentración en un solo punto.

—Sí, bueno… mantener la concentración en un punto es importante.

—Sólo si eres un microscopio.

Jane sonrió.

—Bueno, volviendo a la avena… Mi hermana murió el día de mi cumpleaños, un viernes por la noche. Los arreglos del funeral se hicieron rápidamente, porque mi padre salía de viaje para Canadá el siguiente miércoles, a presentar un trabajo en un congreso. Más tarde me enteré de que había aceptado esa invitación el mismo día en que encontraron a Hannah muerta en su cama, seguramente porque quería apresurar las cosas. En todo caso… llegó el día del funeral. Cuando me levanté, me sentía fatal. Mareada. Tenía náuseas. Hannah… Hannah era la única cosa real en una casa llena de cosas perfectas y bonitas. Era desordenada, ruidosa y feliz y… yo la quería mucho y no podía soportar la idea de que la fuéramos a enterrar. A ella no le habría gustado que la encerraran de esa manera. Sí… en todo caso, mi madre me había comprado para el funeral uno de esos vestidos abrochados hasta arriba, todo negro. El problema fue que, la mañana del funeral, cuando fui a ponérmelo, el vestido no me servía. Era demasiado pequeño y yo sentía que no podía respirar.

—Naturalmente, eso debió empeorar la sensación de malestar.

—Sí, pero cuando bajé a desayunar sólo tenía arcadas. Dios, todavía recuerdo el aspecto de mis padres, sentados en cada extremo de la mesa, frente a frente pero sin mirarse a los ojos. Mi madre parecía una muñeca con problemas de control de calidad: estaba maquillada y peinada, pero todo estaba un poco fuera de lugar. Se había aplicado un lápiz de labios que no se le veía bien, no se había echado colorete, las horquillas del moño sobresalían en el pelo. Papá estaba leyendo el periódico y el sonido de las páginas era como un disparo en el oído. Ninguno de los dos me dijo nada.

»Así que me senté en mi asiento y no podía dejar de mirar la silla vacía al otro lado de la mesa. Luego aterrizó el tazón de avena. Marie, la criada, me puso una mano en el hombro mientras colocaba la taza delante de mí y por un momento sentí que no iba a poder. Pero luego mi padre sacudió el periódico como si yo fuera un cachorro que acabara de cagarse en la alfombra y yo agarré la cuchara y comencé a comer. Me tomé toda aquella avena hasta que sentí que no podía más. Y luego nos fuimos al funeral.

V quería tocarla y casi le agarra la mano, pero en lugar de eso, preguntó:

—¿Qué edad tenías?

—Trece años. En todo caso, cuando llegamos, la iglesia estaba repleta, porque todo el mundo en Greenwich conocía a mis padres. Mi madre se esforzaba con desesperación por ser amable con todo el mundo y mi padre asumió una actitud estoica y distante, así que las cosas eran más o menos como siempre. Recuerdo que… sí, recuerdo haber pensado que los dos se comportaban como siempre, excepto por un cierto descuido en el maquillaje de mi madre y el hecho de que mi padre no paraba de jugar con las monedas que tenía en el bolsillo. Lo cual era muy extraño. Él detestaba los ruidos de cualquier clase y me sorprendió que no lo molestara el incesante tintineo de las monedas. Supongo que no le molestaba porque él era quien controlaba el ruido. Me refiero a que podía parar cuando quisiera.

Al ver que ella hacía una pausa y se quedaba mirando hacia el otro extremo de la habitación, V sintió deseos de intentar entrar en su mente para ver exactamente lo que ella estaba reviviendo. Pero no lo hizo, y no porque no estuviera seguro de poder, sino porque las revelaciones que ella decidía compartir libremente con él eran más valiosas que cualquier cosa que él pudiera saber sin su permiso.

—Estábamos en primera fila —murmuró Jane—. En la iglesia nos sentamos en la primera fila, justo frente al altar. El ataúd estaba cerrado, gracias a Dios, aunque me imagino que Hannah estaría preciosa. Tenía el pelo rubio rojizo, ondulado y sensual, como el de las Barbies. El mío era liso y fuerte. En todo caso…

V pensó que ella usaba la expresión «en todo caso» como una especie de borrador en un tablero lleno de información. La decía cada vez que necesitaba borrar algo que acababa de decir, para dejar sitio a otra cosa.

—Sí, primera fila. Luego comenzó la ceremonia. Mucha música de órgano… y los tubos hacían vibrar todo el suelo. ¿Alguna vez has estado en una iglesia? Probablemente no… En todo caso, uno puede sentir la vibración de los bajos. Naturalmente, la ceremonia religiosa tuvo lugar en un sitio inmenso y formal, con un órgano que tenía más tubos que el sistema de alcantarillado de Caldwell. Dios, cuando estaba sonando, era como estar en un avión a punto de despegar.

Al ver que Jane se detenía y respiraba hondo, V se dio cuenta de que esa historia la hacía sentir agotada y la conducía a un lugar al que no le gustaba ir y que no visitaba con mucha frecuencia.

—Así que… —continuó con voz ronca—, cuando íbamos por la mitad de la ceremonia, yo sentía que el vestido me quedaba demasiado apretado y el dolor de estómago me estaba matando y esa maldita avena de mi padre estaba extendiendo sus horribles tentáculos metiéndose dentro de mis entrañas. Y luego el sacerdote se subió al púlpito para decir la oración fúnebre. Parecía salido de una película, con el pelo blanco y la voz profunda y esos ropajes color marfil y oro. Creo que era el obispo de Connecticut. En todo caso… comenzó a hablar sobre el estado de gracia que nos espera en el cielo y toda esa cháchara acerca de Dios y Jesús y la Iglesia. Parecía más un discurso de propaganda sobre el cristianismo que una oración por Hannah.

»Yo estaba sentada allí, sin prestar realmente atención a las palabras del cura, cuando de repente vi las manos de mi madre. Las tenía entrelazadas sobre el regazo y tenía los nudillos absolutamente blancos… como si estuviera en una montaña rusa, aunque no se estaba moviendo. Luego me volví hacia la izquierda y miré las manos de mi padre. Tenía las palmas sobre las rodillas y todos los dedos apretados, excepto el meñique de la mano derecha, que estaba golpeándose contra la tela de sus pantalones, con un temblor parkinsoniano.

V sabía exactamente hacia dónde iba la historia.

—¿Y tus manos? —dijo en voz baja—. ¿Qué pasaba con tus manos?

Jane soltó un sollozo.

—Las mías… las mías estaban absolutamente quietas, absolutamente relajadas. Lo único que sentía era esa avena en mi estómago. Ay… Dios, mi hermana estaba muerta y mis padres, que eran lo más insensible que te puedas imaginar, estaban al borde de un ataque de nervios. ¿Y yo? Nada. Recuerdo haber pensado que Hannah estaría llorando si yo estuviera acostada en un ataúd forrado de seda. Habría llorado por mí. ¿Pero yo? No podía.

»Así que cuando el sacerdote terminó su discurso de propaganda acerca de lo maravilloso que era Dios y lo afortunada que era Hannah de estar ya con Él y blablablá, el órgano comenzó a sonar. La vibración de esos tubos subió desde el suelo hasta mi asiento y tocó la frecuencia precisa. O la equivocada, supongo. Vomité toda esa avena encima de mi padre.

Mierda, pensó V. Entonces extendió al brazo y tomó la mano de Jane.

—Maldita…

—Sí. Mi madre se levantó para sacarme de allí, pero mi padre le dijo que no se moviera. Él mismo me llevó junto a una de las señoras encargadas de la iglesia, le pidió que me llevara al baño y él se fue al baño de hombres. Me dejaron sola en un cuarto durante cerca de diez minutos, luego la mujer regresó, me metió en su coche y me llevó a casa. Me perdí el entierro. —Jane tomó aire—. Cuando mis padres regresaron a casa, ninguno de ellos fue a verme. Me quedé esperando que alguno de los dos entrara. Podía oírlos moviéndose por la casa hasta que todo quedó en silencio. Al cabo de un rato bajé, saqué algo de la nevera y comí de pie en la encimera, porque teníamos prohibido subir comida a las habitaciones. Tampoco lloré en ese momento, aunque era una noche de tormenta, que siempre me asustan, y la casa estaba a oscuras y yo sentía que había arruinado el funeral de mi hermana.

—Estoy seguro de que estabas en shock.

—Sí. Es curioso… me preocupaba que ella tuviera frío. Ya sabes, era una fría noche de otoño. El suelo estaba frío. —Jane hizo un gesto con la mano—. En todo caso, a la mañana siguiente mi padre se fue antes de que yo me levantara y regresó dos semanas después. Todos los días llamaba para decirle a mi madre que tenía que ir a dar su opinión sobre otro caso difícil en algún lugar del país. Entretanto, mamá se levantaba todos los días, se vestía y me llevaba a la escuela, pero no estaba realmente allí. Se convirtió en una especie de periódico. Las únicas cosas de las que hablaba eran el tiempo y lo que había pasado en la casa o con los empleados, mientras yo estaba en la escuela. Después volvió mi padre y ¿sabes cómo supe que su llegada era inminente? Por la habitación de Hannah. Yo solía ir todas las noches a su habitación y sentarme entre sus cosas. No lograba entender cómo era posible que su ropa, sus libros y sus dibujos siguieran allí, pero ella no estuviera. Me parecía inconcebible. La habitación era como un coche sin motor, todo estaba como debía estar, pero no tenía potencia. Nada de eso volvería a ser usado.

»La víspera del regreso de mi padre, abrí la puerta de la habitación y… ya no había nada. Mamá había hecho sacar todo y había cambiado la colcha de la cama y las cortinas. Pasó de ser la habitación de Hannah a ser una habitación de invitados. Así fue como supe que mi padre estaba a punto de volver.

V le acarició el dorso de la mano con el pulgar.

—Por Dios… Jane…

—Así que ésa es mi revelación. Vomité avena en lugar de llorar.

V se daba cuenta de que Jane estaba alterada y deseaba calmarse, y sabía cómo se sentía porque a él le pasaba lo mismo en esas pocas ocasiones en que hablaba de cosas personales. Así que siguió acariciándole la mano, hasta que ella lo miró a los ojos. Mientras que el silencio se instalaba entre ellos, él sabía lo que ella estaba esperando.

—Sí —murmuró—. Me ataron.

—Y estuviste todo el tiempo consciente, ¿no es así?

—Sí —contestó con un tono agudo.

Jane le tocó la cara y deslizó la palma de la mano por su mejilla, que ahora estaba cubierta por una barba incipiente.

—¿Los mataste por lo que te hicieron?

V levantó su mano enguantada.

—Esto se encargó de eso. El resplandor se extendió por todo mi cuerpo. Y todos tenían las manos sobre mí, así que quedaron tiesos como piedras.

—Bien.

Mierda… Realmente la adoraba.

—Habrías sido una excelente guerrera, ¿sabías?

—Soy una guerrera. Mi enemiga es la muerte.

—Sí, así es, tienes razón. —Dios, era tan lógico que se hubiese enamorado de ella. Ella era una luchadora… como él.

—Tu daga es el bisturí.

—Sí.

Se quedaron un rato así, cogidos de la mano y mirándose a los ojos. Hasta que, sin previo aviso, Jane le pasó el pulgar por el labio inferior.

Al ver que él suspiraba y dejaba escapar un siseo, ella murmuró:

—No tengo que estar dormida, ¿sabes?