21

Phury volvió en sí, pero no se movió. Lo cual tenía sentido, teniendo en cuenta el hecho de que notaba la mitad de su cara como si se hubiese quemado. Después de respirar profundamente un par de veces, levantó una mano y se la llevó hacia donde le dolía. Tenía una venda que bajaba desde la frente hasta la barbilla. Probablemente parecía un extra de la serie Urgencias.

Se sentó lentamente. Toda la cabeza le palpitaba, como si tuviera una bomba de bicicleta conectada a la nariz y alguien le estuviera echando aire con fuerza.

Se sentía bien.

Tras bajar los pies de la camilla, pensó en la ley de gravedad y se preguntó si tendría la fuerza para lidiar con ella. Decidió intentarlo y, vaya sorpresa, logró llegar hasta la puerta.

Dos pares de ojos se clavaron enseguida en él, unos eran brillantes como un diamante y los otros, de un verde bosque.

—Hola —dijo Phury.

La mujer de V se le acercó, mirándolo de arriba abajo para establecer su estado.

—Dios, no puedo creer la rapidez con que ustedes se recuperan. Usted no debería estar consciente, mucho menos levantado.

—¿Quiere revisar su obra? —Al ver que ella asentía, Phury se sentó en un banco y ella le quitó con cuidado el esparadrapo. Haciendo una mueca de dolor, Phury se dirigió a Vishous—. ¿Z sabe todo esto?

El hermano negó con la cabeza.

—No lo he visto y Rhage llamó a su teléfono, pero estaba apagado.

—Entonces, ¿no hay noticias sobre lo sucedido en la clínica de Havers?

—No que yo sepa. Aunque falta apenas una hora para que amanezca, así que pronto estarán de vuelta.

La doctora hizo un silbido de exclamación.

—Es como si pudiera ver la piel cerrándose de nuevo, justo ante mis ojos. ¿Le molesta si le pongo otro apósito?

—Lo que usted diga.

Cuando Jane regresó a la sala de Terapia Física, V dijo:

—Tengo que hablar contigo, hermano.

—¿Sobre qué?

—Creo que ya lo sabes.

Mierda. El restrictor. Y no había forma de hacerse el tonto con un tío como V. Sin embargo, siempre le quedaba la opción de mentir.

—La pelea se puso fea.

—Mentira. No puedes andar haciendo esas tonterías.

Phury pensó en lo que había ocurrido hacía un par de meses, cuando se hizo pasar por su gemelo. Literalmente.

—Ya estuve una vez en una de sus mesas, V. Y te aseguro que a esos asesinos, la etiqueta de la guerra los tiene absolutamente sin cuidado.

—Pero hoy saliste herido por andar dándotelas de maestro cocinero en el trasero de ese desgraciado. ¿No es así?

Jane regresó con el material que necesitaba. Gracias a Dios.

Cuando ella terminó de hacerle la cura, Phury se puso de pie.

—Me voy a mi habitación.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó V con voz de preocupación. Como si sintiera una gran necesidad de compartir.

—No. Conozco el camino.

—Bueno, como nosotros también tenemos que volver, vayamos juntos. Iremos despacio.

Lo cual era una excelente idea, pues el dolor de cabeza lo estaba matando.

Ya iban a medio camino del túnel, cuando Phury se dio cuenta de que la doctora iba sin ninguna vigilancia ni restricción. Pero, claro, no parecía tener intención de huir. De hecho, ella y V caminaban hombro con hombro.

Phury se preguntó si alguno de ellos sería consciente de que parecían una verdadera pareja.

Cuando Phury llegó a la puerta que llevaba a la mansión, se despidió sin mirar a V a los ojos y subió los escalones que iban a dar al vestíbulo de la casa. Sintió como si su habitación estuviera al otro extremo de la ciudad, aunque sólo tenía que subir las escaleras. El agotamiento que notaba significaba que necesitaba alimentarse. Lo cual era un fastidio.

Una vez en su habitación, se dio una ducha y se acostó en su majestuosa cama. Sabía que debía llamar a una de las hembras de las que se alimentaba, pero no tenía ganas. En lugar de coger el teléfono, cerró los ojos y dejó caer los brazos a los lados, de modo que su mano aterrizó sobre el libro de armas de fuego que había utilizado para impartir su clase. Aquél en el que había guardado el dibujo.

De pronto se abrió la puerta sin avisar, lo que significaba que era Zsadist. Con noticias frescas.

Phury se sentó tan rápido que su cerebro se sacudió en el cráneo como el agua dentro de un acuario, y amenazó con deslizarse por las orejas. Se llevó la mano a las vendas, mientras que el dolor lo apuñalaba.

—¿Qué ha pasado con Bella?

Los ojos de Z parecían un par de huecos negros en medio de la cara atravesada por una cicatriz.

—¿En qué diablos estabas pensando?

—¿Perdón?

—Dejándote golpear por… —Al ver que Phury hacía una mueca de dolor, Z bajó el volumen de sus gritos y cerró la puerta. Pero el silencio no mejoró su estado de ánimo. En voz baja, volvió a vociferar—: No puedo creer que te hayas puesto a jugar a Jack el Destripador y te hayan atrapado desprevenido…

—Por favor dime cómo está Bella.

Z apuntó con el dedo directamente al pecho de Phury.

—Deberías pasar menos tiempo preocupándote por mi shellan y un poco más preocupándote por tu propio trasero, ¿estamos?

Invadido por el dolor, Phury apretó el ojo bueno. Su hermano, desde luego, estaba en lo cierto.

—Mierda —gruñó Z, en medio del silencio—. Sólo… mierda.

—Tienes toda la razón. —Phury notó que tenía agarrado el libro de armas de fuego y lo estaba apretando con la mano. Se obligó a soltarlo.

Al oír un ruido metálico, levantó la vista. Z estaba abriendo y cerrando la tapa de su teléfono con el pulgar.

—Te habrían podido matar.

—Pero no lo hicieron.

—¡Vaya consuelo! Al menos para uno de nosotros. ¿Qué hay de tu ojo? ¿La doctora de V lo pudo salvar?

—No lo sé.

Z avanzó hasta una de las ventanas. Tras correr la pesada cortina de terciopelo, se quedó mirando la terraza y la piscina. La tensión de su cara marcada era evidente. Tenía la mandíbula apretada y la frente arrugada. ¡Qué extraño! En el pasado siempre era Z el que vivía al borde de la inconsciencia. Pero ahora Phury era el que estaba parado en ese borde resbaladizo, el que solía preocuparse se había vuelto la causa de preocupación.

—Estaré bien —mintió, dándose la vuelta para coger su bolsa de humo rojo y el papel de fumar. Lió rápidamente un porro, lo encendió y, enseguida, una falsa calma descendió sobre él, como si su cuerpo estuviese muy bien entrenado—. Simplemente he tenido una mala noche.

Z soltó una carcajada, aunque sonaba más como una maldición que como un gesto de alegría.

—Tenían razón.

—¿Quiénes?

—La venganza es una mierda. —Zsadist respiró hondo—. Si te dejas matar ahí afuera, yo…

—Eso no va a suceder. —Phury dio otra calada, pues no quería hacer más promesas—. Ahora, por favor, cuéntame lo de Bella.

—Tiene que guardar reposo.

—¡Ay, Dios!

—No, está bien. —Z se pasó la mano por la cabeza rapada—. Me refiero a que no ha perdido al bebé y, si se queda quieta, es posible que no lo pierda.

—¿Está en tu habitación?

—Sí, le voy a llevar algo de comer. Puede levantarse durante una hora al día, pero no quiero darle excusas para que se levante.

—Me alegra que ella…

—Maldición, hermano. ¿Esto era lo que tú sentías?

Phury frunció el ceño y le dio unos golpecitos al porro sobre el cenicero.

—¿Cómo?

—Todo el tiempo estoy distraído. Es como si cualquier cosa que hago, en cualquier momento, fuera sólo real a medias debido a la cantidad de cosas que tengo en la cabeza.

—Bella está…

—Pero no sólo es ella. —Z deslizó sus ojos, que habían vuelto a recuperar el color amarillo porque ya no estaba molesto, por la habitación—. Eres tú.

Phury tardó un instante en llevarse el porro a la boca y darle una calada. Mientras echaba el humo, trató de encontrar palabras para consolar a su gemelo.

Pero no encontró ninguna.

—Wrath quiere que nos reunamos al anochecer —dijo Z, volviendo a concentrarse en la ventana, como si supiera con certeza que no recibiría ningún consuelo—. Todos.

—Bien.

Cuando Z se hubo ido, Phury abrió el libro sobre armas de fuego y sacó el dibujo de Bella. Pasó el pulgar por encima de la mejilla del dibujo, acariciándola, mientras la observaba con el único ojo que tenía bueno. El silencio le oprimió el pecho.

Pensándolo bien, era posible que ya se hubiese caído del abismo, era posible que ya estuviese rodando por la montaña de su destrucción, estrellándose contra árboles y rocas, golpeándose y rompiéndose los brazos, mientras lo aguardaba un golpe mortal al final.

Phury apagó el porro. Caer en desgracia era un poco como enamorarse: las dos cosas significaban quedar desnudo y expuesto, tal y como era uno por dentro.

Y de acuerdo con su limitada experiencia, el final de las dos cosas era igual de doloroso.

‡ ‡ ‡

Mientras miraba al restrictor que acababa de salir de la nada, John se quedó paralizado. Nunca había estado en un accidente de coche, pero tenía la sensación de que debía ser parecido a esto. Uno iba andando tranquilo y de pronto todo en lo que estaba pensando antes de llegar al cruce quedaba congelado y era reemplazado por una colisión que se convertía en la única prioridad.

Maldición, los asesinos realmente olían a talco de bebé.

Y por suerte éste no tenía el cabello descolorido, lo cual indicaba que era un recluta nuevo. John y sus amigos tendrían entonces una oportunidad de salir vivos de esto.

Qhuinn y Blay se detuvieron delante, bloqueándole el camino. Pero luego salió de entre las sombras un segundo restrictor, una pieza de ajedrez que llegó a ocupar su lugar por obra de una mano invisible. Ése también tenía el pelo negro.

¡Dios, eran enormes!

El primero miró a John.

—Será mejor que salgas corriendo, hijo. Éste no es lugar para ti.

¡Puta mierda, los asesinos no se habían dado cuenta de que era un pretrans! Pensaban que era sólo un humano.

—Sí —dijo Qhuinn, dándole un empujón a John en los hombros—. Ya tienes lo que querías. Ahora, lárgate de aquí, punki.

Sólo que John no podía dejar a sus…

—He dicho que te largues de aquí. —Qhuinn le dio un empujón más fuerte y John cayó sobre un montón de rollos de cartón alquitranado que parecían sofás.

Mierda, si salía corriendo, era un cobarde. Pero si se quedaba, iba a ser peor pues no podría ayudar. John pensó que era un ser despreciable, pero se echó a correr como un loco y se encaminó directamente al Zero Sum. Había sido un idiota al dejar su mochila en casa de Blay, así que no podía llamar a casa. Y no es que tuviera mucho tiempo para salir a buscar a uno de los hermanos, y eso en caso de que alguno de ellos estuviera cazando por los alrededores. Sólo podía pensar en una persona que podía ayudarlos.

A la entrada del club, John fue directamente hasta donde estaba el vigilante, al comienzo de la fila de espera.

«Xhex. Necesito ver a Xhex. Lléveme…».

—¿Qué demonios estás haciendo, chico? —dijo el vigilante.

Entonces John moduló con los labios la palabra Xhex, una y otra vez, mientras la decía también con el lenguaje de signos.

—Bueno, ya me estás enervando. —El vigilante se acercó a John—. Lárgate ya de aquí o llamaré a tu papi y a tu mami.

Las risitas de los que estaban en la cola hicieron que John se pusiera más frenético.

—¡Por favor! Necesito ver a Xhex…

John oyó un ruido lejano que podía ser un coche derrapando o un grito, y cuando se dio media vuelta hacia el lugar de donde provenía, el peso de la Glock de Blay se estrelló contra su pierna.

No tenía teléfono para mandar un mensaje. No tenía forma de comunicarse.

Pero tenía un arma en el bolsillo trasero del pantalón.

John regresó corriendo al aparcamiento, esquivando los coches colocados en doble fila, moviendo sus piernas lo más rápido que pudo. Sentía que la cabeza le martilleaba y el esfuerzo empeoró tanto el dolor que sintió náuseas. Cuando dio la vuelta a la esquina, resbaló sobre la gravilla suelta.

¡Maldición! Blay estaba en el suelo con un restrictor sentado sobre el pecho, y estaban forcejeando por obtener el control de lo que parecía una navaja automática. Qhuinn estaba haciendo lo mismo con el otro asesino, pero los dos estaban demasiado igualados, en opinión de John. Tarde o temprano alguno de los dos iba a…

Qhuinn recibió un puñetazo en la cara y su cabeza quedó dando vueltas sobre la columna como si fuese un trompo y arrastró al cuerpo en la misma pirueta.

En ese momento, John sintió que algo tomaba posesión de él, algo que entró por la puerta trasera, como si un fantasma se hubiese metido debajo de su piel. Una sensación de conocimiento como el que sólo se adquiere con la experiencia que todavía no tenía edad de tener, le hizo llevarse la mano al bolsillo trasero de su pantalón. Cogió la Glock, le quitó el seguro y la sostuvo con las dos manos.

En un instante levantó el arma. Al siguiente ya tenía el cañón apuntando al restrictor que estaba peleando con Blay por la navaja. Y luego John se encontraba apretando el gatillo… y abriendo una puerta trasera en la cabeza de ese restrictor. Después cambió de posición para apuntarle al asesino que estaba sobre Qhuinn y que se estaba poniendo los nudillos de metal.

¡Pop!

John le disparó un tiro a la sien y un chorro de sangre negra salió de la cabeza del asesino formando una nube. El maldito cayó de rodillas y se fue de narices sobre Qhuinn… que estaba demasiado aturdido para hacer otra cosa que quitárselo de encima.

John miró a Blay. El chico lo estaba observando aterrado.

—Por Dios… John.

El restrictor que estaba sobre Qhuinn dejó escapar un gorjeo, como el que hacen las cafeteras cuando terminan de hacer el café.

Metal, pensó John. Necesitaba algo metálico. La navaja por la que estaba forcejeando Blay no se veía por ahí. ¿Dónde podía encontrar…?

Al lado de la excavadora había una caja de puntas para tejado.

John se acercó, agarró una de la caja y se dirigió hacia el restrictor que estaba junto a Qhuinn. Tras levantar las manos en el aire, se lanzó con todo el peso de su cuerpo y de su rabia hacia abajo y, en un segundo, la realidad cambió: ahora tenía en sus manos una daga, no una punta de acero… y era grande, más grande que Blay y Qhuinn… y había hecho esto muchas, muchas veces.

La punta se clavó en el pecho del restrictor y el estallido de luz fue más brillante de lo que John esperaba y lo dejó momentáneamente ciego, mientras bajaba por su cuerpo como una oleada ardiente. Pero todavía no había terminado su trabajo. Pasó por encima de Qhuinn y se movía sobre el asfalto sin sentir el suelo que tenía bajo los pies.

Inmóvil y sin poder articular palabra, Blay se quedó observando mientras que John volvía a levantar la punta. Esta vez, al mismo tiempo que la clavó en el pecho del asesino, John abrió la boca y lanzó un grito de guerra que no produjo ningún sonido, pero que no dejó de ser poderoso por el hecho de que nadie lo oyera.

Tras la explosión de luz, registró vagamente el ruido de sirenas. Sin duda, algún humano debía haber llamado a la policía al oír los disparos.

John dejó caer el brazo junto al cuerpo y la punta metálica cayó de su mano y se estrelló contra el pavimento con un ruido como de campana.

«No soy un cobarde. Soy un guerrero».

Luego le sobrevino un ataque feroz que lo tumbó al suelo y lo maniató con brazos invisibles, mientras él se estrellaba contra su propia piel, hasta que se desmayó y el rugido de la inconsciencia se apoderó de él.