18
«Muy bien, esto era realmente genial o endemoniadamente aterrador».
Mientras Jane caminaba, se sentía como si estuviera atravesando un túnel subterráneo en una película de Jerry Bruckheimer. El lugar parecía salido de una película de Hollywood de alto presupuesto: acero, sutil iluminación que salía de luces fluorescentes empotradas en el techo, infinitamente alto. En cualquier momento iba a salir corriendo Bruce Willis, con el aspecto que tenía en 1988, con los pies descalzos, una camiseta rasgada y sin mangas y una ametralladora.
Jane levantó la vista hacia los paneles fluorescentes del techo y luego bajó los ojos hacia el suelo de metal brillante. Podría apostar que si cogía un taladro, las paredes tendrían quince centímetros de espesor. Por Dios, estos tíos tenían dinero. Mucho dinero. Más del que uno puede tener si trafica con drogas reguladas en el mercado negro o vende cocaína, crack y anfetaminas. Aquello debía de ser algo a escala gubernamental, lo cual sugería que los vampiros no eran sólo otra especie; eran otra civilización.
A medida que los tres avanzaban, Jane se sorprendió de que no la llevaran esposada. Claro que tanto el paciente como su amigo iban armados…
—No. —El paciente negó con la cabeza—. No te hemos puesto esposas porque sabemos que no vas a huir.
Jane se quedó boquiabierta.
—No me lea la mente.
—Lo siento. No fue mi intención, simplemente sucedió.
Jane carraspeó, tratando de no pensar en el buen aspecto que tenía su paciente de pie. Vestido con los pantalones de un pijama de cuadros y una camiseta negra sin mangas, se movía lentamente, pero con una seguridad tan letal que era irresistible.
¿De qué estaban hablando?
—¿Cómo sabe que no voy a salir corriendo?
—Tú no vas a dejar tirado a alguien que necesita atención médica. No es tu naturaleza, ¿verdad?
Bueno… mierda. Él la conocía bastante bien.
—Sí, así es —dijo él.
—Acabe ya con eso.
Red Sox se giró a mirar a Jane y al paciente.
—¿Puedes leer la mente otra vez?
—¿Con ella? A veces.
—Ja. ¿Y ves algo de alguien más?
—No.
Red Sox se ajustó la gorra.
—Bueno, eh… cuéntame si captas algo mío, ¿vale? Hay algunas cosas que preferiría mantener en privado, ¿de acuerdo?
—Entendido. Aunque a veces no puedo evitarlo.
—Razón por la cual voy a proponerme pensar sólo en béisbol cuando estés por aquí.
—¡Menos mal que no eres un puto hincha de los Yankees!
—No digas palabrotas. Hay mujeres delante.
Guardaron silencio a medida que iban cruzando el túnel. Jane tuvo que preguntarse si estaría volviéndose loca. Debería estar aterrorizada, en ese lugar oscuro y subterráneo, acompañada por dos escoltas gigantescos que, además, eran vampiros. Pero no lo estaba. Curiosamente, se sentía segura… como si el paciente fuera a protegerla debido a la promesa que le había hecho y Red Sox hiciera lo mismo a causa de su amistad con el paciente.
¿Dónde demonios estaba la lógica de eso?, se preguntó Jane.
«¡Dame una E! ¡Una S! ¡Una T! ¡Una O! ¡Seguidas de C-O-L-M-O! ¿Qué dices? ¡LOCA!».
El paciente se agachó para hablarle al oído.
—No tienes pinta de animadora. Pero tienes razón, los dos estamos dispuestos a matar a cualquiera que te cause el más mínimo sobresalto. —El paciente se volvió a enderezar, una corriente gigante de testosterona, metida en un par de pantuflas.
Jane le dio un golpecito en el brazo y dobló el índice y lo movió, para que él volviera a agacharse. Cuando lo hizo, ella susurró:
—Les tengo miedo a los ratones y a las arañas. Pero usted no necesita usar esa pistola que lleva en al cinturón para hacerle un hueco a la pared, si me encuentro con alguno, ¿vale? Una trampa y un periódico enrollado funcionan igual de bien. Además, después no se necesita cemento para tapar el hueco. ¿De acuerdo?
Jane le dio otro golpecito en el hombro, en señal de que ya podía irse, y se volvió a concentrar en el túnel.
V comenzó a reírse, al comienzo con timidez y después más abiertamente. Jane sintió que Red Sox se quedaba mirándola. Ella lo observó con cierta vacilación, pues esperaba encontrar una expresión de desaprobación. Pero en lugar de eso sólo vio alivio. Alivio y aprobación, mientras que el hombre… el macho… Ay, Dios, lo que fuera… la miraba a ella y luego miraba a su amigo.
Jane se sonrojó y desvió la mirada. El hecho de que él no estuviera compitiendo con ella por su mejor amigo no debería darle más puntos a su favor. En absoluto.
Unos cien metros más adelante llegaron a unas escaleras no muy empinadas que conducían a una puerta que tenía un mecanismo de seguridad del tamaño de su cabeza. Al ver que el paciente se adelantaba y tecleaba un código, Jane se imaginó que iban a entrar en una habitación del estilo agente 007…
Bueno, ni remotamente. Era un armario con estanterías llenas de libretas de hojas amarillas, cartuchos de impresora y cajas de documentos. Tal vez al otro lado…
No. Era simplemente una oficina. Una oficina administrativa normal, con un escritorio y una silla giratoria y archivadores y un ordenador.
Muy bien, esto no se parecía a La jungla de cristal, ni a ninguna película de Jerry Bruckheimer. Más bien a un despacho de seguros de vida. O de una compañía hipotecaria.
—Por aquí —dijo V.
Salieron a través de una puerta de cristal y se dirigieron por un blanco pasillo normal hacia unas puertas dobles de acero inoxidable. Detrás de ellas había un gimnasio lo suficientemente grande como para albergar a un equipo profesional de baloncesto, un combate de boxeo y un partido de voleibol al mismo tiempo. Una serie de colchonetas azules cubrían el suelo brillante de color miel y había varios sacos de arena que colgaban debajo de una tarima elevada.
Mucho dinero. Una inmensa cantidad de dinero. Y ¿cómo era posible que hubiesen construido todo esto sin que nadie se diera cuenta del lado de los humanos? Debía de haber muchos vampiros. Eso era. Obreros y arquitectos y artesanos… todos capaces de pasar por humanos si querían.
La genetista que tenía dentro comenzó a hacer un esfuerzo por comprender. Si los chimpancés compartían con los humanos el noventa y ocho por ciento del ADN, ¿hasta dónde llegaban los vampiros? Y desde el punto de vista evolutivo, ¿cuándo se había escindido esa especie de los monos y del Homo sapiens? Sí… vaya… Jane daría cualquier cosa por poder estudiar su doble hélice. Si realmente le iban a borrar la memoria antes de dejarla ir, la ciencia médica iba a perder mucho. En especial en la medida en que no podían enfermar de cáncer y se curaban tan rápido.
¡Qué oportunidad!
Al otro extremo del gimnasio se detuvieron frente a una puerta de acero que decía EQUIPO/SALA DE TERAPIA FÍSICA. Dentro había estantes llenos de armas: un arsenal de espadas de artes marciales y nunchacos. Dagas que estaban guardadas en vitrinas. Armas de fuego. Shuriken.
—¡Por… Dios!
—Esto sólo es para entrenamiento —dijo V, con mucho orgullo.
—¿Y lo usan para pelear contra quién? —Mientras Jane pensaba en todo tipo de escenarios de La guerra de los mundos, de pronto percibió el olor de la sangre que le resultaba tan conocido. Bueno, más o menos conocido. Había un matiz distinto en aquel olor, un toque a especias, y entonces recordó haber sentido el mismo olor a vino cuando estaba en la sala de cirugía con su paciente.
Al otro lado de la sala, una puerta que decía TERAPIA FÍSICA se abrió de pronto de par en par. El atractivo vampiro rubio que la sacó del hospital asomó la cabeza y dijo:
—Gracias a Dios que está usted aquí.
Todos los instintos médicos de Jane se activaron, cuando entró en una habitación embaldosada y vio las suelas de un par de botas de combate colgando de una camilla. Se detuvo delante de los machos y los apartó a un lado para poder ver al tipo que estaba sobre la camilla.
Era el que la había hipnotizado, el que tenía ojos amarillos y un cabello espectacular. Y realmente necesitaba atención. La cavidad orbital izquierda estaba destrozada y metida hacia dentro, el párpado estaba tan hinchado que no podía abrirlo y esa parte de la cara ya estaba del doble del tamaño que debía tener. Jane tenía la sensación de que el hueso sobre la cavidad orbital estaba roto, al igual que el de la mejilla.
Le puso la mano sobre el hombro y lo miró directamente al ojo que tenía abierto.
—Está hecho un desastre.
Él esbozó una sonrisa.
—No me diga.
—Pero lo voy a curar.
—¿Cree que podrá?
—No. —Jane movió la cabeza hacia delante y hacia atrás—. Sé que puedo.
No era cirujana plástica, pero dadas sus habilidades quirúrgicas, creía que podía resolver el problema sin hacer estragos en la fisonomía del paciente. Siempre y cuando contara con el instrumental adecuado.
La puerta se volvió a abrir de par en par y Jane se quedó paralizada. Ay, Dios, era el gigante de pelo negro azabache y grandes gafas oscuras. Jane se había preguntado si no lo había soñado, pero evidentemente era real. Totalmente real. Y era el que mandaba. Se movía como si fuera el dueño de todo y como si pudiera hacer desaparecer a todos los que estaban en la sala con un gesto de la mano.
El macho la miró desde al lado de la camilla y dijo:
—Decídme que esto no está pasando realmente.
De manera instintiva, Jane dio un paso atrás, hacia donde estaba V, y tan pronto como lo hizo, sintió que él se acercaba a ella. Aunque no la tocó, ella sabía que él estaba cerca. Y preparado para defenderla.
El gigante de pelo negro sacudió la cabeza al ver al herido.
—Phury… por Dios, tenemos que llevarte a que te vea Havers.
¿Phury? ¿Qué clase de nombre era ése?
—No —respondió el herido con voz débil.
—¿Por qué diablos no quieres ir?
—Bella está allí. Si me ve así… se va a asustar… Ya está sangrando.
—Ah… mierda.
—Y tenemos a alguien aquí —dijo el de la camilla con voz sibilante, mirando a Jane con el único ojo que tenía bueno—. ¿No es verdad?
Cuando todos miraron a Jane, el de pelo negro parecía evidentemente disgustado. Por eso fue una sorpresa oírle decir:
—¿Sería tan amable de atender a nuestro hermano?
La solicitud fue amable y respetuosa. Era evidente que estaba disgustado principalmente porque su amigo había sufrido un ataque y no estaba recibiendo atención.
Jane se aclaró la garganta.
—Sí, lo haré. Pero ¿con qué puedo trabajar? Voy a necesitar sedarlo…
—No se preocupe por eso —dijo Phury.
Jane lo miró con seriedad.
—¿Usted quiere que yo le arregle la cara sin anestesia general?
—Sí.
Tal vez los vampiros tuvieran una mayor tolerancia al dolor, pero…
—¿Te has vuelto loco? —murmuró Red Sox.
Bueno, tal vez no.
Pero basta de charla. Suponiendo que aquel tipo con cara de Rocky Balboa se curara tan rápido como su paciente lo había hecho, Jane tenía que operarlo de inmediato, antes de que los huesos se unieran en mala posición y tuviera que volver a separarlos.
Jane miró a su alrededor y vio armarios con puertas de cristal llenos de suministros y esperó poder organizar un buen equipo quirúrgico con lo que tenía.
—Supongo que ninguno de ustedes tiene experiencia médica, ¿o sí?
V fue el que habló, justo en su oído, casi tan cerca como la ropa que tenía puesta.
—Sí, yo puedo ayudar. Tengo entrenamiento como enfermero.
Jane lo miró por encima del hombro y sintió una corriente de calor que le recorrió todo el cuerpo.
«Concéntrate, Whitcomb».
—Bien. ¿Tienen algún tipo de anestesia local?
—Lidocaína.
—¿Y sedantes? Y tal vez un poco de morfina. Si se mueve en mal momento, podría dejarlo ciego.
—Sí. —Al ver que V se dirigía a los armarios de acero inoxidable, Jane notó que se tambaleaba un poco. Ese paseo por el túnel había sido largo y, aunque externamente parecía curado, hacía sólo unos días que se había sometido a una operación a corazón abierto.
Jane lo agarró del brazo y tiró de él hacia atrás.
—Usted se va a sentar —dijo, y luego miró a Red Sox—. Tráigale una silla. Ya. —Cuando el paciente abrió la boca para discutir la orden, ella dio media vuelta y se dirigió al otro lado de la habitación—. No me interesa lo que piense. Yo lo necesito en plenas facultades mientras estoy operando y esto puede llevar un buen rato. Usted está mejor, pero no está tan fuerte como piensa, así que ponga su trasero sobre una silla y dígame dónde puedo encontrar lo que necesito.
Hubo un momento de silencio, luego alguien soltó una carcajada, mientras que el paciente soltaba una maldición. El que parecía el rey comenzó a sonreírle.
Red Sox trajo una silla de las duchas y la puso justo detrás de las piernas de V.
—Abajo, grandullón. Órdenes de tu doctora.
Cuando el paciente se sentó, Jane dijo:
—Bien, esto es lo que voy a necesitar.
Hizo una lista del instrumental quirúrgico habitual: bisturí, fórceps y utensilios de succión, luego pidió hilo de sutura, antiséptico, algodón, gasas, apósitos, guantes de látex…
Jane se quedó sorprendida al ver la velocidad con que reunió todo, pero, claro, ella y su paciente estaban totalmente sincronizados. Él la orientaba en el interior de los armarios de manera efectiva, se anticipaba a lo que ella iba a decir y a veces ni siquiera tenía que hablar. El enfermero perfecto, por decirlo así.
Jane suspiró con alivio cuando vio que tenían un taladro quirúrgico.
—Y supongo que no tienen una lupa con sujeción a la cabeza, ¿o sí?
—En el mueble junto al carro de paradas —dijo V—. Cajón de abajo. A la izquierda. ¿Quieres que me lave?
—Sí —dijo Jane, buscando la lupa—. ¿Podemos sacar radiografías?
—No.
—Mierda. —Se puso las manos en la cadera—. Qué le vamos a hacer. Entraré a ciegas.
Mientras se ponía la lupa, V se levantó y fue a lavarse las manos y los brazos en el lavabo que había en el rincón. Cuando terminó, Jane hizo lo mismo y los dos se pusieron guantes.
La doctora regresó a donde estaba Phury y lo miró directamente al ojo que tenía sano.
—Es probable que esto duela, aun con la anestesia local y un poco de morfina. Probablemente se va a desmayar y espero que eso pase más pronto que tarde.
Jane fue a buscar la jeringa y sintió cómo se revestía de una sensación de poder a medida que se disponía a reparar lo que había que reparar…
—Espere —dijo el tío de la camilla—. Nada de drogas.
—¿Qué?
—Limítese a hacerlo. —Había un macabro brillo expectante en el único ojo del paciente, una ansiedad que parecía inapropiada en muchos sentidos. Aquel tipo quería que le hicieran daño.
Jane entrecerró los ojos y se preguntó si no se habría dejado golpear deliberadamente.
—Lo siento. —Jane pinchó con la aguja el sello de caucho del frasco de lidocaína. Mientras extraía lo que necesitaba, dijo—: Yo no le operaré si no está dormido. Si no está de acuerdo, búsquese otro cirujano.
Puso el frasco sobre un carrito de acero inoxidable con ruedas y se inclinó sobre la cara de su nuevo paciente, con la jeringa en la mano.
—Entonces, ¿qué decide? ¿Yo y este cóctel para dormirlo o… vaya, nadie?
El ojo amarillo brilló de la rabia, como si ella acabara de traicionarlo o algo así.
Pero en ese momento habló el que parecía el rey.
—Phury, no seas estúpido. Estamos hablando de tus ojos. Cállate y déjala hacer su trabajo.
El ojo amarillo se cerró.
—Está bien —musitó.
‡ ‡ ‡
Cerca de dos horas después, Vishous notó que estaba en apuros. Serios apuros. Observando la hilera de puntadas negras perfectas en la cara de Phury, se sintió abrumado hasta el punto de quedarse sin palabras.
Sí. Tenía un problema gigantesco.
La doctora Jane Whitcomb era una excelente cirujana. Una artista absoluta. Sus manos eran elegantes instrumentos, sus ojos, tan agudos como el bisturí que usaba; su concentración, tan feroz e intensa como la de un guerrero en medio de la batalla. A veces trabajaba con increíble velocidad y otras veces disminuía el ritmo hasta que parecía que casi no se movía: la cavidad orbital de Phury estaba destrozada en varias partes y Jane había vuelto a reconstruirla paso a paso, mientras extraía astillas blancas como conchas de ostras, taladraba el cráneo y unía los fragmentos con alambre y le ponía un pequeño tornillo en la mejilla.
V sabía que ella no estaba totalmente satisfecha con el resultado final por la expresión de severidad de su rostro después de haber cerrado la herida. Y cuando le preguntó que cuál era el problema, ella le dijo que habría preferido ponerle una placa en la mejilla, pero como no tenían ese tipo de equipo, sólo podía esperar que el hueso soldara rápido.
Desde el principio hasta el final, ella controló totalmente la situación. Hasta el punto en que él llegó a excitarse, lo cual era al mismo tiempo absurdo y vergonzoso. Simplemente hasta entonces no había conocido a una hembra —una mujer— como ella. Acababa de hacer un trabajo soberbio operando a su hermano, con una habilidad que V nunca podría alcanzar.
¡Ay, Dios… Estaba metido en un lío sumamente gordo!
—¿Cómo está la tensión arterial? —preguntó Jane.
—Estable —respondió V. Phury se había desmayado hacía cerca de diez minutos, aunque la respiración y la tensión siguieron estables.
Mientras que Jane limpiaba el área alrededor del ojo y el pómulo y comenzaba a poner apósitos, Wrath carraspeó desde la puerta.
—¿Qué hay de su visión?
—No lo sabremos hasta que se despierte —dijo Jane—. No hay forma de saber si el nervio óptico ha sufrido algún daño o si están afectadas la retina o la córnea. Si ha sido así, tendrá que ir a un sitio especializado para que lo vean y no sólo por los recursos limitados que hay aquí. No soy cirujana ocular y nunca me atrevería a intentar ese tipo de operación.
El rey se subió un poco más las gafas por encima de la nariz recta. Parecía como si estuviera pensando en su falta de visión y rogando que Phury no tuviera que lidiar con ese tipo de problema.
Luego Jane cubrió parcialmente la cara de Phury con gasa y le puso una venda alrededor de la cabeza, como un turbante. Tras finalizar metió en el autoclave los instrumentos que había usado. Para evitar mirarla de manera obsesiva, V se dedicó a deshacerse de las jeringas usadas y las vendas y las agujas, junto con el tubo de succión desechable.
Jane se quitó los guantes.
—Ahora hablemos sobre las posibilidades de infección. ¿Hasta qué punto son ustedes sensibles?
—No mucho. —V se volvió a sentar en la silla. Odiaba admitirlo, pero estaba cansado. Si ella no le hubiese obligado a sentarse, estaría totalmente muerto en ese momento—. Nuestro sistema inmunológico es muy fuerte.
—¿Su médico normal les daría antibióticos profilácticos?
—No.
Jane se acercó a Phury y se quedó mirándolo, como si estuviera revisando sus signos vitales sin la ayuda de un estetoscopio o un tensiómetro. Luego estiró la mano y comenzó a acariciar el extravagante cabello de su nuevo paciente. El interés con que lo miraba y el gesto cariñoso molestaron a V, aunque no debería: era lógico que ella se preocupara por su hermano. Acababa de reconstruirle media cara.
Pero aun así.
Mierda, los hombres enamorados eran unos idiotas, ¿no es cierto?
Jane se inclinó sobre el oído de Phury.
—Lo ha hecho muy bien. Se pondrá bien. Sólo descanse y deje que esa magnífica capacidad de recuperación suya entre en acción, ¿vale? —Después de darle un golpecito en el hombro, apagó la potente lámpara que había encima de la camilla—. Dios, me encantaría estudiar su especie.
Entonces notó una oleada de aire frío que provenía del rincón, al tiempo que Wrath decía:
—Imposible, doctora. No vamos a servir de conejillos de Indias para beneficio de la raza humana.
—Sí, ya lo sé, he perdido toda esperanza —replicó, y luego miró a su alrededor, a todos ellos—. No quiero dejarlo solo, así que o bien yo me quedo aquí con él, o alguien más se queda. Y si no soy yo, quiero examinarlo dentro de un par de horas, para ver cómo va.
—Nosotros nos quedaremos —dijo V.
—Pero usted parece estar a punto de desplomarse.
—No creas.
—Pero sólo porque está sentado.
La idea de quedar como un débil ante ella le imprimió un matiz de molestia a su voz.
—No te preocupes por mí, mujer.
Jane frunció el ceño.
—Muy bien, yo sólo estaba constatando un hecho palpable, no estoy preocupada. Haga lo que quiera.
«Ay. Sí… sólo ay».
—De todas formas, estaré ahí fuera. —V se levantó y salió rápidamente.
En la sala donde estaban guardados todos los equipos, V sacó una botella de agua de la nevera y luego se acostó en uno de los bancos. Mientras abría la tapa de la botella, sintió vagamente que Wrath y Rhage se acercaron y le dijeron algo, pero no registró las palabras.
El hecho de que quisiera que Jane se preocupara por él lo estaba volviendo loco. Pero que se sintiera herido porque ella no se preocupaba era una patada en el culo.
Cerró los ojos y trató de pensar con lógica. Llevaba semanas sin dormir. Siempre lo asaltaba esa maldita pesadilla. Había estado a punto de morir.
Había conocido a su encantadora madre.
V se bebió casi toda la botella. Estaba más que exhausto y ésa debía ser la razón por la cual estaba tan sensible. En realidad, no tenía nada que ver con Jane. Era algo coyuntural. Su vida era una macedonia de problemas y por eso se sentía tan apegado a ella. Porque estaba seguro de que ella no le estaba dando pie para que se entusiasmara. Lo trataba como a cualquier paciente y como una curiosidad científica. Y ¿qué había de ese orgasmo que había estado a punto de producirle? V estaba totalmente seguro de que si ella hubiese estado despierta, eso nunca habría ocurrido: esas imágenes que ella tenía de él eran la realización de la fantasía femenina de estar con un monstruo peligroso. No significaban que ella quisiera estar con él en la vida real.
—Hola.
V abrió los ojos y se encontró con Butch.
—Hola.
El policía quitó los pies de V de encima del banco y se sentó.
—Joder, ella ha hecho un trabajo grandioso con Phury, ¿verdad?
—Sí. —V miró hacia la puerta abierta de la sala de Terapia Física—. ¿Qué está haciendo ahí dentro?
—Revisando todos los armarios. Dijo que quería saber qué más había, pero creo que sólo quiere estar cerca de Phury, sin que se note mucho.
—Tampoco tiene que estarlo mirando todo el tiempo —murmuró V.
Tan pronto como la frase salió de su boca, se sintió avergonzado de estar celoso de su hermano herido.
—Lo que quiero decir es que…
—Nada. No te preocupes. Te entiendo.
Al oír que Butch comenzaba a hacer crujir sus dedos, V maldijo mentalmente y pensó en marcharse. Por lo general ese sonido tendía a ser el preludio de una conversación importante.
—¿Qué sucede?
Butch estiró los brazos y su camisa elástica de Gucci se tensó sobre sus hombros.
—Nada. Bueno, es que… Quiero que sepas que estoy de acuerdo.
—¿Con qué?
—Con ella. Contigo y ella. —Butch miró a V y luego desvió la mirada—. Formáis un buen equipo.
En medio del silencio que siguió, V estudió el perfil de su mejor amigo, desde el pelo negro que le caía sobre la frente, pasando por la nariz rota y la barbilla prominente. Por primera vez desde hacía mucho tiempo no deseaba estar con Butch. Lo cual debería contar como una mejoría. Pero en vez de eso, V se sintió peor por otra razón.
—No hay nada entre ella y yo, amigo.
—Mentira. Me di cuenta después de mi curación. Y la conexión se vuelve más fuerte cada minuto.
—No está pasando nada. Es la pura verdad.
—Sí, claro.
—¿Perdón?
—Se ven las chispas saltar…
Mientras ignoraba el comentario, V se sorprendió mirando con atención los labios de Butch.
—¿Sabes? Yo me moría de ganas por tener sexo contigo —dijo en voz muy baja.
—Lo sé. —Butch giró la cabeza y los dos hombres se miraron a los ojos—. Tiempo pasado, ¿eh?
—Eso creo. Sí.
Butch hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta abierta de la sala de Terapia Física.
—Por ella.
—Tal vez. —V miró hacia la sala en la que se guardaban los equipos y alcanzó a ver a Jane, mientras revisaba un armario. Cuando ella se agachó, la respuesta de su cuerpo fue inmediata y V tuvo que cambiar de postura para evitar que el extremo de su pene quedara exprimido como una naranja. Cuando el dolor cedió, pensó en lo que había sentido hacia su compañero de casa—. Debo confesar que me sorprendió que te sintieras tan tranquilo con el asunto. Pensé que te ibas a sentir amenazado o algo parecido.
—No podías evitar lo que sentías. —Butch se quedó mirándose las manos y se revisó las uñas. Luego se concentró en la correa de su reloj Piaget. En su gemelos de platino—. Además…
—¿Qué?
El policía negó con la cabeza.
—Nada.
—Dilo.
—No. —Butch se puso de pie y se estiró, arqueando la espalda—. Voy a regresar a la Guarida…
—Tú también me deseabas. Tal vez un poco.
Butch volvió a enderezarse, dejó caer los brazos a los lados y su cabeza quedó de nuevo en su sitio. Luego frunció el ceño y arrugó la cara.
—Pero no soy homosexual.
V abrió la boca y comenzó a mover la cabeza de arriba abajo.
—¿De verdad? Eso es toda una novedad. Yo estaba seguro de que todo eso de soy-un-buen-chico-irlandés-católico-del-sur no era más que una fachada.
Butch le hizo un corte de mangas.
—Lo que sea. Y yo respeto a los homosexuales. En lo que a mí me concierne, la gente puede follar con quien quiera, en la forma en que más se excite, siempre y cuando todos los involucrados tengan más de dieciocho años y nadie salga herido. Pero a mí me gustan las mujeres.
—Relájate. Sólo te estoy puteando.
—Ojalá sea así. Ya sabes que no soy homófobo.
—Sí, lo sé.
—¿Y qué hay de ti?
—¿Si soy homófobo?
—¿Eres homo o hetero?
Al echar el aire, V pensó que le gustaría tener un cigarrillo entre los labios y, en un acto reflejo, se dio un golpecito en el bolsillo y se alegró de ver que había traído algunos cigarros.
—Mira, V, yo sé que tienes relaciones con mujeres, pero eso sólo es sadomasoquismo. ¿Es diferente con los hombres?
V se acarició la perilla con la mano enguantada. Siempre había sentido que no había nada que él y Butch no pudieran decirse. Pero esto… esto era difícil. Sobre todo porque él no quería que nada cambiara entre ellos y siempre había tenido miedo de que discutir sus actividades sexuales con mucha franqueza pudiera enrarecer las cosas. La verdad era que Butch era heterosexual por naturaleza, no sólo porque lo criaran así. ¿Y qué pasaba si sentía algo un poco distinto por V? Sería una aberración que probablemente le haría sentir incómodo.
V le dio vueltas a la botella de agua con las manos.
—¿Cuánto tiempo hace que querías preguntarme eso? ¿Si soy homosexual?
—Desde hace tiempo.
—¿Y tenías miedo de mi respuesta?
—No, porque para mí es igual, lo uno o lo otro. Siempre estaré contigo, te gusten los hombres o las mujeres, o los dos.
V miró a su amigo a los ojos y se dio cuenta de que… Sí, Butch no iba a juzgarlo. Independientemente de lo que dijera, seguirían igual.
Se frotó el centro del pecho y parpadeó, mientras soltaba una maldición. Nunca lloraba, pero sentía que podría hacerlo en ese momento.
Butch asintió, como si supiera exactamente lo que estaba sucediendo.
—Como te dije, hermano, a mí me da igual. ¿Tú y yo? Siempre amigos, independientemente de con quién te acuestes. Aunque… si te gustan los animales, eso sí sería difícil. No sé si podría asumirlo.
V esbozó una sonrisa.
—No, no tengo sexo con animales.
—¿No te gusta la paja entre los pantalones?
—Ni la lana entre los dientes.
—Ah. —Butch volvió a clavar los ojos en él—. Entonces, ¿cuál es la respuesta, V?
—¿Cuál crees que es?
—Creo que has tenido sexo con hombres.
—Sí. Así es.
—Pero supongo que… —Butch negó con el dedo—. Supongo que no te gustan más que las mujeres a las que sometes. A la larga los dos sexos te resultan indiferentes porque en realidad nunca te ha importado nadie. Excepto yo. Y… tu doctora.
V bajó los ojos y pensó que no le gustaba ser tan transparente, pero no le sorprendía que su amigo lo comprendiera tan bien. Él y Butch eran así. Sin secretos. Y hablando de eso…
—Probablemente debería decirte algo, policía.
—¿Qué?
—Una vez violé a un hombre.
Por Dios, se habría podido oír el canto de un grillo en medio del silencio que cayó sobre ellos.
Al cabo de un rato, Butch se sentó de nuevo en el banco.
—¿De verdad?
—Cuando uno vencía a alguien en combate en el campamento de guerreros, después se lo tiraba delante del resto de los soldados. Y yo gané la primera pelea que tuve después de la transición. El hombre… supongo que en cierta manera dio su consentimiento. Quiero decir que se sometió, pero no estuvo bien. Yo… sí, yo no quería hacérselo, pero tampoco me detuve. —V sacó un cigarrillo del bolsillo y se quedó mirando fijamente el cilindro blanco—. Fue justo ante de abandonar el campamento. Justo antes de… otras cosas que me pasaron.
—¿Ésa fue tu primera vez?
V sacó el mechero, pero no lo encendió.
—Vaya manera de empezar, ¿no?
—Por Dios…
—En todo caso, después de estar un tiempo en el mundo, experimenté con muchas cosas. Estaba muy rabioso y… sí, absolutamente iracundo. —V levantó la vista hacia Butch—. Hay pocas cosas que no haya hecho, policía. Y la mayoría ha sido a patadas, si entiendes lo que quiero decir. Siempre ha habido consentimiento, pero era, y todavía es, a la brava, de manera brusca. —V esbozó una sonrisa—. Y también curiosamente deleznable.
Butch se quedó callado durante un rato.
—Creo que ésa es la razón por la que me gusta Jane —dijo al fin.
—¿Sí?
—Cuando la miras, realmente la ves y ¿cuándo fue la última vez que te sucedió eso?
V se levantó y luego miró a Butch a los ojos con actitud trascendental.
—Yo te vi. Aunque estaba mal. Te vi a ti.
Mierda, su voz tenía un toque de tristeza. De tristeza y de… soledad. Lo cual le hizo querer cambiar de tema.
Butch agarró a V por el muslo y luego se puso de pie, como si supiera exactamente lo que estaba pensando.
—Escucha, no quiero que te sientas mal. Es mi magnetismo animal. Soy irresistible.
—Idiota. —La sonrisa de V no duró mucho—. Pero no te pongas romántico acerca de Jane y yo, amigo. Ella es humana.
Butch abrió la boca como si fuera una marioneta y movió la cabeza de arriba abajo.
—No, ¿de verdad? Eso es toda una novedad. Y yo que pensé que era una oveja.
V miró a Butch con cara de «púdrete».
—Ella no está interesada en mí de esa manera. Realmente no.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—Ah, bueno, pero si fuera tú, yo pondría a prueba esa teoría antes de dejarla marchar. —Butch se pasó una mano por el pelo—. Oye, yo… mierda.
—¿Qué?
—Me alegro de que me lo hayas dicho. Acerca del sexo.
—No te dije nada nuevo.
—Cierto. Pero me imagino que me lo contaste porque confías en mí.
—Así es. Ahora, lárgate a la Guarida. Marissa debe estar a punto de regresar.
—Cierto. —Butch se dirigió a la puerta, pero luego se detuvo y le miró por encima del hombro—. ¿V?
Vishous levantó la mirada.
—¿Sí?
—Creo que después de esta conversación tan profunda, debes saber que —dijo, sacudiendo la cabeza negativamente de manera solemne— todavía no somos pareja.
Los dos soltaron una carcajada y el policía todavía se estaba riendo cuando desapareció por la puerta que salía al gimnasio.
—¿Qué resulta tan gracioso? —preguntó Jane.
V tomó fuerzas antes de mirarla, con la esperanza de que ella no se diera cuenta de lo difícil que era para él mirarla como si le fuera indiferente.
—Mi amigo, que es un idiota. Es su objetivo en la vida.
—Todo el mundo debe tener un propósito.
—Cierto.
Jane se sentó en el banco del otro lado y V la devoró con los ojos como si llevara años en la oscuridad y ella fuera una llama.
—¿Va a necesitar alimentarse otra vez? —preguntó Jane.
—Lo dudo. ¿Por qué?
—Se está poniendo pálido.
«Bueno, este dolor que siento en el pecho produce ese resultado».
—Estoy bien.
—Estaba preocupada ahí adentro —dijo ella, tras una pausa.
El cansancio que se percibía en la voz de Jane hizo que él pudiera ver más allá de la atracción que sentía por ella y darse cuenta del hecho de que tenía los hombros caídos, unas profundas ojeras bajo los ojos y los párpados pesados. Estaba claramente agotada.
«Tienes que dejarla ir —pensó V—. Pronto».
—¿Por qué estabas preocupada? —preguntó él.
—Es una zona muy difícil para operar en estas condiciones. Esto es como operar en el campo de batalla. —Jane se refregó la cara con las manos—. A propósito, usted ha estado muy bien.
V enarcó las cejas.
—Gracias.
Jane resopló y metió los pies debajo del trasero, como había hecho en el sillón de la habitación.
—Me preocupa su vista.
Dios, V pensó que le gustaría masajearle la espalda.
—Sí, él no necesita otra discapacidad.
—¿Ya tiene una?
—Tiene una prótesis en la pierna…
—¿V? ¿Te molesta si hablamos un segundo?
V movió la cabeza hacia la puerta que daba al gimnasio. Rhage estaba de vuelta, todavía vestido con la ropa de combate.
—Hola, Hollywood. ¿Qué sucede?
Jane se sentó bien.
—Puedo ir a la otra…
—Quédate —dijo V. Ella no iba a acordarse de nada después, así que no importaba lo que oyera. Y, además… había una parte de él, una parte sensiblera que le hacía querer golpearse con una botella en la cabeza, que deseaba aprovechar cada segundo que estuviera con ella.
Cuando Jane volvió a acomodarse, V le hizo un gesto con la cabeza a su hermano.
—Habla.
Rhage miró a Jane y después lo miró a él, y sus ojos verde azulados brillaron con una picardía que a V no le gustó. Luego encogió los hombros y dijo:
—Encontré a un restrictor mutilado esta noche.
—¿Mutilado cómo?
—Destripado.
—¿Por uno de los suyos?
Rhage miró hacia la puerta de la sala de Terapia Física.
—No.
V miró en esa dirección y frunció el ceño.
—¿Phury? Ay, vamos, él nunca haría una mierda estilo Clive Barker[8]. Debió ser una pelea infernal.
—Te digo que estaba totalmente destripado, V. Como un animal. Con cortes precisos, sistemáticos. Y no es que el asesino se haya tragado las llaves del coche y nuestro hermano estuviera buscándolas. Yo creo que lo hizo porque sí.
Bueno… mierda. Phury era el caballero de la Hermandad, el luchador noble, el que actuaba siempre como un boy scout. Se imponía todo tipo de reglas y el honor en el campo de batalla era uno de ellas, aunque sus enemigos no fueran dignos de eso.
—No lo puedo creer —susurró V—. Quiero decir que… Diablos.
Rhage se sacó una piruleta del bolsillo, le quitó el envoltorio y se la metió en la boca.
—Me importa una mierda si quiere destrozar a esos malditos como si fueran recibos de impuestos. Lo que no me gusta es lo que impulsa ese comportamiento. Ese salvajismo muestra que se siente muy frustrado. Además, si la razón por la que le aplastaron la cara esta noche fue porque estaba muy ocupado jugando a Saw II, entonces se convierte en un tema de seguridad.
—¿Se lo has contado a Wrath?
—Todavía no. Primero voy a hablar con Z. Suponiendo que todo salga bien esta noche con Bella en la clínica de Havers.
—Ah… ésa es la razón de Phury, ¿verdad? Si algo le pasa a ella o a su bebé, tendremos que lidiar con esos dos como nunca. —V maldijo para sus adentros, pues de repente se acordó de todos los embarazos que le esperaban en el futuro. Maldición. Ese asunto del Gran Padre lo iba a matar.
Rhage le dio un mordisco a su piruleta, pero el crujido fue absorbido por su perfecta mejilla.
—Phury tiene que dejar esa obsesión con ella.
V miró el suelo.
—No me cabe duda de que lo haría si pudiera.
—Escucha, voy a buscar a Z. —Rhage se sacó el palito blanco de la piruleta de la boca y lo envolvió en el papel color violeta—. ¿Vosotros necesitáis algo?
V miró a Jane. Tenía los ojos fijos en Rhage y lo estaba estudiando con su ojo clínico, tomando nota de la composición de su cuerpo y haciendo cálculos mentales. O, al menos, V esperaba que fuera eso lo que estaba haciendo. Hollywood era un bastardo muy atractivo.
Cuando sintió que sus colmillos comenzaban a palpitar en señal de advertencia, se preguntó si alguna vez podría recuperar la calma y la tranquilidad. Parecía tener celos de cualquier cosa con pantalones cuando Jane estaba cerca.
—No, estamos bien —le dijo a su hermano—. Gracias.
Al salir Rhage y cerrar la puerta, Jane se acomodó en el banco y estiró las piernas. Con una ridícula oleada de satisfacción, V se dio cuenta de que estaban sentados exactamente en la misma postura.
—¿Qué es un restrictor? —preguntó Jane.
V pensó que estaba perdido, mientras la miraba fijamente.
—Asesinos inmortales que quieren darnos caza para tratar de acabar con nuestra especie.
—¿Inmortales? —Jane frunció el entrecejo, como si su cerebro rechazara lo que acababa de oír. Como si fuera un dispositivo que no hubiese pasado el control de calidad—. ¿Cómo que nunca mueren?
—Es una larga historia.
—Tenemos tiempo.
—No tanto. —En absoluto.
—¿Fueron los que le dispararon?
—Sí.
—¿Y atacaron a Phury?
—Sí.
Hubo un largo silencio.
—Entonces me alegra que él haya cortado a una de esas cosas en trocitos.
V enarcó las cejas.
—¿En serio?
—La genetista que hay en mí aborrece la extinción de las razas. El genocidio es… absolutamente imperdonable. —Jane se levantó y fue hasta la puerta para mirar a Phury—. ¿Ustedes los matan? ¿A los… restrictores?
—Ésa es nuestra misión. Mis hermanos y yo pertenecemos a una casta creada para combatirlos.
—¿Una casta? —Jane clavó sus ojos verde oscuro en los de V—. ¿Qué quiere decir con que eso de que pertenecen a una casta creada para combatir?
—La genetista que hay en ti sabe exactamente lo que quiero decir. —Al sentir que la palabra Gran Padre comenzaba a zumbar en su cabeza como una bala perdida, V se aclaró la garganta. Mierda, tenía pocas ganas de hablar acerca de su futuro como semental de las Elegidas con la mujer con la que realmente quería estar. Y que se iba a marchar. Pronto… al anochecer.
—¿Y éste es un lugar para entrenar a más gente como ustedes?
—Bueno, para entrenar a soldados que nos apoyen. Mis hermanos y yo somos un poco distintos.
—¿En qué sentido?
—Como te dije, pertenecemos a una casta específicamente creada para tener fuerza y resistencia y sanar pronto.
—¿Y de dónde salió esa casta?
—Otra larga historia.
—Cuéntemela. —Al ver que él no respondía, Jane insistió—: Vamos. Podemos hablar, de verdad me interesa su especie.
Él no. La especie.
V se tragó una maldición. Por Dios, si estuviese un poco más encariñado con ella, ya estaría comiendo de su mano.
Realmente quería encender el cigarro que tenía en la mano, pero no iba a hacerlo mientras estuviera cerca de ella.
—Lo normal. Los machos más fuertes se cruzaron con las hembras más astutas. Lo cual dio como resultado a tipos como yo, que tenemos la misión de proteger a la raza.
—¿Y las mujeres que nacieron de esos cruces?
—Formaron la base de la vida espiritual de la especie.
—¿Formaron? ¿Entonces ya no se practican ese tipo de cruces selectivos?
—De hecho… el proceso está a punto de comenzar de nuevo. —Maldición, realmente necesitaba un cigarrillo—. ¿Me disculpas un momento?
—¿Adónde va?
—Al gimnasio, a fumar. —V se metió el cigarro entre los labios, se puso de pie y salió por la puerta de la sala donde se guardaban los equipos. Se recostó contra la pared de hormigón del gimnasio, colocó la botella de agua a sus pies y encendió el mechero. Mientras pensaba en su madre, soltó un desvanecido «joder».
—La bala era extraña.
V giró la cabeza enseguida. Jane estaba parada en la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho y ese cabello rubio enredado, como si se lo hubiese estado toqueteando.
—¿Perdón?
—La bala que le dio a usted. ¿Ellos usan armas distintas?
V echó la siguiente bocanada de humo en la otra dirección, lejos de ella.
—¿Por qué era extraña?
—Por lo general las balas tienen forma cónica y la punta termina en un ángulo puntiagudo, si es una bala de rifle, o son romas, si son de pistola. Pero la que le dio a usted es redonda.
V le dio otra calada a su cigarro.
—¿La viste en la placa de rayos X?
—Sí, parecía de un plomo normal, hasta donde pude ver. La bala tenía los bordes ligeramente irregulares, pero es posible que eso haya ocurrido al estrellarse contra la reja costal.
—Bueno… Sólo Dios sabe qué tipo de nueva tecnología estarán inventando esos asesinos. Ellos tienen sus juguetes y nosotros también. —V miró la punta del cigarrillo—. Y hablando de eso, debería darte las gracias.
—¿Por qué?
—Por salvarme.
—Encantada. —Jane sonrió—. Me sorprendió tanto ver su corazón.
—¿De verdad?
—Nunca había visto nada semejante. —Jane hizo un gesto con la cabeza hacia la sala de Terapia Física—. Quisiera quedarme aquí con ustedes hasta que su hermano se recupere, ¿puedo? Tengo un mal presentimiento sobre él. No estoy completamente segura de qué se trata… Parece estar bien, pero mis instintos tienen las alarmas activadas y cuando eso sucede, siempre me quedo con el remordimiento de no seguirlos. Además, en la vida real no me esperan hasta el lunes por la mañana.
V se quedó paralizado, con el cigarro a medio camino de sus labios.
—¿Qué? —dijo Jane—. ¿Hay algún problema?
—Ah… no. Ningún problema. Ninguno.
Jane se iba a quedar. Un poco más.
V sonrió para sus adentros. Así que aquello era lo que se sentía cuando uno ganaba la lotería.