15

Vishous se despertó y lo primero que vio fue a su cirujana, sentada en el sillón que había al otro extremo de la habitación. Aparentemente la había estado cuidando aun durante el sueño.

Ella también lo estaba mirando.

—¿Cómo se siente? —preguntó ella en voz baja y neutra. Con una calidez profesional, pensó V.

—Mejor. —Aunque era difícil imaginarse algo peor que lo que había sentido cuando estaba vomitando.

—¿Tiene dolor?

—Sí, pero no me molesta. Es más un fastidio, en realidad.

La mujer lo miró de arriba abajo, pero se trataba de una mirada profesional.

—Tiene buen color.

V no supo qué responder a eso. Porque cuanto más tiempo estuviera enfermo, más la podría retener a su lado. Recuperarse no era tan buena idea.

—¿Recuerda algo? —preguntó ella—. ¿Del tiroteo?

—No exactamente.

Lo cual era, en parte, una mentira. Lo único que tenía eran imágenes de los sucesos, recortes de los artículos en lugar de la columna completa: recordaba el callejón. Una pelea con un restrictor. Un disparo. Y después de eso, recordaba haber terminado en la mesa de operaciones de ella y haber sido rescatado del hospital por sus hermanos.

—¿Por qué alguien querría dispararle? —preguntó ella.

—Tengo hambre. ¿Hay algo de comer por ahí?

—¿Es usted un traficante de drogas? ¿O un proxeneta?

Vishous se restregó la cara con las manos.

—¿Por qué cree que soy alguna de esas dos cosas?

—Le dispararon en un callejón que sale de la calle Trade. Los sanitarios dijeron que usted iba muy bien armado.

—¿No se le ocurrió que podría ser un policía camuflado?

—Los policías de Caldwell no llevan dagas de artes marciales. Y los de su clase no elegirían esa profesión.

V entrecerró los ojos.

—¿Los de mi clase?

—Implica demasiada exposición, ¿no? Además, ustedes no tendrían que preocuparse por cuidar a otra raza.

Por Dios, V no se sentía con energía como para enfrentarse a una discusión acerca de la especie con ella. Además, había una parte de él que no quería que ella pensara que era diferente.

—Comida —dijo V y se quedó mirando la bandeja que estaba sobre el escritorio—. ¿Puedo comer algo?

Ella se levantó y se puso las manos sobre las caderas. V tuvo la impresión de que iba a decir algo como: «¡Alcánzala tú mismo, bicho raro!».

Pero en lugar de eso la doctora atravesó la habitación.

—Si tiene hambre, puede comer algo. No he tocado lo que Red Sox me trajo, y no tiene sentido desperdiciar la comida.

V frunció el ceño.

—No voy a tocar algo que era para usted.

—Yo no me lo voy a comer. El hecho de estar secuestrada me ha quitado el apetito.

V maldijo en voz baja, pensando que odiaba la situación en que la había puesto.

—Lo siento.

—En lugar de disculparse, ¿por qué simplemente no me deja ir?

—No todavía. —«Nunca», musitó una vocecita que desvariaba en su cabeza.

«¡Ay, por Dios, ya basta con eso de…!».

«Mía».

Con el eco de la palabra, una poderosa necesidad de marcarla se encendió dentro de él. V quería desnudarla y tenerla debajo de él y cubrirla con su olor mientras penetraba dentro de su cuerpo. Vio cómo sucedía, se vio piel contra piel en la cama, él encima de ella, mientras ella abría las piernas todo lo que podía para acoger las caderas y el pene de V.

Mientras ella traía la bandeja de la comida, la temperatura de V se disparó y lo que había entre sus piernas comenzó a palpitar como un loco. Discretamente V levantó un poco las mantas, para que no se notara nada.

Jane puso la bandeja sobre la cama y levantó la tapa plateada que cubría el plato.

—Entonces, ¿hasta dónde tiene usted que mejorar para que yo pueda marcharme? —La mujer clavó los ojos en el pecho de V, como si estuviera haciendo una evaluación médica y calculando lo que podía haber debajo del vendaje.

Ah, demonios. V quería que ella lo mirara como a un hombre. Quería que sus ojos recorrieran su piel, pero no para revisar una herida quirúrgica sino porque estaba pensando en ponerle las manos encima y se preguntaba por dónde empezar.

V cerró los ojos y se dio la vuelta, mientras gruñía por el dolor en el pecho. Se dijo que la molestia se debía a la operación, pero sospechaba que tenía que ver más con la cirujana.

—Pasaré de la comida. La próxima vez que venga alguien, pediré algo de comer.

—Usted necesita esto más que yo. Y estoy preocupada por su ingesta de líquidos.

En realidad estaba bien, porque había tomado sangre. Con sangre suficiente, los vampiros podían sobrevivir varios días sin comer nada.

Lo cual era genial. Reducía enormemente los viajes al baño.

—Quiero que se coma eso —dijo ella, mirándolo fijamente—. Como su doctora…

—No tomaré comida de su plato. —Por Dios, ningún macho que se respetara tomaría la comida de su compañera, ni aunque estuviera muriéndose de hambre. Las necesidades de ellas siempre estaban primero…

V se sintió como si acabara de meter la cabeza en la puerta de un coche y la hubiera cerrado un par de docenas de veces. ¿De dónde diablos estaba saliendo este manual de comportamiento conyugal? Era como si alguien le hubiese instalado un nuevo software en el cerebro.

—Está bien —dijo ella, dando media vuelta—. Como quiera.

Lo siguiente que V oyó fueron unos golpes. Ella estaba golpeando la puerta.

V se incorporó.

—¿Qué diablos está haciendo?

Butch corrió a la habitación y casi tumba a la doctora al abrir la puerta.

—¿Qué sucede?

V se adelantó diciendo:

—Nada…

La doctora habló con una voz serena y autoritaria, que superó las de los dos.

—Necesita comer algo y se niega a comerse lo que hay en esa bandeja. Tráigale algo sencillo y fácil de digerir. Arroz. Pollo. Agua. Galletas saladas.

—Muy bien. —Butch se inclinó hacia un lado y le echó un vistazo a V. Luego hubo una pausa larga—. ¿Cómo estás?

«Con la cabeza hecha un lío, gracias».

—Bien.

Pero al menos había algo bueno. El policía había vuelto a la normalidad, tenía los ojos brillantes, parecía fuerte y su aroma corporal había vuelto a ser una combinación del perfume a océano de Marissa y el olor que despedían los machos después de aparearse. Obviamente, Butch había estado ocupado.

Interesante. Por lo general cuando V pensaba en esos dos juntos, sentía como si tuviera el pecho envuelto en alambre de púas. Pero ¿ahora? Sólo se alegró de que su amigo estuviera recuperado.

—Tienes un fantástico aspecto, policía.

Butch acarició su camisa de seda a rayas.

—Gucci puede convertir a cualquiera en una estrella de rock.

—Ya sabes a qué me refiero.

Los ojos almendrados que le resultaban tan familiares se pusieron serios.

—Sí. Gracias… como siempre. —En medio de ese momento tan emotivo, los dos hombres se cruzaron mentalmente palabras que no se podían pronunciar con ningún tipo de público—. Entonces… Volveré con algo de comer.

Cuando la puerta se cerró, Jane miró por encima del hombro y dijo:

—¿Cuánto tiempo llevan siendo amantes?

Sus ojos se clavaron directamente en los de V y no había manera de evadir la pregunta.

—No lo somos.

—¿Está seguro?

—Créame. —Sin ninguna razón en particular, V se quedó mirando la bata blanca—. «Doctora Jane Whitcomb» —leyó—. «Trauma». —Eso tenía sentido. Ella tenía ese tipo de seguridad en sí misma—. Entonces, ¿estaba muy mal cuando llegué al hospital?

—Sí, pero yo le salvé el pellejo, ¿no es cierto?

V sintió que una oleada de reverencia le recorría de arriba abajo. Ella era su rahlman, su salvadora. Estaban unidos…

Sí, en fin. En este momento su salvadora se estaba alejando de él, retrocediendo hasta tocar la pared. V cerró los párpados, pues sabía que sus ojos debían de estar brillando. El terror en el rostro de la mujer y el hecho de que se alejara resultaba muy doloroso.

—Sus ojos —dijo ella con un hilo de voz.

—No se preocupe por eso.

—¿Qué demonios es usted? —El tono de la mujer sugería que «bicho raro» podía ser una descripción apropiada y, Dios, ¿acaso no tenía razón?

—¿Qué es usted? —repitió ella.

Era tentador inventarse una mentira, pero no había forma de que ella le creyera. Además, mentirle le haría sentirse sucio.

—Tú sabes lo que soy. Eres lo suficientemente inteligente para saberlo —susurró V, clavando sus ojos en ella.

—No puedo creerlo —dijo ella, tras un largo silencio.

—Eres demasiado brillante para no creerlo. Demonios, tú misma ya hiciste alusión a eso.

—Los vampiros no existen.

V perdió la paciencia, aunque ella no se lo merecía.

—¿Ah, no? ¡Entonces explíqueme por qué está en mi maldito país de las maravillas!

—Dígame algo —respondió ella, casi sin respirar—, ¿los derechos civiles tienen algún significado para los de su clase?

—La supervivencia es más importante —dijo V de manera tajante—. Pero, claro, nos han cazado durante generaciones.

—Y el fin justifica cualquier medio para usted. ¡Qué nobleza! —Ella hablaba con la misma virulencia que él—. ¿Siempre usan esa justificación para capturar humanos?

—No, no me gustan los humanos.

—Ah, sólo que usted me necesita, así que me va a utilizar. ¡Qué honor ser la excepción!

Bueno, diablos. Esto era excitante. Cuanto más agresiva se ponía ella, más se endurecía el cuerpo de V. Aun en el estado de debilidad en que se encontraba, la erección de su pene palpitaba como loca entre sus muslos y en este momento se la estaba imaginando a ella agachada sobre la cama, vestida solamente con la bata blanca… y él penetrándola por detrás.

Tal vez debería agradecer que ella sintiera tanto rechazo. No era momento de enredarse con una mujer…

De repente, la noche del tiroteo regresó a su cerebro con total claridad. V recordó la dichosa visita de su madre y el fabuloso regalo de cumpleaños que le había dado: el Gran Padre. Había sido elegido para ser el Gran Padre.

V hizo una mueca y se tapó la cara con las manos.

—Ay… maldición.

—¿Qué sucede? —preguntó ella, con un tono de arrepentimiento.

—Mi maldito destino.

—¿Ah, de veras? Yo estoy encerrada en esta habitación. Al menos usted es libre de ir adonde quiera.

—Ojalá fuera así.

Ella hizo un ruido que indicaba que no le creía y luego ninguno de los dos dijo nada más hasta que Butch regresó, cerca de media hora después, con otra bandeja con comida. El policía tuvo el acierto de no decir mucho y moverse rápidamente… y también la previsión de mantener la puerta cerrada con pestillo durante todo el tiempo que estuvo dentro. Muy astuto.

La cirujana de V estaba planeando tratar de llegar a la puerta. Siguió al policía con los ojos como si estuviera evaluando un blanco y mantuvo todo el tiempo la mano derecha en el bolsillo de la bata.

Tenía algún tipo de arma allí. Maldición.

V observó a Jane con cuidado mientras Butch dejaba la bandeja sobre la mesa de noche y rogó que no hiciera nada estúpido. Cuando vio que su cuerpo se tensaba y se echaba hacia delante, se incorporó, preparado a lanzarse sobre ella porque no quería que nadie más la tocara. Nunca.

Sin embargo, no sucedió nada. Ella alcanzó a ver que él cambiaba de postura con el rabillo del ojo y la distracción fue suficiente para que Butch saliera de la habitación y volviera a cerrar la puerta.

V volvió a recostarse contra las almohadas y estudió el gesto adusto de la barbilla de su doctora.

—Quítese la bata.

—¿Perdón?

—Quítesela.

—No.

—Quiero que se la quite.

—Entonces sugiero que contenga la respiración. A mí no me afectará en lo más mínimo, pero al menos a usted la sensación de asfixia le ayudará a pasar el tiempo de la espera.

V sintió que su pene erecto palpitó con fuerza. Ay, mierda, V tenía que enseñarle que la desobediencia tenía un precio y ¡vaya sesión que tendrían! Ella pelearía con uñas y dientes antes de rendirse. Si es que llegaba a rendirse.

La espalda de Vishous se arqueó por su propia voluntad y sus caderas se sacudieron, mientras que su erección palpitaba debajo de las sábanas. Dios… estaba tan absolutamente excitado que estaba a punto de tener un orgasmo.

Pero todavía tenía que desarmarla.

—Quiero que me dé la comida.

Ella enarcó las cejas.

—Usted es perfectamente capaz de…

—Deme la comida, por favor.

Cuando se acercó a la cama, lo hizo con brusquedad y de mal humor. Desenrolló la servilleta y…

En ese instante V se puso en movimiento. La agarró de los brazos y la arrastró hacia él, mientras que el elemento sorpresa le permitía ponerla en un estado de rendición que estaba absolutamente seguro de que sería transitorio… así que se movió rápido. Le quitó la bata, manipulándola con toda la suavidad que podía, mientras que ella forcejeaba por zafarse.

Mierda, aunque trató de evitarlo, el impulso de dominarla se apoderó de él. De repente comenzó a tocarla pero no para mantener sus manos lejos de lo que fuera que tuviera en el bolsillo, sino porque la quería acostar en la cama para demostrarle su poder y su fuerza. Le agarró las dos muñecas con una mano, le estiró los brazos por encima de la cabeza y le atrapó los muslos con las caderas.

—¡Suélteme! —dijo Jane entre dientes, mientras que sus ojos verde oscuro brillaban de la rabia.

Completamente excitado, V arqueó el cuerpo sobre ella y tomó aire… pero se quedó paralizado. El aroma que ella despedía no contenía la dulzura de una mujer que quiere tener sexo. Ella no se sentía atraída hacia él en lo más mínimo. Estaba furiosa.

V la soltó de inmediato y se alejó, aunque se aseguró de quedarse con la bata. Tan pronto como se sintió libre, Jane salió corriendo de la cama como si el colchón estuviera en llamas y lo miró fijamente. Tenía el pelo enredado en las puntas, la camisa torcida y una pernera del pantalón se le había quedado enroscada en la rodilla. Respiraba pesadamente debido al esfuerzo y miraba fijamente su bata.

Cuando V la revisó, encontró una de sus navajas.

—No puedo permitir que esté armada —dijo; luego dobló cuidadosamente la bata y la puso a los pies de la cama, aunque sabía que ella no iba a acercarse, aunque le pagaran—. Si llegara a atacarme a mí o a alguno de mis hermanos con algo así, podría resultar herida.

Ella dejó escapar una maldición mientras soltaba el aire. Luego lo sorprendió con una pregunta.

—¿Qué le hizo sospechar?

—El hecho de que se llevara la mano al bolsillo cuando Butch trajo la bandeja.

Ella se envolvió entre los brazos como si tuviera frío.

—Mierda. Pensé que había sido más discreta.

—Tengo algo de experiencia en eso de esconder armas. —Se estiró y abrió el cajón de su mesilla de noche. La navaja produjo un golpe seco cuando él la dejó caer dentro del cajón. Después de cerrarlo, le echó la llave mentalmente.

Cuando volvió a levantar la mirada, ella se estaba secando rápidamente los ojos. Como si estuviera llorando. Luego dio un giro rápido para darle la espalda y, con la cara hacia la pared, echó los hombros hacia adelante. No hizo ningún ruido. Su cuerpo no se movió. Su dignidad se mantuvo intacta.

V bajó las piernas de la cama y puso los pies en el suelo.

—Si se me acerca —dijo ella con voz ronca—, encontraré la manera de hacerle daño. Probablemente no pueda hacer mucho, pero de una manera u otra, me vengaré de usted. ¿Está claro? ¡Déjeme en paz, maldición!

V apoyó los brazos sobre la cama y dejó colgar la cabeza. Se sintió miserable mientras escuchaba los sonidos inaudibles de las lágrimas de ella. Preferiría que lo hubiesen golpeado con un martillo.

Él era el causante de aquella situación.

De repente ella se giró hacia él y respiró profundamente. Excepto por el hecho de que tenía los ojos un poco rojos, él nunca se habría dado cuenta de que estaba alterada.

—Muy bien. ¿Va a comer por sus propios medios o realmente necesita ayuda con el cuchillo y el tenedor?

V parpadeó.

«Estoy enamorado —pensó, mirándola—. Me he enamorado».

‡ ‡ ‡

A medida que la clase avanzaba, John se sentía miserable: le molestaba todo, sentía náuseas, estaba exhausto e inquieto y le dolía tanto la cabeza que habría podido jurar que tenía el pelo en llamas.

Mientras entrecerraba los ojos como si estuviera ante un reflector y no ante un pupitre, tragó saliva y sintió la garganta seca. Llevaba un buen rato sin anotar nada en su cuaderno y no estaba seguro de qué estaba hablando Phury. ¿Todavía estaba hablando sobre armas de fuego?

—Oye, John —susurró Blay—. ¿Estás bien, hermano?

John asintió con la cabeza, porque eso es lo que se hace cuando alguien le pregunta a uno algo.

—¿Quieres acostarte un rato?

John negó con la cabeza porque se imaginó que era otra respuesta apropiada y la variedad siempre era deseable. No había razón para hacer siempre el mismo gesto.

Por Dios, ¿qué diablos le pasaba? Sentía que su cerebro era como algodón de azúcar, ocupaba un montón de espacio pero no era nada.

Frente a él, Phury cerró el libro de texto del que había estado enseñando.

—Y ahora, vais a practicar con algunas armas de verdad. Zsadist está en el campo para la sesión de tiro, y yo os veré mañana.

Mientras las palabras pasaban junto a él como ráfagas de viento, John arrastró su mochila y la puso sobre la mesa. Al menos no iban a tener entrenamiento físico esa noche. Tal y como estaban las cosas, salir de esa silla y bajar hasta el campo de tiro iba a ser suficiente esfuerzo.

El campo de tiro estaba situado detrás del gimnasio. Mientras se dirigía hacia allí, era difícil no notar cómo Qhuinn y Blay lo flanqueaban como si fueran sus guardaespaldas. John odiaba esta situación, no era bueno para su ego, pero su lado práctico se sentía agradecido. A cada paso que daba podía sentir la mirada de Lash. Era como tener un cartucho de dinamita encendido en el bolsillo.

Zsadist estaba esperando delante de la puerta de acero del campo de tiro y, cuando la abrió, dijo:

—Haced una fila contra la pared, señoritas.

John siguió a los demás hasta el interior y se recostó contra el hormigón blancuzco. El sitio parecía una caja de zapatos, alargado y estrecho, y tenía más de una docena de carriles para disparar, que se extendían hacia el frente. Los blancos tenían forma de cabezas y torsos y colgaban de rieles que cubrían todo el techo. Cada uno se podía manipular desde la centralita, para ajustar la distancia o ponerlo en movimiento.

Lash fue el último estudiante en entrar y pasó caminando hasta el final de la fila con la cabeza en alto, como si supiera que iba a destacarse con una pistola. No miró a nadie a los ojos. Sólo a John.

Zsadist cerró la puerta, luego frunció el entrecejo y agarró el móvil que llevaba colgado del cinturón.

—Disculpadme. —Fue hasta un rincón, tuvo una breve conversación y luego regresó, un poco pálido—. Cambio de instructor. Wrath me reemplazará esta noche.

Un segundo después entró Wrath, como si el rey se hubiese desmaterializado hasta la puerta.

Era todavía más grande que Zsadist e iba vestido con pantalones de cuero negros y una camisa negra, cuyas mangas llevaba enrolladas. Wrath y Z hablaron durante un momento; luego el rey le puso una mano en el hombro a Z y se lo apretó, como si estuviera tratando de transmitirle tranquilidad.

Bella, pensó John. Seguramente esto tenía que ver con Bella y el embarazo. Mierda, esperaba que todo fuera bien.

Wrath cerró la puerta cuando Z hubo salido y luego se colocó ante la clase, cruzando los brazos llenos de tatuajes sobre el pecho y abriendo las piernas. Mientras observaba a los once estudiantes, parecía tan impenetrable como la pared contra la que John estaba recostado.

—El arma de esta noche es la nueve milímetros autorrecargable. El término semiautomáticas con el que se conoce a estas armas se presta a confusión. Practicaréis con pistolas Glock. —El rey se llevó la mano a la parte baja de la espalda y sacó un arma mortífera de metal negro—. Observad que el seguro de estas armas está en el gatillo.

El rey habló sobre las características específicas del arma y las balas, mientras que dos doggen se acercaron con un carrito del tamaño de una camilla de hospital. Sobre él estaban depositadas once armas de la misma marca y el mismo modelo, y al lado de cada una había un gancho.

—Esta noche vamos a trabajar sobre la posición y cómo apuntar.

John se quedó mirando las armas. Estaba seguro de que le iba a ir tan mal disparando como le iba con todos los otros aspectos del entrenamiento. Entonces se sintió más furioso, lo cual hizo que le doliera más la cabeza.

Aunque fuera sólo una vez le gustaría encontrar algo en lo que destacar. Aunque fuera una vez.