1
—Este cuero no me convence para nada.
Vishous levantó la mirada desde su centro de informática. Butch O’Neal estaba de pie en la sala de la Guarida, con un par de pantalones de cuero y una cara de esto-no-va-a-funcionar.
—¿Acaso no te quedan bien? —le preguntó V a su compañero de casa.
—No es eso. No te ofendas, pero esto parece ropa de macarra. —Butch levantó sus pesados brazos y dio una vuelta, mientras su pecho desnudo reflejaba la luz de las lámparas—. Me refiero a que, vamos…
—Son para luchar, no para que vayas a la moda.
—Lo mismo sucede con las faldas de los escoceses, pero nunca me verás con una de ellas puesta.
—Afortunadamente. Tienes unas piernas demasiado feas para que esa mierda te siente bien.
Butch puso cara de aburrimiento.
—Si quieres, muérdeme.
«Eso quisiera yo», pensó V.
Vishous hizo una mueca y se estiró para alcanzar su reserva de tabaco turco. Mientras sacaba un papel de fumar, preparaba una línea de tabaco y liaba un cigarro, se dedicó a hacer lo que hacía habitualmente: recordó que Butch estaba felizmente emparejado con el amor de su vida y que, aunque no fuera así, su amigo tenía tendencias muy distintas.
Mientras encendía el cigarro y le daba una calada, V trató de no mirar al policía, pero no lo consiguió. Esa maldita visión periférica. Siempre lo traicionaba.
¡Por Dios, realmente era un pervertido! Especialmente si uno pensaba en lo unidos que estaban los dos.
En los últimos nueve meses, V se había acercado más a Butch de lo que se había acercado a ninguna persona a lo largo de sus más de trescientos años de vida. Vivían juntos, se emborrachaban juntos, hacían ejercicio juntos. Habían tenido experiencias de vida y muerte y se habían enfrentado a profecías y fatalidades juntos. Él había contribuido a doblegar las leyes de la naturaleza para convertir al humano en vampiro y luego lo había curado, cuando éste había puesto a prueba su talento especial con los enemigos de la raza. También lo propuso para ser miembro de la Hermandad… y lo había apoyado durante la ceremonia de apareamiento con su shellan.
Mientras Butch se paseaba de un lado a otro como si estuviera tratando de acostumbrarse a los pantalones de cuero, V se quedó mirando las siete letras que tenía tatuadas en la espalda en lengua antigua: MARISSA. V había hecho las dos aes y habían quedado bastante bien, a pesar del hecho de que su mano había temblado todo el tiempo.
—Sí —dijo Butch—. No estoy seguro de que me sienta cómodo con esto.
Después de la ceremonia de apareamiento, V se fue de la Guarida durante el día para que la feliz pareja pudiera tener un rato de privacidad. Atravesó el patio del complejo y se encerró en una de las habitaciones de huéspedes de la mansión, con tres botellas de Grey Goose. Bebió como un cosaco, se emborrachó hasta más no poder, pero no logró el objetivo de quedar inconsciente. La verdad lo mantuvo inclementemente despierto: V estaba ligado a su compañero de casa de una manera que complicaba las cosas y, sin embargo, no cambiaba nada en absoluto.
Butch sabía lo que estaba pasando. ¡Maldición, era su mejor amigo y lo conocía mejor que cualquier otra persona! Y Marissa también lo sabía porque no era estúpida. Y la Hermandad lo sabía porque aquellos malditos idiotas eran como viejas chismosas que no soportaban que nadie tuviera un secreto.
Nadie tenía ningún problema con eso.
Pero él sí. V no soportaba lo que sentía. Y tampoco se soportaba a él mismo.
—¿Vas a probarte el resto del equipo? —preguntó V, echando el humo—. ¿O vas a seguir quejándote otro rato porque no te gustan los pantalones?
—No me hagas ponerte contra el suelo.
—¿Y por qué querría privarte de tu pasatiempo favorito?
—Porque me está doliendo el dedo. —Butch avanzó hasta uno de los sofás y agarró una cartuchera de cuero. Tan pronto la deslizó por sus inmensos hombros, el cuero ciñó su torso a la perfección—. ¡Mierda! ¿Cómo has hecho para que ajustara tan bien?
—Te tomé medidas, ¿recuerdas?
Butch se abrochó la hebilla de la cartuchera y luego se inclinó y deslizó los dedos por la tapa de una caja de madera lacada en negro. Se quedó un rato acariciando el escudo dorado de la Hermandad de la Daga Negra y luego deslizó los dedos por los caracteres en lengua antigua que decían: «Dhestroyer, descendiente de Wrath, hijo de Wrath».
Ése era el nuevo nombre de Butch. El antiguo y noble linaje de Butch.
—¡Ay, maldición, abre la caja! —V apagó el cigarro, lió otro y lo encendió. ¡Era estupendo que los vampiros no enfermaran de cáncer! Últimamente vivía fumando como un condenado a muerte—. ¡Vamos!
—Todavía no lo puedo creer.
—Abre la maldita caja.
—De verdad, no puedo…
—¡Ábrela! —A esas alturas V ya estaba tan enervado que podría levitar en la silla.
El policía accionó el mecanismo de la cerradura de oro macizo y levantó la tapa. Sobre una cojín de satén rojo reposaban cuatro dagas iguales de hoja negra, cada una fabricada exactamente para que se ajustara a las características de Butch y afilada para ser letal.
—¡Virgen santísima! ¡Son preciosas!
—Gracias —dijo V, soltando otra bocanada de humo—. También hago buen pan.
El policía clavó sus ojos almendrados en el otro extremo de la habitación.
—¿Tú has hecho esto para mí?
—Sí, pero no es nada especial. Las hago para todos nosotros. —V levantó su mano derecha enguantada—. Soy bueno con el calor, como bien sabes.
—V… gracias.
—De nada. Como ya te he dicho, soy el hombre de las cuchillas. Lo hago todo el tiempo.
Sí… sólo que tal vez no siempre se concentraba tanto. Por Butch había pasado los últimos cuatro días trabajando en las dagas sin parar. Maratones de dieciséis horas con su maldita mano resplandeciente sobre el acero, que le habían hecho doler la espalda y arder los ojos. Pero, maldición, estaba decidido a que cada una fuera digna del hombre que las empuñaría.
De todas formas, las dagas todavía no eran suficientemente perfectas.
El policía sacó una de las dagas y se la puso sobre la palma de la mano. Al sentirla, sus ojos brillaron.
—Por Dios… siente esto. —Butch comenzó a blandir el arma de un lado a otro frente a su pecho—. Nunca había visto nada con un peso tan exacto. Y la empuñadura. ¡Dios… es perfecta!
Esos elogios alegraron a V más que cualquier otro comentario que hubiese recibido en la vida.
Pero también lo irritaron más.
—Sí, bueno, se supone que así deben ser, ¿no? —Vishous apagó el cigarro en un cenicero, aplastando su frágil punta encendida—. No tendría sentido que salieras al campo con un juego de dagas Ginsu.
—Gracias.
—De nada.
—V, de verdad…
—A la mierda. —Al ver que su compañero no le respondía con otra grosería, V levantó la mirada.
Maldición. Butch estaba frente a él y los ojos almendrados del policía brillaban con una expresión de comprensión que V deseó que su amigo no tuviera.
V clavó la mirada en el mechero.
—De nada, policía, sólo son unos cuchillos.
La punta negra de la daga se deslizó por debajo de la barbilla de V, obligándolo a levantar la cabeza y a enfrentarse a la mirada de Butch. Su cuerpo se tensó. Luego se estremeció.
Con el arma en esa posición, Butch dijo:
—Son hermosas.
V cerró los ojos y pensó en cuánto se despreciaba. Luego se inclinó deliberadamente sobre la cuchilla, de manera que la hoja le cortó la garganta. Mientras se tragaba la punzada de dolor, se aferró a ese dolor y lo usó para recordarse que él era un maldito pervertido y que los pervertidos merecían que les hicieran daño.
—Vishous, mírame.
—Déjame en paz.
—Oblígame.
Durante una fracción de segundo, V sintió el impulso de lanzarse sobre su amigo y golpearlo hasta dejarlo inconsciente.
—Sólo te estoy dando las gracias por hacer algo genial —dijo Butch—. No es nada del otro mundo.
¿Nada del otro mundo? V abrió los ojos y sintió cómo su mirada lanzaba un destello.
—Eso es pura mierda. Y tú lo sabes muy bien.
Butch quitó la daga y, mientras dejaba caer el brazo, V notó un hilillo de sangre deslizándose por el cuello. La sentía tibia… y suave, como un beso.
—No vayas a decir que lo sientes —murmuró V en medio del silencio—. Me puedo poner violento.
—Pero sí lo siento.
—No hay nada que lamentar. —¡Por Dios, ya no podía seguir viviendo allí con Butch! Con Butch y Marissa. El recuerdo constante de lo que no podía tener y no debería desear lo estaba matando. Y Dios sabía que ya estaba en muy malas condiciones. ¿Cuándo había sido la última vez que durmió durante el día? Llevaba varias semanas sin hacerlo.
Butch guardó la daga en el bolsillo de la cartuchera, con la empuñadura hacia abajo.
—No quiero hacerte daño…
—Basta; no vamos a hablar más de este asunto. —V se llevó un dedo a la garganta y recogió la sangre que se había sacado con la daga que él mismo había hecho. Mientras la lamía, la puerta oculta que llevaba al túnel subterráneo se abrió y el olor del océano invadió la Guarida.
Entonces apareció Marissa, con ese aire de Grace Kelly… hermosa, como siempre. Con la cabellera rubia y larga y su rostro perfectamente moldeado, Marissa era conocida como la gran belleza de la especie e incluso V tenía que mostrar admiración, aunque ella no fuese su tipo.
—Hola, chicos… —Marissa se detuvo de repente y se quedó mirando fijamente a Butch—. ¡Por… Dios… mira esos pantalones!
Butch frunció el ceño.
—Sí, ya lo sé. Son…
—¿Podrías venir aquí un momento? —Marissa comenzó a retroceder por el pasillo en dirección a su habitación—. Necesito que vengas aquí un minuto. O tal vez diez.
Butch comenzó a despedir el olor que producen los machos cuando se aparean y V estaba seguro de que el cuerpo de su amigo se estaba preparando para tener sexo.
—Linda, soy todo tuyo.
Al tiempo que salía de la sala, el policía miró a V por encima del hombro.
—Ahora sí me están gustando estos pantalones. Dile a Fritz que necesito cincuenta pares. Inmediatamente.
Al quedarse solo, Vishous se inclinó sobre el equipo de sonido Alpine y le subió el volumen a Music is my savior, de MIMS. Mientras el rap inundaba el ambiente, pensó en que antes solía usar la música para acallar los pensamientos de los demás, pero ahora que había dejado de tener visiones y todo ese asunto de leer la mente de otros se había evaporado, usaba los compases del rap para no oír a su compañero haciendo el amor.
V se restregó la cara con las manos. Realmente tenía que salir de allí.
Durante algún tiempo intentó que ellos se mudaran, pero Marissa insistía en que la Guarida era «acogedora» y le gustaba vivir allí. Lo cual tenía que ser una mentira. La mitad de la sala estaba ocupada por una mesa de futbolín, la televisión estaba encendida sin volumen en ESPN[1], veinticuatro horas al día, siete días a la semana, y para rematar siempre estaban resonando los acordes de un rap machacón. La nevera era una zona catastrófica en la que se encontraban unas cuantas sobras mohosas de Taco Hell y Arby’s. Las únicas bebidas de la casa eran vodka Grey Goose y whisky Lagavulin. Y toda la lectura se limitaba a Sports Illustrated y… bueno, números atrasados de Sports Illustrated.
Así que no había muchas cosas tiernas ni acogedoras. El lugar parecía en parte la casa de una fraternidad y en parte un vestidor de hombres. Decorado por Derek Jeter[2].
¿Y qué pasaba con Butch? Cuando V sugirió una mudanza, el tío le lanzó una mirada fulminante por encima del sofá, negó con la cabeza una sola vez y se fue a la cocina a buscar más Lagavulin.
V se negaba a pensar que Butch y Marissa se habían quedado porque estaban preocupados por él o algo similar. La sola idea le volvía loco.
Se puso de pie. Si quería propiciar una separación, él iba a tener que iniciarla. El problema era que no estar todo el tiempo con Butch le resultaba… impensable. Era mejor la tortura en la que se encontraba ahora que vivir en el exilio.
Le echó un vistazo a su reloj y pensó que podría tomar el túnel subterráneo y dirigirse a la mansión. Aunque todos los otros miembros de la Hermandad de la Daga Negra vivían en aquella monstruosa mansión de piedra, todavía quedaban muchas habitaciones disponibles. Tal vez debería probar una para ver cómo se sentía. Durante un par de días.
Pero esa idea hizo que el estómago se le revolviera.
De camino a la puerta, V alcanzó a sentir el olor del apareamiento que salía de la habitación de Butch y Marissa. Mientras pensaba en lo que allí estaba sucediendo, sintió que le hervía la sangre. La vergüenza le puso la piel de gallina.
Lanzó una maldición y agarró su chaqueta de cuero, sacando, al mismo tiempo, su teléfono móvil. Mientras marcaba un número, sintió el pecho helado como un congelador, pero pensó que al menos estaba haciendo algo para remediar esa obsesión suya.
Cuando respondió una voz femenina, V ignoró el saludo seductor de la mujer y dijo:
—Al atardecer. Esta noche. Ya sabes qué ponerte y debes tener el pelo recogido y el cuello libre. ¿Qué dices?
La respuesta fue un ronroneo de sumisión.
—Sí, mi lheage.
V colgó y arrojó el teléfono sobre el escritorio y después observó cómo rebotaba contra la mesa y caía sobre uno de sus cuatro teclados. A la esclava que había elegido para esa noche le gustaba el sexo especialmente duro. Y él estaba preparado para ofrecérselo.
¡Por Dios, realmente era un pervertido! Hasta la médula. Un pervertido sexual descarado e impenitente… que de alguna manera era conocido dentro de su raza por ser como era.
Era una locura, pero, claro, las motivaciones y los gustos de las hembras siempre habían sido extraños. Pero a V esa reputación le importaba tanto como las mujeres con las que estaba. Lo único que le importaba era tener voluntarias para satisfacer sus necesidades sexuales. Lo que se decía sobre él, lo que las mujeres necesitaban creer acerca de él, sólo era masturbación oral para unas bocas que no tenían en qué ocuparse.
Mientras bajaba hacia el túnel y se dirigía a la mansión, V se sentía cada vez más irritado. Gracias a ese estúpido horario de turnos que habían establecido en la Hermandad, esta noche no podría salir a pelear y eso lo ponía furioso. Preferiría mil veces estar cazando y matando a esos malditos asesinos inmortales que perseguían a la raza que estar sentado contemplándose las pelotas.
Pero había otras maneras de combatir las frustraciones.
Ésa era la función de las correas de inmovilización y los cuerpos complacientes.
‡ ‡ ‡
Cuando entró a la inmensa cocina de la mansión, Phury se quedó paralizado, como si acabara de cortarse con un cuchillo o algo así. Las suelas de sus zapatos quedaron pegadas al suelo y se quedó sin aire. Su corazón primero se detuvo y luego empezó a palpitar como loco.
Antes de que pudiera retroceder y escabullirse por la puerta de servicio, lo vieron.
Bella, la shellan de su hermano gemelo, levantó la mirada y sonrió.
—Hola —lo saludó.
—Hola. —«Márchate. Ahora».
¡Por Dios, Bella olía deliciosamente bien!
Bella agitó el cuchillo que tenía en la mano y que estaba usando para cortar un pavo asado.
—¿Quieres que te haga un sándwich a ti también?
—¿Qué? —dijo Phury, como si fuera un idiota.
—Un sándwich. —Bella señaló con la punta del cuchillo el pan y el frasco casi vacío de mayonesa, la lechuga y los tomates—. Debes de tener hambre. No comiste mucho durante la última cena.
—Ah, sí… No, no tengo… —Pero el estómago de Phury lo puso en evidencia al rugir como la bestia hambrienta que era. «Maldito».
Bella sacudió la cabeza y volvió a concentrarse en la pechuga de pavo.
—Saca un plato y ponte cómodo.
Bueno, esto era lo último que él necesitaba. Preferiría que lo enterraran vivo, antes que sentarse solo en la cocina con ella, mientras le preparaba algo de comer con sus hermosas manos.
—Phury —dijo Bella sin levantar la mirada del pavo—. Plato. Asiento. Ahora.
Phury obedeció porque, a pesar de que descendía de un linaje de guerreros y era miembro de la Hermandad y la superaba en peso por unos buenos cincuenta kilos, no era más que un dócil cachorrito cuando estaba ante ella. La shellan de su gemelo… la shellan embarazada de su hermano gemelo… no era una persona a la que él podía decirle que no.
Después de deslizar un plato sobre la encimera y ponerlo junto al de ella, Phury se sentó al otro lado y se forzó a no mirar las manos de Bella. Estaría bien siempre y cuando no se quedara observando sus dedos largos y elegantes y esas uñas cortas y muy bien cuidadas y la manera como…
Mierda.
—Te juro —dijo Bella, cortando otra loncha de pechuga de pavo— que Zsadist quiere que engorde hasta que parezca una casa. Si tengo que estar otros trece meses insistiéndome para que coma, no voy a caber en la piscina. Ya casi no me valen los pantalones.
—Tienes buen aspecto. —¡Maldición, estaba estupenda! Con su cabello largo y oscuro y sus ojos color zafiro y ese cuerpo alto y estilizado. El bebé que llevaba en su vientre todavía no se notaba debajo de la camisa suelta, pero el embarazo era evidente en el brillo de la piel y la manera como se llevaba la mano a la parte inferior del abdomen con frecuencia.
El estado de Bella también era evidente en la expresión de ansiedad que reflejaban los ojos de Z cada vez que estaba cerca de ella. Como los embarazos de los vampiros solían presentar una alta tasa de mortalidad de la madre o el feto, para el hellren que estaba enamorado de su pareja, el embarazo de ésta era al mismo tiempo una bendición y una maldición.
—Pero ¿tú te sientes bien? —preguntó Phury. Después de todo, Z no era el único que se preocupaba por ella.
—Muy bien. Me siento un poco cansada, pero no es tan grave. —Bella se lamió los dedos y luego agarró el bote de mayonesa. Mientras movía el cuchillo dentro del frasco, éste sonaba como una moneda que alguien estuviera sacudiendo—. Pero Z me está volviendo loca. Se niega a alimentarse.
Phury recordó el sabor de la sangre de Bella y tuvo que mirar hacia otro lado pues sus colmillos se alargaron. Lo que él sentía por ella no tenía nada de noble y, al ser un hombre que siempre se había preciado de su naturaleza honorable, Phury sentía una terrible contradicción entre sus emociones y sus principios.
Y lo que él sentía, definitivamente, no era recíproco. Bella lo había alimentado aquella única vez porque él lo necesitaba con desesperación y ella era una mujer de buen linaje. No porque se sintiera inclinada a protegerlo o porque lo deseara.
No, todo eso era para su hermano gemelo. Desde la primera noche en que lo vio, Z la cautivó y luego el destino hizo posible que ella lo rescatara del infierno en que él estaba encerrado. Phury sacó el cuerpo de Z de aquel siglo de ser un esclavo de sangre, pero fue Bella quien resucitó su espíritu.
Lo cual era, desde luego, una razón más para amarla.
¡Maldición, cómo le gustaría tener un poco de humo rojo encima! Había dejado arriba su reserva.
—¿Y a ti cómo te va? —preguntó Bella, poniendo sobre el pan unas finas lonchas de pavo y cubriéndolas con hojas de lechuga—. ¿La prótesis nueva todavía te está dando problemas?
—Está un poco mejor, gracias. —La tecnología del mundo actual estaba a años luz de lo que había hace un siglo, pero, teniendo en cuenta todos los combates a los que él se enfrentaba, su pierna amputada era una preocupación constante.
Su pierna amputada… sí, había perdido una pierna, es cierto. Se la había volado de un tiro para rescatar a Z de aquella maldita bruja que lo tenía como esclavo. El sacrificio había valido la pena. Al igual que el sacrificio de su felicidad para que Z estuviera con la mujer que los dos amaban.
Bella tapó los sándwiches con pan y deslizó el plato de Phury por encima de la encimera de granito.
—Aquí tienes.
—Esto es exactamente lo que necesitaba. —Phury saboreó el momento en que hundió sus dientes en el sándwich y el pan se deshizo como si fuera piel. Mientras tragaba el primer bocado fue asaltado por el triste placer de pensar que Bella le había preparado ese tentempié y lo había hecho con una cierta clase de amor.
—¡Qué bien! Me alegro. —Bella le dio un mordisco a su propio sándwich—. Eh… Hace un par de días que quería preguntarte algo.
—¿Ah, sí? ¿Qué?
—Como sabes, estoy trabajando en Safe Place con Marissa. Es una organización tan maravillosa, llena de gente estupenda… —Hubo una larga pausa, el tipo de pausa que hizo que Phury se preparara para sufrir un golpe—. En todo caso, acaba de llegar una nueva trabajadora social que vino a aconsejar a las nuevas madres y sus bebés. —Bella se aclaró la garganta y se limpió los labios con una servilleta de papel—. Es realmente genial. Agradable, divertida. Yo estaba pensando que tal vez…
¡Ay, Dios!
—Gracias, pero no.
—Pero ella es realmente agradable.
—No, gracias. —Phury comenzó a comer a toda velocidad, mientras sentía que la piel le temblaba por todo el cuerpo.
—Phury… Ya sé que no es asunto mío, pero ¿por qué el celibato?
Mierda. Más rápido con el sándwich.
—¿Podríamos cambiar de tema?
—Es por Z, ¿verdad? La razón por la cual nunca has estado con una mujer. Es el sacrificio que haces por él y por su pasado.
—Bella… por favor…
—Tienes más de doscientos años y es hora de que empieces a pensar en ti mismo. Z nunca va a ser totalmente normal y nadie lo sabe mejor que tú y yo. Pero ahora está más estable. Y se va a sentir todavía mejor con el paso del tiempo.
Cierto, siempre y cuando Bella sobreviviera al embarazo: hasta que ella no saliera del parto sana y salva, su gemelo no estaría bien. Y por extensión, Phury tampoco.
—Por favor, déjame presentarte…
—No. —Phury se puso de pie, masticando como una vaca. Los modales en la mesa eran muy importantes, pero aquella conversación tenía que terminar antes de que su cabeza explotara.
—Phury…
—No quiero una mujer en mi vida.
—Tú serías un hellren maravilloso, Phury.
Phury se limpió la boca con una toalla de la cocina y dijo en lengua antigua:
—Muchas gracias por esa comida que preparaste con tus manos. Que tengas buena noche, Bella, la amada esposa de mi hermano Zsadist.
Phury se sintió culpable por no ayudarla a recoger, pero se imaginaba que eso era mejor que sufrir un aneurisma, así que atravesó la puerta de servicio hacia el comedor. A medio camino de la enorme mesa de diez metros, se sintió sin fuerzas, arrastró uno de los asientos del comedor y se dejó caer sobre él.
¡Por Dios, el corazón le estaba latiendo como loco!
Cuando levantó la mirada, Vishous estaba al otro extremo de la mesa y lo observaba fijamente.
¡Maldición!
—¿Estás un poco tenso, hermano? —Con su metro noventa y cinco de estatura y descendiente del gran guerrero conocido como el Sanguinario, V era una especie de gigante. Tenía los iris blancos como el hielo, rodeados por un marco azul, cabello negro azabache y una cara angulosa e inteligente que podría hacerlo ver muy atractivo, pero la perilla y los tatuajes de advertencia que tenía en la sien le daban un aire de malignidad.
—Tenso, no. Para nada. —Phury apoyó las manos sobre la tabla brillante de la mesa, mientras pensaba en el porro que se iba a fumar tan pronto como llegara a su habitación—. De hecho, iba a ir a buscarte.
—Ah, ¿sí?
—A Wrath no le gustó el ambiente de la reunión de esta mañana. —Lo cual era una afirmación exageradamente modesta. V y el rey terminaron enfrentados cara a cara acerca de un par de cosas y ésa no fue la única discusión que tuvieron—. Nos sacó a todos del combate esta noche. Dijo que necesitábamos un poco de reposo y esparcimiento.
V enarcó las cejas y parecía más inteligente que una pareja de Einsteins juntos. Pero el aire de genio no era sólo apariencia. El tío hablaba dieciséis lenguas, desarrollaba juegos de ordenadores para expertos y podía recitar de memoria los veinte tomos de las Crónicas. El hermano hacía que Stephen Hawking pareciera un candidato a la estupidez.
—¿A todos? —preguntó V.
—Sí. Pensaba ir al Zero Sum. ¿Quieres venir?
—Acabo de concertar una cita para un asunto privado.
Ah, sí. La poco convencional vida sexual de V. ¡Por Dios! Él y Vishous se encontraban en los extremos opuestos del espectro sexual: él no sabía nada y Vishous lo había explorado todo y por lo general de manera intensa… un camino virgen y la autopista más congestionada del mundo. Y ésa no era la única diferencia entre ellos. Si uno pensaba un poco en el asunto, ellos dos no tenían nada en común.
—¿Phury?
Al oír la voz de Vishous, Phury hizo un esfuerzo para concentrarse en el momento presente.
—Lo siento, ¿qué has dicho?
—Dije que una vez soñé contigo. Hace muchos años.
¡Ay, por Dios! ¿Por qué no se había ido directo a su habitación? En este momento podría estar encendiendo un porro.
—¿Y qué viste?
V se acarició la perilla.
—Te vi de pie en una encrucijada, en medio de un campo blanco. Era un día de tormenta… sí, una gran tormenta. Pero cuando tú agarraste una nube del cielo y la envolviste alrededor de un charco, la lluvia cesó totalmente.
—Parece muy poético. —Y era todo un alivio. La mayoría de las visiones de V eran terroríficas—. Pero no le encuentro el significado.
—Nada de lo que veo carece de significado y tú lo sabes.
—Entonces debe ser una alegoría. ¿Cómo podría alguien envolver un charco? —Phury frunció el ceño—. ¿Y por qué me lo dices ahora?
V frunció las cejas negras sobre aquellos ojos que parecían un espejo.
—Yo… Dios, no tengo idea. Simplemente sentí que tenía que decirlo. —Después de lanzar una maldición, se dirigió a la cocina—. ¿Bella todavía está ahí dentro?
—¿Cómo sabes que ella está…?
—Porque siempre te quedas hecho un desastre después de verla.