8

Butch se tomó tres largos y confusos días para despertar y resurgir del coma. Por fin, transcurrido ese tiempo, emergió de las profundidades de la nada y pataleó hasta la superficie del lago de la realidad, en una interminable sucesión de imágenes y sonidos. Por pura casualidad, los indicios de esa nueva conciencia alcanzaron a juntarse en su cabeza hasta que fue capaz de comprender que frente a él había una pared blanca y que a sus espaldas vibraba un suave pitido electrónico.

Estaba en la habitación de un hospital. Claro. Sin ataduras en brazos y piernas.

Apoyándose y empujándose con los talones y, entre risitas tontas, logró incorporarse. La habitación daba vueltas a su alrededor.

Joder, había tenido sueños insólitos y maravillosos. Marissa al pie de la cama, cuidando de él. Acariciando sus brazos, su pelo, su rostro. Pidiéndole en murmullos que no se marchara y que se quedara con ella. Esa voz había salvado su cuerpo, lo había apartado de esa luz blanca que cualquier idiota que hubiera visto Poltergeist sabía que era el túnel al más allá. Por ella, de algún modo, había esperado. Y gracias a los latidos fuertes y firmes de su corazón, sabía que iba a sobrevivir.

Sólo que los sueños, por supuesto, habían sido una completa estafa. Ella no estaba allí y él estaba atrapado dentro de esa bolsa de piel hasta que la próxima cagada lo tumbara otra vez.

¡Maldita sea!

Analizó con detenimiento el soporte de la bolsa de suero y el catéter intravenoso. Lo contempló con el ceño fruncido. Después estudió lo que parecía ser un cuarto de baño. Una ducha. ¡Caramba! Daría lo que le quedaba de vida por ducharse.

Colgó las piernas al borde de la cama: mala idea. Se hundía el mundo. En cuanto cogió la bolsa de suero y el catéter, la habitación dejó de girar. Por lo menos. Respiró un par de veces y se apoyó bien en el soporte del suero, como si se tratara de un bastón. Tocó el suelo frío con los pies. Descargó todo el peso del cuerpo en las piernas y las rodillas se le doblaron al instante.

Descansó sobre la cama. Se dio cuenta de que no sería capaz de ir hasta el baño. ¡Adiós, agua caliente! Sin mayor esperanza, volvió la cabeza y miró la ducha con cruda lujuria…

Butch se mareó, como si le hubieran dado con un bate en la base del cráneo.

Tomó aire y se recuperó un poco.

Marissa dormía en un rincón de la habitación, enroscada sobre sí misma, en el suelo. Su cabeza descansaba sobre una almohada y un hermoso vestido de chiffon azul pálido cubría sus piernas. El pelo, aquella increíble catarata rubia como de novela medieval, la embellecía a más no poder.

¡Santo Dios! Ella sí había estado con él. De verdad lo había salvado. Se sintió fortalecido, se enderezó y empezó a zigzaguear sobre el linóleo. Quería arrodillarse junto a ella, pero sabía que, de hacerlo, probablemente se quedaría en el suelo sin poder levantarse. Tomó el impulso necesario para acercarse y quedarse a su lado.

¿Por qué estaba Marissa allí? Lo último que había sabido de ella era que no quería tener nada que ver con él. Demonios, se había negado a verlo en septiembre, cuando fue a buscarla con la esperanza de… con toda la esperanza del mundo.

—¿Marissa? —No hubo reacción. Tragó saliva con dificultad e insistió—: Marissa, despierta.

Marissa parpadeó y abrió los ojos con lentitud. Después se movió y de pronto se levantó de un salto. Los ojos azul claro, del color del mar, se posaron en él con asombro.

—¡Vas a caerte!

Butch se tambaleó y se inclinó hacia atrás. Marissa reaccionó velozmente y logró atraparlo antes de que cayera al suelo. A pesar de su esbelto cuerpo, soportó el peso de Butch con facilidad, haciéndole recordar que no era humana y que con total seguridad era mucho más fuerte que él. Lo ayudó a recostarse en la cama y lo cubrió con las sábanas. Estaba tan débil como un niño y, de hecho, ella lo trataba como tal, como a una criatura desprovista de orgullo y de autoestima.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó él, con un tono de voz tan agudo como su turbación.

Al ver que Marissa no lo miraba a los ojos, Butch comprendió que ella también se sentía incómoda con la situación.

—Vishous me dijo que estabas herido.

Ah, de modo que V era el promotor de aquella situación melodramática. El bastardo sabía que Butch vivía idiotizado por Marissa y que el sonido de su voz produciría precisamente lo que había producido. Pero estar allí dentro implicaba una actitud muy comprometedora para ella: era como tenderle una horca en vez de un bote salvavidas. Butch gruñó mientras le acondicionaba las sábanas.

—¿Cómo te sientes? —preguntó ella.

—Mejor. En comparación con… —En realidad se sentía como si un autobús lo hubiera arrastrado varios kilómetros. Pero claro, de todos modos se sentía mejor—. No tienes que quedarte aquí.

Marissa volvió a acomodar las sábanas con la mano y suspiró: sus pechos se elevaron bajo el costoso corpiño del vestido. Se cruzó de brazos y el cuerpo adquirió la elegante figura de una S.

Butch retiró la mirada, avergonzado, pues una parte de él quería aprovecharse de su lástima para que ella permaneciera en aquella habitación.

—Marissa, sabes muy bien que puedes marcharte cuando quieras.

—Bueno, realmente… no puedo.

Él frunció el ceño y le sostuvo la mirada.

—¿Por qué no?

Ella palideció, pero al cabo de un instante alzó la cabeza.

—Estás bajo…

En ese momento se oyó un silbido y alguien entró a la habitación, con un traje amarillo y con una mascarilla de protección. Las facciones de detrás del plástico eran femeninas, pero no se distinguían con claridad.

Butch volvió a mirar a Marissa con horror.

—¿Por qué diablos no llevas puesta una mierda de ésas? —No sabía qué clase de infección tenía, pero si era tan peligrosa que el personal médico necesitaba trajes de plástico, tenía que ser muy contagioso, y muy grave, tal vez mortal.

Marissa se encogió de hombros y le hizo sentirse como un auténtico matón.

—Yo… simplemente, no…

—¿Señor? —La enfermera los interrumpió cortésmente—. Me gustaría tomarle una muestra de sangre, si no es problema.

Él adelantó un antebrazo mientras seguía contemplando a Marissa.

—Se supone que debías llevar un traje protector cuando entraste, ¿no es cierto? ¿No es verdad?

—Sí.

—¡Joder! —dijo bruscamente él—. ¿Y entonces por qué no…?

La enfermera le clavó la aguja con fuerza en el brazo y Butch sintió que se desvanecía, como si con la aguja hubiera pinchado el globo en el que guardara su energía.

Un mareo le sobrevino violentamente y lo obligó a echar la cabeza sobre la almohada. Seguía cabreado.

—Deberías haberte puesto uno de esos trajes, maldita sea.

Marissa no respondió, limitándose a pasear alrededor de la cama.

En el silencio que se produjo, él echó un vistazo a la pequeña vía insertada dentro de su vena. Cuando la enfermera la cambió por una nueva, vio que su sangre era mucho más oscura de lo normal. Muchísimo más.

—¡Por Dios! ¿Qué diablos es esto?

—Está mejor que antes. Mucho mejor.

—La enfermera le sonrió a través de la mascarilla.

—Entonces, ¿de qué color era antes? —refunfuñó Butch, pensando que esa mierda parecía fango marrón.

La enfermera le metió un termómetro debajo de la lengua y revisó los aparatos médicos que había detrás de la cama.

—Le traeré algo de comer.

—Ella es la que tiene que comer —farfulló él.

—Cállese. —Se oyó un pitido y la enfermera le sacó el termómetro de la boca—. Muy bien, mucho mejor. Ahora, dígame, ¿hay algo que le apetezca especialmente?

Pensó en Marissa, que arriesgaba la vida por su culpa.

—Sí, quiero que ella se marche.

‡ ‡ ‡

Marissa oyó estas palabras y lo miró. Se recostó contra la pared, miró hacia abajo y se sorprendió al ver que el vestido todavía le quedaba perfectamente. Le extrañó, porque sentía que había adelgazado. Se sentía pequeña. Insustancial.

Cuando la enfermera salió, los ojos color avellana de Butch relampaguearon.

—¿Cuánto tiempo te vas a quedar aquí?

—Hasta que Havers me diga que puedo marcharme.

—¿Estás enferma?

Marissa negó con la cabeza.

—¿De qué me están tratando?

—De tus heridas en el accidente automovilístico, que fueron bastantes.

—¿Accidente automovilístico? —La miró confundido y enseguida se agachó para examinar el catéter, como si quisiera cambiar de tema—. ¿Qué me están administrando?

Ella cruzó los brazos sobre el pecho y recitó los antibióticos, las vitaminas, los analgésicos y los anticoagulantes que le estaban inyectando.

—Vishous acudió en tu ayuda en cuanto se enteró del accidente.

Pensó en el hermano, en sus demoledores ojos en forma de diamante y en sus tatuajes en la sien… y en su evidente desprecio del peligro. Era el único que entraba a la habitación sin traje de protección, dos veces al día, al principio y al final de la noche.

—¿V ha venido a visitarme?

—Pone su mano encima de tu vientre. Y eso te alivia.

La primera vez que el guerrero había retirado las sábanas que cubrían el cuerpo de Butch y le había apartado el pijama de hospital, Marissa había enmudecido tanto por aquella visión íntima como por la autoridad desplegada por el hermano. Y enseguida su estupefacción se había incrementado por otra razón: la herida en el vientre de Butch parecía congelada. Además, Vishous la había asustado. Se había quitado el guante que siempre le había visto usar. La mano que apareció resplandecía, tatuada por delante y por detrás.

Se sintió aterrorizada al pensar en lo que sucedería a continuación. Vishous se limitó a sostener la palma de la mano a unos siete centímetros por encima del vientre de Butch. Incluso en su estado de coma, Butch había suspirado con alivio.

Después, Vishous había colocado las sábanas y le puso el pijama. Se volvió hacia ella y le dijo que cerrara los ojos. Le hizo algo parecido. Marissa creyó que se iba a desmayar, lo que casi ocurrió de verdad. En cambio, una profunda paz la inundó por completo, como si estuviera bañada por una luz balsámica y blanca. Cada vez que visitaba a Butch, repetía ese tratamiento y ella intuyó que era su manera de protegerla. Aunque no podía entender por qué lo hacía, dado el desprecio que mostraba por ella.

Volvió a pensar en Butch y en sus heridas.

—No tuviste un accidente automovilístico, ¿verdad?

Él cerró los ojos.

—Estoy muy cansado.

Marissa sintió que debía callar. Se sentó en el suelo desnudo y se rodeó las rodillas con los brazos. Havers quería llevarle algunas cosas, un catre o una silla confortable, pero ella se había negado. Le preocupaba que si los signos vitales de Butch se deterioraban otra vez el personal médico no tuviera suficiente espacio para trasladar los equipos necesarios junto a la cama. Su hermano había estado de acuerdo.

Al cabo de no sabía cuántos días, aunque su espalda estaba rígida y sus párpados parecían papel de lija, Marissa no se sentía cansada de haber estado luchando por mantener vivo a Butch. ¡Demonios! No había notado el paso del tiempo: siempre se sorprendía cuando le llevaban la cena o cuando las enfermeras de Havers entraban a la habitación. O cuando Vishous llegaba.

De hecho, no estaba enferma. Bueno, lo había estado antes de que Vishous se plantara la primera vez junto a ella con su mano resplandeciente. Pero desde que él había empezado a hacer eso, se sentía mejor.

Marissa alzó la mirada hacia la cama. Aún tenía curiosidad por adivinar las razones por las cuales Vishous la había atraído a esa habitación. Con seguridad la mano del guerrero habría sido más útil que su presencia.

Los aparatos que había detrás de la cama zumbaron suavemente y el aparato de aire acondicionado del techo comenzó a funcionar. Sus ojos vagaron a lo largo del cuerpo de Butch. El rostro de Marissa se sonrojó mientras pensaba en lo que había debajo de aquellas mantas.

Ella sabía cómo era cada centímetro de él.

La piel de Butch era muy tersa. Estaba tatuado en la parte baja de la espalda con tinta negra, una serie de líneas agrupadas en cuatro columnas, enlazadas una con otra mediante una barra que las cruzaba en diagonal. Algunas ya estaban deslucidas, como si hubieran sido hechas años atrás. No le fue difícil imaginar qué significaban.

Por delante, la sombra de pelo oscuro en los pectorales había sido una sorpresa, pues todos los humanos que había conocido eran lampiños como ella. De todas formas, Butch no tenía mucho pelo en el pecho, pensó, y se reducía aún más hacia abajo, hasta esbozar una delgada línea debajo del ombligo.

Bueno… se avergonzaba de haberlo hecho, pero había observado su sexo con detenimiento. El vello púbico era oscuro y muy denso, y en medio vio una gruesa estaca de carne casi tan ancha como su muñeca. Y debajo, una bolsa pesada y potente.

Era el primer macho que había visto sin ropa, y se parecía a los desnudos de los libros de arte. Butch era hermoso. Fascinante.

Marissa echó su cabeza hacia atrás y contempló el techo de la habitación. ¿Qué pensaría él si se enterara de que había invadido su intimidad, de que lo había mirado aprovechándose de que estaba enfermo e indefenso? ¿Qué pensaría de ella? Estaba hecha una pena, con el mismo vestido desde hacía varios días. Debía estar espantosa. ¿Cuánto tiempo más debería pasar allí?

Distraídamente deslizó sus dedos por el fino tejido del vestido y bajó la cabeza para apreciar bien la caída de la falda. En principio, la hermosa creación de Narciso Rodríguez debería ser muy cómoda, pero el corpiño estaba empezando a incomodarla. La cosa era, pensó, que quería estar guapa para Butch, incluso aunque él no lo notara por culpa de su enfermedad. De todos modos, ella no le atraía. Y, por si fuera poco, tampoco la quería cerca.

Aun así, se vestiría con elegancia cuando le llevaran ropas limpias.

Lástima que lo que ahora llevaba fuera a parar al incinerador. Qué pena, tener que quemar semejantes obras de arte.