48
A la tarde siguiente, Marissa le estrechó la mano a la nueva directora de su residencia. La hembra era perfecta para el cargo. Inteligente. Amable. Una voz muy dulce. Tenía el título de Enfermería, por supuesto.
—¿Cuándo le gustaría que empezara? —preguntó la hembra.
—¿Le parece bien esta noche? —replicó Marissa. La hembra asintió con entusiasmo—. Perfecto… Le enseñaré su habitación.
Cuando Marissa bajó del dormitorio que le había asignado a la directora, fue a su despacho y se puso a trabajar.
Pero no podía concentrarse en lo que hacía. El recuerdo de Butch era una presión constante sobre su pecho, un peso invisible que incluso le dificultaba respirar. Y si no estaba ocupada, las evocaciones la consumían.
—¿Ama?
Levantó la cabeza para ver a la doggen de Lugar Seguro.
—¿Sí, Phillipa?
—Havers nos ha referido un caso. La hembra y su hijo van a llegar mañana después de que el joven se estabilice, pero el historial del caso, recogido por la enfermera de la clínica, le va a llegar a usted por correo electrónico dentro de una hora.
—Gracias. ¿Podrías prepararles una habitación?
—Sí, Ama. —La doggen se inclinó y salió.
Havers cumplía su palabra.
Marissa arrugó la frente. Tuvo la sensación, cada vez más frecuente, de que olvidaba hacer algo que tenía que hacer. Por alguna razón, acudió a su mente una imagen de Havers… Y volvió a oír su propia voz cuando le decía a Butch: «No voy a cruzarme de brazos mientras te destruyes a ti mismo».
Eran las mismas palabras que su hermano le había dicho cuando la echó a patadas de la casa. Oh, dulce Virgen Escribana, le estaba haciendo a Butch precisamente lo que Havers le había hecho a ella: desterrarlo con reproches sensatos.
Se acordó de la pelea con el restrictor en el jardín del leahdyre: Butch había actuado con cautela. Sumamente cuidadoso. Sin ningún tipo de imprudencia. Y se había movido con destreza, no con el desorden de una pandilla callejera.
¿Y si estaba equivocada? ¿Y si Butch podía luchar? ¿Y si debía luchar?
¿Y el Mal? ¿El Omega?
Bien, la Virgen Escribana había intervenido para protegerlo. Y él aún seguía siendo… Butch, incluso después de que el Omega se hubiera esfumado.
Llamaron a la puerta y ella dio un respingo cuando vio quién era.
—¡Mi Reina!
Beth sonrió desde la entrada y la saludó con la mano.
—Hola.
Con la cabeza hecha un lío, Marissa se inclinó en una venia de cortesía, que hizo que Beth meneara la cabeza con una risita.
—¿Hasta cuándo voy a tener que pedirte que no hagas eso?
—Es mi remilgada educación. —Marissa trató de concentrarse—. Has… eh, has venido a ver lo que hemos hecho aquí en los últimos…
Bella y Mary aparecieron detrás de la Reina.
—Queremos hablar contigo —dijo Beth—. Sobre Butch.
‡ ‡ ‡
Butch se revolvió en la cama. Dolorido, abrió un ojo. Blasfemó al ver el reloj. Había dormido más de la cuenta, seguramente a causa de la agotadora noche anterior. ¿Tres restrictores en una jornada no era demasiado? O tal vez estaba débil por haber alimentado…
Demonios, no. No quería pensar tanto en eso. No quería acordarse de eso.
Se puso de espaldas…
Y saltó del colchón. ¡Joder!
Cinco figuras con capuchas negras rodeaban su cama.
Wrath habló, primero en el Lenguaje Antiguo y después en inglés.
—No hay manera de escapar a la pregunta que se te hará esta noche. Se te hará una sola vez y la respuesta te acompañará por el resto de tu vida. ¿Estás preparado para responder?
La Hermandad. Santa María, madre de Dios.
—Sí —jadeó Butch y se aferró a la cruz de oro.
—Entonces te lo preguntaré ya, Butch O’Neal, descendiente de mi propia sangre y de la sangre de mi padre, ¿te unirás a nosotros?
Oh… mierda. ¿Eso era real? ¿O era un sueño?
Se fijó en cada una de las cinco figuras encapuchadas.
—Sí. Sí, me uniré a vosotros.
Le arrojaron una bata negra.
—Ponte esto sobre tu piel y la capucha en la cabeza. No dirás nada a menos que se te pida que lo hagas. Deberás mantener la mirada en el suelo. Tus manos deberán estar juntas, en la espalda. Tu coraje y el honor del linaje que compartiremos contigo serán ponderados en cada acción que emprendas.
Butch se levantó y se puso la bata. Entonces se dio cuenta de que necesitaba ir al baño…
—Ve —le dijo Wrath. Lo sabía sin necesidad de que él hubiera dicho nada.
Cuando volvió del baño, se aseguró de agachar la cabeza y de tener las manos atrás.
Una mole maciza se posó sobre su hombro. Era la mano de Rhage. Ninguna pesaba tanto.
—Ahora ven con nosotros —dijo Wrath.
Lo sacaron del Hueco y lo metieron al Escalade, aparcado prácticamente en el vestíbulo, como si no quisieran que nadie se enterara de lo que estaba sucediendo.
Después de que Butch se acomodara en la parte trasera de la camioneta, el motor del Escalade se puso en marcha y se oyeron muchas puertas que se cerraban una tras otra. Avanzaron lentamente por lo que él presumió que era el jardín hasta que el coche empezó a brincar como si anduviera por el jardín trasero hacia los bosques. Nadie dijo nada, y en ese silencio no alcanzó a imaginarse qué diablos le harían. Con seguridad, no iba a ser pan comido.
Finalmente la camioneta se detuvo y todos se bajaron. Tratando de seguir las normas, Butch se hizo a un lado, con la cabeza gacha, y esperó a que lo guiaran. Alguien lo hizo mientras el Escalade se retiraba.
A medida que arrastraba los pies percibió los rayos de la luna sobre el campo. De repente la fuente de luz desapareció abruptamente y todo quedó a oscuras. ¿Estaban en una cueva? Sí… El olor a tierra húmeda llenó su nariz y bajo sus pies desnudos sintió los mordiscos de pequeñas piedras en las plantas.
Unos cuarenta pasos más adelante, lo hicieron frenar de un golpe. Se escucharon susurros y ruidos apagados. Anduvieron otro poco, ahora cuesta abajo. Una nueva parada. Más ruidos sordos mientras abrían una puerta.
Calor y luz. Un pulido suelo de… mármol. Reluciente mármol negro. Reanudaron la marcha, y tuvo la sensación de que avanzaban por un lugar de techo alto: los ruidos que hacían reverberaban muy arriba y luego resonaban por todas partes. Hubo otra pausa, seguida por un rumor de telas… los hermanos se despojaban de sus vestiduras, pensó.
Una mano lo sujetó por la nuca y los graves gruñidos de la voz de Wrath sonaron muy cerca de su oído.
—Tú eres indigno de entrar aquí. Asiente con la cabeza.
Butch asintió.
—Di que eres indigno.
—Soy indigno.
De pronto, las voces de la Hermandad se alzaron en ásperos clamores en Lenguaje Antiguo, como una protesta.
Wrath continuó:
—Dado que no eres digno, tú deseas llegar a serlo esta noche. Asiente con la cabeza.
Él asintió.
—Di que deseas llegar a ser digno.
—Deseo llegar a ser digno.
Otra tanda de clamores en el Lenguaje Antiguo, esta vez como voces de apoyo.
Wrath prosiguió:
—Sólo hay un camino para llegar a ser digno y es un camino correcto y apropiado. Carne de nuestra carne. Asiente con la cabeza.
Butch asintió.
—Di que tú deseas llegar a ser carne de nuestra carne.
—Deseo llegar a ser carne de vuestra carne.
Comenzó un canto bajo, y Butch tuvo la impresión de que una fila se había formado al frente y otra detrás. Sin previa advertencia, comenzaron a moverse, atrás y adelante, con la cadencia de vigorosas voces masculinas. Butch intentó hacer lo mismo: saltaba hacia delante, hacia un sutil perfume a humo rojo que sospechó era de Phury, y luego se tropezaba contra Vishous, y supo que era él porque simplemente lo supo. Mierda, se estaba haciendo un lío con toda esta insólita danza.
Y entonces lo logró. Su cuerpo cogió el ritmo y bailoteó con ellos… sí, todos en un solo cántico… siempre atrás y adelante… a la izquierda… a la derecha… las voces, no los músculos, impulsando sus pies.
De pronto, el sonido cambió: habían entrado en otro lugar, en un espacio amplio, a juzgar por cómo resonaban sus voces.
Una mano en su hombro le indicó que hiciera un alto.
Las voces se apagaron. Los sonidos rebotaron por unos segundos y después se atenuaron hasta morir del todo.
Lo cogieron por un brazo y lo llevaron adelante.
A su lado, Vishous le advirtió en voz baja:
—Escaleras.
Butch dio unos cuantos traspiés y luego retomó el paso. Llegó a una parte plana y V lo acomodó en algún lugar. Tuvo la sensación de estar delante de algo grande, los dedos de sus pies pegados a lo que parecía ser una pared.
En el silencio que siguió, una gota de sudor resbaló desde su nariz y aterrizó justo entre sus pies sobre el suelo reluciente.
V le apretó los hombros para tranquilizarlo y después se alejó.
—¿Quién propone a este macho? —preguntó la Virgen Escribana.
—Yo, Vishous, hijo del guerrero de la Daga Negra conocido como el Sangriento, lo presento.
—¿Quién rechaza a este macho?
Silencio. Gracias a Dios.
Ahora la voz de la Virgen Escribana adquirió proporciones épicas y llenó el espacio entre ellos y cada centímetro de las orejas de Butch.
—Sobre la base del testimonio de Wrath, hijo de Wrath, y bajo la propuesta de Vishous, hijo del guerrero de la Daga Negra conocido como el Sangriento, hallo a este macho delante de mí, Butch O’Neal, descendiente de Wrath, hijo de Wrath, como candidato apropiado para pertenecer la Hermandad de la Daga Negra. Y como dentro de mi poder y mi discreción está hacerlo, y como es conveniente para la protección de la raza, en este caso yo renuncio al requisito de la línea materna. Pueden empezar.
Wrath habló.
—Vuélvete. Descúbrete.
Butch obedeció y Vishous le quitó la bata negra. Luego el hermano le deslizó la cruz de oro hacia atrás. Volvió a alejarse.
—Levanta los ojos —ordenó Wrath.
Por poco se atraganta mientras alzaba la mirada con respeto y curiosidad.
Estaba de pie sobre una plataforma de mármol negro, mirando fijamente hacia el interior de una caverna iluminada por cientos de velas negras. Enfrente de él había un altar, una inmensa piedra sobre dos postes bajos. Encima del altar había una calavera. Más allá, alineada delante de él, estaba la Hermandad en toda su gloria, cinco machos de rostros solemnes.
Wrath rompió filas y avanzó hacia el altar.
—Retrocede y pégate contra la pared.
Butch hizo lo que se le decía, sintiendo el roce de la suave y fresca piedra contra los hombros y las nalgas. Dos puños firmes lo aprisionaron.
Wrath alzó su mano y se puso un antiguo guante de plata claveteado. Luego, cogió una daga negra.
El Rey extendió su brazo y se cortó en la muñeca. Puso la herida sobre la calavera, sobre la cual había una copa de plata. La sangre que manó de la vena de Wrath cayó al cáliz, una brillante piscina roja que absorbía la luz de las velas.
—Mi carne —dijo Wrath. Luego lamió la herida para cerrarla, bajó la espada y se aproximó a Butch.
Butch tragó saliva.
Wrath sujetó la mandíbula de Butch, le empujó la cabeza hacia atrás y lo mordió en el cuello. Todo el cuerpo de Butch se sacudió con espasmos y él rechinó los dientes para impedir que se le escapara algún quejido. Cuando terminó, Wrath retrocedió y se secó la boca.
Sonrió fieramente.
—Tu carne.
El Rey crispó el puño dentro del guante plateado, echó su brazo hacia atrás y golpeó a Butch en el pecho. Los clavos se hundieron en su piel mientras el aire se escapaba de sus pulmones. Los sonidos reverberaron por toda la cueva.
Luego, fue Rhage quien cogió el guante. El hermano realizó el ritual tal y como Wrath lo había hecho: se rajó la muñeca, la sostuvo encima de la calavera, dijo las mismas palabras. Después selló su herida y se aproximó a Butch. Las dos siguientes palabras fueron pronunciadas y los exagerados colmillos perforaron la garganta de Butch, el nuevo mordisco debajo del de Wrath. El puñetazo de Rhage fue rápido y sólido, justo donde Wrath había pegado el suyo, en el pectoral izquierdo.
El siguiente fue Phury y después Zsadist.
En este momento, Butch sentía tan flojo el cuello que se había convencido de que su cabeza rodaría desde los hombros y rebotaría sobre las escalinatas de la plataforma. Y estaba mareado por los puñetazos del pecho, la sangre manando de la herida, desde el estómago hasta los muslos.
Después le llegó el turno a V.
Vishous fue hasta el pedestal. Aceptó el guante plateado de manos de Z y lo deslizó sobre el de cuero negro que siempre usaba en su mano. Luego se cortó con un rápido movimiento de la daga negra y miró cómo su sangre caía dentro del cáliz, juntándose con la de los otros.
—Tu carne —murmuró.
Pareció dudar antes de volverse hacia Butch. Luego giró y sus miradas se encontraron. Mientras la luz de una vela chispeaba sobre el duro rostro de V y se reflejaba en su iris en forma de diamante, Butch sintió que se quedaba sin respiración: en ese momento, su compañero le pareció tan poderoso como un dios… y también igual de hermoso.
Vishous se acercó unos pasos y deslizó su mano desde el hombro de Butch hasta su nuca.
—Tu carne —exhaló V. A continuación hizo una pausa, como si esperara algo.
Sin pensarlo, Butch alzó el mentón, consciente de que se estaba ofreciendo él mismo, consciente de que él… oh, joder. Frenó sus pensamientos, completamente extrañado por la vibración que surgió entre ellos, sólo Dios sabe de dónde.
Como a cámara lenta, la oscura cabeza de Vishous se deslizó hacia abajo. Butch sintió el sedoso roce de la perilla de V en la garganta. Con exquisita precisión, los colmillos de Vishous presionaron la vena que subía desde el corazón de Butch, y luego lenta e inexorablemente perforaron su piel. Sus pechos se juntaron.
Butch cerró los ojos y absorbió la emoción de todo, la calidez de sus cuerpos tan cerca, la forma cómo el pelo de V se sentía tan suave en su quijada, el tacto del poderoso brazo del macho mientras resbalaba alrededor de su muñeca. Por su propia voluntad, las manos de Butch se posaron sobre las caderas de Vishous, apretando la carne firme. Se fundieron por completo. Y un temblor los recorrió… Ambos se estremecieron a la vez…
Y entonces… lo que tenía que pasar, pasó. Y jamás volvería a pasar.
No se miraron cuando V se apartó en una separación completa e irrevocable. Un camino que no volvería a ser transitado. Jamás.
La mano de Vishous se cerró y luego clavó las lengüetas en el pecho de Butch, con un impacto más fuerte que el de los otros, incluido el de Rhage. Mientras Butch se reponía del golpe, V se volvió y se reunió con la Hermandad.
Pasados unos momentos, Wrath fue hasta el altar y cogió la calavera, manteniéndola en alto y presentándola a los hermanos.
—Éste es el primero de nosotros. Loor y gloria para él, el guerrero que nació de la Hermandad.
Mientras los hermanos soltaban un grito de guerra que resonó en la cueva, Wrath se volvió hacia Butch.
—Bebe y únete a nosotros.
Butch obedeció con gusto. Agarró la calavera, echó la cabeza hacia atrás y vertió la sangre garganta abajo. Los hermanos cantaron mientras él bebía, sus voces cada vez más altas. Él reconoció el gusto de cada cual. El poder neto y la majestad de Wrath. La vasta fortaleza de Rhage. La lealtad protectora de Phury. El frío salvajismo de Zsadist. La aguda astucia de Vishous.
Le arrebataron la calavera y lo empujaron de nuevo contra la pared.
Los labios de Wrath se movieron oscuramente.
—Quédate pegado a la pared y agárrate a esas clavijas. No te sueltes.
Butch se agarró justo en el momento en que una ola de agitada energía se abatió sobre él. Se mordió los labios para no gritar y tuvo la débil conciencia de que los hermanos gruñían en señal de aprobación. Cuando el rugido se incrementó, su cuerpo rebotó contra las paredes una y otra vez. Luego todos quedaron exhaustos, cada neurona ardiendo en su cerebro. Con el corazón golpeándoles en el pecho…
‡ ‡ ‡
Butch se levantó del altar y se inclinó a un lado. Estaba desnudo. Se miró el cuerpo; el pecho le quemaba y se lo tocó. Sintió algo, como unos finos granitos. ¿Sal?
Parpadeó y miró alrededor. Se dio cuenta de que estaba frente a una pared de mármol negro, grabada al aguafuerte con lo que parecían nombres en Lenguaje Antiguo. Dios santo, había cientos de ellos. Aturdido por esa visión, se incorporó. Cuando se tambaleó hacia delante, de algún modo recuperó el equilibrio, y se acercó a palpar aquello que sabía que era sagrado.
Miró los nombres y tuvo la certeza de que habían sido tallados por la misma mano, cada uno de ellos, pues todos los símbolos eran de idéntica y amorosa calidad.
Vishous los había hecho. Butch no entendía cómo lo sabía… pero lo sabía. Ahora tenía este tipo de ecos e intuiciones en su cabeza. ¿Ecos de las vidas de sus… hermanos? Sí… todos esos machos, cuyos nombres leía ahora, fueron sus… hermanos. De algún modo, conocía a cada uno de ellos.
Con los ojos muy abiertos, recorrió las columnas de escritura hasta… abajo a la derecha. El que estaba al final, el último. ¿Era el suyo?
Su corazón latió con fuerza y miró sobre su hombro. Los hermanos estaban detrás con las batas puestas pero sin las capuchas. Y estaban radiantes, incluso Z.
—Ése es el tuyo —dijo Wrath—. Serás Dhestroyer, guerrero de la Daga Negra, descendiente de Wrath, hijo de Wrath.
—Pero para nosotros siempre serás Butch —lo interrumpió Rhage—. Y también Pijocagado. Y Pijolisto. Pijojodido. Ya sabes, dependerá de las situaciones. Pienso que mientras tu nombre incluya la palabra pijo, será certero.
—¿Qué tal Pijo de puta? —sugirió Z.
—¿Hijo de puta?
—No, Pijo de puta.
—Ah, suena muy bien.
Rieron a carcajadas y la bata de Butch apareció delante de él, sostenida por la mano enguantada de Vishous.
V no lo miró a los ojos mientras él decía:
—Aquí.
Butch cogió la bata, pero no quiso que su compañero se fuera. Le dijo con calmada urgencia:
—¿V? —Las cejas de Vishous se arquearon y desvió la mirada—. ¿Vishous? Ven acá, hombre. Vas a tener que mirarme alguna vez. ¿V…?
El pecho de Vishous se expandió… y su mirada de diamantes lentamente abarcó a Butch. Latía con intensidad. Luego V le cogió la cruz y la arregló para que colgara otra vez sobre el corazón de su compañero.
—Lo has hecho muy bien, poli. Felicidades.
—Gracias por prepararme para esto… trahyner. —Los ojos de V flamearon y Butch dijo—: Sí, he buscado lo que significa esa palabra. «Amigo del alma»; define muy bien lo que siento por ti.
Vishous se ruborizó y carraspeó para aclararse la garganta.
—De acuerdo, poli. De acuerdo…
Cuando Vishous se fue, Butch arrastró la bata y se miró el pecho. La cicatriz circular sobre su pectoral izquierdo quemaba la piel, una marca permanente, igual a la que tenía cada uno de los hermanos. Un símbolo del vínculo que compartían.
Pasó sus dedos sobre la cicatriz y unos cuantos granos de sal cayeron al suelo. Luego miró a la pared y fue hacia ella. Se agachó y palpó el aire sobre su nombre. Su nuevo nombre.
«Ahora he nacido de verdad», pensó.
Dhestroyer, descendiente de Wrath, hijo de Wrath.
Su visión se volvió borrosa y parpadeó. Cuando las lágrimas rodaron por sus mejillas, rápidamente se las limpió con la manga de la bata. Y en eso percibió el roce de varias manos en sus hombros. Los hermanos —sus hermanos— lo rodeaban y él podía sentirlos, podía sentirlos… sentirlos.
Carne de su carne. Como él era carne de ellos.
Wrath se aclaró la garganta, pero aún así, la voz del Rey sonó ligeramente ronca.
—Eres el primer recluta en setenta y cinco años. Y… eres digno de la sangre que tú y yo compartimos, Butch, de mi linaje.
Butch dejó caer la cabeza sobre los hombros y lloró sin disimulo… pero no de felicidad, como ellos suponían.
Lloró por el vacío que sentía.
Porque a pesar de lo maravilloso que era todo, se sentía vacío por dentro.
Sin Marissa, su compañera, no era nada.
Vivía, aunque no estaba verdaderamente vivo.