45
A la tarde siguiente, Marissa salía del sótano del Lugar Seguro, tratando de convencerse que su mundo no se había derrumbado.
—Mastimon quiere hablar contigo —dijo una vocecita.
Marissa vio a la joven con la pierna enyesada. Forzó una sonrisa y se agachó hasta quedar a la altura del tigre de felpa.
—¿El tigre?
—Sí. Dice que no estés tan triste. Él está aquí para protegernos. Y quiere abrazarte.
Marissa cogió el andrajoso juguete y lo acunó contra su cuello.
—Es feroz y afectuoso, las dos cosas a la vez.
—Cierto. Debes quedarte con él por ahora. —La expresión de la niña era muy formal—. Tengo que ayudar a mahmen a preparar la Primera Comida.
—Está bien, me encargaré de él.
Con solemne aprobación la niña se fue, arrastrando las muletas.
Marissa se fijó en el tigre y pensó en lo que había hecho la noche anterior: meter sus escasas pertenencias en una maleta y salir del Hueco. Butch había intentado disuadirla pero la radical decisión que él había tomado se reflejaba en su mirada, de modo que sus palabras habían significado poca cosa.
El amor de Marissa no le había curado su deseo de muerte ni lo había liberado de su personalidad arriesgada. Y por más dolorosa que fuera la separación, si ella se quedaba, su vida sería insostenible: noche tras noche esperando la llamada en que le dijeran que él estaba muerto. O aún más trágico, que se había pasado al lado maligno.
Mientras más pensaba en eso, más desconfiaba de que estuviera a salvo. Tal vez, los resultados habían sido positivos, pero a la larga eso no podía ser bueno: por delante ella sólo alcanzaba a vislumbrar un consistente patrón de violencia que tarde o temprano afectaría muy seriamente a Butch.
Lo amaba demasiado para verlo inmolarse. Las lágrimas brotaron en sus ojos. Se las secó y miró al vacío. Al cabo de un rato, algún tipo de intuición, como un eco, relampagueó en el fondo de su mente. Pero lo que hubiera sido desapareció con la misma rapidez que había aparecido.
Se sintió perdida. Literalmente no podía recordar por qué estaba en el vestíbulo. Por fin, se encaminó a su oficina: allí siempre tenía algo que hacer.
‡ ‡ ‡
Los ex policías jamás pierden ese sexto sentido que los guía como un radar.
Butch se detuvo en el callejón del ZeroSum. A mitad de camino, holgazaneando junto a la salida de emergencia del club, con un compinche a su lado, se encontraba el chico rubio que había estado acosando y mortificando a la camarera la última semana. Estaban fumando.
Butch se puso a observarlos. Tuvo tiempo para pensar. Hombre, las cosas jamás se calmaban: vio a Marissa subiéndose al Mercedes de Fritz y desapareciendo por las salidas del complejo.
Con una blasfemia, se sobó el centro del pecho y rogó que apareciera un restrictor. Necesitaba pelear con alguien para arrancarse la angustia que lo atormentaba.
Desde la calle Comercio, un coche entró al callejón y avanzó con rapidez. Pasó volando delante del Escalade de Butch y frenó en seco al lado de la puerta lateral del club. Era un Infiniti negro, reluciente de cromo, una jodida esfera luminosa de discoteca. Y el rubio se preparó para lo que, con casi toda seguridad, era una entrega de drogas.
El chico y el conductor se saludaron con toqueteos de las palmas de las manos. Aunque Butch no pudiera decir de qué se trataba la cosa, sí podía asegurar que los fulanos no estaban intercambiando recetas de cocina.
Cuando el Infiniti se marchó, Butch salió de las sombras: quería comprobar si su corazonada era correcta.
—Decidme que no vais a meter esa mierda al club. El Reverendo odia a los camellos independientes.
El rubio se volvió, enojado.
—¿Quién diablos eres tú…? —Sus palabras se perdieron en el aire—. Espera, yo te conozco… sólo que…
—Sí, claro, sólo que he reparado mi chasis, chaval. Ahora funciono mejor. Muchísimo mejor. A lo que estábamos, ¿qué pensáis hacer…?
De repente, los instintos de Butch se dispararon. Restrictores. Muy cerca. Mierda.
—Muchachos —dijo con calma—. Tenéis que marcharos de aquí ahora mismo. Y no se os ocurra subiros a ese coche.
El rubio pelmazo mantuvo su actitud camorrista.
—¿Pero tú quién te crees que eres?
—Confía en mí y mueve el culo. ¡Ya!
—Púdrete, nosotros podemos quedarnos aquí la noche entera si nos da la gana… —El punk se quedó mudo de repente y Butch sintió un olor empalagoso que cabalgaba hacia ellos en la brisa—. Oh, Dios mío…
Hmm, este rubito no era humano: el pobre diablo era un vampiro que aún no había superado la transición.
—Huid, chavales. ¡Deprisa!
Los dos corrieron aunque no lo hicieron con suficiente rapidez: un trío de restrictores se interpuso en su camino, a la entrada y a la salida del callejón.
Grandioso. Excelente. Lo que había soñado.
Butch activó su nuevo reloj de pulsera y envió un mensaje con sus coordenadas. En instantes, V y Rhage se materializaron a su lado.
—Usemos la estrategia que acordamos —murmuró Butch—. Yo los arraso.
Los dos hermanos asintieron con la cabeza mientras los restrictores se acercaban.
‡ ‡ ‡
Rehvenge se paró delante de su escritorio y se puso el abrigo de marta cibelina.
—Tengo que ir, Xhex. Reunión del Concilio de Princeps. Voy a desmaterializarme, no necesitaré el coche. Espero regresar dentro de una hora. Antes de que me vaya, cuéntame, ¿qué ha pasado con el último caso de sobredosis?
—Ya salió de la UVI del Saint Francis. Probablemente se salvará.
—¿Y el granuja del camello?
Xhex le abrió la puerta, como si lo estuviera animando a marcharse.
—Todavía no he descubierto quién es.
Rehv maldijo, cogió su bastón y se dirigió hacia ella:
—No me gusta nada todo esto.
—No bromees —farfulló ella, a la defensiva—. Yo creía que tú ya te habías encargado de él.
Rehv le dedicó una fría mirada de desprecio.
—No juegues conmigo.
—Para nada, jefe. Hacemos lo que podemos. ¿Crees que a mí me gusta llamar al 911 para que vengar a recoger a esos locos?
Él respiró hondo y trató de calmarse. Hombre, había sido una mala semana para el club. Demasiada tensión.
—Lo siento —dijo Rehv.
Ella pasó su mano por el pelo del hombre.
—Sí… yo también. Todos estamos muy nerviosos últimamente.
—¿Qué vas a hacer cuando acabes el trabajo?
No esperaba ninguna respuesta pero Xhex dijo:
—¿Has oído lo que se cuenta del humano? ¿O’Neal?
—Sí. Resultó ser uno de nosotros. Quién lo hubiera creído. —Rehvenge no había vuelto a ver a Butch, pero Vishous lo había llamado para contarle el milagro.
Rehv le deseaba lo mejor al poli. Le caía bien ese hombre bocazas… ese vampiro bocazas. Pero también era muy consciente de que sus días de alimentar a Marissa habían llegado a su fin, así como sus esperanzas de aparearse con ella.
—¿Es verdad? —preguntó Xhex—. Lo de él y Marissa.
—Sí, ahora él no es un agente libre.
Una extraña expresión se reflejó en las facciones de ella… ¿acaso tristeza? Sí, parecía eso.
Él arrugó el ceño.
—No sabía que te habías liado con él.
Instantáneamente, Xhex volvió a ser Xhex, los ojos agudos y fríos, su hermosa cara de duras y masculinas facciones.
—El que me gustara follar con él no significa que lo quisiera como compañero.
—Claro. Lo que tú digas.
El labio superior de ella dejó ver sus colmillos.
—¿Te parezco del tipo de hembra que necesita un macho?
—No, y gracias a Dios. La idea de que te ablandes y enternezcas viola el orden natural del mundo. Por lo demás, eres la única de la que me puedo alimentar, así que necesito que no te aparees con nadie. —Pasó junto a ella—. Te veré en un par de horas, como mucho.
—Rehvenge. —Cuando él se volvió a mirarla, ella dijo—: La verdad es que a mí me viene bien que no tengas compañera.
Se miraron fijamente. Dios, qué par. Dos mentirosos viviendo entre Normales… dos serpientes en la hierba.
—No te preocupes —farfulló él—. Nunca tomaré una shellan. Marissa era… un sabor que quería probar. Jamás habríamos funcionado como pareja.
Después de que Xhex asintiera, como si hubieran ratificado su pacto, Rehv salió.
Al atravesar la sección vip, se pegó a las sombras. No le gustaba que lo vieran con el bastón, y si tenía que usarlo quería que la gente supusiera que era un asunto de vanidad, para lo cual trataba de tropezarse lo menos posible, algo difícil, dado su precario equilibrio.
Fue hasta la puerta lateral del club, manipuló mentalmente el sistema de alarma y quitó los cerrojos de seguridad. Dio unos pasos afuera, pensando que él…
Se quedó clavado en el sitio. Había un tremendo jaleo en el callejón. Restrictores. Hermanos. Dos civiles agachados y temblorosos en el medio. Y el rudo de Butch O’Neal.
Cuando la puerta se cerró a sus espaldas, Rehv se afianzó en el bastón y se preguntó por qué diablos las cámaras de seguridad no habían… oh, claro, mhis. Estaban rodeados por mhis. Buen toque.
Vio la lucha: los golpes sordos de cuerpos contra cuerpos; los gruñidos y la percusión del metal; el sudor y la sangre de su raza mezclados con el dulzarrón olor a talco para bebés de los verdugos.
Maldita sea, tuvo ganas de intervenir y de jugar el juego de la guerra. ¿Por qué tenía que aguantarse?
Cuando un restrictor se tropezó en su camino, cogió al bastardo por el cuello, lo clavó contra los ladrillos y le sonrió mientras miraba dentro de sus ojos claros. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Rehv había matado a alguien y su lado oscuro añoraba la experiencia. Ya era hora de alimentar a su bestia. Y él lo iba a hacer aquí y ahora.
A despecho de la dopamina, las habilidades de symphath de Rehv reaparecieron a su señal, volando en la cresta de su agresividad y empañando su visión con el color rojo. Sacó los colmillos con una sonrisa maléfica y le brindó a su siniestra mitad el éxtasis y el placer de un adicto largamente privado de droga.
Con manos invisibles, penetró en el cerebro del restrictor y arraigó en su interior para estimularle toda clase de alegres recuerdos. Era como destapar botellas de refresco: al burbujear debilitaban la capacidad de ataque del bastardo y lo confundían tan perniciosamente que lo tornaban indefenso. Dios santo, ¡y qué cantidad de cochinadas en la cabeza de este verdugo! Había tenido una impresionante racha sádica, y como cada uno de sus asquerosos actos y sucios abusos nublaban el ojo de su mente, comenzó a dar alaridos, se tapó los oídos con las manos y cayó al suelo.
Rehv le quitó la cubierta externa a su bastón, revelando la letal longitud del acero de su roja espada. Estaba listo para apuñalarlo, cuando Butch le agarró el brazo.
—Un momento, aquí entro yo.
Rehv protestó.
—Jódete, éste es mi asesinato…
—No, lo siento.
Butch se hincó de rodillas delante del restrictor y… Rehv se tapó la boca y vio con fascinación cómo Butch se agachaba y empezaba a succionarle algo al verdugo. Otro verdugo se abalanzó sobre Butch. Rehv tuvo que echarse hacia atrás cuando Rhage tiró al inmortal al suelo con una extraordinaria maniobra. Rehv oyó más pasos y se encaró con un nuevo restrictor. Bien. A éste lo podía manejar sin colaboración externa, pensó mientras la cara se le retorcía con una ruda mueca.
Hombre, a los symphaths les encantaba pelear, ésa era la verdad. Y él no era la excepción.
‡ ‡ ‡
El Señor X bajó por el callejón, rumbo a la pelea. No podía ver ni oír nada, debido a la amortiguación de la mhis alrededor de la escena.
Van maldijo detrás de él.
—¿Qué diablos es esto? Puedo sentir la lucha pero no veo nada…
—Vamos a penetrar la mhis. Prepárate.
Siguieron corriendo y atravesaron lo que les pareció una muralla de agua fría. Al irrumpir a través de la barrera, la pelea se les reveló en su verdadera y sangrienta dimensión. Seis verdugos. Una pareja de civiles, encogidos en el suelo. Dos hermanos. Un macho muy grande con un largo abrigo de piel… y Butch O’Neal.
En ese momento, el ex policía se levantaba del suelo, con la mirada enferma de un perro y con toda la impronta del Amo. El Señor X se encontró con los ojos de O’Neal y patinó, abrumado por una extraña sensación de mutuo reconocimiento.
Ironía de ironías, en el instante en que se estableció la conexión, en el preciso instante en que hubo este cruce de identificaciones, el Omega lo llamó desde el otro lado.
¿Coincidencia? A quién le importa. El Capataz desechó la orden, ignorando incluso la comezón en la piel.
—Van —dijo suavemente—, es hora de que muestres lo que sabes. Ve por O’Neal.
—Ya iba siendo hora de entrar en acción.
Van se plantó frente al vampiro recién nacido. Ambos se cuadraron, comenzaron a dar vueltas, a la manera de pugilistas y luchadores. De pronto, Van paró de moverse y se quedó inmóvil, como una estatua.
Porque el Señor X lo había deseado así.
Hombre, el Capataz tuvo que sonreír al captar el pánico en la cara de Van. Sí, perder el control de su gran conjunto de músculos aterroriza a cualquiera.
Y O’Neal también se sorprendió. Se aproximó con cuidado, muy cauteloso, obviamente listo para sacar provecho de la situación que el Señor X había impuesto a su subordinado. Butch lo sometió con rapidez. Hizo una llave de lucha libre alrededor del cuello de Van, lo tiró por los aires y lo inmovilizó sobre el suelo.
Al Capataz no le importaba sacrificar un activo como Van. Necesitaba saber qué pasaba cuando… ¡sagrada mierda!
O’Neal… había abierto la boca e inhalaba y… Van Dean fue succionado a la nada, absorbido, tragado. Hasta quedar reducido a polvo.
El Señor X descansó. Sí… sí, la profecía se había cumplido. La profecía se había encarnado bajo la piel de un irlandés convertido en vampiro.
Gracias a Dios.
Dio un vacilante y desesperado paso hacia delante. Ahora… ahora vendría la paz que soñaba, su inteligencia legal sería recompensada, aseguraría su libertad. O’Neal era el único.
De improviso, el Capataz fue interceptado por un hermano con perilla y tatuajes en la cara. El gran bastardo surgió de la nada y le pegó tan fuerte como una roca. Las piernas de X se doblaron. Empezaron a luchar y el Señor X se acobardó ante la idea de ser apuñalado en vez de ser consumido por O’Neal. Así que cuando otro verdugo se metió en el barullo y atacó al hermano, X se desentendió del asunto y desapareció en la periferia.
La llamada del Omega era ahora un alarido, un atroz rugido que cosquilleaba a través de la carne del Capataz. No la respondió. Quería matarse a sí mismo esa noche. Pero del modo correcto.
‡ ‡ ‡
Butch alzó la cabeza del montón de cenizas de su última víctima y comenzó a vomitar con espantosas arcadas. Se acordó de cuando había despertado en la clínica. Y se sintió contaminado. Manchado. Sucio.
Dios… ¿habría tomado demasiados restrictores? ¿Y si había alcanzado su punto de no retorno?
Vomitó un poco más. V llegó. Obligándose a alzar la cabeza, Butch le gruñó:
—Ayúdame…
—Ya voy, trahyner. Dame la mano.
Butch extendió la mano con desesperación. Vishous se quitó el guante y agarró al poli, bien y fuerte. La energía de V, esa hermosa luz blanca, se infiltró por el brazo de Butch, con una descarga de purificación y renacimiento. Enlazaron las manos y volvieron a ser dos mitades, luz y oscuridad. El Destructor y el Salvador. Un todo.
Butch recibió lo que Vishous tenía para darle. Cuando acabó no quería separarse de él, temeroso de que si la conexión se rompía el mal regresaría.
—¿Estás bien? —dijo V suavemente.
—En este momento, sí. —Dios santo, de tanto inhalar la voz se le había puesto ronca como el infierno. O quizá por la gratitud.
V le dio un tirón y Butch se puso en pie de un salto. Se recostó contra los ladrillos del callejón y descubrió que la lucha había concluido.
—Bonito trabajo para un civil —dijo Rhage.
Butch miró a su izquierda, pensando que el hermano le había hablado a él, pero entonces vio a Rehvenge. El macho se agachó con dificultad y recogió un estuche del suelo. Tomó en su mano la espada de rojo acero y la deslizó en la vaina hasta el tope. Ah… el bastón era un arma poderosa.
—Gracias —replicó Rehv. Sus ojos amatistas giraron hacia Butch.
Se miraron y Butch se dio cuenta de que no se veían desde la noche en que Marissa había sido alimentada.
—¿Qué tal, tío? —dijo Butch y le alargó la mano.
Rehvenge caminó hacia él, afirmándose en el bastón. Al estrecharse las manos, respiraron a fondo.
—Oye, poli —dijo Rehv—, ¿te molesta si te pregunto qué les has hecho a esos verdugos?
Un quejumbroso sonido los interrumpió. Miraron el coche aparcado al otro lado de la calle.
—Ya podéis salir, muchachos —dijo Rhage—. El lugar está despejado.
El rubito y su acompañante parecían recién salidos de una lavadora después del centrifugado: estaban empapados en sudor a pesar del frío, y tenían el pelo y las ropas completamente revueltos.
La cara de Rehvenge reflejó sorpresa.
—Lash, ¿por qué no estás en el entrenamiento? Tu padre te matará si se entera de que andas por aquí en vez de…
—Está aprovechando un receso en las clases —farfulló Rhage secamente.
—Para vender drogas —añadió Butch—. Revísale los bolsillos.
Rhage quiso abofetearlo mientras lo cacheaba. Encontró un fajo de dinero en efectivo tan grande como la cabeza del chaval y un puñado de pequeños paquetes de celofán.
Los ojos de Rehv chispearon con una rabiosa luz púrpura.
—Dame esa mierda, Hollywood, el polvo, no los verdes. —Cuando Rhage le entregó lo que pedía, Rehv abrió uno de los paquetes y hundió el meñique en la sustancia que había dentro. Se metió el dedo en la boca: hizo una mueca de asco y escupió. Después señaló al chaval con su bastón—. Ya no eres bienvenido por aquí.
Lash despertó de su estupor.
—¿Por qué no? Éste es un país libre.
—Primero, porque ésta es mi casa. Segundo, aunque no hacen falta más razones, la mierda de esas bolsas está contaminada y apostaría a que eres el responsable de la racha de sobredosis que ha habido recientemente. Así que, como te he dicho, ya no eres bienvenido por aquí. No voy a permitir que vagos como tú estropeen mi fuente de ingresos. —Rehv se guardó las bolsitas en el bolsillo del abrigo y miró a Rhage—. ¿Qué vais a hacer con él?
—Llevarlo a casa.
Rehv sonrió.
—Muy conveniente para todos.
Lash se puso a sollozar.
—No iréis a contarle a mi padre…
—Todo —zumbó Rehvenge—. Confía en mí, tu padre se va a enterar de toda tu jodida mierda.
Las rodillas de Lash temblaron. Y entonces se desmayó.
‡ ‡ ‡
Marissa entró a la reunión del Concilio de Princeps sin importarle que, por primera vez, todos la miraran.
Nunca la habían visto en pantalones o con el pelo recogido en una coleta. Sorpresa, sorpresa.
Se sentó, abrió su nuevo portafolios de marca y empezó a analizar solicitudes para la residencia. Aunque… realmente no revisaba nada. Estaba exhausta, no sólo por el trabajo o por el estrés, sino porque necesitaba alimentarse. Y pronto.
Oh, Dios santo. La idea de hacerlo la enfermaba de tristeza y la inducía a pensar en Butch. Cuando lo hacía, un eco persistente y brumoso se adueñaba de su cabeza, como el repicar de una campana que le recordaba… ¿qué?
Una mano se posó en su hombro. Ella saltó. Rehv estaba a su lado.
—Soy yo. —Los ojos amatistas del Reverendo recorrieron su rostro y su cabello—. Me alegra verte.
—A mí también me alegra verte a ti.
Él sonrió, se sentó y después desvió la mirada. Ella debería volver a usar su vena, pensó. Claro que sí.
—¿Y qué tal, tahlly? ¿Estás bien? —dijo él afablemente. La pregunta fue tan casual que ella tuvo la rara sensación de que Rehv, de algún modo, conocía exactamente lo trastornada que estaba, así como la causa. Siempre la había sabido interpretar muy bien.
Cuando iba a responderle, el leahdyre del Concilio descargó su mazo sobre la reluciente mesa.
—Me gustaría llamar al orden.
Las voces en la biblioteca se apagaron velozmente. Rehv se recostó en la silla, con una aburrida expresión en su recio rostro. Con manos elegantes y vigorosas, se acomodó el abrigo de marta cibelina sobre las piernas, superponiéndoselo como si la sala estuviera bajo cero y no a una temperatura muy agradable.
Marissa cerró el maletín y lo dejó a un lado, con una pose similar a la de Rehv, sólo que sin la pompa del abrigo de piel. «¡Santo cielo!», pensó. «Cómo cambian los tiempos». Esos vampiros siempre la habían aterrorizado. La habían intimidado por completo. Ahora, al ver a las hembras exquisitamente vestidas y a los machos con sus trajes formales, sólo sintió… aburrimiento. Esta noche, la glymera y el Concilio de Princeps le parecían una anticuada pesadilla social sin ninguna relevancia. Gracias a Dios.
El leahdyre sonrió y asintió a un doggen que avanzó hacia él. En las manos del sirviente había un pliego de pergamino extendido sobre una bandeja de ébano. Largos banderines con rebordes de seda colgaban del documento, con colores que representaban a cada una de las seis familias originales. El linaje de Marissa era azul pálido.
Los ojos del leahdyre miraron en torno a la mesa y con estudiada actitud evitaron a Marissa.
—Ahora que tenemos a todo el Concilio, me gustaría que consideráramos el principal punto del orden del día, es decir, el concerniente a la solicitud de recomendación al Rey sobre la sehclusion obligatoria para todas las hembras no apareadas. Primero, por reglas de procedimiento, permitiremos comentarios de los herederos sin voto presentes en esta reunión.
Hubo un rápido consentimiento de todos, menos de Rehvenge, lo cual revelaba muy claramente sus sentimientos.
En la pausa que siguió, Marissa sintió la mirada de Havers sobre ella. No hizo ni dijo nada.
—Bien hecho, Concilio —dijo el leahdyre—. Ahora nombraré a los seis Princeps votantes.
A medida que cada nombre era leído, el correspondiente Princep se levantaba, daba el consentimiento de su linaje y aplicaba el sello del anillo de la familia sobre el pergamino. Esto se hizo cinco veces sin ningún fallo técnico. Y entonces el último nombre fue pronunciado.
—Havers, hijo consanguíneo de Wallen, nieto consanguíneo de…
Cuando su hermano se levantó de la silla, Marissa golpeó la mesa con los nudillos. Todos se volvieron hacia ella.
—Nombre equivocado —dijo Marissa.
Los ojos del leahdyre se abrieron desmesuradamente, tan espantado por la interrupción de ella, que, además, se quedó sin palabras mientras reía un poco y miraba a Havers.
—Puede sentarse, médico —continuó Marissa mientras se ponía en pie—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que hicimos una votación como ésta… desde la muerte del padre de Wrath. —Se apoyó en las manos y atormentó al leahdyre con una breve mirada—. Y entonces, hace siglos, mi padre vivía y decidía el voto de nuestra familia. Por eso, obviamente, ustedes están confundidos.
El leahdyre miró a Havers con pánico.
—Quizá debería informar a su hermana que no tiene la palabra…
Marissa lo interrumpió.
—Ya no soy su hermana, o al menos eso me dijo él a mí. Todos estamos de acuerdo en que un linaje de sangre es inmutable. Igual que el orden de nacimiento de los herederos. —Sonrió fríamente—. Sucede que yo nací once años antes que Havers. Lo que me hace a mí más vieja que él. Lo que, a su vez, significa que él puede sentarse, pues como miembro sobreviviente más viejo de mi familia, el voto de nuestro linaje lo decido yo. Y en este caso, sin ninguna duda, el voto es… no.
Se produjo el caos, un absoluto pandemonio.
Rehv rió y juntó sus palmas con simpatía.
—Maldita sea, muchacha. ¿Siempre eres así?
Marissa se divirtió un poco con este juego de poder y se sintió más relajada que nunca. El voto tenía que ser unánime o la estúpida moción de sehclusion no iría a ninguna parte. Y gracias a ella, la moción no llegaría a ninguna parte.
—Oh… Dios mío —exclamó alguien.
Y como si un sumidero se hubiera abierto en el suelo, todos los ruidos se escurrieron del salón. Marissa se volvió.
A la entrada de la biblioteca, Rhage tenía cogido por el cogote a un macho en pretransición. Detrás de él estaban Vishous… y Butch.