39

Al otro lado de la ciudad, en una casa agradable y muy protegida, John terminó de beber su primera cerveza. Y luego la segunda. Y la tercera. Se sorprendía de que su estómago pudiera con ellas, pero le sentaban bien.

Blaylock y Qhuinn estaban sentados en el suelo delante de la cama, concentrados en un televisor de plasma jugando a sKillerz, un estúpido juego de moda en todas partes. Por alguna anormalidad de la naturaleza, John los había ganado a ambos, así que se estaban disputando el segundo y tercer puesto.

John se apoltronó en el edredón de Blaylock. Se llevó la botella de cerveza a la boca y se dio cuenta de que estaba vacía. Miró el reloj: Fritz lo recogería en unos veinte minutos y eso podría ser un problema, pues estaba aturdido. Bastante.

Algo delicioso.

Blaylock rió y se desplomó sobre el suelo.

—No puedo creer que me hayas ganado tú, bastardo.

Qhuinn cogió su cerveza y le dio a Blay un golpecito en la pierna con la botella.

—Lo siento, muchachote.

John apoyó la cabeza en una mano, saboreando esta sensación de placer y madurez. Había estado solo durante tanto tiempo que era incapaz de recordar la última vez que se había sentido tan bien con amigos de su edad.

Blay le echó un vistazo con una mueca.

—Por supuesto, ese tipo fuerte y silencioso es el verdadero vencedor de este juego. Te odio, ¿lo sabías?

John sonrió y le dio un golpecito en el hombro. Mientras reían, sonó una BlackBerry.

Qhuinn contestó. Hubo un montón de ajá-ajá. Colgaron.

—Mierda… Lash deja la escuela durante una temporada. Dicen que tú… Bueno, que está aterrorizado, que te tiene pánico.

—Ese chico siempre fue un estúpido —dijo Blay.

—Muy cierto.

Se quedaron callados un rato, oyendo Nasty de Too Short. Luego la mirada de Qhuinn se volvió intensa.

Sus ojos, uno azul y otro verde, se entrecerraron.

—Blay… ¿qué se siente?

Blay miró brevemente al techo.

—¿Al perder en el sKillerz contigo? Dan ganas de matar, muchas gracias.

—Sabes que estoy hablando de otra cosa.

Blay refunfuñó y fue hasta un pequeño refrigerador, sacó otra cerveza y la abrió. Se había bebido siete y seguía sobrio. Por supuesto, también se había comido cuatro Big Macs del McDonald’s, dos raciones grandes de patatas fritas, un batido de chocolate y dos pasteles de cereza. Más un paquete de Ruffles.

—¿Blay? Vamos… ¿cómo es?

Blaylock bebió un sorbo de la botella y tragó ruidosamente.

—Nada del otro mundo.

—Jódete.

—De acuerdo. —Blay dio otro trago—. Yo… eh, yo quería morirme. Estaba convencido de que así sería. Entonces yo… bueno… —Se aclaró la garganta—. Yo… le cogí la vena. Y fue peor después de eso. Tremendamente peor.

—¿La vena de quién?

—De Jasim.

—¡Vaya! Está muy buena.

—Lo que tú digas. —Blay se inclinó a un lado, cogió la chaqueta del chándal y se la puso.

Qhuinn se dio cuenta del movimiento. Lo mismo John.

—¿Lo hiciste con ella, Blay?

—¡No! Creedme, cuando llega la transición, el sexo importa un bledo.

—Pero he oído que después…

—No, no lo hice con ella.

—Está bien. Tranquilo. Bueno, entonces cuéntanos cómo es eso de la transición, ¿qué se siente?

—Uno… uno se parte en dos y vuelve a juntarse. —Blay echó un largo trago de cerveza—. Eso es.

Qhuinn dobló las pequeñas manos y luego las crispó en puños.

—¿Te sientes distinto?

—Sí.

—¿Cómo?

—Por favor, Qhuinn…

—¿Qué tienes que esconder? Todos vamos a pasar por eso. Quiero decir… mierda, John, ¿tú también quieres saberlo, verdad?

John miró a Blay y asintió, esperando que siguieran hablando.

En el silencio que hubo, Blaylock estiró las piernas. A través de los nuevos vaqueros, los densos músculos de sus muslos se contrajeron y relajaron.

—¿Cómo te sientes ahora? —lo incitó Qhuinn.

—Soy el mismo. Sólo que… no sé, mucho más fuerte.

—Qué gozada, tío —se rió Qhuinn—. Estoy deseando que me pase, deseando…

Blaylock dijo, muy serio:

—No debe pasar hacer antes de tiempo. Tiene que ser en el momento adecuado. Confía en mí.

Qhuinn meneó la cabeza.

—En eso estás equivocado. —Una nueva pausa—. Oye, ¿estás empalmado en este momento?

Blay se puso del color de un tomate.

—¿Qué?

—Vamos, ¿ya se te empalma? —El silencio se prolongó—. ¿Hola? ¿Blay? Contesta la pregunta. ¿Se te empalma?

Blay se sobó la cara.

—Humm… sí.

—¿A menudo?

—Sí.

—Y te la cascas, ¿no? Quiero decir… debes. ¿Cómo es?

—¿Estás loco o qué? Yo no…

—Simplemente cuéntanoslo. No te lo volveremos a preguntar otra vez. Te lo juramos. ¿Cierto, John?

John asintió lentamente, consciente de que aguantaba la respiración. Había tenido sueños, sueños eróticos, pero, según sospechaba, eso no debía ser ni remotamente parecido a la realidad.

Blaylock permaneció en silencio.

—Cristo, Blay… ¿cómo es? Por favor. Toda mi vida he estado esperando por lo que tú tienes. No puedo preguntarle a cualquiera… Quiero decir, no puedo preguntárselo a mi padre, ni a los profesores… Venga, cuéntanoslo, ¿qué se siente cuando te la cascas?

Blay arrancó la etiqueta de su cerveza.

—Es muy fuerte. Es una avalancha que crece y crece y… explotas y luego flotas en el vacío.

Qhuinn lo contempló con admiración.

—Eso es lo que quiero. Ser macho.

John también sentía esas ganas.

Blay vació su cerveza y después se limpió la boca.

—Por supuesto, ahora… ahora quiero hacerlo con alguien.

Qhuinn compuso una de sus medias sonrisas.

—¿Qué tal con Jasim?

—No. No es mi tipo. Y no hablemos más de esto. Se acabó la conversación.

John le echó un vistazo al reloj y después se recostó al borde de la cama. Escribió en su cuaderno con veloces garabatos. Luego, les mostró a sus amigos lo que había escrito. Blay y Qhuinn asintieron.

—Trato hecho —dijo Blay.

—¿Nos vemos mañana por la noche? —preguntó Qhuinn.

John asintió. Se puso en pie y se tambaleó. Tuvo que agarrarse al colchón.

Qhuinn se rió.

—Mírate, pobre hombre. Estás borracho.

John se encogió de hombros y se concentró en ir hasta la puerta por sí mismo. Cuando la abrió, Blay dijo:

—Oye, J.

Los miró por encima del hombro y enarcó una ceja.

—¿Dónde podemos aprender la cosa esa del lenguaje por signos?

Qhuinn cabeceó y destapó otra cerveza.

—Sí, ¿dónde?

John parpadeó. Luego escribió en su cuaderno:

—En Internet. Buscad «Lenguaje Americano de Signos».

—Trato hecho. Y nos puedes ayudar, ¿no?

John asintió.

Los dos volvieron al televisor y buscaron otro juego. Cuando John cerró la puerta, oyó que reían y él también empezó a sonreír. Pero a continuación sintió el aguijón de la tristeza.

Tohr y Wellsie estaban muertos, pensó. No debería… estar pasándoselo tan bien. Un hombre auténtico no se distrae jamás de sus objetivos, ni se olvida de sus enemigos… sólo por estar con los amigos.

John descendió hacia el vestíbulo, moviendo un brazo para equilibrarse.

El problema era que… se sentía tan bien con esos chicos. Siempre había querido tener amigos. No un grupo grande. Sólo unos cuantos amigos fuertes y leales.

De esos en los que se puede confiar hasta la muerte. Como hermanos.

‡ ‡ ‡

Marissa no entendía cómo había podido sobrevivir Butch a semejante trance. Le parecía imposible. Sólo que, y eso era evidente, los machos siempre salían adelante, particularmente los guerreros. Y como pertenecía al linaje de Wrath, tenía su resistente sangre.

Cuando todo acabó, horas después, Butch yacía en la mesa, en el centro de la sala, ahora helada, simplemente respirando. Su piel estaba brillante y cubierta de sudor como si hubiera corrido doce maratones. Los pies le salían por el borde de la camilla. Los hombros eran el doble de gruesos que los de antes y los clazoncillos le apretaban con fuerza en los muslos.

Su semblante la confortaba. A pesar de su nuevo cuerpo, seguía siendo el mismo. Sus ojos seguían siendo color avellana, con el mismo brillo, y sus facciones eran también las mismas.

Estaba demasiado aturdido para hablar; tiritaba mucho y Marissa lo tapó con una manta. Cuando ese suave peso le cayó encima, se estremeció como si su piel fuera demasiado delicada. Enseguida articuló con los labios las palabras «te amo» y se sumergió en un reparador sueño.

Inesperadamente, se sintió muy cansada, más que en cualquier otra ocasión de su vida.

Vishous terminó de limpiar la sangre del suelo con un chorro de manguera y dijo:

—Vamos a comer.

—No quiero dejarlo solo.

—Entonces le pediré a Fritz que nos traiga algo y lo deje fuera.

Marissa siguió al hermano dentro de la Sala de Equipos y se sentaron en unos bancos que había pegados a la pared. Los bocadillos que les preparó Fritz eran excelentes, lo mismo que el zumo de manzana y las galletas de avena.

Al cabo de un rato, Vishous encendió un cigarro y se recostó.

—Se pondrá bien, ya lo verás.

—No sé cómo ha podido resistirlo.

—Lo mío fue parecido.

Se quedó con el bocadillo de jamón en la boca.

—¿Sí?

—Peor, en realidad. Yo era más joven que él.

—Él sigue siendo el mismo por dentro, ¿verdad?

—Sí, todavía es tu muchacho.

Cuando acabaron los bocadillos, ella subió las piernas al banco y se recostó contra la pared.

—Gracias.

—¿Por qué?

—Por hacer que cicatrizara mi herida. —Le mostró la muñeca.

Vishous desvió sus ojos de diamante.

—No es nada, tenía que hacerlo.

En el silencio que siguió, Marissa se vio invadida por una invencible modorra. Sintió que los ojos se le cerraban y tuvo que sacudir la cabeza para espabilarse.

—No, duérmete —musitó Vishous—. Me quedaré con él; te llamaré cuando se despierte. Vamos… ponte cómoda y echa una cabezada.

Ella se acomodó lo mejor que pudo. No esperaba dormirse pero cerró los ojos de todos modos.

—Levanta la cabeza —dijo V. Cuando ella lo hizo, deslizó una toalla enrollada debajo de la oreja—. Mejor para tu cuello.

—Eres muy amable.

—¿Estás de broma? Poli me daría una patada en el culo si se llega a enterar de que no te cuido como te mereces.

Marissa habría jurado que Vishous le había rozado el cabello con la mano, pero al instante se corrigió y pensó que se lo había imaginado.

—¿Y tú qué? —dijo suavemente cuando Vishous se sentó en el otro banco. Dios, tenía que estar tan cansado como ella.

Él sonrió remotamente.

—No te preocupes por mí, hembra. Duérmete.

Sorpresivamente, ella lo hizo.

‡ ‡ ‡

V vio cómo Marissa se dormía a causa de la extenuación. Alzó la cabeza y miró al cuarto de primeros auxilios. Desde allí podía ver al poli tumbado. Ahora Butch realmente era uno de ellos. Un guerrero, con carné de afiliación y su buen par de colmillos, un macho que parecía que iba a terminar midiendo entre un metro noventa y cinco y uno noventa y ocho. O quizá más. El linaje de Wrath circulaba por dentro de ese muchacho. Vishous se preguntó si algún día descubrirían cómo había llegado a suceder.

La puerta de la sala se columpió intempestivamente y entró Z, seguido por Phury.

—¿Cómo va todo? —preguntaron al unísono.

—Shhh. —V señaló a Marissa. En voz baja les dijo—: Juzgadlo por vosotros mismos. Está ahí.

Se acercaron a la camilla.

—¡Qué barbaridad! —Phury resopló escandalosamente.

—Es muy grande —exclamó Z. Olfateó el aire—. ¿Por qué el aroma de Wrath está por todas partes? ¿O es impresión mía?

Vishous se levantó.

—Salgamos, no quiero despertarlos.

Los tres caminaron sobre las alfombras azules y V cerró la puerta al salir.

—Entonces… ¿dónde está Wrath? —preguntó Phury mientras se sentaban—. Pensé que había venido a supervisar la transformación.

—Ahora está ocupado.

Z miró a la puerta.

—Ese poli es grande, V. Ese poli es realmente grande.

—Lo sé. —V cerró los ojos. No quería mirar a sus hermanos.

—V, es enorme.

—No sigas por ahí. Aún es pronto para saber qué va a ser de él.

Z se frotó la coronilla.

—Sólo estoy diciendo, que es…

—Ya sé… enorme.

—Y tiene sangre de Wrath en sus venas.

—También lo sé. Pero, mira, es muy pronto, Z. Es muy pronto. Además, su madre no es una Elegida.

Los ojos amarillos de Z se achicaron con enojo.

—Esa regla siempre me ha parecido una estupidez.