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Últimamente el ZeroSum estaba dando excelentes resultados, pensó Rehvenge mientras revisaba las cuentas. El flujo de caja era constante. Habían crecido los ingresos por reservas deportivas. Los otros servicios también subían. ¿Cuánto hacía que era dueño del club? ¿Cinco? ¿Seis años? Por fin cosechaba suficientes beneficios como para tomarse un respiro.

Desde luego, era una despreciable manera de hacer dinero: sexo, drogas, alcohol y apuestas. Pero necesitaba pasta para sostener a su mahmen y, hasta hacía poco, a su hermana, Bella. Además tenía que pagar el chantaje que pesaba sobre su cabeza.

Los secretos, a veces, suelen salir caros.

Rehv miró hacia la puerta abierta de la oficina. Cuando su jefe de seguridad entró, pudo olfatear la fragancia de O’Neal que aún perduraba en ella, y sonrió un poco. Le gustaba comportarse correctamente con el poli.

—Gracias por atender a Butch.

Xhex fue sincera y directa, como siempre.

—No lo habría hecho si no hubiera querido.

—Y yo no te lo habría pedido si no supiera que es así. Bueno, ¿y qué ha pasado en el club?

Ella se sentó al otro lado del escritorio; su cuerpo era tan fuerte y resistente como el mármol sobre el que descansaba los codos.

—Sexo no consentido en el salón de hombres. Ya me he encargado del asunto. La mujer quiere denunciar al hombre.

—¿El tío te ha estado buscando después de que lo pillaras?

—Sí, pero no tiene nada que hacer si piensa que va a ablandarme contándome su triste historia. También sorprendí a dos menores de edad en la zona autorizada para venta de licores y los eché a patadas. Y uno de los gorilas estaba cobrando en mordiscos a la gente que hace cola en la puerta para entrar: lo despedí.

—¿Algo más?

—Ha habido otro caso de sobredosis.

—Mierda. ¿Con nuestro producto?

—No. Un camello de fuera. —Del bolsillo trasero de sus pantalones de cuero sacó una pequeña bolsa de celofán y la tiró sobre el escritorio—. Resolví el problema antes de que llegaran los de emergencias. Tuve que contratar algunos extras para manejar la situación.

—Bien. Cuando encuentres al camello, me traes su culo hasta aquí. Quiero encargarme de él personalmente.

—Lo haré.

—¿Algo más?

En el silencio que siguió, Xhex se inclinó hacia delante y juntó las manos. Su cuerpo era todo músculos, fuertes y sin muchos ángulos, excepto en sus altos y pequeños senos. Era deliciosamente hermafrodítica, aunque muy mujer por lo que él sabía.

«Ese poli debería sentirse afortunado», pensó. Xhex no tenía sexo con regularidad, sólo cuando encontraba un macho fuera de lo común.

Tampoco le gustaba perder el tiempo. Normalmente.

—Habla, Xhex —dijo él.

—Quiero saber algo.

Rehv se recostó en la silla.

—¿Es algo con lo que me voy a cabrear?

—Sí. ¿Estás buscando pareja?

Los ojos de él se tornaron púrpura. La miró fijamente.

—¿Quién te ha contado eso? Dame su nombre.

—Pura deducción, nada de cotilleos. Según los registros del GPS, tu Bentley ha estado últimamente donde Havers. Y ocurre que he sabido que su hermanita, Marissa, está disponible. Es hermosa. Algo complicada. Pero a ti nunca te ha importado lo que diga, piense o haga la glymera. ¿Piensas emparejarte con ella?

—No del todo —mintió él.

—Bien. —Los ojos de Xhex cayeron sobre él y fue obvio que sabían la verdad—. Porque sería una locura que te insinuaras. Ella averiguaría todo sobre ti, y no me estoy refiriendo a lo que tienes aquí abajo, en el ZeroSum. Ella es miembro del Concilio de Princeps, ¡por Dios! Si se llega a enterar de que eres un symphath, ambos nos veríamos comprometidos.

Rehv ocultó su bastón.

—La Hermandad lo sabe casi todo sobre mí.

—¿Cómo? —exclamó Xhex.

Pensó en el pequeño enredo de labios y colmillos que él y Phury habían tenido y decidió callárselo.

—Simplemente lo saben. Y ahora que mi hermana está emparejada con un hermano, yo soy de la maldita familia. Así que si el Concilio de los Princeps se decidiera a molestarme, los guerreros lo mantendrían a raya.

Demasiado malo era que sus poderes no afectaran al chantajista, como ocurría con los Normales. Estaba aprendiendo que los symphaths conseguían enemigos muy malos. No era de asombrarse que lo odiaran.

—¿Estás seguro? —preguntó Xhex.

—Bella se moriría si yo fuera enviado a una de esas colonias. ¿Piensas que una hellren de ellos soportaría algo parecido, especialmente si está preñada? Z es un jodido hijo de puta y muy protector con ella. Así que, sí, estoy seguro.

—¿Ella sospecha algo?

—No —dijo Rehv.

Y aunque Zsadist lo supiera, no iba a contárselo a su pareja. De ningún modo pondría a Bella en esa posición. Las leyes establecían que si alguien conocía a un symphath tenía la obligación de denunciarlo, de lo contrario sería perseguido y sometido a severas acciones judiciales.

Rehv rodeó el escritorio, apoyándose en su bastón, ya que Xhex era la única presente. La dopamina que se inyectaba con regularidad mantenía a raya lo peor de los impulsos del symphath, haciéndolo parecer Normal. No estaba seguro de cómo llevaba Xhex su condición. Tampoco estaba seguro de querer saberlo. La cuestión era que, como no tenía sentido del tacto, tenía que usar un bastón para no caerse. Después de todo, sólo tenía profundas percepciones cuando dejaba de sentir los pies o las piernas.

—No te preocupes —dijo él—. Nadie sabe lo que somos. Y así se va a quedar la cosa.

Los ojos grises lo contemplaron con fijeza.

—¿Estás alimentándola, Rehv? —No fue una pregunta. Fue una exigencia—. ¿Estás alimentando a Marissa?

—Eso es asunto mío, no tuyo.

Ella miró a sus pies.

—Maldito seas… lo teníamos acordado. Hace veinticinco años, cuando tuve mi pequeño problema, tú y yo nos pusimos de acuerdo. Nada de compañeros ni de alimentación con Normales. ¿Qué diablos estás haciendo?

—Yo mando aquí… y esta conversación se acabó. —Consultó su reloj—. Y como sabes, ya es hora de cerrar, y necesitas un descanso.

Ella lo observó por un momento.

—No me voy a ir hasta acabar el trabajo…

—Te estoy diciendo que te vayas a casa. Te veré mañana por la noche.

—No te ofendas, Rehvenge, pero ¡púdrete!

Ella caminó hacia la puerta, moviéndose como la asesina que era. Al mirarla, él se acordó de que toda esa mierda de la seguridad no era nada ante lo que ella era capaz de hacer.

—Xhex —dijo él—. A lo mejor estamos equivocados respecto a lo del apareamiento.

Lo miró por encima del hombro con cara de pocos amigos, como diciéndole «¿eres idiota?».

—La abordaste dos veces en un día. ¿Piensas que Marissa no se dio cuenta? ¿Y qué me dices sobre el hecho de que tienes que ir con demasiada frecuencia a ver a su hermano, el buen doctor, para que te consiga un neuromodulador? Además, piensa lo que diría una aristócrata como ella sobre… esto. —Extendió el brazo para abarcar con el gesto todo lo que había en la oficina—. No estamos equivocados. Sólo que te estás olvidando de los porqués.

Cuando la puerta se cerró tras ella, Rehv miró su entumecido cuerpo. Se imaginó a Marissa, tan pura y hermosa, tan diferente a las otras hembras, tan diferente a Xhex… de quien él se alimentaba.

Quería a Marissa y estaba medio enamorado de ella. Y el macho que había dentro de sí quería proclamar lo que sentía por ella, aunque las drogas que consumía lo hicieran impotente. Sólo había una pregunta: ¿la heriría si su parte oscura saliera a flote? ¿Sería así?

Pensó amorosamente en ella, con sus vestidos de alta costura, tan apropiadamente diseñados, siempre tan elegante, tan… limpia. La glymera estaba equivocada: ella no era defectuosa. Era perfecta.

Sonrió, ruborizándose con una pasión que sólo unos orgasmos radicales podrían sofocar. Se acercaba aquella época del mes… así que lo llamaría muy rápido. Sí, lo buscaría otra vez… muy pronto. Cuando su sangre estuviera diluida tendría que alimentarse con gratificante frecuencia: la última vez había sido hacía ya casi tres semanas.

Ella lo llamaría dentro de pocos días. Y él esperaba con ansia la hora de poder servirla.

‡ ‡ ‡

V volvió a la residencia de la Hermandad con tiempo de sobra, materializándose al lado de la garita del guarda, enfrente de la puerta. Después de practicar sexo, aún se sentía en el jodido limbo, maldita mierda.

Atravesó el vestíbulo del Hueco mientras se despojaba del armamento, tenso, y ansioso por ducharse para librarse del olor de la hembra. Pensó que debería tener hambre, pero lo único que le apetecía era un buen trago de Grey Goose.

—¡Butch! —gritó.

Silencio.

V fue hasta la entrada de la alcoba del poli.

—¿Te has quedado dormido?

Empujó la puerta. La enorme cama estaba vacía. ¿Se habría ido el poli para la mansión principal?

V trotó a través del Hueco y asomó la cabeza por la puerta del vestíbulo. Echó una rápida mirada a los coches aparcados en el patio y el corazón estuvo a punto de estallarle con atronadores latidos. No vio ningún Escalade. Butch no estaba en el complejo.

Con el cielo empezando a clarear por el este, el brillo del día golpeó a V en los ojos. Se escabulló hacia la casa y se sentó frente a su ordenador. Buscó las coordenadas del Escalade y descubrió que la camioneta estaba aparcada detrás de Screamer’s.

Lo cual era bueno. Por lo menos Butch no estaba incrustado en un árbol…

De pronto, V se quedó helado. Mientras se llevaba la mano al bolsillo posterior de sus pantalones de cuero, un horrible presentimiento le fue sobrecogiendo lentamente, ardiente y agudo como un sarpullido. Abrió el móvil y accedió a su buzón de voz. El primer mensaje era una llamada cortada, hecha desde el móvil de Butch.

Cuando oyó el segundo mensaje, las columnas de acero de la casa se le vinieron encima.

Sintió pánico. Sólo se oía un sonido silbante. Después un traqueteo le hizo apartar el móvil de su oído.

Era la voz de Butch, áspera, dura:

—Desmaterialícese. Desmaterialícese ya.

Un macho aterrorizado:

—Pero… pero…

—¡Ya! Por Dios, saque el culo de aquí… Rumores apagados… vibraciones.

—¿Por qué hace esto? Usted es humano…

—Estoy tan cansado de oír eso. ¡Lárguese!

Enseguida un ajetreo metálico: un arma siendo recargada.

La voz de Butch:

—¡Mierda!

Después, todos los demonios sueltos: disparos, resoplidos, golpes, ruidos sordos.

V brincó por encima de su escritorio tan rápido que tumbó la silla. Y entonces se dio cuenta de que estaba atrapado dentro de la mansión por culpa de la luz del día.