29
El tiempo se deslizó con lentitud y Butch merodeó alrededor del Hueco mientras esperaba a que V regresara. Finalmente, incapaz de sacudirse la neblina del whisky y todavía confundido por los acontecimientos de la noche, fue y se acostó en su cama. Al cerrar los ojos se dio cuenta de que no tenía ninguna esperanza de dormir.
Rodeado por una densa quietud, pensó en su hermana Joyce y en su nuevo bebé. Sabía dónde sería el bautizo: el mismo sitio donde él había sido sumergido. El mismo templo donde todos los O’Neal habían sido sumergidos en las aguas de la salvación, donde el pecado original les había sido lavado.
Se puso la mano en el estómago, en la cicatriz negra, y pensó que ciertamente el mal se había reinstalado dentro de él. Había ido a parar dentro de él.
Palmeó la cruz y apretó el oro hasta que le cortó la piel. Necesitaba volver a la iglesia. Regularmente.
Todavía seguía agarrado al crucifijo cuando la extenuación lo tomó por sorpresa, sustrayendo sus pensamientos y reemplazándolos por una nada que lo habría reconfortado si hubiera estado consciente.
Un poco más tarde, se despertó y miró el reloj. Había dormido dos horas, y ahora tenía resaca, la cabeza grande, embotada por el malestar, los ojos supersensibles a la luz que se filtraba por debajo de la puerta. Se dio la vuelta y se estiró: tenía la columna dolorida.
Un misterioso gruñido llegó desde el vestíbulo.
—¿V? —dijo.
Otro gruñido.
—¿Estás bien, V?
De cualquier parte, entró el ruido chocante, como si algo pesado se hubiera caído. Seguidamente sonidos estrangulados, el tipo de ruidos que se oyen cuando alguien está muy enfermo y grita y aúlla hasta la muerte. Butch saltó de la cama y corrió hacia a la sala de estar.
—¡Dios mío!
Vishous se había caído del sofá y había aterrizado de cara sobre la mesa del café, dispersando botellas y vasos. Butch se agachó y lo observó: tenía los ojos apretados con fuerza y la boca entreabierta por los sordos alaridos que le brotaban con desesperación.
—¡V! ¡Despierta! —Butch cogió sus fuertes brazos y se dio cuenta de que se había quitado el guante: su mano bendita brillaba y quemaba como el sol, haciendo orificios en la madera de la mesa y en el cuero del sofá.
—¡Joder! —Butch se apartó para evitar quemarse.
Lo llamó por su nombre mientras el hermano luchaba por liberarse del monstruo que lo había enganchado. Finalmente, comenzó a reaccionar. Tal vez por el sonido de la voz de Butch. O quizá el golpe había sido tan fuerte que lo había despertado.
Vishous abrió los ojos: jadeaba y tiritaba, cubierto de sudor frío.
—¿Mi hombre? —Cuando Butch se arrodilló y tocó a su amigo en el hombro, V se echó hacia atrás, encogiéndose, en un escalofriante gesto de terror—. Tranquilo, estás en casa. Estás seguro.
La mirada de Vishous, normalmente fría y serena, era vidriosa.
—Butch… oh… Butch… la muerte. La muerte… La sangre chorreaba por mi camisa…
—Tranquilízate. Vamos a refrescarnos, muchachote. —Butch pasó una mano bajo la axila derecha de V y acomodó al hermano sobre el sofá. El pobre bastardo se dejó descargar pesadamente contra los cojines de cuero como una muñeca de trapo—. Te traeré algo de beber.
Butch fue a la cocina, cogió un vaso limpio, lo puso sobre el mostrador y lo lavó. Después lo llenó con agua fría, aunque Vishous creería que se trataba de un Goose.
Cuando regresó, V encendía un cigarrillo con manos que parecían banderas ondeando en el viento.
Vishous cogió el vaso y Butch dijo:
—¿Quieres algo más fuerte?
—No. Esto está bien. Gracias, hombre.
Butch se sentó en el otro extremo del sofá.
—V, creo que ya va siendo hora de que hagamos algo con tus pesadillas.
—No hay nada que hacer. —Vishous respiró profundamente y dejó salir una columna de humo por entre los labios—. Además, tengo buenas noticias.
Butch habría querido que V siguiera hablando de sus sueños, pero no fue así.
—Habla entonces. Y deberías haberme despertado en cuanto llegaste…
—Lo intenté. Dormías como un tronco. De cualquier manera… —Otro suspiro. Éste más normal—. Sabes que estuve explorando en tu pasado, ¿cierto?
—Me lo imaginé.
—Tenía que saber qué habías hecho, si ibas a vivir conmigo… con nosotros. Escudriñé tu sangre hasta Irlanda. Un montón de gente blanca como una ciénaga pastosa en tus venas, poli.
Butch aún tenía esperanzas.
—¿No encontraste… nada?
—Hace nueve meses, no. Ni cuando te volví a rastrear hace una hora.
Oh. Butch iba a morirse. Aunque, Cristo, ¿qué se había creído? No era un vampiro.
—Entonces, ¿por qué estamos hablando de esto?
—¿Estás seguro de que no hay ninguna historia rara en tu familia? ¿Especialmente en Europa? Ya sabes, ¿algunas hembras que hayan sido mordidas una noche por los murciélagos? ¿Un embarazo fuera de lo común? ¿Alguna chica que desapareció y volvió a casa con un niño de padre desconocido?
En realidad, la ciencia había pasado por alto a los O’Neal. Durante sus primeros doce años, su madre había estado ocupada criando a seis niños y trabajando como enfermera. Después del asesinato de Janie, Odell había quedado muy afectada. ¿Y su padre? Sí, claro. Trabajaba de nueve a cinco para la compañía de teléfonos y por la noche era guardia de seguridad; no tenía tiempo para charlar con sus chiquillos. Cuando Eddie O’Neal estaba en casa, o bebía o dormía.
—No sé nada.
—Bueno, éste es el trato, Butch. —V aspiró el cigarrillo y habló a través del humo mientras lo expulsaba—: Quiero ver si tienes algo de nosotros dentro de ti.
Joder.
—Pero tú ya conoces mi árbol genealógico. Además, los análisis de sangre que me hicieron la última vez en la clínica habrían mostrado algo.
—No necesariamente. Yo tengo una forma muy precisa de averiguarlo. Se llama regresión ancestral. —Vishous alzó su mano enguantada y la crispó como un puño—. Maldita sea, odio esta cosa. Pero así es como nosotros lo hacemos.
Butch ojeó la mesa de café chamuscada.
—Vas a encenderme como leña seca.
—Creo que seré capaz de leer en ti. La regresión es un poco fuerte, pero no queda otro remedio. Todo ese asunto de Marissa y su alimentación, tu forma de reaccionar… Y también está el hecho de que aromas cuando estás con ella. Y Dios sabe por qué lo digo, eres muy agresivo. Quién sabe qué encontraremos.
Algo caliente hormigueó en el pecho de Butch. Algo parecido a la esperanza.
—¿Y qué pasa si tengo parientes vampiros?
—Entonces podríamos… —V le dio una buena calada al cigarrillo—. Nosotros quizá podamos hacerte cambiar.
Por Dios.
—No sabía que pudierais hacer eso.
Vishous señaló con la cabeza hacia unos volúmenes encuadernados en cuero que había junto a los ordenadores.
—Hay algo en las Crónicas. Si tienes algo de nuestra sangre, podemos darte un empujón. Es muy arriesgado, pero se puede intentar.
Hombre, a Butch le gustaba el plan.
—Hagamos la regresión. Ya.
—Imposible. Aunque tengamos tu ADN, necesitamos claridad por parte de la Virgen Escribana antes de pensar siquiera en intentar cualquier tipo de salto o cualquier cambio. Esta clase de cosas no se hacen a la ligera, y además tenemos la complicación de lo que los restrictores te hicieron. Si ella nos impide proceder, no importará cuántos parientes con colmillos tengas, y no quiero hacerte pasar por una regresión ancestral si no hay posibilidades de que funcione.
—¿Cuánto tardaremos en conocer la opinión de la Virgen Escribana?
—Wrath dijo que hablaría con ella esta noche.
—Jesús, V. Espero…
—Quiero que te tomes algún tiempo y lo pienses con calma. La regresión es muy peligrosa, mucho. Creo que debes hablar con Marissa sobre todo esto.
Butch pensó en ella.
—Oh, se lo contaré. No te preocupes…
—No seas tan engreído.
—¿Lo soy? Esto tiene que funcionar.
—Tal vez no funcione. —Vishous miró la punta del cigarrillo—. Supongamos que vuelves bien del otro lado de la regresión y que nosotros podemos encontrar un pariente vivo para usar como impulsor del cambio… podrías morir en medio de la transición. Sólo tienes una pequeña oportunidad de sobrevivir.
—Lo haré.
V rió.
—No sé si tienes muchos cojones o unas ganas espantosas de morir.
—Nunca sobreestimes el poder del odio a uno mismo, V. Es un motivador infernal. Por lo demás, ambos sabemos que es mi única opción.
Sus miradas se encontraron. Butch supo que Vishous estaba pensando lo mismo que él: no importaba cuáles fueran los riesgos, cualquier cosa era preferible a morir a manos de su mejor amigo. Y si Butch insistía en marcharse, V tendría que matarlo. Eso lo sabían los dos.
—Voy a ver a Marissa.
Butch se detuvo, camino del túnel.
—¿Estás seguro de que no hay nada que podamos hacer con esos sueños tuyos?
—Ve con tu hembra, poli. Y no sufras por mí.
—Eres como una patada en el culo.
—Un burro llamando asno a otro burro.
Butch blasfemó y se metió en el túnel, tratando de no sentirse demasiado esperanzado. Al llegar a la gran casa, subió a la segunda planta y pasó junto al estudio de Wrath. Por impulso, llamó a la puerta. Después de que el Rey le dijera que entrase, Butch estuvo allí quizá unos diez minutos antes de ir al dormitorio de Marissa.
Iba a llamar a la puerta, cuando alguien dijo:
—Ella no está.
Se volvió y vio a Beth que salía del cuarto al final del vestíbulo, con un jarrón de flores en las manos.
—¿Dónde está? —preguntó.
—Se fue con Rhage a ver su nueva casa.
—¿Qué dices?
—Rhage ha alquilado una casa para ella. A unos diez kilómetros de aquí.
Mierda. Se iba a mudar. Y no le había dicho nada.
—¿Exactamente dónde es?
Después de que Beth le diera la dirección, su primera reacción fue correr hacia allí pero se contuvo. Wrath debía estar hablando con la Virgen Escribana en ese momento. Quizá podrían hacer la regresión y entonces tendría buenas noticias para darle a Marissa.
—¿Va a volver esta noche?
Estaba molesto. No le parecía bien que ella no le hubiera comentado que pensaba mudarse.
—Sin duda. Wrath va a pedirle a Vishous que revise el sistema de seguridad de su nueva casa. Lo más seguro es que se quede aquí con nosotros hasta que terminen la inspección. —Beth frunció el ceño—. Oye… no tienes buen aspecto. ¿Por qué no bajas y comes algo conmigo?
Él asintió.
—Tú sabes que yo la amo, ¿verdad? —Se le escapó, no muy seguro de por qué lo estaba diciendo.
—Sí, lo sé. Y ella te ama a ti.
¿Entonces por qué Marissa no quería hablar con él? ¿Tendría la oportunidad de hacerlo más tarde? Estaba muy avergonzado por cómo había reaccionado cuando se dio cuenta de que era Rehv quien alimentaba a Marissa. Pero estaba aún más avergonzado por haberle quitado la virginidad mientras estaba borracho. Eso era imperdonable.
—No tengo hambre —dijo él—. Pero te acompañaré a cenar.
‡ ‡ ‡
Vishous estaba dolorido. Se sentía fatal. Fue al cuarto de baño y se recostó contra la pared de mármol. Wrath apareció en ese momento ante él, un enorme macho vestido de cuero.
—Mi lord… ¡Vaya susto que me has dado! ¿Quieres matar a un hermano?
—Estás un poco nervioso, V, ¿no? —Wrath le pasó una toalla—. He ido a ver a la Virgen Escribana.
V hizo una pausa con el pedazo de felpa bajo el brazo.
—¿Qué te ha dicho?
—No me ha permitido verla.
—Maldita sea, ¿por qué? —Se envolvió las caderas con la toalla.
—No lo sé, no me dio ninguna explicación. Me encontré con uno de los Elegidos… En fin, no pasa nada. Volveré mañana por la noche, no pienso abandonar.
Vishous sintió que su párpado empezaba a moverse en un molesto tic, debido quizá a la frustración.
—Mierda.
—Sí. —Se hizo una pausa—. Y ya que hablamos de mierda, hablemos de ti.
—¿De mí?
—Estás más tenso que un cable y tu ojo se retuerce constantemente.
—Sí, porque tú me traes malas noticias. —V esquivó al Rey y se marchó a su dormitorio.
Cuando se puso el guante en la mano, Wrath se recostó en la jamba de la puerta.
—Mira, Vishous…
Oh, no podían hacerle esto.
—Estoy bien.
—Claro que lo estás. Te propongo un trato. Te voy a dar hasta el fin de semana. Si no has mejorado para ese momento, te voy a sacar de la rotación.
—¿Qué?
—Vacaciones. ¿Puedes repetir las palabras descanso y reposo, hermano? No son tan trabajosas de decir…
—¿Estás en tus cabales? Te has dado cuenta de que en este momento apenas somos cuatro desde que Tohr desapareció. No puedes permitirte…
—Tú pierdes, hermano. Así que no te van a matar por lo que ronda por tu cabeza. Mejor dicho, no te van a matar, como es el caso.
—Mira, estamos todos al límite, con…
—He hablado con Butch hace un rato. Me ha contado que tienes muchas pesadillas.
—Mamón de mierda. —Iba a golpear a su compañero hasta dejarlo clavado en el suelo.
—Él tenía derecho a contármelo. Debiste habérmelo contado tú.
V fue hasta su escritorio, donde guardaba los papeles de liar y el tabaco. Lió un cigarro apresuradamente: necesitaba tener algo en la boca. O se tapaba la boca o seguiría jurando.
—Debes hacerte un chequeo, V.
—¿Quién me lo va a hacer? ¿Havers? Ningún escáner ni ningún trabajo de laboratorio van a decirme lo que me pasa, porque no es nada físico. Lo lograremos juntos. —Miró por encima de su hombro y suspiró—. Yo soy el más listo, ¿te acuerdas? Resolveré esto.
Wrath se quitó las gafas, sus ojos verdes brillaron como linternas de neón.
—Tienes una semana para arreglar esto; si no, acudiré a la Virgen Escribana y le expondré tu caso. Ahora, vístete. Necesito hablar contigo sobre algo concerniente al poli.
El Rey salió a la sala de espera. V fumó un rato, y después buscó su cenicero. Maldita sea, lo tenía enfrente.
Estaba a punto de ir a la sala cuando se miró la mano. Acercó esa pesadilla enguantada a su boca y se quitó el cuero con los dientes. Observó en silencio su resplandeciente maldición.
Mierda. Cada vez brillaba más y más.
Aguantó la respiración y apagó el cigarrillo encendido en la palma de su mano. Cuando la pequeña llama del tabaco por fin encontró su piel, la fosforescencia blanca relumbró aún con más fuerza, iluminando el fondo de los tatuajes hasta hacerlos parecer de tres dimensiones.
El cigarrillo se consumió en un resplandor de luz, la intensidad hormigueando en la punta de los nervios. Sopló lejos en el aire los remanentes de ceniza y vio cómo la nubecilla se esfumaba y desintegraba en nada.
‡ ‡ ‡
Marissa recorrió la casa vacía y volvió hasta la sala de espera, por donde había comenzado. Era mucho más grande de lo que se había imaginado, especialmente por las seis habitaciones subterráneas. Dios, la había alquilado porque creyó que era mucho más pequeña que la mansión de su hermano —la de Havers—, pero el tamaño era relativo. Esa casa colonial parecía enorme. Y muy vacía.
Trató de imaginarse a sí misma caminando por sus pasillos y habitaciones y se dio cuenta de que nunca había vivido sola en una casa. Al volver, siempre la esperaban los sirvientes, Havers, los pacientes y el equipo médico. El complejo de la Hermandad igualmente estaba siempre lleno de gente.
—¿Marissa? —Oyó las pisadas de Rhage, que se acercaban por detrás—. Hora de irnos.
—Todavía no he revisado los cuartos.
—Fritz volverá y lo hará.
Ella meneó la cabeza.
—Ésta es mi casa. Quiero hacerlo yo.
—Entonces será mañana por la noche. Tenemos que irnos ya.
Echó una última ojeada y después se dirigió a la puerta.
—De acuerdo. Mañana.
Se desmaterializaron detrás de la mansión. Cuando entraron al vestíbulo, pudieron oler el rosbif y oír la conversación en el comedor. Rhage le sonrió y empezó a desarmarse, quitándose por los hombros la funda de la daga, mientras llamaba a Mary.
—Oye.
Marissa se volvió. Butch estaba en las sombras del cuarto de billar, inclinado sobre la mesa, con un vaso de cristal en la mano. Vestía un elegante traje y una corbata azul claro… pero al mirarlo, se lo imaginó desnudo, con los brazos estirados para poder sostenerse encima de ella.
El calor se le arremolinó en el pecho. Él apartó la mirada.
—Te veo distinta, con esos pantalones.
—¿Qué…? ¡Oh! Son de Beth.
Él bebió un sorbo de su vaso.
—Me han dicho que has alquilado una casa.
—Sí, vengo de allí.
—Beth me lo contó. ¿Cuánto tiempo te vas a quedar aquí? ¿Una semana? ¿Menos? Probablemente menos, ¿cierto?
—Probablemente. Iba a contártelo pero simplemente me dejé llevar por el impulso y lo alquilé. Lo siento, no tuve tiempo de decírtelo. No estaba ocultándotelo. —Cuando Butch no contestó, ella dijo—: ¿Butch? ¿Estás… estás… bien?
—Sí. —Miró su whisky—. O por lo menos voy a estarlo.
—Butch… Mira, sobre lo que pasó…
—Tú sabes que no me importó lo del incendio.
—No, quiero decir… en tu dormitorio.
—¿El sexo?
Marissa se ruborizó y bajó los ojos.
—Quiero que lo intentemos otra vez.
Él no dijo nada. Ella lo miró. La mirada color avellana era intensa.
—¿Sabes lo que quiero? Al menos una vez, quiero ser suficiente para ti. Al menos una vez.
—Tu eres…
Butch abrió los brazos y se miró el cuerpo.
—No voy a ser siempre lo que soy ahora. Voy a encargarme de ese problema.
—¿De qué estás hablando?
—¿Me dejas que te acompañe en la cena? —Para distraerla, se adelantó y le ofreció el brazo. Marissa declinó su galantería y él agregó—: Confía en mí, Marissa.
Después de un largo momento, ella aceptó su cortesía, pensando que por lo menos no la había evitado, lo que habría jurado que Butch haría después del incendio.
—Oye, Butch. Espera, mi hombre.
Se volvieron para ver de quién se trataba. Wrath salía por la puerta secreta debajo de las escaleras y Vishous iba con él.
—Buenas noches, Marissa —dijo el Rey—. Poli, te necesito un segundo.
Butch asintió.
—¿Qué hay?
—¿Nos excusas, Marissa?
La expresión en los rostros de los hermanos era suave, los cuerpos relajados. Y ella no pudo constatar nada especial por el momento. ¿Dónde se iba a quedar mientras los aguardaba?
—Te esperaré en la mesa —le dijo a Butch.
Se encaminó al comedor, se detuvo y miró hacia atrás. Los tres machos seguían juntos, Vishous y Wrath dominaban a Butch desde su altura mientras le hablaban. Una mueca de sorpresa surgió en la cara del poli. Luego asintió y cruzó los brazos, como si esperara instrucciones para salir.
El terror la sacudió. Negocios de la Hermandad. Lo sabía.
Butch llegó a la mesa diez minutos más tarde y ella dijo:
—¿De qué hablaban Wrath y V contigo?
Butch desplegó la servilleta.
—Quieren que vaya a la casa de Tohr a investigar la escena del crimen. Ver si el fulano volvió o dejó alguna pista.
—Oh. Eso es… bueno.
—Era mi trabajo. Cuando era policía…
—¿Y es todo lo que harás?
Les sirvieron un plato de comida y él apuró su whisky.
—Sí, bueno… los hermanos van a empezar a patrullar áreas rurales, así que me han pedido que trabaje una ruta con ellos. Voy a ir con V a patrullar esta noche, después de la puesta de sol.
Marissa asintió, diciéndose a sí misma que todo iba salir bien. Mientras no combatiera. Mientras no…
—Marissa, ¿qué pasa?
—Yo, eh, no quiero que vuelvan a herirte. Es decir, tú eres humano y todo y…
—Para estar bien, hoy necesito volver a ser un investigador.
Bueno… Debía resignarse, se dijo Marissa. Si lo presionaba, sólo conseguiría ofender a Butch.
—¿Qué vais a investigar?
Levantó su tenedor.
—Quiero averiguar qué me pasó. V ha estado indagando en las Crónicas, pero dice que yo podría ayudarlo.
Al asentir, ella se dio cuenta de que no pasarían el día acostados juntos, el uno al lado del otro, en la cama de Butch. O en la suya.
Marissa bebió un sorbo de su vaso de agua y se maravilló de cómo podía sentarse tan cerca de alguien y sentirlo tan lejos.