21

Mientras Fritz subía a buscar a Marissa, Butch la esperó en la biblioteca y pensó en lo buena persona que era el doggen. Le había pedido un favor y el viejo se había mostrado encantado de encargarse del asunto. Y eso que le había solicitado algo inusual.

Cuando el perfume de una brisa oceánica inundó la habitación, él reaccionó enseguida. Al volverse hacia ella, tuvo la precaución de fijarse en que la chaqueta del traje estuviera en su sitio.

Oh, Cristo, estaba bellísima.

—Hola, nena.

—Hola, Butch. —La voz de Marissa sonó tranquila, su mano algo indecisa al alisarse el pelo—. Tienes muy buen aspecto.

—Sí, me encuentro muy bien, gracias a la mano sanadora de V.

Hubo un largo silencio. Luego Butch dijo:

—¿Habría algún problema si te saludara apropiadamente?

Ella asintió y él se adelantó para cogerle la mano. Al agacharse para besarla, la sintió fría como el hielo. ¿Estaba nerviosa? ¿O quizá enferma?

Butch frunció el ceño.

—Marissa, ¿quieres sentarte conmigo un minuto antes de que cenemos?

—Por favor.

La condujo a un sofá cubierto de seda y notó que vacilaba al recogerse la falda del vestido.

Él se inclinó hacia su cabeza.

—Dime… —Marissa permaneció en silencio. Butch insistió—. Nena… ¿en qué estás pensando?

Hubo una torpe pausa.

—No quiero que luches con la Hermandad —dijo al fin.

Era eso.

—Marissa, lo que pasó la última noche fue muy extraño. En realidad, yo no peleé.

—Pero V dijo que si tú querías, ellos iban a utilizarte.

¡Vale! Novedad para él. Hasta donde sabía, lo de la noche anterior había sido una prueba a su lealtad, nada más.

—Escúchame, los hermanos se han pasado los últimos nueve meses manteniéndome al margen de sus luchas. Yo no voy a unirme a los restrictores. Ni a luchar con ellos.

La tensión de Marissa disminuyó.

—No podría soportar que te volvieran a herir.

—No te preocupes por eso. La Hermandad tiene sus propias reglas, y yo no formo parte de sus planes. —Butch le acomodó un mechón detrás de la oreja—. ¿Hay algo más que quieras decirme, nena?

—Tengo una pregunta.

—Pídeme lo que sea.

—No sé dónde vives.

—Aquí. Yo vivo aquí. —En su confusión, él señaló hacia las puertas abiertas de la biblioteca—. Al otro lado del patio, en el chalé. Vivo con V.

—Oh… ¿y dónde estabas anoche?

—En casa de V.

Marissa frunció el ceño. Luego preguntó:

—¿Tienes otras hembras?

¡Como si alguna se pudiera comparar con ella!

—¡No! ¿Por qué me preguntas eso?

—No nos hemos acostado y tú eres un macho con obvias… necesidades. Incluso en este momento, tu cuerpo ha cambiado, se ha endurecido, se ha vuelto más grande.

Mierda. Había tratado de ocultar la erección: de verdad lo había intentado.

—Marissa…

—Seguramente necesitas aliviarte regularmente. Tu cuerpo es phearsom.

Eso no le sonó bien.

—¿Qué?

—Potente y poderoso. Digno de entrar en una hembra.

Butch cerró los ojos y pensó que el Señor Digno había crecido sustancialmente para esta ocasión.

—Marissa, no hay ninguna como tú. Ninguna. ¿Cómo podría ser de otra manera?

—Los machos de mi raza pueden tener más de una compañera. No sé si los humanos…

—Yo no. No me puedo imaginar con otra mujer. Quiero decir, ¿te ves tú con otro hombre?

En la vacilación que siguió, una descarga de frío le recorrió la espina dorsal. Y mientras él se asustaba, Marissa jugueteaba con su estrambótica falda. Mierda, además se había ruborizado.

—No quiero estar con nadie más —dijo ella.

—¿Qué me estás diciendo Marissa?

—Hay alguien… a mi alrededor.

Butch no entendía nada. ¿Qué estaba pasando?

—¿A tu alrededor? ¿Qué quieres decir?

—No es algo romántico, Butch. Te lo juro. Es un amigo, pero es un macho, y por eso te lo estoy contando. —Se llevó la mano a la cara—. Yo sólo te quiero a ti.

Él miró fijamente sus ojos solemnes y no tuvo ninguna duda sobre la verdad de lo que Marissa decía. Pero se sintió mal, muy mal… Era ridículo, lo sabía, pero no podía soportar que estuviera con otro…

«Vamos, cálmate, O’Neal», se dijo.

—Bueno —dijo, procurando que su voz sonara normal—. Yo también quiero ser el único para ti. El único.

Dejó a un lado sus celos machistas y la besó en la mano… Se alarmó por el frío temblor que sintió.

Le calentó los dedos entre sus manos.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué estás temblando? ¿Estás enferma? ¿Necesitas un médico?

Ella lo despachó sin ninguna elegancia.

—Yo sé cuidarme sola. No te preocupes.

Sí, claro, que no se preocupara… Marissa estaba absurdamente débil, los ojos dilatados, sin coordinación en sus movimientos. Enferma, muy enferma.

—¿Por qué no subes a tu habitación, nena? Me dolerá no estar contigo, pero me parece que no estás bien. Puedo llevarte algo de comer.

Ella se encogió de hombros.

—Tenía tantas ganas de verte… Pero tienes razón, creo que será mejor que te haga caso.

Se levantó. Él la tomó del brazo y maldijo a Havers. Si necesitaba ayuda médica, ¿a quién acudirían?

—Vamos, nena. Apóyate en mí.

Despacio, la acompañó a la segunda planta. Pasaron delante del dormitorio de Rhage y Mary, del de Phury, y anduvieron hasta el fondo, a la suite que le habían asignado.

Ella puso su mano en el pomo de cobre de la puerta.

—Lo siento, Butch. Quería estar contigo esta noche. Creía que tenía más fuerzas.

—¿Quieres que llame a un médico?

Marissa sonrió para sus adentros. ¿A qué médico? ¿A su hermano? Pero no dijo nada. Butch estaba tan preocupado que le daba pena.

—No, de verdad, no te preocupes, no es nada que no pueda manejar por mi cuenta. Enseguida me pondré bien.

—Bueno… yo mismo puedo encargarme de cuidarte como es debido.

Marissa sonrió.

—No es necesario. Me da la impresión de que no descansaría mucho si tú me cuidaras.

—Hago esto para tranquilizarme a mí mismo.

Se miraron un rato largo y un ruidoso pensamiento traspasó como un rayo su cerebro: amaba a aquella mujer. La amaba hasta la muerte.

Y quería que ella lo supiera.

Acarició su mejilla con el dedo pulgar y decidió que sería una vergüenza que no le diera el regalo de sus palabras. Quería decirle algo inteligente y tierno, brindarle una introducción adecuada a la palabra amor. Pero estaba mudo. No se le ocurría nada.

Con su típica falta de refinamiento y diplomacia, exclamó:

—Te amo.

Los ojos de Marissa se humedecieron.

Oh, mierda. Se había adelantado, aún no era el momento…

Ella le lanzó los brazos alrededor del cuello y apoyó la cabeza en su pecho. Butch la abrazó. Unas voces llegaron del vestíbulo. Abrió la puerta. Entraron al dormitorio, en busca de intimidad. La acompañó hasta la cama y la ayudó a tenderse en ella. Preparó toda clase de palabras de amor en su cabeza, apropiadas para un romance. Pero antes de que pudiera decir algo, Marissa le cogió la mano y se la apretó con tanta fuerza que sus huesos crujieron.

—Yo también te amo, Butch.

A él se le olvidó cómo respirar.

Totalmente noqueado, cayó de rodillas cerca de la cama y sonrió.

—Había imaginado que eras una hembra inteligente.

Ella rió tiernamente.

—¿Me tienes lástima? —preguntó Butch.

—Eres un macho muy valioso.

Él se aclaró la garganta.

—No, no lo soy.

—¿Cómo puedes decir eso?

Bueno, veamos. Lo habían expulsado de Homicidios por hincharle la nariz a un sospechoso. Había jodido casi exclusivamente con putas y mujeres de los bajos fondos. Había herido y matado a varios hombres. Además, estaba ese antiguo gusto por la cocaína y su actual y persistente afición por el whisky. Ah, ¿había mencionado que durante años había querido suicidarse porque se sentía culpable del asesinato de su hermana?

Sí, claro. Valía mucho. Lo mismo que un vertedero de basuras.

Butch abrió la boca, con la intención de contárselo todo, pero se contuvo a tiempo.

«Cállate, O’Neal. Esta mujer te dice que te ama: es más de lo que te mereces. No lo arruines con tu feo historial. Empieza con ella desde cero, comienza de nuevo tu vida con ella, aquí y ahora».

Le acarició la mejilla.

—Quiero besarte. ¿Me dejas?

Marissa vaciló y él no pudo menos que maldecirla. La última vez que habían estado juntos había sido todo un enredo, su cuerpo despidiendo esa repugnante fragancia y el hermano de ella entrando de repente. Para acabar de arreglarlo, ella parecía realmente agotada.

Lo empujó hacia atrás.

—Lo siento… No es que no quiera estar contigo. Sí que quiero, pero…

—Sin explicaciones, ¿vale? Soy feliz con estar a tu lado, incluso si no puedo… —Estar dentro de ella—. Incluso si no podemos… ya sabes, hacer el amor.

—Me da miedo herirte —dijo Marissa.

Butch sonrió, pensando que si ella lo tirara de espaldas en ese preciso momento y le hiciera el amor no se sentiría herido.

—La verdad, no me importa que me hagas daño.

—A mí sí me importa.

Él empezó a salir.

—Eres muy considerada. Ahora, escúchame, voy a darte…

—Espera. —Los ojos de Marissa brillaron en la penumbra—. Oh… Dios… Butch… Bésame.

Butch se quedó paralizado. Luego, las rodillas se le doblaron.

—Me lo tomaré con calma. Te lo prometo.

Se inclinó y puso su boca en la de ella y rozó sus labios. Era tan suave. Tan cálida. Mierda… la deseaba. Pero no quería acosarla. Sólo que Marissa se le anticipó, lo agarró por los hombros y dijo:

—Más.

Él rogó por algo de autocontrol. La besó otra vez y después intentó separarse. Ella siguió, manteniéndose pegada… y antes de que Butch pudiera detenerse, le metió la lengua por detrás del labio inferior. Con un suspiro erótico, se abrió a sí misma y él tuvo que deslizarse dentro, sin poder evitar la oportunidad de penetrar en su boca.

Marissa trató de acercársele más. Butch se movió sobre la cama y presionó su pecho contra el de ella. Mala idea. El modo en que sus senos absorbieron su peso disparó una alarma de incendios en el cuerpo de él, recordándole lo desesperado que un hombre puede volverse cuando tiene a su mujer en posición horizontal.

—Nena, debo parar.

Porque si no, un minuto más tarde la iba a tener debajo con el vestido subido hasta las caderas.

—No. —Marissa deslizó las manos bajo su chaqueta para quitársela—. Todavía no.

—Marissa, me estoy excitando mucho… muy rápido. Y tú no te encuentras muy bien…

—Bésame. —Ella le clavó las uñas en los hombros.

Butch gruñó y le asaltó la boca, sin ninguna delicadeza.

De nuevo, mala idea. Cuanto más fuerte la besaba, más fuerte le devolvía Marissa los besos, hasta que sus lenguas se encontraron batallando una contra otra, y cada músculo de él se retorcía por poseerla.

—Tengo que tocarte —rezongó Butch, subió todo el cuerpo a la cama y superpuso sus piernas sobre las de ella. Se aferró a sus caderas y subió la mano por su costado, justo debajo de la provocadora turgencia de los senos.

Mierda. Ése era el punto donde quería estar.

—Hazlo —suplicó Marissa dentro de su boca—. Tócame.

Ella arqueó la espalda y él cogió lo que le ofrecían, le acarició los senos por encima del corpiño de seda del vestido. Con un suspiro ahogado, Marissa puso las manos sobre Butch y lo incitó a estrecharse contra ella.

—Butch…

—Oh, déjame verte, preciosa. ¿Puedo verte? —Antes de que Marissa pudiera contestarle, aprisionó su boca. Ella respondió y le metió la lengua hasta el fondo. Él la sentó y empezó a desabrocharle los botones de la espalda del vestido. Sus dedos se movían con torpeza, pero gracias a algún milagro el satén se abrió.

Había más capas que atravesar. Maldición, su piel… tenía que llegar a su piel.

Impaciente, excitado, obsesionado, Butch destapó la parte delantera del vestido y luego apartó los tirantes de la combinación. El sostén blanco que apareció fue una deliciosa sorpresa erótica. Pasó las manos sobre él, sintiendo la estructura y la calidez de su cuerpo debajo. Pero después no pudo aguantarse más tiempo y le quitó la prenda.

Al liberar sus senos, la cabeza de Marissa se echó hacia atrás y las largas y elegantes líneas de su cuello se dibujaron delante de él. Sin quitarle los ojos de encima, Butch se inclinó sobre ella, le cogió uno de los pezones con su boca y se lo chupó delicadamente. Oh, santo Dios, iba a correrse. Jadeó como un perro, casi trastornado por el sexo.

Marissa se portó bien con él, excitada, caliente, urgida, moviendo las piernas bajo la falda. La situación estaba saliéndose de control, un motor cada vez más y más acelerado. Y Butch era incapaz de detenerse.

—¿Puedo quitarte esto? Este vestido… todo.

—Sí… —Ella gruñó, lanzó un graznido frenético.

Desgraciadamente, el vestido era un auténtico proyecto arquitectónico y, maldita sea, él no tuvo paciencia para desabrocharle los botones de la espalda. Terminó por recogerle la interminable falda alrededor de las caderas y por bajarle los pantis, minúsculos como un susurro. Luego metió sus manos arriba, entre los muslos, y se los separó con cuidado.

Marissa se tensó y Butch se detuvo.

—Si quieres que no siga, me detendré. Ya mismo. Pero quiero tocarte otra vez. Y tal vez… verte. —Ella frunció el ceño y él comenzó a despojarla del vestido.

—No estoy diciendo que no. Es sólo que… oh, Dios… ¿y si te resulto repelente ahí abajo?

Jesús, Butch no entendería jamás por qué Marissa se preocupaba por eso.

—Eso es imposible, nena. Ya sé cuán perfecta eres. Yo lo presentí, ¿te acuerdas?

Ella tomó un profundo respiro.

—Marissa, me encanta tu manera de sentir, de ser, de amar. En serio. Y tengo una hermosa imagen de ti en mi mente. Sólo quiero compararla con la realidad.

Después de un momento, Marissa asintió.

—Está bien… sigue.

Él le hundió la mano entre los muslos y entonces… oh, llegó a ese lugar secreto y suave, terso y caliente. Butch quiso persuadirla y llevó la boca hasta su oído.

—Eres tan hermosa ahí. —Sus caderas fueron surgiendo a medida que la acariciaba, los dedos de él mojados y resbaladizos por la miel de ella—. Mmm… quiero estar dentro de ti. Quiero meter mi… —La palabra verga resultaba muy vulgar, pero era lo que estaba pensando— quiero meterme yo mismo dentro de ti, nena. Ahora. Quiero mantenerte excitada. ¿Me crees cuando te digo que eres hermosa? ¿Marissa? Dime lo que quiero oír.

—Sí… —La tocó un poco más profundamente y Marissa tembló—. Dios… sí.

—¿Algún día me querrás dentro de ti?

—Sí…

—¿Querrás que te llene?

—Sí.

—Porque eso es lo que quiero. —Butch le mordió con suavidad el lóbulo de la oreja—. Quiero perderme en tus profundidades y abrazarte cuando tengas un orgasmo. Mmm… frótate contra mi mano, déjame sentir que te mueves para mí. Oh… eso es… ¡qué placer! Eso es… muévete para mí… oh, así…

Tenía que parar de hablar. Si le hacía caso, él iba a estallar.

—Marissa, abre las piernas más… para mí. Ábrelas del todo, nena. Y no pares de hacer lo que estás haciendo.

Ella aceptó y Butch, lenta y diestramente, se movió hacia atrás y le miró el cuerpo. Sus cremosos muslos estaban totalmente abiertos. La mano de él desapareció entre ellos, las caderas de Marissa se ondularon con un ritmo que hizo que su miembro casi le descosiera los pantalones.

Se aferró al seno más cercano y, delicadamente, la abrió un poco más con una de las piernas. Después echó a un lado toda la falda, alzó la cabeza para mirarla a los ojos y movió su mano. Bajó por el estómago, besó el hoyuelo de su ombligo y, entre su pálido nido pélvico, vio la pequeña y graciosa hendidura de su sexo.

Todo su cuerpo se estremeció.

—¡Qué perfecta! —murmuró—. ¡Qué exquisita!

Fascinado, reptó por la cama hacia abajo hasta colmarse con la espléndida visión. Sonrosada, húmeda, primorosa. Comenzó a percibir un torbellino del aroma de ella: el cerebro se le bloqueó en una deslumbrante serie de cortocircuitos.

—Oh… Jesús…

—¿Qué pasa? —Las rodillas de Marissa se juntaron repentinamente.

—Nada —susurró Butch. Presionó sus labios contra la parte más alta de los muslos y acarició sus piernas, separándolas cariñosamente—. Es que jamás había visto tanta hermosura.

Demonios, hermosura no era palabra justa. Él lamió su boca, su lengua enardecida por la lujuria. Con voz ausente, dijo:

—Dios, nena, quiero bajar ahora mismo.

—¿Bajar?

Butch se sonrojó a causa de su confusión.

—Yo…, quiero besarte.

Ella sonrió y se sentó. Tomó el rostro de él entre sus manos. Pero Butch meneó la cabeza.

—No en la boca no, nena, esta vez no. —Marissa frunció el ceño y él descansó la mano entre sus muslos—. Aquí.

Los ojos de ella llamearon con incredulidad, tanto que Butch se maldijo. «Qué manera de relajarla, O’Neal, pedazo de idiota».

—¿Por qué? —Marissa se aclaró la garganta—. ¿Para qué querrías hacerme eso?

Buen Dios, ella no había oído hablar de… bueno, por supuesto que no. Con mucha probabilidad, las relaciones sexuales de los aristócratas serían muy formales, al estilo misionero, y en caso de saber algo sobre sexo oral, ciertamente jamás se lo contarían a sus hijas. No era, pues, para asombrarse que Marissa se sintiera escandalizada.

—¿Para qué, Butch?

—Ah… para… bueno… disfrutarás. Y… sí, así lo quiero yo.

Él la miró otra vez. Oh, Dios, claro que disfrutaría. Jamás había hecho eso con ninguna mujer, pero con ella… Butch lo deseaba como nunca había deseado nada en la vida. Al pensar en hacerle el amor con la boca, cada centímetro cuadrado de su cuerpo se le endureció.

—Simplemente quiero saborearte.

Los muslos de Marissa se relajaron un poco.

—¿Vas a hacerlo… lentamente, verdad?

Butch comenzó a temblar.

—Sí, nena. Y te vas a sentir muy bien. Te lo prometo.

Se acomodó más abajo en el colchón y permaneció a su lado sin atosigarla. Cuando estuvo más cerca de su pubis, se estremeció y mantuvo apretada la parte baja de su espalda, como lo hacía antes de tener un orgasmo.

Iba a tener que ir más despacio. Por el bien de ambos.

—Amo tu olor, Marissa. —Le besó el ombligo, luego las caderas, y descendió centímetro a centímetro. Cada vez más abajo… más abajo… hasta que finalmente presionó la boca cerrada en la cima de su sexo.

Excelente. Ella se encogió con rigidez. Y brincó cuando Butch posó la mano en la parte exterior del muslo.

Retrocedió un poco y le frotó los labios arriba y abajo sobre el estómago.

—Soy muy afortunado.

—¿Por qué?

—Por estar así contigo. —Sopló sobre su ombligo y Marissa rió un poco: el aire cálido la excitaba—. Me honras con tu confianza, ¿lo sabías? En serio.

La serenó con palabras y besos relajantes, cada vez más largos y más abajo. Cuando sintió que estaba lista, le hundió la mano entre las piernas, cogió la rodilla y delicadamente la empujó unos centímetros hacia atrás. La besó con suavidad, una y otra vez. Hasta que la tensión se deshizo.

Luego bajó más su mentón, abrió la boca y la lamió. Ella ahogó un grito y se sentó de repente.

—¿Butch…? —Como si quisiera asegurarse de que él sabía lo que estaba haciendo.

—¿No te lo había dicho? —Butch se agachó y suavemente repasó con la lengua su carne rosada—. Esto es un beso francés, nena.

A medida que repetía sus parsimoniosos lengüetazos, Marissa se echaba hacia atrás. Las puntas de sus senos y toda su espina dorsal se curvaron en un arco perfecto. Allí era adonde la quería llevar, sin preocuparse por la modestia ni nada parecido, sólo quería que disfrutara el sentimiento de alguien amándola como se lo merecía.

Con una sonrisa, chupó cada vez más profundo y más profundo, el íntimo sabor de ella atiborrándole la lengua. Tragó y los ojos se le pusieron en blanco. Sabía a algo que nunca había saboreado. Océano, melón maduro, miel, todo junto, un cóctel de exquisita perfección que por poco lo hace llorar. Necesitaba más… más, maldita sea. Sin embargo, ahogó las ganas para evitar correrse: quería darse un festín y ella aún no estaba lista para esa clase de glotonería.

Se dio un pequeño respiro y Marissa levantó la cabeza.

—¿Ya has terminado?

—Aún no. —Amaba esa mirada vidriosa y erótica—. ¿Por qué no te recuestas y me dejas seguir? Apenas acabamos de empezar.

Cuando ella se relajó un poco, examinó sus detalles más secretos y tiernos, vio su brillo y pensó en lo que sentiría cuando estuviera dentro. La volvió a besar y después la chupeteó, con lengua placentera y sosegada, en rítmica succión, de lado a lado, acariciándola con la nariz y oyendo sus gemidos. Le abrió los muslos un poco más y se aferró a sus nalgas mientras se aproximaba delicadamente al centro.

Marissa empezó a retorcerse, con una luz y un zumbido en su cabeza, como si sonara una estridente alarma que le anunciaba el vértigo supremo.

Pero no pudo detenerse. Se agarró a las sábanas y se arqueó aún más, como si fuera a correrse en un segundo.

—¿Te sientes bien? —Le hizo cosquillas con la lengua—. ¿Te gusta así? ¿Te gusta cómo te lamo? O quizá prefieras esto… —La chupó y ella gritó—. Oh, sí… por Dios, siente mis labios… siéntelos…

Luego le cogió la mano, la llevó a su boca, los dedos dentro y fuera. Se los lamió uno por uno. Marissa lo miró con los ojos muy abiertos, jadeante, los pezones duros. En ese momento ella estaba plenamente con él. La mordió en la palma.

—Dime que me deseas. Dime que me deseas…

—Yo… —Marissa se retorció.

—Dime que me deseas. —Apretó los dientes. No sabía para qué necesitaba oírselo decir, pero le hacía falta—. Dilo.

—Te deseo —exclamó Marissa.

Una peligrosa y codiciosa lujuria lo invadió, su dominio de sí mismo se hizo añicos y un rumor oscuro brotó de sus entrañas. Ciñó sus manos a los muslos de ella, la abrió por la mitad y literalmente se zambulló entre sus piernas. Al penetrarla con la lengua, le pareció sentir un ruido en la habitación, un bramido.

¿De él? No podía ser. Porque era el aullido de… un animal.

‡ ‡ ‡

Al principio Marissa se había sentido espantada por el acto. Por su carnalidad. Por su pecaminosa cercanía, por la peligrosa vulnerabilidad en que la había sumido. Pronto, nada de eso le importó. La ardorosa lengua de Butch era tan erótica que difícilmente podía resistirse a esa resbaladiza sensación ni soportar que dejara de hacer lo que estaba haciendo. Después, él comenzó a chuparla y a decir cosas que hicieron que su sexo se inflamara hasta que el placer casi la quemaba.

Pero eso no fue nada comparado con lo que sintió cuando Butch se descontroló. En un arrebato de deseo masculino, sus manos la sujetaron con fuerza: su boca, su lengua, su cara la recorrieron por todas partes… Dios Todopoderoso. La poseyó el rumor que brotó de él, aquel ronroneo gutural.

Ella tuvo un orgasmo desenfrenado, la cosa más hermosa y pasmosa que había sentido jamás: su cuerpo vibró en hirvientes olas de placer…

En el clímax, la borboteante energía cambió, se transformó, estalló en una lujuria de sangre que los arrojó a una espiral de apetitos desenfrenados. El hambre desgarró su naturaleza civilizada y lo destrozó todo, menos sus ansias por devorar el cuello de Butch. Marissa sacó sus colmillos, lista para cogerle la yugular y beber sin parar…

Sin querer, iba a matarlo…

Gritó y luchó contra la mortal pasión.

—Oh, Dios… ¡no!

—¿Qué?

Lo empujó por los hombros, se apartó de él, lo tiró a un lado de la cama y, por último, lo echó al suelo. Él, confundido, la buscó con desesperación. Pero ella se encogió en el rincón más distante de la alfombra, el vestido medio quitado, el top caído sobre su cintura. Cuando no tuvo dónde esconderse, se enroscó como una pelota y se quedó quieta en ese lugar. Su cuerpo se sacudía sin control y un tremendo dolor la azotaba en oleadas cada vez más fuertes.

Butch fue tras ella, sin comprender.

—¿Marissa?

—¡No!

Él palideció al oír su grito.

—Lo siento… Lo siento tanto…

—Tienes que marcharte —exclamó ella. Las lágrimas rodaban por su garganta y su voz era gutural.

—Oh, Dios, lo siento… lo siento. No quería asustarte…

Marissa trató de controlar su respiración, pero no pudo: comenzó a gritar. Sus colmillos vibraron amenazantes. La garganta se le resecó. Sólo pensó en lanzarse contra el pecho del hombre, empujarlo contra el suelo y arrimarle los dientes al cuello. Dios, estaría delicioso. Tanto que no se cansaría de devorarlo nunca.

Butch intentó acercarse otra vez.

—No quería que las cosas llegaran tan lejos, nena.

Ella se enderezó, abrió la boca y le increpó con fuerza.

—¡Fuera! Por el amor de Dios, ¡márchate! ¡O acabaré haciéndote daño!

Corrió al cuarto de baño y se encerró. En el espejo se reflejó una horrible visión: el pelo enredado, el vestido deshecho, los dientes blancos y largos en la boca abierta.

Fuera de control. Sin dignidad.

Defectuosa.

Cogió lo primero que vio, un pesado candelabro, y lo arrojó contra el espejo. Amargas lágrimas brotaron de sus ojos.