20

Esa misma tarde, Marissa salía de la ducha cuando oyó que subían las persianas, lo cual le indicó que ya era de noche.

Estaba cansada: había sido un día ocupado. Mucho.

Lo mejor había sido que, al menos, había conseguido mantener a raya su obsesión por Butch. La mayor parte del tiempo había logrado mantenerlo fuera de sus pensamientos. Aunque algunas veces se había puesto a pensar en él.

Que otra vez hubiera sido herido por un restrictor era apenas una de sus preocupaciones. Se preguntaba dónde estaría y quién lo estaría cuidando. No su hermano Havers, obviamente. ¿Habría alguien con Butch? ¿Habría pasado el día con otra hembra? ¿Lo habría atendido?

Claro, ella había hablado con él la última noche y se habían dicho las cosas correctas. Butch quería asegurarse de que ella estuviera bien. No había mentido acerca de su pelea con un restrictor. Explícitamente le dijo que no quería verla hasta que se sintiera mejor. Y había agregado que se verían en la cena de esa noche.

Supuso que si lo habían obligado a marcharse debía ser porque le habían dado una paliza. No quiso reprocharle nada. Sólo cuando colgó el teléfono se dio cuenta de que le hubiera gustado seguir hablando con él. Tenía aún tantas preguntas que hacerle…

Disgustada con sus inseguridades, fue hasta el cesto de la ropa sucia y echó la toalla. Cuando se enderezó, se sintió tan mareada que tuvo que agachar la cabeza. Su debilidad se debía a eso o a haber pasado frío fuera.

Por favor, que se vaya esta necesidad de alimentarme, por favor.

Respiró profundamente hasta que la cabeza se le aclaró. Después se levantó y se dirigió al lavabo. Al enjuagarse las manos en agua fría y salpicarse la cara, se percató de que iba a tener que ir donde Rehvenge. No esa noche. Hoy necesitaba estar con Butch. Necesitaba estar cerca de él y comprobar que estaba bien. Además, tenía que hablarle. Lo más importante era Butch, no su cuerpo de hembra.

Cuando sintió que estaba lista, se vistió con el mismo traje que llevaba el día anterior. Odiaba ese traje porque le recordaba la escena que había tenido lugar en su cuarto, su hermano echándola de su propia casa…

A las seis en punto llamaron a la puerta, como esperaba. Fritz estaba al otro lado del dormitorio, el viejo macho sonriéndole mientras se inclinaba en una reverencia.

—Buenas tardes, Ama.

—Buenas tardes. ¿Tienes los papeles?

—Como usted pidió.

Marissa cogió la carpeta, la sostuvo consigo y se acercó al escritorio, donde hojeó los documentos y firmó en varias páginas.

Ordenó los papeles firmados y revolvió en un sobre, de donde sacó más papeles. Cogió el poder legal y los documentos del alquiler, los miró y volvió a meterlos en el sobre. Luego fue hasta la mesilla que había junto a la cama y cogió el brazalete de diamantes que dejó allí cuando arribó al complejo de la Hermandad. Alargó la brillante cadena al doggen y tuvo el fugaz pensamiento de que su padre se lo había regalado, junto con el resto de los diamantes, hacía más de cien años.

Él jamás habría imaginado el uso que ella iba a darle. Gracias a la Virgen Escribana.

El mayordomo frunció el ceño.

—El Amo no aprueba esto.

—Ya lo sé, pero Wrath ha sido demasiado amable conmigo. —Los diamantes brillaron entre sus dedos—. Fritz, coge el brazalete.

—Ciertamente el Amo no aprueba esto.

—Él no es mi ghardian. Así que esto no es asunto suyo.

—Es el Rey. Todo es asunto suyo. —Sin embargo, Fritz cogió la joya, pensativo.

Cuando se volvió, el doggen la miró tan apenado, que Marissa dijo:

—Gracias por haberme traído algunas de mis prendas y por haber hecho lavar este vestido.

Se miró el Saint Laurent y meneó la cabeza.

—No quiero quedarme aquí por mucho tiempo. No es necesario que saques mi ropa de las cajas.

—Como quiera, Ama.

—Gracias, Fritz.

Él hizo una pausa.

—Debe saber que hice poner rosas frescas en la biblioteca para su cita de esta tarde con el amo Butch. Él me pidió que le consiguiera algo que a usted le complaciera. Me pidió que me asegurara de que fueran tan dulces y pálidas como su cabello.

Ella cerró los ojos.

—Gracias, Fritz.

‡ ‡ ‡

Butch lavó la maquinilla de afeitar y luego la golpeó ligeramente contra el borde del lavabo. Se miró en el espejo. Desde luego, el afeitado no le había servido de mucho; en lugar de mejorar su aspecto, casi lo había empeorado, porque ahora, recién afeitado, las contusiones de su rostro resaltaban con mayor crudeza. Mierda. No quería que Marissa lo viera con esa cara. La última noche había ido a verla hecho un desastre. Eso no podía ser… si quería tener el aspecto que ella se merecía iba a tener que hacerse la cirugía estética.

«Déjate de chorradas», se dijo, «y date prisa». Quedaban diez minutos para su cita con Marissa y estaba deseando verla. Había sacado muy mala impresión de su última conversación telefónica; le había parecido distante, como si estuviera decidida a alejarse de él de nuevo. No podía consentirlo, no podría vivir lejos de ella, aunque…

Volvió a pensar en su gran preocupación. Sobre el borde del lavabo blanco había un cuchillo. Extendió su antebrazo y…

—Poli, vas a acabar lleno de agujeros si sigues haciendo eso.

Miró a través del espejo. Detrás de él, V estaba recostado en la jamba de la puerta, con un vaso de whisky en una mano y un cigarrillo en la otra. El tabaco turco perfumó el aire, corrosivo, masculino.

—Vamos, V. Necesito estar seguro. Sé que tus manos hacen maravillas, pero…

Se cortó la piel con la hoja de metal y cerró los ojos, temeroso de lo que iba a aparecer.

—Es roja, Butch. Estás bien.

Miró por el rabillo del ojo la húmeda corriente carmesí.

—¿Cómo puedo estar seguro de que ya estoy bien?

—Ya no hueles como un restrictor y anoche sí olías. —Vishous entró al cuarto de baño—. Y en segundo lugar…

Antes de que Butch se diera cuenta de lo que hacía su amigo, V le agarró el antebrazo, se agachó y lamió el corte. La herida se cerró en un segundo, como si nunca hubiera estado allí.

Butch pegó un tirón y se soltó.

—¡Estás loco, V! ¿Y si la sangre está contaminada?

—Está exquisita. Sólo que… ¡joder!

Vishous se tambaleó jadeó y se derrumbó contra la pared, retorciéndose.

—¡Oh, Dios! —Butch iba a gritar para llamar a todo el mundo, aterrorizado, cuando vio que, de pronto, a V se le pasaba el ataque. El vampiro le dedicó a su amigo una inocente sonrisa y se tomó un trago de whisky como si nada.

—Estás bien, poli. Tu sangre sabe a lo que sabe la sangre. Perfectamente. Está bien para un ser humano, que, sinceramente, no está en mi lista de preferencias, ¿me entiendes?

Le pegó un amistoso puñetazo en el brazo. Butch blasfemó y le devolvió el golpe.

Asombrado, Vishous se sobó el punto donde había recibido el golpe.

—Joder, poli.

—Te lo mereces.

Butch se dirigió al armario. No sabía qué ropa ponerse y sacudió las perchas con desgana.

Dejó de rebuscar y cerró los ojos.

—Qué diablos, V. Anoche sangraba líquido negro. Ahora, no. ¿Es que mi cuerpo se ha convertido en una especie de planta procesadora de restrictores?

V se acomodó en la cama, se recostó contra la cabecera y posó su vaso sobre la pernera de su pantalón de cuero.

—Tal vez. No sé.

Estaba tan cansado de sentirse perdido…

—Yo creí que lo sabías todo.

—No me parece justo que digas eso, Butch.

—Mierda… es verdad. Perdona.

—¿Podemos saltarnos la parte de «perdona»? Te prefiero cuando te disculpas menos y golpeas más.

Ambos rieron. Butch se obligó a escoger un traje y terminó eligiendo un Zegna azul y negro, que tiró sobre la cama cerca de Vishous. Luego buscó entre las corbatas.

—Vi al Omega, ¿verdad? Esa cosa dentro de mí es parte de él. Metió algo dentro de mí.

—Sí. Eso es lo mismo que yo pienso.

Butch sintió una repentina necesidad de ir a la iglesia a rezar por su salvación.

—No volveré a ser normal, ¿verdad?

—Probablemente, no.

Examinó con cuidado su colección de corbatas, dejándose atrapar por los colores de los distintos modelos. No se decidió por ninguna. Por alguna razón pensó en su familia, hacía tantos años que no los veía…

Hablando de normalidad… ellos habían permanecido inmutables, implacablemente iguales. Para el clan O’Neal había habido un solo acontecimiento esencial, y esa tragedia había lanzado por los aires el tablero de ajedrez de sus vidas. Cuando las piezas cayeron, aterrizaron en firme: después de que Janie fuera violada y asesinada a los quince años, todos se habían quedado en sus puestos. Él era el intruso al que jamás habían perdonado.

Para librarse de estos pensamientos, Butch decidió emprenderla con su amigo. Si le recordaba sus problemas a V, él olvidaría los suyos.

—Así que vas a quedarte en tierra esta noche, ¿eh, vampiro?

—Sí, hoy no me dejan salir. Dicen que tengo que descansar.

—Bien.

—No, mal. Sabes que odio estar inactivo.

—Me parece que estás algo estresado. Tú también necesitas descansar.

—Tonterías.

Butch lo miró por encima del hombro.

—¿Tengo que recordarte lo de esta tarde?

Los ojos de V cayeron sobre su vaso.

—Sabes que es una tontería.

—No es ninguna tontería. Te despertaste gritando, pegabas unos gritos tan horribles que creí que te habían disparado. ¿Con qué diablos estabas soñando?

—No le des tanta importancia, no la tiene.

—No te hagas el loco. Eso me molesta.

Vishous revolvió el vodka. Lo apuró.

—Sólo fue un sueño.

—Gilipolleces. Llevo nueve meses viviendo contigo, compañero. Cuando estás dormido te quedas quieto como una piedra.

—Ajá.

Butch dejó caer la toalla, cogió unos calzoncillos negros y seleccionó una almidonada camisa blanca.

—Deberías contarle a Wrath lo que estás haciendo. Tus investigaciones pueden ser peligrosas…

—Cállate ya. No pienso decirle nada a Wrath. Si se lo digo, me prohibirá seguir adelante con mis investigaciones, y es necesario que llegue al fondo de todo esto, si no, nunca sabremos lo que te ocurre, ni si puedes o no volver a ser el de antes…

Butch se puso la camisa, se la abotonó y luego descolgó unos pantalones del armario.

—Bueno, y yo te lo agradezco, pero no quiero que te arriesgues por mí y…

V decidió que ya era hora de cambiar de conversación.

—A propósito, esta noche voy a ponerme una de tus camisas.

—Ningún problema.

—Veo que no quieres ver a tu chica en traje de combate. Que es todo lo que yo tengo.

—Me dijo que conversaste con ella. Me parece que la pones nerviosa.

Vishous dijo algo que sonó como «debería estar nerviosa».

—¿Qué dices?

—Nada. —V saltó de la cama y se dirigió a la puerta—. Oye, me voy a mi casa. No me gusta nada quedarme aquí mientras todos están trabajando. Si me necesitas, estaré en el apartamento.

—V… —Cuando su compañero se detuvo y miró atrás, él dijo—: Gracias. —Butch le mostró el antebrazo—. Ya sabes…

Vishous se encogió de hombros.

—Supongo que así te sentirás mejor con ella.

‡ ‡ ‡

John caminó por el túnel. Sus pasos resonaban y él sintió que estaba más solo que nadie en este mundo.

Lo único que lo acompañaba era la ira. Siempre estaba con él, pegada a su piel, abrigándolo. No veía la hora de que comenzara la clase de esa noche, para darle salida a la rabia. Estaba nervioso, excitado, inquieto.

Tal vez todo se debía a que no podía acordarse de la primera vez que había ido con Tohr a la Hermandad. ¡Qué nervioso estaba ese día! Pero tener a ese macho junto a él había sido alentador, reconfortante.

«Feliz efeméride de mierda», pensó John.

Esta noche se cumplían tres meses de su desaparición. Hacía tres meses, el asesinato de Wellsie, el asesinato de Sarelle y la desaparición de Tohr habían sido repartidos como malas cartas de tarot. Bang. Bang. Bang.

La pesadilla había sido especialmente infernal. Durante un par de semanas después de las tragedias, John había supuesto que Tohr volvería y esperaba verlo aparecer en cualquier momento. Había esperado, confiado, rezado. Pero… nada. Ninguna comunicación, ninguna llamada telefónica, ninguna señal… nada.

Tohr estaba muerto. Tenía que ser así.

Al llegar a las escaleras que conducían al interior de la mansión, no fue capaz de atravesar la entrada oculta al salón. No tenía ganas de comer. No quería ver a nadie. No quería sentarse a la mesa. Pero Zsadist iría a buscarlo, de eso no había duda alguna. Los dos últimos días, el hermano lo había arrastrado a la casa para que comiera, algo embarazoso y molesto para ambos.

John se obligó a entrar a la mansión. Para él, la cegadora salpicadura de colores del salón era una afrenta a los sentidos, cualquier cosa menos una fiesta para los ojos. Anduvo por el comedor con la mirada clavada en el suelo. Al pasar bajo el gran arco, vio que la mesa estaba servida pero que aún nadie la ocupaba. Y olía a cordero asado, la comida favorita de Wrath.

El estómago de John retumbó con hambre, pero no quiso caer en la tentación. Sin embargo, a pesar de lo hambriento que estaba últimamente, en el instante mismo en que ponía algo de comida en sus tripas, incluso la comida hecha especialmente para un pretransicionista como él, le daban calambres. Y se suponía que debía comer más para ayudar al cambio. Sí, claro, cómo no.

Oyó unos pasos ligeros y precipitados. Volvió la cabeza. Alguien corría a lo largo del balcón de la segunda planta.

Una risa llegó desde arriba. Una gloriosa risa femenina.

Él atravesó el arco y miró a las escaleras.

Bella apareció en la parte de arriba, sin aliento, sonriente, vestida con una bata de satén negro. Caminaba a saltitos, confiada y feliz. John no podía dejar de mirarla.

Luego oyó una especie de estruendo, lejano al principio, unos pasos fuertes que cada vez se oían más cercanos, resonando en el suelo de madera. Obviamente, era lo que ella esperaba. Soltó una risa, se recogió la bata hacia arriba, un poco más arriba, y comenzó a bajar la escalera, los pies desnudos bordeando sus pasos como si flotara. Al fondo, anduvo sobre el suelo de mosaico del vestíbulo y se volvió al ver que Zsadist aparecía en el pasillo de la segunda planta.

El hermano le apuntó con un dedo y fue directo hasta el balcón. Hincó sus manos en la baranda, columpió las piernas hacia arriba y se arrojó al aire tenue. Voló hacia afuera, el cuerpo en una perfecta zambullida de cisne, sólo que no estaba sobre el agua, sino a dos plantas de altura sobre el suelo de piedra.

El silencioso grito de auxilio de John enmudeció en su garganta, la urgencia desvaída en el aire… Zsadist se desmaterializó en mitad de la zambullida. Tomó forma seis metros delante de Bella, que gozó con el espectáculo, resplandeciente de felicidad.

John se repuso del susto pero… entonces su corazón empezó a bombear apresuradamente por otra razón.

Bella le sonrió a su compañero, la respiración siempre anhelante, las manos prendidas a la bata, los ojos henchidos con la invitación de él. Zsadist se adelantó a su llamada. Al abalanzarse sobre ella pareció más grande de lo que era. Su aroma llenó el salón mientras rugía como un león. En ese momento el macho era todo un animal… un animal muy sexual.

—Quieres que te persiga, nalla —exclamó Z, con voz grave.

La sonrisa de Bella se volvió aún más ancha y provocadora. Retrocedió hasta un rincón.

—Tal vez.

—Entonces, ¿por qué no corres un poco más? —Las palabras eran ambiguas, pero incluso John captó la provocación erótica.

Bella escapó. Rodeó a su compañero y corrió hacia la sala de billar. Z la persiguió como si fuera una presa de caza, contoneándose en derredor, los ojos enfocados en el pelo flotante y en el cuerpo elegante de la hembra. Sacó los colmillos, sus caninos blancos se alargaron y emergieron de la boca. Y no fue la única señal que le envió a su shellan.

En el vientre, presionando contra sus pantalones de cuero, tenía una erección de la magnitud del tronco de un árbol.

Z le lanzó una rápida ojeada a John y luego avanzó en su cacería, desapareciendo en el cuarto, con gruñidos cada vez más escandalosos. Desde dentro, a través de las puertas abiertas, llegó un rumor encantado, ruidos caóticos, grititos de embeleso de hembra, y después… nada.

Zsadist había capturado a Bella. Por fin.

John apoyó una mano en la pared, medio mareado. Al pensar en lo que estaban haciendo, sintió un hormigueo por todo el cuerpo. Como si algo parecido estuviera avivándose dentro de él.

Cuando Zsadist reapareció un momento después, llevaba a Bella en sus brazos y su oscuro pelo colgaba por encima de su hombro. La mano de la hembra le acariciaba el pecho a su hellren, los labios curvos en una sonrisa íntima. Había una pequeña marca en su cuello, señal que, definitivamente, no estaba antes, y la satisfacción de Bella por el hambre que mostraba el macho era íntegra y urgente. Instintivamente, John supo que, al llegar arriba, Zsadist concluiría dos cosas: el apareamiento y la alimentación. El hermano iba a estar en la garganta de ella y entre sus piernas. Seguramente al mismo tiempo.

Dios, John quería esa clase de conexión.

Pero ¿qué hacer con su pasado? Aunque sobreviviera a la transición, ¿cómo iba a sentirse tan descansado y tranquilo con una hembra? Pocos machos de verdad habían tenido que pasar por lo que él había sufrido, pocos habían sido violentados y forzados a punta de cuchillo a una horrible sumisión.

Zsadist era tan fuerte, tan poderoso. Las hembras buscaban esa clase de machos, no unos debiluchos como John. No podía equivocarse en eso. Aunque llegara a ser grande y fuerte como los hermanos, él siempre sería un debilucho, marcado para siempre por lo que le habían hecho.

Se volvió y se dirigió a la mesa del comedor. Se sentó solo en medio de toda esa porcelana, y plata y cristal y velas.

Decidió que le gustaba estar solo.

Porque «solo» quería decir seguro.