15
El Señor X vio que Van se alejaba en su camión, pensando que había cometido un error al presentarle su propuesta tan pronto. Debería haber esperado a que el sujeto se sintiera más enganchado a la espiral de poder en que estaba metiéndose al entrenar a los verdugos.
Y el tiempo seguía pasando.
No temía que el camino de su escapatoria se estuviera cerrando. La profecía no decía nada acerca de este tipo de cosas. Pero el Omega se había cabreado bastante cuando el Señor X se había reunido con él la última vez. No le había sentado bien la noticia de que el contaminado hubiera sido rescatado por los hermanos del claro del bosque donde lo abandonaron. Las apuestas subían, y no precisamente a favor de X.
De repente, el centro de su pecho empezó a calentarse y al momento sintió un latido en el sitio donde había estado su corazón. El rítmico pulso lo hizo maldecir. Hablando del diablo, el Amo lo estaba llamando.
Subió a la camioneta, encendió el motor y condujo durante siete minutos hasta un rancho en un terreno andrajoso, en un mal vecindario. El lugar todavía hedía al laboratorio de metanfetamina que había sido en otra época, hasta que el antiguo propietario había sido abatido por un socio. Gracias a la toxicidad que persistía en el ambiente, la Sociedad había conseguido una rebaja en el precio.
Aparcó en el garaje y, antes de descender, esperó hasta que la puerta chirriara al cerrarse. Después de apagar la alarma, se dirigió al dormitorio de la parte trasera.
A medida que avanzaba, sintió que la piel se le irritaba y le picaba, como si tuviera un sarpullido por todo el cuerpo. Cuanto más tardaba en atender la llamada del Amo, más le picaba. Como no parara el picor, iba a volverse loco.
Se asentó bien y bajó la cabeza. No quería acercarse al Omega. El Amo era como un radar, y los objetivos del Señor X no eran ahora los de la Sociedad, sino los suyos propios. Pero cuando el Capataz era requerido, tenía que presentarse enseguida. Ése era el trato.
‡ ‡ ‡
En cuanto llegó al Hueco, Vishous se puso manos a la obra. Llevaba quince minutos frente al ordenador, sin haber conseguido nada, cuando alguien llamó a la puerta, y como no quería perder tiempo levantándose, abrió con su mente. Rhage avanzó masticando algo.
—¿Has tenido suerte con ese primoroso producto del señor Dell?
—¿Qué estás comiendo?
—El último bizcocho de los que preparó la señorita Woolly. Está delicioso, ¿quieres un poco?
V apartó los ojos y volvió al ordenador.
—No, pero podrías traerme de la cocina una botella de Goose y un vaso.
—Ningún problema.
Rhage volvió a los pocos minutos con lo que le había pedido el hermano. Lo dejó sobre la mesita y se recostó en la pared.
—¿Has descubierto algo?
—Aún no.
El silencio se hizo más denso. Vishous sabía que la presencia de Rhage era más que una simple visita de cortesía para averiguar cómo le iba con el portátil.
Cuando se sintió lo suficientemente seguro, Rhage dijo:
—Oye, hermano…
—No estoy para charlas en este momento.
—Lo sé. Por eso ellos me pidieron que viniera.
V lo miró por encima del portátil.
—¿Y quiénes son ellos? —Lo preguntó pese a saberlo perfectamente.
—La Hermandad está preocupada por ti. Cada vez eres más reservado, V. Y estás nervioso, no lo niegues. Todos lo hemos notado.
—Ah, ¿así que Wrath te ha pedido que vengas a jugar a los psiquiatras conmigo?
—Orden directa.
Vishous se frotó los ojos.
—Estoy bien.
—No pasa nada si no lo estás.
No, en realidad no estaba bien.
—Si no te importa, me gustaría seguir con este aparato.
—¿Nos veremos en la cena?
—Sí, claro.
V jugueteó con el ratón y escudriñó dentro del sistema de archivos del ordenador. Cuando miró fijamente en la pantalla, advirtió distraídamente que su ojo derecho, el que tenía los tatuajes a un lado, se movía de una forma muy rara, como si el párpado se le hubiera encogido.
En ese momento, Rhage dio dos puñetazos sobre el escritorio, furioso.
—Si no vienes a cenar, vendré a buscarte.
Vishous se volvió hacia su hermano; le estaba poniendo nervioso su insistencia y a punto estuvo de mandarlo a paseo. Pero no lo hizo, porque después de todo, aunque no le apeteciera nada en ese momento su compañía, sólo quería ayudarlo.
Miró nuevamente el portátil, fingiendo que comprobaba algo.
—Déjalo, Rhage, esto no es cosa tuya. Butch es mi compañero de cuarto y, desde luego, sangraré por él si es necesario. No hay ningún problema…
—Phury nos lo ha contado todo, dice que se están acabando tus visiones…
Vishous saltó de la silla hecho una furia, apartó a Rhage fuera de su camino y se puso a dar vueltas por la habitación.
—Ese entrometido hijo de puta…
—Si te sirve de consuelo, Wrath realmente no le dejó ninguna opción.
—¿Así que el Rey se está poniendo pesado?
—Vamos, V. Cuando he tenido problemas, has estado a mi lado. Esto no es distinto.
—Sí, lo es.
—Porque se trata de ti.
—Bingo. —Vishous era incapaz de hablar de los problemas que lo abrumaban. Él, que dominaba dieciséis idiomas, simplemente no tenía palabras para el endiablado miedo que le producía el futuro: el de Butch y el suyo propio. El de la raza entera. Sus premoniciones siempre lo habían cabreado, pese a la extraña seguridad que le brindaban en ciertos casos. Aunque no le gustara con lo que se toparía después de la curva, por lo menos jamás se había dejado sorprender.
La mano de Rhage aterrizó sobre su hombro y V saltó.
—La cena, Vishous. Aparecerás o te iré a recoger como si fueras un paquete.
—Sí. Está bien. Ahora, largo, ¡fuera de aquí!
Tan pronto como Rhage salió, Vishous retornó al portátil y se sentó a analizarlo, pero al momento llamó al nuevo móvil de Butch.
La voz del poli era pura grava.
—Sí, V.
—Hola. —V sostuvo el teléfono entre la oreja y el hombro mientras se servía un poco de vodka. Cuando el líquido llenó el vaso, alcanzó a oír el sonido de algo removiéndose al otro lado de la línea, como si Butch estuviera acomodándose en la cama o quitándose la chaqueta.
Estuvieron en silencio por un largo rato. Se oían sólo los ruiditos de la conexión.
Y después Vishous tuvo que preguntar:
—¿Quieres estar con ellos? ¿Sientes que deberías estar con los restrictores?
—No lo sé. —Un largo, lento y profundo suspiro—. No me enfrenté a ellos. Los reconocí. Los sentí. Me rebelé. Pero cuando vi los ojos de ese verdugo, no quise destruirlo.
V agitó el vaso. Al tragarlo, el vodka incendió su garganta.
—¿Cómo te sientes?
—Sin fiebre. Mareado. Como si hubiera corrido cien millas. —Más silencio—. ¿Fue esto lo que soñaste? Al principio, cuando dijiste que yo estaba predestinado a estar con la Hermandad… ¿soñaste conmigo y el Omega?
—No, vi algo más.
La visión había sido confusa. Vishous desnudo y Butch junto a él, arriba en el cielo, entrelazados en medio de un viento helado.
Dios santo, estaba trastornado. Era un depravado y un pervertido.
—Mira, cuando anochezca iré a visitarte y a darte algo de sanación con la mano.
—Bueno. Eso siempre ayuda. —Butch suspiró—. Pero no puedo quedarme sentado aquí y esperar tranquilamente a que pase todo esto. Quiero pasar a la ofensiva. Coger a unos cuantos restrictores, pegarles una paliza y hacerlos hablar.
—Eso es demasiado, poli.
—¿Quieres ver lo que ellos me hicieron? ¿Piensas que me preocupa algo la jodida Convención de Ginebra?
—Déjame hablar primero con Wrath.
—Hazlo pronto.
—Hoy.
—Así me gusta. —Hubo otro largo silencio—. Así que… ¿tienes tele?
—Una pantalla plana en la pared, en el dormitorio, a la izquierda de la cama. El mando está… no sé dónde está. Normalmente no… bueno, como comprenderás no voy a esa casa a ver la televisión.
—V, hombre, ¿qué tinglado tienes montado ahí?
—No es muy difícil de imaginar, ¿no crees?
Se oyó una risita.
—Me imagino que era a esto a lo que Phury se refería, ¿no?
—¿Cuándo? ¿Qué te ha dicho Phury?
—Que andabas metido en algo muy feo.
Vishous tuvo una repentina visión de Butch encima de Marissa, mientras ella se le aferraba a las nalgas con sus hermosas manos. Y enseguida lo vio levantando la cabeza y oyó en su mente el gemido ronco y erótico que brotó de los labios de su compañero.
Descartó esa visión y bebió un trago de vodka; luego se sirvió otro rápidamente.
—Mi vida sexual es privada, Butch. Aunque esté fuera de lo convencional.
—Ya lo sé. Son cosas tuyas, y punto. Sólo una pregunta…
—¿Qué?
—Cuando las hembras te atan, ¿te pintan las uñas de los pies y toda esa mierda? ¿O sólo te maquillan? —V rió. El poli agregó—: Espera, deja que lo adivine… ¿te hacen cosquillas con una pluma?
—Gilipollas.
—Oye, sólo es curiosidad. —Las risotadas de Butch se desvanecieron—. ¿Las golpeas, entonces? Quiero decir…
Más vodka.
—Todo lo que les hago es con su consentimiento. Y sin sobrepasarme nunca.
—Bueno. Algo jodido para mi católico culo, lo admito… o sea que… obtienes lo que deseas.
Vishous revolvió el vodka.
—Oye, poli, ¿te molestarías si te pregunto algo?
—Lo justo es lo justo.
—¿La amas?
Después de un rato, Butch refunfuñó:
—Sí. Es jodido, pero sí.
Cuando el salvapantallas del ordenador empezó a funcionar, V puso su dedo sobre el cuadro del ratón e interrumpió la metamorfosis metálica que se producía en la pantalla.
—¿Qué se siente?
Hubo un gruñido, como si el poli se estuviera reacomodando y repentinamente se hubiera puesto tieso como una tabla. Vishous jugó con la flecha, como si fuera un látigo.
—Ya sabes… yo quiero que te vayan bien las cosas con ella. Me parece muy bien que salgáis.
—Si no fuera porque soy un pobre humano que podría tener algo de restrictor dentro de mí, diría que estoy de acuerdo contigo.
—No te estás volviendo un…
—Anoche absorbí algo de ese verdugo. Cuando inhalé. Creo que por eso después olía como uno de ellos. No por la lucha, sino porque parte del mal estaba… está… dentro de mí otra vez.
V maldijo, rogando que ése no fuera el caso.
—Vamos a pensar que ya salió, poli. No voy a dejar que caigas en la oscuridad.
Colgaron un poco más tarde y Vishous miró la pantalla mientras movía el cursor por todo el escritorio. Mantuvo el índice sobre el ratón, tonteando, hasta que se dijo que ya había desperdiciado demasiado tiempo.
Estiró los brazos y se los llevó a la cabeza. De pronto, vio que el cursor había aterrizado sobre la papelera de reciclaje… reciclaje… «procesar para usar de nuevo».
Sin saber por qué, eso le hizo pensar en la pelea con los restrictores; recordó que cuando apartó al restrictor del poli, había sentido que rompía algún tipo de conexión entre ellos.
Inquieto, cogió la botella de vodka y el vaso y fue hasta los sofás. Se sentó y bebió un tragó. Luego, vio la botella de whisky y la abrió; se la llevó a los labios y bebió un largo trago, tras lo cual vertió whisky en el vaso donde tenía el vodka y los mezcló. Con los ojos entrecerrados, observó el remolino de la combinación, vodka y whisky diluyendo sus esencias puras y haciéndose más fuertes al mezclarse. Acercó el combinado a sus labios, echó la cabeza atrás y se tragó de una vez la maldita cosa. Después se recostó en el sofá.
Estaba cansado… jodidamente cansado… can…
El sueño lo atrapó tan rápido como si le hubieran dado con una cachiporra en la cabeza. Pero no duró mucho tiempo. La Pesadilla, como había empezado a llamarla, lo despertó unos minutos más tarde, con su característica violencia: un grito que le partía los sentimientos en el pecho, un hacha que le cortaba las costillas. El corazón saltó y el sudor le brotó por todas partes.
Logró abrir los ojos. Se miró el cuerpo. Estaba como debía estar. No se veía ninguna herida. Sólo que los efectos de la pesadilla perduraban, la horrible sensación de sentir que le disparaban, la aplastante impresión de que la muerte lo había atrapado. Respiró desordenadamente. Le echó toda la culpa al sueño.
Dejó el vodka. Regresó a su mesa de trabajo, decidido a dedicarse al portátil hasta invadir y burlar su intimidad.
‡ ‡ ‡
Cuando el Concilio de Princeps terminó, Marissa se sintió muy cansada, lo cual tenía sentido ya que el amanecer estaba cercano. Había habido múltiples discusiones acerca de la moción de sehclusion, ninguna en contra, todas centradas en la amenaza de los restrictores. Cuando llegó el momento de la votación quedó claro que no sólo sería aprobada, sino que si Wrath no formulaba una declaración a favor, el Concilio percibiría el asunto como una evidencia de que al Rey le faltaba compromiso con la raza.
Y esto era lo que algunos detractores de Wrath querían traer a colación. Trescientos años en el trono habían dejado un amargo sabor en las bocas de varios miembros de la aristocracia.
Desesperada por marcharse, esperó y esperó junto a la puerta de la biblioteca, pero Havers se quedó hablando con los otros. Finalmente, salió y se desmaterializó de regreso a casa.
Al aparecer en la puerta principal de la mansión, no llamó a Karolyn como generalmente hacía sino que subió por las escaleras a su dormitorio. Empujó la puerta abierta…
—Oh… Dios mío… —Su cuarto era un caos.
El vestidor estaba abierto y vacío, ni una percha. La cama estaba deshecha, las almohadas habían desaparecido, al igual que las sábanas y las mantas. Todos los cuadros, descolgados. Y había cajas de cartón apiladas a lo largo de la pared exterior, junto a sus maletas Louis Vuitton.
—Qué… —La voz se le secó cuando entró al baño. Los armarios del baño también estaban vacíos.
Al salir del baño, vio a su hermano de pie junto a la cama.
—¿Qué es esto? —Extendió su brazo.
—Tienes que marcharte de esta casa.
Lo único que pudo hacer fue parpadear.
—¡Pero yo vivo aquí!
Él cogió su cartera, sacó un grueso fajo de billetes y lo arrojó sobre una mesa.
—Toma. Y vete.
—¿Todo por Butch? —preguntó ella—. ¿Y esto cómo va a funcionar con la propuesta de sehclusion que llevaste al Concilio? Los ghardians tienen que cuidar y estar con sus…
—Yo no propuse la moción. Y en cuanto a ese humano… —Meneó la cabeza—. Tu vida es tu vida. Y verte con un macho humano desnudo después de un acto sexual… —La voz de Havers se quebró y tuvo que aclararse la garganta—. Vete ya. Vive como quieras. Pero no voy a quedarme cruzado de brazos viendo cómo te destruyes.
—Havers, esto es ridículo…
—No puedo protegerte de ti misma.
—Havers, Butch no es…
—¡Yo atenté contra la vida del Rey para tomar ahvenge por tu honor! —El sonido de su voz rebotó entre las paredes—. ¡Y todo para que después te vayas a la cama con un macho humano! Yo… yo no puedo tenerte junto a mí de ningún modo. Desconfío mucho de la ira que haces despertar en mí. Me impulsa a cometer actos de violencia. Es… —Se estremeció y le dio la espalda—. Le dije a los doggen que llevaran tus cosas a donde quieras ir, pero después de eso, ellos regresarán aquí. Tendrás que buscarte una casa.
Marissa no salía de su asombro. Jamás habría creído a su hermano capaz de echarla de su propia casa.
—Aún soy miembro del Concilio de los Princeps.
—No por mucho tiempo. Wrath no tiene motivos para rechazar la moción de sehclusion. Estarás sin compañero y yo renunciaré a ser tu ghardian, así que no tendrás a nadie que autorice tu presencia en lugares públicos. Ni siquiera tu linaje puede hacer caso omiso de la ley.
Santo cielo… sería una paria social. Una… nada.
—¿Cómo puedes hacerme esto?
Su hermano la miró por encima del hombro.
—Estoy cansado de mí mismo. Cansado de luchar contra el impulso de defenderte de las decisiones que tomas…
—¡Decisiones! ¡Soy una hembra de la aristocracia! ¡Yo no puedo decidir!
—Falso. Pudiste haber sido la compañera de Wrath.
—¡Él no me quería! ¡Tú lo sabes, lo viste en sus propios ojos! ¡Por eso quisiste matarlo!
—Ahora que lo pienso, me pregunto por qué no sentía nada por ti. Quizá porque no te esforzaste en seducirlo.
Marissa sintió una furia loca. Y su furia creció aún más cuando Havers dijo:
—Y hablando de decisiones: tú solita decidiste entrar en la habitación de cuarentena, y tú solita decidiste… acostarte con él.
—Ah… ¿ése es el maldito problema? Por el amor de Dios, aún sigo siendo virgen.
—Eres una mentirosa.
En lugar de irritarla, esas palabras la calmaron; y, al desaparecer la agitación, le llegó la claridad. Por primera vez vio a su hermano como era realmente: inteligente, dedicado a sus pacientes, enamorado de su shellan muerta… y completamente inflexible. Un macho de ciencia y de orden que amaba las reglas, lo predecible, satisfecho de su visión de la vida.
Y claramente decidido a proteger esa forma de vida, aunque el precio que tuviera que pagar fuera la felicidad de su propia hermana.
—Tienes toda la razón —le dijo con extraña tranquilidad—. Tengo que marcharme.
Les echó un vistazo a las cajas repletas con la ropa que había usado y con las cosas que había comprado. Luego sus ojos se encontraron con los de Havers. Su hermano lo miraba todo como si reflexionara acerca de la vida que Marissa se aprestaba a abandonar.
—Te guardaré los Dureros, por supuesto —dijo él.
—Por supuesto —murmuró Marissa—. Adiós, hermano.
—De ahora en adelante yo soy Havers para ti. No tu hermano. Nunca más.
Bajó la cabeza y salió del cuarto.
Cuando él salió, Marissa tuvo la tentación de tirarse sobre el desnudo colchón y ponerse a llorar. Pero no había tiempo. Tenía, tal vez, una hora antes del amanecer.
Virgen querida, ¿adónde iría?