Capítulo
8

Después de cenar, salimos para montar en su coche. Me detuve antes de sentarme en el asiento del copiloto.

—Si vuelvo al hotel contigo, tendrás que llevarme a casa de Nico cuando mi hermano salga de trabajar.

Jax apoyó el brazo en la puerta abierta del coche.

—¿No vas a quedarte a dormir conmigo? Me gustaría que te quedaras.

Yo también quería. Pero años antes había dejado aparcada mi vida cuando iba a verme y había acabado sufriendo por ello. Quizá no hubiera aprendido a mantenerme alejada de él, pero sí había aprendido una o dos cosas acerca de lo que era tener una relación más sana.

—He venido a pasar un par de días con mi hermano.

Respiró hondo.

—Está bien. ¿Podemos quedar para vernos algún día?

Estábamos muy cerca el uno del otro, apretujados entre el coche y la puerta, pero entre nosotros había un abismo. Yo misma lo había creado, pero aun así deseé que desapareciera.

—¿Cuándo, por ejemplo?

—Cualquier noche de esta semana y el próximo fin de semana, eso seguro.

Asentí con la cabeza y subí al coche. Cerró la puerta y mientras rodeaba el coche tuve tiempo de pensar cómo quería que transcurriera el resto de la noche. Más sexo. Más Jax. Ansiaba ambas cosas, pero habría preferido no tener tantas dudas, ni tantas reservas. Echaba de menos la despreocupación que había habido antes entre nosotros. Claro que imagino que solo yo me había sentido así. Él, entretanto, había estado contando los minutos que quedaban para nuestra ruptura.

Montó y cerró la puerta, pero no encendió el motor enseguida.

—Escucha —comenzó a decir—, quiero que sepas que esto también es duro para mí.

—Pero tú entiendes lo que está pasando —repuse con suavidad—. Yo no tengo ni idea.

Se giró en el asiento, me agarró de la nuca y me atrajo hacia sí. Cerré los ojos, esperando el instante en que se tocarían nuestros labios. Su lengua acarició la curva de mi boca, una lenta pasada que me hizo inclinarme hacia él.

—Qué dulce —murmuró—. Voy a tumbarte en mi cama y a lamerte de la cabeza a los pies.

—Eso se te da bien —dije casi sin aliento mientras me recorría un escalofrío de deseo.

Se retiró como si fuera a arrancar y luego se echó hacia delante otra vez y se apoderó de mi boca en un beso voraz, húmedo y ardiente. Me comió la boca, hundiéndome la lengua rápida y profundamente. Yo estaba igual de ansiosa, metí la mano entre su pelo y lo agarré por las raíces mientras saboreaba frenéticamente su boca. Puso la mano sobre mi pecho, lo acarició y rodeó con el índice y el pulgar el pezón erizado, tirando de él rítmicamente. Gemí, ávida y excitada.

—Dios —gruñó al soltarme y recostarse en su asiento—. Te deseo. Aquí, ahora mismo.

La idea me tentaba muchísimo. Si hubiéramos estado en otro sitio y no delante del Rossi, tal vez habría pasado por encima de la palanca de cambios y me habría dejado llevar por la tentación.

—Conduce deprisa —le dije.

Se rio roncamente y giró la cabeza contra el reposacabezas para mirarme.

—De acuerdo, pero cuando lleguemos a la cama voy a tomármelo con mucha calma.

—¡Jax! —agarré las sábanas y arqueé el cuerpo para alejarme del tormento al que me estaba sometiendo su boca, a pesar de que deseaba más y más.

Había olvidado lo que era capaz de hacerme, cómo podía arrancarme la piel para llegar al mismo centro de mi ser, cómo su dominio sobre mi cuerpo me hacía estar dispuesta a hacer o decir cualquier cosa por el placer que podía ofrecerme.

Me mantuvo sujeta por los muslos, con la boca sobre mi sexo palpitante y siguió lamiéndome despacio. Las pasadas aterciopeladas sobre mi clítoris me hacían jadear, y la necesidad de alcanzar el orgasmo era tan fuerte que estaba empapada en sudor y me temblaban las piernas por la tensión.

—Por favor —le supliqué con voz ronca mientras me estrujaba los pechos cargados, cuyos pezones estaban hinchados y blandos debido a los largos minutos que había pasado chupándolos lenta y parsimoniosamente.

Su pelo sedoso me rozó la piel. Levantó la cabeza.

—¿Por favor qué, nena?

—Dios… Haz que me corra.

—Solo un poco más.

—¡Por favor! —me metí la mano entre las piernas, ansiosa por correrme.

Mordisqueó mis dedos y grité, jadeando.

Bajó la cabeza y volvió a trazar con la lengua los pliegues hinchados de mi sexo. Rodeó el clítoris y bordeó luego la temblorosa hendidura de más abajo.

Agarré su cabeza sujetándolo contra mí y luché por levantar las caderas hacia su boca, pero era demasiado fuerte y me sujetó con facilidad. Sentí su aliento caliente sobre mi piel erizada. Chupó con suavidad, moviéndose despacio a lo largo de mi raja y aplicando la presión justa para hacerme enloquecer.

—Deja que me dé la vuelta —jadeé—. Déjame que te la chupe.

Soltó una risa tan divertida y traviesa que se me puso la piel de gallina. Y luego metió la lengua dentro de mí.

—¡Jax!

Me agarró por el culo y me levantó, inclinándome hacia su boca. Me folló rápidamente con la lengua, hundiendo solo un poco la lengua en mi sexo tembloroso, lo justo para ponerme al borde del orgasmo. Gruñó y su voz vibró contra mi clítoris. Su placer alimentó el mío. Agarré su pelo gimiendo y clavé los talones en el colchón para restregarme contra sus labios.

—No pares —jadeé, tan cerca del orgasmo que todo mi cuerpo temblaba.

Se puso de rodillas y me alzó. Abrí las piernas para darle acceso ilimitado. Me devoró, ansioso y frenético. Sentí tanto placer que no pude respirar. Sus frenéticas lametadas sobre mi piel ultrasensible sobrecargaron mis sentidos. Lo miré, como él quería. Y la visión de su cabeza morena entre mis muslos, el rápido movimiento de su lengua, la belleza de sus bíceps tensos al sujetar mi peso… todo ello me pareció insoportablemente erótico.

Era guapísimo. Era todo cuanto yo había deseado. Y el deseo feroz que reflejaba su rostro me avisó de que me llevaría al borde del abismo antes de acabar conmigo.

Otro lento gemido escapó de mi garganta.

—Ah, Jax… Voy a correrme.

—Espera —ordenó—. Quiero meterte la polla mientras te corres.

Grité entre dientes, frustrada, cuando me dejó caer sobre la cama y retrocedió, agarró un condón y lo abrió. Un segundo después se lo había puesto y volvió a tumbarse sobre mí, pero para mí fue demasiado tiempo. No tenía paciencia. Lo agarré con brazos y piernas, atrayéndolo hacía mí mientras me alzaba hacia él.

Permitió que lo atrajera hacia mí, apoyó las palmas en la cama, junto a mis hombros, y sus bíceps se endurecieron. Metió una mano entre nuestros cuerpos, agarró su pene y me acarició la raja húmeda y resbaladiza con su ancho glande. Gemí, sus ojos se oscurecieron y sus mejillas se acaloraron al hundirse en la ávida hendidura de mi sexo.

—Jax —gruñí, avisándolo.

Me penetró con fuerza, hundiéndose de una sola acometida, y grité al alcanzar bruscamente el orgasmo. Con el cuello tenso y los ojos cerrados, esperó rígido mientras el placer me atravesaba en oleadas y mi sexo ceñía la poderosa y gruesa verga que tenía dentro de mí.

—Sí, joder —gruñó, agarrando las sábanas mientras comenzaba a meter y sacar aquella larga y rígida verga en mi cuerpo tembloroso. El clímax siguió creciendo, avivado por las embestidas rítmicas de su pelvis contra mi clítoris y por la sensación de su miembro erecto hundiéndose incansablemente dentro de mí.

Me retorcí, indefensa y perdida, y luché por aferrarme a esa parte de mi alma que quería rendirse.

—Eso es, nena —sus labios estaban junto a mi oído, su aliento era rápido y caliente—. Clávame las uñas.

Estaba arañándole la espalda sudorosa, sentí flexionarse sus músculos mientras su cuerpo se esforzaba por hacerme gozar. Sus glúteos se tensaban y se relajaban bajo mis pantorrillas, sus muslos se hinchaban para dar fuerza al movimiento de sus caderas.

Hundió los dientes en el lóbulo de mi oreja y gruñó. Sus abdominales duros como rocas se contrajeron junto a mi tripa, su sudor y el mío se mezclaron para unirnos.

—Esos ruidos que haces —jadeó—. Dios… Me la ponen tan dura…

Y así era. Dura como una piedra.

—Qué rico —tragué saliva, tenía la garganta seca—. Qué rico, Jax…

—Estás hecha para mí —dijo apasionadamente—. Nadie más, Gia. Eres mía.

Me lo hacía comprender con cada embestida, me follaba tan apasionadamente que solo podía pensar en volver a correrme.

Mi cuerpo ya no era mío.

Jax era el único que podía hacerme aquello, volverme loca, convertirme en un animal. Cuando estaba en la cama con él no era yo.

Era suya. Dispuesta a hacer lo que quisiera, a aceptar lo que quisiera darme, segura de que me haría correrme una y otra vez…

Gemí, sentí que me apretaba con más fuerza, que sus músculos se tensaban a medida que se acrecentaba su placer.

Frotó su cara húmeda contra mi piel.

—Qué dulce y qué caliente… Gia…

Me di cuenta entonces de que se aferraba a mí con la misma desesperación que yo a él, que su respiración y cada una de sus caricias estaban cargadas de una urgencia ansiosa. Me estaba follando como si fuera a morirse si paraba, como si fuera posible follarme tan fuerte que pudiera hundirse aún más en mi cuerpo.

Cuando llegó el orgasmo, sentí el escozor de las lágrimas en los ojos, me quedé sin aliento y vi manchas que emborronaron mi vista. Dejé escapar un sonido ronco que no reconocí como mío.

—Ah, cariño —me besó, absorbiendo aquel sonido mientras aflojaba el ritmo hasta que solo movió suavemente las caderas en círculo, agitando su miembro enhiesto dentro de mí—. Me encanta ese ruido que haces cuando te corres. Así me doy cuenta de lo bien que te sientes, de cuánto amas mi polla, mi boca, mis manos…

De cuánto lo amaba a él.

Estaba tendida debajo de él, despatarrada y satisfecha, y todo me parecía un sueño. Un producto de mi imaginación.

—Siénteme —susurró alzándose para mirarme. Tenía los ojos muy oscuros, la cara, sofocada, la piel, tensa de pasión—. Yo dentro de ti —movió las caderas, agarró mi mano y se la acercó al pecho resbaladizo—. Y tú dentro de mí.

—Jax…

Se apoderó de mi boca y me besó profundamente, frotando su lengua con la mía. Sus caderas se movían lentamente en círculo y yo sentía cada centímetro palpitante de su miembro. Sus lentas y premeditadas caricias sobre mis nervios erizados me mantuvieron tensa y caliente. Se acordaba muy bien de cómo era, sabía cómo mantenerme excitada y frenética.

—Te echaba de menos, Gia —me susurró sin dejar de besarme—. ¿Tú también a mí?

Como no contesté, me apartó el pelo húmedo de la cara y buscó una respuesta.

Mi sexo vibró a lo largo de su verga. Cerró los ojos y entreabrió los labios. Su cuerpo se tensó.

—Todavía no. No voy a correrme todavía.

—Por favor… —estaba suplicando y no me importaba. Solo quería que se corriera. Lo deseaba con todas mis fuerzas.

—No quiero darme prisa —alargó el brazo para agarrarme de la muñeca, me levantó el brazo derecho y lo pasó por encima de mi cabeza. Metió la otra mano debajo de mis nalgas y me levantó para penetrarme con una suave y tersa embestida—. Umm, perfecto. Siempre ha sido perfecto.

Yo quería provocarlo, jugar a aquel juego con la misma calma que él, pero no podía.

—Deja de pensar y siente, nena —murmuró mientras mordisqueaba mi boca—. Deja que te haga sentir bien. Es lo único que quiero. Hacer que te sientas bien.

Giré la cabeza, me apoderé de sus labios y le dejé.

Nico me miró fijamente cuando me senté en un taburete del Rossi después de cerrar y supe que se había fijado en que iba sin maquillar, lo que revelaba que me había dado una ducha apenas media hora antes. Estaba limpiando la barra, pero se detuvo y sacó una cerveza, la abrió y deslizó la botella hacia mí.

—Había olvidado lo bien que me cae Jax —dijo tranquilamente.

Asentí. A mí también me caía bien. Lo malo era que no sabía qué Jax era el real.

—¿Vais a arreglar las cosas?

—No, es solo temporal. Pero esta vez conozco las normas.

—Quizá no me caiga tan bien —abrió otra cerveza y bebió un largo trago—. Está enamorado de ti, ¿sabes?

—Está encoñado —contesté con sorna mientras pellizcaba la etiqueta de la botella—. Y eso está bien, puedo soportarlo. Lo que me resulta difícil de soportar es lo otro, cómo me habla a veces, como si hubiera algo más, y cómo me como la cabeza pensando en por qué me dejó y en por qué ha vuelto ahora.

—Mi oferta de darle una paliza para que entre en razón sigue en pie.

Sonreí.

—Puede que sea más fácil y más efectivo dármela a mí.

—Eso también puedo hacerlo —entrechocó su botella con la mía—. Pero tú tienes sentido común de sobra. Sabes lo que haces. Solo que desearías no estar haciéndolo. Está claro que él no tiene ni idea, o no se arriesgaría a dejarte escapar. No va a encontrar nada mejor.

—Vamos, por favor, no te me pongas cursi ahora. No puedo soportarlo —no estaba bromeando del todo. Estaba muy sensible, tenía ganas de llorar. Acostarme con Jax producía ese efecto sobre mí.

Nico sonrió.

—Está bien. Levanta el culo y ayúdame a recoger para que podamos largarnos de aquí.

Me levanté del taburete con un suspiro.

—Mierda. Debería haber dejado que siguieras diciendo cursiladas.

El domingo por la mañana me despertaron los golpes de alguien que llamaba a la puerta de Nico con insistencia. Me levanté del sofá refunfuñando y me acerqué a la puerta con intención de poner verde al que llamaba.

Pero cuando miré soñolienta por la mirilla, vi caras muy queridas.

Quité la cadena de seguridad, descorrí el cerrojo y abrí la puerta a mis hermanos y a Denise.

—¿Qué demonios…? —dije.

—Sí, ¿qué cojones…? —Nico salió del dormitorio vestido con unos pantalones de chándal que le colgaban de las caderas. Aunque era mi hermano, me fijé en lo guapo que estaba—. ¿Sabéis qué hora es?

Vincent fue el primero en entrar.

—Hora de levantarse.

Denise y Angelo entraron agarrados de la mano.

—¿Has puesto a Gianna a dormir en el sofá? ¿En serio?

—Le ofrecí la cama —Nico cruzó los brazos—. Pero no quiso aceptarla.

—No me extraña —comentó Vincent—. Si esa cama pudiera hablar, tendría su propio reality show.

—No seas envidioso —replicó Nico—. Estoy seguro de que en tu cama también habrá un poco de acción en algún momento. A pesar de todo, sigues siendo un Rossi.

—¿Qué hacéis aquí? —pregunté. Me alegraba muchísimo de verlos. Estar con mi familia me devolvía la normalidad que había perdido la noche anterior en la cama de Jax. Volvía a sentirme como Gianna Rossi, y ya no estaba muy segura de ser esa mujer que se retorcía, gemía y arañaba y que había disfrutado de media docena de orgasmos en cuestión de horas. Era como si fuéramos dos personas distintas.

«Y luego te enfadas con Jax por tener dos caras…».

—Estamos esperando a que os vistáis para poder ir a comprar el desayuno —contestó Denise. Se había recogido el pelo en dos coletas que flanqueaban su cara pálida y se había pintado los labios a juego con el rosa de su pelo, de modo que parecía una especie de superheroína de anime—. Estoy muerta de hambre.

—Vosotros estáis mal de la cabeza —masculló Nico—. Es demasiado temprano para comer o para cualquier otra cosa.

—Son las nueve —señaló Vincent.

Nico me lanzó una mirada y dijo en tono gruñón:

—Lo que yo decía.

A mediodía ya habíamos comido y bajamos a la pista de baloncesto de la urbanización de Nico. No es por jactarme, pero juego bastante bien, tan bien que me habían dado una beca parcial para ir a la Universidad de Las Vegas. Pero, por supuesto, había aprendido todo lo que sabía de mis hermanos.

Acababa de meter un triple y estaba haciendo oídos sordos a las pullas de mis hermanos cuando vi acercarse a Jax. Iba en pantalones cortos. Me paré en seco y admiré sus largas piernas y su camiseta ceñida. Llevaba gafas de sol y daba vueltas a sus llaves alrededor de un dedo. Cuando Nico le pasó la pelota, Jax la agarró y me deslumbró con el hoyuelo de su barbilla.

—Hola —dijo. Se acercó a mí primero y me dio un beso en la frente acalorada.

—Nos has encontrado —sentí una cálida oleada de placer. Había ido a recogerme y me había dejado en el Rossi, así que tenía que haber invertido cierto esfuerzo e iniciativa en descubrir dónde vivía Nico.

—Te he echado de menos al despertarme —susurró junto a mi piel.

Las dichosas gafas no me dejaban ver sus ojos. Agarré la pelota y retrocedí para poder respirar.

—Rutledge —lo saludó Angelo con cierta aspereza.

—Atrás, pedazo de bestia —le reprendió Denise, levantándose de la silla que su marido había llevado desde la zona de la piscina—. Hola, soy Denise, la mujer de Angelo.

Jax le estrechó la mano.

—Un placer.

—He oído hablar mucho de ti —respondió ella—. Nada bueno. Espero que les demuestres a los chicos que se equivocan.

Jax me miró con las cejas levantadas.

—Bueno, ella no habla de ti ni pizca —aclaró Denise, y me hizo sonreír. Mi cuñada sí que sabía cómo salir de un apuro.

Vincent y Angelo le estrecharon la mano de mala gana y luego Vincent dijo:

—¿Jugamos o qué?

—A mí también me gustaría jugar si se puede —dijo Jax, y me llevé una sorpresa.

—Mierda —Nico se pasó la mano por el pelo—. Quédate en mi puesto, voy con Gianna. Estoy hecho polvo gracias a ciertas visitas que he tenido esta mañana.

—Gallina —masculló Angelo.

—Lo que tú digas. De todos modos, os estábamos dando una paliza.

—Porque os estábamos dejando ganar —respondió Vincent, y agarró la pelota cuando se la lancé—. Para no tener que oírte refunfuñar.

—No me oiríais si os hubierais quedado en casa.

—Callaos —les dije—. Vamos a seguir jugando.

—Esa es mi chica —dijo Jax con una sonrisa.

Empezamos a jugar. Jax jugaba bien. Realmente bien.

«He jugado de vez en cuando. Pero no como tú. Nunca le he dedicado tiempo». Recordé que me lo había dicho en alguna ocasión, me lo había susurrado al oído mientras me abrazaba después de acostarnos. Estaba claro que le había dedicado algún tiempo después de separarnos.

¿Lo había hecho por mí? ¿Estaba haciéndome ilusiones al pensar que era posible?

Me pasó la pelota y lancé a canasta.

Ojalá entender a Jax hubiera sido tan fácil…