Se tumbó de espaldas a mi lado y gruñó:
—No siento las piernas.
Me reí. Sabía cómo se sentía. Sentía una especie de hormigueo por todo el cuerpo, como si estuviera despertando tras una larga hibernación.
Lo cual, por desgracia, era cierto.
Volvió la cabeza hacia mí. Lo miré.
—Hola —dijo. Agarró mi mano y se la llevó a los labios para besarla.
—Hola —me quedé mirándolo y vi en sus ojos esa suave ternura que había echado tanto de menos.
—Siento que no hayamos llegado a la cama.
—No pasa nada —sonreí—. No me he quejado.
—Te llevaré en cuanto pueda caminar.
—¿Te estás haciendo viejo, Rutledge? —bromeé, consciente de que a sus veintinueve años estaba en la flor de la vida.
Miró el techo alto, con sus bonitas molduras.
—Estoy desentrenado.
—Sí, ya —me puse el brazo sobre la cara para ocultar mi reacción. No soportaba pensar en él con otras mujeres. Me ponía enferma—. Leo los periódicos, ¿sabes?
—Acompañar a una mujer a algún sitio y follar con ella son dos cosas distintas —se inclinó sobre mí. Agarró mi muñeca, me retiró el brazo por encima de la cabeza y dejó al descubierto mi cara—. Pero me alegra saber que me has seguido la pista.
—No te he seguido la pista.
Volvió a enseñarme su hoyuelo.
—De acuerdo.
Se puso de rodillas y se apoyó sobre los talones para quitarse el preservativo. Se movía con naturalidad, ágilmente, pero al ver su polla todavía medio dura y satinada por el semen se me hizo la boca agua.
Me incorporé apoyándome en los codos y me lamí los labios.
—Ven aquí.
Respondió al instante. Su polla se puso rígida y se alargó.
—Dios, Gia.
Me acerqué a él.
—A la ducha —dijo con voz ronca, y se levantó tambaleándose. Luego me tendió la mano—. Si no me ducho, sabré a goma.
—No me importa.
—A mí sí —tiró de mí—. En cuanto te la meta en la boca, pienso quedarme en ella un buen rato.
Lo miré fijamente. Me parecía tan absolutamente sexy allí de pie, alto y con el pecho desnudo, con los vaqueros desabrochados y bajados y la polla al aire, curvándose hacia su ombligo… Nunca había visto nada tan descaradamente erótico y masculino.
Aquel era el Jax que conocía. Y al que tanto amaba.
—Joder, eres tan sexy… Tan dulce y maravillosa —murmuró mientras pasaba el pulgar por mi labio inferior, hinchado.
—Ya —esbocé una sonrisa mientras me echaba un vistazo. Mis vaqueros y mis bragas rotas colgaban de una de mis piernas y tenía la camiseta subida por encima de los pechos. Sin duda tendría todo el pelo revuelto—. Hablas como un hombre que acaba de tener un orgasmo y quiere otro.
—No —me agarró de la barbilla y me hizo levantar la cabeza—. No puedes pedirme que te dé todo lo que tengo y luego tomártelo a broma. No es justo.
—No —contesté—. No lo es, ¿verdad?
Comprendí por cómo tensó la mandíbula que había captado la indirecta: él me había tomado a la ligera a mí… y luego me había dejado en la estacada.
Se puso en cuclillas y sujetó mis pantalones para que yo pudiera sacar la pierna. Luego, me agarró de la mano y sorteó la mesa baja de cristal y hierro forjado.
Caminamos por la alfombra de color gris oscuro y entramos en un dormitorio con una cama de tamaño grande y un cabecero de madera oscura a juego con la mesa escritorio y la cómoda. Había una zona de estar junto a la ventana, que llegaba hasta el techo, y la entrada al cuarto de baño era un arco sencillo, pero muy bonito.
Traté de disimular mi asombro cuando encendió la luz, pero me alegré de que no me mirara porque estaba segura de que no lo había conseguido. El cuarto de baño era enorme, con una ducha en la que cabían tres personas y un gran jacuzzi. Había un televisor empotrado en la pared y la encimera de dos lavabos se parecía a los muebles de madera maciza del dormitorio.
Tuve que preguntar:
—¿Reservaste esta habitación pensando en traerme aquí?
—Tenía esa esperanza —me soltó para abrir el grifo de la ducha.
Silbé, impresionada por la enorme alcachofa de la ducha encastrada en el techo que lanzaba agua como una cascada.
Me miró con una sonrisa deslumbrante.
—¿Puedo acabar de desenvolverte?
Sentí un aguda punzada de dolor. «Gia, nena, eres el regalo que me hago a mí mismo después de un largo y duro día». Una de las muchas cosas que me había dicho en Las Vegas y que habían hecho que me enamorara de él.
Me pregunté de repente si era así con todas las mujeres con las que estaba, si a todas les decía cosas así. Tal vez no sabía que una bobada como aquella podía hacer que una chica se volviera loca por él. O quizá sí. La idea me deprimió.
—Oye —me agarró de la barbilla y me hizo echar la cabeza hacia atrás—. No me des de lado ahora. Estoy aquí. Estoy en esto.
—¿Por cuánto tiempo? ¿Para el fin de semana? —retrocedí. Una especie de instinto de supervivencia me avisaba de que debía largarme de allí mientras aún estaba a tiempo—. No puedo hacer esto, Jax.
Tensó la mandíbula.
—Gia…
Di media vuelta y crucé rápidamente el dormitorio para ir en busca de mi ropa.
—¿Qué cojones…? —me agarró del brazo cuando crucé el umbral de la sala de estar—. Tú también querías.
—Ha sido un error —un inmenso error. Lo que sentía por él era demasiado profundo para que pudiera cortar limpiamente con él tras un encuentro como aquel.
—Y un cuerno —me hizo girarme de un tirón para que lo mirara y me agarró de los brazos para que no pudiera escaparme—. ¿Por qué me lo has pedido? Tú has querido venir aquí. Querías que te hiciera el amor.
—Quería follar contigo —gruñí, y me sentí fatal al ver que daba un respingo—. Quería que nos olvidáramos de la tensión sexual. Así a lo mejor empezabas a decirme la verdad. Pero tus rollos de seductor no me interesan. No son reales. Tú no eres real.
—¿De qué cojones estás hablando? Esto no podría ser más real y tú lo sabes.
Me desasí de un tirón y me adentré en el cuarto de estar. Me sentía ridícula con los calcetines puestos y la camiseta del restaurante.
—No tengo tiempo para esto.
—¿Tiempo para qué? ¿Para mí? —me alcanzó en unas pocas zancadas. Llegó primero junto a mis vaqueros y los pisó, sujetándolos contra el suelo. Cruzó los brazos, exhibiendo a la perfección su cuerpo musculado. No le importó tener todavía la bragueta abierta, aunque en algún momento se había subido los calzoncillos.
—No tengo tiempo ni paciencia para fingir que hay algo entre nosotros cuando no lo hay —me hice una coleta mientras intentaba concentrarme en recuperar la calma… al menos por fuera.
Arrugó aún más el ceño.
—¿Quién está fingiendo?
Levanté las manos.
—¿Por qué me hablas así? Todo ese rollo de que vas a desenvolverme y me echas de menos y… ¡y todo lo demás! ¿Por qué no puedes ser sincero sobre lo que hay entre nosotros, sobre lo que ha habido siempre: nada más que sexo, aunque sea fantástico?
—No solo estamos follando —gruñó inclinándose hacia delante—. Uno no se enamora sólo del sexo.
—¿Es que tengo que estar enamorada de ti? ¿Te gusta más si lo estoy? —sentí con horror que empezaban a escocerme los ojos como si fuera a llorar—. Ya nos hemos acostado. No entiendo por qué tienes que actuar como si esto fuera una historia de amor. ¡No compliques tanto algo que debería ser muy sencillo!
—Nena, lo nuestro nunca ha sido sencillo —exhaló un fuerte suspiro y se frotó la nuca—. ¿Qué quieres de mí, Gia?
—Creo que debemos centrarnos en lo que quieres tú de mí, dado que lo que yo quiera carece de importancia.
Arrugó el ceño.
—Eso no es verdad.
Puse los brazos en jarras.
—Quiero un compromiso, una oportunidad, que hagas algún esfuerzo por descubrir hasta dónde puede llegar lo que hay entre nosotros. Pero ya me has dicho que no, de modo que lo único que queda es lo que tú deseas.
—Te deseo a ti.
—Quieres follar conmigo —puntualicé—. ¿Por qué no hablas claro?
—Gia… —sacudió la cabeza y suspiró—. Con todos los demás soy un capullo. Tú eres lo único que he adorado. No me obligues a dejar de hacerlo.
—¿Lo ves? ¡Ya estás otra vez! ¿Por qué tienes que decir esas cosas? ¿Por qué no puedes decir simplemente que te gusto o algo así?
—Porque no es solo que me gustes. Te llevo en la sangre. Pienso en ti casi todo el tiempo y se me pone dura. Te veo y me olvido de quién soy. No tienes ni idea de lo que siento —bajó la voz peligrosamente—. Cuando te veo, me entran unas ganas irresistibles de follar, Gia. Quiero tenerte debajo de mí, meterte la polla y cabalgarte hasta que me dejes seco. Haces que necesite…
—¡Cállate! —Dios, estaba temblando. Las ardientes olas de deseo que emanaban de él habían vuelto a despertar mis ansias.
—Tú sabes cómo es. Tú también lo sientes. Deja que te lo dé.
—¡No! —me dolió profundamente rechazarlo, como si acotara una parte de mi ser con alambre de espino.
—Concédeme esta noche —agarró mi mano y la apretó con fuerza—. Una sola noche.
Me reí suavemente a pesar de que tenía la vista borrosa.
—¿Una noche para follar conmigo y luego poder olvidarte de mí? Eso es un tópico, Jax. Nunca funciona. El buen sexo no deja de ser bueno solo porque te des un atracón.
—Entonces vamos a pasar una noche de sexo maravilloso. Los dos lo deseamos. Lo necesitamos.
—Yo no —intenté que me soltara la mano, pero se negó.
—Y un cuerno.
Con Jax solo funcionaría la verdad. Le resultaba demasiado fácil intuir lo que pensaba y sentía, se le daba demasiado bien localizar las debilidades de su adversario y sacarles partido.
—No puedo —repetí sosteniéndole la mirada—. Yo no soy como las mujeres con las que sueles acostarte. No puedo acostarme contigo solo por diversión o por encontrar un alivio momentáneo. Contigo, no. La última vez me enamoré de ti. No puedo volver a hacerlo.
—Sigues enamorada de mí —replicó tajantemente—. Dame la oportunidad de demostrarte que no tienes que arrepentirte de ello.
Me aparté de él y paseé la mirada por el cuarto de estar. Era más grande que mi dormitorio.
—Quiero me lleves al Rossi.
—Pues tenemos un problema —se acercó a mí por detrás y me rodeó con sus brazos. Pegando los labios a mi cuello, susurró—: Porque yo quiero llevarte a la cama. Si no quieres que hable, no diré una palabra.
Cerré los ojos, sintiéndolo detrás de mí. El calor de su cuerpo, el olor de su piel, enturbiado por el del sudor y el sexo, la suave caricia de su aliento…
—Has dejado el grifo abierto —dije, agarrándome a aquel tema sin interés y mucho menos personal.
—Iría a cerrarlo, pero me da miedo que te escapes cuando me dé la vuelta.
—No puedes retenerme aquí.
—No quiero hacerlo. Quiero que te quedes por propia voluntad. Quiero a la Gia que me ha pedido que la trajera aquí y quiero darle lo que desee.
Lo miré por encima del hombro y vi que sus ojos brillaban entre las sombras que acariciaban su bello rostro. Sentí el tirón dentro de mí, aquella corriente inexorable que nos unía. No sabía cómo apagarla o ignorarla. Por alguna absurda broma cósmica, estaba programada para desearlo con cada fibra de mi ser.
¿Tenía lo que hacía falta para convencerlo de que se quedara conmigo? Tenía, desde luego, lo que hacía falta para que deseara más. Era un principio.
—No me basta con esta noche —dije con calma.
—Menos mal. Solo lo he dicho para ganar tiempo y convencerte de que no te fueras.
—Y no puedes irte sin despedirte como la última vez —me giré en sus brazos—. Quiero que, cuando decidas que has tenido suficiente, me mires a los ojos y me lo digas.
Sus labios se adelgazaron, pero asintió con un gesto.
—Quiero que esto sea una monogamia.
—Por supuesto. No pienso compartirte con nadie.
—Me refiero a que tú seas monógamo —dije con sorna.
—Eso está hecho —tomó mi cara entre sus manos—. ¿Qué más?
—No tengo horario fijo y para mí lo primero es el trabajo.
—Ya encajé en tu vida antes. Puedo hacerlo otra vez.
Lo agarré por las muñecas. Podía seguir con mi lista de condiciones, pero lo que necesitaba en ese momento era poner distancia entre nosotros y ver las cosas con perspectiva. Necesitaba tiempo para recapitular, para recuperar el aliento y despejar mi cabeza. Luego tal vez podría descubrir cuál era el paso siguiente.
—Quiero que cierres el maldito grifo y que me lleves a cenar. Tengo hambre.
Se rio, pero su risa sonó forzada.
—El sexo siempre te daba hambre. ¿Podemos ducharnos primero?
—No —me incliné hacia delante—. Quiero sentir mi olor en tu piel durante las próximas horas.
Gruñó.
—Quieres castigarme.
—Sí —reconocí—. Eso también.
Nico me lanzó una mirada sagaz cuando volvimos al Rossi. Yo le saqué la lengua.
Nos sentamos a una mesa y pedimos vino shiraz. Yo me decanté por la lasaña y Jax por el pollo alla cacciatora. Mientras comíamos estuve observándolo, admirada por el resplandor dorado en el que lo envolvía la pequeña vela que había sobre la mesa. Parecía menos duro, más relajado, incluso más guapo aunque ello pareciera imposible.
Mostraba el aspecto de un hombre que ha follado bien, de un hombre saciado y que sin embargo espera nuevos placeres. Me encantaba ser la responsable de que tuviera aquel aspecto, pero por otro lado lo odiaba. Porque no solo estaba en peligro por las cosas que me decía, sino que todo en él me volvía vulnerable. El efecto que surtía sobre mí se debía en gran medida al que yo surtía sobre él.
Lo hacía feliz. Hacía que se sintiera colmado. Y resultaba difícil no sentir que eso me convertía en alguien especial aunque supiera que no era así.
—Entonces, Regina es tu madrastra, ¿no? —pregunté para pensar en otra cosa.
—Sí —se quedó mirando su copa de vino.
—¿Cómo fue? —¿sacaría él el tema de Ian?
—Mi madre murió hace diez años.
—Ah —me alarmé al ver que de pronto se volvía taciturno: había tocado una fibra sensible—. Lo siento, Jax, no lo sabía.
—Más lo siento yo —masculló antes de beberse en tres tragos la copa casi llena. Volvió a llenarla y me miró—. Tu madre tiene un aspecto estupendo.
Asentí.
—Es feliz. A sus hijos les va bien, el negocio marcha y está a punto de ser abuela.
—¿Cómo afronta Angelo su paternidad inminente?
—Bien. Ha tenido que posponer sus planes de abrir otro restaurante, pero seguramente es lo mejor. Denise, su mujer, montó un negocio hace poco, así que creo que sería demasiada tensión para ellos, tendrían que hacer malabarismos para ocuparse de los dos negocios y del bebé.
—¿Ella te cae bien? —preguntó mientras acariciaba con los dedos el pie de la copa, arriba y abajo.
—Mucho, sí. Es genial —miré hacia la mesa más cercana a la nuestra, una familia cuyos cuatro miembros comentaban con entusiasmo lo buena que estaba la comida—. Anoche me pareció ver a Allison en la fiesta. ¿Qué tal les va a Ted y a ella?
La verdad es que me importaban muy poco el primo de Jax y su maliciosa mujer, pero al hablar de su madre me había dado cuenta de que él sabía más de mí que yo de él. Aparte de los miembros de su familia que solían salir en las noticias porque se dedicaban a la política, solo conocía a Allison.
—Son una pareja sólida —tomó otro trago—. Allison es lo que necesita Ted si quiere presentarse a alcalde en las próximas elecciones.
—Me alegro de que esté ahí para apoyarlo.
Soltó un bufido.
—Apenas se hablan, pero ella sabe desenvolverse con la prensa y tiene un papel muy activo en la planificación de su campaña. Ted eligió bien. Allison encaja con él del mismo modo que Regina encaja con mi padre.
—Pensaba que lo del matrimonio de conveniencia en política era un estereotipo de Hollywood.
—No —alargó el brazo y me acarició la mano—. Hay que ser pragmático en cuanto a las relaciones de pareja. Los matrimonios por amor nunca salen bien. Mis padres se casaron por amor y se hicieron muy infelices el uno al otro. En cambio papá y Regina… Se entienden bien. Ella conoce las reglas del juego.
—Tu padre parece quererla de verdad.
—Después de lo que sufrió con mi madre, debe de parecerle un regalo del cielo —bebió otro trago y se echó hacia atrás cuando nos sirvieron la comida.
Su cambio de humor fue otro aviso. Hablar de su madre no parecía sentarle bien. Tendría que tener cuidado cuando le hablara de aquel tema.
—Los presentó Ian, ¿no?
—Lo cual fue toda una suerte para él, ¿no crees? —dijo con cierta acritud.
—¿Porque le pidió a tu padre que le devolviera el favor y consiguió que lo ayudaras? Tú no puedes salvar a Ian, Jax.
—No me han pedido que lo salve —se encogió de hombros con una mirada dura—. Solo tengo que mantener a raya a Lei Yeung. Y eso puedo hacerlo.
Nico se acercó con un plato de pasta humeante en la mano.
—¿Os importa que me siente con vosotros?
Jax empujó con el pie la silla que había frente a él.
—Cuantos más Rossi, más alegría.
Por desgracia los Rutledge cuantos más eran, más miedo daban. Y eso había hecho a Jax como era.
Estuve un rato dándole vueltas al asunto mientras Jax y Nico charlaban tranquilamente, y me acordé de lo bien que había encajado Jax en mi vida… y de lo incómoda que me sentía yo en la suya.