Capítulo
6

«No desaparezcas. Tenemos que volver a vernos».

Las últimas palabras que me había dicho Jax, que me había susurrado al oído al despedirnos, me obsesionaron durante el vuelo de regreso a Nueva York.

Si me liaba con él saldría malparada porque me haría ilusiones. Yo quería algo más. Pero ¿qué alternativa tenía? Tenía que saber qué había salido mal años antes y por qué seguía refrenándose. Siempre había creído que era por mí, por quién era, por mis orígenes, porque no encajaba con cómo era él y con lo que quería a largo plazo.

Miré a Lei, que estaba sentada frente a mí en el avión. Abrió su bolso y sacó una hoja de papel doblada. Me la pasó y la alisé sobre la mesita que había entre nosotras. Leí el primer párrafo, eché un vistazo a la parte de abajo para ver quién lo firmaba y levanté la cabeza.

—Dios mío… ¿Has conseguido que Chad firme?

—Es un acuerdo preliminar —explicó—, a condición de que Isabelle e Inez acepten el trato y de que tú te encargues de la supervisión del primer restaurante. Pero lo tenemos en el bote.

—Caramba —doblé cuidadosamente el papel mientras pensaba que acababan de asignarme una enorme responsabilidad—. No puedo creer que llevaras esto encima. ¿Sabías que Chad estaría en la fiesta?

—Lo sospechaba, conociendo a Ian.

Le devolví el acuerdo.

—Rutledge ha cuidado de ti esta noche —comentó—. Ian ha intentado arrojarte a los lobos, pero Jackson se lo ha impedido manteniéndose a tu lado.

Y había querido acercarse aún más a mí.

Hice caso omiso de la pregunta tácita de Lei. No quería hablarle de algo tan íntimo.

—Por cierto, Parker Rutledge me ha explicado la relación que hay entre ellos. Ian fue quien le presentó a la actual señora Rutledge.

—¿Ah, sí? —Lei levantó sus cejas elegantemente perfiladas—. Entonces es muy probable que Ian conozca íntimamente a Regina Rutledge.

—¿Bromeas?

—Me temo que no.

—De acuerdo —incliné la cabeza contra el asiento.

—Vamos a intentar disfrutar del fin de semana. Apaga el teléfono, olvídate del trabajo, recarga las pilas. El lunes empezaremos con renovadas energías.

Me pareció perfecto.

—Por mí estupendo, pero dejaré el teléfono encendido por si me necesitas.

Sonrió.

—No voy a necesitarte, te lo prometo. Este fin de semana tengo una cita.

—¿Todo el fin de semana?

—Me iba haciendo falta.

Me reí. Llevaba un año trabajando con Lei y, que yo supiera, durante ese año no había tenido ni una sola cita. Sí, ya iba siendo hora de que pasara un buen rato. Y yo también.

—Que lo disfrutes.

Me lanzó una mirada.

—Eso pienso hacer.

Cuando llegué a casa, eran más de las dos de la madrugada y estaban todos durmiendo. Entré de descalza en mi cuarto para no hacer ruido, ansiosa por quitarme la ropa y el maquillaje.

Me disponía a bajarme la cremallera escondida a un lado del vestido cuando me vi en las puertas de espejo del armario. Me detuve y me eché un largo vistazo.

¿Se sentía Jax atraído por la refinada mujer de negocios en la que me había convertido de un modo muy distinto a la atracción que había sentido por la chica de años atrás? ¿Y qué sentía yo al respecto?

—Dios —me senté en el borde de la cama y deseé que hubiera alguien despierto con quien hablar. Si Nico viviera allí, seguro que habría estado levantado. Era muy trasnochador.

Agarré impulsivamente el teléfono de mi mesilla de noche y marqué su número. Sonó tres veces antes de que contestara.

—Hola —dijo—. Más vale que sea algo importante.

Di un respingo al oír su tono irritado y algo jadeante y sospeché que estaba pasando la noche con alguien y que les había interrumpido.

—Hola, Nico. Perdona, mañana te llamo.

—Gianna —soltó un fuerte suspiro y oí ruido de sábanas—. ¿Qué ocurre?

—Nada. Mañana hablamos. Adiós.

—¡No me cuelgues! —gritó—. Querías hablar conmigo, pues aquí me tienes. Suelta lo que sea.

Colgué, pensando que cuanto antes lo dejara en paz, antes volvería a ponerse con lo que estaba haciendo.

Medio segundo después comenzó a sonar el teléfono. Contesté enseguida para que no despertara a toda la casa.

—Vamos, Nico. No pasa nada. Siento haberte llamado a estas horas.

—Gianna, si no empiezas a hablar ahora mismo, me voy para allá para darte una patada en el culo. ¿Es por Jackson?

Suspiré. Debería haber imaginado que se lo diría alguien.

—Tengo el fin de semana libre. He pensado que a lo mejor podía ir a verte. Darte la paliza. Ponerme un poco pesada. O un mucho.

—¿Ahora mismo?

La verdad es que se me había pasado por la cabeza, pero…

—No, mañana.

—Tonterías. Tú no llamas a las dos de la madrugada para decirme que quieres pasarte por aquí mañana.

—Estás ocupado.

—Cuando llegues, ya no lo estaré —bajó la voz—. ¿Tienes coche para venir?

—Nico…

—Voy a llamar a un taxi para que pase a recogerte.

Cerré los ojos, agradecida y más convencida que nunca de que me sentaría bien hablar con él. Hacía un par de semanas que no nos veíamos. Demasiado tiempo.

—Tengo que ducharme y cambiarme.

—Media hora. Nos vemos cuando llegues —colgó.

Dejé el teléfono en su sitio y corrí a prepararme.

Eran poco más de las cuatro cuando llegué al edificio de apartamentos de Nico. Mi hermano me había llamado hacía un par de minutos para saber a qué hora llegaría y estaba esperándome en la acera cuando el taxi se detuvo. En chándal y con una sombra de barba en la mandíbula, parecía un poco peligroso, con ese aire de chico malo que atraía tanto a las mujeres.

Dios sabía que a mí también me ponían a cien las cualidades de macho alfa de Jax.

—Hola —dijo. Recogió mi mochila, que el taxista había sacado del coche, y le pagó. Me pasó el brazo por los hombros y me llevó hacia su casa—. Me alegro de verte.

—No, claro que no te alegras —le di un golpe en la cadera con la mía y tropezamos los dos—. Siento haberte estropeado la noche.

—Yo me he corrido y ella también —sonrió—. Así que no pasa nada.

—Qué asco. No me cuentes esas cosas —era un bromista, siempre lo había sido—. ¿Es alguien especial?

—No, nada serio. Ahora mismo no tengo tiempo para tener pareja. Estoy muy liado con el restaurante.

Me soltó para abrir el portal y me condujo a través del patio interior. Yo había estado en su edificio otra vez, cuando lo había ayudado con la mudanza, pero de noche parecía distinto. Demasiado tranquilo e impersonal. Me pregunté si se sentía solo sin el resto de la familia. Me entristeció pensar en ello.

—Ojalá tuvieras a alguien que cuidara de ti —dije.

—Lo mismo digo —replicó, devolviéndome el comentario. Se le daba de maravilla.

Subimos por la escalera exterior hasta su apartamento. Una vez dentro, vi que no había cambiado casi nada desde que se había mudado. Era el típico piso de soltero: poca decoración y todo elegido por su comodidad más que por su estética.

Una gran televisión de pantalla plana dominaba el cuarto de estar, que tenía un sofá de cuero y un sillón de cuero negro, una mesa baja y una mesita con una lata de refresco abierta encima. La habitación estaba a oscuras, pero la luz que entraba de la cocina diáfana y por la puerta entornada del dormitorio se esforzaba valientemente por compensar la falta de lámparas de pie o mesa.

—Así que Jax ha vuelto —comentó, mirándome cuando me dejé caer en el sofá—. Vincent me debe cien pavos.

—¿Bromeas? —le habría tirado un cojín si hubiera tenido alguno—. ¿Hicisteis una apuesta sobre Jax?

—No, sobre ti —se sentó en el sillón y dejó mi mochila en el suelo, a sus pies—. Estaba loco por ti, lo que significaba que o te ponía un anillo en el dedo o huía despavorido. Me imaginé que huiría y que volvería cuando se le pasara un poco el miedo. Es un tío, pero es listo. La cuestión es ¿llega demasiado tarde? Supongo que no o no estarías aquí.

—Quizá solo quería verte —contesté—. Sabe Dios por qué.

—Quizá —dijo en un tono que daba a entender que lo creería cuando se helara el infierno y los cerdos volaran—. ¿Sigues enamorada de él?

Apoyé la cabeza contra el sofá y cerré mis ojos cansados.

—Sí. Maldita sea.

—¿Y él? ¿Qué es lo que quiere?

—Está confuso.

—¿Quieres que le dé una buena tunda, a ver si se aclara?

Me reí suavemente.

—Dios, cuánto te echo de menos.

Nos levantamos pasado el mediodía, salimos a comer y luego nos sentamos en el sofá y estuvimos jugando a la videoconsola hasta que me dolieron los pulgares de usar el mando. Dejé mi teléfono en el bolso, lo apagué y refrené el impulso de ir a echarle un vistazo. Les había dejado una nota a Angelo y Vincent diciéndoles dónde estaba. Y dado que Lei me había dado el fin de semana libre, no había nadie más que tuviera que llamarme antes del lunes.

Cuando llegó la hora de que Nico se marchara al restaurante, me levanté del sofá con él.

—¿Necesitas otro par de manos con el toque de los Rossi? —pregunté.

Sonrió.

—Claro. Tengo por aquí una camiseta de sobra, en algún lado.

A las siete me encontraba sirviendo mesas en el Rossi y acordándome de lo mucho que me gustaba el lado bonito del negocio. No podría dedicarme a ello a largo plazo, como mis hermanos, pero me acordé de que echar una mano de vez en cuando me sentaba de maravilla. Vestida con vaqueros y con una camiseta negra del restaurante, con el pelo recogido en una coleta, casi me pareció que estaba otra vez en el instituto. No conocía a ninguno de los clientes que entraban, pero enseguida se dieron cuenta de que era hermana de Nico, debido en gran parte a que no dejábamos de bromear el uno con el otro.

Crucé los brazos sobre la barra, me incliné hacia delante y dije en broma:

—¿Dónde están los bellinis que he pedido? Date prisa, Rossi. Deja de vaguear. Estoy esperando.

—¿La has oído? —le preguntó a la guapa pelirroja que estaba sentada delante de él—. Se la está jugando.

Sentí una sacudida eléctrica que me puso de punta el vello de la nuca un instante antes de notar una mano sobre mi cadera. Giré la cabeza…

Y vi a Jax. Me quedé mirándolo, parpadeando, alucinada al verlo en vaqueros y con una camiseta del Rossi de hacía mucho tiempo, de antes de que renováramos el logotipo. Me emocionó un poco que hubiera conservado aquel regalo. Y que lo hubiera usado, a juzgar por lo ajada que estaba la camiseta.

—Jax, ¿qué haces tú aquí?

—¿Tú qué crees? —sonrió.

«Maldita sea». Casi me derretí al ver su hoyuelo.

Me giré para mirarlo, apoyándome en la encimera con los codos y enganchando el pie en la barra de hierro dorado que había en la parte de abajo, casi pegada al suelo. Era una postura deliberadamente provocativa y conseguí la respuesta que esperaba.

Sus ojos oscuros me recorrieron de la cabeza a los pies y viceversa, y finalmente se posaron en mi boca.

—Cena conmigo.

—De acuerdo.

Levantó las cejas al oírme responder tan deprisa.

—Marchando —dijo Nico detrás de mí.

Me volví hacia él justo a tiempo de ver que saludaba a Jax con un apretón de manos y una inclinación de cabeza.

—Jackson —dijo—, justamente estaba hablando con Gianna de partirte la cara.

Jax sonrió.

—Yo también me alegro de verte, hombre.

Nico meneó un dedo señalándolo y se alejó hacia el otro extremo de la barra.

Al colocar los tres bellinis en mi bandeja, sentí que las manos de Jax se posaban suavemente en mis caderas: un gesto posesivo, no había duda. Tocó con los labios mi nuca, acariciándola.

—Te echaba de menos —murmuró.

Me tembló un poco la mano cuando puse la última copa alta y delgada en la bandeja.

—No me jodas, Jax. No tiene gracia.

—Tú también me echabas de menos.

—Sí. Pero apártate —levanté la bandeja y me dirigí a la mesa que esperaba el pedido—. Vamos —le dije por encima del hombro.

Dejé las copas y sonreí a las tres clientas que, evidentemente, estaban disfrutando de su noche solo para chicas. Miraron a Jax, que se apoyó contra el extremo del reservado con los brazos cruzados sin dejar de mirarme mientras me inclinaba para servir.

—¿Le estás enseñando? —preguntó la morena, sonriendo a Jax.

—Lo intenté —respondí—. Y fracasé estrepitosamente.

—Le he pedido que vuelva a intentarlo —les guiñó un ojo. Hizo mal, porque las tres mujeres se pusieron como locas, y yo también.

—Dale una oportunidad, chica —me animó la rubia—. Intentarlo también tiene su gracia.

Cuando me alejé, estaban riendo y charlando con Jax, que se quedó un rato con ellas mientras yo iba a la barra a dejar la bandeja vacía.

—¿Estás bien? —preguntó Nico, saliéndome al paso.

—Sí —cuadré los hombros y decidí bruscamente lo que iba a hacer. Si yo lo permitía, Jax y yo podíamos pasarnos días y días sondeándonos el uno al otro. Y no tenía paciencia para eso—. Voy a salir un rato.

Asintió con la cabeza y alargó el brazo para apretarme la mano.

—Ponte dura.

—Gracias —di media vuelta y estuve a punto de chocar con Jax, que estaba detrás de mí—. ¿Te alojas en algún sitio?

La suave ironía que reflejaba su cara se convirtió en otra cosa mucho más turbia. Y más ardiente.

—Sí, tengo una habitación.

—Voy a buscar mi bolso.

Me agarró del codo antes de que me alejara.

—Gia…

Lo miré y dejé que me observara atentamente.

Su pulgar rozó mi piel.

—No hay prisa.

—En tres días te has presentado donde estaba en tres estados distintos, ¿y ahora vas a refrenarte? ¿Lo dices en serio?

Una sonrisa curvó lentamente su boca.

—Tienes razón. Voy a por el coche.

Un BMW aerodinámico esperaba enfrente de la puerta del restaurante cuando salí. Era de alquiler, pero encajaba a la perfección con Jax. Él estaba de pie a su lado, me abrió la puerta y sus labios rozaron mi mejilla antes de que me sentara en el asiento del copiloto.

Me tocaba como si fuera una especie de adicción, como si no pudiera evitarlo.

Se sentó tras el volante. El motor cobró vida con un ronroneo y nos pusimos en marcha. Recostada en el asiento, lo miré conducir, excitada por la seguridad con que manejaba el potente coche. Agarraba el volante ligeramente, con el brazo estirado de un modo que realzaba la belleza de sus músculos cincelados. Era un hombre sensual y atrayente de por sí y yo, que estaba locamente enamorada de él, era capaz de adorar cualquier cosa que hiciera, por corriente que fuese.

Lo cual no era justo, me dije. Nunca me había percatado de sus defectos, aunque sin duda los tenía. Nunca había pensado que podía tener dificultades, que tal vez hubiera en su vida circunstancias y personas que podían tirar de él en direcciones opuestas y alejarlo de mí. Nunca había escarbado más allá de la superficie.

Estiré el brazo, puse la mano sobre su muslo y sentí un cosquilleo en la palma cuando sus duros músculos reaccionaron a mi contacto. Cambió la mano con la que sujetaba el volante para poder posarla sobre la mía. Sentí su piel cálida y seca.

Me miró.

—¿Estás nerviosa?

—No —un poco preocupada, sí, pero no nerviosa—. Te deseo.

Asintió con un gesto y aceleró.

No dijimos nada durante el resto del trayecto hasta su hotel, ni cuando llegamos. Aparcó y entramos en un patio central por una puerta lateral que se accionaba mediante una tarjeta. Entramos en el ascensor para subir a su habitación y nos quedamos cada uno a un lado del habitáculo, mirándonos fijamente mientras pasaban los segundos.

La tensión era tan palpable que me costaba respirar, entreabrí los labios para respirar y casi me salió un jadeo. Sentía el deseo que irradiaba de él, notaba el ansia que tensaba sus músculos y le hacía estar atento a cada reacción de mi cuerpo. Ya estaba excitado, su polla se apretaba contra la bragueta de sus vaqueros.

Y yo estaba mojada y lista, sentía una especie de pálpito entre las piernas y notaba los pechos cargados. Tenía los pezones tan fruncidos que me dolían, como si se estiraran sin ningún pudor hacia él.

Jax tenía la mirada fija en mis pechos, me acariciaba con ella. Se pasó la lengua por el labio inferior, prometiendo a las claras lo que me haría en cuanto estuviéramos a solas.

El ascensor anunció con un tintineo que habíamos llegado a su piso y Jax se acercó a mí, me agarró de la mano y salió tirando de mí. Después de recorrer un largo pasillo, abrió la puerta de una suite y se abalanzó sobre mí, agarrándome tan fuerte que mis pies se despegaron del suelo. Solté mi bolso y me aferré a él.

Buscó mi boca en cuanto se cerró la puerta, me rodeó la cintura con el brazo y metió la otra mano entre mi pelo, quitándome la goma de la coleta. La delicadeza que había demostrado la noche anterior había desaparecido y en su lugar solo quedaba un ansia animal. Deslizó los labios sobre los míos, hundió rítmicamente la lengua en mi boca y me apretó contra su cuerpo fornido.

Le rodeé la delgada cintura con las piernas, apreté sus hombros y moví las caderas para frotar mi sexo contra el rígido bulto de su erección. Gemí, enloquecida por la presión. Las capas de ropa que nos separaban eran demasiado gruesas para que me aliviara.

—Jax —jadeé junto a su boca.

—Aguanta —gruñó, apretándome contra la puerta.

Estiré las piernas y las manos fueron a la bragueta de mis vaqueros. Abrí el botón y le bajé la cremallera luchando contra él, que estaba subiéndome la camiseta.

Tocó mis pechos y los estrujó por encima del fino raso de mi sujetador. Sofoqué un grito, sorprendida por la caricia.

—Dios mío, eres preciosa —susurró mientras rodeaba con los pulgares las puntas endurecidas de mis pezones.

Apoyé la cabeza contra la puerta. Mis pulmones se esforzaban por tomar aire.

Bajó la cabeza morena y lamió mi piel a través del sujetador. Sus labios envolvieron mi pezón. Chupó con fuerza y me retorcí, agarrándome a la puerta, a mi espalda.

—Date prisa, Jax. ¡Maldita sea!

Su hoyuelo apareció un momento. Luego volvió a besarme y sentí su cuerpo duro contra él mío y sus manos entre los dos mientras se desabrochaba la bragueta. Acerté apenas a sacarle la cartera del bolsillo antes de que se bajara los pantalones y se los quitara. Busqué a tientas un preservativo y tiré la cartera al suelo.

Estaba abriendo el envoltorio con los dientes cuando empezó a tirarme con fuerza de los pantalones. Me tambaleé, riendo, caí sobre él y dejé que me levantara en brazos y me tumbara en el suelo.

Me quité los zapatos a puntapiés y luché con él, nuestros brazos y piernas se enredaron mientras luchábamos por quitarnos la ropa y por mantener a raya el ansia frenética que sentíamos ambos. Jax se quitó la camisa, me quitó una pernera de los vaqueros y gruñó:

—Con eso basta.

Me arrancó las bragas y siseó entre dientes cuando le puse el preservativo. Luego me separó los muslos para hundirse entre ellos.

Su primera acometida me hizo levantar la espalda del suelo.

—Gia…

Estaba increíblemente guapo con el cuello arqueado, los hombros tensos y el pecho brillante de sudor. Su pene palpitaba dentro de mí, en lo más hondo, duro y grueso. Clavé los talones en la moqueta y moví las caderas, intentando hacerle sitio dentro de mí.

—Espera, nena —jadeó, agarrándome de la cintura para que me estuviera quieta—. Estoy a punto…

—¡Jax, por favor!

Me miró con ardor, sus ojos brillaron en la penumbra de la habitación, iluminada únicamente por la luz que entraba por las ventanas.

—¿Esto es lo que quieres? —se retiró, saliéndose de mí. Y volvió a penetrarme.

—Ah, Dios —gemí, temblando—. No pares.

Entrelazó sus dedos con los míos, primero una mano y luego la otra y me puso los brazos por encima de la cabeza. Moviendo las caderas, me acarició en lo más hondo de mi ser mientras se restregaba maravillosamente contra mi sexo. A pesar de su impaciencia, una vez dentro se tomó su tiempo.

Me tocó la oreja con los labios y susurró:

—Dámelo, nena. Déjame sentirte.

Me levanté un poco, lo rodeé con mis piernas para que me penetrara por completo y llegué al orgasmo con un gemido lento y doloroso, estremeciéndome de placer mientras mi sexo se contraía en oleadas ansiosas alrededor de su miembro.

—Eso es —me dijo con voz ronca al empezar a moverse—. Dios, eres asombrosa.

Aguanté. Sus lentas embestidas me mantuvieron excitada y ansiosa. Mi sexo se tensó de nuevo, deseoso de alcanzar otro orgasmo.

—Qué dura la tienes —susurré. Me encantaba sentir la suavidad con que se deslizaba dentro de mí.

—Es por ti —me besó y apretó mis manos al tiempo que movía una y otra vez las caderas, penetrándome con largas y profundas embestidas—. Gia, nena… vas a hacer que me corra.

Aceleró el ritmo y luego se tensó y echó la cabeza hacia atrás al alcanzar el orgasmo. Lo miré asombrada mientras el placer estremecía su poderoso cuerpo. Murmuró mi nombre con los ojos cerrados y el cuello tenso, en un orgasmo tan intenso que mi deseo se disparó de nuevo.

Volviendo la cabeza, hundí los dientes en su brazo y sofoqué mis gemidos cuando aquella ansia se agudizó dolorosamente y luego remitió hasta convertirse en un latido ardiente y dulce.

—Gia… —me agarró con fuerza y frotó su cara sudorosa contra la mía.

Envuelta en sus brazos, llena de él, aflojé los dientes y apliqué los labios a la marca del mordisco. Y deseé que fuera así de fácil marcarlo a fuego para que todos supieran que era mío.