Capítulo
2

Un año después

Dios mío, esta emoción… —dijo Lei mientras daba golpecitos con los pies por debajo de la mesa—. Nunca me canso de ella.

Sonreí. En los meses que llevábamos trabajando juntas, me había picado el mismo gusanillo que a ella. Habíamos vivido muchos momentos de euforia, pero ese día (una tarde despejada de finales de septiembre) era especial. Tras meses de negociaciones y tiras y aflojas, estábamos a punto de cerrar un acuerdo que dejaría a Ian Pembry sin dos de sus grandes estrellas. Una revancha por lo que le había hecho a Lei hacía años y todo un tanto para nosotras.

Lei se había vestido especialmente para la ocasión y yo también. Iba toda de rojo, con un vestido vintage de Diane von Fürstenberg que, conjuntado con botas negras, le daba un aspecto sexy y enérgico. Yo estrenaba un blusón de la colección de otoño de Donna Karan y los pantalones de pitillo que iban a juego con él. El conjunto era elegante y sofisticado y reflejaba un nuevo yo, una Gianna que había cambiado una barbaridad durante el año anterior.

Ansiosa por rematar aquel asunto, miré hacia la puerta del bar del hotel y sentí un subidón de adrenalina al ver aparecer a los mellizos Williams. Los hermanos, chico y chica, formaban una pareja espectacular con su pelo castaño rojizo y sus ojos de color verde jade. En la cocina formaban un gran equipo: se habían labrado un nombre con su cocina sureña renovada con ingredientes de gourmet. La imagen que proyectaban les servía para vender libros de lujo y condimentos en latitas monísimas, pero la verdad no era tan bonita. Entre bambalinas, se odiaban.

Y ese había sido el error fatal que había cometido Pembry con su dúo dinámico: les había dicho que se aguantaran y procuraran llevarse bien porque, gracias a la historia de su éxito, estaban ganando millones. Lei les había ofrecido lo que de verdad querían: la oportunidad de separarse y de brillar con luz propia mientras seguían sacando partido a su supuesta rivalidad de mentirijillas. Tenía previsto construir una cadena de restaurantes con cocinas enfrentadas en los casinos y hoteles Mondego, de fama mundial.

—Chad, Stacy —los saludó Lei mientras nos poníamos las dos en pie—. Estáis guapísimos.

Chad se acercó y me dio un beso en la mejilla antes siquiera de saludar a Lei. Llevaba una temporada tonteando conmigo y aquello se había convertido en parte de nuestras negociaciones con él.

Reconozco que de vez en cuando me había tentado ir un paso más allá, pero me contenía por miedo a que su hermana se lo tomara a mal y quisiera vengarse. Chad no era un santo, ni mucho menos, y tenía además una ambición feroz. Pero Stacy era una verdadera arpía y me odiaba incluso más que a su hermano. A pesar de mis intentos de congraciarme con ella, le había caído mal desde el primer momento y eso había obstaculizado seriamente todo el proceso.

Yo sospechaba que se acostaba con Ian Pembry (o que se había acostado con él en algún momento) y que estaba loca por él. Imaginaba que por eso también le caía mal Lei, pero quizá fuera una de esas mujeres que odiaban a todas sus congéneres.

—Espero que vuestras habitaciones sean cómodas —comenté, sabiendo perfectamente que lo eran. El Four Seasons no tenía cinco estrellas porque sí.

Stacy se encogió de hombros y su lustroso pelo se deslizó sobre su hombro. Tenía cara de ángel, muy blanca y con unas pecas adorables. Resultaba chocante que alguien con un aspecto tan dulce e inocente, con aquel acento sureño tan meloso, pudiera ser una bruja furibunda.

—Están bien.

Chad puso cara de fastidio y me acercó mi silla para que volviera a sentarme.

—Son estupendas. He dormido como un tronco.

—Yo no —replicó su hermana con aspereza al sentarse elegantemente en su silla—. Ian no ha parado de llamar. Se huele que pasa algo.

Miró de reojo a Lei como si calibrara el impacto de sus palabras.

—Claro que se lo huele —convino Lei sin alterarse—. Es un hombre inteligente. Por eso me sorprende que no se haya esforzado más por teneros contentos. Ian suele ser más listo.

Stacy hizo un mohín. Chad me guiñó un ojo. Normalmente no me gustaban los guiños, pero en su caso sí. Era tan sexy que eso bastaba para templar un poco su encanto campechano. Tenía algo que le hacía pensar a una que era capaz de darte una azotaina con una espumadera con la misma habilidad con que cocinaba con ella.

—Ian ha hecho mucho por nosotros —replicó Stacy—. Me siento una traidora.

—Pues no deberías. Todavía no habéis firmado nada —dije, consciente de que la psicología inversa funcionaba mejor con alguien tan hostil como ella—. Si crees que tienes más potencial como parte de los hermanos Williams que como Stacy Williams, deberías hacer caso a tu intuición. A fin de cuentas, gracias a ella estás aquí.

Vi por el rabillo del ojo que Lei disimulaba una sonrisa. Me hizo mucha ilusión que estuviera contenta, porque era ella quien me había enseñado casi todo lo que sabía sobre cómo pastorear egos para llevarlos adonde queríamos.

—No seas cretina, Stacy —masculló Chad—. Tú sabes que este negocio es una oportunidad de primera para nosotros.

—Sí, pero puede que no sea la única —replicó su hermana—. Ian dice que tenemos que darle otra oportunidad.

—¿Se lo has dicho? —saltó su hermano con el ceño fruncido—. ¡Por amor de Dios, no tenías derecho a decidirlo tú sola! ¡También se trata de mi carrera!

Miré preocupada a Lei, pero se limitó a sacudir casi imperceptiblemente la cabeza. Yo no podía creer que estuviera tan tranquila, teniendo en cuenta que aquel trato igualaría por fin el marcador entre ella y su archienemigo y antes mentor.

Los restaurantes hollywoodienses que Ian había montado a sus espaldas se habían hundido en cuanto los famosos que habían invertido en ellos se cansaron de la novedad y se fueron en busca de otras formas de desgravar impuestos a las que no tuvieran que prestar su imagen. Además, dos de sus cocineros estrella habían vuelto a sus países, de modo que la empresa había pasado a depender en gran medida de los hermanos Williams.

—El acuerdo con los casinos Mondego es exclusivo de Savor, desde luego —comentó Lei—. ¿Qué os ofrece Ian?

¿Qué demonios había salido mal? Miré a los dos hermanos y luego a mi jefa. Tenía los contratos en mi maletín, debajo de la mesa. Estábamos en la recta final y de pronto las cosas se torcían.

Más tarde me daría cuenta de a qué se debía exactamente el estremecimiento que recorrió mi piel. En aquel momento, pensé que era un mal presentimiento, que me instinto me avisaba de que el trato se había ido al garete mucho antes de que nos sentáramos a la mesa.

Entonces lo vi.

Me quedé paralizada, como si el depredador no pudiera verme si no me movía. Entró en el bar con un paso tan sexy que cerré los puños por debajo del mantel. Tenía unos andares ágiles, suaves, decididos. Pero también parecían lanzar señales al cerebro femenino, como si le advirtiera de que entre aquellas piernas largas y fuertes había un paquete que era puro fuego, y que sabía cómo usarlo.

Y ya lo creo que sabía, ¡ay, Dios!

Vestido con un jersey gris de cuello de pico y pantalones de vestir de un tono más oscuro, parecía un triunfador en su día libre, pero yo sabía que no era así. Jackson Rutledge nunca se tomaba un día libre. Trabajaba a lo bestia, jugaba a lo bestia, follaba a lo bestia.

Me temblaba la mano cuando agarré mi vaso de agua, rezando por que no se diera cuenta de que era la chica que en otro tiempo se había enamorado perdidamente de él. No parecía la misma. No era la misma.

Jax también estaba cambiado. Más delgado. Más fibroso. Sus pómulos y el ángulo de su mandíbula parecían más afilados que antes, y quizá por ello estaba aún más guapo. Al verlo respiré hondo, temblorosa. Reaccioné a su presencia como si me hubieran golpeado físicamente.

Ni siquiera me di cuenta de que Ian Pembry caminaba a su lado hasta que se detuvieron ante nuestra mesa.

—¿Qué probabilidades hay de que Jackson Rutledge sea familia del senador Rutledge? —preguntó Lei con sedosa ecuanimidad cuando montamos en el asiento de atrás de su coche—. ¿O con cualquiera de los Rutledge?

Su chófer se alejó de la acera y yo me puse a toquetear la pantalla de mi tableta solo para no tener que mirarla a los ojos. Me daba miedo revelar demasiado, que con su perspicacia habitual se diera cuenta de que estaba como un flan.

—El cien por cien —contesté con los ojos fijos en la pantalla, en la que aparecía la preciosa cara que había esperado no volver a ver nunca más—. Jackson y el senador son hermanos.

—¿Qué demonios hace Ian con un Rutledge?

Yo me había estado preguntando lo mismo mientras el acuerdo que tanto me había esforzado por conseguir se desmoronaba delante de mis narices. Habíamos llegado con los contratos listos y el boli en la mano y nos íbamos con las manos vacías. Por desgracia, había perdido el hilo de la conversación en cuanto Jax había permitido que Stacy le diera un fogoso beso en la mejilla. El rugido de la sangre en mis oídos había ahogado cualquier otro sonido.

Las uñas pintadas de rojo de Lei tamborilearon suavemente sobre el tirador forrado de la puerta. Manhattan se extendía a nuestro alrededor, con sus calles atestadas de coches y sus aceras llenas de gente. El vapor que surgía de las profundidades del metro se elevaba sinuosamente mientras las sombras se precipitaban sobre nosotras desde lo alto y los altísimos rascacielos mantenían el sol a raya, tapando su luz.

—No sé —contesté, un poco intimidada por la energía que irradiaba Lei, la de una tigresa que hubiera salido de caza.

¿Sabía Jackson dónde se había metido al cruzarse en el camino de Lei?

—Jackson es el único de los hermanos Rutledge que no se dedica a la política —añadí—. Es el director de Rutledge Capital, una empresa de capital de riesgo.

—¿Está casado? ¿Tiene hijos?

Odiaba saber la respuesta a esa pregunta sin necesidad de mirarlo.

—No. Pero liga un montón. En público prefiere las rubias muy pijitas, pero no rechaza echar un polvo con alguien más… exuberante.

No pude evitar acordarme de cómo me había descrito una vez Allison Kelsey, la prima política de Jax.

—Tú eres muy exuberante, Gianna —me había dicho—. Y a los tíos les gusta follarse a tías así. Hace que se sientan como si estuvieran tirándose a una actriz porno. Pero eso es también lo que les echa para atrás. Disfrútalo mientras dure.

La voz melodiosa y las palabras crueles de Allison resonaron en mi cabeza, recordándome por qué me había alisado mi pelo rizado natural y por qué había dejado de llevar uñas postizas con manicura francesa, que habían hecho que me sintiera más sexy. Con mis grandes tetas y mi generoso trasero no podía hacer nada, eso era cuestión de genes, pero en lo demás había procurado ser más discreta: quería dejar de ser «exuberante» y convertirme en una mujer sofisticada y elegante.

Lei me miró fijamente.

—¿Eso lo has averiguado mirando cinco minutos en Internet?

—No —suspiré—. Lo sé porque estuvimos enrollados cinco semanas.

—Ah —sus ojos brillaron con avidez—. Así que es él. Bien, esto se pone interesante.

Durante el resto del trayecto hasta la oficina, me preparé para que me dijera que mi conflicto de intereses suponía un problema. Busqué atropelladamente un modo de quitarle importancia.

—No fue nada serio —le dije mientras subíamos en el ascensor. «Por lo menos, para él»—. Fue más bien un ligue de una noche que duró más de la cuenta. Creo que ni siquiera me ha reconocido.

Y me había dolido un montón. Ni siquiera me había mirado.

—Tú no eres una mujer fácil de olvidar, Gianna —Lei pareció pensativa—. Creo que podemos solucionar esto, pero ¿estás preparada para ello? Si va a afectarte demasiado, tenemos que hablarlo ahora. No quiero que te sientas incómoda. Ni poner en peligro el acuerdo.

Sentí el impulso de mentirle. Deseé que Jax hubiera significado tan poco para mí como yo para él. Pero respetaba demasiado a Lei y mi trabajo para no decirle la verdad.

—No me es indiferente.

Asintió con la cabeza.

—Ya lo veo. Me alegro de que seas sincera. De momento, vas a seguir ocupándote de esto. Así Rutledge estará más inquieto y eso nos conviene. Además, te necesito cerca para tratar con Chad Williams. Le gusta hacer negocios contigo.

Suspiré aliviada. Lei se equivocaba respecto a Jax, pero no iba a lanzar piedras sobre mi propio tejado diciéndoselo.

—Gracias.

Salimos en nuestro piso y cruzamos las puertas de cristal. LaConnie, la recepcionista, me miró levantando las cejas. Estaba claro que había captado nuestras malas vibraciones. Deberíamos haber vuelto eufóricas, no enfurruñadas.

—¿Tienes idea de a qué se debe ese interés tan repentino de Rutledge por el sector de la restauración? —preguntó Lei, volviendo a su pregunta anterior mientras nos dirigíamos a su despacho.

—Si tuviera que aventurar una respuesta, diría que alguno de los Rutledge le debía un favor a Pembry —así era como funcionaba la familia Rutledge. Trabajaban en equipo, unidos como una piña, y aunque Jax no se dedicaba a la política era uno de los suyos.

Lei fue derecha a su mesa y se sentó.

—Tenemos que averiguar qué as guarda en la manga.

Oí una nota de irritación en su voz y comprendí a qué se debía. Ian Pembry llevaba muchos años poniéndole la zancadilla. Ella, por su parte, había esperado su oportunidad. Se había armado de paciencia y, ella misma lo reconocía, eso la había hecho mejorar como empresaria. Estaba decidida a demostrarle que había aprendido de su ejemplo, que ella también sabía jugar una mala pasada, y yo estaba decidida a ayudarla.

—Está bien —yo sabía hasta cierto punto cómo se sentía. Todavía me enfadaba conmigo misma por haberme acostado con Jax. Había sabido desde el principio quién era, conocía su reputación y sin embargo me había creído lo bastante sofisticada para mantener una relación con él.

Y lo que era peor aún: me había engañado a mí misma pensando que le importaba. Él vivía en Washington; yo, en Las Vegas. Durante algo más de un mes, había tomado un avión para ir a verme todos los fines de semana y de vez en cuando también entre semana. Yo me decía a mí misma que un tío tan guapo y tan sexy como Jax no se tomaría tantas molestias ni se gastaría tanto dinero por un simple ligue pasajero.

Pero no había tenido en cuenta lo rico que era. Tan rico que le parecía divertido cruzarse el país en avión para echar un polvo, y tan precavido que consideraba conveniente que su amante, aquella chica tan poco presentable, estuviera bien lejos de los medios de comunicación y de su familia.

El teléfono de mi mesa comenzó a sonar y salí corriendo del despacho de Lei para contestar. Mi puesto estaba justo al otro lado de su puerta, lo que me convertía en la última barrera a la que se enfrentaban las visitas antes de que Lei les concediera una audiencia.

—Gianna —la voz de LaConnie sonó crispada y rápida a través del teléfono—. Jackson Rutledge está en el vestíbulo. Quiere ver a Lei.

Me dio un vuelco el corazón al oír su nombre, y me odié a mí misma por ello.

—¿Está aquí?

—Eso he dicho —bromeó ella.

—Dile que suba. Saldré dentro de un minuto para llevarlo a la sala de reuniones —colgué cuidadosamente el teléfono y volví al despacho de Lei—. Rutledge está a punto de llegar a recepción.

Levantó las cejas.

—¿Ian viene con él?

—LaConnie no me ha dicho nada.

—Qué interesante —miró el reloj con incrustaciones de diamante que llevaba en la muñeca—. Son casi las cinco. Puedes quedarte a la reunión o irte, como quieras.

Sabía que seguramente debía quedarme. Ya tenía la impresión de haber empezado a perder terreno por haber perdido los nervios en el Four Seasons. La súbita aparición de Jax me había dejado tan noqueada que no me había dado cuenta de hasta qué punto había cambiado la situación con los hermanos Williams. Por desgracia, ahora no me encontraba mucho mejor.

—En vez de quedarme, quizá debería aprovechar para hablar con Chad —sugerí—. Sondearlo, a ver qué opina de esto. Sé que queríamos tenerlos a los dos, pero, aunque solo consigamos a uno, será un revés muy duro para Pembry.

—Buena idea —Lei sonrió—. Además, conviene que Rutledge y yo nos conozcamos mejor, ¿no crees? Si Ian le ha hecho creer que soy una presa fácil, prefiero sacarle de su error cuanto antes.

Casi sonreí al pensar en que Jax y Lei llegaran a enfrentarse. Jax estaba demasiado acostumbrado a que las mujeres se pirraran por él, tanto por su físico como por el nombre de su familia, que era lo más parecido a la realeza que había en Estados Unidos.

—Haré algunas averiguaciones después de hablar con Chad —salí del despacho caminando hacia atrás—, a ver si consigo descubrir qué tiene que ver Pembry con los Rutledge.

—Bien —juntó los dedos y apoyó la barbilla sobre sus puntas mientras me observaba—. Perdona que te lo pregunte, Gianna, pero… ¿querías a Jackson?

—Creía que nos queríamos mutuamente.

Suspiró.

—Ojalá las mujeres no tuviéramos que aprender esa lección por las malas.