Capítulo
10

Se guardó las bragas en el bolsillo y se acercó a mí, olvidándose del vino sin abrir.

Tomó mi cara entre las manos. Bajó la cabeza y me besó con dulzura. Deslizó las manos hasta mis hombros y luego por mi espalda, bajándome hábilmente la cremallera del vestido.

Yo empecé a aflojar el nudo de su corbata y dejé que mi rabia bullera y se mezclara con mi deseo para convertirse en una pasión furiosa. Me concentré en él. En nosotros. En el tacto de su piel, en aquel delicioso olor que era solo suyo, en cómo se hacía más profunda su respiración y cómo se aceleraba su corazón a medida que el ansia crecía entre nosotros.

Con otros hombres nunca me fijaba en aquellas cosas, lo cual me hacía mucho más difícil aceptar que tal vez Jax y yo no estábamos hechos el uno para el otro.

—¿Tenías esta casa cuando viniste conmigo al Rossi? —pregunté.

Durante aquel viaje nos habíamos alojado en un hotel. Si tenía ya un apartamento en la ciudad en aquella época, ello arrojaba nueva luz sobre sus sentimientos hacia mí. A fin de cuentas, ¿hasta qué punto le importaba yo si prefería que folláramos en un hotel a que folláramos en su propia cama?

—No. La compré el año pasado. Gia… —allí de pie, con la camisa desabrochada y abierta y el torso dorado a la vista, su cuerpo me pareció tan bello y definido, sus ojos oscuros tan cálidos y atormentados que…

Lo agarré de la mano y salí de la cocina tirando de él. En mis venas tamborileaba la expectación junto con otra cosa más turbia. Y más perversa.

Jax agarró la sábana y tensó el estómago cuando me metí en la boca su glande esponjoso. Tenía la polla dura y gruesa y estaba tan excitado que de su abertura salió una gota de semen que se extendió por mi lengua. Le agarré por la base y lo masturbé con las manos y la boca mientras disfrutaba de los gemidos y las maldiciones que soltaba.

—Dios mío —jadeó cuando deslicé la lengua por una vena gruesa y palpitante. Pasé los labios entreabiertos arriba y abajo por un lado de su polla, provocándolo para mantenerlo en tensión, para empujarlo hasta el punto de no retorno.

—No juegues conmigo, Gia —gruñó—. Chúpamela o fóllame, pero haz que me corra.

Sonreí, fijando la mirada en los músculos tensos de su abdomen. Su piel sudorosa brillaba, tenía la cara enrojecida y los ojos brillantes. Mientras me miraba fijamente, me metí su polla en la boca y comencé a chuparla, introduciéndomela hasta la garganta.

—Eso es —dijo roncamente y tensó el cuello para hundir la cabeza en la almohada—. Dios, qué bien. Tu boca…

En ese momento me pertenecía. Jackson Rutledge era mío.

Metió los dedos entre mi pelo, deslizándolos por las raíces húmedas, y me apartó los mechones de la cara.

—Gia… Sigue chupándomela así, nena.

Sentí su polla palpitar contra mi lengua. Su sabor y su deseo me embriagaban. Me encantaba aquello. Me encantaba hacerle gozar hasta el punto de que su cuerpo temblara.

—Me voy a correr para ti a lo bestia… —gruñó.

Me aparté de él, me senté y me deslicé hasta el extremo de la cama.

—Gia… —me miró con los ojos entornados—. Maldita sea. Remátame.

—Es duro esforzarse tanto por conseguir algo, emocionarse, estar a punto de saborearlo y que alguien te lo quite, ¿verdad?

Gruñó y se incorporó.

—Vuelve aquí.

Sonreí y recogí su camisa del suelo.

—Creo que primero tienes que enfriarte un poco.

—Y yo creo que primero tienes que mover ese precioso culito y volver a la cama —se levantó de la cama como un sueño orgásmico hecho realidad: todo él músculos tensos y piel dorada. Tenía la polla larga y gruesa, curvada hacia arriba y tan tiesa que apenas se movió cuando se acercó a mí. Estaba perfectamente proporcionado, era virilidad pura.

Me costó horrores resistirme al impulso de volver a la cama de un salto y dejar que me follara como un loco. Intentó agarrarme y me aparté rápidamente, riendo.

Entonces sonó el timbre.

Jax no hizo caso. Siguió persiguiéndome con decisión. Yo lo esquivaba mientras intentaba ponerme las mangas de su camisa. La tela olía a él. Y eso me gustaba un montón.

—Deberías ir a abrir —le dije.

—Gia —dijo en tono de advertencia—. Si quieres estar cómoda cuando te folle, más vale que vuelvas a la cama. Si no, voy a clavártela en cualquier superficie plana.

Sonó el timbre otra vez cuando me escapé de su alcance.

—¡Están llamando!

—Eso puede esperar —se agarró la polla y comenzó a masturbarse—. Esto no.

Me moví a la izquierda y luego a la derecha, sirviéndome de las maniobras que había aprendido en las pistas de baloncesto. Me asombró que estuviera persiguiéndome desnudo y que aun así estuviera tan impresionante y tan tentador. Sus abdominales relucían de sudor; tenía una mirada ardiente y ávida y los músculos tensaban su cuerpo.

Me agarró antes de que cruzara la puerta de la habitación. Me rodeó con sus brazos, fuertes como el acero, y sentí subir y bajar su pecho contra mi espalda.

—Jax…

—Si de verdad no quieres, dilo —dijo, jadeando—. Porque si no vas a ser mía, nena.

Me impresionó la nota de desesperación que noté en su voz y de pronto sentí el deseo de darme por vencida. Que Jax me deseara era uno de los mayores alicientes de mi vida.

—¡Jackson!

Nos quedamos los dos paralizados al oír la voz de Parker Rutledge en el cuarto de estar.

—Sé que estás aquí —gritó su padre—. Tenemos que hablar, hijo.

Jax soltó una maldición. Deslizó una mano por el cuello abierto de mi camisa y agarró mi pecho ansiosamente al tiempo que me apretaba contra sí hasta que mis pies se despegaron del suelo.

—¡Dame un minuto! —gritó antes de retroceder y cerrar la puerta de una patada.

Pensé que me soltaría, pero me dio la vuelta y me besó hasta dejarme sin respiración. Con una mano me agarró del pelo y con la otra del trasero. Cuando me soltó bruscamente, me tambaleé. La pasión feroz de su beso había hecho que se me aflojaran las piernas.

Entró en el cuarto de baño, agarró una bata de seda negra y se la puso, enfadado.

—Quédate aquí.

—¿No quieres que salga a saludar? —pregunté con voz tensa.

No me miró al responder:

—No voy a darle esa satisfacción.

Cerró de un portazo y un instante después oí su voz. Su tono distaba mucho de ser amable. Entre tanto, me vestí precipitadamente. No pensaba quedarme escondida en su habitación como si fuera una adolescente.

Cuando acabé de vestirme, ya no oía sus voces amortiguadas. Y cuando abrí la puerta me lo encontré todo en silencio.

Salí en busca de mis zapatos y en cuanto me los puse me sentí más preparada para vérmelas con Parker… aunque deseé haberme recogido el pelo.

Mientras esperaba a que Jax y su padre aparecieran di una vuelta por el cuarto de estar, buscando algún indicio del Jax al que creía conocer. Solo encontré un puñado de fotografías enmarcadas, muchas de ellas antiguas, en las que aparecía una mujer rubia muy guapa. Deduje que era su madre.

Las fotos más antiguas, en las que se la veía muy joven, eran en blanco y negro; las más recientes eran en color y la transformación que documentaban unas y otras resultaba chocante. La ternura y la suavidad de la juventud se habían ido endureciendo con el paso del tiempo, se habían pulido hasta convertirse en una fachada reluciente y por último se habían desvanecido. La curva que sus bonitos labios dibujaban hacia arriba había ido poco a poco volviéndose hacia abajo. En una instantánea en la que la habían pillado desprevenida aparecía mirando por una ventana. La expresión de su bello rostro reflejaba soledad.

Tomé la fotografía para mirarla más de cerca y vi que detrás había otra fotografía enmarcada, colocada boca abajo. La levanté y me quedé paralizada al ver que era una foto mía y de Jax.

La había tomado Vincent con su móvil y me la había mandado. La había hecho durante aquella primera y última cena familiar con Jax en el Rossi. Jax estaba sentado detrás de mí y yo estaba recostada contra él. Estábamos riéndonos, él me rodeaba la cintura con los brazos y yo apoyaba mis brazos sobre los suyos. Le había mandado la foto a Jax y la había utilizado de fondo de pantalla en mi móvil hasta que verla se me había hecho demasiado doloroso.

Coloqué la foto en su posición normal y devolví la de su madre a la estantería. Mi corazón latía a la misma velocidad que mis pensamientos.

¿Dónde diablos estaba Jax?

En el apartamento, reinaba un extraño silencio. Fui en su busca, miré distraídamente hacia la puerta de entrada y me detuve ante el pequeño monitor de seguridad que había en la pared, junto a la puerta. Jax y su padre estaban en el vestíbulo, Jax con los brazos cruzados y su padre con las manos metidas en los bolsillos de los pantalones. Se parecían muchísimo pero iban vestidos de manera completamente distinta y, pese a estar en bata, saltaba a la vista que Jax no se sentía intimidado.

Me fijé en la distancia que los separaba, cómo se mantenían alejados y se miraban con recelo. Su dinámica familiar me resultaba muy ajena, muy alejada del cariño en medio del que había crecido yo.

Los Rutledge eran muy exigentes. No conocía con detalle cómo había crecido Jax, pero estaba claro que se había criado en un ambiente con mucha presión. Él mismo había dejado claro que no tenía muy buena opinión de los Rutledge, incluido él mismo, pero aun así había preferido a su familia antes que a mí (a fin de cuentas, se había asegurado de que Ian saboteara nuestro acuerdo con el Mondego), después de decir que yo era la única persona que le importaba.

Iba siendo hora de que me pusiera a investigar.

Regresé por el pasillo y empecé a buscar respuestas sin tratar de esconderme. Tenía claro que Jax me debía algo y, si era preciso, fisgaría para encontrarlo.

Me detuve en la puerta de su despacho. La habitación estaba más en consonancia con lo que esperaba de él. Aunque tenía en general un aire moderno y masculino, las paredes de color neutro y las maderas de tono miel, con notas de rojo y oro, la hacían más acogedora. Las paredes estaban forradas de estanterías llenas con una colorida variedad de volúmenes literarios en tapa dura y libros de bolsillo muy manoseados. Había otra foto mía en un estante. Estaba sola, sin Jax.

Era una foto reciente. No podía tener más de seis meses.

Me quedé mirándola desde el otro lado de la habitación y sentí que se me humedecían las palmas de las manos.

Había estado siguiéndome la pista.

Los interrogantes seguían acumulándose, pero la existencia de aquella fotografía despejaba una incógnita muy importante. No supe, sin embargo, si sentí alegría o tristeza. Quizá fuera una mezcla de ambas cosas.

La mesa de Jax estaba cubierta de papeles dispersos y carpetas abiertas, pero no les presté atención. Ya había visto suficiente.

Volví al cuarto de estar, agarré mi bolso y me dirigí a la puerta. Jax y su padre parecieron sorprenderse cuando la abrí. Se callaron y los saludé a ambos con una enérgica inclinación de cabeza antes de acercarme a la puerta del ascensor con la cabeza bien alta.

—Gia… —Jax dio un paso hacia mí—. No te vayas.

—Bajo con usted, señorita Rossi —dijo Parker con una sonrisa demasiado cordial—. Me alegra volver a verla.

—Señor Rutledge —contesté.

—Llámame Parker, por favor.

—Papá —gruñó Jax, acercándose—. Tú y yo no hemos acabado de hablar.

Parker le dio una palmada en el hombro.

—Ya seguiremos en otra ocasión, hijo.

Jax me miró.

—Se suponía que íbamos a cenar juntos.

—Prefiero que lo dejemos para otro día.

—No me hagas esto, Gia.

Sonreí con acritud.

—No te preocupes, volveré.

Llegó el ascensor y Parker me indicó que entrara antes que él.

Jax me agarró del codo.

—Dame cinco minutos.

—¿Qué te parece si te llamo luego? —dije al darme cuenta de que ni siquiera me apetecía quedarme. Estaba demasiado alterada, demasiado confusa. Necesitaba espacio para respirar.

Su mandíbula se tensó.

—No pasa nada, Jackson —dijo su padre tranquilamente—. Yo la acompaño fuera.

Jax giró lentamente la cabeza hacia él. Su rostro parecía petrificado.

—Lo que he dicho iba en serio.

—Como siempre —Parker sonrió.

Entré en el ascensor justo en el momento en que las puertas empezaban a cerrarse otra vez. Parker me siguió, pero yo tenía los ojos clavados en los de Jax. Él había cerrado los puños, tenía la mandíbula tensa y una expresión decidida. Pero sus ojos… esos ojos oscuros y profundos… parecían prometer las mismas cosas de siempre. Ahora, sin embargo, yo las creía. Tenía pruebas.

Parker me miró de frente, sonriendo, cuando el ascensor comenzó a bajar.

—¿Cómo estás, Gianna?

—He estado mejor. ¿Y usted?

—Casi me da vergüenza decir que de momento el día me ha sonreído.

Mi boca se curvó.

—Y supongo que a su amigo Ian también.

—Ah —sus ojos brillaron, divertidos—. Por favor, no le eches eso en cara a Jackson.

Me encogí de hombros.

—No son más que negocios, ¿eh?

—Eres una mujer muy pragmática. Sin duda por eso, entre otras muchas razones, le gustas tanto a mi hijo. Hablando de lo cual… —osciló sobre sus talones—. Me gustaría conocerte mejor, Gianna. ¿Por qué no venís a cenar Jax y tú con mi mujer y conmigo? ¿Una cena tranquila en nuestra casa de los Hamptons, quizá?

—Me encantaría —me apetecía cualquier cosa que me permitiera conocer mejor a Jax.

—Bien. Se lo diré a Regina —su sonrisa se borró un poco—. No dejes que Jackson te persuada para no ir. Te quiere solo para él.

—¿Ah, sí?

Parker se puso serio.

—Es muy protector.

—¿De veras? ¿Y de qué tendría que protegerme?

—Somos hombres, Gianna —contestó tranquilamente—. Y en lo tocante a las mujeres no siempre nos comportamos de manera racional.

Asentí con la cabeza y me dije que Parker era tan enigmático como su hijo. Al parecer, los Rutledge tenían una tendencia natural a mostrarse herméticos e indescifrables.

Se abrieron las puertas del ascensor y salimos. El portal, que databa de antes de la Segunda Guerra Mundial, había sido meticulosamente restaurado y estaba envuelto en una aureola de lujo y de privilegio.

—Tengo un coche esperando —dijo Parker—. ¿Te llevo a algún sitio?

—Gracias, pero no —ni siquiera quería ver la cara que pondría si veía dónde vivía. Comparado con el portal recubierto de mármoles del edificio de Jax, con su conserje y su portero, mi casa no parecía… tan bonita. No me avergonzada del loft, ni de mi familia, pero pensé que lo más sensato sería no despertar sospechas de que me interesaba el dinero de Jax. Prefería esperar a que los Rutledge me conocieran mejor.

—Está bien, si estás segura… —titubeó como si quisiera que cambiara de idea. Al ver que yo no decía nada, añadió—: Avisaré a Jax cuando sepa qué día y a qué hora es la cena. Lo estoy deseando, Gianna.

Pensé en Jax, allá arriba, en su torreón. Era un extraño en muchos sentidos y sin embargo me conocía por dentro y por fuera.

—Yo también.

Oí música a todo volumen en el loft antes de que el montacargas se parara en nuestro piso. Al acercarme reconocí un tema antiguo de los Guns N’ Roses, Welcome to the jungle, «Bienvenidos a la selva». Teniendo en cuenta la noche que había pasado con los Rutledge, me pareció que venía como anillo al dedo.

Al abrir la puerta me golpeó de lleno el sonido del equipo de música de Vincent y vi a mi hermano haciendo dominadas en una barra metálica que había montado entre dos pilares. Estaba empapado en sudor, rechinaba los dientes y los músculos de su abdomen se tensaban cuando levantaba las rodillas hasta el pecho. Llevaba el pelo más corto que mis otros hermanos, cortado casi al rape, y le sentaba bien así, con sus facciones típicamente italianas.

Yo había leído libros en los que se comparaba al protagonista con el rostro de una moneda romana, pero doy fe de que Vincent los superaba a todos. Sin camisa, descalzo y vestido únicamente con unos pantalones cortos de deporte, era el prototipo de hombre con el que soñaban muchas mujeres. A diferencia de Nico, a Vincent no le costaba comprometerse, pero ninguna relación le duraba más allá de un par de meses.

—¡Eh! —protestó cuando bajé el volumen.

—¿Sigues hablando con Deanna? —pregunté, refiriéndome a una periodista con la que había salido.

—Sí —se dejó caer al suelo y agarró la toalla que tenía preparada junto a una botella de agua—. ¿Por qué?

Dejé el bolso en el banco que teníamos junto a la puerta y me quité los zapatos.

—Necesito que alguien me ponga al corriente sobre los Rutledge.

Se frotó el pelo, frunciendo el ceño.

—Ese tipo es un mamón. No te merece.

—Eso no te lo discuto —me tumbé en el sofá y me quedé mirando las cañerías descubiertas y las vigas del techo—. Pero eso no significa que no tenga salvación.

—Olvídate de eso y búscate a un tío que sea lo bastante listo para saber lo que tiene desde el principio.

Lo miré y vi moverse su garganta mientras vaciaba la botella de un trago.

—¿Vas a decirme que nunca la has cagado con una chica y has querido una segunda oportunidad?

—Eso no cuenta. Tú eres una Rossi. Si la caga no tiene excusa, es que es tonto.

—¿Puedes preguntárselo a Deanna?

—Está bien —se dirigió a la cocina y añadió—: Solo porque espero que descubra algo que te convenza de que ese tipo no merece la pena.

—Gracias.

—No creas que vas a pagarme el favor con un simple gracias —se echó la toalla sobre el hombro y se lavó las manos.

La cocina era la parte más acabada del apartamento, con sus electrodomésticos de acero inoxidable nuevecitos, su placa de chef, sus hornos y su enorme isleta central, con pila incluida.

—Tengo una cesta llena de ropa que hay que lavar.

Me senté.

—¿Estás de broma?

—No. Más vale que te des prisa —sonrió—. No me quedan camisetas del Rossi y mi turno empieza dentro de dos horas.

Acababa de cerrar las puertas desplegables que ocultaban la lavadora y la secadora cuando oí sonar mi teléfono. Corrí a mi habitación para contestar, pero ya habían colgado. No importó, sin embargo, porque el teléfono volvió a sonar enseguida.

Era Jax.

Respiré hondo, toqué el icono de «contestar» en la pantalla y dije:

—Hola.

—Se suponía que ibas a llamar —me dijo en tono de reproche.

—Tú también —repliqué—. Y has tardado dos años en decidirte.

—Dios —exhaló ásperamente—. ¿Por qué te has ido?

—Porque era hora de irme. Tu padre nos ha invitado a cenar.

—No vamos a ir.

Me encogí de hombros.

—Entonces iré sin ti.

—¡Y un cuerno! Maldita sea, Gia. Estás nadando entre tiburones y te comportas como si nada.

—Estoy viendo cosas que no había visto nunca, eso desde luego. Como esas fotografías que tienes enmarcadas en tu casa. ¿Cuánto tiempo llevas siguiéndome? Qué mal rollo, por cierto.

Masculló una maldición.

—Te has liado con un Rutledge. La vigilancia y la invasión de la privacidad vienen en el mismo paquete.

—No estaba liada contigo cuando se tomó esa fotografía que tienes en el despacho.

—¿Has entrado en mi despacho? ¡Qué demonios, Gia…!

Esbocé una sonrisa amarga al comprender que acababa de reconocer inadvertidamente que había más fotografías de las que yo había visto.

—Voy a estar presente en todos los aspectos de tu vida, más vale que te vayas acostumbrando.

Se quedó callado un momento. Luego preguntó en voz baja:

—¿Se puede saber qué te propones?

—Estoy asimilando el hecho de que estás enamorado de mí, Jax —oí que contenía la respiración y sentí una oleada de euforia—. Y sin embargo me dejaste plantada. Y ahora estás saboteando mi trabajo y tus propias posibilidades de que lo nuestro salga adelante.

—Gia…

—Te tengo en el punto de mira, Jackson Rutledge —dije con voz baja y dura, sin vacilar—. Voy a descubrir quién eres.

—Soy un libro abierto —replicó.

—Eres un enigma —hice caso omiso de la maleta que esperaba sobre la cama y me senté delante del escritorio. Desperté a mi ordenador moviendo el ratón—. Y tus días de misterio están contados.

Colgué, silencié el teléfono y me puse a investigar.