Burbujas de amor
—¡Vivan los novios! —grita la escandalosa Coral cuando Dylan y yo salimos del brazo por la puerta de la iglesia, y cientos de pétalos de rosa caen sobre nosotros, acompañados del típico arroz.
La gente nos separa. Nos besa, nos achucha, nos felicita y yo sólo puedo sonreír… sonreír y sonreír.
¡Me acabo de casar con Dylan!
La prensa nos hace fotos. Se ha casado el hijo de la famosa Luisa Fernández, ¡la Leona! Lo miro alucinada. Se matan por fotografiarnos a nosotros y a los asistentes.
Finalmente, mi recién estrenado marido llega como puede hasta mí, me agarra de la mano con fuerza y yo me siento más segura. Apenas conozco a la gente que nos rodea, pero estoy impresionada ante la gran cantidad de famosos que, encantados, nos besan y nos desean la mayor felicidad del mundo.
¡Por favor, pero si hasta está Dwayne Johnson, el Rey Escorpión!
Cuando Coral lo vea, le da algo.
Atónita, veo que Michael Bublé se nos acerca y nos felicita también. Nos desea toda la felicidad del mundo, mientras yo sonrío como una tonta. No sé si por ver a Bublé o por lo feliz que me siento en ese momento.
Pero ¿qué amigos tiene Dylan?
Después, todos nos dirigimos al hotel donde va a tener lugar la celebración, el Regent Beverly Wilshire. Cuando llegamos, me quedo sin habla al ver que es el hotel de la película Pretty Woman.
¡Qué pasote!
De nuevo la prensa nos espera. Fotos, fotos y más fotos. Al entrar en el hotel, me encuentro con mis hermanos, que están alucinados. No dan crédito a la expectación que ha levantado la boda y menos aún al verse rodeados de tantos famosos. Divertida, los miro hacerse fotos con ellos. Son peores que la prensa.
—Yaniraaaaaaaaaaa, he visto al guapo de los dientesssssssss. ¡Al Rey Escorpión! —grita Coral, estupefacta—. ¡Qué fuerte, qué fuerte! Pero ¿tú has visto qué tiarrón? —No me deja responder y dice, alejándose—: Voy a hacerme fotos con él, ¡luego te veo!
Me río. Sabía que se pondría así en cuanto viera a Dwayne Johnson.
Entramos en un salón, donde nos sirven un aperitivo. Tengo un hambre atroz y doy buena cuenta de la comida, que está fenomenal.
Entre canapé y canapé saludo a Marc Anthony, a Luis Fonsi, a Ricky Martin y flipo en colores cuando mi recién estrenado maridito me presenta al cantante que escuchamos casi siempre que hacemos el amor, Maxwell. Es un tipo encantador, muy simpático y rápidamente veo la buena sintonía que tiene con Dylan.
Unos tres cuartos de hora más tarde, abren las puertas de otro salón y los invitados comienzan a entrar. En ese instante, Anselmo, mi suegro, junto a Omar, la pequeña Preciosa, Tifany y Tony, el otro hermano de Dylan, nos paran y nos llevan hacia un lateral. Dylan sonríe y, entregándome un sobre, Anselmo dice:
—Esto es de mi Luisa. Hace años, y por motivo de sus viajes, metió tres sobres en la caja fuerte de casa por si le ocurría algo. Un sobre para cada hijo. Me dijo que si ella no estaba, el día de la boda de cada uno de ellos yo debía entregárselo a la mujer del desposado. Así que aquí lo tienes.
Miro a Anselmo sorprendida y en ese momento Preciosa se acerca a Tifany, que pone cara de circunstancias. Pero la niña la coge de la mano y las dos se marchan juntas. Vaya, al final hasta se llevarán bien. Me quedo sola con los cuatro varones Ferrasa, que me miran emocionados. Yo los abrazo uno a uno. Sé que necesitan este abrazo.
Sin duda alguna, Luisa era una mujer que pensaba en todo y quería estar presente en cada momento especial de las vidas de sus hijos. ¡Olé por ella!
Dylan, que está a mi lado, murmura:
—Llevo años queriendo saber qué hay en ese sobre, pero papá nunca me dejó abrirlo.
Anselmo, más tranquilo, sonríe y dice:
—La orden era entregárselo a tu mujer el día que te casaras.
—El mío ya lo leísteis —interviene Omar.
—Dos veces —puntualiza Tony divertido.
Tras una carcajada general que relaja la tensión, hago lo que con sus miradas me están pidiendo los cuatro. Abro el sobre y leo en voz alta.
Mi querida hija:
Estoy segura de que hoy es uno de los días más felices de mi maravilloso hijo Dylan y quiero darte las gracias porque, sin duda, eso se debe a que ha encontrado a la mujer de su vida, tú, y que le ha entregado la llave de su corazón.
Os deseo una larga y compenetrada vida y espero que recuerdes estos consejos.
El primero en pedir perdón es el más valiente.
El primero en perdonar es el más fuerte.
El primero en olvidar es el más feliz.
Cuida de mi hijo, como su padre, sus hermanos y yo cuidamos de él.
Dylan es un ser lleno de luz, amor y sentimientos.
Os quiere,
Mamá Luisa
P. S. Dile a Anselmo que sonría más. Cuando lo hace está muy guapo.
La voz se me rompe al finalizar y, emocionada, me llevo la mano a la boca. Miro a los cuatro hombretones, que ahora mismo son de gelatina.
Dylan tiene los ojos vidriosos, como yo, y lo abrazo. Escuchar las palabras de su madre sin duda lo ha conmovido, igual que a Anselmo, a Omar y a Tony.
Cuando me separo de él, me limpio una lágrima que corre por mi mejilla y, sonriendo, le toco la barbilla a Anselmo, que se seca los ojos con un pañuelo.
—Plan A —digo—: esperemos un par de minutos a que se nos pase la llantina. Plan B: entremos tal como estamos y…
—Señora Ferrasa, apoyo el plan A —me interrumpe Dylan, sonriendo, mientras aprieta el hombro de un emocionado Omar.
En silencio, miro a los Ferrasa. Tan grandes y tan tiernos. Es increíble cómo estos cuatro hombretones, cada uno a su manera, aún añoran a Luisa. Cada día me queda más patente que debió de ser una grandísima mujer.
Recuperada de mi debilidad, le entrego a Dylan la carta, que se guarda en el bolsillo interior del frac, y digo:
—Dientes… dientes…
Los cuatro me miran sin entender de qué hablo y, divertida, les explico:
—Es lo que decía una famosa de mi país cuando salía ante las cámaras para no manifestar sus sentimientos.
Ellos sonríen y yo señalo:
—¿Lo veis? ¡Dientes!
Entramos finalmente en el impresionante salón y los invitados prorrumpen en aplausos. Los cinco sonreímos y, cuando nos dirigimos hacia nuestra mesa, la cena comienza.
Ni que decir tiene que se sirve lo mejor de lo mejor, ¡y en cantidad! No queremos que nadie se quede con hambre y necesite ir después a comerse una hamburguesa.
Una vez acabada la cena, Anselmo y mis padres se suben a una tarima y brindan por nuestra felicidad. Es el momento más emotivo de la cena y los invitados ríen ante las ocurrencias de los tres. Cuando terminan sus discursos, da comienzo la fiesta. Una orquesta de lo más glamurosa, cuyos miembros van ataviados con chaqueta blanca y pajarita negra, empieza a tocar y aplaudo al ver que Michael Bublé sube al escenario.
No me lo puedo creerrrrrrrrrrrrrrrr. ¡Va a cantar para nosotros!
Saluda a todos los asistentes. El tío es un gentleman maravilloso que se nos mete a todos en el bolsillo en décimas de segundo con su enorme simpatía. Incluso hace un esfuerzo por hablar español para que mi familia lo entienda. ¡Qué ricuraaaa!
Luego se dirige a mí y me pregunta:
—Yanira, ¿qué canción quieres bailar con tu flamante marido?
Todos me miran y noto que las mejillas me arden. Mi mirada y la de mi hermano Argen se encuentran y ambos sonreímos. Sin duda él sabe qué canción quiero que cante. Tras asentir en dirección a mi hermano, miro al amor de mi vida y su expresión lo dice todo. No le gusta ser el centro de atención, pero, dispuesta a disfrutar de este mágico, único y exclusivo momento, miro a Michael y le pido:
—Por favor, canta You Will Never Find.
Luego, divertida, vuelvo a mirar a Dylan e imagino que hará lo posible para no bailar. ¡Pobrecillo! Pero me sorprende cogiéndome de la mano y llevándome con él al centro de la pista, donde, acercándome con gesto posesivo, susurra:
—Por nada del mundo me perdería nuestro primer baile.
Tan romántico como siempre. Lo adoro.
Abrazada a él, me dejo llevar por la música. Me encanta esta canción y juntos la bailamos mientras Michael, entregado, canta bajo la atenta mirada de cientos de personas. Una vez termina, Dylan me besa y todos aplauden.
Por el amor de Dios, ¡esto es de películaaaaaaaaaaaa!
Instantes después, Michael baja del escenario y la orquesta toca otra canción. La pista se llena de gente. Durante tres horas, todo el mundo baila y disfruta de la música. Yo, encantada, los veo divertirse y cuando Coral me mira mientras baila con su Rey Escorpión, no puedo por menos que soltar una carcajada. No es la loca ni brutal fiesta que yo esperaba, pero todos disfrutamos y con eso me vale.
A las doce de la noche se acaba.
¡Oh… qué pena! Con las ganas de juerga que tengo.
Los invitados se despiden y yo, feliz y enamorada, les digo adiós de la mano de mi flamante marido.
Preciosa está agotada y la Tata, junto con Omar y Tifany, se la lleva a su casa. Anselmo y Tony también se van con ellos. Coral, mis padres y mis hermanos cogen un taxi. Dylan les da las llaves de nuestra casa y, tras besarnos y desearnos una buena noche, se marchan. Argen y Patricia también se van.
Cuando nos quedamos solos, miro a Dylan y veo que tiene una pestaña en la mejilla. La cojo con cuidado entre dos dedos y, acercándola a él, digo:
—Cuando a alguien se le cae una pestaña, tiene que soplar y pedir un deseo.
Extrañado, sonríe y no hace nada. Yo insisto:
—Vamos, sopla para que la pestaña desaparezca y se te conceda el deseo.
Así lo hace y cuando la pestaña ha volado de mi dedo, lo beso con ardor. ¡Soy tan feliz…! Una vez me separo de él, me dice con gesto divertido:
—Arráncame otra pestaña, que quiero otro deseo.
Suelto una carcajada. ¡Será bruto…!
Nos dirigimos hacia el mostrador de recepción cogidos de la mano y Dylan, mirándome, susurra:
—¿Te he dicho ya lo preciosa que estás?
—Como un millón de veces, cariño —me mofo.
Dylan me atrae hacia él, pasa la nariz por mi pelo y murmura:
—Me encanta que seas la señora Ferrasa.
Excitada por sus palabras, me imagino desnudándome y dándolo todo.
Oh, sí, nene… ¡hoy te vas a enterar!
Estoy deseando tener una estupenda noche de sexo en nuestra fantástica suite con mi recién estrenado maridito.
—¿Lo has pasado bien en la fiesta? —me pregunta él.
Asiento más feliz que una perdiz, cuando de pronto se para y dice:
—Tengo una última sorpresa para ti. —Y sacando un pañuelo negro del bolsillo, explica, enseñándomelo—: Pero para ello tengo que taparte los ojos.
Me entra la risa. ¿Me va a tapar los ojos en mitad del vestíbulo del hotel?
¡Qué atrevido!
Sin duda, la noche de sexo va a ser colosal y lo apremio:
—¡Tápamelos ya! Quiero esa sorpresa.
Lo hace tras darme un rápido beso en los labios y luego me coge en brazos diciendo:
—Muy bien. Vamos por esa sorpresa, pues.
Noto el aire en la cara. ¿Salimos del hotel?
Instantes después, me sienta en el asiento de un coche y murmura en mi oído:
—Ahora descansa, caprichosa, porque dentro de un rato te aseguro que no lo vas a poder hacer.
Sonrío excitada y el vehículo se pone en marcha.
¿Adónde me llevará?
Siento la boca de mi amor sobre la mía. Me besa, me devora, me muerde los labios. Me come entera y yo lo disfruto y me entrego a lo que quiera, sin saber adónde vamos, ni quién conduce ni nada.
No sé cuánto tiempo estamos en el coche, sólo sé que sus manos corren por mi cuerpo, mientras me susurra cariñosas palabras de amor y yo lo disfruto, ¡lo paladeo! ¡Lo gozo!
Pero quiero más. El problema es el vestido, tanto tul no deja que sus manos lleguen con facilidad hasta donde yo quiero y eso me frustra.
Quiero que me arranque el vestido y me haga suya. ¡Lo necesito!
De pronto, el coche se para. Dylan abre la puerta, sale del vehículo y me vuelve a coger en brazos.
El lugar está silencioso y no oigo nada. Entonces, me deja en el suelo.
—¿Preparada para tu sorpresa? —me pregunta al oído.
Asiento como una niña. Sí, quiero sexoooooooooo.
Pero de pronto oigo el punteo de una guitarra eléctrica. ¡No puede ser!
Cuando Dylan me quita el pañuelo de los ojos y veo a mi abuela Ankie con su grupo en el escenario y a algunos de la anterior fiesta, grito y empiezo a saltar de felicidad mientras todos aplauden.
—Las amigas de tu abuela no han querido venir a la boda para darte esta sorpresa —me dice Dylan al oído—. Han llegado esta mañana
Miro a Pepi, a Cintia y a Manuela y les tiro un beso con la mano. Ellas sonríen y me lo tiran a mí también.
—¡¿Adivina quién me ha traído en moto?! —grita Coral, plantándose ante mí.
Sin duda alguna, por lo excitada que está, pienso que habrá sido el Rey Escorpión, pero ella dice:
—¡Ambrosius, el noviete de tu abuela! ¡Dylan lo invitó!
Miro a mi chico, que sonríe y murmura:
—Ankie me lo pidió y no pude decirle que no.
Mi abuela sonríe y, acercándose al micrófono, dice:
—Esta canción va para los recién casados. Vamos, muchachos, acercaos a la pista, agarraos con fuerza, besaos con amor y disfrutad. —Todos aplauden y mi abuela añade—: Quiero a todo el mundo en la pista meneando el trasero. ¡Ya!
Y sin más comienza a tocar con su guitarra la canción de Santana Flor de luna. Miro a mi abuela y le guiño un ojo. Ella sabe que me encanta esta canción. De camino a la pista me cruzo con mi familia y con la de Dylan, que sonríen encantados. Tifany se me acerca y cuchichea:
—Cuqui…, no te lo podía decir. Era una surprise.
Me río mientras reconozco la casa de Omar. Estamos en el enorme salón de fiestas. Y mirando a la alocada y pija de mi cuñada, contesto, entrando en su juego:
—¡Me superencantaaaaaaaaaa!
De la mano de Dylan, llego a la pista y empiezo a bailar. El lugar se llena y observo las caras de admiración hacia mi abuela.
¡Olé, mi Ankie!
—¿Te ha gustado la sorpresa? —me pregunta Dylan.
—Sí, mucho.
—Tu única condición para la boda fue una superfiesta y ¡aquí la tienes! Ahora mi única condición es que no te olvides de mí. No veo el momento de estar a solas contigo en el hotel.
Miro a mi morenazo con todo el amor del mundo y, sonriendo, digo:
—Eres el mejor, cariño. El mejor.
Dylan sonríe y contesta:
—¿Acaso pensabas que la fiesta brutal era la del hotel? De ninguna manera querría cargar con ese reproche el resto de nuestra vida.
Me río. Cómo me conoce.
—Si por mí fuera —añade—, ya estaría con mi conejita en la suite, haciendo lo que más me gusta, pero sé lo mucho que deseas esto, de modo que baila, canta y desfógate. Eso sí, ¡nada de chichaítos! Te quiero lúcida y sólo para mí cuando lleguemos a la suite.
Lo beso enamorada y cuando me separo de él, le digo en voz baja:
—Prometo ser la conejita más caliente y morbosa del mundo. Te aseguro que esta noche no la vas a olvidar.
Dylan sonríe y, tras besarme de nuevo, responde:
—Disfruta de la fiesta y luego hazme disfrutar a mí.
Bailamos abrazados al son de esa bonita canción y, tras esta primera, mi abuela y sus locas amigas tocan cuatro canciones más de su repertorio. Los músicos, actores, productores y cantantes presentes las miran admirados y yo estoy encantada.
Cuando Ambrosius aparece, me besa en la mejilla, saluda a Dylan y nos da la enhorabuena por la boda. Después, me dice que tengo que subir al escenario, pues mi abuela quiere que cante con ella. Lo hago sin dudar.
Tres horas más tarde, por el escenario ya han pasado todos. Incluidos Coral, que canta la Macarena, y Dylan, que con Tony y Omar se marcan una salsita de su madre que me deja loca.
Pero buenoooooooooooo, ¡qué bien canta mi marido! Y qué ritmo tiene. Sin duda alguna, es cierto ese dicho de que «Quien baila bien, en la cama y en el sexo es un rey». ¡Viva mi rey!
Cuando baja del escenario lo aplaudo. ¡Desde ya soy su fan number one!
Sonríe; saber que está contento con su familia y amigos me hace feliz. Me gusta verlo en su salsa y decido observarlo y disfrutar. Pocas veces ha estado tan desinhibido. También me fijo en Omar. Su descaro al acercarse a una pelirroja me deja sin palabras. No cabe duda de que la relación de mi cuñado y Tifany es, como poco, peculiar.
De pronto veo a mis padres a punto de brindar y corro hacia ellos.
—¿Qué tomáis?
Mi madre me mira divertida y responde:
—Creo que se llama chichaíto. Algo típico de Puerto Rico, me ha dicho la camarera.
Oh, no… ellos no pueden pasar por lo que yo pasé y, quitándoles los vasos de las manos, les digo:
—Creedme, no toméis más de dos o mañana no podréis levantaros de la cama en todo el día.
—¡Qué exagerada eres, resoplidos! —ríe mi padre; agarra el vaso y bebe encantado.
En ese instante, mi hermano Rayco me coge de la mano y grita:
—Vamos a marcarnos un bailecito, princesa.
Vamos hacia la pista, pero antes les grito a mis padres:
—¡Quedáis advertidos!
Comienzo a bailar con el guaperas de Rayco y me río al ver que mis padres brindan y se beben el chichaíto de golpe.
¡Madre, cómo van a terminar!
Cuando la canción se acaba y consigo estar dos segundos a solas, observo que Argen y Patricia se besan. Cómo me gusta ver a mi hermano tan feliz. Sin duda alguna, Patricia llena ese vacío que siempre he visto en él.
Coral baila con un moreno. No sé quién es, pero lo que sí veo es que mi amiga lo está pasando de fábula. Sonrío. Quiero verla tan feliz como se merece.
Mi abuela Nira habla con Anselmo, mi suegro. Parecen a gusto. Qué razón tiene Luisa. Está mucho más guapo cuando sonríe.
Garret, el Jedi de la familia, está observando como siempre, pero me sorprendo al ver que mira a una chica que hay al fondo del salón y que ella lo mira a él.
¿Están haciendo ojitos?
Dos minutos después, mi hermano se le acerca, se sienta a su lado y comienza a hablar. ¡Increíble! Es la primera vez que lo veo acercarse a una mujer, a excepción de sus amigas frikis.
De pronto, boquiabierta, me doy cuenta de que mi abuela Ankie desaparece tras una puerta con Ambrosius; están besándose.
Pero ¿es que se ha vuelto loca?
Como la vea mi padre se va a disgustar, y con razón.
¡Joder, que es su madre!
En ese instante, Tony me agarra de la mano y me saca de nuevo a la pista. Tocan una salsa y, sin dudarlo, nos lanzamos a bailarla, mientras observo cómo Dylan habla con su amigo Maxwell y los dos se ríen.
Cuando la canción acaba, comienza otra y en esta ocasión bailo con Omar. Está claro que Luisa, su madre, enseñó muy bien a bailar a sus hijos. Una vez acabo, bailo varias piezas más con todo el que me lo pide hasta que mis ojos se encuentran con los de Dylan, que me hace un movimiento con la cabeza para que nos vayamos. Me niego.
¡No quiero que la fiesta termine!
Le hago morritos y él sonríe claudicando. ¡A divertirse!
Una vez acabo de bailar con un amigo de Tony muy simpático, me acerco al mostrador de las bebidas y de pronto Tifany me aborda.
—Cuquita, estoy superdisgustada con el viejo cascarrabias.
Sé quién es «el viejo cascarrabias» sin necesidad de preguntar. Desde luego, cuando se lo propone, Anselmo es un auténtico tirano y con Tifany me consta que lo es. Miro hacia la pista y veo a Dylan hablando con unos hombres, mientras Omar le da un beso en el cuello a la pelirroja. ¡Qué fuerte!
Rápidamente, cojo con una mano una botella de champán, con la otra dos copas y, mirando a la mujer que siempre es tan cariñosa conmigo, digo:
—Sígueme, Tifany.
Nos sentamos a una mesa apartada del jaleo, donde nadie nos encontrará. Descorcho la botella, lleno las copas y, entregándole una a la rubia que me acompaña, propongo:
—Brindemos por el amor.
—¿Eso qué es? —se mofa la pobre.
Sin contestar, choco mi copa con la de ella y bebemos.
—¿Te han dado ya la carta de Luisa? —Asiento y dice—: La mía ya la habían leído. Al ser la segunda mujer de Omar, ni caso me hicieron.
—¿Y qué ponía?
Tifany se rasca el cuello y murmura:
—Básicamente que quisiera mucho al bichito, que tuviera fuerza y que, sorprendiéndolo, lo haría feliz. Pero vamos a ver, ¿con qué voy a sorprender yo a un hombre que lo tiene todo?
—Pues con algo que no tenga y que no se pueda comprar con dinero.
Mi cuñada bebe un sorbo de su copa y suelta:
—Sin duda alguna la pelirroja que se ha traído a la boda sí que lo debe de sorprender cuando se lo tira. Maldita zorra y maldito mandril follador.
¡Anda mi madre!
¿Mi cuñada ha dicho «zorra» y ha llamado a su bichito «mandril follador»?
¡Qué fuerte! ¡Qué fuerte!
Oírla hablar así me deja sin palabras, pero ella, mirándome, insiste:
—Mi matrimonio es una caquita.
—¿Y por qué lo aguantas?
—Porque lo quiero.
Me da pena. Se la ve sincera. Tifany es extremadamente diva divina, pero cada día que pasa me demuestra que tiene un corazón enorme y que es una buena chica.
—Te aseguro que si Dylan me hace algo así, como aparecer con otra en un evento, lo mato —le digo.
—Uy, cuqui, ¡no seas brusca!
—¡¿Brusca?! —siseo alucinada, mientras la música de Bob Esponja resuena en mi mente—. Pero si no se corta un pelo en traer a… a… Joder, Tifany, que esta es tu casa y la ha traído aquí. ¿Cómo se lo puedes permitir?
—Ya te lo he dicho, porque lo quiero. Adoro a mi bichito, aunque sepa que no es totalmente mío. —Tras un significativo silencio, en el que veo el dolor que ella siente, añade—: Lo único que me reconforta es que el ogro sabe que no estoy con él por dinero. Mi familia está bien situada y…
—Deberías dejarle las cosas claras a Omar —la corto—. Como te diría mi abuela, más vale estar sola que mal acompañada.
—Soy cobarde. Esa es la realidad. ¿Qué puedo hacer yo sin él?
Eso me enerva. Que una mujer piense así no va conmigo y respondo:
—Para empezar, muchas más cosas de las que crees. Y bajo mi punto de vista, lo único que tendría que primar es que seas feliz con alguien que te quiera como tú lo quieres a él. Deberías comenzar a apreciarte más a ti misma y hacerte valer. Me dijiste que eras diseñadora. ¿Por qué no retomas tu profesión y dejas de depender de Omar?
Tifany me mira. Se toca un rizo rubio y, con un mohín, responde:
—Yo no soy como tú. Papá y mamá me enseñaron que hay que ser una buena esposa y…
—¿Y por eso tienes que dejar que te humillen en público? ¿Acaso tus padres ven bien lo que está pasando? —Por su gesto veo que sí. ¡Increíble! Finalmente, lleno de nuevo mi copa y le pido perdón—: Disculpa. Creo que me estoy metiendo donde no me llaman.
Tifany se bebe su champán de golpe y dice:
—Gracias por tu sinceridad, pero de momento las cosas están así. Y en cuanto a mis padres, mejor no hablar. Sus vidas no han sido las más ejemplares.
Pobre. Intuyo que su familia no es como la mía. Y su educación implica aguantar y aparentar. Bebo de nuevo. No cabe duda de que es su vida y si ella lo permite, yo no soy nadie para reprochárselo. Tras un silencio, mi rubia cuñada pregunta:
—¿Por qué a ti te respeta el ogro y a mí no? ¿Qué has hecho?
Sé muy bien lo que hice y respondo:
—Presentarle batalla y ser tan desagradable con él como lo era él conmigo.
—¡Yo no sé hacer eso! Y me molesta que piense que soy simplemente una rubia tonta. ¿Tú también lo crees?
Me atraganto.
¡Joder qué mala soy! Con lo buena que es Tifany, ¿cómo puedo pensar eso? Intentando ser de nuevo sincera con ella, le digo:
—Creo que deberías cambiar tu actitud con todos los Ferrasa y hacerte valer.
Me mira, asiente y contesta:
—Como dice Rebeca, nací princesa porque zorras ya había bastantes.
Suelto una carcajada y luego replico:
—No tienes que ser una zorra para ganarte al ogro ni a Omar, pero sí algo más astuta y dejarles ver que tienes carácter y que luchas por las cosas que quieres. Quizá una contestación cuando no lo esperen, o plantarles cara los haga mirarte de otra manera.
—Qué angustia me entra sólo de pensarlo —lloriquea—. Soy incapaz de decirle a ninguno de los dos «¡Selecciónate y suprímete!».
Sonrío. Sin lugar a dudas ¡Tifany es Tifany!
—Cuando el ogro me mira con esos ojos de villano, ¡me aterroriza! No tengo remedio. Para él siempre seré la rubia tonta que se casó con su hijo mayor.
Pobrecilla. Me da pena que piense así. Pero sé que eso es lo que piensa realmente Anselmo de ella y me duele. De entrada, Tifany puede parecer insustancial y vacua, pero cuando se la conoce, te das cuenta de que además es dulce, tierna, simpática y que tiene un gran corazón. Estoy convencida de que eso fue lo que enamoró a Omar cuando la conoció.
—¿Qué te parece Preciosa? —le pregunto.
—Como su nombre indica, una preciosidad.
—¿Y ella como persona? —insisto.
—¡Qué fuerte, soy su madrastra! Qué mal suena eso, ¿verdad? —Sonrío y pregunta—: ¿No te suena a mala de la película? Ay, cuqui…, seguro que la niña me odia por ser la madrastra de su cuento. Qué daño hizo Disney con algunas películas.
Me troncho con ella sin poderlo remediar y, llenando de nuevo las copas, insisto:
—¿Qué piensas de la pequeña?
—Es una monada de nena. —Sonríe—. Siempre me lo ha parecido, aunque cuando supe que mi bichito tenía una hija, me llevé un gran disgusto. Pero cada vez que vamos a Puerto Rico a verla, me enamoro más de ella. Es tan dulce y menudita que es imposible no quererla. —Y bajando la voz, murmura—: Omar no quiere hijos, pero Preciosa le ha robado el corazón.
—Y tú ¿quieres hijos?
Tifany asiente y, encogiéndose de hombros, contesta:
—¡Me encantaría! Pero soy consciente de que si el bichito no quiere, no puedo hacer nada. —Y sonriendo para cambiar de tema, continúa—: Preciosa es ideal. Tiene los ojitos oscuros de Selena Gómez, el color de pelo de Penélope Cruz y los labios de Angelina Jolie. ¡Es perfecta!
La miro sorprendida por lo que dice. Está claro que para ella la apariencia física es fundamental. Al pensar en la pequeña, flipo, pues realmente tiene los morritos de la Jolie. ¡Qué mona!
Aunque estoy cada vez más perjudicada por la bebida, vuelvo a beber y, mirando a mi superdivina cuñada, digo:
—Si no sabes encararte con el ogro, gánatelo por otro lado. Quiere a Preciosa. El hecho de que tú la quieras y la niña te quiera a ti te aseguro que hará que Anselmo cambie de opinión. Para él, el amor es importante. Más importante de lo que deja ver.
La cara de Tifany es un poema.
—Yanira… soy su madrastra. ¿Crees que me querrá?
—Pues claro que sí —afirmo.
Ella sonríe encantada y yo concreto:
—La niña está falta de cariño y de amor, y sólo con que te lo propusieras, ella no querría vivir sin ti. Vamos, Tifany, si tú eres muy cariñosa.
Se llena de nuevo la copa, acaba la botella y la pone boca abajo en la hielera.
—Tengo un problema, cuqui. No sé cómo cuidar a un niño. Ay, Yanira, ¡qué difícil es ser yo!
Resoplo.
Plan A: le doy dos guantazos para ver si espabila.
Plan B: cambio de tema y le hablo del bonito vestido que lleva, para que sonría y se olvide del mundo.
Plan C: continúo con el rollo para ver si llegamos a buen puerto.
Elijo el plan C. Mi cuñada se lo merece y Preciosa también.
Sé que ella puede ser una buena madre para la niña. Sin duda alguna, en el instante en que conecten todo en su vida va a cambiar. Sólo hay que encontrar la forma de que ambas se encuentren y no puedan vivir la una sin la otra.
—¿Qué hacéis aquí las dos tan solas?
Ambas miramos atrás y vemos al guapísimo de Tony acercándose. Se sienta junto a nosotras y pregunta, mirando la botella de champán:
—¿Os la habéis bebido vosotras solas?
—Solititas —afirma Tifany.
Él sonríe y contesta:
—Mis dos cuñadas juntas, ¡qué lujo de rubias! —Y, mirándome a mí, añade—: Mi hermano te busca. Creo que quiere que os marchéis.
Estoy a punto de protestar cuando Tifany sonríe y cuchichea:
—Tengo una amiga ideal, Tony… ideal para ti.
Él se levanta y, sonriente, dice mientras se aleja:
—Adiósssssssssssss.
Ambas nos reímos y cuando Marc Anthony comienza a cantar en el escenario, nos levantamos y corremos a bailar.
Un buen rato después, abandono la pista sedienta y me tropiezo con mi suegro que, al verme, dice:
—Por el amor de Dios, ¿esa abuela roquera tuya conoce la decencia?
Oh… oh… me temo que el ogro la ha visto con Ambrosius.
—¿Qué ocurre?
Mi suegro baja el tono de voz y responde:
—Me la he encontrado saliendo del cuarto de baño con ese amigo suyo y por su aspecto desaliñado no se podía pensar nada bueno.
Joder con mi abuela.
Me río sin poderlo remediar. Mi Ankie tiene una vitalidad tremenda.
Agarrada del brazo de mi suegro, me dirijo con él a beber algo.
En la barra nos encontramos con mi hermano Garret. Sigue hablando con la chica con la que antes lo he visto ligar y eso me sorprende. Pero la sorpresa desaparece cuando oigo que hablan entusiasmados de las películas de La guerra de las galaxias.
¡¿Otra friki como él?!
Como se suele decir, «Dios los cría y ellos se juntan».
Cuando mi hermano pasa por nuestro lado, dice:
—Que la fuerza os acompañe, humanos.
A mí me entra la risa y el padre de Dylan me mira, niega con la cabeza y, sonriente, comenta:
—Si tú ya me parecías pintoresca, tu hermano y tu abuela ¡ni te cuento!
Desde luego, quien conozca a mi familia debe de pensar que a muchos nos falta un tornillo. Mi hermano Garret, con treinta y pico años, es un frikazo de aúpa, vestido en mi boda de caballero Jedi. Rayco es un ligón de tomo y lomo, y mi abuela, una heavy en toda regla, incapaz de contener sus impulsos sexuales.
Lo reconozco. Mi familia es peculiar. Pero, vamos, como todas las familias del mundo. ¿Quién no tiene un rarito entre los suyos?
Animada por mi candorosa abuela Nira, subo al escenario para cantar una canción de mis islas. Mi preciosa tierra canaria. Invito a Pepi, a Cintia y a Manuela a que me acompañen. Ellas mejor que nadie lo pueden hacer y, tras los primeros acordes, yo me arranco con el pasodoble Islas Canarias.
Todos escuchan. Les gusta el ritmo meloso de la canción, aunque sé que muchos no la entienden, pues canto en español. Mis padres bailan agarrados y mi abuela Nira anima a Anselmo a hacerlo con ella.
Ay, Canarias
la tierra de mis amores
ramo de flores
que brota del mar.
Vergel de belleza sin par
son nuestras islas Canarias
que hacen despierto soñar.
Jardín ideal siempre en flor,
son sus mujeres las rosas.
Luz del cielo y del amor.
¡Ay, Dios, que me emociono al cantar esta bonita canción!
Estar lejos de mi tierra aún me va a hacer llorar.
Sin poderlo remediar, unas lágrimas brotan de mis ojos, sin embargo, sonrío. Quiero que todo el mundo sepa que son lágrimas de emoción. Adoro mi patria. Estoy convencida de que seas chicharrero, gomero, canarión, herreño, majorero, palmero, conejero, extremeño o andaluz, la letra de este pasodoble te remueve el corazón si estás fuera de tu tierra.
Sonrío al mirar a mi abuela Nira. Sé lo feliz que la hace que cante esta canción y los recuerdos maravillosos que trae a su mente. Me lo dice su mirada y yo le guiño un ojo con complicidad. Cuando busco a Dylan entre el público, veo que él me mira y siento su amor. Sé que entiende mis lágrimas y sonrío cuando me tira un beso y leo en sus ojos las palabras «Te quiero».
Al acabar la canción todos aplauden. Y una vez bajo del escenario, mi abuela Nira y mamá me abrazan emocionadas y mi amor se acerca, me agarra por la cintura y me besa en la frente.
—¿Qué te parece si ahora nos vamos tú y yo y montamos nuestra propia fiesta?
Por un lado me encantaría, pero lo estoy pasando tan bien que respondo:
—Espera un poco más, cariño… Porfi… porfiiiiiii.
En ese instante, Omar se acerca a él y le cuchichea al oído, mientras la pelirroja va hacia la barra por bebida.
—Vaya con tu abuela y el vaquero que va con ella —dice mi cuñado entonces, dirigiéndose a mí—. Acabo de hablar con ellos y pasado mañana les he dicho que los espero en el estudio de grabación. ¡Son la bomba!
—Pero ¿qué dices?
Dylan, al oírlo, frunce el entrecejo y murmura:
—Omar, cuidado con lo que haces.
Él me guiña un ojo y, divertido, responde, justo antes de marcharse:
—Tranquilo, hermano. Tranquilo.
Yo los miro sin entender. No sé si la advertencia de Dylan ha sido por la pelirroja o por mi familia.
En ese instante, llega un guapo actor de moda cuyo nombre no recuerdo y, cogiéndome de la mano, me invita a bailar con él. Dylan resopla y yo le lanzo un beso divertida.
En la pista, mis padres están bailando como locos y por cómo se mueven presiento que han bebido demasiados chichaítos. Pobres… pobres… pobres.
A cada hora que pasa, la fiesta se vuelve más loca y divertida. Y cuando salgo a cantar La bomba con Ricky Martin, se lía parda.
¡Baila hasta el apuntador!
Estoy desatada y tras esta canción, Ricky y yo nos marcamos la de La copa de la vida y todos gritan con las manos en alto.
Tú y yo
Ale Ale Ale
Go Go Go Ale Ale Ale
Cuando terminamos, entre risas me tiro a los brazos de Dylan, que me abraza contento, me besa el cuello y murmura:
—¿Nos podemos ir ya?
Mi mirada lo dice todo y, separándome de él, insisto:
—Un poco mássssssssss.
Pasan las horas; los más mayores abandonan la fiesta y nos quedamos los más juerguistas. La mirada de Dylan me persigue a la espera de que yo decida irme. Pero joder, ¡lo estoy pasando tan bien con todos que no quiero que esto termine todavía!
A las seis de la mañana, los que quedamos llevamos una buena bolinga y, esta vez sin preguntar, Dylan me echa al hombro y, ante la aclamación de los presentes, me mete en un coche y nos vamos al hotel.
Entre besos y proposiciones subidas de tono, llegamos a la impresionante suite y cuando Dylan cierra la puerta, me echo a sus brazos y le meto la lengua en la boca en busca de morbo y pasión.
¡Quiero sexo!
Lo beso, me besa y, de pronto, tengo que apartarme de él y correr al baño.
Dylan me sigue, se apoya en el quicio de la puerta y, mirándome con resignación, pregunta:
—¿Chichaítos otra vez?
Niego con la cabeza mientras a cada segundo me encuentro peor y lo oigo decir con resignación:
—Vale. Entonces de todo un poco, ¿no es así?
Asiento con la cabeza, porque no puedo hablar.
¡Menuda noche de bodas! Cuando ya no me queda nada para sacar, Dylan me coge en brazos y me lleva a la habitación. Me baja la cremallera del vestido, que cae a mis pies. Apenas puedo mantener los ojos abiertos. Acto seguido, me tumba en la cama y ya no recuerdo nada más.