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O tú o ninguna

Como Dylan prometió, llegamos al hotel de México sobre las cinco y media de la tarde. Entramos por la puerta trasera y mi amor me acompaña hasta mi habitación. Tenemos que separarnos hasta después de la actuación.

—¿Estarán ya aquí tu padre y mi familia? —pregunto.

—Sí. Sus aviones llegaban a la una y a las tres, respectivamente. Yo le dije a mi padre que el mío llegaba más tarde. Seguramente me estará esperando en la habitación con Tony, para ir juntos a los premios. Y en cuanto a tu familia, tranquila, yo me encargo de todo.

Al pensar en nuestras familias, me emociono e inquiero:

—¿Te puedo pedir un favor?

—Tú dirás, cariño.

Mirándome la mano donde nuevamente llevo el anillo que Luisa le entregó a su hijo, pido:

—No les digas a ninguno que nos hemos casado, déjame hacerlo a mí.

Dylan sonríe y, quitándose su alianza, se la guarda en el bolsillo del vaquero.

—Suerte en el premio, cariño —me desea.

En lo último que pienso es en eso y, abrazándolo con amor, afirmo:

—Mi premio ya lo tengo conmigo. En este instante ya lo tengo todo. —Y añado—: Otra cosa más. Omar ya lo sabe, pero mi actuación de esta noche es para los Ferrasa. Espero que te guste.

—No lo dudo ni un segundo —sonríe Dylan.

Besándolo con amor, me dejo abrazar por él y soy todo lo feliz que se puede ser. Varios minutos más tarde me desea suerte de nuevo y nos despedimos hasta después de los premios. No podemos vernos antes o todo el mundo comenzará a hablar.

Esa noche, sentada en el palco que me han asignado junto a mis músicos, observo a los asistentes con mi sensual vestido blanco y localizo la mesa donde están mis amigas, mi familia y los Ferrasa. Coral, Tifany y Valeria se divierten; sólo tengo que mirarlas para saberlo. Sin duda, tengo las tres mejores amigas del mundo. Cada una con su estilo, a su forma y a su manera, han sabido entrar en mi corazón y estoy segura de que será para toda la vida.

Después miro a mi familia y, emocionada, los saludo. Papá y mamá están orgullosos de estar aquí. No hay más que ver sus sonrisas para saberlo. Mis hermanos no se creen que estén rodeados de sus cantantes favoritos y mis abuelas, como siempre, disfrutan del momento. Desde su mesa, me saludan y me lanzan besos. Arturo y Luis también han venido. Se los ve emocionados rodeados de toda esa gente. Me lanzan también un beso, mientras, Luis dice: «¡Tulipana!». Me río. Me encanta seguir siendo su tulipana.

Tras ellos observo a los cuatro Ferrasa. Dylan habla con su padre y con Tony, mientras Omar le sonríe a una joven estrella del pop. Hay cosas que nunca cambian. Menos mal que Tifany se libró del enganche que tenía por él, y ahora sólo piensa en ella y en su niña. En un par de ocasiones durante la noche, mi mirada y la de mi marido se encuentran. Nos amamos. Nos deseamos. Somos felices por lo que ha ocurrido entre nosotros y ninguno de los dos lo puede negar. Nuestras miradas son fugaces, furtivas, pero nos dicen mucho más que otras que podrían durar horas.

No me dan el premio en los American Music Awards, pero no me importa. El único premio que yo necesitaba era Dylan. Mi Dylan Ferrasa. Y ya lo tengo de nuevo conmigo.

El espectáculo es la bomba. Artistas como Katy Perry, Lady Gaga, Christina Aguilera o Marc Anthony son la delicia de todos los asistentes y, cuando me avisan de que tengo que prepararme con mi grupo, los nervios se me comen.

¡Qué responsabilidad!

En el camerino, me cambio rápidamente y me pongo un vestido corto metálico plateado y, encima, uno largo azulón. Sin duda, esto va a sorprender a mis Ferrasa y a los que no son Ferrasa. Pero sobre todo, quiero sorprender a mi amor, a Dylan.

Cuando nos llamaron para actuar en los premios, recordé que en la gala anterior, Jennifer Lopez había homenajeado a Celia Cruz. Una grande. Y por ello yo he decidido, con el consentimiento de al menos un Ferrasa, homenajear a Luisa Fernández, La Leona, otra grande, y cantar un par de canciones suyas con nuestros arreglos.

El telón está echado y la gente de decorado prepara lo necesario para nuestro número. Cuando todo está a punto, se descorre el telón y uno de mis músicos toca la guitarra. Acto seguido, salgo con mi vestido azulón y comienzo a cantar una canción que Dylan hace tiempo me dijo que a su madre le gustaba mucho y que hablaba de la preciosa isla de Puerto Rico.

Sin duda, era una mujer muy de su tierra, como yo lo soy de la mía, y entiendo que se emocionara cantando esta bonita letra:

Yo sé lo que son los encantos

de mi Boriquén hermosa

por eso la quiero yo tanto

por siempre la llamaré Preciosa.

Con esos primeros acordes, la gente del teatro comienza a aplaudir y yo me emociono al sentir que hemos acertado al elegir esa canción. Con curiosidad, miro hacia donde se encuentran los Ferrasa y los cuatro están emocionados. Ni Dylan, ni Tony, ni Anselmo esperaban esto y en sus caras veo la gratitud.

Preciosa te llaman las olas

del mar que te baña

Preciosa por ser un encanto

por ser un Edén.

Y tienes la noble hidalguía

de la madre España

y el fiero cantío del indio bravío

lo tienes también.

La canción va tomando fuerza y yo comienzo a bailar. En un momento dado, la música cambia y entran mis bailarines, yo me quito el vestido azulón y aparece el sexy, corto y plateado, y grito:

Aguanilé… Aguanilé.

La gente aplaude, mientras yo bailo salsa y canto, dando todo lo mejor que tengo, mientras me muevo con mis bailarines sobre el escenario y disfruto de lo que hago.

Aguanilé, aguanilé, Mai Mai

aguanilé, aguanilé, Mai Mai

eh, Aguanilé, Aguanilé, Mai Mai.

En el teatro, todo el mundo se pone en pie y baila. Eso me hace sonreír. En un momento dado, una foto de Luisa aparece al fondo del escenario, en una pantalla grande. Entonces yo me callo y ella continúa cantando la canción, mientras yo bailo sin descanso con mis chicos. Durante varios minutos, nuestras voces se fusionan y veo a Anselmo secarse los ojos emocionadito.

¡Ay, mi gruñoncete!

Cuando pasados unos minutos acaba mi actuación, el teatro estalla en aplausos. Mi familia grita. Los oigo desde donde estoy y les tiro besos. El clamor es tremendo. Sin duda, aunque mi actuación no ha sido funky, les ha gustado. Volver a disfrutar de La Leona, aunque sólo haya sido de su voz, los ha chiflado.

—¡Esto va por ti, Leona! —grito al micrófono, mientras el teatro le dedica una gran ovación.

Miro a mi amor, que está emocionado y con los ojos anegados en lágrimas. Aplaude como un loco. En su gesto y en su expresión me dice cuánto me quiere y cuánto le ha gustado lo que he hecho para recordar a su adorada madre. Y entonces, divertida, me quito los guantes y, enseñándole a mi suegro la mano para que vea el anillo, le guiño un ojo y sonrío.

Anselmo, al ver eso, abre descomunalmente la boca y suelta una carcajada. Abraza a su hijo y yo, mirándolos, sonrío feliz. Mis padres, al percatarse de lo que significa, no dan crédito, pero Coral se lo confirma.

Emocionados, los Van Der Vall y los Ferrasa se abrazan contentos, porque de nuevo todo va bien.

Mi mirada y la de mi amor se encuentran y leo «Te quiero» en sus labios. Yo le sonrío desde el escenario, cojo la llave que llevo en mi cuello y la beso.

Sé que a partir de este momento volverán los rumores, el acoso de la prensa, las giras, las ausencias por nuestros trabajos, pero también sé que a mi lado tengo a la persona que me ilumina la vida y no dudo que yo se la ilumino a él. Nada podrá con el amor que sentimos el uno por el otro, y lo sé porque, sencillamente, no lo vamos a permitir.