Puede ser
Al día siguiente, estoy con mi grupo en el aeropuerto para iniciar nuestra gira latinoamericana.
Estoy desconcertada. No he podido descansar pensando en Dylan, en lo que pasó anoche entre nosotros y en las cosas que me dijo y me pidió.
¿Se ha vuelto loco? ¿Cómo nos vamos a casar otra vez?
De pronto suena mi móvil. Un mensaje de él.
Que tengas un buen viaje. Piensa en lo que te dije.
Te quiero, cariño.
¡Flipo! ¿Es que no se va a dar por vencido?
Tengo que apretar la boca para no soltar una burrada. Me pongo las manos en la cintura y niego con la cabeza. Estoy a punto de contestarle y mandarlo a freír espárragos, cuando el móvil vuelve a sonar.
Con las manos en la cintura estás preciosa.
Cásate conmigo.
Alucinada, me quito las manos de la cintura y miro a mi alrededor. No lo veo. ¿Dónde está? De pronto lo localizo sentado en una de las cafeterías del fondo, con una gorra oscura y unas gafas de sol. Cuando nuestras miradas se encuentran, sonríe, se baja las gafas y puedo ver sus bonitos ojos.
«Te comería a besos y te mataría a partes iguales», pienso al verlo.
—¿Qué te ocurre? —pregunta Tifany, acercándose a mí.
Valeria, que camina a su lado, mira hacia donde yo miro y dice:
—Oh… oh… Dylan Ferrasa. Sexta mesa a la derecha y al fondo.
Coral, que nos ha venido a despedir, mira con rabia hacia allá y sisea:
—Al final le cortaré los huevos por pesaíto.
—¡Coral, basta ya! —digo.
Tifany, al oírme, se mira las uñas que Valeria le ha pintado y pregunta:
—¿Qué no nos has contado, Puticienta?
Me río; mi excuñada habla ya como Coral y lleva las uñas como Valeria, ¿quién se lo iba a decir? Después miro a esta con reproche, seguro que les ha contado lo que ocurrió anoche, pero me callo. Bastante humillante es para mí saber que he caído bajo su influjo.
Omar se acerca a nosotras.
—¿Qué os ocurre? —pregunta.
Valeria y Tifany me miran a la espera de mi contestación y yo digo quitándole importancia:
—Nada. Creía que había visto a un amigo.
Mi excuñado sonríe, mira a Tifany y cuchichea:
—Hay un par de periodistas camuflados tras la columna, tened cuidado. Por cierto, Tifany, ese falda te queda muy bien.
Ella sonríe, se toca el trasero lentamente y responde:
—Lo verás pero no lo catarás.
Omar cambia el gesto y se marcha. Sin duda, ya no tiene nada que hacer con su ex.
Angustiada, busco a Dylan con la mirada. Por favor, que no lo vea la prensa o su tortura comenzará de nuevo. La mesa donde estaba sentado ahora está vacía. Valeria me dice en voz baja:
—Se ha ido cuando ha llegado Omar.
Segundos después, nos despedimos de Coral, que nos besa con cariño, y embarcamos. El móvil suena otra vez y leo:
No voy a parar hasta que digas que sí.
Te quiero, no lo olvides.
Horas más tarde, cuando estamos en pleno vuelo, mis amigas, que se han sentado conmigo, me miran fijamente y yo les cuento lo que me atormenta.
Tifany me pregunta:
—Pero vamos a ver, cuqui, si tú lo quieres y él te quiere, ¿dónde está el problema?
—No puede ser. Volvería a salir mal.
—Si no me equivoco, sus padres se divorciaron dos veces y se casaron tres, ¿verdad? —ríe Valeria y luego añade—: Quizá sea tradición familiar.
Me río. Me hace recordar a Anselmo y respondo:
—Pues esa tradición conmigo no va a continuar.
Valeria, convencida de que me falta un tornillo, pregunta:
—¿Por qué le dijiste que no lo quieres?
—Porque la mentira a veces es un antídoto, Valeria.
—¿Un antídoto para qué? —salta Tifany.
Con el corazón desbocado y una extraña felicidad al saber que Dylan se muere por mí, respondo:
—En mi caso para que me olvide. Yo no soy buena para él.
Veo que ellas dos se miran y, cuando Tifany se levanta para ir a hablar de nuevo con un ejecutivo con el que no ha dejado de tontear, Valeria dice:
—Pues lo llevas claro, mona. Si el Ferrasa es como creo, ¡lo tienes clarito!
Resoplo, pero en mi interior sonrío. En el fondo pienso como ella: ¡lo llevo claro!