Lost in Love
La popularidad de los diseños de Tifany crece tanto como la mía. El potencial que tiene mi cuñada es enorme y cada día está más segura de sí misma y también más feliz. Incluso ha recibido encargos de otras personas, que ha aceptado gustosa.
Omar no da crédito a lo que ve, pero no dice nada. Está claro que mi cuñada tiene más narices de lo que yo creía y se ha embarcado en su nuevo proyecto dispuesta a salir victoriosa.
Cuando hablo con ella de su relación con Omar, me comenta que le ha dado otra oportunidad y que él despidió a la guarrona de su secretaria. La veo contenta, pero me llama la atención que no lo ha vuelto a llamar «bichito» en público. No sé si lo hará en privado.
Algo ha cambiado en ella e, igual que yo me he dado cuenta, creo que todo el mundo lo percibe. Sigue siendo la misma Toplady con sus locuras, pero la seguridad que irradia ahora la convierte en otra mujer.
Dylan cada día que pasa tiene más trabajo, más operaciones, más congresos. A veces, cuando llega a casa tras su jornada laboral, lo veo agobiado, pero cuando le pregunto, sonríe y dice que no me preocupe.
Yo le hago caso. ¿Por qué no debería hacérselo?
Un jueves en que sé que tiene programada una operación y que llegará tarde, propongo a mis tres amigas salir a tomar algo y, aunque a Coral al principio le cuesta dejar a su astronauta, al final acepta con la condición de que cenemos en su restaurante.
Valeria me regala una peluca oscura con la que pasaré desapercibida y nadie me reconocerá, dice. En el restaurante, observamos a Joaquín curiosas. No es un hombre impresionante, pero su gran baza es la simpatía que irradia y cómo mira a Coral. La adora, no lo puede negar.
Esa noche, instituimos que los jueves intentaremos que sea nuestro día. Lo bautizamos como el Pelujueves y a partir de ahora todos los jueves que podamos quedaremos las cuatro, saldremos y lo pasaremos bien.
¡Brindamos por el Pelujueves!
Después de cenar, nos despedimos del astronauta enamorado y nos vamos a continuar la juerga al bareto de Ambrosius. A este, al vernos y reconocerme pese al pelo negro, sólo le falta hacernos la ola. Rápidamente nos hace un hueco en su zona vip, y nosotras, encantadas por la marcha y la juerga que hay ahí, bailamos y lo pasamos de lujo mientras tomamos sus famosos destornilladores.
Nadie me reconoce y me puedo permitir ser yo misma. Incluso Tifany baja la guardia y es más accesible con la gente.
A las cinco y media de la madrugada, cuando llego a casa me quito la peluca. ¡Menudo coñazo es llevarla! Aparco mi coche y sonrío al ver el de Dylan. Antes de entrar, me ahueco un poco el pelo. Si está despierto, quiero que me vea guapa.
Con cuidado pero algo patosa, subo a nuestra habitación. Me desnudo, pero me dejo el tanga y cuando caigo en la cama, sus brazos me atraen y lo oigo murmurar:
—Ya era hora. Si llegas a tardar un segundo más, habría ido a buscarte.
Encantada de tenerlo a mi lado, me acurruco junto a él y pregunto:
—¿Ha salido bien tu operación?
—Ajá —contesta con voz cansada—. Han sido ocho horas en el quirófano, pero sin duda un éxito.
Me alegro por él y por la persona a la que seguro que le ha mejorado la vida y, sin darme cuenta, ambos nos dormimos agotados.
Por la mañana, cuando me despierto, me derrito al ver al hombre que adoro, frente a mí con una bandeja de desayuno y una tremenda sonrisa.
¡Adoro que sea tan detallista!
Está impresionante con esos vaqueros y la camiseta blanca. Es todo un lujo para la vista y suspiro encantada. Menudo bombonazo tengo todito todo para mí.
—Buenos días, dormilona —saluda, dejando la bandeja sobre la mesilla, para después sentarse en la cama.
Me da un beso en los labios y pregunta:
—¿Bailaste mucho anoche?
Yo también me siento en la cama y respondo:
—Se puede decir que sí.
—¿Muchos destornilladores?
Resoplo. Dylan sonríe y, mirando mis pechos, pregunta:
—¿Quieres dormir más?
Plan A: lo desnudo y lo meto en la cama.
Plan B: lo meto en la cama incluso vestido.
Plan C: vestido o desnudo, ¡este se viene a la cama!
A, B y C, ¡todos juntos! Y agarrándolo de la camiseta para que no se escape, cuchicheo mimosa:
—¿Qué tal si te metes en la cama conmigo?
Dylan suelta una carcajada y, abrazándome, murmura:
—Creo que puedo hacer el esfuerzo.
—Antes de nada tengo que ir al servicio.
—¿Para qué?
Sorprendida por su pregunta, me río yo también.
—Para hacer aguas, ¿o pretendes que me orine en la cama?
El muy puñetero me aprieta el vientre.
—¿En serio me vas a cambiar por ir al baño?
A punto de que me explote la vejiga, grito:
—Que me meooooooooooooo.
Muerto de risa, finalmente me suelta. Este tipo de cosas tan prosaicas sé que no las ha vivido nunca con una mujer y en el fondo sé que le gustan y le divierten.
Corro al baño y, tras hacer lo que necesito, me lavo los dientes mientras pienso en él. Cuando vuelvo a la cama, veo que ya se ha desnudado. Pongo música de Maxwell y, al ver su sonrisa, digo en plan Mata Hari:
—¿Te gustaría rebozarme en harina?
Me mira sin entender y yo digo:
—¿Qué tal si esta noche jugamos a otra cosa diferente?
—¿Rebozándonos en harina? —pregunta boquiabierto.
Yo me río y, olvidándome de la harina, añado mientras me meto en la cama con él:
—Será un «Adivina quién soy esta noche» pero fuera de casa. Quedamos en un sitio, nos encontramos y nos dejamos llevar por la imaginación. Eso sí… sin salirse del personaje. Fantasía pura y dura de principio a fin.
—¿Me estás pidiendo una cita?
—Sí. Una cita muy muy aventurera.
Dylan sonríe y yo digo en voz baja:
—Te estoy pidiendo una fantasía morbosa y sensual, sin harina, que nos vuelva locos de placer; ¿qué me dices?
Con cara de pillo musita:
—Luego me vas a explicar qué es eso de la harina.
Suelto una carcajada.
—Mejor no. Es algo de Gordicienta.
—¡Uy, Coral! Miedito me da —se mofa y, tras darme un azote en el trasero, dice—: Tengo que pasar por el hospital a ver a mi paciente, cariño.
—No importa. Nuestra cita será después.
Dylan, encantado con mi proposición, me sienta sobre él y pregunta interesado:
—¿Hora y sitio?
Contenta por su buena disposición, lo beso y respondo:
—¿Qué tal en el California Suite? He mirado su página web y, además de un buen restaurante, tienen unas habitaciones temáticas increíbles donde pasar un buen rato.
—¿Solos o en compañía?
Su pregunta me llama la atención. ¡¿En compañía?!
Al ver mi cara, mi moreno sonríe y, besándome, cuchichea:
—Me excita ver a un hombre observándonos mientras te hago mía.
No lo dudo. Quiero… quiero… quiero.
—Mmmm… me parece una idea muy interesante. Yo me encargo de ello.
—¿Tú?
Dispuesta a no ceder afirmo:
—Sí, yo. Las otras veces lo has hecho tú. ¿Por qué no yo?
—Eres un personaje público. Si alguien te hace una foto o…
—Tranquilo, nadie me reconocerá.
Pero su necesidad de control hace que se niegue de nuevo.
—No. Yo lo buscaré.
Sin ganas de discutir, le agarro los testículos, se los aprieto un poco y aclaro, dispuesta a conseguir mi propósito:
—El juego lo he propuesto yo y yo me ocuparé de todo.
Dylan me mira. Creo que me va a mandar a freír espárragos, pero una vez más me sorprende demostrándome la confianza que tiene en mí y asiente.
—Okey, conejita.
—Ah, no…, recuerda que en nuestra cita no seré la conejita ni tú el lobo. Seremos dos desconocidos con identidades morbosas, aventureras e interesantes, ¿vale?
—De acuerdo, caprichosa, intentaré ser aventurero, morboso e interesante.
Contenta por lo que se me ha ocurrido y que espero que le guste, pregunto:
—¿Qué hora es ahora?
—La una y cuarto.
Con mimo, le beso los hombros y digo:
—Muy bien. A las siete, tú y yo nos encontraremos en el restaurante del California Suite.
—¡Perfecto! —asiente mi chico, besándome los hombros—. Allí estaré.
En ese instante suena nuestra canción de Maxwell y él, bajando el tono de voz murmura:
—Mmmm… Til the cops come knockin’.
Asiento y mimosa y pregunto:
—¿Qué quieres hacerme mientras escuchamos esta estupenda canción?
—De todo. Pero, de momento, ¿qué tal si te quitas el tanga?
—Quítamelo tú.
Dylan, hambriento de mí, me lo quita con los dientes. Suelto una carcajada y él dice:
—Conejita, abre las piernas y déjame saborearte.
Hago lo que me pide al compás de la sensual canción y cuando siento su aliento entre mis piernas y cómo su dedo entra en mí, jadeo.
—¿Excitada?
Agarrándome a las sábanas, me arqueo de placer y exijo:
—Chúpame.
Dylan abre más mis muslos y entonces es él quien hace lo que le pido. Lleva la boca hasta el centro del manjar que le ofrezco y lo lame y chupa con deleite. Me vuelvo loca y me entrego a él hasta que lo oigo decir:
—… grita cuanto quieras de placer.
Loca… loca… loca… así me vuelvo. Así me pone. Así me tiene.
Levanto las caderas para que me vuelva a lamer y él lo hace. Chupa, succiona, me perturba y, cuando creo que ya no puedo jadear más alto, me coge de las caderas y con un movimiento seco y contundente, me penetra apretándose contra mí y susurra:
—Así. Todo dentro de ti.
Oh, Dios… cómo me pone que me susurre con esa voz ronca y posesiva.
Durante varios minutos, disfruto su asolador ataque con desesperación hasta que para, abre mi mesilla, saca a Lobezno y, con gesto travieso, pide:
—Date la vuelta.
Lo hago y dice en mi oído, mientras me unta gel en el ano:
—Voy a poner este aparatito sobre tu bonito clítoris y voy a seguir follándote hasta que te corras una y mil veces para mí.
Me gusta lo que propone y exijo:
—Fóllame… Vamos… hazlo.
El calor y en especial su posesión me excitan. Sentir la vibración de Lobezno sobre mi clítoris me vuelve loca. Me empapo. Dylan me dilata el ano con un dedo y cuando percibe que ya me tiene preparada, lo retira e introduce su pene. Chillo de placer. Mi amor mueve las caderas con movimientos circulares y yo jadeo, gimo, lo disfruto.
Nunca pensé que el sexo anal me pudiera gustar tanto, pero así es y adoro cómo mi amor me posee.
Una vez su pene está totalmente dentro de mí, comienza a mover las caderas adelante y atrás. Grito y cuanto más grito, más lo animo en sus acometidas.
Bombea en el interior de mi ano y yo tiemblo. Me deshago como la mantequilla. Siento cómo el orgasmo crece y crece. ¡Voy a explotar de placer! Pero cuando estoy a punto, para y me muerde un hombro.
¡Lo mato!
Resoplo y lo oigo reír.
De nuevo comienza a penetrarme. Repite la misma operación. Pone a Lobezno sobre mi clítoris, me vuelvo loca con la vibración, y cuando ve que el orgasmo me llega, para.
¡Lo mato… lo mato!
Miro hacia atrás. Su expresión me calienta la sangre y con la mirada le indico que si lo vuelve a hacer, si me vuelve a cortar el orgasmo, se las va a ver conmigo. Mi fase homicida me vuelve agresiva, por lo que le arranco a Lobezno de las manos, lo tiro a los pies de la cama, lo agarro por el culo y exijo, apretándolo contra mi trasero:
—Llévame a la fase siete. Si paras otra vez, te juro que te castro.
Lo oigo reír. ¡Qué bribón!
Nos pone una barbaridad el sexo anal y cuando me ve tan salvaje, aprieta las caderas contra mi trasero y sin descanso se hunde una y otra vez, hasta que le queda claro que he visto todas las estrellas y el firmamento entero. Segundos después, él llega al clímax con un ronco gemido gozoso.
Cuando recuperamos el aliento, sale de mí, se tumba en la cama y yo lo miro divertida. Entonces cuchicheo, haciéndolo reír:
—Prepárate para nuestra cita… vas a flipar.
A las cuatro menos cuarto, Dylan se va. Tiene que pasar por el hospital antes de nuestra cita y al quedarme sola, enciendo el portátil. Decidida a encontrar lo que busco, miro en varias páginas de contactos sexuales, pero al final opto por contratar a un profesional. Será lo mejor.
En una página de sexo encuentro a un hombre de unos treinta y cinco años llamado Fabián, que físicamente no está mal. Moreno, ojos claros, buen cuerpo.
Ya que lo busco yo, escojo uno que me ponga.
Durante un rato, observo su foto y me pregunto si Dylan cambiará de opinión.
¿Qué hago?
Dudo, pienso, medito. Pero al final tecleo su número en mi móvil y hablo con él. Me da un poco de corte, pero qué narices. Él trabaja en esto y está acostumbrado.
Una vez soluciono ese tema, llamo a Coral, a Valeria y a Tifany. A Coral le pido que baje a la óptica que hay debajo de su apartamento y compre unas lentillas castañas o negras y también pintura negra. Mi amiga flipa, no entiende lo que quiero hacer, pero prometo explicárselo cuando llegue. A Valeria le pido que me maquille y a Tifany, que me lleve un camisón que se compró en Rodeo Drive que parece un vestido.
A las cinco, después de ducharme, me voy derecha al piso de Coral. Me asegura que Joaquín no está. Quiero cambiar de aspecto y no quiero que nadie, a excepción de mis amigas, me vea.
Cuando llego al apartamento Tifany también está allí. Coral, al verme tan contenta, pregunta:
—¿Cómo está mi niña?
—Bien. Estupenda y feliz. ¿Lo has comprado?
Coral sonríe y, señalando un mueble, contesta:
—Ahí tienes tus lentillas de color negro. ¿Para qué las quieres?
—¿Tú qué crees? —Y mirándola, pregunto—: ¿Has conseguido también la pintura?
—Sí.
Divertida por ver su desconcierto, le digo, señalándole la espalda:
—Ve pensando qué me vas a pintar.
Coral ríe. Sin duda debe de pensar que estoy como un cencerro.
Tifany se acerca para darme un beso y, señalando el camisón rojo de seda que ha traído, dice:
—Cuqui, este camisón va a volver loco a Dylan.
—Me lo voy a poner de vestido.
—¡¿Cómo?! —grita estupefacta.
—Serás puticienta… —se mofa Coral.
Me río por lo que dice y mirando a mi descolocada cuñada, afirmo:
—Esta noche, la tigresa de Bengala con mi maridito voy a ser yo.
—Pero ¡si es un camisón! —insiste.
—Eso sólo lo sabemos tú y yo —río divertida.
—Y yo —afirma Coral.
Una vez dejo claro que me lo voy a poner sí o sí, Coral dice, al ver lo que llevo en la bolsa:
—Valeria está aparcando. Por cierto, ¿ahora te has abonado a las pelucas?
Sin ganas de mentir, aclaro:
—Tengo cenita caliente y morbosa con mi marido. —Les cuento mi idea sin hablar de Fabián, sólo de nuestra original cita y de la habitación temática que he alquilado. Ellas me miran boquiabiertas y finalizo—: Y como no quiero que nadie me reconozca, como soy rubia, me pondré morena. Como tengo los ojos claros, los quiero oscuros. Y, sobre todo, quiero hacerle el amor con lujuria y desenfreno a mi guapo marido.
Coral y mi cuñada se miran y, finalmente, mi amiga murmura:
—Me superencantaaaaaaaaa.
En ese instante llaman a la puerta. Es Valeria; le vuelvo a contar lo mismo y Tifany ahora dice lo de «puticienta» con salero. Valeria capta la idea de lo que quiero y dice:
—Siéntate. Cuando acabe de maquillarte, no te va a reconocer ni tu padre.
A las seis y media, estoy ante el espejo y sonrío.
Con la peluca, las lentillas y maquillada así, efectivamente no me conocería ni mi padre.
—Joder, ¡qué buena estás de morena y qué tetorras te hace ese vestido! —murmura Coral.
—Me superencantaaaaaaaaa —afirma Tifany.
—La leche, Yanira… si pareces asiática —ríe Valeria.
—El dibujo que te he hecho me ha quedado bien chulo, ¿verdad? —pregunta Coral.
Me miro la espalda, satisfecha. Es un dragón que comienza entre los omóplatos y acaba en mi trasero. A uno que yo conozco lo va a dejar boquiabierto. Luego, cogiendo el móvil, escribo:
¿Dispuesto para nuestra cita?
Dos segundos después, el móvil me pita.
No me la pierdo ni loco.
Sonrío. No se imagina la sorpresa que le tengo preparada, y escribo:
Recuerda. Seremos dos desconocidos.
Te quiero.
Una vez doy a «enviar», Tifany me mira y exclama:
—Ay, amor, cuando te vea Dylan se va a volver loco.
—Loco es poco —afirma Valeria.
Tras intercambiar una guasona mirada con Coral, respondo:
—De eso se trata, de volverlo loco.