Causa y efecto
El resto de la mañana es delirante. La misma foto sale en varios medios digitales con titulares de tan mal gusto como «Un trío de lo más divertido» o «Yanira le da al francés y al italiano».
¡Qué horror!
Y cuando una hora después suena mi móvil y miro la pantalla, me dan ganas de llorar. Es Dylan. Como ha dicho mi abuela Nira, ¡que Dios me pille confesada!
Decidida a hablar con él y a aclarar el malentendido, me voy a mi habitación y, cuando cierro la puerta, descuelgo y oigo:
—¿Qué coño estabas haciendo con esos hombres?
De nuevo ha soltado un taco. ¡Decir que está enfadado es decir poco!
—Escucha, Dylan eso que ves no…
—Lo que veo es a mi mujer entre dos tipos. ¿Qué narices estabas haciendo? ¿Acaso he de creer eso del trío?
La sangre se me hiela en las venas. Por favor, ¡que no crea eso!
—¿Trío? ¿Cómo se te ocurre pensarlo…?
—¿Cómo no lo voy a pensar, cuando sé que es algo que has probado y que te gusta? —sisea con crueldad.
Estoy por soltarle cuatro gritos. ¡Será imbécil…!
Pero no debo hacerlo. Está enfadado por algo que hice mal y he de entenderlo. Si yo viese unas fotos suyas en esa actitud con dos mujeres, no estaría enfadada, estaría muy… muy cabreada. Así que, moderando mi tono de voz, respondo:
—Cariño, nunca haría eso sin ti.
—¿Seguro?
Eso me ofende y afirmo:
—Segurísimo, Dylan. ¿Cómo puedes dudarlo?
Lo oigo maldecir, y luego añade:
—Estoy muy cabreado, Yanira.
—Lo sé.
—Muy muy cabreado —insiste.
—Dylan, por favor —suplico—. Confía en mí, te lo ruego. La prensa se ha inventado ese titular. Te prometo por lo que más quieras que ni por asomo hice nada de lo que ahí se da a entender.
El silencio entre los dos se vuelve incómodo. Nuestras respiraciones se oyen agitadas y finalmente dice:
—Tengo que dejarte, debo entrar en quirófano. Ya hablaremos.
Y sin más, cuelga sin decirme nada cariñoso. Consternada, me quedo mirando el móvil. La ansiedad en su voz me inquieta. Sin duda, debido al oficio de su madre está acostumbrado a oír cientos de bulos, pero aun así me siento fatal.
¿Cómo no pude percatarme de que me hacían esa foto?
Qué pardilla y novata soy en todo esto. Sin duda me voy a tragar más de una de estas como no me ande con un poquito de cuidado.
Estoy a punto de llorar cuando entra Tifany diciendo:
—Ha llamado Om… ¿Qué te ocurre? —se interrumpe.
Y al enseñarle el teléfono, que tengo aún en la mano, murmura:
—Has hablado con Dylan, ¿verdad? —Asiento y ella me abraza y susurra—: Tranquila, cuqui. Dylan ya sabe cómo funciona esto y no es tan tonto como para creer lo que se insinúa.
Lo creo, o al menos quiero creer que es así. Dylan tiene que confiar en mí. Me seco los ojos y Tifany dice:
—Omar ha llamado. Quiere que adelantemos el regreso a Madrid. Ha concertado un par de entrevistas para que puedas aclarar lo ocurrido.
¡Ni lo pienso!
Es lo mejor. Preparo el equipaje a toda mecha y llamo a Arturo y Luis. Se apenan porque casi no nos hemos visto y nos despedimos. Después beso a mis abuelas, que se quedan consternadas por mi precipitada marcha. Ni Garret ni Rayco están y no me puedo despedir de ellos, pero sí lo hago de Argen. Mi hermano acude rápidamente a mi llamada y, al ver mi cara, dice, cogiéndome el mentón:
—Tranquila, princesa. Estoy seguro de que Dylan entenderá que todo esto es un montaje de cuatro gilipollas aprovechados. No te agobies, ¿vale? —Al verme sonreír, me da un beso en el cuello y añade—: Estoy encantado de tu triunfo, resoplidos. Y nunca dudes de que todos estamos muy orgullosos de ti.
Lo abrazo y, tras darle mil besos y decirle que me despida de Patricia y de mis hermanos, subo al coche con cristales tintados que viene a buscarnos y nos dirigimos hacia el Paseo Marítimo. De mis padres me tengo que despedir le pese a quien le pese.
Para que no se arme gorda si me ve algún fan, Tifany sale del coche y los avisa. Ellos entran en el vehículo y, tras abrazarnos y despedirnos más rápido de lo que a todos nos gustaría, Tifany y yo nos vamos al aeropuerto, donde un vuelo nos lleva derechas a Madrid.
Una vez allí nos recoge otro coche y nos lleva al hotel Silken Puerta de América.
Están previstas un par de ruedas de prensa. En ellas, Omar habla más que yo y, cuando acabamos, me duele la cabeza.
—Ve a descansar, no tienes buena cara —dice mi cuñado.
Hago lo que me dice y, una vez en mi cuarto, miro a mi alrededor. Es una habitación muy bonita y moderna. De decoración minimalista, todo blanco. Pero no veo ningún ramo de rosas de Dylan, lo que me hace saber que sigue enfadado.
Lo llamo por teléfono, pero tiene el móvil apagado. Quiero pensar que está ocupado con alguna operación y le dejo un mensaje recordándole cuánto lo quiero y lo añoro. Cuando cierro el móvil, veo al fondo una bañera oval y pienso en darme un baño, pero estoy tan agotada que donde me meto es directamente en la cama.
A la mañana siguiente, mi estado de ánimo no ha mejorado. Miro mi móvil, pero no he recibido ni un mensaje ni una llamada de Dylan. Lo llamo. No me lo coge.
Alguien da unos golpecitos en mi puerta y al abrir veo que es Tifany.
—¡Arriba esas pestañas! —me dice abrazándome.
Sonrío. Sin duda ella y su cariño son lo mejor de este viaje. Tras vestirme, bajo a un salón del hotel, donde nos espera la prensa. Durante horas, J. P. y yo, con nuestra mejor sonrisa, nos dedicamos a atenderlos y a esquivar las preguntas comprometidas o malintencionadas. ¡Joder con los periodistas, cómo les gusta el morbo!
Tras la comida, llega mi hermano Rayco del aeropuerto. ¡Está loco de contento! Vamos todos juntos al Palacio de los Deportes. El concierto tendrá lugar allí a las diez de la noche y debemos hacer las pruebas de sonido.
Rayco se hace mil fotos con J. P. Este, al saber que es mi hermano, se tira el rollo y se lo lleva con su séquito. Se lo agradezco, porque yo no tengo un buen día.
A las cinco y media estoy de regreso en el hotel y, cuando cierro la puerta de la habitación, tengo claro que necesito un baño antes de que el espectáculo comience. Abro el grifo y empiezo a llenar la bañera.
Enciendo el televisor y busco el canal MTV. Cuando lo encuentro, la voz de Justin Timberlake inunda la habitación. Veo el videoclip Mirrors y sonrío. Justin es genial. Aún recuerdo cuando lo conocí en la gala de la discográfica y lo divertido que fue bailar con él. Una vez se llena la bañera, me desnudo y me meto dentro, mientras la música suena y yo tarareo con los ojos cerrados, y así no pienso en nada. Estoy mentalmente agotada.
De pronto, oigo que se abre la puerta de la habitación y dos segundos después me quedo boquiabierta al ver ante mí al hombre que es mi vida.
Nos miramos en silencio y cuando creo que me voy a desintegrar ante la bronca que me va a caer en décimas de segundo, mi amor suelta el equipaje que lleva en las manos, se acerca, se agacha y me besa.
Su beso me pilla tan de sorpresa que no sé qué hacer, hasta que mis brazos rodean su cuello y lo atraigo más hacia mí.
Nos besamos y cuando su boca se separa de la mía, murmura, enseñándome el teléfono:
—Caprichosa, aquí estoy.
Sus labios vuelven a pegarse a los míos y me ofrece su lengua, que yo saboreo con deleite, pausadamente. Luego me besa las mejillas, el cuello, la barbilla, me levanta por las axilas y, aunque estoy chorreando, me saca de la bañera.
Con las manos mojadas, le quito el jersey gris que lleva y cae al suelo, y mientras lo beso, le desabrocho la camisa, que cae también al suelo.
Nuestras respiraciones se aceleran, nuestros cuerpos se reclaman y no hablamos. Estamos tan hambrientos el uno del otro que sólo nos prodigamos mil caricias, mientras nos besamos, chupamos y lamemos con ansiedad y la locura se apodera como siempre de nosotros.
Dylan me coge en brazos y me aprieta contra él. Hunde la nariz en mi pelo y aspira mi aroma. Una vez se llena de él, me posa sobre la cama. Lo miro excitada cuando, sin quitarse el pantalón, se arrodilla y, sujetándome por la cintura, se inclina sobre mí y me besa los pezones. Luego su caliente boca baja por mi vientre, por mi ombligo y acaba en mi pubis.
Hechizada por él como siempre, un gemido gozoso sale de mi interior cuando sus manos me tocan la cara interna de los muslos. Me los besa, los muerde y finalmente me los separa y me posee con la lengua.
Arqueo las caderas para recibirlo, extasiada por lo que me hace sentir. Desnuda y totalmente entregada, siento cómo mi vagina se lubrica mientras él da unos golpecitos a mi clítoris con la lengua y luego lo succiona.
El latigazo de placer que siento hace que me incorpore y gimo desesperada. Sentada al borde de la cama, restriego frenéticamente mi sexo contra la boca de mi amor, mientras él me abre más los muslos y me da lo que necesito.
Lo miro enajenada por el placer. Él levanta la vista para mirarme también y, trastornada por la fogosidad que veo en sus ojos, le sujeto la cabeza y lo aprieto más contra mí.
Quiero que me coma, que me muerda, que me haga el amor con la lengua. Lo quiero todo y lo quiero de él.
Durante varios minutos en los que chillo como una posesa, él se dedica a darme todo el placer que puede, mientras yo me contraigo sobre su boca y me corro por y para él.
De pronto, me suelta, se levanta y se desabrocha el pantalón. Sonrío mientras me dispongo a recibirlo. Le gusta la expresión de mi cara y su voz suena ronca cuando dice:
—Ahora voy a follarte como nos gusta.
Se quita el pantalón y el calzoncillo y su erecto pene se presenta tentador ante mí. Estoy a punto de lanzarme hacia él cuando Dylan se sube a la cama y, como un dios griego, me separa las piernas con su cara de perdonavidas, coloca la punta de su miembro en la entrada de mi vagina y me penetra hasta casi partirme en dos.
¡Oh, sí… sí!
Luego me agarra de los hombros y, empujando todo lo que puede, se hunde más y más en mí y ambos gritamos extasiados.
El placer que nos damos es exquisito, embriagador, apasionado, y jadeamos acoplándonos como locos, mientras mi vagina lo succiona y su pene profundiza hasta tocar mi útero.
Me agarra por los hombros y acerca las caderas todo lo que puede. De nuevo gritamos los dos, enajenados por el placer.
Después de eso comienza a moverse en mi interior mientras sus manos me agarran los pechos, que estruja, amasa y oprime, al tiempo que sus fuertes acometidas hacen que nos movamos sobre la cama y el ruido seco del choque de nuestros cuerpos suena como un tambor en la habitación.
¡Es tan excitante!
Mis pechos se bambolean ante él y nos unimos el uno al otro con una perfección máxima y, entre gemidos, movemos nuestros cuerpos a un ritmo caliente y enloquecedor.
El rostro de Dylan se contrae apasionado, y una y otra vez se hunde en mí con una fuerza increíble, mientras me mira con deseo y con lujuria.
—Eres mía —sisea—. Mía.
Asiento. Sin duda alguna lo soy y quiero serlo.
Antes de estar con Dylan, nunca había creído en ese extraño sentimiento de la propiedad, tan exclusiva de las parejas, pero ahora lo siento en mí y quiero tenerlo. Quiero ser tan suya como deseo que él sea mío. Sólo mío.
—Estoy a punto de estallar.
—No… —exijo— un poco más.
Dylan prosigue hundiéndose en mí con fiereza. Su gemido gutural y seco me hace saber que se está controlando para poder darme lo que pido, cuando murmura en un tono ahogado:
—El próximo será más largo.
Sonrío. Sin duda alguna, este no va a ser el único.
—Quiero follarte —dice ahora, hundiéndose en mí—. Quiero poseerte, sentirte totalmente mía. —Arremete de nuevo y, extasiada, grito.
Su afán de posesión…
De propiedad…
Su exigencia…
Todo ello unido a sus palabras y sus actos, consiguen el efecto deseado y el ardor de mi cuerpo sube y sube hasta que estalla en mi interior y mis gritos de placer lo llevan a él al séptimo cielo, mientras nos convulsionamos y alcanzamos el orgasmo al unísono, entre jadeos y enloquecidos gemidos.
Cuando se deja caer, agotado, me encanta notar su peso sobre mi cuerpo. Lo abrazo para que no se aparte. Cubierta por él me siento más suya que nunca y la sensación me arrebata.
Pero al cabo de unos segundos, Dylan rueda en la cama y, poniéndome sobre él, como sé que le gusta, murmura:
—Bésame y dime que te alegras de verme.
Mimosa, así lo hago. Disfruto de las caricias de mi amor y cuando nuestros labios se separan tras un morboso beso, musito:
—Verte aquí ha sido mi mayor felicidad.
Agarrándome el trasero con gesto posesivo, me lo estruja, me da un azotito y dice:
—Necesitaba ver qué estaba pasando con mi mujer.
Sonrío y me deleito besándolo de nuevo.
Tras este primer asalto llegan dos más y cuando, agotados, nos dirigimos hacia la moderna ducha de pizarra negra y nos metemos bajo el agua, Dylan comenta:
—Yanira, tenemos que hablar.
Oh… oh… ese «tenemos que hablar» no me suena nada bien.
Agarrándole la cara para que me mire, digo:
—Te juro por mi familia que no hice nada de lo que tengas que avergonzarte.
Dylan no dice nada y yo insisto:
—Créeme, por favor. Te quiero demasiado como para hacer lo que la prensa insinúa. Yo… yo no he hecho ningún trío con nadie. ¿Cómo te atreviste a decirme eso por teléfono?
—Estaba enfadado… y aún lo estoy.
Nos miramos y susurro con un hilo de voz:
—No lo he hecho, créeme.
Por fin, mi amor sonríe y, mimoso, me levanta el trasero para acercarme a él y murmura:
—El trío lo vas a hacer conmigo.
Lo miro sorprendida, y primero no digo nada, pero dispuesta a aclararlo, insisto luego:
—Contigo haré lo que quieras, pero dime que me crees.
Dylan baja la boca hasta la mía, me muerde los labios con deseo y contesta:
—Te creo y confío en ti, caprichosa. Sé que si quisieras hacer un trío lo harías conmigo y no con otros. —Se separa de mí y añade—: Pero debes tener cuidado. La prensa es feroz y, aunque te dará grandes alegrías, también te dará grandes dolores de cabeza. Fotos como la tuya con esos dos hombres nos pueden traer muchos problemas a ti y a mí, además de una mala prensa.
Sonrío. Que Dylan confíe en mí es fundamental y lo beso con amor.