Mi tierra
El lunes cogemos un avión que nos lleva a Madrid. Omar y Sean se quedan allí para arreglar unas cosas y Tifany y yo tomamos otro vuelo a Tenerife, donde nos quedaremos hasta el 1 de mayo. Cuatro días para estar con mi familia y relajarme. Es justo lo que necesito.
Cuando bajo del avión y piso mi tierra, me dan ganas de agacharme y besar el suelo, como hacía Juan Pablo II cuando viajaba. Me contengo, porque creo que nadie lo entendería.
¡Estoy en Tenerife!
Al salir por la puerta del brazo de mi cuñada esperando ver a mi familia, me encuentro con un batallón de periodistas que casi me meten el micro en la boca, y de jovencitos que gritan mi nombre. Los miro alucinada y sonrío al ver que me tratan como si yo fuera Mariah Carey.
¡Flipo! ¡Flipo en colores!
Al fondo veo a mi padre y a mi hermano Argen. Ambos me indican que no tenga prisa, que pueden esperar.
—La discográfica debe de haber avisado de tu llegada —cuchichea Tifany y, al ver mi expresión, añade—: Tranquila, que con los fans yo haré de arpía antipática y te los quitaré de encima.
Tras atender a la prensa, los chicos y las chicas quieren hacerse fotos conmigo. Durante un buen rato estoy con ellos, y me entregan ramos de flores y me abrazan, hasta que Tifany, en plan sargento, me arranca de su lado y me lleva a donde se encuentra mi familia.
Cuando consigo acercarme a mi padre y a mi hermano, nos fundimos en un abrazo y, emocionado, mi padre me susurra al oído:
—Qué alegría tener a mi preciosa resoplidos en casa.
Me emociono, lloriqueo y Argen, divertido, dice:
—No llores, o saldrás en el noticiario moqueando como un chimpancé.
Miro a la derecha y veo una cámara de la televisión de la isla enfocándonos y, tras sonreír y contestar unas últimas preguntas, mi padre toma la maleta y, agarrada de su brazo y del de Tifany, me marcho con ellos hacia el coche.
Cuando llego a casa, me siento como en la película Bienvenido, Mister Marshall. Todo mi vecindario me espera y sólo les falta llevar una pancarta que ponga WELCOME!
Al bajar del coche, aún sorprendida por todo esto, de nuevo reparto besos, abrazos y me hago fotos con mis vecinas, hasta que Tifany vuelve a hacer de mala y consigue meterme en casa.
Una vez dentro, mi madre me abraza, llora, me besa, y yo a ella. Luego lo hacen mis abuelas y mis hermanos. Todos están tan alucinados como yo por lo que está ocurriendo. Sin duda esto es un reencuentro en toda regla, aunque no sea con turrón y por Navidad.
¡Ni que me hubiera muerto y resucitado!
Tifany, que permanece en un segundo plano, está emocionada. Sin duda le conmueve ver la unión de mi familia y, como mi madre la abraza y mis abuelas la miman, no puede parar de sonreír.
El teléfono no deja de sonar. Mi padre contesta y toma nota de los mensajes que llegan para mí. Esto parece una centralita. Omar llama a Tifany y le dice que nos irá a recoger un coche a casa de mis padres para llevarme a una emisora de televisión para una entrevista de sobremesa.
La entrevista sale bien. Los presentadores son simpáticos conmigo y yo con ellos, mientras hablamos de mi vida en Los Ángeles y mi trabajo discográfico. Intento evitar hablar de Dylan, creo que a él no le gustaría y, aunque los del programa me azuzan con gracia, yo los toreo y, al final, me gano las dos orejas y el rabo.
Cuando acabamos, el coche de producción nos lleva de nuevo a mi casa, donde me esperan Arturo y Luis con su pequeño y al verme gritan:
—¡Tulipana!
Yo sonrío. Cuánto los he añorado.
Dos horas después, cuando tengo un segundito de paz, llamo a Dylan. Le encanta saber que estoy en Tenerife con mi familia y lo noto contento. Comento lo de las fotos que han publicado de mí con el hombre de la limusina y, tras aclararle que era un amigo de Jack, no le da mayor importancia.
Le hablo también de todo lo que ocurre. Se ríe y me dice una y otra vez que disfrute de mi familia los días que voy a estar aquí con ellos y que pase de entrevistas y compromisos.
Asiento. Así lo haré.
Después de decirle un millón de veces que lo quiero, y él a mí, cuelgo y me dispongo a disfrutar de mi familia, de mi hogar.
Pero las cosas no son como yo esperaba. Al día siguiente, Omar ha concertado una entrevista en la televisión de Las Palmas de Gran Canaria por la mañana y otra por la tarde en Fuerteventura. Lo llamo por teléfono.
—Omar —le digo—, he venido aquí a ver a mi familia, no a andar de tele en tele.
—Lo sé, preciosa, lo sé —contesta—, pero creo que el hecho de que te vean en tu tierra te beneficia. Es promoción. La gente quiere saber quién es Yanira, la artista que está reventando las listas de éxitos, ¿no lo entiendes?
Eso me hace sonreír y me sube el ego. ¡Toma ya! Yo reventando las listas de éxitos.
Al final, asiento y me paso el día de avión en avión. Cuando llego a casa, Tifany se va a acostar, dormirá conmigo en mi cuarto, y yo me acurruco en brazos de mi padre y me quedo con él viendo una película en el sofá. No hablamos. No nos hace falta.
Al día siguiente, la prensa vuelve a estar en mi puerta, y lo que al principio nos pareció divertido comienza a agobiarnos. Aunque mi hermano Rayco disfruta de ello. Como hermano mío, sale en todos los noticiarios y los demás nos reímos de él.
Con lo ligón que es, ¡lo que le faltaba!
Las vecinas hablan de mí en la tele como si formase parte de su familia y, cuando mi abuela Nira ve a su archienemiga en un programa hablando de su nieta, grita:
—¡Cambate! A esa bruja le arranco los cuatro pelos que tiene como la vea mañana en el mercado.
—¡Abuela! —río al escucharla, mientras la abuela Ankie niega con la cabeza.
—Mamá —dice mi madre—, no ha dicho nada malo de la niña.
—Para hablar de mi nieta, aunque sea bien, esa penco tiene que lavarse antes la boca —masculla la abuela, con una sartén en la mano.
Me río sin poderlo remediar. Pero la risa se me corta de golpe cuando veo aparecer a Sergio, mi ex, en la tele. No dice nada, pero los periodistas lo persiguen.
Estoy pasmada. Pero ¿qué quieren de Sergio?
Esa noche, mis padres han reservado para cenar en el guachinche de unos amigos que cocinan de maravilla y me alegro al ver que Omar no llama para nada. Aunque salir de mi casa es una odisea. Al final, lo conseguimos, pero nos siguen los fotógrafos.
En el restaurante estos amigos nos acomodan en un lateral para que podamos tener más intimidad. Sin embargo, antes de la comida, las cocineras y camareras me piden hacerse una foto conmigo.
Yo acepto encantada.
Una vez me siento, comienzan a traer platos a la mesa. Oh, Dios, ¡qué rico todo! Hay pescado fresco, carne de cabra, costillas con papas y piña, tollo, papas arrugadas y garbanzas.
¡Todo muy light!
Sin duda, mis padres han tirado la casa por la ventana y yo, mi supuesto régimen. Pero cuando me vuelvo loca es cuando me ponen un plato de gofio delante.
Alucinada, Tifany mira cómo lo devoro y pregunta, mientras mi padre nos sirve un vinito del valle de la Orotava:
—¿Qué es eso?
Mi madre, que habla muy bien inglés, le explica:
—El gofio es el alimento canario por excelencia. Es harina de grano tostado y se come con casi todos los platos. Pruébalo, te gustará.
Tifany lo prueba, lo paladea y, bajo la atenta mirada de todos, sonríe y afirma:
—Está riquísimo.
Nos comemos todo lo que nos sirven y cuando acabamos, llegan los postres. Ricos flanes, frangollo, tarta de chocolate y quesillo.
Bueno… bueno… bueno… hoy engordo todo lo que he adelgazado en estos meses.
Cuando termino la cenita con un café y un licor, me siento como si fuera a reventar, pero no importa, habrá merecido la pena.
Por la noche, cuando regresamos, todo está tranquilo y podemos entrar en casa con normalidad, pero al día siguiente, igual que en la película esa de Atrapado en el tiempo, todo se repite. La gente en la puerta, los periodistas a la espera y yo desconcertada sin saber qué hacer.
Sólo me queda un día de estar aquí. Al día siguiente vuelvo a Madrid para el concierto junto a J. P. Por la mañana, tras asumir que no puedo salir con Argen a surfear, quedamos con él en un chiringuito de la playa. Tifany, Rayco, Garret y yo nos dirigimos hacia allá, pero lo que suele ser un paseo de cinco minutos se convierte en uno de dos horas y, cuando llegamos, Argen ya se ha marchado a su taller.
Lo llamo y me disculpo. Mi hermano se ríe al escucharme. Entiende que su hermanita ahora es famosa y tiene que atender a sus fans. Voy al taller a verlo y pasamos juntos un buen rato a pesar de que la prensa me espera fuera.
Esa última noche, mis padres cierran antes la tienda para que podamos ir todos a cenar a casa de mi hermano Argen y de Patricia. Pero, cuando vamos a salir, Omar llama por teléfono y oigo a Tifany discutir con él. Al final, ella me pasa el teléfono y cuchichea para que Omar no la oiga:
—El bichito quiere que vayamos a una entrevista. Le he dicho que no, pero creo que deberías decírselo tú también.
Dispuesta a cantarle las cuarenta, cojo el teléfono y, sin dejarlo hablar, digo:
—Omar, quiero disfrutar de esta última noche con mi familia.
—Te entiendo, cielo, pero lo que te pido es importante.
Tifany se pasa un dedo por el cuello, como degollándose y yo sonrío. Pero Omar insiste:
—Lo siento, Yanira, pero soy tu mánager. Tenemos un contrato y esto es una buena oportunidad con una televisión italiana. Será una conexión en directo y…
—No.
Sin embargo, tras varios minutos hablando con él, al final cedo. Cuando cuelgo, Tifany niega con la cabeza y musita:
—El bichito ha podido contigo.
Sin duda alguna es así: ha podido conmigo.
Mis padres se enfadan y mis abuelas se quejan de que no tienen tiempo ni para besuquearme. Los únicos que me animan son mis hermanos. Ellos me entienden.
Tras escucharlos a todos, le digo a mi familia que Tifany y yo iremos directamente a casa de Argen tras la entrevista. Con la desilusión pintada en los ojos, acceden. Yo me siento fatal, como si los estuviera decepcionando, pero ¿qué puedo hacer?
Cuando llegamos al hotel, me sorprendo al ver el tinglado que han montado allí los italianos, pero disfruto al sentirme tan bien tratada. En ese instante, para ellos soy la reina del momento.
Cuando la entrevista en directo acaba, los de la televisión italiana me dicen que han reservado para cenar en el mejor restaurante de Tenerife y que, al enterarse de ello, unos promotores musicales italianos y franceses que están en la isla de vacaciones se han apuntado para conocerme.
Dios, ¿qué hago? Mi familia me espera.
Miro a Tifany en busca de una solución y ella, encogiéndose de hombros, dice:
—Si Omar o cualquiera de los de la discográfica estuviera aquí, te diría que tienes que ir a esa cena, pues esos promotores son importantes para tu trabajo. Pero, decidas lo que decidas, yo te apoyaré.
Se lo agradezco, pero me encuentro en un dilema: ¿mi familia o el trabajo? Sin duda alguna, mi corazón me dice que la familia, pero la razón me grita que el trabajo. Al final gana la razón.
Llamo a mi hermano Argen para contarle lo que ocurre y él, sin titubear, me dice que vaya a cenar con ellos. Así son los negocios.
Cuando cuelgo, respiro hondo y sonrío.
La cena es divertida. Los promotores vienen con sus mujeres y el buen ambiente reina entre todos. Hablamos de próximas posibles galas o conciertos. Me siento aturullada cuando ya quieren cerrar fechas conmigo. Yo llamo a Omar y les paso el teléfono. Soy novata en esto y no quiero meter la pata.
Luego me pasan el teléfono y Omar, feliz, me comenta que ha cerrado dos conciertos en Italia y en Francia para septiembre.
Aplaudo contenta. La noche ha sido productiva.
Tras la animada cena, decidimos tomar una copa allí mismo para así no tener que desplazarnos, y los del restaurante cierran las puertas y ponen música. Bailamos, tomamos unas copas y nos divertimos y yo, encantada, enseño a un italiano y a un francés a bailar salsa.
Tifany y yo regresamos a casa sobre las cuatro de la madrugada, algo achispadas. Por suerte, no hay prensa y nos vamos directas a la cama.
A la mañana siguiente, alguien me despierta con brusquedad. Es mi abuela Ankie, que me enseña un periódico y me reprocha:
—¿Sólo llevas casada unos meses y ya haces esto?
Le quito el periódico y leo el titular «La cantante Yanira, sola y sin marido, se divierte en la noche de Tenerife». En la foto se me ve entre dos hombres en una posturita nada angelical.
¡Horror, pavor y estupor!
Pero ¿esto qué es? ¿Quién me hizo esta foto?
Tifany, que está durmiendo en la cama supletoria, levanta la cabeza y me mira. Le enseño el titular. No lo entiende porque está en español, pero no hace falta. La foto habla por sí sola y ella se lleva las manos a la cara y murmura:
—Ay, cuqui, a Dylan no le va a gustar nada.
Seguro que no. Por el amor de Dios, pero si parece que estoy haciendo un trío con esos tiarrones.
¡Menuda me espera!
Ya totalmente despejada por el susto que tengo en el cuerpo, me retiro el pelo de la cara y mi abuela sigue con sus reproches:
—¿Te parece bonito?
—Ankie, no hice nada. Yo… yo sólo bailaba. Les estaba enseñando a bailar salsa y… y…
—Y algún espabilado hizo esta foto y la ha vendido.
No sé qué decir. Sin duda alguien ha colado con mala leche esta foto a la prensa.
—O controlas esto desde el principio —dice mi abuela— o no te va a deparar nada bueno.
Al oírla pienso en Dylan. Algo así me dijo él la vez que discutimos y me marché. Mis padres aparecen en la puerta de mi habitación y yo, todavía en pijama, los miro y murmuro:
—Papá, mamá, os prometo que no es lo que parece.
Ambos asienten. Prefieren no opinar, pero intuyo que me creen, aunque sé que esta foto de tan mal gusto no les hace ninguna gracia. Me preguntan a qué hora sale mi avión y yo les prometo pasarme por la tienda para despedirme.
Me besan con cariño y se marchan a abrir su negocio de souvenirs.
Miro mi reloj. Dylan aún debe de estar durmiendo y no habrá visto esto. No quiero ni imaginarme su reacción cuando lo vea.
Joder… joder… joder… el cabreo que se va a pillar, y con razón.
Me agobio y mi abuela, que me lo debe de notar en la cara, dice:
—Tienes que ser lista, hija. Te has metido en un mundo de tiburones y tú eres un dulce pececillo.
Asiento. Me siento como Doris, la inocente amiga de Nemo. Ankie tiene más razón que un santo y prosigue:
—A partir de ahora tienes que controlar todo lo que haces. Ya no puedes ser la Yanira loca y desinhibida de siempre. Ahora debes hacerle ver a tu marido que se puede fiar de ti aunque salgas de fiesta.
El móvil de Tifany suena. Al mirar la pantalla y ver quién es, me lo enseña: Omar. Tifany le cuelga. No quiere hablar con él. Sin duda, estas fotos tampoco le habrán gustado.
—Escucha, Yanira —continúa mi abuela—, debes establecer unas prioridades en tu vida. Y, recuerda, ante todo, debes respetar a la persona que te quiere o le harás daño.
—Pero, Ankie —protesto—, pero si no hice nada. Es más…
—No me des explicaciones —me corta ella—. Yo simplemente hablo de lo que veo, y lo que veo es que Dylan es un hombre y este tipo de foto o titular no le va a gustar.
Ni que decir tiene que lo sé. Se me acelera el corazón. Entra mi abuela Nira y Ankie masculla:
—No puedes decir que sí a todo lo que tu discográfica quiera. Yo lo hice y perdí a Ambrosius. ¿Quieres que te ocurra a ti lo mismo? —Niego con la cabeza—. ¿Adónde va a ir a parar tu vida si no sabes decir que no? Plantéate lo que te digo o, al final, vas a hacerle daño a Dylan.
—Ni hablar, abuela —protesto.
—Que Dios te pille confesada, mi niña —musita la abuela Nira, persignándose.
Aunque no sé si lo dice porque he llamado a Ankie ¡abuela! O por lo que dice la prensa.