19

Todo cambió

Al día siguiente todo es una locura.

Atiendo a la prensa y a distintas televisiones y todavía no puedo creer que esto me esté pasando a mí.

¡Qué puntazo!

Tras la comida, vamos a la radio, donde nos encontramos con J. P. y todo su séquito. Me saluda con cariño y de pronto soy consciente de su gilipollez. ¿Qué le ocurre? Sin duda alguna, este tonto del culo no es el mismo hombre que conocí en el estudio de grabación.

Antes de empezar, el locutor nos dice que la entrevista se puede seguir en directo por streaming. ¡Mierda! Qué pena no haberlo sabido antes. Se lo habría dicho a Dylan y a mi familia.

Cuando empezamos, yo me siento junto a J. P. y la conversación es distendida. El concierto es esta noche en Londres e invitamos a que la gente no se lo pierda. El locutor habla de la música de J. P. y aprovecha para presentarme, promocionar mi álbum «Divina» y recordar que esta noche cantaré junto a J. P. en el estadio de Wembley. Ponen mi música y J. P. me mira y dice, mientras mueve los hombros al son de la melodía:

—Qué buena eres, ojitos claros. Me excita oír tu voz.

Alucinada, estoy a punto de mandarlo a freír espárragos, pero sonrío porque estamos en directo. Creo que lo mejor que puedo hacer en este caso es seguirle el juego y aguantar.

Cuando se acaba mi canción, el locutor, que es muy simpático, nos pregunta cómo nos conocimos. Se lo contamos y me sorprende que J. P. comente que, de no ser por mí, él nunca habría escogido esa canción que cantamos juntos. Eso me alegra. Durante un rato, nos dedicamos a hablar maravillas el uno del otro. Ese peloteo se nos da de lujo y al locutor parece encantarle.

Luego J. P. canta un trocito de una de sus canciones en directo. Es una balada y cuando se me acerca más de lo normal para cantarme al oído, me siento incómoda, pero sonrío. Cuando acaba, todos aplaudimos y me quedo boquiabierta cuando empieza a tirarme los trastos en directo.

Disimulo las ganas que tengo de partirle la cara por las cosas que me dice. Y más, cuando me coge una mano y comienza a darme besos hasta llegar a mi hombro, y porque lo paro.

¡Menos mal que no he avisado a Dylan de que lo siguiera en directo! Seguro que el comportamiento del rapero no le habría gustado nada.

Cuando la entrevista se acaba y salimos del estudio, estoy dispuesta a cantarle las cuarenta, pero su séquito se interpone entre nosotros y lo pierdo de vista. Al final me tranquilizo y voy hacia el hotel. El concierto será por la noche y quiero estar bien.

Cuando llegamos al lugar donde se celebra el evento, veo desde mi limusina las largas colas de personas que esperan para entrar y la palabra «increíble» se me queda corta. Sonrío al pensar que en apenas cuatro días en Madrid veré a mi hermano Rayco, que asistirá al concierto.

Me sorprendo al ver el improvisado camerino que me ceden, lleno de ramos de flores. Sonrío. Sin lugar a dudas son de mi chico. Cojo una tarjeta y leo:

Disfruta del concierto y, si luego te apetece, disfruta de mí.

J. P.

Suelto la tarjeta y me dan ganas de ponerle las flores por sombrero. ¡Será asqueroso!

Veo otros tres ramos de flores. Cojo otra tarjeta y en esta ocasión pone:

Hoy es el primer día del resto de tu carrera.

Disfrútalo y llevaremos el nombre de Yanira a lo más alto.

Omar y discográfica

Sonrío. Sin duda, mi cuñado es todo un profesional en lo suyo. Me quedan dos ramos. Saco otra tarjeta.

Para la mujer con los ojos más bonitos que he conocido. ¡Suerte!

Jack Adams

Vaya, qué atento el amigo de Dylan.

Y por fin me queda un solo ramo. Cojo la tarjeta y leo:

Siento lo de esta tarde en la radio, ojitos claros, pero había que calentar al público.

J. P.

Suelto la tarjeta y casi hago un puchero. ¿Cómo es que Dylan no ha tenido el detalle de enviarme flores, con lo detallista que es?

Instantes después, Omar, Sean y Tifany entran en el camerino. Están emocionados y saben que este concierto va a ser una buena promoción para mi carrera.

Tifany, al ver mi gesto serio, se sienta a mi lado y pregunta:

—¿Qué ocurre?

Señalo los ramos de flores y, sin enseñarle las tarjetas, musito:

—Ninguno es de Dylan.

Ella sonríe y, abrazándome, dice:

—Cuquitaaaaaaa, él ya sabe que en el camerino se reciben varios ramos y es muy probable que no quiera que el suyo sea uno más. Estoy segura de que cuando regreses al hotel, tu superbonito ramo de flores estará esperándote allí en exclusiva. —Sonrío y ella añade—: Vamos, ¡arriba las pestañas! Hoy es tu día, Yanira.

Omar, que no ha parado de hablar por teléfono, me dice:

—Vamos, Yanira, tenemos que hacer la prueba de sonido.

Lo sigo hasta el escenario y cuando subo a él, me acobardo. El estadio de Wembley es enorme. Yo estoy acostumbrada a actuar en hoteles y garitos pequeños, y esto es intimidante. Pero claro, J. P. es una estrella de la música y tiene millones de seguidores que con seguridad llenarían este estadio y un par más.

Un técnico de sonido viene hacia mí, me coge del brazo y me dice, señalando el suelo:

—Puedes moverte con el micrófono por todo el escenario y bailar. No habrá problemas, ¿entendido, preciosa?

Asiento aunque creo que acabo de perder completamente la voz. ¡Me he quedado muda!

¿Cómo voy a ser capaz de cantar tres canciones?

De pronto, la música comienza y yo tengo la lengua pegada al paladar. Debo cantar, pero no puedo.

SOCORRO. ¡Estoy bloqueada!

Los músicos paran. Yo los miro con una sonrisa congelada y les pido disculpas. Asienten y vuelven a empezar como si no hubiera ocurrido nada. Oigo los acordes de mi canción y hago lo de siempre: cierro los ojos, me dejo envolver por el sonido y, cuando me toca cantar, esta vez lo hago. Me transformo. Canto y bailo al compás de la melodía en este escenario enorme y me doy cuenta de que sería genial tener bailarines a mi alrededor. Sin duda, ellos me darían un calorcito humano que en este instante me falta.

Una vez termino la canción, los de sonido me indican que todo está bien. Canto las otras dos, esta vez sin bloquearme. Ya me he calentado y estoy dispuesta a cantar lo que me echen. Cuando termino mi tercera canción en solitario, J. P. llega al escenario. Me guiña un ojo con chulería y, segundos después, se oye la música de la canción que cantamos a dúo. Su voz suena primero por el altavoz y después la mía. Cantamos la canción, pero yo estoy distante y más tiesa que un palo. No me acerco a él ni loca y cuando terminamos, me pregunta:

—¿Qué te ocurre?

No respondo. Sólo lo miro con reproche y él insiste:

—¿Has recibido mis flores, ojitos claros?

—Sí.

—¡¿Y?!

Furiosa, mascullo:

—¡No quiero disfrutar de tu cuerpo, imbécil! Y no me gusta que me llames «Ojitos claros».

J. P. suelta una carcajada. No sé qué le hace tanta gracia. Ya estoy por darle cuatro tortazos en medio del escenario, cuando suelta divertido:

—¿Has creído que yo…? —Y vuelve a partirse de risa. Cuando por fin se calma, me mira y dice—: Tranquila, ojitos… Tranquila, sólo te lo he puesto para bromear. No se me ocurriría acercarme a ti teniendo el marido que tienes. Aunque no lo creas, valoro mi vida y Dylan no sólo me arrancaría el pescuezo, ¡se me comería! —Esto último me hace sonreír y él añade—: Lo único que me importa es que captaras el otro mensaje que te envié. La gente paga para ver un espectáculo, ojitos claros. Y que tú y yo les hagamos creer que tenemos una excelente conexión les encantará. La música es placer y disfrute. Si quieres triunfar en este mundo, métete eso en la cabeza y haz disfrutar a tus seguidores mientras tú también lo haces. Hazles soñar canción a canción.

Sus palabras cargadas de sentido me tranquilizan. Sin duda tiene razón. Qué novata soy. ¡Y yo que me creía tan profesional! De pronto, su mirada vuelve a ser la del J. P. que conocí en el estudio.

—Yo no deseo nada sexual contigo, a no ser que tú lo quieras —se mofa y prosigue—: Pero sí quiero que el público vea química entre los dos.

—Vale, ahora ya lo entiendo.

Uno de su séquito se acerca a nosotros y, tras darnos dos botellitas de agua, J. P. concluye:

—Recuerda, ojitos claros, cuando cantes con alguien, entre vosotros tiene que haber magia, conexión. Tiene que parecer verdad lo que cantas para que le llegue a quien te escucha; ¡no lo olvides!

Asiento. En realidad es lo mismo que hacía cuando cantaba en las orquestas, pero con una realidad que allí no hacía falta demostrar. Tras beber un poco de agua, le guiño un ojo y pregunto:

—¿Qué te parece si volvemos a ensayar la canción?

Esta vez, cuando la cantamos todo cambia. Me divierto en el escenario. Bailo con el rapero, me acerco a él, hago morritos, lo provoco con mis movimientos y, al terminar, Omar aplaude.

—Perfecto, ¡lo que acabáis de hacer es perfecto!

A las once de la noche tengo las pulsaciones a dos mil por hora. Me parece que el corazón se me va a salir del pecho, que me voy a morir en directo, que no voy a volver a ver a mi pobre Dylan y le voy a dar un disgusto de mil demonios.

El concierto ha comenzado hace una hora y J. P. está entregado a su público, dando todo lo bueno que tiene. Lo miro, lo observo y puedo sentir cómo disfruta. Sin duda, eso es lo que me quería hacer entender en la prueba de sonido.

La gente está rendida a sus pies y baila, canta, grita y se divierte mientras él, moviéndose por el escenario, rapea, canta y también se divierte.

Entre bambalinas, miro el concierto mientras me retuerzo las sudorosas manos y mi mente intenta relajarse, pues me toca cantar con él la siguiente canción.

Nerviosa, me toco el pelo. La peluquera que han contratado me lo ha ahuecado de tal manera que me siento el Rey León. Me miro en un espejo lateral y me observo con mi mono de cuero negro y mi cazadora de cuero roja. ¡Qué malota parezco!

Es un mono corto muy del estilo de la esplendorosa Beyoncé, diseñado por Tifany. Es elegante a la par que sexy y con él me siento arrebatadora. Lo hemos complementado con unas botas rojas de altísimo tacón que me llegan hasta los muslos. Ni que decir tiene que el día que Dylan lo vio, no parecía muy contento, pero no dijo nada. Lo aceptó como parte de mi vestuario.

Estoy nerviosa. Muy nerviosa. Se puede decir que atacada.

Plan A: huyo.

Plan B: me desmayo.

Plan C: canto.

El que más me tienta es el plan A, pero estoy tan nerviosa que creo que va a ser el plan B. Pero en ese momento, J. P. termina su canción, mira hacia donde yo estoy y explica que tiene el honor de ser el padrino musical de una nueva estrella.

Como me llame en público «Ojitos claros», me lo cargo. Me pone por las nubes y cuando dice mi nombre, me decido por el plan C. Ya no hay marcha atrás.

Con una espectacular sonrisa, salgo al escenario, donde los focos de luz me ciegan y donde el rapero me agarra de la mano para infundirme seguridad. Se lo agradezco.

J. P. me mira, bromea y le pregunta al público si les parezco sexy. Un rotundo «Síiiiiii» se oye en todo Wembley. Sonrío. Tiemblo y me acojono.

¿Cómo he llegado yo aquí?

De pronto, el rapero me da un beso en la cabeza y la música de nuestra canción comienza a sonar. J. P. me suelta la mano y, moviéndose con soltura por el escenario, comienza a cantarla mientras la gente chilla. Me siento las piernas como si no fuesen mías. Me pesan dos mil kilos cada una y no dudo que es por lo nerviosa que estoy.

Como si de una película se tratara, observo cómo le da al público lo que quiere, mientras yo tomo aire y siento que se me aflojan las rodillas y bailo tímidamente.

Por favorrrrr, ¡sé hacerlo mejor!

Cuando me toca cantar, entro en tiempo y sonrío mientras señalo al público y muevo las caderas con elegancia y sensualidad. La canción lo pide a gritos. Habla de un amor entre una chica de clase acomodada y un chico de la calle. El ritmo me puede y a partir de ese instante bailo y disfruto de la música.

J. P. se acerca por detrás y, micrófono en mano, canta a mi oído. Dice que le gusta hacer el amor conmigo y yo, entregada a la actuación, me doy la vuelta y me contoneo ante él. Encantado por la conexión que hay entre nosotros, posa la mano en mi espalda y, acercándome, cantamos juntos el estribillo. Sin duda alguna hay sintonía entre los dos. Disfruto y hago disfrutar, y la sonrisa de J. P. y la locura de la gente me indican que voy por buen camino.

Nuestra interpretación gusta. La gente aplaude mientras baila y canta con nosotros. Es increíble oír el griterío en Wembley. Todo el mundo se sabe la canción y ¡eso da mucho subidón!

Los bailarines de J. P. se mueven por el escenario. Bailan, saltan, hacen cabriolas y yo, alucinada, canto junto a su jefe mientras me deleito con la música y, como diría Sandy Newman, muevo el trasero.

Una vez acabamos la canción, la gente estalla en aplausos. Yo sonrío y J. P. también. Todo ha salido genial. Cuando el griterío se calma un poco, el rapero se toma un descanso y me toca a mí continuar con el espectáculo.

Madre mía… madre mía… ¡que me va a dar!

Pero como siempre me ocurre, me crezco en las situaciones difíciles. Me acerco el micrófono a la boca y grito:

—¡¿Queréis seguir bailando?!

La gente grita de nuevo que sí y, tras mirar a los músicos y darles mi señal, la música de Divina comienza a sonar. Siempre he sido una profesional, así que me muevo con soltura por el escenario. Bailo, canto, meneo las caderas y, cuando los bailarines de J. P. se lanzan a acompañarme, me siento increíblemente bien y arropada.

La gente se une a la canción e, incrédula, me doy cuenta de que se la saben. ¡Joder! Como el animal escénico que soy, me meto totalmente en mi papel y, dejándome la piel, lo hago lo mejor que puedo. Cuando acabo y la gente aplaude, sonrío radiante mientras doy las gracias.

De nuevo la música vuelve a sonar. En esta ocasión, me quito la cazadora roja de cuero con sensualidad y el griterío es impresionante. No cabe duda de que tengo al público donde quiero. Dejo caer la cazadora al suelo, cojo el micrófono y me arranco de nuevo. Los aplausos son atronadores y disfruto como una loca.

Tras esa canción, va la tercera y la gente definitivamente cae rendida a mis pies. Cuando acabo me siento poderosa y feliz al oír que corean mi nombre.

La sensación es increíble. Nunca me he sentido así tras acabar de cantar.

J. P., que se ha quedado entre bambalinas en un lateral del escenario viéndolo todo, se acerca a mí, me agarra de la cintura y grita mi nombre. El público sigue aplaudiendo y yo, tras lanzar mil besos al aire, cojo mi cazadora roja del suelo y me marcho con un subidón de la leche, mientras el espectáculo continúa.

Una vez dentro, me encuentro a mi cuñado Omar, que me abraza y dice entusiasmado:

—Lo sabía. Tú vales mucho, Yanira.

Me siento feliz. Increíblemente feliz.

Tifany, emocionada, me comenta lo bien que lo he hecho y lo sexy que he estado moviéndome en el escenario, mientras caminamos hacia el camerino.

Omar y Sean, exultantes, no paran de hablar por teléfono. Sin duda alguna esto ha superado sus expectativas y yo apenas sé qué decir.

El camerino se llena de gente felicitándome. No sé quiénes son, pero sonrío y me dejo fotografiar. Cuando Omar los echa a todos, Tifany me da una botella de agua y dice:

—Dylan ha llamado a Omar cuando estabas actuando. Ha dicho que lo llames cuando termines.

Más que contenta, cojo mi móvil y veo que tengo un mensaje de él. Pero resoplo al leer:

¿A qué se debía ese tonteo con J. P. en la radio, «Ojitos claros»?

¡Mierda!

¡¿Me ha oído?!

¿Quién le ha dicho lo del streaming?

Joder… joder… No quiero ni imaginarme qué habrá pensado al ver que J. P. me besaba desde la mano hasta el hombro. Menudo cabreo debe de tener.

Marco su número y aunque da varios timbrazos, no me lo coge. Mi sonrisa se desvanece. Lo intento algunas veces más, pero el resultado es el mismo. Al final, opto por dejarle un mensaje de voz.

—Hola, cariño. Te estoy llamando pero no me lo coges. Lo de la radio ha sido una tontería de J. P. Por lo demás, todo ha salido genial… genial… genial y no me he caído en el escenario. —Sonrío—. Llámame cuando puedas, ¿vale? Te quiero. Te quiero y te quiero.

Cuando cuelgo, mi cuñado, que está más feliz que una perdiz, abre una botella de champán y brindamos. Sin lugar a dudas, este ha sido un buen día para todos.

Una hora después, Dylan no me ha llamado. Eso me extraña, pero pienso que si no lo hace sus motivos tendrá. Cuando se termina el concierto y nos disponemos a irnos, el rapero me intercepta en el pasillo y, abrazándome, dice:

—Has estado fantástica, preciosa. ¡Felicidades!

Sonrío. Sin lugar a dudas ambos estamos contentos, y añade:

—Esta noche doy una fiesta con unos amigos; ¿te apetece venir?

Miro a Tifany, que está a mi lado sin decir nada, y aunque me encantaría asistir a esa fiesta, respondo:

—Te lo agradezco, pero tengo planes.

J. P. me guiña un ojo y, tras darme un beso en la frente, contesta:

—Nos vemos en Madrid, ojitos claros.

Cuando salimos por la puerta trasera, un coche nos recoge y pasamos junto a la multitud que sale del concierto. Miro sus caras y observo que se los ve felices y eso me alegra. Sin duda lo han pasado bien.

Al llegar al hotel, Omar propone:

—¿Qué os parece si vamos a cenar todos juntos?

—Imposible —responde Tifany—. Nosotras hemos quedado para cenar con unos amigos.

Él refunfuña, pero no dice nada, mientras mi cuñada y yo entramos en el hotel para cambiarnos de ropa. Una vez sola en la suite, marco de nuevo el teléfono de Dylan. Sigue sin cogerlo. Vuelvo a dejarle otro mensaje. Pero necesito saber por qué hace eso y llamo al hospital. Allí me dicen que el doctor Ferrasa está operando.

Vale. Ahora me quedo más tranquila.

Media hora después, tras ducharme y conseguir que mi pelo regrese a la normalidad, me pongo un bonito vestido minifaldero azul, junto con unos zapatos de tacón. Tifany, por su parte, está como siempre: impresionante. Lo de esta chica es de escándalo. Un simple vestido negro en ella es como la mayor joya del reino. Desde luego, no se puede ser más guapa, ni tener más estilo.

Cuando pasamos por recepción, Omar está hablando con un grupo de hombres, pero no se le escapa que nos vamos. Yo le digo adiós con la mano, pero Tifany ni lo mira. ¡Olé por ella!

Pero antes de llegar a la puerta, se para. Fuera está lleno de periodistas, y ella me mira y sugiere:

—Tenemos que salir por la cocina; si no, creo que nos seguirán.

Hacemos lo que ella dice y luego bordeamos el hotel, pero al llegar a una parada de taxis, una limusina negra se detiene a nuestro lado y oigo que me llaman por mi nombre.

Al mirar, me encuentro con el amigo inglés de Dylan. ¿Qué hace aquí?

—Hola, Jack.

Él sale de la limusina, nos besa a Tifany y a mí y dice:

—Lo siento. No he podido asistir al concierto y he venido a excusarme. ¿Cómo ha ido todo?

—Superbién —responde Tifany—. Increíble. Ha sido todo un exitazo. Te has perdido un gran espectáculo.

—Increíble —digo yo, aún emocionada—. Ha sido uno de los mejores momentos de mi vida.

Jack sonríe.

—¿Vais a alguna fiesta?

Mi cuñada y yo nos miramos y respondo con sinceridad:

—Íbamos a cenar algo.

—¿Solas? —Asiento—. ¿Y Omar?

Tifany resopla y luego responde:

—Omar y yo no estamos pasando por el mejor momento y a veces más vale estar sola que mal acompañada.

Entre lo que Jack vio en el avión y esta contestación, sin lugar a dudas entiende bien lo que sucede y, con galantería inglesa, propone:

—Señoras, ¿me permiten invitarlas a cenar?

Miro a Tifany. Haré lo que ella quiera. Al fin y al cabo, es quien había reservado para cenar. Al ver que asiente, sonrío y Jack nos ayuda a subir a la limusina.

En el camino vamos charlando hasta llegar a un bonito restaurante. Tras bajar del vehículo, nos coge de la cintura y los tres nos encaminamos juntos hacia el restaurante.

Nada más entrar, Tifany suelta un chillidito de felicidad. Sin duda alguna es la clase de sitios que le gusta. En mi caso, ya sé que me voy a quedar con hambre. Varias personas se levantan para saludar a Jack. A mí no me conocen. Y es de agradecer. No quiero ni imaginar la cara que pondrían muchos de estos si supieran que soy la del mono de cuero y las botas hasta los muslos, que hace unas horas ha cantado con J. P. en su actuación.

Jack nos presenta al dueño del local, Joshua, un hombre canoso bastante atractivo, que cuando ve a Tifany se queda alelado. Mi cuñada, consciente de su encanto, parpadea con gracia y lo invita a unirse a nosotros. Joshua no lo duda y accede de inmediato.

Durante la cena, los cuatro mantenemos una amigable charla. En varias ocasiones miro mi móvil, pero nada. No hay ningún mensaje de Dylan, que debe de seguir en el quirófano. Tras la cena, los hombres proponen ir a tomar algo y Tifany contesta encantada en nombre de las dos.

Está claro que el canoso le gusta tanto como ella a él y eso me preocupa.

Vamos a un local con mucha clase, donde nos tomamos unos cócteles. Están buenísimos y de pronto suena mi móvil. Al ver que es Dylan, me aparto del grupo en busca de un poco de intimidad.

—Hola, cariño —lo saludo contenta.

—¿Dónde estás?

No es el saludo que yo esperaba y respondo:

—Vale, vida, yo también te echo de menos.

—¡Llevo llamándote un buen rato y no me lo coges! —grita—. Incluso he llamado al hotel, pero me han dicho que no estás en la habitación. Luego he hablado con Omar, que me ha explicado muy cabreado que Tifany y tú no habéis querido cenar con él y que os habéis ido con unos desconocidos. ¿Quiénes narices son?

Suena muy enfadado. Primero lo de J. P. y ahora esto. ¡Lo llevo claro!

—Cariño —mantengo la calma—, te he llamado, ¿no has oído mis mensajes?

—Los he visto al salir de una operación. Todavía no me has contestado. ¿Con quién coño estás?

Joder… joder… joder… ¡Dylan ha dicho un taco! Sólo los dice cuando está muy enfadado. Es evidente que no se va a calmar. Conociéndolo, sé que no se va a bajar del burro, así que explico:

—Íbamos a cenar con unos conocidos de Tifany, pero…

—Pero ¿qué? —me corta y, al no responderle, sisea—: Yanira, ¿con quién coño estás?

—Con Jack.

Su grito de frustración me hace apartarme el teléfono de la oreja.

—¿Qué narices haces con Jack? —maldice—. Coge ahora mismo a Tifany y vete hacia el hotel, ¿entendido?

Su tono dictatorial me toca las narices y más cuando ni siquiera me ha preguntado cómo me ha ido la actuación.

—Oye, guapo, relájate o la vamos a tener.

—Por supuesto que la vamos a tener —replica enfadado.

—Vamos a ver —digo—, ¿qué tal si me preguntas cómo me ha ido la actuación?

Tras un tenso silencio, contesta:

—Sé que ha ido todo bien. Omar me lo ha dicho y, además, he visto algo colgado en YouTube.

—¿Colgado en YouTube? —repito alucinada.

¿Yo estoy en YouTube?

Pero Dylan no quiere hablar de eso e insiste con cabezonería:

—Yanira, ¡quiero que te vayas al hotel ya!

Molesta por su tono y por su desinterés por mi trabajo, respondo:

—Lo siento pero no. No estoy haciendo nada malo, sólo me estoy tomando una copa y no voy a consentir que…

—¡¿No vas a consentir qué?! —grita fuera de sí.

La esperada llamada telefónica se está convirtiendo en un calvario y, molesta, musito antes de colgar:

—¿Sabes qué? No estoy dispuesta a seguir aguantando tus gritos. Por lo tanto, adiós. —Y corto la llamada.

Nada más hacerlo, cierro los ojos. Acabo de tentar a la suerte. ¡Menudo cabreo debe de tener en este instante mi Ferrasa!

Como es lógico, el móvil vuelve a sonar. Si Dylan tiene algo es que es insistente. Pero consciente de que no me va a decir nada bonito ni romántico, no lo cojo. Le quito el sonido, me lo meto en el bolso de mano y regreso junto al grupo. Pero entonces alguien me reconoce y me pide que me haga una foto con él. Lo hago, y a partir de ahí ya no me dejan en paz.

Cuando por fin consigo deshacerme de ellos y volver junto a Tifany, me doy cuenta de que está algo bebida y acercándose demasiado al tal Joshua, por lo que, con disimulo, cuchicheo:

—Te estás pasando. Y si sigues así, este tío se lanzará.

Mi cuñada suelta una carcajada y con voz de loba responde:

—Me superencantaaaaaaaaaa.

Bueno… bueno… bueno… ya me veo sacándola de aquí a rastras. Otra como mi amiga Coral, ¡o todo o nada!

La gente comienza a arremolinarse a nuestro alrededor. No me dejan en paz.

Me siento incómoda y estoy pensando cómo escapar de esta situación, cuando Jack se me acerca y me pone un mechón de pelo detrás de la oreja.

Lo miro. Yo no le he permitido esa intimidad y, sobre todo, a Dylan no le gustaría. Al ver mi expresión, sonríe y, acercándose más a mí, murmura:

—Tienes unos ojos increíbles.

—Gracias. —Intento sonreír, pero no me gusta el giro que están tomando las cosas.

Jack parece percatarse de lo que pienso y cuchichea a mi oído:

—Si no fueras la mujer de Dylan… —Y deja la frase en el aire.

Ay, madre… ¡Qué peligro tiene este hombre!

Él sonríe al ver que no contesto. Bebe de su copa sin apartar la vista de mí, haciéndome sentir acalorada. Sin lugar a dudas, he bebido más de la cuenta.

En ese instante, aparece una mujer que lo saluda y, por la manera de mirarse, intuyo que son antiguos compañeros de cama. Para mi suerte, él deja de mirarme para centrarse en ella y yo al fin puedo respirar.

Jack es un hombre muy atractivo, eso no lo puedo negar. Pero tengo claro que no lo toco ni con un palo. Yo sólo deseo a Dylan. A mi Ferrasa particular.

Aprovechando la intromisión, agarro a mi cuñada del brazo, le quito la copa de la mano y digo con determinación:

—Vamos, nos tenemos que ir.

Al ver mi seguridad, no protesta y asiente. Seguramente el canoso está entrando en acción y ella se está empezando a asustar. Cuando nos despedimos, Jack y Joshua, como dos caballeros, se empeñan en llevarnos al hotel.

Quiero gritar que no, quiero perderlos de vista, pero al final no me queda más remedio que aceptar. La gente nos mira y no me gustaría montar un numerito.

Cuando llegamos ante el hotel, Joshua baja de la limusina y le abre la puerta a Tifany para que salga. Cuando yo voy a hacer lo mismo, Jack me coge del brazo para retenerme. Intenta besarme, pero me aparto con rapidez. Si lo vuelve a intentar, le cruzo la cara.

Sonríe al ver mi expresión y, con voz íntima, me mete una tarjeta en el bolso.

—Me gustaría verte otra vez, a solas. Llámame.

—Lo llevas claro.

Mi negativa parece gustarle.

—Dylan no tiene por qué enterarse. Será algo entre tú y yo.

Este tío es tonto de manual y siseo:

—Por mí te puedes ir a la mierda.

Y bajo rápidamente del coche. No quiero discutir con él.

Unos fotógrafos apostados delante de la puerta del hotel comienzan a hacer fotos. Sin perder tiempo, Joshua se mete en la limusina y se van.

Nosotras dos entramos en el hotel sin mirar atrás y Tifany dice:

—¡Qué monos!

—Monísimos —resoplo, convencida de que esos dos son un par de depredadores.

Al entender mi guasa, mi cuñada sonríe y cuchichea:

—Si los Ferrasa se enteran de que hemos estado solas con esos monumentos, nos vamos a meter en un buen lío.

Eso me angustia, ¡porque los Ferrasa ya se han enterado! Yo misma se lo he dicho a Dylan y, además, con tanta foto no habría habido manera de ocultarlo.

Tras despedirme de Tifany, me encamino a mi habitación y al entrar me quedo sin palabras al verla llena de ramos de rosas rojas. Dejo el bolso sobre una mesita y, dirigiéndome a uno, cojo la tarjeta.

Eres la mejor.

Te quiero

Dylan

Ramo tras ramo voy mirando la tarjeta y en cada una de ellas me dice algo bonito cargado de pasión. ¡Dios, cuánto lo quiero!

De pronto recuerdo que le he colgado el teléfono y se me pone la carne de gallina. Voy hasta el bolso, lo abro, cojo la tarjeta de Jack y la tiro a la papelera. No me interesa ese imbécil. Miro el móvil y tengo veinte mensajes y cuarenta y seis llamadas perdidas de Dylan.

Me quiero morir. ¡Qué mala persona soy!

Leo los mensajes, que no son muy románticos. Más bien feroces, autoritarios y enfadados. Vaya cabreo que tiene mi amorcete. Me desnudo, me pongo una camiseta para dormir y me tiro en la cama sintiendo la necesidad de llamarlo. Lo hago y, tras el primer timbrazo, lo oigo decir:

—Ni te imaginas lo cabreado que estoy, Yanira.

—Creo que sí. Me lo imagino —respondo, apoyándome en el cabecero de la cama.

—Yo no me río —sisea.

—Yo tampoco —replico.

Mi respuesta lo enerva aún más y lo oigo resoplar.

—Llevo cerca de dos horas esperando que me llames.

Deseosa de un poco de mimos, cierro los ojos y contesto:

—Escucha, Dylan, llevo un par de días sin verte y estoy que me muero. En cuanto a lo de J. P. y la entrevista, yo misma no entendía a qué venía lo que ha hecho. Luego lo he hablado con él y me ha explicado que fue para animar a la gente para que viniera a vernos y crear expectativa. Nada más. Y en cuanto a lo de ojitos claros, ¡él me llama así!

Tomo aire y prosigo:

—He cenado y tomado una copa con tu amigo Jack y no ha pasado nada. ¡Nada! —Omito que ha intentado besarme. ¿Para qué contárselo?—. Aparte de eso, he tenido un día increíble. He subido a un escenario y he cantado ante un estadio lleno de gente. Todo el mundo me ha felicitado, sonreído y halagado, pero yo sólo necesito, quiero y ansío que tú, el hombre al que adoro, me diga que me quiere, me halague y me dé mimos. Así que deja de gruñir y dime que me echas de menos tanto como yo a ti y que ya queda menos para que nos veamos.

Cuando termino, no contesta. Creo que tras la parrafada que le he soltado lo he dejado sin palabras. Vaya, vaya, mi vena romántica cada día es más apasionada.

Durante unos segundos que se me hacen eternos, ninguno de los dos dice nada, hasta que oigo la voz de Dylan:

—Te quiero, caprichosa.

¡Sí! Este es mi chico.

—Y yo a ti, cielo —contesto—. Si he cenado con Jack es porque nos lo hemos encontrado a la salida del hotel. Tifany y yo no teníamos nada planeado y…

—¿Ha intentado algo contigo?

Joder… joder y joder al cuadrado, cómo conoce a su amigo. Pero dispuesta a no quemarlo más de lo que ya lo está, respondo:

—No, cariño. Te respeta y me ha respetado a mí.

Wepaaa, ¡qué mentirosa soy! Pero es una mentira piadosa. No me siento mal por decirla.

No sé si me cree o no, pero a partir de ese instante su tono de voz es más conciliador. Está claro que confía en mí tanto como yo en él.

Luego me acuesto sonriente y duermo feliz.

A la mañana siguiente me despierta el sonido del teléfono del hotel. Es Omar para decirme que en media hora desayunaremos todos en mi habitación. Me levanto, me visto y, cuando llegan él, Sean y Tifany, sus caras son de felicidad.

Me entregan varios periódicos y Omar dice:

—Lo hemos conseguido, Yanira.

Leo los titulares y me quedo boquiabierta. «Un ciclón rubio llamado Yanira», «Nueva reina del funky», etcétera.

Me tiemblan las manos, estoy atacada mientras miro cientos de fotos mías en el escenario cantando con J. P.

Sonrío. Esa soy yo. ¡No me lo puedo creer!

Los teléfonos de Omar y Sean no paran de sonar y los veo apuntar en sus agendas miles de datos. Una vez Sean cierra su móvil, dice:

—Eran promotores de Alemania, Portugal e Italia, que quieren contratar espectáculos contigo.

—¡Sí! —grita Omar.

Parece feliz y contento. No hay más que ver cómo sonríe.

—Felicidades, Yanira —aplaude Tifany, echando el contenido del sobre de Cola Cao en la taza que tengo delante—. Anda, cómetelo, ¡te lo mereces, por cuqui!

Al ver el polvo de cacao que tanto me gusta, cojo una cucharita y me doy el gustazo. Mmmmm, ¡qué placer!

Una vez acabo con mi cacao y los demás con sus cafés con leche, Omar dice:

—Hoy, día completo. Tienes varias entrevistas. A la once vienen los de Rolling Stones. Te encontrarás con ellos en un salón privado del hotel. A la una, en un local llamado Music, he quedado con los de la revista Billboard, para entrevista y sesión de fotos. Y a las seis volveremos a repetir, esta vez en Trafalgar Square, con los de la revista Popular 1.

Alucino… alucino… y requetealucino.

¿Yo voy a salir en esas revistas?

Como dijo Dylan un día, cuando la maquinaria se pone en marcha, ya no se para, y Tifany, que parece acostumbrada a todo esto, exclama, mirándome:

—¡He contratado a una peluquera y maquilladora divinísima!, que te cambiará el look para las distintas entrevistas. —Y bajando la voz, añade—: Para el siguiente viaje tiene que venir Valeria sí o sí. —Asiento, sorprendida al ver cuánto la aprecia—. También he localizado a Peter, un amigo diseñador, y entre lo que él nos traiga y nuestra ropa, creo que las sesiones de fotos serán purito glamur.

Estoy sin habla. ¡Sin duda esto marcha!

El día es agotador y siento lo que deben de sentir las modelos en sus largas sesiones, con la diferencia de que yo tengo tres en distintos lugares y para distintas revistas. Contesto a todas las preguntas que me hacen, pero, como me aconsejó Omar, pienso las respuestas antes de darlas. Sé que lo que diga será revisado con lupa y no quiero malos entendidos, en especial cuando me preguntan por el hombre que me acompañó al hotel en la limusina oscura.

Pero ¿qué narices están insinuando?

Durante las sesiones de fotos, al principio me muestro tímida. Eso de poner morritos, posturitas y caritas de malota o de niña bien me corta, pero reconozco que cuando le pillo el truco hasta me lo paso bien.

Esa noche, cuando regresamos al hotel, estoy destrozada. Nunca habría imaginado que un día de prensa pudiera agotar tanto. Cuando hablo con Dylan, no lo encuentro de mejor humor, pero, aun así, cuando cuelgo sonrío.