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Si te vas

A mediados de abril sale el disco y la locura se apodera de mi vida.

Entrevistas, reportajes, fotos, cenas, actuaciones… No paro y Dylan me acompaña a todo lo que puede.

Divina es una canción funky llena de ritmo para que la gente baile y se divierta. La discográfica apuesta fuerte por ella y arrancamos en la lista de ventas en el número 6. ¡Detrás de Beyoncé!

¡Menudo subidón!

Mi amor disfruta conmigo de lo que está pasando y yo se lo agradezco. Me facilita la vida todo lo que puede, a pesar de que yo sé cuánto le cuesta, en especial porque ya no podemos salir a la calle como hacíamos. Vayamos a donde vayamos, la gente me rodea para hacerse fotos conmigo o para que les firme autógrafos.

Promociono Divina en las radios y cuando me preguntan cuál es mi canción preferida del álbum, no digo que es Todo. No explico que Dylan me la escribió, ni siquiera que es nuestra historia de amor, porque adoro esa canción por encima de todo y sé que es especial.

Hablo con mis padres, que están emocionados. Nos telefoneamos muy a menudo y Garret me cuenta que en junio viajará a Los Ángeles para la convención de los frikis de La guerra de las galaxias. No se la quiere perder por nada del mundo.

Rayco, por su parte, promete ir a verme a Madrid cuando actúe con J. P. El tío está como loco por conocer a su ídolo. Argen y Patricia continúan en su burbuja de amor, embarazo y vómitos particular.

En cuanto a mis abuelas, tengo a una contenta y a la otra, no tanto. Y, por sorprendente que parezca, la contenta es la abuela Nira y la descontenta, Ankie. Cuando hablo con ella por teléfono, me dice:

—Dylan es tu vida, no se te ocurra dejarlo para ir de gira.

Sorprendida, contesto:

—Ankie, parece mentira que seas tú quien me diga eso.

Maldice y suelta unas cuantas palabrotas en holandés, como siempre que despotrica, y cuando acaba me explica:

—Estoy contenta porque estás haciendo lo que quieres, pero mi consejo es que le des importancia a lo verdaderamente importante en esta vida. Yo no se la di. Dejé a Ambrosius por mi carrera musical y, aunque soy feliz por haberme casado con tu abuelo y haber tenido a tu padre, nunca he dejado de pensar cómo habría sido mi vida si lo hubiera elegido a él.

—Abuelaaaa…, la diferencia entre tú y yo es que yo ya vivo con Dylan. Soy su mujer, ¿lo has olvidado?

De nuevo suelta algo en holandés, que no entiendo, y cuando para, dice:

—Hagas lo que hagas, ten prioridades, mi niña. Y tu prioridad debe ser Dylan. No lo olvides.

Cuando cuelgo, tras haber hablado con toda mi familia, sonrío. Son magníficos y los quiero y, mientras me ducho, esperando que llegue Dylan, pienso en lo que mi abuela me ha dicho. Más o menos es lo mismo que Anselmo, a su manera, también me dijo.

El 24 de abril estoy en el aeropuerto con Dylan. Viajaré a Londres y después a Madrid para cantar con J. P. Tifany me acompaña y se lo agradezco. También vienen Omar y Sean, otro productor.

Cuando me despido de Dylan me siento fatal. No me quiero ir y él por su trabajo no me puede acompañar. Estaré fuera diez días. ¡Diez días con sus correspondientes diez noches sin mi amor!

¿Qué va a ser de mí?

Dylan me besa y permanece en silencio mientras Omar y Sean entregan nuestros billetes y hacen el check-in de nuestros equipajes. Nos miramos y, sonriendo, murmuro:

—Te voy a echar mucho de menos.

Mi Ferrasa particular asiente y, acercando la nariz a la mía, contesta:

—No tanto como yo a ti, caprichosa.

Nuestras bocas se encuentran y también nuestras lenguas, con pausa y con deleite. Quiero retener su sabor, su dulzura, su pasión todo el tiempo que pueda. Y cuanto más lo beso, menos ganas tengo de marcharme. Cuando finalmente Omar y Sean acaban, nos dicen a Tifany y a nosotros:

—Cuando queráis, podemos pasar a la sala vip.

Dylan entra con nosotros sin problema. Entre los ejecutivos que hay por allí trabajando con sus ordenadores de última generación uno se levanta de pronto y se funde con Dylan en un abrazo. Cuando se sueltan, bromean entre sí y mi marido me mira y me informa:

—Este tío estirado y feo que ves aquí es el cirujano plástico Jack Adams. Jack, ella es mi mujer, Yanira.

El mencionado, que de feo tiene lo que yo de morenaza, me coge la mano con galantería, me la besa y dice:

—Encantado de conocerte… Yanira.

—Jack —le advierte Dylan, posesivo—. Es mi mujer, no lo olvides.

—A partir de ese instante lo tendré grabado a fuego —se mofa el otro.

Dylan sonríe mientras Jack saluda a Omar, a Tifany y a Sean y se alegra al enterarse de que vamos en el mismo vuelo a Londres.

Sin soltarme de Dylan, observo agobiada cómo los minutos pasan a una velocidad de vértigo. El momento de separarnos se acerca y, cuando por fin nos llaman para embarcar, mi maravilloso moreno acerca los labios a los míos y, mirándome a los ojos, murmura:

—No te has alejado de mí y ya te añoro, caprichosa.

¡Me derrito!

¡Me amustio como una margarita pasada!

¡No me quiero ir!

Mi cara debe de hablar por sí sola y Dylan, tras besarme con adoración, me guiña un ojo y pregunta:

—¿Te has tomado la pastilla para el mareo?

—Sí.

Mi respuesta es tan escueta, que mi chico musita para animarme:

—Vas a dejarlos a todos con la boca abierta. Pásalo bien en Londres y en Madrid y, cuando vayas a Tenerife, saluda a tu familia de mi parte.

—Lo haré.

Pero mi voz suena tan abatida, que mi amor cuchichea:

—Los días pasan enseguida, cuando regreses estaré aquí como un clavo para recogerte, ¿de acuerdo?

Asiento. Me dan ganas de llorar.

Dios mío, pero ¿qué me pasa?

Estoy contenta por lo del disco y la promoción. Feliz porque voy a aprovechar para ver a mi familia tras la actuación de Londres, pero estoy desolada por separarme de Dylan.

¿Alguien me puede explicar qué me ocurre?

Él, que ya me conoce, al ver que no respondo ni resoplo, me vuelve a abrazar y susurra:

—Vamos, cariño, piensa que estás haciendo lo que te gusta. Lo que quieres. Si te viera mi madre, te diría que lo disfrutaras para que los demás también lo puedan disfrutar.

Tiene razón. Debo cambiar el chip. Y, forzándome a sonreír para no dejarlo peor de lo que está, respondo:

—Te llamaré en cuanto aterrice.

—No importa la hora. Llámame hoy y todos los días, ¿de acuerdo, cariño?

Asiento de nuevo, lo abrazo y me alejo de la mano de Tifany, no sin antes volverme mil veces para decirle adiós, mientras él se queda allí de pie, sin moverse.

Ya en el avión, me instalo junto a mi cuñada. Desde que esta pilló a Omar en pleno acto mandriloide con su secretaria, no se acerca a él, que protesta, pero lo acepta. Yo me acurruco en el asiento y creo que antes de despegar ya me he dormido. Es lo mejor que puedo hacer.

Cuando me despierto, veo que Tifany está dormida. Necesito ir al baño y, con cuidado de no despertarla, me levanto y me marcho. En cuanto vuelvo del servicio, mis ojos se encuentran con los de Jack, que está despierto y me invita a sentarme junto a él.

Vamos en business class y esa parte del avión no está muy llena. Cuando me siento, Jack llama a la azafata para que me traiga un zumo. Durante un buen rato, hablamos y me entero de que Dylan y él se conocieron en sus años de universidad. Divertida, escucho anécdotas de mi marido, mientras descubro que Jack tiene un enorme sentido del humor.

—¿En serio eres cantante?

Afirmo con la cabeza.

—Voy a actuar con J. P. Parker en sus conciertos de Londres y Madrid.

—¿Cantas con el rapero J. P.? ¿Dylan se ha casado con una rapera? —pregunta sorprendido.

Me entra la risa y le explico:

—Mi estilo es diferente, pero bueno, se puede decir que rapeo un poquito con J. P. en su canción, pero yo soy más de funky.

Seguimos hablando un buen rato de lo que hago, hasta que él pregunta:

—¿Cómo conociste a Dylan?

—En un barco. Yo cantaba en la orquesta que amenizaba el viaje y…

—Os encontrasteis.

—Exacto —respondo, sin querer dar más detalles—. Nos encontramos.

En ese instante, oigo un golpe seco. Al mirar, veo que Tifany se ha despertado y Omar se aleja con la mejilla roja y cara de mala leche. Sin entender nada, observo que mi cuñada se toca la mano y deduzco lo que ha pasado. Rápidamente, me levanto, me disculpo con Jack, voy a sentarme junto a Tifany y le pregunto:

—¿Qué ha ocurrido?

Alterada, ella responde:

—Me he despertado y estaba metiéndome mano por debajo de la manta; ¿te lo puedes creer?

Me entra la risa y cuchichea:

—Le he dado un buen bofetón al bichi… a Omar. Si se cree que soy como la facilona de su secretaria, ¡lo tiene claro!

Entiendo su indignación, pero digo yo que algún día tendrán que hablar y decidir qué hacen. Tengo la impresión de que siguen viviendo juntos pero en habitaciones separadas. Por cómo veo a Omar, creo que la situación lo está comenzando a superar, mientras que Tifany parece tranquila e incluso más centrada y con más fortaleza.

Poco después nos volvemos a quedar dormidas y nos despertamos cuando ya estamos tomando tierra en el aeropuerto de Heathrow, en Londres.

Nos despedimos de Jack, que, tras coger unos pases vip para el concierto, que le entrega Omar, se va. Segundos después, dos enormes guardaespaldas casi albinos se presentan ante nosotros, recogen nuestros equipajes y nos llevan hasta una bonita limusina negra.

Son las nueve de la noche en Londres y desde el coche llamo a Dylan. Su voz me relaja y su risa también, pero cuando cuelgo, un extraño desasosiego crece en mí.

En Londres nos hospedamos en el London Hilton, de Park Lane. Alucinada observo esa enorme torre con luces azules. Es impresionante. Lo miro todo a mi alrededor mientras los demás hacen el check-in en el hotel.

Veo que Sean, el otro promotor, se va y de pronto oigo a Omar gruñir:

—Tifany, vas a alojarte conmigo.

—Ni lo sueñes. Te dije que quería una suite sólo para mí.

Mi cuñado blasfema y ella añade:

—Quiero intimidad. Tengo planes y tú no entras en ellos.

—¿¡Planes?! ¿Qué planes? —pregunta el Ferrasa.

Atónita, oigo que Tifany responde:

—Por lo pronto, mañana, cuando termine la actuación, tengo una cuquicita.

—¿Con quién tienes una cuquicita? —casi grita Omar.

Con una gracia que no se puede aguantar, la rubia de mi cuñada sonríe, le guiña un ojo a su marido y contesta:

—Con alguien tan especial para mí como para ti la perra de tu secretaria.

Joder… joder… joder. ¿Dónde está Tifany, que me la han cambiado?

Omar da un manotazo sobre el mostrador de mármol de la recepción. Su expresión es de enfado total. Muy Ferrasa. Va a decir algo, pero en ese momento suena el teléfono de Tifany y la oigo decir mientras se aleja:

—Hola, cuquitoooooooooooo.

La miro boquiabierta, igual que hace su marido, y cuando me recupero, me encuentro con los enfadados ojos de Omar fijos en mí. Encogiéndome de hombros, musito:

—Tú te lo has buscado, machote.

—No me jodas, Yanira.

—Yoooooooo —me mofo—. Líbreme el Señor. No tengo tan mal gusto.

Él resopla y no contesta. Bastante tiene ya. Su actitud posesiva me recuerda tanto a la de Dylan que se me encoge el corazón. Pero no hace nada. Sólo mira a Tifany mientras esta habla y ríe al teléfono.

Cinco minutos después, mientras seguimos en recepción, mi cuñada se acerca y murmura de modo que también la oiga Omar:

—Mañana, cuando termines de actuar, te vienes conmigo de cenita con unos amigos. ¡Lo pasaremos genial! Y, tranquila, a donde te llevaré no te conocerá nadie.

Asiento. No tengo nada mejor que hacer.

Dos segundos más tarde, Tifany coge una de las tarjetas que el recepcionista coloca sobre el mármol y, tras mirar a su marido, dice:

—Que pases una buena noche.

—Tifany, por favor… —suplica él en un tono de voz bajo.

Sin duda alguna, siente algo por ella. Lo dicen sus ojos y cómo la mira. Pero ella, dejándonos de nuevo a los dos patitiesos, lo mira, sonríe, le pasa con delicadeza una mano por la mejilla y murmura:

—No, Omar… ya no.

Me siento incómoda al estar presenciando todo esto en primera fila.

Omar la agarra por el codo, la acerca a él con brusquedad y sisea:

—Eres mi mujer, ¿lo has olvidado?

—No, Omar, no lo he olvidado —susurra Tifany con voz melancólica, y añade—: Aunque tú lo olvidaste hace tiempo.

Mi cuñado se acerca más a ella y musita, acercándose a su boca:

—Soy tu bichito, ¿no lo recuerdas?

¿Tendrá morro el mandril, por no decir el cabronazo?

Tifany parpadea y, recomponiéndose, sonríe y responde:

—Me encantaba que fueras mi bichito, pero no, ya no lo eres. Como te dije el otro día en casa, soy consciente de que tengo un marido de cara a la galería, pero en la trastienda, igual que haces tú, tendré todos los amantes que quiera. Buenas noches, Omar.

El gesto de mi cuñado se descompone. Sin lugar a dudas, eso ha sido un derechazo en toda regla.

¡Olé, mi Toplady!

Sin más, las dos nos dirigimos hacia el ascensor con dos botones que llevan nuestro equipaje. Una vez se cierran las puertas, mi cuñada se ríe y, mirándome, cuchichea con un hilo de voz:

—¿A que lo he hecho bien?

¿Estaba actuando? Y antes de que yo pueda decir nada, prosigue:

—Por un momento he temido ceder. Cuando mi bichi… Omar me habla en ese tono íntimo y sensual, me deja sin voluntad —murmura acalorada.

La entiendo. El sexo y la intimidad con el ser querido son lo mejor de lo mejor y comprendo su debilidad. Si me pasara lo que a ella y Dylan me hablara como sé que me gusta y me excita, no sé cómo reaccionaría.

—Mañana —continúa, dándose aire con la mano— he reservado para cenar en un restaurante que conozco, muy íntimo y bonito. Sólo tú y yo. ¿Qué te parece?

Sonrío. Qué artistaza se está perdiendo Hollywood.

—Me parece genial —respondo.

Cuando llegamos a nuestra planta, nos besamos en la mejilla y cada una se dirige a su habitación sumida en sus propios pensamientos. Sin duda alguna, distintos Ferrasa los ocupan.

Cuando entro en la suite y el botones se marcha, me quedo mirando a mi alrededor como una tonta sin saber qué hacer.

La habitación es preciosa, muy lujosa, grande e increíble. Al mirar la enorme cama, sonrío y pienso en Dylan. Lo que disfrutaría ahí con él.

Voy al cuarto de baño y me quedo perpleja al ver un enorme y redondo jacuzzi.

Sin dudarlo, abro los grifos para llenarlo. Antes de dormir, un bañito me vendrá de lujo.

Del minibar cojo una bolsita de patatas fritas y una cerveza. Me lo tomo mientras recorro la bonita y lujosa suite. Veinte minutos más tarde, cuando el jacuzzi ya está como yo quiero, decido desnudarme.

Pero acabo de hacerlo, cuando alguien llama a la puerta. ¿Quién será?

Rápidamente, cojo el albornoz, me lo pongo y, al abrir, me encuentro a un botones con un precioso ramo de rosas rojas. Lo acepto sorprendida y, cuando cierro la puerta, saco la tarjetita y leo:

Pásalo bien, caprichosa. Piensa en mí y disfruta de tu éxito.

No olvides que te quiero.

Dylan

Sonrío; ¡qué cariñoso es mi Ferrasa!

Aspiro el perfume de las rosas y cierro los ojos pensando en él. Con las flores en la mano, entro en el baño y las dejo sobre el mármol. Quiero bañarme y mirarlas para pensar en Dylan. Cuando me meto en el agua, suelto un gemido de placer y pulso los botones haciendo que empiece a burbujear.

Encantada de la vida, apoyo la cabeza y toco la llave que llevo colgada al cuello. La beso y, al mirar la pared que tengo al lado, veo que hay hilo musical. Alargo la mano y lo enciendo. La música suave y sugerente es lo único que me faltaba para disfrutar más de todo esto.

Durante varios minutos, me dedico simplemente a gozar de la sensación del agua alrededor de mi cuerpo, mientras pienso en mi amor. Con los ojos cerrados imagino que está fuera del jacuzzi, contemplándome, y su mirada me hace suspirar.

Tengo la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados y la boca entreabierta. Mi deseo, mi morbo y mis fantasías se avivan al pensar en Dylan. Pero él no está aquí y no me he traído a Lobezno. ¡Mierda!

Mis manos, hasta ahora quietas, van derechas a mis pechos y me los masajeo. Los aprieto, los amaso. Los pezones se me ponen erectos y cuando me los toco y los siento duros, murmuro:

—Para ti, mi amor.

Lentamente bajo una mano de mi pecho a mi estómago y después a mi vientre. Me gusta la sensación de fantasear e imaginar. Mi caricia continúa hasta llegar a mi pubis. Trazo circulitos sobre él, mientras separo las piernas para darme a mí misma mayor acceso y mis caderas empiezan a oscilar. Sin duda estoy caliente y quiero guerra.

Con los dedos pulgar e índice, me agarro el clítoris y me lo acaricio con suavidad. Mmmm, ¡qué placer! Durante un rato continúo con mi jugueteo, hasta que la presión que ejerzo me incita a seguir. Me abro los labios vaginales para dejar totalmente expuesto mi botón del placer, y comienzo a darle ligeros golpecitos con un dedo, que me proporcionan un íntimo placer.

Esto es justo lo que necesitaba. El ardor, la fogosidad y la excitación recorren mi cuerpo, que demanda más. Quiere más. Con seguridad, introduzco un dedo en mi interior y después dos para masturbarme bajo el agua, mientras mis caderas se mueven adelante y atrás, proporcionándome un sinfín de deliciosas sensaciones.

Mi fantasía consigue que visualice los ojos de mi amor sobre mí y, sin dudar, me masturbo para él, pero no culmino. El placer se me resiste. Necesito más… algo más.

Arrebatada y delirante, salgo del jacuzzi, me pongo el albornoz y rebusco en mi maleta. Encuentro lo que busco y después me tiro en un lado de la cama. Allí me deshago del albornoz e introduzco los dedos en mi palpitante vagina con avidez, mientras la voz de Dylan me susurra al oído: «Eso es, caprichosa… mastúrbate para mí».

Su voz, su mirada. ¡Imaginación al poder!

Excitada por su recuerdo, me humedezco y tiemblo a cada acometida que yo sola llevo a cabo en busca de mi placer. Pero quiero más… necesito más.

Con la respiración entrecortada, miro el albornoz que está a mi lado. Lo cojo, lo enrollo y lo poso sobre la cama. Desnuda, me siento sobre él con el sexo bien abierto, para sentir el roce. Agarrándome al cabecero de la cama, comienzo a mover las caderas adelante y atrás con avidez. Mis pechos se mueven mientras me restriego contra el albornoz y siento cómo mis fluidos escapan de mí, mojándome. El calor me envuelve mientras «me follo» el albornoz y mi respiración se acelera con su dureza, que presiona mi vulva y mi clítoris.

¡Es maravilloso!

El olor a sexo en la habitación, mis gemidos, mi imaginación y mis movimientos me llevan al placer. ¡Oh, sí!

Durante un rato, continúo con mi particular baile de autosatisfacción hasta que agarro lo que he sacado de la maleta. Es mi cepillo de dientes eléctrico, crema labial incolora y un pañuelo de seda.

Hace tiempo, leí en una revista cómo fabricar un vibrador casero y hoy que me siento MacGiver lo voy a hacer.

Acalorada y sin bajarme de mi improvisado potro del placer, mientras continúo moviendo las caderas, enrollo el cabezal del cepillo eléctrico al pañuelo de seda. El cabezal queda cubierto, grueso pero no punzante, y pruebo si funciona. Y sí, la vibración se nota. ¡Bien!

Con el interior de mi vagina inflamado por el frotamiento con el albornoz, me acuesto sobre la cama, poniéndome este debajo de las caderas, que así quedan más altas que el resto de mi cuerpo.

Ansiosa, excitada y muy muy caliente, separo las piernas. La postura y mi deseo son excitantes y murmuro:

—Quiero correrme. Necesito correrme.

Con una mano intento abrirme los labios vaginales, pero los tengo húmedos, hinchados y resbaladizos y se resisten. Cuando lo consigo, tiro de ellos como hace Dylan para exponer mi palpitante clítoris. Lo noto latir y, con la yema del dedo, le doy unos suaves toques que me enloquecen. Ansiosa del todo, abro el botecito de crema labial y con dos dedos cojo una buena porción y me la unto en el clítoris. Dios, ¡qué sensación!

Acto seguido, coloco mi improvisado vibrador casero sobre mi húmedo e hinchado clítoris y, al sentir su vibración, en breves segundos el fuego de mi cuerpo combustiona y sale de mi boca un más que deseado grito de placer.

Cierro las piernas. Me retuerzo, pero oigo que Dylan me pide que las abra. Quiere ver cómo me corro para él. Lo exige. Le hago caso y, al hacerlo, mi gustazo se duplica, mientras muevo mi invento de arriba abajo.

Joder… me gusta… me gusta… me gusta mucho.

Tiemblo. Toda yo tirito. Mis piernas tienen vida propia, mis caderas, enloquecidas, se levantan y, cuando localizo el punto exacto de mi gozo, dejo de mover mi invento. El calor sube… sube y sube y, cuando llega a mi boca, me contraigo presa de un orgasmo devastador que me obliga a convulsionarme y a gemir como una loca.

Agotada por lo que acabo de hacer yo sola en la suite de este carísimo hotel, cierro los ojos y suelto el cepillo de dientes mientras mi respiración se acompasa. El calor es delirante, mi vagina palpita y tengo la boca seca.

Pero, Dios, ¡qué gusto!

Cuando las piernas dejan de temblarme como gelatina, me levanto, me acerco al minibar, cojo un botellín de agua y me lo bebo de un tirón.

¡Qué sed tenía!

Miro hacia la cama y veo los restos de la fiestecita privada que me he montado. El albornoz, el cepillo eléctrico, el pañuelo, la crema labial… Suelto una carcajada, negando con la cabeza y murmuro:

—Dylan, ya no puedo vivir sin ti.