17

Si tú me miras

La canción que grabé con J. P. Parker se oye en todos lados y a partir de ese momento mi vida da un giro increíble. Todo el mundo me busca, todo el mundo quiere saber quién es la Yanira que canta con el rapero y Omar se encarga de informarles de ello.

Alucinada, me doy cuenta de que mi cuñado tenía razón. Me llueven miles de propuestas de productores, discográficas, cantantes, que yo contemplo sin habla. Dylan me observa divertido, pero sé que su diversión no es total. Le preocupo y él me preocupa a mí.

La discográfica quiere trabajar ya en mi disco. Me asusto, intento aplazarlo, pero tras meditarlo, finalmente accedo a comenzar la grabación de los temas. Creo que, visto lo visto, es lo mejor.

Mis jefes me piden que me ponga en forma. ¿Me están llamando gordita? Por si acaso, hago el esfuerzo de madrugar y salir cada mañana a correr con Dylan. Los primeros días es una tortura china para mí. Me paro cada dos por tres, me quejo, digo palabrotas, me ahogo, pero mi chico, que es un superman, me anima y acorta su recorrido para poder ir conmigo.

Me hace de entrenador personal y yo me río cuando le digo que ir detrás de él es como ponerle a un burro una zanahoria delante. Con tal de pillar ese cuerpo, lo sigo al fin del mundo. Él sonríe y me besa.

Día a día va alargando nuestro recorrido y puedo ver en qué buena forma está mi maridito y, en especial, cómo lo miran las mujeres al pasar.

¡Serán lagartas!

Cuando regresamos a casa, estoy para el arrastre. Dylan se ríe y, tras ducharnos y darme la recompensa que le exijo por el esfuerzo realizado, él prepara el desayuno mientras yo termino de arreglarme. En la mesa, nos sentamos el uno frente al otro y, mientras hablamos, él come deliciosas magdalenas o cruasanes y yo un tazón de leche y de fibra sin mi adorado Cola Cao.

Eso me cambia el humor. Estar a régimen no es lo mío. Dylan no dice nada, ha decidido no meterse en eso, pero me deja muy claro que no cree que necesite adelgazar, porque opina que estoy muy bien como estoy.

La dietista que me ha puesto la discográfica me explica que el régimen y los ejercicios son para ponerme en forma, porque cuando comience la gira necesitaré estarlo. Lo bueno de todo esto es que pronto veo mis progresos, noto que mi cuerpo comienza a estar fibroso y, en especial, me encanta cómo me quedan ahora los vaqueros.

Vaya culito respingón más mono que se me está poniendo.

De lunes a viernes, Dylan se marcha hacia el hospital a las ocho de la mañana y yo, tras hacer trampa con el régimen y zamparme a escondidas mi par de cucharadas de Cola Cao a palo seco, sobre las nueve me voy a la discográfica. Allí está Tony y me gusta trabajar con él.

Omar, que es un tiburón de su negocio, nos mete presión. Quiere el disco en la calle lo antes posible.

Cuando Dylan no sale muy tarde del hospital, me va a buscar a la discográfica. Desde allí, encantados y felices, nos vamos a ver las obras de nuestra nueva casa. Van viento en popa y está quedando preciosa. No veo el momento de que todo termine para podernos instalar allí.

En este tiempo, mi relación con Tifany y Valeria se ha reforzado. Cada una a su manera, me han demostrado ser unas amigas estupendas y nos vemos siempre que podemos.

El día que Valeria se entera de que yo soy la Yanira que canta en la radio con el rapero J. P. casi le da un ataque. Se pone tan nerviosa que no le cuento que voy a sacar un disco. Ya se lo diré más adelante.

Coral viene a Los Ángeles con un contrato para un excelente restaurante de autor. Dylan le ha conseguido el trabajo y ella no puede estar más feliz. Los primeros días se queda en nuestra casa, con nosotros, pero, dado que Coral es muy independiente, a la segunda semana se marcha ya para vivir por su cuenta.

El sábado siguiente, Dylan tiene programada una operación importante, por lo que quedo para comer con ella y las que ahora son mis amigas. Quiero que se conozcan. Cuando llego con Coral al restaurante, el camarero me reconoce. ¡Menudo subidón!

Nos hacemos fotos. Le firmo un autógrafo en una servilleta y después nos pone en una bonita mesa en la terraza exterior. Hace un día estupendo.

Tras el camarero, salen dos chicas de las cocinas. Están emocionadas. Ambas quieren su foto conmigo y yo, encantada, les doy el gusto. ¡Sin lugar a dudas, la fama mola!

Cuando ellas se marchan tan contentas, Coral me dice en voz baja:

—¿Qué se siente al ser famosa?

Me encojo de hombros. Realmente es algo raro y exclamo:

—¡Mola!

—Ay, mi Famocienta —se mofa ella.

Después de que el camarero nos traiga algo fresquito para beber, Coral dice:

—¿Te puedes creer que ayer fue a comer al restaurante Antonio Banderas?

Sentada a su lado, tomando el sol, respondo con sorna:

—Me lo creo. Estamos en Los Ángeles, Gordicienta.

Coral se mira el reloj y musita:

—No me entiendo. Hoy es mi día libre y echo de menos trabajar. ¿Me estaré volviendo loca?

La miro divertida y, encogiéndome de hombros, digo:

—Eso es que te gusta tu trabajo, o bien que hay un chulazo en el restaurante que te encanta, ¿a que no me equivoco?

Ella sonríe y contesta:

—El chulazo todavía no ha aparecido, pero mira, ahí viene tu cuñada. ¡Qué estilazo tiene la tía!

Miro al frente y veo llegar a Tifany. Como siempre, el glamur que desprende es increíble y, cuando llega hasta nosotras, saluda:

—Holaaaaaaaaaaaa.

Me levanto, le doy dos besos y pregunto:

—¿Te acuerdas de mi amiga Coral?

Por supuesto que se recuerdan y Tifany contesta:

—Claro que sí, amor. Hola, Coral, encantada de tenerte de nuevo por aquí. Me ha dicho Yanira que estás trabajando en un restaurante estupendo. ¿Todo bien por allí?

—De lujo pirujo. ¿Y tú, qué tal?

Tifany se sienta en una de las sillas y, retirándose el pelo de la cara, suelta:

—Pues justamente hoy… ¡fatal!

—¿Por qué? —pregunto sorprendida.

Mi cuñada se quita sus glamurosas y caras gafas oscuras y puedo ver sus ojeras. ¿Qué le ocurre? Coral y yo nos miramos y, finalmente, Tifany musita:

—Estoy tan mal que no sé si cortarme las venas o fundir la Visa Oro.

—Me decanto más por la Visa Oro —se mofa Coral.

Tifany suelta un gemidito quejumbroso y prosigue:

—He pillado a mi bichito follando como un mandril con la puta de su secretaria sobre la mesa de su despacho. ¡Oh, Dios! ¿Cómo me puedes hacer esto, bichito? Oh, bichito…

¿Mi cuñada ha dicho «follando» y «puta»?

Coral me mira desconcertada y yo le aclaro:

—Bichito es su marido.

Gordicienta pone los ojos en blanco, sé lo que piensa y yo miro de nuevo a Tifany y pregunto, mientras poso una mano en su brazo:

—¿Estás bien?

La pobre niega con la cabeza y dice entre lágrimas:

—Esa perra de tinte negro barato no le da mis mensajes cuando lo llamo. Ayer lo estuve esperando durante dos horas y media para ir a cenar a un restaurante estupendo. Era nuestro aniversario. Organicé una cena romántica, le compré unos gemelos ideales de platino, y va ella y no le da mi mensaje. Como no apareció y no me cogía el teléfono, muy ofuscada, me dirigí a la discográfica y… y…

—Y te encontraste al mandril y a la puta de su secretaria sobre la mesa del despacho —concluye mi amiga.

Tifany asiente, se derrumba y nos cuenta todo lo que vio. Pobre… pobre…

Coral, que se apunta siempre a las causas perdidas, rápidamente saca un kleenex de su bolso y, mientras consuela a mi cuñada, pone a Omar a caer de un burro. «Mandril» es desde luego lo más suave que sale por su boca. Sin duda tiene razón. Lo de mi cuñado no tiene nombre. Cuando veo al camarero y voy a pedirle agua, oigo:

—Holaaaaaaa, ¡ya estoy aquí!

Es Valeria, otra alma caritativa, que, al ver llorar a Tifany, suelta su bolso en la silla y murmura, cogiéndole las manos:

—Pero, bonita mía, ¿qué te ocurre?

Tifany, desesperada, se deja abrazar por todas. Las tres nos miramos sin saber qué hacer, mientras ella maldice y suelta un millón de barbaridades. Se pone en tal estado de nervios, que finalmente Coral le da un bofetón que nos deja a todas temblando y Valeria acaba cogiendo las riendas de la situación:

—Ahora mismo nos vamos las dos al baño, te lavas la cara y te tranquilizas —dice levantando a Tifany.

Acto seguido, desaparecen en el interior del local. Coral me mira y yo pregunto:

—¿Se puede saber a qué ha venido ese bofetón?

—Estaba histérica.

—Pero ¿tenías que darle tan fuerte?

—Había que pararla —contesta Coral.

Tiene razón. Aunque el bofetón ha sido demasiado.

—No me digas que el pibón que acaba de llevarse a Tifany es Valeria. —Asiento y ella murmura—: Increíble. Pero si está más buena que yo.

Dos minutos después, Valeria y Tifany, dos mujeres de lo más diferentes en estilo, vida y experiencias, regresan junto a nosotras y yo digo:

—Coral, ella es Valeria. Valeria, ella es Coral.

Ambas se sonríen y sé que se han caído bien. Como diría Coral, de puta madre, y mirando a Tifany, que tiene el rímel corrido, pregunto:

—¿Estás mejor?

Mi cuñada niega con la cabeza y Coral dice:

—Discúlpame por el bofetón.

Tifany asiente pero no dice nada. Pobre, creo que ni se ha enterado. Me da pena, y bueno, nos da pena a todas.

Valeria, tras pedirle algo de beber al camarero, que nos mira desconcertado, abre su bolso, saca un estuche y, retirándole a mi cuñada el pelo de la cara, dice:

—Deja de llorar. Ningún hombre, y menos uno infiel, se merece que una mujer llore. Con lo guapa que eres, que llore él por ti.

Tifany asiente, se deja retocar el maquillaje por ella y contesta:

—Ojalá… ojalá fuera capaz de decirle: cómprate unas acuarelas y píntate tu mundo, bichito.

Coral, al oírla, suelta:

—Mejor déjate de acuarelitas y dile que se vaya a tomar por culo.

—¡Coral! —la regaño.

Mi amiga, tras intercambiar una sonrisa con Valeria, coge la mano de la triste Tifany y dice:

—Como diría mi madre, «Dios le da pañuelos a quien no tiene mocos». —Y al ver cómo la mira la otra, aclara—: Que es como decir, tu marido no te merece, cariño.

—Qué razón tiene tu madre, hija mía —afirma Valeria, cerrando el estuche de maquillaje. En un pispás ha dejado a Tifany impecable. ¡Qué artistaza!

Mi cuñada asiente, pero parece desconcertada.

—Coral, Valeria, ¿por qué no vais un momento a pedir algo de comer? Tifany y yo queremos ensalada verde con tomate y sin cebolla.

—¿Ensalada tú? ¿Estás enferma? —alucina Coral.

Sin ganas de explicárselo en este momento, le echo una miradita y al final se levanta con Valeria y se van. Cuando me quedo sola con mi cuñada, digo:

—¿Por qué lo aguantas?

—Porque lo quiero y sé que si me separo de él, no lo volveré a ver nunca. Y yo… yo estoy demasiado enamorada de él como para tomar esa decisión. Además, luego… luego esta Preciosa.

—¿Preciosa?

Con una dulce sonrisa, me mira y explica:

—Tenías razón. La niña es lo mejor que tiene Omar. La adoro tanto como ella a mí y si acabo con Omar, los Ferrasa, en especial el ogro, me prohibirán verla y entonces me moriré de pena.

La lucidez de sus palabras me llega al corazón. Al abrirse a Preciosa, Tifany está recibiendo de la niña un amor puro y desinteresado y eso la ha descolocado.

—Entiendo lo que dices, pero tienes que hacer algo. No puedes seguir así. Tienes que quererte a ti misma para que él te quiera. Pero ¿no ves que siendo buena y sumisa no te valora?

—¿Y qué pretendes que haga?

—No sé qué es lo que tienes que hacer, pero desde luego, no lo que estás haciendo. Ser la perfecta mujercita, con Omar Ferrasa no te funciona. Aunque, bueno, debes ser tú quien decida si quieres vivir así o de otra manera. —De pronto recuerdo algo y pregunto—: ¿Qué te ponía Luisa en la carta que te dieron en tu casamiento?

Tifany se seca los ojos y responde:

—Cosas como que Omar era bueno, amable, arrogante y…

—El día de mi boda me dijiste otra cosa —la corto, azuzándola.

—Ah, sí… también me decía algo así como que para ser su mujer había que presentarle batalla y ganarle, además de sorprenderlo y…

—¡Ahí lo tienes!

—¡¿El qué?! —pregunta, mirando a ambos lados.

Me desespero. Tifany parece que tenga siete años en vez de casi treinta. Pero con paciencia, acerco mi silla a la suya, le retiro el pelo de la cara y digo:

—Si algo he llegado a saber de los Ferrasa en este poco tiempo es que quien mejor los conocía era Luisa. Y si ella en su carta pone eso, es que Omar es un tipo por el que no hay que dejarse amilanar. ¡Hazlo! ¡Sorpréndelo! Deja de ser tan buena con él, de llamarlo bichito y enséñale que tú también tienes potencial como mujer y como persona.

—Ay, amor, ¿y eso cómo se hace?

Sin lugar a dudas, Coral tiene razón. Mi cuñada es un caso perdido.

—Pues no lo sé, Tifany, pero haz algo —replico—. Vuelve a tus raíces. Me dijiste que eras diseñadora de moda, ¿verdad? —Asiente—. Pues ya lo tienes. Sé independiente. Búscate otro bichito y…

—Nooooooooooooo… No puedo hacer eso, ¡yo no soy así! —balbucea con desesperación—. ¡Lo quiero demasiado!

Pobre. Me da pena oírla decir eso y más lo que le he propuesto. ¡Seré mala y víbora! Intentando arreglarlo, continúo:

—No te digo que te busques un amante, sólo que le des celos y se dé cuenta de que eres una mujer muy apetecible para los hombres. Necesitas que se percate de que él, con su comportamiento, ya no es el centro de tu mundo y que sienta, si realmente te quiere, lo que tú sientes cuando él te hace daño. Eres una mujer joven y muy guapa y no creo que te cueste encontrar con quién dárselos.

Tifany sonríe por primera vez y afirma:

—Te aseguro que no. Si algo me sobra son moscones que coman de mi mano.

Ahora sonrío yo. ¡Qué listas somos las mujeres cuando queremos! Y añado:

—Crea tu propia empresa. Lo tienes todo, medios, dinero y potencial. ¿Por qué no lo intentas?

—Conozco mis limitaciones, Yanira. Y para eso soy un desastre. Mi madre me educó para ser una buena esposa y…

—A la mierda con eso, ¡joder! —exclamo malhumorada—. ¿Acaso quieres seguir siendo la cornuda de los Ferrasa? Y que conste que, como Dylan o el ogro se enteren de lo que te estoy diciendo, ¡me matan! Por el amor de Dios, Tifany, ¡quiérete un poco! Y dale a probar a Omar de su propia medicina o sepárate de él.

Su expresión cambia. Piensa lo que le digo y finalmente pregunta:

—¿Realmente crees que yo puedo hacer eso?

—Absolutamente. No subestimes el poder de una mujer guerrera y luchadora. Y tú, querida cuñadita, vas a poder con esto y con más.

Siento que nadie ha creído nunca en ella y que mi confianza le gusta. Tras retirarse el pelo de la cara, levanta el mentón cual Juana de Arco y dice:

—Me acabas de abrir los ojos, Yanira.

—¡Bien! —aplaudo.

—Estoy muy enfadada y a partir de hoy nada será igual entre mi bichit… entre Omar y yo. Y lo primero, ¡se acabó llamarlo bichito!

Asiento. Me parece una buena idea y al pensar en los Ferrasa, y en especial en el ogro, digo:

—Aprovecha este momento para hacerle ver a tu querido marido y a su padre que eres rubia, pero no tonta. En cuanto a Omar, enséñale que vales una barbaridad como mujer y que si lo dejas, más va a perder él que tú.

Tifany asiente y, cuando voy a continuar, Valeria viene corriendo hacia mí muy exaltada.

—¿Es cierto que vas a sacar un disco al mercado?

Coral viene tras ella. ¡La mato!

Resoplo y luego, sincerándome con Valeria, cuchicheo para que nadie me oiga:

—Sí. Pero baja la voz, por favor. Y tranquila… no es algo inmediato, ¿vale?

—Será en un futuro próximo —afirma Coral.

¡La remato!

Valeria se sienta, se muerde la mano y ahoga un chillido. Todas la miramos y cuando termina ese extraño ritual, dice:

—¡Tengo una amiga famosa! —Su entusiasmo me hace reír y luego añade—: Recuerda que soy peluquera y maquilladora. Si necesitas que te peine y te ponga divina para cualquier momento, ¡dímelo!

Mi mente empieza a trabajar a toda mecha. Valeria es peluquera y Tifany, diseñadora. Desde mi nueva posición, seguramente les puedo echar una mano. Las miro y digo:

—Tifany, si te pido que me hagas unos diseños para lucir en mi gira, ¿aceptarías?

Mi cuñada se queda patitiesa y, antes de que se desmaye, mientras el camarero nos trae las ensaladas y los bistecs con patatas de Valeria y Coral, aclaro:

—Hace días, Omar me comentó que necesitaba encontrar un look más sexy y rompedor y estoy convencida de que entre tú y yo lo podemos conseguir. ¿Qué te parece?

Su expresión cambia y se torna pensativa. Luego, emocionada, pregunta:

—Cuqui, ¿crees que yo sabría hacerlo?

Coral, al oírla, asiente.

—Con tu glamurazo y las ideas de Yanira, no lo dudes, amorrrrr…

Tras parpadear, mi cuñada se lleva la mano a la boca y exclama:

—Me superencantaaaaaaaaa.

—¡Genial! —Aplaudo, cogiendo una patata frita del plato de Coral.

Luego miro a Valeria, que está temblando, y digo:

—Necesito mi propia pelu…

—¡Sí… sí… sí! —grita, abrazándome.

Encantada, Tifany se une a nuestro abrazo y cuando mis ojos se encuentran con los de Coral, esta dice divertida:

—Yo prometo hacerte tartas con nata de las que te gustan, pero deja mis patatas, lo tuyo es la ensalada.