Que yo no quiero problemas
El lunes, en la reunión con Omar y los de la productora, Tony y yo los dejamos a todos boquiabiertos cuando les enseñamos las canciones en las que trabajamos el otro día. Todos están de acuerdo en que Todo y Divina tienen un gran potencial para ser un éxito y decidimos que Divina sea mi tema de lanzamiento.
Dylan, sentado a mi lado, escucha la conversación y sólo interviene cuando yo le pido ayuda con la mirada. Estoy totalmente pez en el tema y aunque sé que Omar no me va a engañar, me gusta que Dylan intervenga en el asunto.
Lo primero que firmo es que Omar sea mi mánager. Dylan revisa el sencillo contrato y todo le parece bien.
Cuando llega el momento de firmar el contrato con la discográfica, vuelvo a pedir la ayuda de mi marido. Él lo revisa, y después de hablar con su padre por teléfono, se lo envía por email. Una hora más tarde, Anselmo, muy puesto en estos temas tras gestionar los de su fallecida mujer, llama por teléfono desde Puerto Rico. Habla por el manos libres con los de la discográfica y pide que eliminen o cambien algunas cláusulas.
Yo observo callada cómo estos tiburones de los negocios hablan, discuten y proponen. Dos horas después, se redacta un nuevo contrato. Lo leo, y también lo leen Dylan y Anselmo, y cuando todos estamos de acuerdo, lo firmo. A partir de ese instante, la discográfica gestionará mi carrera musical durante cinco años.
Tony nos presenta cuatro canciones más y a todos nos encantan. Sin dudarlo, Omar las compra para el disco. Nos hacen faltan tres canciones más, pero están tranquilos, harán una batida entre sus compositores y cuando encuentren algo que me pueda gustar, me lo enseñarán. También me dicen que la canción con J. P. Parker se incluirá en el disco.
Hablan de nombres y de mi imagen. Me proponen Yanira Ferrasa, pero yo me niego. No quiero que el apellido de mi marido se mezcle con mi carrera.
Dylan sólo dice que haga lo que yo quiera. Al final, decido ser simplemente Yanira. Un nombre corto y contundente.
¡Madre mía… madre mía!
Con lo que me van a pagar, les voy a poder comprar a mis padres un casoplón mucho mayor que el que tienen y los voy a mimar como se merecen. Eso me hace feliz.
Omar me dice que pronto tendré que viajar. J. P. ha pedido que a finales de abril actúe en dos de sus conciertos, en Londres y Madrid. Quiere que cante con él la canción que grabamos juntos y la discográfica aprovechará para incluir en ese espectáculo un par de mis temas para ir calentando el ambiente. J. P. está de acuerdo, por lo que yo no puedo decir que no.
Miro a Dylan. No sonríe, pero me guiña un ojo con actitud comprensiva.
Pero cuando se habla de la gira de promoción de cuando salga el disco, ahí sí que lo veo incómodo. Se remueve inquieto en la silla y noto que arruga el entrecejo. ¡Mal asunto!
Están hablando de una gira que incluya Europa, Estados Unidos y Latinoamérica. La discográfica quiere apostar fuerte. Según ellos, soy un buen producto.
¡Joder! ¿Producto? Me siento como si fuera un bote de ketchup cuando hablan así de mí pero no digo nada. Luego discuten sobre el mercado al que puedo llegar y afirman que sin duda seré bien acogida por el público.
Yo los escucho en silencio, con la mano de Dylan cogida por debajo de la mesa. Seguro que muchas cosas de las que aquí se dicen, como que soy atractiva, agradable a la vista, picarona en mis movimientos y tremendamente sexy no le gustan, pero se calla. No protesta. Sólo escucha sin soltarme la mano.
Cuando salimos de la reunión, mi morenazo está serio. Sé lo que no le ha gustado, pero también sabe que si quiero despegar en el mundillo musical he de viajar y promocionar mi trabajo.
Al llegar a casa, necesito hablar con él del tema y cuando me propone darnos un baño juntos en el jacuzzi, acepto. Creo que es un buen lugar para dialogar. Preparo unas bebidas y en el momento en que entro en el baño, él ya está esperándome en la gran bañera redonda.
Guiñándole un ojo, me quito el albornoz, me meto en el jacuzzi y me refugio entre sus brazos. Dylan me estrecha contra él y murmura:
—¿Cómo es que hueles siempre tan bien?
—Creo que es porque te gusto mucho —sonrío.
Nos damos mil besos y nos hacemos cientos de arrumacos y, cuando nos miramos llenos de deseo, pregunto:
—¿Estás bien?
Mi amor me acaricia con la mirada y, sonriendo, contesta:
—A tu lado siempre estoy bien.
Me abraza en silencio y siento la desesperación en su piel.
—No quiero verte mal.
—No lo estoy.
—No mientas, Ferrasa, te lo noto.
Dylan resopla, me suelta y dice:
—Por ti superaré cualquier cosa. Si tú has sido capaz de dejar tu tierra para casarte conmigo y comenzar aquí de cero, creo que lo justo es que yo te apoye en tu carrera musical, ¿no crees?
Sin duda tiene razón. ¡Sería lo justo!
El problema serán las giras, las ausencias…, lo sé. No hace falta que Dylan me lo diga. Desde que nos hemos vuelto a reencontrar, lo máximo que hemos estado separados han sido tres días.
Pero no estoy dispuesta a ponerme blanda y tontorrona, y digo:
—Así me gusta. Verte positivo.
—Lo intento.
—Debemos pensar cuál es el mejor momento para lanzar el disco al mercado. Quiero hacer las cosas bien y…
Mi amor suelta una carcajada y, cogiéndome de nuevo entre sus brazos, comenta:
—Sea cuando sea, vas a tener que trabajar mucho. No creas que todo será divertido.
—Lo imagino.
—No. No lo imaginas.
—Eh… que quiero positividad —lo regaño.
Sonríe y, colocándome sobre él, murmura:
—De momento te puedo dar sexo; ¿qué te parece?
Sentir su pene debajo de mí provoca que de inmediato me sienta excitada y llena de deseo.
—Me parece lo mejor de lo mejor. —Y anhelante y juguetona, añado—: Quiero que me folles.
—¿Quieres que te folle? —repite Dylan.
—Sí.
Mi propuesta le ha gustado y, mientras me mira con esos ojos castaños que adoro, pregunta con voz cargada de sensualidad:
—¿Y cómo quieres que lo haga?
Me muevo sobre él y susurro:
—Como tú sabes que me gusta, pero…
—¡¿Pero?!
Me entra la risa. Joder, ¡me estoy volviendo una malota de mucho cuidado!
Lo que estoy a punto de decirle en cierto modo me da hasta vergüenza proponérselo. Pero estoy dispuesta a disfrutar de él de todas las maneras posibles, y continúo:
—En nuestro juego de hoy no quiero que seas educado con las palabras. Yo seré tu muñeca y tú serás mi muñeco.
—Vaya… —sonríe Dylan.
—Quiero que utilices un vocabulario más agresivo. Más…
—¿Vulgar?
Asiento. Menudo zorrón me estoy volviendo. Él me sujeta la barbilla, se muerde el labio inferior y, excitado por lo que le pido, acerca la boca a la mía y murmura:
—Muñeca, ¿quieres que te meta la polla y te folle hasta reventarte?
Guau, ¡lo que me ha dicho! La sangre se me reactiva en décimas de segundo. Siento el jacuzzi demasiado caliente y contesto:
—Exacto, muñeco. Eso es lo que quiero.
Me mira pensativo y, finalmente, dice:
—Interesante.
Su expresión lo dice todo. Está claro que este nuevo juego que le propongo le gusta. Le da morbo.
—Sal del jacuzzi —me ordena—. Volveremos luego.
Lo hago y él sale detrás de mí. Mientras ambos chorreamos agua, me acerca a su cuerpo y, pasándome la nariz por el cuello, cuchichea:
—Me vuelves loco con tus juegos, pero te voy a dar lo que me pides. —Acto seguido, coge mi mano, la lleva hasta su pene y susurra—: ¿Te gusta mi polla?
La toco. Está dura, tersa, preparada. Como a mí me gusta, por lo que asiento y murmuro:
—Sí.
Dylan sonríe. Me agarra por los glúteos, me levanta y entonces pregunta:
—¿Deseas que te folle con rudeza ahora mismo?
—Sí.
—Una respuesta demasiado breve y concisa. No, muñeca, no. Quiero lo mismo que tú me pides —replica.
Sofocada de vergüenza por lo que espera que diga, tomo aire y respondo:
—No veo el momento de que me abras de piernas y me la metas hasta el fondo.
—Mmmmmm… me gusta —murmura.
Dylan camina hasta nuestra cama y, dejándome encima, dice, mientras me mira:
—De momento, me la vas a chupar.
Y, sin más, coge mi cabeza y me la lleva hasta su enorme virilidad. Como la mañana de nuestra boda, el exigente Dylan aparece y yo hago lo que me pide, mientras él, con sus dedos enredados en mi cabello, me obliga a ello.
Sus acometidas son suaves. Mueve las caderas en busca de profundidad, cuando lo oigo decir:
—Así, muñeca, así. Me encanta follarte la boca.
Disfrutando de lo que me hace sentir, lo miro y veo que cierra los ojos. Le agarro el duro trasero y lo empujo hacia mí, con lo que me introduzco más su enorme erección en la boca. Lo oigo jadear. Dispuesta a ser su conejita más caliente del momento, llevo una mano a su escroto y con los dedos se lo amaso suavemente.
—Oh, sí… no pares —pide.
Siento un placer infinito ante sus acometidas, mientras le succiono la enorme polla y noto cómo vibra. Al cabo de unos minutos, se me cansa la mandíbula, pero cuando voy a retirarme, Dylan me sujeta y masculla:
—Ni hablar, muñeca, continúa con lo que estás haciendo. Estoy a punto de correrme en tu boca.
Con una mano en su trasero y la otra en sus testículos, atrapo de nuevo su duro pene entre los labios, subiéndolos y bajándolos por su miembro, haciéndolo vibrar.
En un momento dado, Dylan me agarra con fuerza la cabeza y murmura:
—Así… muy bien… muy bien… ¿Te gusta que te folle la boca? —pregunta luego.
No puedo responder.
—Chúpala toda, muñeca… Vamos, así… así.
Suelta mi cabeza y respiro, pero mi exigente amor me agarra entonces del pelo y vuelve a meterse en mi boca, aunque esta vez el ritmo de sus acometidas es frenético. Lo noto temblar. Sé que está a punto del clímax.
—Me voy a correr —farfulla.
Y, sin más, su esperma comienza salir a borbotones y siento su sabor en la boca. ¡Qué asquito! Cuando sale, su simiente cae sobre mis pechos. Al verlo, Dylan se agarra el pene y, acercándolo a mis pechos, lo mueve entre ellos.
—Ahhh… Ahhhh…
Extasiada, dejo que lo haga, mientras sus caderas arremeten y sus piernas tiemblan. Cuando se vacía y deja de tiritar por lo ocurrido, nuestras miradas se encuentran. Ambos tenemos la respiración agitada. El deseo que veo en sus ojos es enorme y murmuro acalorada:
—Necesito ducharme.
Dylan sonríe y niega con la cabeza.
Estoy mojada de su semilla y él me la restriega por los pechos y dice:
—Quiero que huelas a mí.
Dejo que me esparza su semen por la piel y, cuando termina, me levanto y voy al baño. Pero justo cuando me voy a meter en la ducha, lo siento detrás de mí; me empuja contra el lavabo y masculla:
—Aún no he terminado contigo, muñeca. Pon las manos en el lavabo.
Me resisto. Me gusta ese juego de resistencia entre nosotros; Dylan me da un azote en el trasero y murmura mientras me sujeta con fuerza:
—Quietecita…
Vuelvo a moverme, intento zafarme, pero Dylan me da otro azote, consigue pararme y susurra en mi oído:
—Apóyate en el lavabo y separa las piernas. —Lo hago. Nuestras miradas se encuentran a través del espejo y, extasiado, dice—: Te voy a volver a follar y quiero que veas mi cara mientras lo hago, mientras te penetro y disfruto de tu cuerpo.
Excitada al ver que continúa con nuestro loco juego, miro el espejo. Sus manos van directas a mis pechos, que amasa y aprieta.
—Tienes los pezones tiesos y duros; ¿tan excitada estás?
—Sí.
Sus caderas se restriegan contra mi trasero.
—Vamos, mueve tu precioso culito para mí. Así… así… muy bien…
Sin necesidad de que me lo repita, pego mi culo a su cuerpo y me froto con descaro contra él. Su respuesta es rápida. Siento cómo su pene crece y se endurece y, cuando está en todo su esplendor, me mira a través del cristal y pregunta:
—¿Mi polla es la más gorda que te han metido?
Por el amor de Dios, ¡qué vulgaridad!
Asiento y lo veo sonreír. ¡Menudo machito! Sin duda alguna, Dylan es el hombre más fornido, sexy e impresionante con el que he estado nunca. No puedo decir que Francesco u otros no estuvieran bien dotados, pero él es el mejor. El más. El único.
Me sujeta con fuerza empotrándome contra el lavabo, sin dejar que me mueva. Una de sus manos abandona mi pecho y baja hasta tocar mi palpitante humedad. Jadeo. Luego me introduce uno de sus dedos con fuerza y lo mueve.
—Más… quiero más —exijo histérica.
—Más ¿qué?
Sé que sabe a qué me refiero, pero igualmente respondo:
—Quiero más profundidad.
—¿Así?
Un grito escapa de mis labios ante su embestida. Lo miro a través del espejo y, cuando voy a responder, vuelve a decir:
—¿O así?
Grito y me contraigo de placer. Ahora son dos los dedos que tiene en mi interior, moviéndose para mi deleite.
—Así… fóllame… fóllame con tus dedos.
Sin descanso, hace lo que le pido, mientras me susurra al oído las mayores vulgaridades que nunca le he oído decir. Cuando creo que voy a alcanzar el éxtasis, se para. ¡Lo mato! Saca los dedos y, dichosa, veo que es para introducir su dura erección.
—Es esto lo que quieres, ¿verdad, muñeca?
—Sí… sí… sí —balbuceo extasiada.
Tengo los nudillos blancos de la fuerza con que me sujeto al lavabo mientras él me folla con gusto y con las manos me abre el trasero con descaro.
—Ahora toda mi polla está dentro de tu coñito, pero luego te la voy a meter por el culo; ¿qué te parece?
No hablo. No puedo, el placer sólo me permite gritar.
Él me da un azote, y exige:
—Vamos, muévete.
Lo hago. Busco mi propio placer y jadeo al encontrarlo. Durante varios minutos, Dylan me embiste una y otra vez, mientras me ordena que lo mire en el espejo. Mi cuerpo se mueve a cada arremetida y su salvaje instinto me vuelve loca.
—¿Te gusta?
Embestida.
—Sí.
Chillido.
—¿Cuánto, muñeca?
Nueva embestida.
Me arqueo hacia atrás para recibirlo, no una, sino dos mil millones de veces, y respondo:
—Mucho. Me gusta sentirte dentro de mí. Me gusta tu posesión y…
—Despacito, preciosa —me corta—. Déjame sentirte en tu interior. Así… así… Mmmm… me encanta cómo palpitas. Estás caliente y receptiva.
Pero mis tembleques me exigen más y aumento el ritmo. Dylan suelta un varonil gruñido al notarlo y, agarrándome las caderas con fuerza desde atrás, me da lo que le pido.
—Qué placer me estás dando… Sigue. No pares.
—¿Te gusta así?
Siento que me traspasa con su enorme pene y digo:
—Me voy a correr. No pares.
En el espejo veo que Dylan sonríe y, con voz ronca y llena de pasión, murmura en mi oído:
—Eso es, muñeca. Córrete. Empápame de ti.
Un grito de placer sale de mi boca y presiento que me han debido de oír hasta en Tenerife. Dylan me muerde un hombro. Sus últimas palabras me han vuelto loca, mientras siento cómo el interior de mi cuerpo lo succiona y se contrae. Cuando se ha asegurado de que yo he alcanzado el clímax, sale de mí.
—Vamos a refrescarnos.
—¿Y tú? —pregunto, al ver que no se ha corrido.
—Tranquila, tengo planes.
Nos damos una ducha rápida y, cuando sus besos se vuelven de nuevo posesivos, murmura:
—Volvamos al jacuzzi.
Lo sigo. Dylan entra y cuando veo que se sienta en el agua, con una sonrisa pícara, yo lo hago en el borde y, abriéndome de piernas ante él, digo provocadora:
—Sigo deseándote.
Él me mira, sonríe y contesta:
—Decididamente… eres insaciable.
—Tratándose de ti no lo dudes.
Azuzada por el deseo, me separo con los dedos los labios vaginales y me introduzco un dedo. Dylan me mira sin moverse. Me observa mientras yo me masturbo sin ningún tipo de pudor.
—Ahora quiero que me chupes tú a mí.
Mi moreno sonríe y pregunta:
—¿Y dónde quieres que te chupe?
—Aquí —insisto embriagada.
—Ese «aquí» tiene un nombre, ¿verdad?
—Sí.
—Pues quiero que lo digas y, por favor, con vulgaridad.
Me entra la risa. Reconozco que el que él haya llamado «polla» a su pene me ha puesto cardíaca, pero inexplicablemente, utilizar la palabra «coño» me da vergüenza.
Dylan no me quita ojo. Espera que diga lo que él quiere y finalmente murmuro:
—Quiero que metas la lengua en mi coño y me folles con ella.
Mi chico asiente y, acercándose a mí, se mofa:
—¡Qué vulgaridad!
Me río de nuevo. Pero cuando la punta de su lengua me toca el hinchado botón del placer, cierro los ojos y jadeo. Dios, cómo me gusta que me haga esto. Instantes después, me rodea el culo con las manos y, sin un ápice de duda, comienza a devorarme con auténtica pasión.
¡Qué gustazo!
Me agarro con fuerza al borde del jacuzzi, mientras noto que sus labios atrapan mi inflamado clítoris, me lo chupa, lo rodea con la lengua y tira de él. Un grito extasiado sale de mi boca y exijo:
—No pares… por favor, no pares.
Dylan no lo hace. Como un loco hambriento me chupa hasta llevarme a la decimoquinta fase del orgasmo. Introduce un dedo en mí, dos, tres y murmura mientras los mueve:
—Estás muy húmeda, cariño… mucho.
Me arqueo enloquecida mientras me masturba. Su boca en mi clítoris y sus dedos en el interior de mi sexo me vuelven loca. Sin duda alguna, Dylan sabe lo que hace, y yo me dejo llevar. Ambos disfrutamos. ¿Qué más se puede pedir?
—Sube las piernas a mis hombros. —Lo hago, y él me mira y añade—: Algún día te quiero ver en esta postura tan indecente con otro hombre. Yo te abriré para él y tú disfrutarás.
Suelto un gemido. Pensar en eso me excita.
—Te quiero totalmente en mi boca —dice Dylan.
Con las piernas en sus hombros y mi sexo en su boca, entierro los dedos en su pelo y le aprieto la cabeza con exigencia contra mi humedad. Sus manos me sujetan por el trasero, estrujándomelo, y siento uno de sus dedos rozándome el ano, rodeándomelo. Lo tienta y poco a poco introduce el dedo en él.
Yo doy un respingo, pero Dylan continúa chupando, al tiempo que su dedo profundiza más y más en mi trasero, dándome placer. Las otras veces que lo ha hecho ha debido ir abriendo camino y ahora resulta más fácil. Cuando su dedo ya no puede entrar más, lo saca y esta vez introduce dos. Entran con facilidad y los mueve mientras yo, enloquecida por todo, disfruto y tiemblo gozosa.
El sexo con Dylan es apasionante. Compartirlo con alguien que te da tanto como recibe es una delicia y estoy encantada de haber encontrado a un hombre tan caliente y juguetón como yo, que no se asusta por nada.
No sé cuánto tiempo estamos así. Sólo sé que me corro en su boca y que él no se aparta de mí. Al contrario, me succiona una y otra vez, a la espera de exprimirme aún más. Lo quiere todo para él y yo se lo doy. Cuando mis orgasmos cesan, con cuidado bajo las piernas de sus hombros y Dylan me mete en el jacuzzi.
Con los ojos cerrados, disfruto del agua que me rodea, cuando siento su boca en la mía. Me besa. Sabe a sexo, a mi sexo. Los abro y veo que sostiene un bote de lubricante:
—Voy a hacer mío tu trasero. Date la vuelta.
Lo miro sorprendida y murmura:
—Estás preparada. Date la vuelta y relájate.
Sin decir nada, hago lo que me pide, pero muy despacio. No estoy segura. Él lo sabe y, mimoso, susurra mientras unta los dedos en el lubricante y lo pasa por mi ano bajo el agua:
—Ahora no seré vulgar contigo. A partir de este instante, Dylan y Yanira son los que juegan y todo será suave, lento y cuidadoso. Tranquila, confía en mí —añade.
Sin duda lo hago. Si confío en alguien es en él. Siento sus dulces besos en mi cuello, sus manos que me rodean bajo el agua, apretándome contra él. Después, con una me toca el clítoris y la otra va a mi trasero.
De rodillas en la bañera, disfruto mientras me entrego al placer del sexo y mi amor goza conmigo.
De nuevo tiene dos dedos en el interior de mi ano. No me duele; al contrario, me gusta. El lubricante facilita la penetración y murmura:
—Estás muy dilatada, cariño. Y eso me anima a hacerlo.
Agarrada al borde del jacuzzi, muevo el cuerpo, y en especial el culo, suavemente, mientras disfruto del placer que me está dando. Sigue besándome, sus palabras de amor no cesan y, cuando siento que retira los dedos de mi trasero y en su lugar noto la cabeza de su pene, se me hace un nudo de emociones en la garganta.
Con cuidado, Dylan se introduce en mí y siento que la piel de mi ano se estira y abre como nunca antes lo había hecho.
—¿Duele?
Niego con la cabeza, aunque apenas respiro.
Va entrando muy lentamente. Es una sensación extraña. Placer y dolor. No sabría decir cuál prima. Sólo sé que el efecto es embriagador y no quiero que pare mientras cada vez lo noto más y más en mi interior.
—¿Todo bien, cariño? —pregunta con un hilo de voz, temblando de excitación.
—Sí… sí… —respondo agitada.
El dolor poco a poco desaparece y Dylan comienza a moverse con más comodidad.
—Arquea las caderas y levanta el culito, caprichosa.
Lo hago.
—Eso es… despacio… despacio… —murmura entre dientes, mientras sé que se contiene para no dar una buena embestida.
Jadeo y dejo caer la cabeza. Lo que siento es indescriptible y cuando vuelvo a gemir, lo oigo decir:
—Algún día te follaré junto con otro hombre y tú disfrutarás de esa total posesión.
—Sí —respondo con lujuria.
—Será nuestro disfrute. —Me da un sonoro azote—. Gozarás para mí, mientras los dos te follaremos por delante y por detrás.
Un ruidoso gemido sale de mi boca al pensar lo que dice. Mi imaginación vuela y la escena que visualizo es delirante y pecaminosa.
De pronto, Dylan se detiene. Mi gemido lo ha vuelto loco. Sus manos tiemblan y todo él también, ¿o quizá soy yo la que se estremece de placer?
Adelanta las caderas con suavidad para introducirse más en mi ano y de nuevo me duele. Se lo digo y él se mueve con cuidado hasta que algo parece romperse en mi interior y Dylan entra en mí del todo. Mi chillido es atronador. Él no se mueve y, apretándome contra su cuerpo, murmura en mi oído con voz íntima y serena, mientras yo tiemblo y respiro con dificultad:
—Ya está, cariño… ya está. No te muevas y acóplate a mí. Es tu primera vez. —Jadeo. Dylan susurra—: Tranquila. Chisss. El dolor cederá, sentirás el calor y por fin gozarás. Tranquila, mi vida… tranquila… respira.
Lo hago. Cojo aire mientras siento que el dolor cede y el calor me inunda.
Joder, ¡qué calor!
El dolor me ha recordado cuando perdí la virginidad, a los diecinueve años. La diferencia es que Dylan sabe lo que hace y me conforta con sus palabras, con sus manos y sus actos, y el idiota que me desvirgó sólo pensaba en su propio placer.
Ahora el placer me hace gemir embriagada y comienzo a mover poco a poco las caderas.
—Despacio, cariño… despacio.
Su voz, como siempre tan cargada de erotismo, me vuelve loca, mientras un intenso calor se concentra en mi estómago y me abrasa por dentro. Necesito moverme. Lo hago y, cuando no puedo más, exijo:
—Fóllame…
Las manos de Dylan me sujetan con fuerza la cintura y, mientras se mueve contra mí, sisea exaltado:
—Dios, estás tan apretada…
—Más fuerte, por favor…
No lo hace. Va con cuidado y, cuando entra y sale de mi ano, me dice:
—No quiero hacerte daño. Tranquila.
—No lo harás —replico con un gemido.
Me besa la espalda y yo lo animo a acelerar sus movimientos. Poco a poco, va moviendo las caderas más deprisa y, embriagado por el momento, pregunta:
—¿Quieres que te folle?
Asiento. Lo quiero, lo necesito, lo exijo.
Siento cómo su erección entra y sale de mí cada vez con más brío, con más ímpetu, mientras con un dedo me acaricia el clítoris. Grito. Mi gemido extasiado excita a mi amor y ya sin freno, nos movemos ambos en el interior del jacuzzi. El agua sale por los bordes sin que eso nos importe, mientras Dylan se hunde en mi ano una y otra… y otra vez, para darme lo que le exijo y él desea.
—Me voy a correr —dice.
La lujuria me puede, el fervor me enloquece, el fuego me consume y Dylan me apasiona. A cada segundo le pido que las acometidas sean más fuertes y nuestros jadeos se vuelven más salvajes y roncos. Nunca habría imaginado que el sexo anal pudiera producir tanto placer y, tras un último empellón en el que siento que Dylan se retiene para no hacerme daño, nos arqueamos y nos dejamos llevar.
Pasados unos segundos, sale de mí y, cogiéndome en brazos, me sienta sobre él.
—¿Estás bien?
Me siento dolorida, pero sonriendo, contesto:
—Creo que no me voy a poder sentar en un mes, pero por lo demás, ¡genial!
Esa noche, cuando nos metemos en la cama, estamos extenuados. Ha sido una tarde estupenda de sexo, morbo y desenfreno. Adoro a mi amor y sé que él me adora a mí.
Dylan me abraza y me besa la frente.
—Recuerda que te quiero, caprichosa. Nunca lo olvides.
Sé por qué lo dice y qué es lo que le preocupa. Cada día ve más próximo mi sueño, y lo teme. No dice nada pero yo lo sé. Por ello, apretándome contra él, respondo, segura de lo que digo:
—Y tú nunca olvides lo mucho que yo te quiero a ti.