6

Ese hombre

Tenerife, 2013. Un año después

Dejo el coche aparcado en las inmediaciones del Grand Hotel Mencey y me apresuro para no llegar tarde a la actuación. He estado surfeando en la playa de Las Palmeras con mi hermano y después he pasado a tranquilizar a Luis y Arturo. Van a ser padres en menos de un mes y Luis está histérico.

Cruzo el vestíbulo del hotel con mis supertaconazos negros y me encuentro con Alberto, un morenazo que trabaja en recepción y con el que me veo de vez en cuando. Solemos pasarlo bien, pero ambos sabemos que entre los dos no existe ni existirá nada.

Justo cuando el presentador da paso a la orquesta, yo llego y, de un saltito, me subo a la tarima con el resto de mis compañeros. Luciano, el pianista, me contempla con reproche. He llegado tarde y le pido disculpas con la mirada.

Durante una hora, canto junto a otra compañera los éxitos del verano, aunque también incluimos en nuestro repertorio canciones de toda la vida. Cuando hacemos el primer descanso de quince minutos, me suena el móvil.

—Yaniraaaaaaaaaaaaaaaa.

Al reconocer la voz de mi querida amiga Coral, que ahora vive en Barcelona con su amado Toño, suelto una carcajada y respondo:

—Hola, loca, ¿qué tal por Barcelona?

—Maravillosamente, ¿y tú?

Miro a mis compañeros de la orquesta, resoplo y digo:

—Pues bien, una noche más cantando. Por cierto, acabo de estar con Luis y Arturo y me han dicho que los llames. Tienen algo que contarte.

—Será bueno, ¿no?

Sonrío al pensar que lo que le quieren decir es lo de su bebé y contesto:

—Buenísimo. —Pero al notarla rara, añado—: Cuéntame qué te pasa, te noto desanimada.

—He dejado a Toño.

—¡¿Quééé?!

—Que lo he dejado. No es el hombre de mi vida. Adiós boda, niños y chalecito con piscina.

—¿Que has dejado a Toño?

Si me pinchan, no me sacan sangre. Si había alguien enamorada de su novio, ésa era mi amiga.

—Sí. ¡Se acabó! —dice.

—Pero ¿por qué?

—Porque yo no soy la chacha de nadie y desde que nos mudamos a Barcelona me hacía sentir como gordicienta.

—¡¿Gordicienta?! —repito divertida.

—Una mezcla de gorda y cenicienta —explica—. Y ya sabes que adoro el cuento de la Cenicienta, con ese final tan bonito que tiene, pero ¡se acabó! Y este final nuestro ha sido de todo menos bonito.

Alucino. Ni siquiera sé qué decir. Sé bien lo que representaba Toño para mi amiga.

—El otro día —prosigue—, estaba recogiendo la cocina y el muy idiota entra con uno de sus amigotes, coge una de las magdalenas de chocolate que yo acababa de hacer para él y me dice: «Creo que deberías dejar de comer estas cosas. Tus muslos te lo agradecerán».

—¿Eso te dijo delante de su amigo?

—Sí, Yanira, eso me dijo. Te juro que me tuve que contener para no darle con la bandeja de magdalenas en la cabeza. ¡Será cabronazo el tío! —levanta la voz—. Yo recogiendo la mierda que él deja por todos lados, aguantando a los payasos de sus amigotes, cuidándolo como a un príncipe, haciéndole bollitos y todas las comiditas que sé que le gustan y ¡va y me llama gorda delante de su amigo! Pero se acabó ser la Cenicienta de ese imbécil. A partir de ahora, seré mi propia Cenicienta. Así que recogí mis cuatro cosas, le hice una peineta, lo puse a parir y me fui a vivir con unos amigos. Anda y que le den al muy idiota.

—Pero si estabas locamente enamorada de él…

—Tú lo has dicho, lo estaba. Pero ¡se acabó! Al final vas a tener razón con lo de que en esta vida todo caduca, como los yogures. —Sonrío al escucharla—. Definitivamente, haber estado con Toño todos estos años y encontrarme con este final hace que no crea en el amor. Como dice esa canción que a veces cantas: es un gran necio, un estúpido engreído, egoísta y caprichoso, un payaso vanidoso, inconsciente y presumido, falso, enano, rencoroso, que no tiene corazón.

—Vaya… pues sí que te la sabes bien —me mofo.

—Yo que por él habría sido capaz de matar —continúa con dramatismo— y ahora no quiero verlo ni en pintura. Y si lo veo será para insultarlo.

—Mujer…

—Que no, mi niña, que no. ¡Se acabó! Es más, he decidido que mi novio a partir de hoy, ¡se llama chocolate!

Como no me ve, sonrío, aunque sé que no es momento de hacerlo.

—Lo siento y…

—Calla, que eso no es todo —me interrumpe—. Mi rachita de disgustos continuó y hace dos días me han despedido del restaurante. Ea… ¡eso sí que es una desgracia!

—Ay, Dios, Coral, ¡qué putada!

—¡La puñetera crisis!

—Vaya…

—Esta jodida crisis, que hace que los dueños reduzcan plantillas, y como yo soy de las últimas que llegué, pues derechita a la calle. Vamos, como te pasó a ti en la guardería.

—Pero si eres la mejor repostera que conozco.

Oigo que suelta una carcajada y luego dice:

—Gracias, cielote, yo también te quiero. —Y, tras un lastimero suspiro, añade—: Así pues, estoy soltera, abierta a nuevas experiencias en las que el amor no va a aparecer ni loca y sin trabajo, ¿qué te parece?

—Fatal, Coral, fatal.

—Perooooooooooooo… no hay mal que por bien no venga y ya he pasado al plan B. Me he enterado de un trabajo que nos puede convenir a las dos.

—¿A las dos? —repito extrañada, mientras cojo un rico canapé de salmón de una bandeja.

Conozco a Coral y por su tono de voz sé que está nerviosa por lo que me tiene que contar.

—Ayer, una amiga que está en paro como yo —empieza—, me dijo que están buscando personal para un crucero por la costa mediterránea. La plantilla ya está completa, pero por lo visto ha habido unas bajas y necesitan gente. ¿Qué te parece?

Cojo otro canapé y respondo:

—Pues bien. ¿Qué perfiles buscan?

—Camareras y personal de cocina.

—¿Alguna cantante?

—Eso no lo sé, pero en esos cruceros suele haber espectáculos nocturnos y seguro que podrías trabajar en ellos. Por lo visto, es un crucero que sale desde Barcelona y visitará sitios tan impresionantes como Marsella, Génova…

—¿Génova?

Coral dice que sí y seguro que sonríe. Sabe que allí vive mi amigo Francesco. Se lo presenté una vez, cuando los dos aún estaban en Tenerife y la tía se quedó coladita por él. ¡Si ella supiera…!

Francesco y yo seguimos manteniendo contacto vía Facebook o email y siempre hablamos de volver a vernos, pero nunca surge la oportunidad. Ambos somos adultos y cada cual ha seguido con su vida en su país. La última vez que me escribió, me comentó que había conocido a una chica y que estaba saliendo con ella en serio. Me gustó saberlo.

—Escucha, Yanira —prosigue Coral—, mañana por la mañana iré a informarme de este trabajo y sabré qué tenemos que hacer para intentar que nos contraten. ¿Te animas?

Lo pienso. Salir de Tenerife y ver algo de mundo siempre me ha llamado la atención, pero al pensar en mi familia y en especial en Argen, respondo:

—No lo sé, Coral.

—Dime que sí… Ahora que no sales con nadie es momento de hacerlo. Di que síííí.

Su insistencia me hace reír y digo:

—Escucha…

—Noooooooooo… —me interrumpe ella—, no quiero escucharte. Quiero que me digas que sí. Es una oportunidad de estar de nuevo juntas, conocer hombres interesantes y ver algo de mundo. Y además…

—¡¡Coral!! —grito y ella se calla—. El contrato con el hotel se me acaba el mes que viene, pero seguramente conseguiré que me lo renueven. El trabajo está muy mal y…

—Es una oportunidad, Yanira, ¿no lo ves? —vuelve a la carga—. Será un contrato temporal, que sólo durará mientras dure el crucero. Pruébalo y, si no te gusta la experiencia, regresas de nuevo a Tenerife y sigues cantando en hoteles. Vamos… dime que sí… Por favorrrrrrrrrrrrrrrr. ¡No le puedes decir que no a Gordicienta!

Sonrío sin poderlo evitar. La verdad es que me atrae mucho salir de la isla y trabajar en un crucero. Un camarero pasa con una bandeja por mi lado y yo cojo otro canapé y le digo a Coral:

—Vale. Infórmate bien de todo y me cuentas.

Su grito es atronador y, divertida, anuncio:

—Te dejo. Tengo que subir de nuevo al escenario.

—Vale. Besossssssssss.

Una vez cuelgo, apago el móvil y me lo guardo en el bolso. Cinco minutos después, estoy con la orquesta, cantando Extraños en la noche para los clientes del hotel.