Qué bonita la vida
Mis padres siguen impresionados por lo que ha ocurrido. Aún no se pueden creer que me vaya a casar. ¡Yo tampoco!
Cuando mi abuela Ankie se entera de quién es la madre de Dylan, alucina en colores. Y aunque al principio me dice que no abandone mis sueños por un hombre, como hizo ella con mi abuelo, a medida que pasan los días su mensaje cambia y me anima a luchar por mi amor y a ser feliz con él. Lo que tenga que venir, vendrá.
Mi abuela Nira es otro cantar. Ella, que siempre ha querido que me casara, ahora lloriquea al pensar que si lo hago con Dylan estaré muy lejos de ella. Cuando se entera de que Los Ángeles está en América, se disgusta y llora, pero Dylan se encarga de tranquilizarla diciéndole que siempre que quiera ver a su nieta, lo hará. Y que ahora tiene un nieto más. Mi abuela, definitivamente, cae rendida a sus pies.
Los mellizos contemplan a Dylan con entusiasmo. Desde el minuto uno simpatizaron con él, sobre todo Garret, cuando él le dijo una frase de su amado Yoda.
Argen, mi Argen, sonríe contento. Dice que, indiscutiblemente, estamos hechos el uno para el otro. Que es todo un hombre y que por fin ha conocido a alguien que se me merendará a mí.
Yo me limito simplemente a ser feliz.
¡Qué bonita es la vida!
Días después Tony y Tito se marchan a Los Ángeles, pero prometen no decirle nada al padre de Dylan y dejar que sea éste quien le dé la noticia de la boda. Lo entiendo. Si fuera al revés, yo también se lo querría decir a mis padres.
Antes de irse, Tony y Tito me repiten mil veces que no son gais.
Yo me parto. Ellos no.
También me confiesan que decidieron acompañar a Dylan para ver si era verdad que se atrevía a pedirme matrimonio. Según ellos, Dylan era el antiboda de la familia, pero conocerme lo ha cambiado.
¡Qué fuerte!
Llamo a Coral para darle la noticia y casi le da un infarto también a ella. Primero me pone verde. Me llama descerebrada, loca, etcétera, etcétera, pero cuando le cuento punto por punto todo lo ocurrido, mi amiga se descoloca y llora emocionada. Sale su vena sentimental de siempre y me pide que sea muy feliz, que quiera a Dylan y que me deje querer por mi gran amor.
Al cabo de una semana de que me ocurriera la cosa más romántica que nunca pensé que me ocurriría en la vida, Dylan ya es uno más de mi familia. Todos lo han aceptado con agrado y lo tratan con inmenso cariño.
Se hospeda en mi casa, donde duerme conmigo en mi habitación. Verlo tan integrado en mi familia es una de las cosas más bonitas que me han pasado nunca y no puedo dejar de reír cuado nos acompaña a uno de los conciertos de la abuela Ankie y su banda. Al principio, su cara, como la de todos los que ven por primera vez a las abuelas, es de escepticismo. Pero luego, cuando entran en acción, su sorpresa es total.
En estos días, mi amor y yo hablamos mucho. Nos dedicamos a conocernos. Me habla de su madre y en general de los Ferrasa. Todos, a excepción de él, que se dedicó a la medicina, y su padre, que es abogado, tienen que ver con la música. Como ya sé, su madre era cantante, sus tíos, incluido Tito, músicos. Tony compositor y Omar productor musical. Yo ya lo sabía. Internet está para lo bueno y para lo malo, y lo descubrí buscando información sobre él.
Pero estoy intranquila. Entrar en su familia me pone nerviosa. Muy nerviosa. Sé que con ellos se me presenta la oportunidad musical de mi vida y me da miedo pensarlo. De hecho, no lo comento. Con Dylan tampoco. Es un tema que, por su parte, omite, y yo, de momento, decido respetarlo. Estoy con él porque lo quiero, no para conseguir ninguna meta profesional.
Dylan me mima día y noche. Me da todos los caprichos e intenta sumergirse totalmente en mi mundo. Incluso ha conocido a Luis, a Arturo y al pequeño Marco. El día que le cuento a Luis que él es el hombre del barco que yo creía que era gay, mi amigo se muere de risa. Según dice, Dylan desprende heterosexualidad a raudales.
Lo dicho. En el barco se me atrofiaron el radar y la vista.
Por lo que parece, nada de lo que descubre Dylan sobre mí le disgusta. Al contrario. Mis amigos le parecen curiosos y jóvenes, y eso me hace reír. Por las noches me acompaña a mi trabajo en el hotel. Se traga el espectáculo sin perderse detalle de mis movimientos y después nos vamos a tomar algo y a hacer el amor en la playa o donde nos pille, con auténtica pasión. Nos deseamos.
Cuando conoce mi faceta de surfista, algo que él practica también, se queda boquiabierto. No lo esperaba. Encantada, lo llevo a la playa de las Palmeras, al Callao, al Conquistador, Almaciga… y hacemos surf juntos, mientras le presento a más amigos. Incluso lo llevo al Siam Park, donde disfrutamos mirando a los que surfean en las olas artificiales.
En estos días queda patente también que lo mío no es la cocina. Dylan ríe divertido al descubrirlo. Cocina mucho mejor que yo. Pero gracias a mi abuela Nira y a mi madre, prueba el choco, las papas arrugadas, las papas con mojo picón, el rancho canario, el conejo en salmorejo y un sinfín de platos que le gustan y que come con agrado.
Le enseño Tenerife. Paseamos por sus playas, por sus barrios, como los de la Salud, Los Gladiolos o Miramar y nos besamos en casi todas las esquinas. La atracción que sentimos el uno por el otro es desenfrenada y nos encanta.
Hablamos de la boda. Dylan está ansioso porque yo fije una fecha, pero prefiero esperar. Lo quiero… lo adoro…, pero en un tema así creo que las prisas no son buenas.
Le pregunto por Omar y me alegra saber que todo ha cambiado y que de nuevo vuelven a ser los unidos hermanos Ferrasa de siempre.
Una mañana en que estamos en la playa, después de hacer surf y tras clavar nuestras tablas en la arena, nos sentamos y me dice:
—Creo que ha llegado el momento de ir a Puerto Rico a conocer a mi padre. ¿Qué te parece?
—Bien —respondo algo intimidada—, pero qué le parecerán a tu padre nuestros planes.
Dylan sonríe con amargura y contesta:
—No te voy a mentir. Como buen abogado y ogro oficial —eso me hace reír—, no lo va a poner fácil, pero creo que cuando te conozca le vas a encantar. Aunque bueno, el hecho de que seas cantante como mi madre me parece que nos va a dar más de un quebradero de cabeza.
—¿Por qué?
—Porque el oficio de mamá fue lo que los llevó a sus dos divorcios y sus tres bodas.
—¡No me digas!
—Ambos eran muy apasionados —explica mi amor.
Sorprendida por esa revelación, lo veo sonreír con tristeza y, dándome un beso, propone:
—Podemos pasar unas semanas con papá como yo estoy pasándolas con tu familia y luego ir a Los Ángeles. Quiero que nuestra vida se normalice y así yo poder retomar mi trabajo antes de Navidad y…
—Espera… espera… espera…
Dylan me mira. Su gesto se endurece y dice:
—Yanira, he venido a buscarte. Si por mí fuera, mañana mismo nos casábamos. No quiero separarme de ti y mi intención es que no lo hagamos.
Eso me descoloca. Creía que de momento él regresaría a Los Ángeles y un tiempo después… Pero no. Veo que ésos no son sus planes. Lo miro desconcertada. Irme significa dejarlo todo y no ver a mi familia por un tiempo. Dylan, que me observa, intuye lo que pienso y dice:
—Regresaremos siempre que podamos, te lo prometo.
Al mirarlo, mi corazón se desboca. ¿Qué debo hacer?
Si él se va y ya no lo tengo a mi lado, sé que sufriré, que lo pasaré mal. Si me voy yo y no veo a mi familia, también lo pasaré mal. Cierro los ojos. Dejo que el sol me dé en la cara y mi corazón me da la respuesta. Cuando abro los ojos, tengo claro lo que debo hacer.
Si Dylan se va de mi lado, me moriré de pena. Realmente quiero estar con él y separarnos no va a ser fácil. Decidida a hacer la locura de mi vida, lo beso y, cuando me separo de su boca, digo:
—De acuerdo. Me iré contigo.
Él suspira aliviado y, besándome, murmura:
—No te arrepentirás, cariño. Disfrutaremos de la vida, viajaremos y te enseñaré los sitios más bonitos del mundo y…
—Un momento —lo corto—. Quiero hacer todo eso que tú propones, pero también quiero que quede claro que no voy a renunciar a mi sueño…
—No quiero que lo hagas —replica con seriedad, al entender de lo que le hablo—. Sólo te pido tiempo para mí. Para nosotros. Sé que ahora no lo entiendes, pero cuando estés metida en la vorágine que una vida artística conlleva, sí lo entenderás.
No sé qué decir. Él ha vivido toda su vida entre músicos y seguramente sabe bien de qué habla. Haciéndome cosquillas para que cambie mi expresión seria, pregunta:
—¿Has pensado ya en una fecha para la boda?
Su insistencia me hace reír. Cada día me lo pregunta y, al recordar una conversación que mantuvimos en el barco, contesto con guasa:
—¿Qué te parece el 14 de febrero?
Su cara es todo un poema.
—¿El Día de los Enamorados? —pregunta.
Esa fecha es un topicazo de tomo y lomo y sé que él lo odia, pero divertida al ver su cara, asiento y, para hacerle rabiar, digo:
—¿No te parece romántico casarnos ese día?
Dylan me mira. ¿El antibodas casándose el 14 de febrero?
Pero acto seguido dice que sí con la cabeza.
—De acuerdo —dice—. Nos casamos ese día en Los Ángeles.
Por el amor de Dios, ¿se lo ha tomado en serio?
—Lo he dicho en broma, Dylan.
—Pues yo no. —Ríe.
Incómoda por su seguridad, insisto:
—Pero, mi niño, ¿cómo nos vamos a casar ese día?
Tumbándose sobre mí, me besa y, llevándome donde él quiere, contesta:
—Nos vamos a casar ese día, bebé, porque te quiero, me quieres y es un maravilloso día para que nos casemos. Y en cuanto a Los Ángeles, tú has dicho la fecha y yo propongo el lugar. Me encargaré de todos los gastos del viaje de tu familia. No te preocupes por nada. Y ahora, no pienses más en ello y bésame, caprichosa…
Lo hago. Como siempre, su boca me hace perder la razón y luego se separa de mí y explica:
—Mañana llamaré a Tony y le pediré que nos organice el viaje a Puerto Rico para dentro de una semana. Estaremos allí quince días y luego iremos a Los Ángeles. He de volver al trabajo. Me voy a casar y tengo que mantener a mi mujercita.
Ambos sonreímos. Todavía me asusta lo que dice, pero soy tan feliz que no puedo resistirme.
¡Voy a conocer Puerto Rico y Los Ángeles!
Es más, ¡voy a vivir en Los Ángeles!
¡Qué pasadaaaaaaaaaaaaaaaaa!
Estoy pensando en ello emocionada, cuando Dylan, mirándome con seriedad y cogiéndome la mano, dice:
—Tendrás que hablar con tu jefe en el hotel y decirle que vas a tener que dejar tu trabajo.
Asiento.
Eso me apena y me corta el rollo. Me encanta cantar con esa orquesta.
—Cuando lleguemos a Los Ángeles —vuelvo a insistir—, quiero trabajar en algo o…
Dylan me besa y, sin dejarme terminar la frase, murmura:
—No tienes por qué trabajar, cielo. Yo te puedo mantener. Me lo puedo permitir y lo sabes.
—No hablo de trabajar cantando en hoteles. Hablo de…
—No —replica tajante.
—Dylan…
—Escucha, Yanira —dice cogiéndome la cara entre las manos—. Vamos a comenzar una nueva vida. Dejame ser egoísta un tiempo. Te necesito. Te quiero sólo, sólo, sólo para mí, ¿de acuerdo?
No sé a qué se refiere. Ya me tiene y me tendrá siempre sólo para él. Pero estoy tan enamorada que contesto:
—¿Te quedarás más tranquilo si compro una llave de mi corazón y te la regalo?
Dylan sonríe y, tocando la llave que cuelga entre mis pechos, asiente entre murmullos:
—Sin duda alguna, sí.
Esa noche, cuando llegamos a casa de mis padres, durante la cena los informamos de la fecha y el lugar de la boda. Mi familia se emociona y Garret, mirándonos con su camiseta de Han Solo, dice, haciéndonos sonreír a todos:
—Algo que decir yo tengo. Sois unos frikis eligiendo el 14 de febrero.