2

Impermeable

Pipipipí… pipipipí… pipipipí…

Alargo la mano y apago el despertador. Madrugar me mata, pero hoy me toca a mí abrir la tienda de souvenirs. Cojo el reloj y me lo acerco a la cara. Soy miope y sin gafas o lentillas no veo tres en un burro. Una vez compruebo la hora que es, me levanto, me pongo las gafas y me encamino hacia la ducha. Después, ya vestida y con las lentillas puestas, bajo a la cocina, donde sonrío al ver a una de mis abuelas.

Ankie, mi abuela paterna, es holandesa. Hace años, cuando murió mi abuelo, se trasladó a vivir con nosotros. Es divertida y a veces demasiado alocada para su edad, pero me gusta y disfruto de su locura. Es una mujer muy actual y moderna y me entiende mejor que nadie; además, ambas somos artistas.

—Buenos días, tesoro, ¿has dormido bien?

Digo que sí con la cabeza y me siento en una de las sillas. Ella me pone delante un zumo de naranja recién exprimido que yo me bebo encantada. Mientras trastea por la cocina, le pregunto:

—¿Dónde está la abuela Nira?

La veo sonreír —me encanta su sonrisa picarona— y, acercándose, dice en voz baja:

—Cotilleando con las vecinas. Mira que le gusta el cotilleo.

Nos reímos. Es cierto que a la abuela Nira un buen cotilleo le puede.

—No te quejes —le replico en el mismo tono de voz—. Luego bien que te gusta que te los cuente.

Mi abuela se parte de risa y yo con ella. Ankie es todo un personaje. De entrada, no le gusta que ni mis hermanos ni yo la llamemos abuela, ni yaya, ni nada parecido. Desde pequeñitos, nos dejó muy claro que ella es Ankie, ni más ni menos.

En su juventud, formó parte de una banda de moda en Holanda que abandonó por amor y ahora, en su madurez, es la guitarrista de un grupo de música que montó con unas amigas en la isla. Tiene una marcha que no hay quien la iguale.

Veo el bote de Nesquik, ¡que es mi vicio! Lo cojo, lo abro y me meto una cucharada en la boca. La paladeo con deleite y, como siempre, ¡me ahogo con el polvillo!

—Tómate un vasito de leche, cielo, y deja de comerte el cacao así a palo seco —me regaña mi abuela al verme.

Miro el tetrabrik de leche entera y se me ponen los pelos de punta. Nunca me ha ido mucho la leche, por lo que murmuro, cerrando el bote de Nesquik:

—Vale… ahora lo haré.

—Hoy es el gran día, ¿verdad, cariño?

—Sí. Hoy actúo por primera vez en el Grand Hotel Mencey —respondo contenta.

Por fin he conseguido que alguien me contrate para cantar, aunque sea en el coro. Sin embargo, por algo se empieza. Es el momento. Me acaban de despedir y, o lo hago ahora, o sé que no lo haré nunca.

Mi abuela y yo nos enfrascamos en una conversación sobre música y canciones y se olvida del vaso de leche. ¡Bien! Ankie es una entendida en la materia y me encanta charlar con ella de lo que nos apasiona a las dos.

Hablar con tu abuela de grupos actuales de pop y rock no es normal, pero ella está tan puesta como yo en el tema.

De pronto, en la radio suenan los primeros acordes de una canción y digo:

—Escucha, Ankie. Me encanta esta canción.

—¿Quién la canta?

—Pixie Lott, el tema se llama Cry me out. Tiene unos añitos, pero me parece preciosa.

Ankie la escucha. Sonríe y, mirándome, pregunta:

—¿Te la sabes, cariño? —Yo asiento—. Anda, cántamela.

Con un cucharón de la cocina como micrófono, hago lo que me pide sin ninguna vergüenza y entono:

You’ll have to cry me out,

you’ll have to cry me o-o-out.

The tears that will fall, mean nothing at all,

it’s time to get over yourself.

Baby, you ain’t all that,

baby, there’s no way back.

You can get talking

but, baby, I’m walking away.

Disfruto… disfruto y disfruto.

Me encanta cantar y canciones como ésta se amoldan perfectamente al «color de mi voz», como dice mi abuela. Mientras canto, mi otra abuela, Nira, entra en la cocina y se queda junto a Ankie. Las dos me miran encantadas.

Para ellas soy su orgullo, cada una a su modo. Para Ankie soy la joven cantante que desea que triunfe en la vida con la música y para Nira soy la nieta que espera que un día se case y le dé guapísimos bisnietos. Vamos, que lo tengo crudo para poder hacerlas felices a las dos.

Una vez acabo la canción, me río y ellas aplauden emocionadas.

—Ay, mi niña, ¡qué bien cantas! —suspira mi abuela Nira.

—Tienes un futuro brillante, Yanira —me dice Ankie.

Así de divertidas estamos las tres, cuando entran en la cocina mis hermanos Garret y Rayco. Aunque mellizos, son polos opuestos. Garret me mira y, al verme con el cucharón en la mano, afirma con una de sus célebres frases de La guerra de la galaxias:

—Sin duda, maravillosa la voz es.

—Gracias, Maestro Yoda —me mofo yo.

Él se lleva una mano al corazón y responde:

—Que la fuerza te acompañe, pequeña.

—¿La Aulliditos de la casa ya está cantando? —se burla Rayco.

Yo me río. Mis hermanos para mí son la bomba.

Garret es un friki por excelencia y en mi familia creo que ya todos lo hemos asumido. Oírlo hablar con sus frasecitas de la saga de las Galaxias es lo normal. Tan normal que en ocasiones hasta el resto las decimos casi sin darnos cuenta.

Rayco, en cambio, es otro cantar. Es el guaperas de la familia y el latin lover de nuestra bonita isla. Todas caen rendidas a sus pies. Todas babean cuando él pasa. Y todas terminan llorando.

Mi abuela Ankie le da una colleja al oír su comentario.

—¡Ay! —protesta él con su vozarrón.

Yo me vuelvo a reír cuando mi abuela le dice:

—Un poco de respeto, sinvergüenza. Tu hermana es una artista y a los artistas hay que respetarlos.

—No conviene soliviantar a una wookie —cuchichea Garret, haciéndome reír.

—Dirás a una bruja montada en una guitarra eléctrica —se mofa Rayco, mirando a Ankie.

La abuela Nira sonríe al ver la cara de mi otra abuela y, para calmar el revuelo, dice:

—Vamos, muchachos, a desayunar, que se hace tarde.

Con la mirada, le pido a Rayco que se calle. Me hace caso y los cinco desayunamos en la mesa de la cocina, entre risas y confidencias.

Media hora después, mis dos hermanos y yo subimos a mi coche y nos dirigimos hacia Santa Cruz de Tenerife para abrir la tienda. Durante horas, ellos dos y yo atendemos a los clientes que entran a comprar y cotillear. En ocasiones, el trabajo aquí es agotador y hoy es una de esas ocasiones. Hacia la una de la tarde, aparece mi hermano Argen.

—¡Garret, Rayco —grita—, vosotros ya os podéis marchar!

Rayco se acerca a nosotros y, subiéndose el cuello del polo granate, murmura al ver a unas turistas que lo miran.

—El deber me llama… ¡que os den, hermanitos!

Garret, para no ser menos, añade:

—Y que la fuerza os acompañe, humanos.

Divertida, los miro marcharse, y entonces Argen pregunta:

—¿Por qué serán tan frikis?

Yo, sonriendo y mirándolo, respondo:

—Si mamá te oyese, diría que no son frikis, son apasionados.

—Joder, Yanira…, tienen casi treinta y cinco años, ¿es que nunca van a cambiar?

Resoplo, me rasco la cabeza y digo:

—Me parece a mí que no. Por cierto, ¿tu nivel de azúcar bien?

Argen me mira y asiente risueño.

—Sí, mamá. Insulina administrada e ingeridos los hidratos de carbono necesarios. Todo genial.

Sonrío y miro cómo empieza a atender a unos turistas. Argen siempre me preocupa. Tiene diabetes desde que era pequeño y, aunque él hace vida normal, no me permito olvidar que tiene que controlar su enfermedad.

Somos cuatro hermanos, a cuál más distinto. Argen es el mayor y tiene cuarenta años. Es un loco de la cerámica. Trabaja en su propio taller y echa una mano en la tienda de mis padres entre semana. Luego vienen Garret y Rayco, con casi treinta y cinco, dos frikis declarados, y por último voy yo, «la niña». La pequeña. La inesperada de la casa, con veinticinco años y cantante.

Papá, Argen y yo somos los rubios y «holandeses» de la familia, mientras que Garret, Rayco y mamá son los morenos e «isleños».

Vamos, que tenemos de todo.

Después de atender a varios turistas, que compran algunos recuerdos, mi hermano se acerca y me pregunta:

—¿Estás nerviosa por lo de esta noche?

Al pensar en mi actuación, me encojo de hombros y respondo:

—Un pelín.

Argen sonríe. Los dos tenemos una conexión muy especial a pesar de ser él el mayor y yo la pequeña. Es mi mayor fan y el mejor hermano del mundo. Ahora, emocionado, me dice:

—Lo vas a hacer de fábula y cuando te oigan cantar, van a flipar.

Un cliente me trae unas conchas para que se las envuelva y mientras lo hago, le digo a mi hermano:

—Sólo soy una del coro.

—¿Y qué?

—No creo que nadie me preste mucha atención.

—Con lo guapa que eres y lo bien que cantas, ¡lo harán!

Ambos nos reímos, mientras seguimos atendiendo a los clientes que nos entregan sus compras.

A las cuatro de la tarde aparecen mis padres, Larry e Idaira. Una pareja original. Mamá habla por los codos y papá todo lo contrario, pero con la mirada lo dice todo. Creo que esa manera de ser tan distinta es lo que hace que estén tan enamorados el uno del otro.

Entre todos llevamos el negocio familiar. Un negocio que nos da de comer y nos permite vivir con holgura.

Veo que mi madre se acerca a Argen y por sus gestos sé que le está preguntando cómo se encuentra. Todos nos preocupamos por él y, como siempre, mi hermano se limita a sonreír.

Papá, que, como yo, observa la situación, acercándose a mí me pregunta:

—¿Está nerviosa mi Resoplidos?

Sonrío al oírlo y, haciendo honor al nombre, resoplo antes de responder:

—Un poquillo, papá.

Mamá le da un beso a Argen y luego se acerca a mí y me besa también.

—Mi niña, vete ya y descansa —me dice—. Esta noche tienes que estar relajada. Te he dejado el vestido recién planchado colgado en el armario y antes de irte para el hotel, tómate un buen vaso de leche, ¿entendido?

Yo asiento. No le voy a hacer caso en cuanto a la leche, pero asiento.

—Por cierto, mi vida —añade—, si podemos, alguno nos escaparemos para verte.

Tras darles un beso a mis padres y guiñarle el ojo a mi hermano, me voy a casa. Una vez allí, cojo la bolsa de deporte y me dirijo a mi clase de baile, donde me lo paso bomba. Bailamos salsa, danza del vientre y hip-hop, de todo.

Cuando regreso, entro en mi habitación y me tiro en la cama. Oh, Dios… me encanta dormir. Es uno de los mayores placeres de la vida, pero si me duermo a esta hora, me levantaré de un mal humor que no me aguantará nadie, así que decido ducharme a ver si me espabilo.

Al salir de la ducha, bajo a la primera planta para charlar un poco con mis abuelas y sobre las siete me pongo un vestido negro, como me han dicho que haga los que me han contratado, y unos zapatos de tacón. Luego cojo el coche y me dirijo hacia el Grand Hotel Mencey para mi «debut».

Vale, lo reconozco, ¡ahora sí que estoy un poco nerviosa!

Ser chica de coro no es el trabajo de mis sueños, pero al menos me permitirá subirme a un escenario y pasarlo bien.

Al aparcar el coche, en las inmediaciones del hotel, me quedo de piedra al ver a Sergio, mi reciente ex, al otro lado de la calle. ¿Habrá venido a verme? Pero en seguida me doy cuenta de que yo no soy el motivo de que esté aquí, sino seguramente una chica pelirroja con la que se lo ve muy acaramelado.

Increíble. Ya veo que la pena por nuestra ruptura no lo deja vivir.

En cierto modo, eso me hace gracia. Está claro que Sergio y yo no estábamos hechos el uno para el otro y me confirma que lo mejor ha sido dejarlo.

Una vez cierro el coche, saludo a varios amigos al entrar por las cocinas del hotel. Ahí trabaja mi amiga Coral, que hace unas tartas de escándalo. Al verme aparecer, me coge de la mano y pregunta:

—¿Es verdad que has roto con Sergio?

—Sí.

—¿Por qué? —Y al verme resoplar, asiente—. Vale… no hace falta que me lo digas, ya me lo imagino. Al final te has dado cuenta de que ese tostón y tú no tenéis nada que hacer juntos, ¿verdad? Mira, mi niña, ya te decía yo que ese pelmazo no es para ti. Tú necesitas otro tipo de hombre. Te empeñas en ir siempre con los que son mayores que tú, pero yo creo que debes encontrar un chico de tu edad al que le guste lo mismo que a ti y que te sepa enamorar.

—Coral, mal vas si piensas que yo me voy a enamorar de nadie.

Mi amiga, la gran romántica por excelencia, replica:

—Tienes que dejar de ir de flor en flor y encontrar un hombre como mi Toño. Por cierto, el otro día, en una revista, vi un vestido de novia precioso. Cuando me pida que me case con él, te aseguro que lo haré con ese vestido.

Me río. Ella, Toño y su boda.

Si algo quiere Coral en este mundo es casarse, tener una familia numerosa y ser feliz. A mí, en cambio, todo eso me da más bien alergia. Creo que en el mundo en que vivimos, la familia es ya una institución del Jurásico, pero bueno, respeto que ella sea tan romántica y desee tener su bonita boda y su historia de amor.

Por otra parte, se empeña en que me tienen que gustar los de nuestra edad y no entiende que los chicos jóvenes me aburren soberanamente. A mí me gustan los maduritos, hombres interesantes con los que se puede hablar y que a la hora del sexo saben lo que se hacen.

Cuando le presenté a Sergio, lo miró de arriba abajo y sé que no le gustó. Me dio un plazo de dos meses. Al final han sido casi siete, pero vamos, ¡que sus intuiciones no fallan!

Durante unos minutos la escucho despotricar sobre el pobre de Sergio mientras yo me río. Coral es única. Habla por los codos, como mamá, y creo que eso es lo que hace que la adore y la quiera tanto. Cuando por fin voy a decir algo, aparece Alicia, su hermana.

—Hola, Yanira —me saluda.

Me pongo roja como un tomate.

Coral me mira extrañada.

Al ver a Alicia me he acordado de lo que la vi haciendo en la playa con su marido y con otro hombre y soy incapaz de disimular.

Ella me mira y yo me doy aire con la mano mientras exclamo:

—Uf… qué calor aquí, ¿verdad?

Coral frunce el cejo. Me conoce y sabe que si he reaccionado así es por algo, pero cuando va a preguntar, su hermana se le adelanta y dice:

—Estás muy colorada. ¿Estás bien, Yanira?

Oh… oh… oh… ¿Qué digo? ¿Qué respondo?

Plan A: me río.

Plan B: me hago la sueca, aunque soy medio holandesa y medio española.

Plan C: intento disimular.

Sin duda, el plan C es el mejor y, tocándome el ojo, digo:

—Esta lentilla hoy está rebelde y me está jorobando.

Alicia sonríe y, guiñándome un ojo, comenta:

—Esto de cantar no es como trabajar en la guardería. ¿Estás nerviosa?

Por mi cabeza no dejan de desfilar las imágenes de ella con los dos hombres, pero me ha ofrecido una salida fácil y yo digo que sí con la cabeza y contesto:

—Sí, la verdad. Un poco nerviosa.

Cuando coge lo que ha venido a buscar y se marcha, yo miro a Coral, que, cuchillo en mano, musita en tono maternal:

—Yanira Van Der Vall, ¿qué te ocurre?

—Nada.

Pero mi amiga es muy persistente y sin quitarme ojo, insiste:

—O me lo dices o cuando me case no te invito a la boda.

Eso me hace gracia y sonrío, pero como veo que ella no, finalmente respondo:

—Estoy agobiada por la actuación, sólo es eso.

Coral levanta una ceja. Sé que no me cree, pero sin decir nada más, se pone a batir claras de huevo a una velocidad que me deja atónita. Pronto vuelve a uno de sus temas preferidos: las virtudes de su amado y empalagoso Toño, hasta que de pronto se para y comenta:

—Luis me dijo que Arturo y él pasarán esta noche a verte.

—¿En serio? —Sonrío al pensar en mis buenos amigos.

—Sí. Ya sabes que besan por donde pisas. ¡Eres su «tulipana»!

Arturo y Luis son una pareja increíble. El año pasado se casaron y yo fui su madrina. Fue un día mágico para todos y los tres nos profesamos un amor incondicional. Además, Luis es un hombre abierto a cualquier tipo de conversación, algo que me va de perlas porque, aunque con Coral hablo de casi todo, en ciertos temas es bastante limitada.

Tras un par de minutos en silencio, me apoyo en una estantería y como quien no quiere la cosa, digo:

—Tu hermana y Antonio han abierto un bar, ¿verdad?

Ella asiente para de cortar verduras, me mira y susurra:

—Eso es… eso es lo que te pasa. ¿Quién te lo ha dicho?

—¡Tú desde luego no! —le reprocho.

Coral prosigue con sus verduritas y, sin mirarme, cuchichea:

—Cuando me enteré, ya estaba todo decidido. Mi Toño está escandalizado y mi madre avergonzada de Alicia por haber montado un local así. Y yo aún estoy sin palabras. Joder… no soy una mojigata, pero no me hace ninguna gracia que me relacionen con sus depravaciones.

—¿Depravaciones?

Suelta un bufido de frustración y, tras mirar a nuestro alrededor para cerciorarse de que nadie nos escucha, continúa:

—Tú mejor que nadie sabes que yo para el sexo soy muy tradicional. Aunque bueno, mi Toño y yo nos damos nuestros homenajes de vez en cuando. Pero una cosa es una cosa…

—Y otra… es otra —finalizo yo y Coral asiente.

Después de unos segundos en silencio, añade:

—Telita mi niña cuando mi madre se enteró de que allí se intercambian las parejas como si fueran cromos. No paró de llorar en cuarenta y ocho horas. Tiene un disgusto la mujer que ni te cuento.

¡¿Cromos?!

Esa comparación me hace gracia, pero disimulo. No sé qué decir. Mi cara es un poema ante su reacción. Me sorprenden sus comentarios. Diga lo que diga, ella no es nada puritana en temas de sexo.

—Esa misma cara se me quedó a mí cuando la descerebrada de mi hermana me explicó lo que su marido y ella iban a hacer. Le dije que mi madre se lo tomaría mal, pero Alicia erre que erre. Que es un negocio rentable y la verdad es que, aunque no me haga ni pizca de gracia, reconozco que en sólo un mes que lleva abierto, el bar les va genial. Por lo visto va mucha gente. —Y bajando la voz, repite—: Mi Toño está escandalizado.

Pero no podemos continuar hablando, porque el chef nos mira y dice:

—Vamos, vamos, niñas, dejad de hablar y a trabajar.

Coral sigue rápidamente cortando verduras y yo me despido de ella guiñándole un ojo.

La actuación sale muy bien. Es mi bautizo sobre un escenario que no sea un karaoke y le agradezco mucho a Richi, un amigo que trabaja en esta banda, que pensara en mí.

En un momento dado, veo al fondo a mi abuela Ankie con unas amigas. Se han colado en el hotel y aplauden como locas. Y cuando ya reviento de satisfacción es cuando veo a Luis y a Arturo bailando en la pista mientras cantamos Mamma mia.

Cuando la actuación acaba, busco a mi abuela, pero no la veo. Se ha ido con su grupo de amigas. Pero Luis y Arturo se me acercan encantados.

—¡Ay, mi tulipana, qué bien lo has hechooooo! —grita Luis, abrazándome.

A mí siempre me da mucha risa cuando me llama «tulipana». Como el tulipán es la flor de Holanda y mi padre es de allí, Luis decidió bautizarme así.

Arturo espera su turno para abrazarme y cuando lo hace me dice:

—Enhorabuena, artistaza. Lo has hecho de fábula.

Me voy con ellos a tomar una copa. Hay que celebrar mi debut y, como siempre, los tres lo pasamos estupendamente. Dos horas después, tras despedirme de ellos, cojo el coche y regreso a casa contenta.

Al entrar, la abuela Nira, que está haciendo ganchillo sentada en una mecedora, me saluda:

—Hola, mi niña, ¿qué tal ha ido la actuación?

Mientras dejo el bolso en una silla y las llaves en la bandeja de cerámica de la entrada, respondo, quitándome los tacones, que me están matando:

—Bien, abuela, todo genial. —Y mirando alrededor, pregunto—: ¿Estás sola?

Ella sonríe. Mi abuela siempre sonríe.

—Tus hermanos se han ido hace horas, Ankie está con unas amigas y yo me he quedado aquí, feliz y tranquila, viendo cómo esos se pelean en la televisión. Por cierto, ¿sabes que la nieta de Manolín Martínez se ha casado con el nieto de Luciano Llorente?

Sorprendida, la miro y pregunto:

—¿Y quiénes son ésos?

Sin dejar el ganchillo, mi abuela responde:

—Son toreros de mis tiempos. Y, para que me entiendas, las dos familias no se llevan bien y sus nietos se han casado en secreto. ¿Te lo puedes creer?

—Sí tú me lo dices, me lo creo —me mofo.

Ella asiente con la cabeza al ver mi risa y continúa:

—Me gustaba más que trabajaras en la guardería con los niños que no que te dediques a cantar. Una cosa es que le hagas los coros a Ankie en sus actuaciones y otra que tú también quieras ser artista como ella. Me preocupas, Yanira. Ese mundo no es para ti.

Suelto una carcajada.

—Abuela, pero ¿qué dices?

—Lo que oyes, mi niña. Ya te digo que estoy preocupada. Lo que deberías hacer es buscarte un novio, como tu amiga Coral. Un chico decente y con buenas intenciones con el que formar tu propia familia.

—Abuela…

—Ay, pequeña, el día que tú te cases, será uno de los más felices de mi vida. Recuérdalo.

—Abuela, no empecemos.

—Estarás tan guapa vestida de novia…

Y como hace siempre que quiere hablar de un tema que yo no quiero, me mira con ojos de perrito abandonado. Y añade luego con voz emocionada:

—¡Con lo guapita y rubita que eres, estarás tan bonita que sólo de imaginármelo me emociono!

—Abuelaaaaaa —protesto con cariño.

Charlamos durante un rato sobre lo que ella quiere, es imposible no hacerlo, y, tras despedirme, me voy directa a mi habitación. Ya no quiero seguir hablando de bodas.

Una vez en mi cuarto, me quito las lentillas, me desmaquillo, me pongo el pijama y las gafas y enciendo mi portátil para conectarme a Facebook. Quiero que mis amigas, virtuales o no, sepan que la actuación ha ido genial. Recibo sus felicitaciones y cuando voy a cerrar el ordenador, recuerdo algo y busco en Google la palabra «Swinger».

Alucinada, veo que hay cientos de páginas dedicadas a una actividad hasta ahora para mí desconocida y encuentro mogollón de bares de intercambio de parejas por todo el mundo. Incluso en Tenerife, además del de la hermana de Coral, hay tres más.

Leo con curiosidad un montón de páginas donde se explica lo que es el movimiento Swinger y, finalmente, visito virtualmente algunos locales.

Todavía incrédula por lo descubierto, me pregunto si de verdad la gente intercambiará de pareja en esos lugares. Pensar en eso me provoca morbo.

Dios, como se enteren Coral y su Toño, pensarán que soy otra degenerada, como Alicia.

El sexo, jugar con mis parejas y mi imaginación siempre han sido una gran fuente de placer para mí y pronto me doy cuenta de que nada de lo que leo o veo en esas páginas me escandaliza, como por lo visto le pasa a Coral.

Cuando por fin me acuesto, no puedo dejar de pensar en esos lugares. Me atraen.