Dormir contigo
El regreso al barco se hace duro y más cuando antes de entrar en el puerto, tenemos que separarnos para que nadie nos vea llegar juntos.
Sé que Dylan camina unos metros detrás de mí y eso me pone nerviosa. Sin verlo sé que me mira y tengo que respirar y concentrarme para no caerme. Mi móvil pita. Un mensaje:
Me ha encantado dormir contigo.
Divertida, contesto:
Y a mí contigo, pero roncas.
Sonrío e imagino que él sonríe, cuando me pita el móvil de nuevo.
No hemos llegado al barco y ya te echo de menos.
¡Qué monoooooooo! Tecleo:
Allí me tendrás para ti siempre que quieras.
El móvil pita.
¡¿Siempre?!
Me río y respondo:
No lo dudes.
Mi móvil vuelve a sonar.
Estoy deseoso de volver a disfrutar de esas seis fases. En especial de la homicida. Hummm… tu mirada era tan excitante…
Suelto una carcajada.
Tu fase homicida también es muy sexy. Me encanta cuando te muerdes el labio inferior.
Mi móvil vuelve a pitar.
Si me vuelves a decir eso, ¡regresamos al hotel ya!
Nuestro juego me divierte, me calienta, pero finalmente respondo:
Ahora hay que trabajar.
Estoy encantada de sentirlo tan cerca, a pesar de los metros que nos separan. He pasado las mejores veinticuatro horas de mi vida. Dylan lo es todo, ¡incluso romántico! El móvil me vuelve a pitar.
Mi padre siempre cuenta que enamoró a mi madre diciéndole «Luisa, odio ver cómo te marchas, pero me encanta ver cómo te vas». Según él, le encantaba verla caminar.
Suelto una carcajada y me sorprende que me cuente eso tan íntimo de sus padres. Quiero mirar atrás pero no debo. Me contengo y escribo:
Mi padre cuenta que se enamoró de mi madre cuando ella le dijo «Holandés blancucho, vete a tu país». Según él, ese día supo que era la mujer de su vida.
Me imagino a Dylan sonriendo y entonces llego al muelle del barco, donde coincido con Coral, que, al verme, me agarra del brazo y cuchichea:
—¿Qué tal, Enamoracienta?
Incapaz de no mirar atrás, veo a Dylan a escasos metros de nosotras. Pasa por mi lado, me roza disimuladamente la cintura y aspiro su fragancia. Me encanta. Me excita. Cuando se aleja, respondo, mirando a mi amiga.
—Ha sido increíble.
Una vez subimos a bordo, cada cual retoma sus obligaciones y, durante horas, no hago más que pensar en él. Única y exclusivamente en él. Esa tarde ensayo con la orquesta y les pido que para esa noche incluyamos un tema que aceptan al instante. Cuando acabamos con los ensayos y salgo a cubierta para ir a mi camarote, oigo que me llaman.
Al volverme, veo a Tony y, un poco más allá, a varios hombres trajeados. ¡Vaya, carne nueva! Rápidamente, me acerco con una sonrisa y él pregunta:
—¿Qué tal tu día libre? Y no me mientas, porque ayer pregunté por ti y uno de tus compañeros me dijo que te habías marchado con tu amiga Coral.
Sonrío y sin sacarlo de su error, respondo:
—Genial. Marsella es preciosa.
—¿Qué viste?
Bueno… bueno… bueno, ¡aquí me ha pillado!
En realidad he visto una habitación preciosa y a un hombre maravilloso, pero no dispuesta a contarle por qué no he visitado la ciudad, contesto:
—De todo un poco. —Y añado—: Lo típico de la ciudad, pero para los nombres de las calles, monumentos y demás soy muy mala.
Charlamos durante un rato hasta que, de pronto, Tony dice:
—Por cierto, mi hermano se ha unido a nosotros en Marsella. Ven, quiero presentártelo.
El gesto se me descompone.
Aún recuerdo las lindezas que le dije a ese hombre por teléfono y que él me dijo a mí, pero no tengo escapatoria y nos acercamos al grupo de hombres trajeados. Veo a uno de ellos apoyado en la barandilla, mirando el mar. Es alto y moreno y lleva un traje oscuro.
—Omar —llama Tony.
Al volverse, no se parece en nada a lo que esperaba. Creí que sería un hombre de edad avanzada y me encuentro con uno de poco más de cuarenta años, muy pero que muy atractivo. A diferencia de Tony, que tiene los ojos claros, él los tiene castaños. Durante unos instantes, nos miramos con curiosidad, hasta que pregunta con voz ronca:
—¿Quién es esta preciosa dama?
¿Dama?
Vaya… qué galante.
—Ella es Yanira —contesta Tony—. Y, por lo que tengo entendido, no fuiste muy amable con ella en Barcelona.
Me sofoco.
Recuerdo que lo llamé mamarracho y que le dije otras cosas aún peores. No espero que él lo haya olvidado, pero contra todo pronóstico, coge mi mano y, besándomela, murmura:
—Siento mucho lo desagradable que fui contigo ese día. Creo que pagaste mi mal humor y…
—No pasa nada —lo interrumpo, quitándole importancia.
—Espero que me permitas hacer algo para cambiar la mala impresión que te di.
Con mi mano todavía entre las suyas, no sé qué decir, cuando Tony explica:
—Yanira canta en la orquesta del barco y lo hace muy bien.
Omar asiente. Me escanea con sus ojos castaños, e, inclinándose un poco para estar a mi altura, pregunta:
—¿Qué tipo de música cantas?
—De todo un poco —respondo un poco cohibida—. Estar en una orquesta requiere amoldarte a todo tipo de música.
Él sonríe y en ese momento, Tito llama a Tony, dejándonos a solas. Durante unos segundos nos quedamos callados, hasta que finalmente insiste:
—En serio, Yanira, quisiera que cambiaras tu opinión sobre mí.
—De verdad que no pasa nada —insisto—. Entiendo tu preocupación. Ya te dije que yo también tengo hermanos y, por ellos, en ocasiones he tenido que actuar de una manera que no es la que más me gusta.
Omar sonríe y yo le devuelvo la sonrisa. Charlamos durante unos minutos. Nuestro tema de conversación se centra en el barco y el mar. Siento que me escucha, que me presta atención y eso me gusta. Pero cuando miro el reloj y veo la hora que es, digo rápidamente:
—Lo siento, tengo que dejarte. Entro a trabajar dentro de una hora y todavía no he cenado ni me he maquillado.
—¿Maquillarte? ¿Tú necesitas maquillarte?
Halagada por su cumplido, contesto mientras me alejo:
—Lo creas o no, gano mucho tras pasar por chapa y pintura.
Veo que sonríe y yo corro hacia mi camarote. Tengo prisa. Pero al llegar me encuentro a Dylan en la puerta. Su expresión no es divertida. Al contrario, parece enfadado y, mirando a ambos lados, dice:
—Abre y entremos antes de que alguien nos vea.
Una vez en el camarote, me lanzo a sus brazos dispuesta a besarlo, pero me aparta de malos modos y pregunta:
—¿Qué hacías hablando con ese tipo?
Sé a quién se refiere y respondo:
—Es el hermano de Tony. Ha subido al barco en Marsella y…
—Mantente alejada de él, ¿entendido?
Su voz… su gesto enfadado y su furia me hacen decirle:
—Vamos a ver, ¿qué ocurre, cariño?
Dylan apenas puede moverse. El camarote es tan pequeño, que hacerlo supondría darse un golpe contra algo.
—Tú mantente alejada de él —repite.
—¡Por el amor de Dios! —protesto—. Tú y yo hemos comenzado una relación, pero no te tomes al pie de la letra eso de que soy tuya, porque yo soy una persona muy sociable y me gusta hablar con todo el mundo, ¿entendido?
—¡¿Qué?!
—Lo que has oído, Dylan. Por favor, no vayamos a jorobar lo que tenemos.
Mi moreno me mira. Su mirada me grita algo, pero yo soy incapaz de descifrar qué es lo que quiere decir. Respira y toma aire. No dice nada y, finalmente, yo lo abrazo y murmuro:
—Me gustas, te gusto y lo nuestro está bien. No necesito a nadie más. Sólo a ti, ¿entendido?
Él asiente y noto que sus hombros se relajan. Parece que le queda claro lo que le digo y, besándome, me indica:
—Abre la puerta y mira a ver si hay alguien. Tengo que volver al trabajo.
Hago lo que me pide y cuando no veo moros en la costa, lo aviso y se marcha tras darme un rápido beso. Yo sonrío, aunque me deja preocupada con su inquietud.