PRÓLOGO

Las paredes comenzaron a llenarse de escarcha.

Hipnotizada, vi cómo cubría la piedra de la torre que albergaba los archivos. Fue trepando hasta el techo como una labor de encaje, recubriéndolo con un fondo escamoso y blanco. Unos cuantos cristales de nieve plateados se quedaron suspendidos en el aire.

Todo era delicado y etéreo, totalmente irreal. El frío me atravesó la piel, calándome los huesos. Ojalá no hubiera estado sola. De haber tenido a alguien conmigo, quizá habría podido creer que aquello era real, que no corría ningún peligro.

El hielo crepitó tan fuerte que di un respingo. Con los ojos abiertos de par en par y respirando de forma rápida y entrecortada, vi cómo la escarcha fue avanzando por la ventana hasta cubrirla por completo, impidiendo el paso de la luz de la luna. La estancia poseía ahora su propia luz. En la ventana, las numerosas vetas de escarcha tomaron direcciones distintas siguiendo una misteriosa pauta, que dibujaba una forma reconocible.

Un rostro.

El hombre de escarcha me miraba. Sus ojos, oscuros e iracundos, eran tan reales que daba la impresión de que me estuvieran mirando. Su rostro esculpido en el hielo era la imagen más vívida que había visto jamás.

Entonces se me heló el corazón al darme cuenta de que me estaba mirando de verdad.

Hubo un tiempo en que no creía en fantasmas…