La señora Bethany abrió la puerta. El volumen de los gritos se duplicó instantáneamente y a mí se me pusieron los pelos de punta.
—Balthazar, ven conmigo. —Charity alargó una mano—. Podemos irnos de aquí. Puedes dejar de fingir que eres algo que no eres. Podemos estar juntos si tú dejas de fingir.
—Vete. —Balthazar se apartó de ella—. Tengo que hacer lo que pueda aquí.
Charity se quedó unos instantes más con la mano abierta, y por un instante fue ella la que estuvo desesperada por recuperar a su hermano; ahora era él quien no la necesitaba.
—¡Te has equivocado de bando! —gritó. Balthazar siguió negándose a ceder; Charity se estremeció y me pareció que lloraba. Se dirigió a la ventana con paso vacilante, la abrió y susurró—: Estaba segura de que vendrías.
Balthazar corrió al pasillo, ignorándola. Charity se arrojó por la ventana y yo contuve el aliento, hasta reparar en lo absurdo de mi reacción. Charity era la que corría menos peligro de todos. Aunque estábamos a muchos pisos de altura, una larga caída no podía lastimar a un inmortal.
—¿Cómo sacamos a todo el mundo de aquí? —pregunté.
—Hasta nosotros tenemos que cumplir la normativa gubernamental. —La señora Bethany corrió al pasillo para activar algo tan rutinario que se me había pasado totalmente desapercibido: una alarma de incendios normal y corriente. De inmediato empezó a sonar una sirena, ensordecedoramente alta al reverberar en la piedra. Hice una mueca y me tapé los oídos.
—¡Ve a los dormitorios de las chicas! —me gritó Balthazar en mitad de aquel estruendo. Estaba al final del pasillo, casi fuera de mi vista—. ¡Yo voy a ayudar a los chicos!
Por su parte, la señora Bethany ya estaba bajando las escaleras como una flecha. Aunque no iba armada, por nada del mundo habría querido ser el primer cazador de la Cruz Negra con quien se topara.
Pero ¿y si el cazador era Lucas?
Corrí tras ella, pero tardé más en llegar abajo. Los desiguales peldaños me hicieron tropezar, y estaba temblando violentamente. «Todos corren peligro. Todos. Lucas. Balthazar. Mamá. Papá. Raquel. Ranulf. Dana. Vic». Lo que sentía iba más allá del miedo. Era una necesidad básica y perentoria de sobrevivir y salvar vidas, de luchar y salir huyendo, pero ¿contra quién debía luchar?
Alguien gritó y luego oí un crujido de huesos seguido de un golpetazo. Corrí abajo y vi a un hombre ovillado en el suelo, con una estaca todavía en la mano. La sangre salpicaba la pared detrás de él y la señora Bethany se quedó, admirando su obra un instante. Luego corrió hacia el estruendo.
Me pareció haber visto a aquel hombre en el comando de la Cruz Negra destacado en Amherst, pero no estaba segura. Tenía la cara ensangrentada. A mi alrededor, los gritos solo hicieron que aumentar, y oí cada vez más pasos en las escaleras conforme los alumnos empezaban a huir. Corrí tras la señora Bethany…
… Y me vi inmersa en la batalla campal.
El pasillo de las aulas estaba atestado de cazadores de la Cruz Negra: reconocí al menudo señor Watanabe, armado con una ballesta, y a Kate, que estaba peleando cuerpo a cuerpo con el profesor Iwerebon. Junto a mí, la señora Bethany esquivó hábilmente una flecha, giró en redondo y asestó un puñetazo en la garganta a un cazador. Mientras él se tambaleaba y se atragantaba, ella lo agarró por el cuello y lo desnucó con una llave de judo. Oí un terrible chasquido justo antes de que el hombre se desplomara. De inmediato la señora Bethany se volvió para atacar al siguiente cazador, derribándolo de una patada en las pantorrillas mientras le arrebataba la ballesta. Cuando el hombre cayó al suelo, ella le disparó con su propia arma. Dos muertes en diez segundos, y ella seguía adelante, seguía peleando, mientras yo simplemente podía mirar horrorizada.
—¡Bianca! —Era Dana, en el pasillo—. ¡Sal ahora mismo de aquí!
—¡Vete! —Era mi madre, plantando cara a Dana—. ¡Cariño, vete! —Ella y Dana se miraron confusas por un segundo, pero entonces mi madre se abalanzó sobre Dana y la arrojó al suelo.
Corrí. Alguien tenía que detener aquello, pero yo no sabía cómo. Ojalá pudiera encontrar a Lucas; seguro que él podría hacerlo. Seguro que podría convencer a la Cruz Negra para que dejara de combatir. Pero ¿dónde estaba?
—¡Todo el mundo fuera! —Era Balthazar. Al volverme, lo vi metiendo prisa a los alumnos que bajaban por las escaleras y vislumbré a Vic en calzoncillos y camiseta, mirando el caos con consternación, pero corriendo tan aprisa como podía. Aunque no pareció volverse hacia mí en ningún momento, Balthazar debió de percibir mi presencia, porque gritó—: ¡Ve a los dormitorios de las chicas!
—¡No puedo! Están peleando en el pasillo. ¡Nos cierran el paso!
—¡Ya se nos ocurrirá algo!
Entonces una voz en el pasillo, audible incluso entre los gritos y la sirena de la alarma de incendios, dijo:
—No le hagas caso, Bianca. Necesitas salir del internado inmediatamente.
Al volverme, vi a Eduardo con dos bandoleras repletas de armas y cruzadas sobre el pecho, y una considerable mancha de sangre en la mejilla de las cicatrices. ¿Por qué tenía que ser él? Rápidamente alcé las manos.
—No hace falta que persiga a Balthazar. No representa ningún peligro, se lo prometo.
—Tú aún no sabes distinguir un vampiro de un humano —dijo él. La sonrisa le torció las cicatrices de las mejillas—. Deja que te cuente un secreto. Ahora solo quedan vampiros defendiendo el edificio. Lo cual significa que podemos terminar lo que hemos venido a hacer.
—Por favor, le han mentido. Charity, la vampira que capturaron, la que les dijo que aquí pasaba algo terrible, ¡no les dijo la verdad!
—No se te da muy bien saber cuándo te mienten, Bianca. Te sugiero que confíes en mí. Ve abajo. Si no lo haces, sufrirás las consecuencias. —Cogió un radiotransmisor que llevaba colgado del cinturón y dijo—: Prendedle fuego.
«Fuego». Una de las únicas formas de matar definitivamente a un vampiro. Los cazadores de la Cruz Negra iban a incendiar Medianoche.
Balthazar me agarró y tiró de mí hacia las escaleras, pero, cuando intentó que bajara tras él, yo me solté.
—¡Bianca, tenemos que irnos! —gritó.
—¡Tengo que ir a los dormitorios de las chicas!
—¡Has dicho que era imposible! ¡Bianca!
Corrí hacia arriba sin hacerle caso, subiendo dos rellanos hasta los dormitorios de los chicos, que estaban a un piso por encima del tejado del edificio principal. Las llamas ya se habían propagado por uno o dos pasillos, pero no me detuve mucho en mirarlas. Salté simplemente al tejado.
Otros habían tenido la misma idea: vi a alumnos corriendo por todo el tejado del edificio principal. Algunos eran vampiros, otros humanos. Eduardo había dado la orden demasiado pronto. Probablemente, todas las personas que veía solo estaban intentando salvarse, y no podía culparlas por eso. Pero yo sabía qué estaba sucediendo, y eso significaba que debía conseguir llegar a los dormitorios de las chicas y asegurarme de que todo el mundo salía.
Corrí por el tejado de arriba abajo, resbalando en las tejas, pero consiguiendo de algún modo no caerme. El albornoz se me había desabrochado y ondeaba detrás de mí; el calor del fuego parecía quemarme a través de la camiseta y el pantalón del pijama. Un fuerte crujido a mis espaldas me indujo a volverme; las llamas anaranjadas habían devorado una parte del tejado, que cedió con un estrépito de madera rota. El aire se llenó de humo y yo me puse a toser sin dejar de correr. «¡Más deprisa, tienes que correr más deprisa! ¡No!».
Perdí el equilibrio y me caí, rodando hacia el borde del tejado. Aunque intenté agarrarme a alguna cosa, no había nada, hasta que ya no hubo tejado debajo de mí y empecé a caer…
Di con la espalda contra algo de piedra e intenté agarrarme a ello. Lo conseguí. Me quedé un momento colgando de la pared del edificio, intentando no desmayarme de dolor o miedo. En cuanto se me aclaró la vista, vi lo que había frenado mi caída: una de las gárgolas, idéntica a la que yo siempre había odiado junto a mi ventana. Estaba agarrada a su cuello.
—Gracias —susurré mientras ponía un pie en sus garras y volvía a encaramarme al tejado. Cuando eché a correr de nuevo, noté cuánto me dolía el cuerpo, pero el aire estaba impregnado de humo y no había tiempo que perder.
Por fin, llegué a la torre sur y bajé torpemente del tejado, solo para descubrir que el fuego era mucho peor allí. Mi gran tentativa de rescate tampoco me pareció tan importante: por lo que veía, ya no quedaba nadie. Entonces vi una figura moviéndose entre el humo.
—¿Hola? —grité.
—¡Bianca! —Era Lucas. Corrió hasta mí y me abrazó; mi espalda dolorida protestó, pero me dio igual—. ¡Te he buscado por todas partes! En la cochera, aquí…
—Tienes que decirles que paren, Lucas. ¡Tienes que decirles que Charity mentía!
—Un momento. ¿El vampiro de quien Eduardo obtuvo la información era Charity? —preguntó Lucas iracundo—. Sabía que aniquilar a los alumnos no era propio de la señora Bethany, y se lo dije, pero Eduardo no me hizo ni puñetero caso. Ese cabrón nunca me hace caso.
—¡Mamá, Dana, todos están en peligro, tenemos que poner fin a esto!
—No podemos. —Lucas me cogió la cara entre las manos. El velo de humo cada vez más espeso le emborronaba las facciones—. No podemos poner fin a esto. Solo podemos salir de aquí.
No me gustaba, pero sabía que tenía razón.
Juntos, corrimos a las escaleras, gritando por si había alguien que, por algún motivo, no hubiera logrado salir, y las bajamos a toda velocidad. Para entonces, el aire estaba impregnado de olor a ceniza, y tuve que taparme la boca con el cuello del albornoz para no ahogarme. Imaginé el póster de El beso de Klimt en mi dormitorio, abarquillándose y ennegreciéndose lentamente, el fuego consumiendo a los amantes para siempre. Lucas se tapó la boca con el antebrazo.
—¡Ya casi estamos! —gritó—. ¡Venga!
Cuando salimos al jardín, nos topamos casi de inmediato con un combate cuerpo a cuerpo: una cazadora de la Cruz Negra, una mujer que yo no conocía, estaba moviéndose en círculos alrededor de la señora Bethany, cuyo moño ya estaba completamente deshecho; el pelo oscuro le caía sobre la espalda y su rostro altivo estaba sucio y tiznado. El resplandor de las llamas le perfilaba los altos pómulos y, pese a la destrucción que nos rodeaba, estaba sonriendo. Por primera vez, le vi los colmillos.
Lucas tiró de mí para alejarme del combate, pero los dos seguimos mirándolas, hipnotizados. Alguien gritó mi nombre, pero no reconocí la voz.
La señora Bethany se movió hacia un lado, luego hacia el otro; entonces saltó. La cazadora intentó esquivarla, pero fue demasiado lenta. No pude hacer nada cuando la señora Bethany dio la vuelta bruscamente a la cazadora y le hincó los colmillos en el cuello.
El grito que oí a mis espaldas fue de puro horror. Al volverme, vi a Raquel, en camiseta de tirantes y bragas, chillando mientras veía cómo bebía la señora Bethany la sangre de la cazadora. Era imposible malinterpretar lo que estaba sucediendo, sobre todo si sabías como Raquel que lo sobrenatural existía. Ahora sabía que los vampiros eran reales.
—Oh, Dios mío, ¡Dios mío! —chilló—. Bianca, ¿sabías que… la señora Bethany…? Ella… —Raquel se interrumpió—. ¿Lucas?
—Ahora corre; luego te lo explico —dijo Lucas.
Echamos a correr. Miré atrás por última vez mientras nos dirigíamos al bosque. La mayor parte del internado seguía en pie, en apariencia tan inexpugnable como siempre, pero la torre sur y el tejado estaban en llamas. Lenguas de fuego lamían las gárgolas. Parecía el fin del mundo. Entonces oí las sirenas.
—¡¿Qué es eso?! —gritó Raquel aún asustada.
Supe la respuesta de inmediato.
—¡Camiones de bomberos! La alarma de incendios que ha activado la señora Bethany… ¡Están llegando!
—Las autoridades no deben encontrarnos aquí —insistió Lucas—. Hay un transporte cerca. Démonos prisa. —Hicimos lo que decía, y corrimos hacia el bosque lo más aprisa posible, pero, al internarnos en su espesura, vi una figura entre las sombras y se me escapó un grito cuando nos paramos en seco. Charity nos cerraba el paso.
—¿Ya os vais? —Ladeó la cabeza. Si su caída de la torre norte la había lastimado, no daba muestras de ello—. Tú odias Medianoche casi tanto como yo, Bianca. Pensaba que mi sorpresa te gustaría.
—Puede haber muerto gente —dije—. Puede que Balthazar no haya conseguido salir con vida.
—Tú dudas de mi hermano. —Charity tenía la mirada sombría—. Yo creo en él. Es demasiado fuerte para cualquier fantoche de la Cruz Negra.
—Y yo te creí a ti —repuse—. No volveré a cometer el mismo error.
—Eh, chicos. ¿Quién es ésta? ¿Es la hermana de Balthazar o qué? —dijo Raquel.
Charity la fulminó con la mirada. Luego sonrió.
—Me habéis traído un aperitivo.
—Y un cuerno. —Lucas intentó darle un puñetazo en la cara, que ella esquivó fácilmente, pero no había contado con que él tenía la rapidez de un vampiro. Tan deprisa que apenas pude verlo, se colocó detrás de ella, le cogió un brazo y se lo retorció a la espalda.
—Imbécil —resopló Charity, intentando soltarse. Con lo fuerte que era, yo sabía que no tardaría en lograrlo. Raquel intentó acercarse, pero yo se lo impedí.
—No he sido duro contigo por Bianca —dijo Lucas. Siguieron forcejeando, Lucas retorciéndole el brazo a la espalda con gran dificultad—. Pero se acabó, hasta aquí hemos llegado.
Justo después la empujó con todas sus fuerzas contra un árbol. Charity se dio de bruces contra él. Al principio, esperé que chillara, ciega de ira, pero, en cambio, perdió el sentido. Lucas seguía sujetándola contra el árbol, cuando una rama rota que sobresalía del tronco la atravesó como una estaca.
—¡La has matado! —gritó Raquel.
—No del todo. —Lucas parecía abatido—. Me robó el puñal.
—Suéltala —dije—. Sé que eso va a… bueno, devolverle la vida, pero tardará varios minutos en poder perseguirnos. En ese rato, habremos llegado al transporte, ¿no?
A Lucas no le gustó el plan, pero sabía que era nuestra única opción. Echó a correr y, cuando Raquel y yo lo seguimos, vi que Charity se desplomaba en el suelo del bosque.
El «transporte» resultó ser la furgoneta que yo ya había visto. Cuando nos subimos, ya había unas cuantas personas esperando: Kate, que estaba al volante, y Dana, que tenía el ojo morado y el labio cortado. Verla me revolvió el estómago; mi madre debía de ser la que le había hecho aquello, pero si se habían peleado y Dana seguía allí…
—¿Qué ha pasado? —susurré—. ¿Qué le ha pasado a la vampira con la que estabas peleándote?
—La señora ha saltado por una ventana. —Dana tenía la voz pastosa a causa del labio hinchado—. Eso es hacer trampa, si quieres mi opinión.
Mi madre había salido con vida. Aliviada, me apoyé en Lucas. Probablemente, Vic y Balthazar también estaban a salvo. Pero ¿y mi padre? Y los profesores que conocía, y Ranulf, y tantas otras personas… incluidos los humanos, porque el fuego no hacía distinciones.
Lucas me rodeó con el brazo y preguntó:
—¿Dónde está el señor Watanabe?
—Lo han matado.
Un terrible silencio se instaló en la furgoneta. Raquel fue mirándonos uno por uno a Dana, a Lucas y a mí, a todas luces confundida, pero debió de captar que no era momento adecuado para hacer preguntas. Lucas apoyó la frente sobre mi hombro y yo lo abracé.
«Disfrutad el uno del otro», había dicho el señor Watanabe. Tenía una dulce sonrisa. Me pregunté si ahora estaría con Noriko, si habría algo después de la muerte para los humanos que no entrañara ser un vampiro o un fantasma. Jamás me lo había planteado hasta entonces.
Kate puso en marcha la furgoneta. Mientras nos alejábamos, observé la Academia Medianoche en llamas por el espejo retrovisor hasta verla desaparecer por completo.
El punto de reunión resultó ser un almacén en medio de ninguna parte con la mitad de su superficie ocupada por enormes cajones de embalaje. No tenía la menor idea de qué contenían y pensé que tampoco lo sabría la Cruz Negra. Solo era un lugar donde los cazadores podían reagruparse.
Dana se había aplicado una bolsa de hielo a la cara y Eduardo estaba vendando un corte en la espinilla a Kate. Mientras limpiaban y reparaban sus armas, casi todos los cazadores guardaban silencio, fuera por tristeza o por agotamiento. Pero supe que todos pensaban que habían hecho lo que debían. Yo quería decirles que se equivocaban, que les habían mentido, pero sabía que no me harían caso.
Lucas y yo nos sentamos en uno de los cajones, apoyándonos uno en la espalda del otro. Raquel estaba de pie junto a nosotros, envuelta en una manta que le había dado uno de los cazadores. Despacio, dijo:
—Todo el internado estaba plagado de vampiros. Desde el principio.
—Básicamente —dije—. También había alumnos humanos. Tú no eras la única. Vic, por ejemplo.
—¿Y Ranulf? —preguntó. Yo negué con la cabeza y ella se quedó boquiabierta—. ¿Ranulf? Pero Balthazar… ¿Era Balthazar… era también un vampiro?
Asentí.
—Y todos los profesores. Hasta hace un par de años, solo había vampiros.
—Espera un momento. Eso no puede ser. Bianca, tus padres son profesores.
Debido al cansancio, creo que le habría dicho la verdad si Lucas no me lo hubiera impedido poniendo una mano sobre la mía. Revelar que tenía parte de vampiro en mitad de un grupo de cazadores de la Cruz Negra podría ser lo último que hiciera en la vida.
Eduardo respondió la pregunta por mí.
—Creemos que Bianca fue raptada cuando era un bebé. Probablemente, sus verdaderos padres fueron asesinados para que dos vampiros pudieran jugar a papás y a mamás.
Raquel se tapó la boca con las manos.
—¿Cuándo lo averiguaste? Oh, Bianca. Lo siento mucho. Lo siento muchísimo.
Lucas intervino para que no tuviera que revelar cuánto hacía que lo sabía.
—Yo fui a Medianoche el curso pasado para averiguar por qué estaban admitiendo alumnos humanos.
—¡Por eso te metiste en tantos líos! —dijo Raquel—. Dios santo, y yo que pensaba que eras un violento obsesivo.
—Caramba —dijo Lucas—. Me conmueves. —Percibí la sonrisa en su voz.
—Siento haber pensado eso de ti, de verdad. Está claro que no se me da muy bien juzgar a la gente. —Raquel se sentó en un cajón cercano, moviendo la cabeza con desconcierto. Entonces se le iluminó la cara y, cuando me miró, supe que acababa de caer en la cuenta de algo—. Lo de los vampiros explica lo de Erich, ¿no?
—Sí.
Se encorvó.
—Sabía que en esa escuela pasaba algo raro.
—Dudo que tengan alumnos humanos durante una buena temporada —dijo Kate—. O cualquier otro alumno, con los daños que hemos causado. Lo cual significa que podemos tachar a la Academia Medianoche de nuestra lista de preocupaciones.
Ellos quizá podían, pero yo no. Sabía que tenía que regresar para averiguar quién había sobrevivido y quién no, cómo estaban mis padres… Pero ¿cómo iba a hacerlo, ahora que la señora Bethany sabía que me había estado viendo con Lucas durante todo el curso? Que yo supiera, podía culparme por haber llamado la atención de Charity y hacer que todo aquello ocurriera. Ahora yo sabía mejor que nunca cuán letal podía ser. No, iba a tener que esperar.
—La señora Bethany ha salido con vida. —Kate hizo un gesto de dolor cuando Eduardo terminó de vendarle el corte de la espinilla—. Eso significa que va a querer vengarse. Y eso significa que no podemos dormirnos en los laureles. Este comando está en aislamiento a partir de ahora mismo. Tendremos que estar mucho tiempo a cubierto después de esto. Raquel, si quieres irte a casa, podemos darte dinero para una parte del trayecto. El resto, ya es cosa tuya.
—¿Irme a casa? —Raquel se levantó de inmediato—. ¿Está loca?
—¿Raquel? —pregunté—. ¿Qué quieres decir?
—Todo el mal que hay en el mundo, los fantasmas y los vampiros, toda la mierda que nos ha estado amargando la vida, ¡hay un modo de luchar contra ellos! ¡Esta gente lucha! —Abarcó el almacén con los brazos, la manta que la cubría ondulándosele como la capa de un superhéroe—. ¿Debería volver a Boston, dormir en el sofá de mi hermana e ignorar lo que hay en mi propia casa? ¿Ignorar el mal que amenaza al mundo? Ni hablar. Quiero formar parte de esto.
Eduardo negó con la cabeza.
—No aceptamos novatos.
—Todo el mundo es novato antes de empezar —señaló Kate—. Tú mismo dijiste que necesitábamos sangre nueva.
De repente me rugió el estómago. ¿Cuándo iba a poder tomar sangre?
Raquel miró a los cazadores con expresión esperanzada.
—De cualquier modo, no quería volver a casa este verano. No es que estén destrozando una familia feliz… créanme. Necesito otro sitio a donde ir. Y las cosas a las que se enfrentan… llevo toda mi vida esperando librar esta batalla. Denme una oportunidad. Les demostraré que la merezco.
Dana sonrió.
—Creo que la Cruz Negra tiene otro combatiente.
La mayoría de los presentes parecieron complacidos, pero la expresión de Eduardo continuó siendo adusta.
—Vas a tener que entrenar duro. Es difícil y peligroso. Muchos cazadores de la Cruz Negra no viven tanto como Hideo Watanabe; la mayoría no llegan siquiera a mi edad. Renunciarás a todo. Solo aceptamos un compromiso total.
—Cuenten conmigo —dijo Raquel—. Totalmente. A partir de ahora mismo. —Se volvió hacia mí—. ¿Bianca?
¿Yo? ¿Unirme a la Cruz Negra? Yo no podía cazar vampiros. Yo era un vampiro, al menos en parte. Lo bastante como para que casi todas la personas de aquel almacén se volvieran instantáneamente contra mí si supieran la verdad.
Miré a Lucas, creyendo que él sabría cómo librarme de aquello. En cambio, solo vi su consternación. Era obvio que comprendía el problema, pero también era obvio que la Cruz Negra estaba a punto de ponerse en aislamiento, lo cual abortaba cualquier plan que él pudiera tener para fugarse conmigo. Estábamos atrapados.
—Sé que es duro para ti, Bianca —dijo Kate—. Te pasaste muchísimo tiempo creyendo que eran tus padres, e imagino qué clase de mentiras han debido de contarte sobre la Cruz Negra. Pero ahora ves la verdad. Has demostrado tener valor. Y, francamente, estoy harta de que Lucas esté siempre fugándose. Necesitamos que se quede donde está. —Intentó sonreír—. Eso significa que te necesitamos.
—¡Venga, Bianca! —Raquel apenas podía contener su entusiasmo. Para ella, aquello era una gran aventura, una vía de escape a todos sus problemas—. ¿Contamos contigo?
Yo no tenía ningún otro sitio a donde ir. Pero, al menos, estaría con Lucas, y, mientras estuviéramos juntos, siempre habría esperanza.