20

Creía que nada podía ser peor que perder a Lucas, pero me equivocaba. Lo peor fue darme cuenta de que lo había perdido por nada, porque él había tenido razón desde el principio con respecto a los vampiros, a mis padres y a todo.

Me había dicho que mis padres mentían. Yo le había levantado la voz por eso. Él me había perdonado.

Me había dicho que los vampiros eran asesinos. Yo lo había negado, incluso después de que uno acechara a Raquel.

Me había dicho que Charity era peligrosa. Yo no le había hecho caso, y ella había matado a Courtney.

Me había dicho que los vampiros eran traicioneros y ¿había captado yo el mensaje? No hasta que la confesión de mis padres destrozara todas mis ilusiones.

Decidí que el único vampiro que jamás me había mentido era Balthazar, pero, después de ver de qué era capaz Charity, pensé que probablemente lo que él hacía era mentirse a sí mismo. Todos los demás vampiros, incluidos a mis padres, eran falsos y manipuladores.

Bueno, quizá Ranulf no. Pero el resto, sí.

¿Y Lucas? Lucas solo me había mentido una vez; había guardado el secreto de la Cruz Negra porque no le atañía únicamente a él. En todos los demás aspectos, había sido sincero conmigo y no me había ocultado la cruda verdad que nadie más pensaba que merecía saber.

Por supuesto, no solo estaba lamentando su pérdida. Demasiadas cosas habían salido mal. Pero el dolor era más hondo ahora que sabía que, de haberle hecho caso, todo podría haber sido distinto. Mejor. Feliz. En vez de como era ahora.

Abril fue el peor mes de mi vida. Mis padres intentaron hablar conmigo un par de veces, pero yo no quise saber nada; al cabo de una semana más o menos, desistieron. Probablemente pensaban que estaba enfurruñada, que simplemente «superaría» el hecho de haberme enterado de que toda mi vida era una mentira y un domingo volvería a aparecer en su casa con el rabo entre las piernas para cenar con ellos. Yo sabía que no volvería a hacer eso jamás, y lo iban a descubrir bien pronto.

El segundo domingo que no fui, Raquel dijo:

—¿No vas?

—No.

—La semana pasada pensé… ya sabes, que a lo mejor os estabais tomando una semana de descanso.

—No pienso ir.

—Pensaba que tus padres eran mejores que los míos —dijo ella en voz baja.

¿Cuántas veces habían intentado mis padres disuadirme de que me relacionara con Raquel solo porque era humana? Ella les había reconocido más méritos de los que ellos le habían reconocido a ella. Podría haberla abrazado, pero a ella no le habría gustado.

—A lo mejor prefiero quedarme contigo.

—Tengo deberes.

—Pues haremos deberes.

A mí me iba bien. Hasta documentarnos para un trabajo de Psicología leyendo aburridos artículos era preferible a volver a encararme con mis padres.

Balthazar y yo habíamos «roto» oficialmente, que el alumnado supiera. Vic había hecho algunos desmañados intentos de mediar para que nos hiciéramos amigos y volviéramos a relacionarnos; yo no había tenido valor para desalentarlo, pero, tras su brusca retirada, advertí que Balthazar no se había tomado bien la sugerencia. No estaba enfadado conmigo, exactamente, sino con el mundo en general, y quería que lo dejaran tranquilo.

Probablemente nos convenía pasar algún tiempo separados. Yo lo entendía, pero durante aquel curso había pasado más tiempo con él que con cualquier otra persona, incluida Raquel. No me había dado cuenta de cuánto había llegado a depender de él para que me levantara el ánimo después de un mal día o simplemente me sonriera cuando yo salía de clase, hasta que ya no estuvo.

Aún tenía a Vic y a Raquel, pero, si la señora Bethany se salía con la suya, ni tan siquiera a ellos iba a tenerlos durante mucho más tiempo.

—Su lamentable negativa a hablar de esto con sus padres me obliga a tratar personalmente el asunto con usted —dijo la señora Bethany, regando las macetas de violetas que tenía en su alféizar. Yo estaba sentada en una de las incómodas sillas de respaldo alto de su cochera—. Se habrá dado cuenta de que es usted el objetivo de los fantasmas.

—Sí.

—¿Sabe la razón? —Casi parecía alegrarse de que mis ilusiones estuvieran rotas.

Apreté los dientes.

—Sí.

—El hecho de que sea un objetivo, a su vez, pone en peligro a los demás alumnos. Hasta ahora, hemos conseguido mantener a los fantasmas a raya con las piedras, pero tenemos limitaciones. Ellos están más decididos de lo que yo pensaba.

—Eso me halaga.

La señora Bethany dejó la regadera.

—Por favor, resérvese su sarcasmo para sus amigos, señorita Olivier. Hoy está aquí para que hablemos de cómo abordar su situación. No soy tan cruel como para obligarla a abandonar la Academia Medianoche. En el mundo exterior, carecería por completo de protección.

—Durante este curso he salido muchas veces del internado con Balthazar, pero los fantasmas nunca me han buscado en ningún otro sitio.

—Supongo que, sencillamente, no sabían dónde estaba. Con el tiempo, terminarían encontrándola en cualquier parte del mundo.

Nunca lo había pensado.

—¿Por qué insisten tanto? ¿No hay suficientes fantasmas en el mundo?

—Imagino que la promesa rota les importa más que cualquier otra cosa. Cuando se creen traicionados, son implacables. —Los tacones de la señora Bethany resonaron en el suelo de madera cuando vino hacia mí con las manos entrelazadas a la espalda—. Hay muchos apartamentos de profesores vacíos en Medianoche. Me trasladaré a uno durante lo que queda de curso. Usted puede venir aquí.

—¿Aquí? —No podía haberlo entendido bien—. ¿A su casa?

—Sí. Creo que podrá seguir asistiendo a las clases, si se pone esto. —Me entregó un colgante, el colgante de obsidiana que mis padres me habían regalado en Navidad, el que yo había arrojado a sus pies—. Es una protección para usted, aunque no debe de haberse dado cuenta. Su protección no es infalible, por lo que estará más segura en mi casa por las noches.

—Un momento, no lo comprendo. Si corro peligro en el internado, ¿por qué aquí no?

—Quizá se haya fijado en que el tejado es de cobre —dijo la señora Bethany—. Como parece que ya sabe, los fantasmas son especialmente vulnerables a los metales y minerales que contiene la sangre humana, tales como el hierro y el cobre. Mi residencia no puede ser embrujada. Ningún fantasma puede entrar.

—Entonces, ¿por qué no hace lo mismo con el internado para que sea totalmente seguro?

Fue una pregunta automática; imaginaba que la señora Bethany tendría una buena respuesta. El cobre es caro, quizá. En cambio, ladeó la cabeza poniéndose en guardia.

—Hay razones para no hacerlo —dijo, como si aquello fuera una respuesta.

Pero supe la respuesta casi al instante. Quizá fuera porque me encontraba en la misma habitación donde había perpetrado mi primer allanamiento de morada en un intento de entender por qué había admitido la señora Bethany alumnos humanos en Medianoche. Recordé haberlo resuelto con Balthazar: los humanos estaban vinculados a los fantasmas. Había pensado que ella quería saber más sobre los enemigos de los vampiros. Desde entonces, la había visto atacar a una fantasma, destruyéndola casi al instante. Había visto que sabía cómo cerrarles la puerta para siempre y, no obstante, no lo había hecho. La señora Bethany quería otra cosa.

—Está cazando fantasmas —dije—. Necesita que vengan a Medianoche para poder capturarlos.

Extrañamente, la mirada se le iluminó, como si casi le entusiasmara que alguien hubiera caído en la cuenta. Pero solo dijo:

—Sus teorías son irrelevantes, señorita Olivier. Los fantasmas son un peligro para usted y para quienes son como usted. Estará mejor protegida aquí.

—No va a decirme por qué los caza. —Advertí que tampoco lo había negado.

—¿Acepta mi ofrecimiento?

—¿Tengo opción?

—En verdad, no.

Me habría gustado decirle dónde podía meterse su ofrecimiento. Pero tenía razón en que yo era un peligro para los demás alumnos. Por su seguridad, además de por la mía, iba a tener que trasladarme al campamento enemigo.

La cochera de la señora Bethany era, de hecho, bastante bonita cuando te habituabas a ella, pero vivir allí me desconcertaba. Por muchas veces que abriera las ventanas o rociara el aire con un poco de mi perfume, la casa siempre olía a lavanda, recordándome a su verdadera dueña.

Me fijé en que había vaciado todos los cajones y armarios antes de que yo me mudara. No me había dejado ninguna oportunidad más para fisgar.

Mis amigos humanos no entendían por qué la casa de la señora Bethany era más segura que la Academia Medianoche, pero, después de hacerles una descripción (censurada) del ataque de la fantasma, no pusieron en duda que había que hacer algo al respecto. Raquel me ayudó a hacer las maletas y Vic me ayudó a llevarlas a la cochera mientras ella cargaba con el telescopio. No lo cogí todo; de nada servía fingir siquiera que podía llegar a sentirme cómoda allí. No obstante, conseguí llevarme el broche negro azabache que Lucas me había regalado el año anterior. Para mí, era mi piedra mágica, mi talismán, mi protección contra la lobreguez de aquel lugar.

A altas horas de la noche, acostada en la inmensa cama de dosel de la señora Bethany, imaginaba que las sombras del rincón del dormitorio comenzaban a moverse, o que el aire estaba más frío de lo que debía, o cualquier otro disparate. Entonces cogía el broche de la mesilla y lo apretaba en el puño, ahuyentando todo mi miedo y soledad. No importaba que hubiera perdido a Lucas. Recordarlo siempre me daría fuerzas.

A finales de abril, Medianoche se quedó muy tranquilo. Tras mi encontronazo con la fantasma, incluso más alumnos habían huido del internado; probablemente, solo quedaban dos tercios de los estudiantes. Los vampiros habían sido mucho más propensos a marcharse, lo cual significaba que los humanos representaban ahora casi la mitad del alumnado. En conjunto, el clima era más cordial y, como muchos de los alumnos humanos no daban demasiada importancia al asunto de los fantasmas, el ambiente se tornó casi relajado. Yo podría haberlo disfrutado, de no haber sido una exiliada.

No obstante, la penúltima noche de abril me ofreció un pequeño regalo: una luna azul.

No es que una luna azul sea un evento astronómico extraordinario o increíble. Lo único que significa es que hay una segunda luna llena en un mismo mes. Pero a mí siempre me gustaba celebrarlo, observar el cielo y recordar que noches como aquella no sucedían muy a menudo.

Esperé a que fuera noche cerrada para salir sigilosamente afuera en vaqueros y camiseta. Quería estar sola. El cielo estaba demasiado encapotado para ver bien las estrellas, pero la luna pronto brilló con intensidad, tiñendo las nubes cercanas de su pálida luz.

Crucé rápidamente los jardines de camino al cenador, donde podría sentarme a ver la luna a través de la celosía de hierro colado. Tenía recuerdos de Lucas en el cenador. Aquel era el primer sitio donde nos habíamos besado.

—Sigue gustándote la luna azul.

Giré sobre mis talones y vi a Lucas, detrás de mí.

Al principio, creí que me lo estaba imaginando. Pero Lucas subió al cenador, haciendo crujir el suelo bajo el peso de sus desgastadas botas, y me di cuenta de que tenía que ser real.

—¿Lucas? ¿Qué… estás haciendo aquí? —Me apresuré a mirar a mi alrededor—. Es peligroso. Si te encuentran…

—No van a encontrarme.

—¡Lo harán si te quedas! —Ahora que por fin había aceptado que Lucas había regresado a Medianoche, estaba incluso más asombrada que antes; aquello era temerario hasta un punto rayano en el suicidio—. ¡Puede venir alguien en cualquier momento!

—No voy a quedarme mucho más. —Lucas se metió las manos en los bolsillos de sus pantalones de pana. Llevaba una vieja camisa de franela con una camiseta debajo y estaba encorvado y tenso, alerta y listo para pelear. Pero nada de aquella feroz energía iba dirigida a mí. Cuando Lucas me miró, su mirada era triste—. He pensado que esta noche tendría posibilidades de encontrarte fuera del internado viendo la luna azul.

—Sí. Me has encontrado. —No se me ocurrió qué decir. Era incapaz de expresar en palabras cuánto lo había echado de menos y estaba demasiado sorprendida para saber qué hacer—. ¿Cuánto llevas esperando?

—Desde que se ha puesto el sol.

Era casi medianoche. Lucas llevaba horas en los jardines del internado y podría haberlo visto cualquiera. Si la señora Bethany se hubiera enterado, ahora podría estar prisionero, o incluso muerto. Había sido tan temerario como siempre, pero esta vez no pude enfadarme.

—¿Por qué has venido?

—Porque no podía dejar las cosas así entre nosotros.

—Fui desagradable contigo —susurré—. Lucas, lo siento muchísimo.

—Estabas enfadada, y tenías derecho a estarlo.

—Al final, terminamos incinerando a Courtney.

—Vale, por eso no tenías derecho a enfadarte. —Esbozó una breve sonrisa. Le había crecido el pelo y volvía a llevarlo descuidado. Me pareció que había adelgazado. ¿Había dejado de cuidarse?—. Dijiste que no aceptaba que fueras un vampiro, Bianca. Creo que… a lo mejor tenías razón.

Aunque ya lo sabía, me dolió oírselo decir.

—Una vez dijiste que me querías fuera lo que fuese.

—Así es —dijo Lucas, inspirando entrecortadamente—. Pero cuando lo dije… fue como si lo que sentía por ti lo sintiera a pesar de que fueras un vampiro. En el fondo, fue como… si te estuviera perdonando por ser lo que eres. Eso es probablemente lo más chungo que le he hecho nunca a nadie, no darme cuenta de lo burro que soy. Si me hubiera dado cuenta antes, podría haber sido para ti… lo que debería haber sido para ti. Lo que quería ser.

—Lucas…

—Déjame terminar, ¿vale? Ya sabes que se me da fatal hablar de sentimientos. Solo quería decir que… —Arrastró un pie por el suelo del cenador—. Sea lo que sea lo que te convierte en la persona que eres… eso es lo que me gusta. Todo ello, incluido el hecho de que seas un vampiro. No deberías haber tenido que defender eso nunca; yo debería haberlo aceptado hace mucho tiempo. De haberlo hecho, a lo mejor no te habría perdido. Es culpa mía, y lo sé.

Se estaba mirando las botas. Pensé que, si en ese instante me hubiera estado mirando a la cara, se habría dado perfecta cuenta de que no me había perdido.

—Lo de Balthazar lo vi venir —continuó con más calma—. Me volvió loco. Pero… ¿sabes?, para ser un… para ser lo que sea, es un tío decente y supongo que nunca te ha pedido que finjas no ser la persona que en verdad eres. Así que a lo mejor has elegido bien. Solo quería decir… Bianca, si tú eres feliz, me alegro. Deberías ser feliz, te lo mereces.

—No estoy con Balthazar.

Lucas alzó la cabeza con expresión incrédula.

—¿No?

—No. Nunca hemos estado juntos, no de verdad.

—Oh, vale. —Lucas cambió el peso de una pierna a otra, debatiéndose claramente entre la esperanza y la incertidumbre—. Oye… sé que la he cagado, pero si pudiera…

Me levanté de un salto y le eché los brazos al cuello. Lucas me abrazó con fuerza mientras yo enterraba la cara en el hueco de su cuello. Al principio, ninguno de los dos dijo nada; no creo que pudiéramos hablar. Era tan agradable volver a abrazarlo, sentirlo junto a mí, cuando creía haberlo perdido para siempre… ¿No le había dicho que tuviera fe en que siempre volveríamos a encontrarnos? Debería haber hecho más caso a mis propios consejos.

—Te quiero tanto —susurré por fin.

—Yo también te quiero. Juro por Dios que no volveré a cagarla nunca más.

—Pero tenías razón en todo.

Lucas me pasó las manos por el pelo.

—Qué va.

—Lucas, lo digo en serio. Tú sabías que mis padres me estaban mintiendo. Tú sabías cómo eran realmente los vampiros. Si te hubiera hecho caso, nada de esto habría pasado.

—Caramba. —Lucas me cogió las manos y me sentó en el banco del cenador. La luna azul nos alumbraba a través de las hojas de hiedra—. ¿De qué estás hablando?

Se lo conté todo: la verdad sobre mi nacimiento, sobre qué querían los fantasmas de mí, sobre cómo era ser un peón en una guerra entre fantasmas y vampiros donde ambos bandos eran malvados. Ni siquiera me salté lo que a punto estuvo de ocurrir entre Balthazar y yo, porque estaba harta de secretos. Esa parte obligó a Lucas a apretar los labios, pero me escuchó sin decir una palabra.

Cuando hube terminado, con la cabeza apoyada en su ancho hombro y sus brazos rodeándome, se limitó a decir:

—Tenemos que sacarte de aquí.

—¿Me estás volviendo a pedir que me fugue contigo?

—Sí, pero esta vez para siempre.

—Los fantasmas seguirán persiguiéndome.

—Hay personas en la Cruz Negra que saben más de fantasmas. Deberíamos poder ayudarte, aunque no vengas conmigo, pero ojalá lo hagas.

—Iré contigo. —Sabía que podía hacerlo. Para mí no había futuro en el mundo de los vampiros—. Solo me gustaría saber en qué voy a convertirme.

—¿Qué quieres decir?

—No quiero convertirme en un vampiro completo. Nunca. —Volví mi rostro hacia el suyo—. Pero, si no voy a ser un vampiro, ¿en qué se convierte alguien como yo?

Lucas me sonrió torciendo la boca.

—No lo sé, Bianca. Pero me imagino que será en lo que tú quieras.

Nos besamos tiernamente y, luego, por un momento, simplemente nos miramos. Hubo veces durante el curso anterior en que no tocarnos nos había resultado casi imposible, pero aquella noche era distinta, más tranquila. Creo que los dos sabíamos lo importante que iba a ser aquel momento.

—El último viernes de mayo —dije por fin.

—¿Es el día que terminan los exámenes?

—Sí. Eso significa que también es el día que vendrán montones de coches para llevarse a los alumnos a casa. Podré escabullirme fácilmente entre tanta gente. Mis padres supondrán que me he ido con Raquel o alguien. Eso nos dará unos días antes de que se pongan a buscarme. —Pese a todo, no dudé que me buscarían—. Podría irme esta noche, ojalá pudiera, pero ellos se darían cuenta de inmediato. Si esperamos al último viernes de mayo, jugaremos con ventaja.

—Solo queda un mes, entonces.

—Para poder estar siempre juntos.

—Me refería a que solo queda un mes para decidir qué hacemos después —dijo Lucas—. Pero lo arreglaré. Te lo prometo, Bianca. Cuidaré de ti.

Le aparté el alborotado pelo de la cara.

—Yo también cuidaré de ti.

A lo lejos se oyó un fuerte chasquido de algo quebrándose. Lucas y yo nos erguimos al instante, pero, para mi alivio, resultó no ser nada, una rama, probablemente. Aun así, el ruido nos había recordado el peligro que Lucas corría estando allí.

—Tienes que irte —dije—. Ya.

—Me voy. Te quiero. —Lucas me besó bruscamente, lastimándome la boca. Me agarró por las caderas y yo deseé poder quedarme pegada a él. Pero, cuando se separó, no lo retuve. Él corrió hacia los matorrales sin volver la cabeza atrás. Supe qué le había dado fuerzas para hacerlo. Despedirse costaba menos cuando no era para mucho tiempo.

Mayo fue casi el mejor mes de toda mi vida; al menos, al principio.

Cada día era solo una casilla del calendario que yo podía tachar de rojo y que me acercaba más a Lucas y a la libertad. Me pasaba las clases soñando despierta y recibiendo reprimendas, no solo de la señora Bethany sino también de mis otros profesores. ¿Qué más me daba? Si suspendía todos los exámenes, no estaría para recoger el boletín. Me resultaba más fácil mirar por la ventana y fantasear con Lucas, juguetear con el colgante de obsidiana que llevaba en el cuello, que concentrarme en Enrique V.

A veces me invadía una rara incertidumbre: «Ya no iré a la universidad. ¿Cómo me mantendré en contacto con Vic y Raquel? ¿Volveré alguna vez a ver a Balthazar? ¿Cómo me protegeré de los fantasmas? ¿Podré llevarme el telescopio?». Pero nada era tan importante como escapar de Medianoche o del «destino» que mis padres y profesores habían decidido para mí. Solo tenía una oportunidad de ser libre y estar con el chico que amaba. Y pensaba aprovecharla.

Hasta comencé a meter en mi bolsa la poca ropa que tenía en la cochera de la señora Bethany. Eso era lo que estaba haciendo una noche de mediados de mayo cuando llamaron inesperadamente a la puerta.

¿Quién podía ser? Metí rápidamente mi bolsa a medio llenar debajo de la cama, corrí al salón y dije:

—¡Adelante!

Entró la señora Bethany, imponente con una larga falda negra y una blusa gris de cuello alto.

—Qué lata —dijo, al parecer, para sí—. Tener que llamar a la puerta de tu propia casa.

—Hola, señora Bethany. ¿Necesita algo? —Si me mostraba servicial, razoné, ella se iría antes.

La señora Bethany pasó por delante de mí y entró en su dormitorio.

—Necesito algunas de mis cosas y quería asegurarme de que no te habías olvidado de regarme las violetas.

—Están crecidísimas, de hecho.

—Ya veo. —La señora Bethany se quedó paralizada, mirando fijamente la pared—. ¿Se puede saber qué es esa monstruosidad?

—Oh, ¿se refiere al mural? Es uno de los collages de Raquel. Ella lo llama Esos labios te mentirán. —Era un mural enorme con bocas de todo tipo, pintadas con carmín de labios magenta, amarillo y naranja, alternadas con rayas en zigzag negras. También había cuchillos y pistolas, porque Raquel decía que ninguna obra de arte sobre la decepción del amor estaría completa sin un símbolo fálico hostil—. ¿Le gusta?

La señora Bethany se llevó una mano a la garganta.

—Piensa quitarlo cuando se vaya, ¿no?

No me lo había planteado, pero entonces decidí dejárselo como recuerdo.

—¿Cuándo cree que podré volver a vivir en el internado, señora Bethany? —pregunté, como si no fuera a fugarme.

—Le informaremos a su debido tiempo.

Entonces volvieron a llamar a la puerta. De pronto estaba solicitadísima. Fui a abrir, diciendo:

—¿Hola?

Mientras abría, reparé en el peligro. «¿Y si es Lucas? ¿Y si ha vuelto y la señora Bethany lo ve?». Pero no era Lucas.

Charity estaba en el umbral, con el pelo recogido en un moño y envuelta en una capa de color rojo oscuro. Con su rostro aniñado y su candorosa mirada, casi parecía caperucita roja, aunque yo sabía que en verdad era un lobo.

—No eres quien esperaba encontrar —dijo sonriendo. Ilógicamente, había algo en ella que seguía despertando mi instinto protector—. ¿Ha habido un motín?

—¿Quién es? —inquirió la señora Bethany mientras salía al recibidor. Entonces se irguió—. Dios mío, señorita Moore.

Casi pude palpar el odio que se tenían. Pero Charity abrió los brazos como una niña suplicante.

—Solicito refugio en Medianoche —dijo.