—Gracias a Dios, por fin ha llegado la primavera —dijo Raquel abriendo la ventana para dejar entrar la brisa—. Si me hubiera despertado una mañana más y hubiera visto carámbanos, te juro que habría apuñalado a alguien con uno.
—¿Podemos no hablar de apuñalar a la gente, por favor? —Yo estaba enroscada en mi cama, con el mismo pijama que había llevado durante todo el fin de semana, hojeando una de las revistas viejas de Raquel. No era muy fácil de leer; en aquel punto, ella ya había mutilado casi todas las fotografías para sus proyectos artísticos, aunque, por otra parte, yo tampoco estaba muy concentrada.
Raquel bajó la revista para poder mirarme a la cara.
—¿Recuerdas hace unos meses? —preguntó en voz un poco más baja—. ¿Cuando era yo la que se escondía en esta habitación y fuiste tú la que me sacó del pozo? Pues ahora es lo mismo, pero al revés.
—Yo no necesito que me saquen de ningún pozo.
—Bianca, baja de las nubes. Desde hace un mes, eres una especie de zombi.
«Vampiro, no zombi», pensé. Ese comentario me hizo sonreír un poco.
—Solo necesito tiempo para… ordenar mis pensamientos. ¿De acuerdo?
—Un par de días, tiene un pase, y hasta un par de semanas. Pero ¿esto? Ya llevas así casi un mes. Hasta tus pensamientos deberían estar ordenados ya. —Se levantó de la cama y me destapó—. Levántate y dúchate, que hueles a perro muerto.
—Solo me he saltado un día —protesté.
—Me da igual lo que haya tardado esta peste en atufar mi habitación. Solo sé que aquí hace peste y que tiene que desaparecer.
De hecho, yo no creía que oliera mal: Raquel solo estaba desesperada por conseguir que yo me moviera. De manera que me moví, dándome obedientemente mi ducha y regresando a la habitación para encontrarme a Raquel haciéndome la cama, aunque casi nunca se hacía la suya. Había escondido las revistas.
—He preparado una ensalada de atún —dijo mientras alisaba una de las sábanas—. Para el almuerzo; nos la podemos comer al aire libre. Se lo podemos decir a Balthazar, a Vic y a Ranulf. ¿Qué me dices?
—¿Quieres comer al aire libre? —Ella se encogió de hombros—. Pareces otra.
—Y tú —señaló—. Mientras las cosas no vuelvan a la normalidad, no me queda más remedio que ser la más animada de las dos. Eso me fastidia bastante, así que ya puedes espabilar y venirte.
—Vale. —Iba a tener que comer en algún momento. Aunque la sangre cada vez era una parte más importante de mi dieta, aún necesitaba comer.
—¿Vas a decirme de una vez por todas qué mosca te ha picado?
—Probablemente, no. —¿Cómo iba a contarle que estaba disgustada por perder a Lucas? Que ella supiera, lo había perdido hacía casi un año, no el mes pasado—. Raquel, no es que no confíe en ti. Es solo que… no quiero decirlo en voz alta, ni siquiera quiero oírme diciendo las palabras.
—Tranquila —dijo—. Vamos a sacarte afuera.
Comimos los cinco (Balthazar y Ranulf masticando con mucho cuidado) en los jardines del internado. Uno de los pareos de Vic nos sirvió de mantel y hablamos principalmente de exámenes parciales y chismes. Balthazar estuvo sentado cerca de mí, nuestros brazos rozándose a veces, y su presencia me tranquilizó.
Solo en una ocasión tomó la conversación un derrotero peligroso. Mientras se ponía más patatas fritas en el plato, Vic dijo:
—Oye, ¿no se ha sabido nada más de Courtney?
—Dicen que ha vuelto a casa —se apresuró a decir Balthazar. Se estaba ciñendo a la versión oficial de Medianoche para cualquier alumno vampiro desaparecido, lo cual era habitualmente la verdad, aunque no esta vez—. Cada curso lo dejan unos cuantos alumnos.
—Es rarísimo —dijo Raquel—. El curso pasado, Erich; este, Courtney. Es decir, entiendo que alguien quiera largarse de este infierno, sobre todo teniendo fantasmas rondando por aquí, pero da la impresión de que a la dirección le traiga sin cuidado. ¿Y cómo es que los que se van son los alumnos más populares? El resto conseguimos aguantar.
—Courtney no estaba contenta —dijo Ranulf—. Se sentía sola. Se le notaba.
Aunque nunca lo había pensado, me di cuenta de que Ranulf tenía razón. Sabía que no podía permitir que nadie me viera conmovida por Courtney, por lo que apoyé la cabeza en el hombro de Balthazar. Él me dio una palmada en la espalda.
Raquel, por su parte, parecía escéptica.
—No sé por qué iba a estar más sola que el resto de nosotros la niña mona del internado.
—Todo el mundo se siente solo —dijo Ranulf, y sonrió—. Debemos recordar que la vida hay que vivirla día a día. No podemos preocuparnos ni por el pasado ni por el futuro. La felicidad reside en el presente.
Raquel se rió.
—Vic te ha lavado el cerebro a fondo.
Ahora que me fijaba, Ranulf parecía mucho más relajado y, sí, lo que llevaba en los pies eran unas deportivas de bota negras. Ahora, en vez de parecer un mártir cristiano sacado de algún texto medieval, Ranulf se vestía y movía casi como un chico normal. Aún hablaba de un modo extraño, pero no tanto como para llamar la atención. Y, lo que era más importante, por primera vez parecía feliz. Un año compartiendo habitación con Vic le había hecho mucho más bien del que jamás podría haberle hecho una década de instrucción en la Academia Medianoche.
—Tendrías que hacerle caso, Balty —dijo Vic empujando el zapato de Balthazar con el suyo—. Carpe diem.
—Lo intento. —Balthazar se esforzó por parecer animado, pero no fue muy convincente. Aquel mes no había estado mucho más contento que yo; el enfrentamiento con Charity le había afectado mucho, como a mí. Yo me sentía una estúpida por haber confiado en ella solo porque parecía inocente e indefensa. ¿Cuánto peor debía de sentirse Balthazar? No solo había preferido su hermana a la tribu en vez de a él, sino que se había convertido en uno de ellos, en un ser violento, despiadado y cruel. De una sola cuchillada, había puesto fin a la existencia de Courtney, además de mi relación con Lucas.
Puede que Raquel percibiera cierta melancolía en mis ojos, porque se apresuró a decir:
—El cielo está despejadísimo. Esta noche deberíamos salir a observar las estrellas. ¿Qué os parece?
—Esta noche no —dije—. He prometido ayudar a Balthazar con un trabajo de clase.
—Está bien —dijo Raquel—. Pero lo haremos pronto.
Recordé cuánto le aburría la astronomía y quise abrazarla por el empeño que estaba poniendo.
De hecho, el «trabajo de clase» consistía en jugar con una consola de vídeo, una pura diversión para mí, pero una asignatura difícil para Balthazar en el área de Tecnología Moderna.
—Esto debería dársete mejor —dije mientras mi guerrero apuñalaba fácilmente al suyo en la pantalla por duodécima vez—. Has combatido en varias guerras, ¿no?
—En muchas. —Balthazar fulminó los mandos con la mirada—. Para mí no tiene ningún sentido pensar en una batalla como en un juego.
—Entonces piensa que es como la esgrima —sugerí—. Ya sabes, movimientos que practicas para hacerlo bien. Un papel que encarnas.
—Eso tiene lógica. —Sonrió y se recostó en el sofá del aula de Tecnología Moderna, y yo me sentí muy orgullosa de mí misma. Entonces, su sonrisa cambió, haciéndose a la vez más dulce e intensa—. Bianca, ¿por qué seguimos haciendo esto?
—¿Haciendo qué?
—Estar juntos todo el tiempo. Mentir a nuestros amigos. —Me miró con sus ojos castaños—. Fingir que estamos juntos.
—Bueno, porque… —Me di cuenta de que ni siquiera me había hecho esa pregunta. Miré al suelo sin saber qué decir—. Tú sigues buscando a Charity. Eso significa que necesitas una excusa para salir del internado.
—Yo no necesito ninguna excusa para salir del internado. Puedo ir y venir cuando me plazca. Nuestra… lo que sea esto, no lo necesito para eso.
—Supongo que podemos dejarlo si tú quieres.
—Yo no quiero dejarlo especialmente —dijo Balthazar. Había bajado la voz.
—Voy… voy a buscar un poco de sangre, ¿vale? Me puse en pie y, con paso vacilante, fui al rincón del aula donde había una cocina americana del siglo XXI. Varios vampiros guardaban un poco de sangre allí para tomarse un refrigerio entre clase y clase, dado que aquella era la única aula que ningún humano utilizaba, y me pareció que un poco de sangre me vendría bien para darme fuerzas.
No podía fingir que no sabía a qué se refería Balthazar, ni que me hubiera sorprendido. Lucas y yo ya no estábamos juntos y parecía imposible que alguna vez volviéramos a estarlo. Balthazar me había dado tiempo para asimilar su pérdida y ahora quería saber si las cosas podían ser distintas entre los dos.
Yo siempre me había dicho que Balthazar no era más que un amigo. Sabía que no lo amaba como seguía amando a Lucas; no sabía si alguna vez podría volver a amar de aquel modo tan apasionado.
Pero también sabía que durante aquel año había llegado a depender de Balthazar. Confiaba en él. En aquel momento, era probablemente uno de mis mejores amigos. Y nunca había fingido que no me pareciera atractivo, lo cual habría sido imposible.
No, nunca había sentido por Balthazar nada que se acercara a la pasión arrebatada que Lucas despertaba en mí. Pero si le daba una oportunidad…
Recordé a Lucas besándome bajo las estrellas en el observatorio, mi deseo de él tan lacerante que me dolió. El recuerdo se adueñó de mí justo cuando sacaba un vaso del armario. Distraída, me resbaló de la mano y se hizo añicos contra el suelo. Noté algo afilado clavándoseme en un dedo.
—¡Ay! —gemí sacándome un cristal de mi dedo ensangrentado.
Balthazar estuvo a mi lado al momento.
—No tiene mala pinta. —Se apresuró a recoger los cristales rotos y los tiró a la basura.
—No, solo necesito vendármelo.
Luego pensé: «Un momento».
Estábamos muy cerca, tanto que casi nos tocábamos. En vez de abrir el grifo y poner el dedo debajo del chorro de agua, alcé inseguramente la mano hasta casi rozarle la cara.
Lo cogí por sorpresa; pareció tardar un segundo en darse cuenta de lo que estaba haciendo. Luego me cogió por la muñeca y se metió mi dedo en la boca, saboreando mi sangre. Cerró los ojos. Al notar el roce de su lengua en mi piel, el estómago me dio un vuelco y se me cortó la respiración.
Al cabo de un segundo, Balthazar apartó mi mano de sus labios. Ahora, el corte era únicamente una delgada línea rosa.
—¿Estás bien? —dijo.
—Sí. —Me sentía terriblemente expuesta. Mi sangre había permitido que Balthazar se introdujera fugazmente en mi mente; él acababa de sentir algunas de las emociones que yo sentía ahora. Me pregunté si no serían menos confusas para él de lo que eran para mí—. ¿Qué has visto?
Balthazar seguía con mi mano entre las suyas, rodeándome la muñeca con sus anchos dedos.
—Solo curiosidades, nada más. No he probado suficiente sangre para conocerte bien. —Tenía la voz extrañamente ronca—. Cuando por fin compartas sangre con alguien, entenderás la diferencia.
Recordé que solo había sentido un atisbo de las emociones de Balthazar al lamerle el dedo la noche del Baile de Otoño. Había más, tanto, que yo apenas me lo podía imaginar: los verdaderos misterios de ser un vampiro.
«Esto es lo que significa ser un vampiro».
Había tenido momentos en que me había cuestionado si tenía que acabar convirtiéndome en un vampiro, incluso si era eso lo que yo quería. Ahora que había perdido a Lucas, no quería volver a plantearme aquellas cuestiones nunca más. Estaba harta de no saber qué era exactamente, cómo comportarme, qué pensar. Si pudiera comprender qué significaba ser un vampiro, puede que dejara de hacerme todas aquellas preguntas.
Miré a Balthazar y susurré:
—Bebe mi sangre.
No se movió, pero percibí el cambio que se produjo en él, una especie de tensión que electrizó el aire de alrededor.
—¿Ahora?
—Esta noche no va a venir nadie más. Estamos solos. Podemos hacer lo que nos apetezca.
—No me refería a eso. —El deseo de sus ojos me hizo sentirme débil, ligeramente asustada, pero de un modo agradable, como el momento antes de bajar una cuesta en una montaña rusa. Me pasó los dedos por la mejilla—. ¿Estás segura?
—Ya te lo he dicho. Sí. —Pero entonces me pareció que mi audacia se disolvía, porque no tenía la menor idea de cómo hacerlo—. ¿Nos…? ¿Te…?
«¿Tengo que destaparme el hombro y dejar simplemente que me muerda? ¿Me morderá primero en la mano?». Me sentí estúpida por no saberlo.
—Es mejor que te tumbes. A veces marea. —Balthazar me apretó la mano—. ¿El sofá?
—Vale —dije apartándome el pelo de la cara como si aquello no fuera gran cosa. Lo cual fue una estupidez, porque sí lo era, y Balthazar y yo lo sabíamos, pero yo parecía incapaz de controlarme.
Las piernas me flaquearon cuando fuimos al sofá cogidos de la mano. Balthazar rebuscó en uno de los armarios y sacó un par de toallas oscuras. La pantalla del ordenador se había apagado, con lo que había más oscuridad en el aula, pero yo no encendí ninguna luz. Sería más fácil, pensé, si estábamos envueltos en sombras.
—Quizá quieras… No quiero estropearte la blusa —dijo Balthazar con voz tensa—. Él ya se estaba desabrochando los puños de la camisa.
—Oh, vale. —Por suerte, llevaba una camiseta debajo de mi blusa de encaje. Me di la vuelta mientras me la desabrochaba y la dejaba doblada en una silla cercana. Aunque la camiseta y la falda eran más recatadas que nada de lo que hubiera llevado a la playa, me sentí enormemente desnuda.
Cuando me volví, Balthazar se había quitado la camisa. Jamás le había visto el cuerpo hasta entonces, y el mero hecho de mirarlo —pecho ancho, hombros esculturales, cintura musculosa— despertó mi deseo de tocarlo. En mi nerviosismo, imaginé que era casi dos veces más ancho que yo, que podía cubrirme por completo.
No lo toqué; no hice nada. Balthazar extendió las toallas en el sofá.
—Ven. Túmbate. —Yo lo hice, colocando el cuello de tal modo que la sangre que pudiera derramarse cayera en las toallas, pero tuve la sensación de que me movía a cámara lenta. Entonces Balthazar se tendió a mi lado, colocando su cuerpo junto al mío. El corazón me latía tan violentamente que parecía que iba a estallarme.
Balthazar me pasó una mano por el pelo y sonrió dulcemente. Parecía más relajado cuando dijo:
—¿Estás nerviosa?
—Un poco —admití.
—No lo estés. Cuidaré bien de ti, te lo prometo.
—Cuanto más esperamos, más nerviosa me pongo.
—Chist. —Balthazar me besó en la frente. Luego, casi sin despegar los labios de mi cara, bajó hasta el hueco de mi cuello. Al notar el roce de su boca en mi piel, me puse tensa de arriba abajo. Él me acarició el brazo y no hizo nada. Advertí que estaba esperando a que yo me relajara y me habituara a tenerlo tan cerca.
Jamás me habituaría a aquello. El techo me pareció más bajo, como si todo se estuviera haciendo más pequeño a mi alrededor. Sabía que aquello no me transformaría en vampiro —solo beber sangre humana hasta que el humano muriera podía hacerlo—, pero, de todos modos, sabía que estaba cruzando una línea.
Obligué a mis músculos a que se relajaran. Balthazar respiró hondo y me mordió.
«Oh, oh, qué daño, ¡qué daño!». Lo agarré por los hombros, disponiéndome a apartarlo, pero entonces ya no me dolió tanto, y sentí una sacudida profundísima. Era la corriente de mi sangre fluyendo hacia él. Aunque mi cuerpo no se movía, tuve la sensación de estar meciéndome lentamente, relajada y mareada, y deseosa de más.
El mundo pareció desintegrarse debajo de mí. Fue como desmayarme, pero maravilloso en lugar de atemorizante. El cuerpo de Balthazar junto al mío era todo a lo que podía aferrarme, la única cosa que conocía.
Su lengua me lamió el cuello, la succión haciéndome cosquillas, hasta que se apartó.
—Bebe —me susurró—. Bianca, bebe mi sangre.
Yo lo atraje hacia mí, enterré mi cara en su hombro y sentí el familiar dolor en la mandíbula debido a mis colmillos. Balthazar olía bien y tenía la piel suave y, en una milésima de segundo, pasé de no saber si podría morderlo a saber que tenía que hacerlo. Le hinqué los colmillos.
La sangre me llenó la boca, tan caliente que quemaba, y, de inmediato, me inundó todo lo que Balthazar sentía, todo lo que veía. Balthazar sabía a nostalgia, a soledad y a una infinita necesidad de consuelo. Toda la parte de mi ser que conocía la soledad se inclinó hacia él, acoplándonos. Las imágenes que me cruzaron por la mente eran de mí —no, no de mí, sino de alguien tan parecida a mí que hasta yo podía confundirme—; era morena, y llevaba un vestido largo, y corría por el bosque otoñal, riéndose, girando sobre sí misma en la hojarasca.
Él la amaba y quería que yo fuera ella. Yo quería ser ella. Yo quería ser cualquier persona menos yo.
Y también percibí su deseo: necesidad física, contundente, en estado puro. La cabeza se me llenó de imágenes y sensaciones veladas, del conocimiento del sexo que él poseía y del que yo carecía, o había carecido hasta entonces. Mi cuerpo respondió a su deseo y noté que me mordía con más fuerza al percibir mi excitación. Eso aumentó mi deseo de él, y su deseo de mí, la sensación multiplicándose interminablemente hasta que ya no pude soportarlo ni un segundo más…
Balthazar se separó de mi cuello, lo suficiente para que también yo tuviera que dejar de morderlo. Entonces me besó, no una vez, sino media docena, cada beso frenético y con un agradable sabor a sangre. Yo también lo besé, respirando el aire a bocanadas cada vez que nuestros labios se separaban.
—Bianca, di que sí —jadeó él entre ardientes besos—. Di que sí, por favor, di que sí.
Yo quería decir sí. Iba a hacerlo.
Pero al mirarlo, exhalé entrecortadamente, y advertí que podía ver el vaho de mi respiración. Los dos sentimos el frío al mismo tiempo y Balthazar abrió desmesuradamente los ojos al darse cuenta de lo mismo que yo.
Las ventanas y el techo comenzaron a cubrirse de escarcha y el resplandor verde azulado inundó el aula de tanto brillo que apenas pude ver nada. Lo único que oía era el sonido del hielo crepitando. Pero nada era comparable a lo que sentía.
«Me odia —había dicho Raquel—. Me odia. Quiere hacerme daño». No había entendido a qué se refería hasta aquel momento.
Los fantasmas estaban enfadados y habían venido a por mí.