—Otelo no debería matarla, aunque crea que lo está engañando. —No me podía creer que tuviera que argumentar aquello. ¿Se tomaban todos los vampiros tan a la ligera el acto de matar?—. No hace mal porque Desdémona sea inocente. Hace mal porque cree que tiene derecho a matar a su esposa.
—Eso no es lo que habría pensado Shakespeare. —Courtney se apartó el pelo rubio de la cara—. En aquella época, las mujeres no tenían derechos, ¿no es así?
Por una vez, la señora Bethany no tomó partido. Ese día no estaba paseándose por el aula. En vez de eso, nos observaba desde su mesa, distante pero divertida.
—La posición de las mujeres ha cambiado con el paso de los siglos, señorita Briganti, pero el asesinato de una esposa rara vez se ha tomado a la ligera. —Señaló la página—. Las dos parecen dar por sentado que el asesinato de Desdémona es frío y calculado. Antes de nuestra próxima clase, espero que revisen las partes de la obra que tratan sobre la irascibilidad de Otelo. También veremos cómo se relaciona eso con la cuestión racial en la obra. Pueden marcharse.
Todos miramos a nuestro alrededor, asegurándonos de que habíamos oído bien. ¿La señora Bethany dejándonos salir de clase antes de que fuera la hora? Sí, solo faltaban diez minutos para que sonara el timbre, pero, para ella, eso era lo mismo que cinco horas. Despacio, la gente empezó a recoger sus libros, como si estuviera esperando que la señora Bethany cambiara de opinión, pero no lo hizo.
Cerré mi cuaderno y me lo metí en la mochila, con tantas ganas de escapar como cualquiera, hasta que la señora Bethany dijo:
—Señorita Olivier, quédese un momento, por favor. —Cerró la puerta cuando el último alumno hubo salido—. Sus padres me han informado de que este fin de semana va a volver a salir de Medianoche con el señor Moore.
—Así es.
—He permitido estas salidas creyendo que el señor Moore la estaba ayudando a integrarse en nuestro mundo. —Se dirigió a su mesa con las manos entrelazadas. Sus uñas me parecieron más combadas que de costumbre—. Dado su reciente comportamiento con la fantasma, que sus padres me han referido, dudo que sus salidas estén surtiendo el efecto deseado.
¿Mis padres habían contado a la señora Bethany mi encuentro con la fantasma? Y parecía que también le habían dicho que había hablado con ella, lo cual significaba que sabían que les había mentido y no me habían dicho nada a mí, sino a la señora Bethany. Debería haberlo supuesto, pero, de todas formas, su traición a nuestra confianza me dolió. Mantuve la cabeza alta.
—No veo por qué hacerme vampiro significa que tengo automáticamente que hacer daño a cosas que no conozco.
Ella ladeó la cabeza, escrutándome con sus vivos ojos de pájaro.
—Hacerse vampiro significa aceptar que debe observar ciertas reglas. Nosotros somos más fuertes que los humanos, pero tenemos vulnerabilidades. Tenemos enemigos. Las reglas que la protegen de esos enemigos se hallan entre las más importantes que va a aprender jamás.
—¿Cómo sabe que la fantasma es mi enemiga?
—¿Cómo sabe usted que no lo es?
No me podía creer que fuera a terminar contándole aquello a la señora Bethany, pero, por otra parte, ella ya lo sabía casi todo y probablemente era la única que tenía respuestas.
—Intentó comunicarse conmigo. Dijo que éramos iguales, ella y yo.
—Qué curioso.
—¿Qué significa? ¿Lo sabe?
—Cuando he hablado de curiosidad, señorita Olivier, me refería a que es extraño que una muchacha como usted no reconozca que muchos adversarios inician sus ataques siendo amables. ¿Qué mejor modo de conseguir que un inocente baje la guardia? Tras su experiencia con Lucas Ross, había imaginado que no sería tan ingenua. —Miré mi pupitre, intentando disimular mi malestar, pero, por su tono de voz divertido, supe que no lo había logrado—. También imaginaba que su relación con el señor Moore la ayudaría a olvidar por completo al señor Ross. Quizá estaba equivocada.
—Lucas no forma parte de mi vida. —Qué terminantes parecían aquellas palabras—. Balthazar se ha portado muy bien conmigo.
—Qué poco aprecia lo que tiene. —La señora Bethany se alejó de mí, sus tacones resonando en el suelo—. Puede irse.
—Balthazar y yo seguimos pudiendo salir este fin de semana, ¿verdad?
Ella me miró severamente.
—No veo motivo alguno para cambiar de opinión —dijo—. Por ahora.
A partir de ese momento, supe que cada vez que saliera de Medianoche podía ser la última.
Amherst estaba inusitadamente tranquilo. Los exámenes parciales, supuse, o solo el frío, relegando a los estudiantes universitarios a sus dormitorios.
La primera vez que había venido a la plaza mayor, las calles habían estado atestadas de chicos que salían de fiesta; la música y las luces, flecos del júbilo que yo había sentido sabiendo que Lucas estaba cerca. Entonces las calles estaban vacías y oscuras y la incertidumbre ensombrecía mi estado de ánimo.
—Charity… ¿te abordó justo aquí? —Balthazar iba a mi lado, los largos faldones de su abrigo ondeando ligeramente al viento—. ¿Te eligió entre tanta gente?
—Supo que era un vampiro, por supuesto.
—Contigo no es tan fácil saberlo, no aún.
Lo miré. Con las farolas alumbrándolo a contraluz, me resultó difícil interpretar su expresión.
—¿Significa eso que me estoy haciendo… bueno, más «vampiro»?
—Puede significar que Charity se está volviendo más perceptiva. Que los sentidos se le han aguzado. —Tras una pausa, añadió—: Eso pasa a veces, cuando consumimos más cantidades de sangre humana.
—Crees que puede haber… que…
—Es posible beber sangre sin matar. Tú lo sabes tan bien como cualquiera. —Evitaba mirarme a los ojos. Entonces se paró y se dio la vuelta. Cuando yo hice lo mismo, advertí que nos habían seguido.
—¿Lucas? —Avancé dos pasos hacia él. Lucas estaba parado con las manos en los bolsillos, llevando un viejo abrigo de lona demasiado fino para el frío que hacía. Sus ojos parecían a la vez distantes y algo tristes, como solía mirarme al principio en Medianoche, antes de estar dispuesto a exponerse a que estuviéramos juntos. Se me había olvidado que al principio había intentado no sucumbir a nuestra atracción—. ¿Cuánto rato llevas siguiéndonos?
—Lo bastante para recordarle a Balthazar de qué soy capaz. —Lucas sonrió, pero sus ojos siguieron serios.
Balthazar no sonrió lo más mínimo.
—Deberíamos dividirnos. Si Charity vuelve a vernos juntos, jamás tendré otra oportunidad de hablar con ella.
Supe que Lucas habría querido protestar.
—Nos dividiremos —me apresuré a decir—. Balthazar puede ir a los barrios donde la has visto, yo me quedaré en la plaza y tú puedes vigilar las carreteras que salen de la ciudad.
—Esta noche estoy solo, ¿verdad? —Lucas se encogió de hombros—. Claro. ¿Por qué no? Parece un buen plan.
Se alejó sin decir nada más. Ni siquiera nos habíamos tocado.
—Está disgustado —dijo Balthazar en voz baja—. Tal vez deberías ir tras él.
Yo quería ir. Algo dentro de mí me empujaba hacia Lucas, pero me contuve.
—Tenemos un plan. Nos ceñiremos a él. Si no encontramos algún indicio de su tribu en un par de horas, tal vez podamos ir a una de las otras poblaciones cercanas.
Balthazar se subió el cuello del abrigo.
—Gracias. Te lo agradezco. —Unos segundos después, también él se había ido.
En esas me quedé sola. No esperaba que Charity volviera a buscarme, no cuando tanto su hermano como su enemigo estaban accesibles. Así que, mientras iba y venía por la calle, tiritando de frío y lanzando alguna que otra mirada melancólica a una cafetería cercana, tuve tiempo para evaluar lo que estaba sucediendo.
Lucas estaba enfadado conmigo. No podía ser por Balthazar, ¿no? No había ningún motivo para que estuviera celoso. Nada más pensarlo, me acordé de lo juntos que habíamos estado caminando Balthazar y yo cuando Lucas nos había visto. Me ruboricé y me lo quité de la cabeza. No, no podía ser eso, decidí. Últimamente, Lucas había estado incluso más irascible que de costumbre. De manera que ¿quién sabía por qué se disgustaba? Podría ser cualquier cosa. Y a lo mejor ya me había hartado de que pagara su mal genio conmigo.
Justo cuando me estaba poniendo hecha una furia, un destello dorado captó mi atención. Unos cabellos largos y rubios, algo familiar en su forma de andar…
«¿Charity?».
Pero no era ella. Era Courtney.
Iba andando por el otro extremo de la plaza, en dirección al acogedor barrio residencial que yo había visto en mi última visita. La ropa que llevaba parecía muy peculiar para ella: unos vaqueros viejos, un holgado jersey negro y una trenca gris. Recordé mi absurda forma de vestirme para mis inexpertos intentos de allanamiento de morada justo antes de que comenzara el curso.
Entonces reparé en que Courtney estaba haciendo lo mismo que yo: había salido a hurtadillas del internado. Con qué mala idea me había informado de que Balthazar me engañaba. ¿Nos había seguido aquella noche? ¿Se olía la verdad? No podíamos permitir que nos descubriera, sobre todo, no con Lucas tan cerca. Si Courtney lo veía, todo se habría acabado.
Me apresuré a seguirla cuando salió de la plaza. Ella no se volvió ni una sola vez, por lo que no me molesté en intentar esconderme. Obviamente, no me había visto, pero ¿podía estar siguiendo a Balthazar? Aquella era la zona por donde él estaba buscando a su hermana. Me fijé en si lo veía mientras pasábamos por delante de viejas casas de madera, con sus patios llenos de indicios de vida: una bicicleta infantil volcada a un lado, un columpio o una pila blanca para pájaros en un pedestal. Courtney no pareció prestar atención a nada de aquello ni estar siquiera buscando a Balthazar o a alguna otra persona. Por lo visto, sabía exactamente adonde se dirigía.
Aminoró el paso conforme se acercaba a una casa de color azul celeste que tenía luz en todas las ventanas. Incluso a media manzana de distancia, oí música y voces saliendo por ellas y, cuando estuve más cerca, vi que la casa estaba llena de personas que llevaban bandejas de comida o botellas de cerveza. Unos cuantos globos habían flotado hasta el techo.
Courtney se escondió entre los matorrales próximos a una de las grandes ventanas, mirando el interior de la casa. No pude acercarme tanto como para estar del todo segura de lo que hacía, aparte de mirar.
«¿Está acechando a alguien?». Tiempo atrás habría pensado que ni tan siquiera alguien tan mezquino como Courtney mataría nunca a un ser humano. Pero ahora ya no estaba tan segura con respecto a los vampiros. El miedo me puso la carne de gallina.
Me acerqué más. Dentro de la casa oí que la gente comenzaba a cantar, felicitando a alguien que se llamaba Nicole. Courtney no se movió; se quedó totalmente quieta, con la cara alzada teñida de dorado por la luz de la ventana. Yo estaba solo a tres metros de ella.
Al principio, no presté atención a la pequeña habitación que estaba más próxima a mí: se había vaciado cuando la gente se había puesto a cantar. Pero luego, desde el interior de la casa, una sonrisa conocida captó mi atención. La sonrisa de Courtney.
Pegué la cara al cristal y advertí que, entre las fotografías colocadas en lo alto de un piano vertical, había una de Courtney, retratada con un uniforme de animadora granate y blanco. Llevaba el pelo recogido en una coleta a un lado de la cabeza, la clase de peinado y maquillaje que se había puesto de moda en los años ochenta, cuando Courtney estaba viva.
«Esta es su familia y este es su hogar».
La canción terminó y todo el mundo gritó y aplaudió. Volví a mirar a Courtney, que juntó las manos como si estuviera aplaudiendo, pero sin hacer ningún ruido. Los ojos húmedos le brillaron a la luz de la ventana.
La gente empezó a regresar a la habitación más próxima a mí y yo me agaché. Al volver a asomarme al alféizar, vislumbré a una mujer que debía de tener unos cuarenta años, con el pelo rubio recogido en un sobrio moño y una afable sonrisa; fue una sorpresa darme cuenta de que aquella mujer era, en esencia, una versión madura de Courtney. Su hermana, quizá.
—¡Tú!
Di un respingo. Courtney se había dado la vuelta para seguir la fiesta probablemente, y me había descubierto.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¡Maldita chivata! —Tenía la cara crispada de rabia, pese al hecho de seguir con lágrimas en las mejillas—. ¿Qué te hace pensar que tienes derecho a seguirme?
—No… no quería… —Pero la había estado siguiendo, y a propósito, y no tenía forma de explicarle por qué sin decir más de la cuenta—. ¿Qué haces aquí? ¡Para salir del internado hay que pedirle permiso a la señora Bethany!
—Hay un camión del servicio de lavandería que te trae, en el que tú a lo mejor te habrías fijado si no fueras tan rematadamente imbécil. —Agarrándome por el codo, tiró de mí para alejarme de la casa. Reparé en que no quería que nos vieran. Las personas de la fiesta solo sabían que Courtney había muerto hacía un cuarto de siglo, nada más. Si la veían resucitada, transformada en vampiro, no podía ni imaginarme cómo reaccionarían. Probablemente, tampoco Courtney.
—Lo siento —dije más calmada—. De haberlo sabido, no te habría seguido.
—¿Saber qué? ¿Qué es lo que crees que sabes? —Me sonrió con sorna, aunque su falsa sonrisa la hizo parecer más triste que sus lágrimas—. Yo solo sé que deberías estar con Balthazar esta noche, y no lo estás.
«Mierda». Debería haber sabido que el radar de Courtney para enterarse de los chismes no podía dejar de funcionar durante mucho tiempo.
—¿Qué pasa, Bianca? ¿Problemas en el paraíso? —Se cruzó de brazos y movió la cabeza, de nuevo la reina de la escuela, pisando fuerte—. ¿Os habéis peleado? ¿Por segunda vez?
—Si no es asunto mío que tú estés aquí, tampoco es asunto tuyo que lo esté yo. Así que déjame en paz y yo haré lo mismo contigo.
Aunque era evidente que Courtney quería restregarme por las narices el supuesto fracaso de mi supuesta relación, al parecer quería taparme la boca incluso más.
—Si dices una sola palabra de esto, una palabra a quien sea, lo sabré.
—Sé guardar un secreto.
—¡Yo no tengo secretos!
Seguíamos oyendo las risas de la fiesta. La miré y el rostro se le ensombreció. Se volvió para marcharse, y se quedó paralizada. Cuando oí las voces, también yo me quedé de piedra. «¡No, no, ahora no!».
—No sabemos si Bianca tiene problemas —dijo Lucas.
Balthazar caminaba a su lado, al mismo ritmo que él.
—No está en la plaza donde debíamos encontrarnos. ¿No te hace eso pensar que a lo mejor está en apuros?
—Bianca suele ingeniárselas para no estar donde debería. Si la conocieras mejor, lo sabrías —dijo Lucas. Entonces se paró en seco. Supe que nos había visto, lo cual significaba que Courtney lo había visto a él. A Lucas. Al cazador de la Cruz Negra.
—Oh, Dios mío —dijo en voz baja—. Tú eres… Lucas Ross… esto es…
—Courtney, escúchame. —Balthazar vino rápidamente hacia nosotras, ofreciéndole las manos. Era la mayor atención que le había prestado nunca, pero ella retrocedió, como si se sintiera repelida—. Puedo explicártelo.
—¿Puedes explicarme por qué estás con un cazador de la Cruz Negra? Me encantará oírlo.
Lucas había apretado la mandíbula.
—Esta noche no muerdo.
—Oh, caramba, es un gran alivio. Esta noche no vas a matarnos ni a mis amigos ni a mí. Cielos, hagámonos amiguitos hasta mañana, cuando cambies de idea. —Courtney se arrebujó más en su trenca—. Te tengo calado, Lucas. Eres un asesino psicópata, ese es tu verdadero móvil. También te tengo calada a ti, Bianca. Sigues enamorada del psicópata de tu ex. Es patético y, si quieres que te diga la verdad, lo que debería haber esperado de una pringada como tú. Pero ¿tú, Balthazar? ¿Qué estás haciendo? ¿En qué estás pensando?
—Te lo puedo explicar si me escuchas. —Balthazar parecía desconcertado, incluso asustado. Nunca lo había visto asustado hasta entonces, ni siquiera en el Baile de Otoño. Él sabía, como sabía yo, que Courtney nos delataría a la señora Bethany casi con toda seguridad.
Courtney no quiso escucharlo. Se marchó con paso airado sin decir nada más.
Lucas la señaló.
—¿Qué…? ¿Dejáis que se vaya así como así?
—¿Qué quieres que hagamos? —protesté—. ¿Que le clavemos una estaca?
Courtney, que al parecer no supo captar mi sarcasmo, echó a correr. Balthazar corrió tras ella y Lucas y yo los seguimos. Yo sabía que tanto Balthazar como yo estábamos intentando alcanzarla para tranquilizarla y explicarnos, pero Lucas… no estaba segura con respecto a él.
Detestaba no estarlo.
—Courtney, ¡espera! —grité.
Ella solo corrió más aprisa. Pero Balthazar era más rápido y consiguió agarrarla por el hombro y obligarla a volverse. Ella chilló, pero Balthazar le suplicó:
—No vamos a hacerte daño.
—¿No vais a hacerme daño? ¿Qué opina de eso el cruz negra?
Lucas suspiró ruidosamente.
—No te haré nada.
Courtney ladeó la cabeza, como si Lucas le hubiera hablado en un idioma que ella no entendía.
—No sé qué os lleváis entre manos, pero es un disparate.
—A veces estoy de acuerdo contigo —dijo Balthazar—. El caso es que ni tú ni ningún otro vampiro corréis peligro, y te agradeceríamos mucho que nos guardaras el secreto.
Pobre Balthazar; iba a intentar mantener la calma y ser razonable con un toro desbocado.
—Si estás con la Cruz Negra, no puedo quedarme callada. —Courtney retrocedió. Chocó con una furgoneta aparcada y comenzó a rodearla, pegando las palmas de las manos al metal como si fuera un ciego tanteando el camino—. Esto es peligroso. Deberías ser más listo, Balthazar. Es a ti a quien va a echar las culpas la señora Bethany.
De pronto, Courtney chilló y se agarró el pecho, con la punta de una estaca sobresaliéndole entre los dedos.
Se me escapó un grito. Por un terrible segundo, pensé que Lucas había arrojado la estaca contra ella, pero no, se la habían clavado por la espalda. Courtney se tambaleó, dio dos pasos y cayó al suelo de bruces, con la estaca clavada en la espalda. Detrás estaba Charity.
Balthazar se quedó mirando a su hermana, no horrorizado, sino asombrado. Charity llevaba unos descoloridos vaqueros rotos y agujereados por media docena de sitios con unas mallas negras debajo. Su sucio jersey tenía el cuello deshilachado. Sonrió tristemente a su hermano.
—Te habría hecho daño —dijo tocando el cuerpo inerte de Courtney con una de sus zapatillas plateadas—. No podía permitírselo, ¿no?
—Charity. No deberías… pero querías ayudarme y te doy las gracias por eso. —Balthazar alargó una mano, pero Charity retrocedió varios pasos.
—Pero la chica ha hecho preguntas interesantes. —Clavó sus ojos castaños en Lucas—. ¿Por qué pasas tanto tiempo con la Cruz Negra? ¿Sobre todo mientras me persiguen?
Me volví hacia Lucas.
—¡Dijiste que ya no ibais tras ella! ¡Lo prometiste!
—¡No lo hacemos! ¡Que yo sepa, no lo hacemos! —protestó Lucas. Estaba empezando a preguntarme si decir «que yo sepa» no sería únicamente una forma de escurrir el bulto, si Lucas no habría sencillamente optado por no saber nada que no le conviniera. Todo el miedo y disgusto que había sentido en los últimos minutos se estaba arremolinando dentro de mí, buscando desesperadamente una salida, y ahora se estaba dirigiendo hacia Lucas.
—Están intentando matarme —dijo Charity—. Mi hermano los ayuda. ¿Cómo te sentirías tú si fueras yo?
Balthazar negó con la cabeza.
—Lucas prometió que dejarían de perseguirte si te encontraba.
—¿Así que solo intentas ser un buen hermano mayor? ¿Volver a llevarme a Medianoche a rastras?
—Charity, por favor. —La voz de Balthazar solo era un ronco susurro—. Hace treinta y cinco años que no estamos juntos.
—Que no vivimos juntos quizá. Pero yo ya te había visto mucho antes de esto, mucho antes de Albion. He estado pendiente de ti. —Charity se abrazó el cuerpo—. Quiero las armas del cazador.
Lucas tensó la mandíbula.
—Oh, mierda, no.
—Lucas —susurré—, venga. No confía en ti.
—¡Yo tampoco confío en ella!
—Nos desharemos todos de cualquier arma que llevemos —dijo Balthazar, intentando ser razonable.
—Vosotros sois vampiros —dijo Lucas—. Sois vuestras propias armas.
Charity alargó las manos.
—Entonces quédate con todas las armas menos una. Dame solo una. Ese puñal tan grande con que me amenazaste en el hospital. Así me sentiré más segura.
—Pero yo no… —dijo Lucas.
—No pasará nada —le prometí. Charity parecía tan joven y aterida… Estaba tiritando, con las manitas extendidas y suplicando—. Lucas, por favor.
Lucas me lanzó la mirada más asesina que había visto nunca, pero metió la mano debajo del abrigo y sacó su puñal. En vez de dárselo a Charity, lo arrojó al suelo. Ninguno de los dos le quitó ojo mientras ella se agachaba para recogerlo, y él se llevó la mano al cinturón, donde yo sabía que llevaba una estaca.
Quizá deberíamos haber prestado atención a Courtney antes de que nada de aquello sucediera, pero todos sabíamos que un vampiro no muere cuando le atraviesan el corazón con una estaca, al menos no de forma permanente. Si le quitan la estaca, revive, como si nada hubiera ocurrido. Yo ya estaba pensando en que, al final, tendríamos que arrancarle la estaca a Courtney y afrontar el hecho de que estuviera todavía más enfadada cuando recobrara el sentido.
—¿Satisfecha? —preguntó Lucas.
—Sí. —Charity le sonrió extrañamente—. Al menos por esta noche, cazador, no te haré daño.
Por algún motivo, Lucas interpretó aquello como una señal de que él era la mejor persona para entenderse con ella.
—Tienes que hacer caso a tu hermano. Yo no estoy al mando de la Cruz Negra, ni de lejos. Si no quieres que te cacen, es mejor que obedezcas sus reglas.
—Yo ya sé qué reglas obedecer —dijo Charity—. Y sois vosotros los que deberíais preocuparos por vuestra seguridad.
—¿Qué has hecho, Charity? —Balthazar la cogió por los brazos, no como si fuera a abrazarla, sino más bien como si quisiera zarandearla—. Respóndeme.
—He hecho nuevos amigos. Ellos me han enseñado el camino. Deberías venir con nosotros, Balthazar. Serías mucho más feliz mirando hacia el futuro en vez de seguir anclado en el pasado.
—¿A qué te refieres? —inquirí.
Charity forcejeó para zafarse de su hermano.
—Me refiero a que solo hay una forma de ser un verdadero vampiro y no consiste en añorar cosas que no tienes ni en relacionarte con personas que conocías cuando estabas vivo, ni en planchar tu uniforme de la Academia Medianoche todas las mañanas. Consiste en querer lo que tienes. En coger lo que puedas. En aceptar lo que eres.
—En matar —dijo Lucas—. Te refieres a que la única forma de ser un verdadero vampiro es matando.
Charity le sonrió mientras se arrodillaba junto al cuerpo inerte de Courtney.
—Tú lo sabes todo sobre matar, ¿no?
Lucas negó con la cabeza.
—Lo que yo hago no es lo mismo.
—Ah, ¿no? Veamos para qué sirven tus armas. —Charity hizo girar el puñal de Lucas en la mano. Luego cercenó el cuello a Courtney con una fuerza increíble, decapitándola.
La decapitación mata a un vampiro para siempre.
A Courtney se le puso el cuerpo rígido. La piel se le tornó instantáneamente gris y reseca, arrugándosele en torno a los huesos conforme la carne se le consumía. Su cabeza separada del cuerpo osciló de un lado a otro. La parte de cara que yo veía ya no era una cara, sino únicamente algo apergaminado de color terroso que recubría el cráneo. Cuando los vampiros mueren, sus cuerpos se deterioran hasta el punto que habrían alcanzado tras su primera muerte. Los más viejos se convierten en polvo. Courtney solo llevaba muerta veinticinco años, por lo que aún quedaba mucho de ella. Demasiado.
Se me escapó un grito. Balthazar apartó la mirada. Charity sonrió a Lucas.
—Me debes una, cazador. Ahora, tu secreto está seguro, Balthazar. No digas nunca que no te quiero.
Se dio rápidamente la vuelta y echó a correr, perdiéndose casi al instante entre la maleza. Balthazar dio dos vacilantes pasos tras ella antes de detenerse.
«Charity ha matado a Courtney. Charity ha matado. La he visto hacerlo». Y yo que la creía tan indefensa y asustada, tan débil… ¿Podía haberme equivocado tanto? Recordé la desconfianza de Lucas en Charity, y también mi insistencia en protegerla, y sentí tanta vergüenza como horror, preguntándome en qué grado era yo responsable de todo aquello.
Por unos momentos, ninguno pudo hablar.
—¿Qué vamos a hacer? —dije por fin.
—¿Qué? —Balthazar seguía mirando el lugar donde Charity había desaparecido.
—Se refiere al cadáver. —Lucas hizo una mueca al verlo mejor—. Cuando los vecinos salgan por la mañana y se encuentren con esto, van a ponerse histéricos. Le harán pruebas. El hecho de que sea un cadáver de hace veinticinco años solo les planteará más incógnitas.
¿Podían identificar el ADN de Courtney? ¿Su dentadura? Me horrorizó pensar en aquella familia tan agradable enterándose de que habían encontrado el cuerpo de Courtney, descompuesto y abandonado en su propia calle durante una fiesta de cumpleaños. Era casi lo peor que podía imaginarme.
—Tenemos que sacarla de aquí —dije—. Deberíamos enterrarla en algún sitio.
—Cuesta cavar en la tierra helada —dijo Lucas—. Es mejor quemarla.
No lo dijo con maldad, sino únicamente por pragmatismo. Pero él no tenía el pavor de un vampiro al fuego y no podía saber lo espantoso que me parecía quemar a alguien en vez de enterrarlo como es debido.
Quizá fuera la repugnancia hacia la idea de la incineración. Quizá fueran mis sentimientos confusos tras ver morir a Courtney; nunca me había caído bien, pero jamás habría deseado su muerte. Quizá fuera la tensión de que hubieran estado a punto de descubrir nuestra tapadera y luego lo hubieran solucionado de la peor forma posible. Quizá fuera ver a Balthazar tan perdido. Quizá fuera mi enfado conmigo misma por haber cometido la estupidez de creer en la bondad de Charity. Quizá fueran los meses de separación, pasando finalmente factura.
Fuera lo que fuese, en ese momento algo estalló dentro de mí.
—Quémala. Quémala. —Me volví rápidamente hacia Lucas tan enfadada que temblaba—. Ni siquiera piensas que sea una persona, ¿no? ¡Porque los vampiros no son personas! ¡No para ti!
—Para el carro… eso no es lo que he dicho. —Lucas alzó las manos—. Es solo una incineración, Bianca.
—No es solo una incineración, no para ti. Tú crees que los vampiros no son como las demás personas, así que piensas que no pasa nada por tratarlos como te apetezca. Hasta podrías haber matado tú a Courtney. Podrías haber matado a Balthazar. Si no nos hubiéramos conocido en Medianoche, algún día hasta podrías haberme matado a mí. No te lo habrías pensado dos veces, ¿verdad?
Lucas no soportaba que le gritaran de aquella forma. Vi cómo se consumían los últimos vestigios de su autocontrol conforme la rabia se apoderaba de él.
—Y tú crees que los vampiros no le hacen nunca daño a nadie, ¡aunque todos estéis programados para beber sangre y matar! ¡Incluso después de Erich! ¡Incluso después de eso! ¿De qué demonios va esto, Bianca? He intentado hacerte ver la verdad, pero tú no vas a ver nada que no quieras ver.
En voz baja, detrás de nosotros, Balthazar dijo:
—Voy a buscar el coche y traerlo hasta aquí. —Lo ignoramos.
—Tú aún sigues en la Cruz Negra —dije temblando de rabia—. Más de un año después de descubrir que yo también soy un vampiro. Hablaste de dejarla, pero eso es todo, ¿verdad? ¡Solo palabras! ¿Soy yo la que tengo que cambiar? ¿La que tiene que renunciar a todo?
—¿A qué has renunciado, Bianca? No te has ido de Medianoche. No has dejado de contar con transformarte en vampiro. Eres una hija ideal para tus padres y una novia ideal para Balthazar y me apartas cuando te conviene.
—¿Cuando me conviene? ¿Crees que algo de esto me conviene?
—Hace un rato parecías bastante cómoda con la situación.
Se refería al momento en que me había visto caminando junto a Balthazar. Algo tan simple como un paseo se había convertido en un arma arrojadiza contra mí. Las lágrimas me estaban escociendo en los ojos.
—Tendría que haberlo sabido. Nunca has dejado de odiar a los vampiros. Eso hacía inevitable que un día… que un día me odiaras a mí.
Lucas dio la impresión de haber recibido un puñetazo en el estómago.
—Bianca… por Dios, tú sabes que no te odio.
—Puede que ahora no, pero lo harás. —Se me hizo tal nudo en la garganta que me dolía hablar—. No sé por qué he llegado a pensar que esto funcionaría.
—Bianca…
—Vete. Márchate.
—No voy a dejarte aquí sola.
—Balthazar llegará enseguida con el coche.
A Lucas se le endureció la expresión.
—Supongo que Balthazar cuida bien de ti. Ya no necesitas mi ayuda.
—No. —La voz se me quebró, pero él me creyó de todos modos.
—Está bien.
Lucas se alejó en la oscuridad. Tomó la dirección contraria a la que había tomado Charity, por lo que deduje que no iba a perseguirla, pero se perdió en la oscuridad tan rápidamente como ella. Estaba sola.
«¿Acabamos de romper? ¿Acabo de dejar a Lucas?».
Eso creía, pero no estaba segura. Por algún motivo, no saberlo con absoluta certeza empeoraba aún más las cosas. Pero no habíamos decidido dónde ni cómo volveríamos a vernos, lo cual significaba que quizá no podría volver a encontrarlo nunca más. Si él no venía, no volveríamos a vernos después de aquella noche. Me apoyé en la furgoneta y empecé a llorar. Luego pensé en que era inmensamente mezquino por mi parte llorar por mi ruptura mientras Courtney yacía muerta a mis pies, pero eso solo me hizo sollozar con más amargura.
Cuando Balthazar llegó con el coche, me pareció que había pasado una eternidad, aunque en realidad no podían haber transcurrido ni diez minutos. Me vio llorando y dijo:
—No ha terminado bien, supongo. —Negué con la cabeza—. Tranquila. Sube al coche, Bianca. Yo me encargo de Courtney.
Balthazar envolvió el cadáver en una vieja manta que debía de estar en el portaequipajes, que fue donde lo metió. Yo no miré; me quedé en el asiento del copiloto y lloré a lágrima viva. Cuando Balthazar terminó de limpiar la zona y cerró el portaequipajes, mis sollozos habían cesado. Las lágrimas seguían rodándome por las mejillas, pero me sentía anestesiada por dentro.
Cuando Balthazar subió al coche, le susurré:
—¿Qué vamos a hacer?
—Tendremos que buscar un sitio apartado y encender una hoguera. —Me miró con inseguridad—. Lucas tenía razón con lo del suelo helado.
—Oh, vale.
Balthazar arrancó el coche. Me volví para mirar la casa donde la familia de Courtney seguía celebrando una fiesta de cumpleaños. Al alejarnos, vi sus siluetas en las ventanas. Estaban bailando.