15

La reanudación de las clases fue un alivio para mí. Me había sumido en un estado de ánimo melancólico que solo se agravaba con tiempo y silencio para pensar. Al menos, cuando los pasillos se llenaron de alumnos y los trabajos comenzaron a acumulárseme, tuve bastante que hacer. Pude dejar de pensar en mis problemas por un tiempo.

Al parecer, casi todos los alumnos de Medianoche habían dedicado gran parte de sus vacaciones a pensar en sus problemas, concretamente en el problema de ir a un colegio embrujado. Varios de los vampiros no habían regresado; los que lo habían hecho murmuraban sobre la necesidad de apostar centinelas en los pasillos y dormir únicamente por turnos mientras el otro compañero de habitación permanecía despierto. Incluso oí que alguien especulaba sobre qué haría falta para realizar un exorcismo. «Sí —pensé—, estoy segura de que un sacerdote con un crucifijo y una Biblia sería muy bien recibido aquí».

Los alumnos humanos seguían estando relativamente tranquilos con el asunto del fantasma. Hasta Raquel lo estaba llevando bien.

—No es el mismo fantasma —razonó mientras deshacía su baúl, que contenía sobre todo comida: latas de sopa, paquetes de galletas saladas y tarros de mantequilla—. Si fuera a… bueno, si yo estuviera en peligro, a estas alturas ya lo sabría. Prefiero vérmelas con esto que con lo que sea que hay en casa de mis padres.

—¿Cómo soportas vivir allí?

—Esta Navidad la he pasado con mi hermana mayor y su marido. Su casa está bien. Mis padres piensan que lo hago por llevarles la contraria, pero también opinan que Frida es una «buena influencia».

Pensé en todas las cosas que mis padres me dejarían hacer siempre que estuviera con Balthazar.

—Si vas con una buena influencia, puedes hacer lo que te da la gana, ¿no?

Nos echamos a reír y luego nos partimos una barrita de dulce.

Pronto me quedó claro que al menos un vampiro se había pasado las vacaciones preocupándose por algo más aparte de los fantasmas, y que yo tenía ahora un problema completamente nuevo.

—He conseguido pasarme casi treinta años sin cambiar una rueda pinchada —rezongó Courtney mientras utilizaba el gato—. Si eres joven, sexy y rubia, créeme, puedes librarte. Siempre hay algún imbécil que está encantado de ayudarte. Por supuesto, comprendo que tú sí necesites aprender a hacerlo.

—¿Quieres hacer el favor de pasarme la llave? No vamos a terminar nunca si sigues quejándote.

—Qué genio. —Courtney sonrió furtivamente, curvando sus carnosos labios en las comisuras—. ¿Qué te pasa, Bianca? ¿Estás… oh, no sé, teniendo algún problema en tu relación?

—Las cosas entre Balthazar y yo van tan bien como siempre. —Técnicamente, aquello era cierto. Cuando me arrodillé en el frío asfalto, manchándome los guantes de grasa, intenté prestar atención a la rueda pinchada.

—Creo que piensas que me estás diciendo la verdad —dijo Courtney—. Creo que ni tan siquiera sabes dónde va Balthazar sin ti.

—¿De qué me hablas?

—Resulta que, poco antes de Nochevieja, vi a Balthazar en Amherst. Sin ti.

—¿Qué hacías tú en Amherst?

—Resulta que conozco esa ciudad, ¿vale? Voy de vez en cuando. Balthazar también, pero, por lo visto, para ver a alguien que no es su novia. Yo que tú sospecharía.

Balthazar debía de haber estado buscando a Charity. Se me ensombreció la expresión y Courtney sonrió satisfecha. No podía saber qué me había entristecido, pero eso le daba igual. Ahora que había detectado una debilidad, seguro que la explotaba.

—Balthazar va a un montón de sitios —me apresuré a decir—. Para mí no significa nada. No estamos metidos uno dentro del otro.

—Qué lástima. De hecho, lo de meter es la idea, ¿no? —Courtney me guiñó un ojo mientras me arrojaba la llave por el suelo. Yo la cogí y esperé que hubiera tenido suficiente burlándose de mí por la presunta infidelidad de mi presunto novio. Tanto Balthazar como yo necesitábamos que nuestra farsa continuase en pie y no podíamos permitirnos que nadie nos vigilara demasiado estrechamente.

Estaba decidida a que aquel viaje fuera distinto para mí y Lucas, pero no sabía lo distinto que iba a ser.

—No sé exactamente dónde tenemos que encontrarnos con él —dije a Balthazar cuando el sedán gris del internado dejó atrás un cartelito blanco que anunciaba el pueblo de Albion—. Dijo que sabríamos dónde cuando lo viéramos, signifique lo que signifique eso.

—No te preocupes. Lucas tiene razón. Créeme, no hay muchos sitios a donde podría ir.

Pronto supe a qué se refería. Albion era incluso más diminuto que el pueblecito donde me había criado yo: solo un puñado de calles apelotonadas, alumbradas por una única farola situada en el centro. Las casas parecían viejas y, salvo por un colmado, una gasolinera y la estafeta de correos, no se veía nada que se asemejara a una tienda.

—Bastante aburrido, ¿no?

—Era más bonito hace ciento cincuenta años, cuando vivimos aquí.

Balthazar se refería a él y a Charity. Le observé atentamente el rostro, pero él no dejó traslucir ninguna emoción.

Balthazar aparcó en una calle próxima a la única farola de Albion. Había nevado ese mismo día, y la fina capa de nieve que cubría el suelo crepitó bajo nuestras botas mientras nos dirigíamos al centro del pueblo. Escruté ávidamente la oscuridad, intentando divisar a Lucas. Necesitaba desesperadamente volver a verlo, abrazarlo, y hablar durante mucho rato con él para poder volver a conectar. La intimidad entre nosotros se resentía mientras estábamos separados, y era eso lo que yo quería reconstruir.

Justo cuando doblamos la esquina oí:

—Aquí estáis.

Me volví sonriendo de oreja a oreja.

—¿Lucas?

Lucas se acercó corriendo hasta nosotros, vestido con un grueso anorak y un gorro de lana que casi lo volvía irreconocible. Abrió los brazos y yo corrí a su encuentro. Noté su nariz fría en mi mejilla.

—Hola, ángel —murmuró.

—Siempre me ves tú primero. Apareces por detrás de mí todas las veces.

—Y a ti te encanta.

—Ajá, me encanta. —Lo besé en la mejilla y luego en la boca—. Pero algún día voy a sorprenderte.

—Te deseo suerte en el intento. —Lucas me abrazó con más fuerza si cabe. Pese a las capas de ropa que había entre nosotros, el abrazo bastó para encenderme por dentro.

—Tengo que contarte un secreto. —El corazón me dio un vuelco al imaginar su reacción; deseaba tanto que aquella noticia lo alegrara—. Sé por qué ha admitido la señora Bethany alumnos humanos en Medianoche.

—¿De veras? ¿Por qué?

Le expliqué la deducción que Balthazar y yo habíamos hecho sobre el intento de la señora Bethany de localizar fantasmas, esperando que compartiera mi satisfacción. En cambio, la sonrisa se le fue borrando poco a poco. Confundida, dije:

—Venga, Lucas. Esto es un auténtico bombazo. ¡Es lo que llevas intentando averiguar desde hace casi dos años! ¿No puedes utilizarlo para poner en evidencia a Eduardo? ¿O crees que me equivoco?

—No, me apostaría un riñón a que aciertas. Cuando hice la solicitud para entrar en la Academia Medianoche, utilizamos la dirección de Providence de la vieja profesora Ravenwood, y ella siempre hablaba del fantasma del sótano. Aunque estaba bastante senil antes de morir, por lo que nunca le dimos mucha importancia. Supongo que le debo una disculpa póstuma.

—Entonces ya está. Puedes volver a la Cruz Negra y decirles lo que has descubierto. Has cumplido tu misión. Eso te quitará a Eduardo de encima, ¿no?

Lucas suspiró.

—El caso es que a Eduardo no va a gustarle. Algunos comandos de la Cruz Negra cazan fantasmas con bastante regularidad, pero nosotros no lo hacemos casi nunca. De manera que lo más probable es que otro comando de cazadores se encargue de nuestra investigación.

—Pero sigues teniendo la respuesta, y ahora sabes que no hay ningún humano en peligro.

—No conoces a Eduardo. A ese tío le da igual lo bien defendido que esté el internado o que sea el único sitio donde los vampiros nunca atacan a los humanos. Lo odia. Quiere borrarlo del mapa. Ésta parecía ser su excusa. Ahora va a tener que ceder la misión a otros.

—Eso significa que tú no tendrás tantos motivos para volver a esta zona. Vernos va a ser incluso más difícil. —Todos mis esfuerzos solo habían hecho que empeorar las cosas.

Lucas me cogió la cara entre las manos. La basta lana de sus guantes me raspó las mejillas.

—Encontraremos la forma. Siempre la encontraremos. Tienes que creer eso.

El nudo que se me había hecho en la garganta solo me permitió responderle asintiendo. Lucas me besó con vehemencia, como si eso bastara para unirnos para siempre.

Balthazar se aclaró la garganta.

Retrocedí un paso, reparando, demasiado tarde, en lo incómodo que debía de resultarle aquello. Lucas lo aprovecharía para ponerse sarcástico, pensé, pero me sorprendió.

—Muy bien, pasando a otro tema. Balthazar, creo que tu hermana está aquí en Albion en este momento.

—Has visto a Charity. —Balthazar alzó el mentón.

—Hoy mismo. En la parte oeste del pueblo. De camino aquí, la he visto andando junto a la carretera, cerca del bosque. He dado inmediatamente la vuelta, pero es como si se hubiera esfumado.

Balthazar asintió.

—Creo que sé dónde buscarla.

Lucas me apretó la mano.

—Lo siento, pero sabes que tenemos que hacer esto.

—Lo sé. —De hecho, estaba entusiasmada. Si por fin podíamos reunir a Balthazar y Charity, cuánto se alegrarían los dos. El tiempo que pasara con Lucas solo podía ser incluso más agradable si cabe si sabía que habíamos logrado nuestro objetivo y ayudado a alguien más.

Terminamos cogiendo la camioneta de Lucas, aunque apenas cabíamos los tres en el asiento delantero. Me sentí un poco incómoda apretujada entre Lucas y Balthazar, en más de un sentido. Balthazar tenía la misma actitud que yo reconocía en Lucas, la clase de determinación que exigía actuar, no reflexionar. Fue extraño ver aquella similitud entre ellos: una resolución inquebrantable que era a la vez fascinante e intimidante.

Pero también vi las diferencias entre ellos.

—No saques un arma a menos que yo lo diga —dijo Balthazar mientras traqueteábamos por una tortuosa carretera secundaria que conducía a un campo de labranza—. Si está en Albion, lo más probable es que esté sola.

Lucas asía el volante como si fuera un escudo con el que se estuviera protegiendo.

—Me llevo una estaca. Lo siento, tío, pero no voy a salir desarmado.

Percibí enfado en los ojos de Balthazar y me apresuré a preguntar:

—¿Debemos siquiera ir Lucas y yo? ¿No te irá mejor si hablas con ella a solas?

—Tal vez. Aun así, quiero que te vea, para que sepa que somos amigos. Puede ser útil más adelante.

Balthazar nos condujo a una vieja casita situada a las afueras del pueblo, por no decir en pleno campo. Apenas parecía lo bastante grande para tener dos habitaciones y a la chimenea que había en el centro de su destartalado tejado le faltaban varios ladrillos en la parte de arriba. Lucas apagó los faros un par de minutos antes de parar la camioneta a unos cien metros de distancia. Fue a la parte de atrás y cogió dos estacas, ofreciéndome una de ellas. Balthazar no dijo nada. Aunque se me hacía extrañísimo tener una de aquellas cosas en la mano, la cogí. Las advertencias de Lucas sobre la banda de Charity me habían calado hondo.

A aquella distancia del pueblo, el silencio era casi total. El fuerte viento levantó pequeños copos de nieve y el hielo se nos clavó en la cara. Las nubes ocultaban la luna y las estrellas, y la noche era tan oscura que pensé que, si el tejado no hubiera estado cubierto de resplandeciente nieve blanca, ni siquiera habría visto la casita.

—No hay huellas —susurró Lucas en una voz tan baja que el viento y los crujidos de nuestros pasos en la nieve casi la ahogaron—. O no ha venido, o lo ha hecho justo después de que yo la viera…

—… y sigue dentro. —Balthazar escrutó las ventanas sin luz, pero dudé de que incluso su visión de vampiro le permitiera ver algo—. Lo averiguaremos.

Nos detuvimos un momento en las escaleras de la entrada. Balthazar las subió solo y puso una mano en el picaporte. Durante varios largos segundos se quedó completamente inmóvil y yo advertí que estaba conteniendo la respiración.

Luego abrió la puerta y, al cabo de un momento, dijo:

—No está.

—Un callejón sin salida.

—Yo no he dicho eso —respondió Balthazar—. Mirad. —Se agachó hacia un lado, haciendo algo que no pude ver, y entonces brilló la luz de una vela.

Cuando Lucas y yo entramos, vimos que alguien había estado en la casa hacía poco, alguien con una noción muy extraña de cómo acondicionar un hogar. Una colcha de encaje antaño bonita, manchada de suciedad y sangre, cubría un colchón colocado en el suelo. Apoyada en la pared, había una cabecera de cama hecha de latón con hermosos adornos de volutas; las arañas habían tejido su tela en los espacios vacíos. La vela que Balthazar había encendido estaba en un candelero en una mesita cubierta de cera de varios colores; enormes cantidades de ella habían goteado por toda su superficie, resbalado por las patas y formado charcos en el suelo. Un óvalo de cera morada rodeaba un zapato de mujer, un delicado zapato de tacón de aguja incrustado de diamantes de imitación con largas tiras que habían quedado atrapadas en la cera al solidificarse. Había botellas de ginebra vacías diseminadas por el suelo y amontonadas en los rincones y la chimenea estaba llena no de madera, sino de cristales rotos, formando un montón tan alto que parecían puestos allí a propósito. El montón brillaba a la luz de la vela, los colores del cristal —marrón, azul, verde— ardiendo con una irreal llama propia.

—No me malinterpretes, Balthazar —dijo Lucas—, pero tu hermana, ¿ha estado siempre chiflada?

—Tan diplomático como siempre. —Balthazar se arrodilló junto al montón de cristales rotos—. Aunque, sinceramente, Charity siempre tuvo algo… distinto. No está loca, ni lo ha estado nunca, pero tampoco se ha sentido nunca satisfecha. Nunca ha estado enraizada a la tierra. Una vez que se disgustaba por algo, o con alguien, no lo olvidaba nunca. Era como si no pudiera pensar en otra cosa, no mientras eso la fastidiara. Yo era el único que podía hablar con ella cuando se ponía así.

—Lo que a tu hermana le pasa ahora, sea lo que sea, no es una simple pataleta —dijo Lucas—. Este sitio me dice que no está en su sano juicio. Además, se ha juntado con la gente equivocada, por no decir algo peor.

Pensé en todos los extraños cambios que ya había notado en mí y en cuán desconcertantes podían ser. ¿Cuánto más atemorizante sería cambiar por completo, ser arrancado de la vida y transformado en un no muerto? Y yo llevaba preparándome para aquello desde que nací y sabía que probablemente podría escoger el momento. Charity había estado atada en un establo, viendo cómo torturaban a su hermano, sabiendo que sus padres habían sido asesinados. Eso sería más que suficiente para enfadar o desequilibrar a cualquiera para siempre.

«¿Es así como ocurre para la mayoría de los vampiros?». Me estremecí.

—No te estoy pidiendo que disculpes a la gente con la que se está relacionando Charity. —Balthazar no despegó los ojos del montón de cristales rotos.

—Pero estoy seguro de que quieres que no los castigue —comentó Lucas.

—No pretendas ser juez y parte. Tú solo eres el verdugo y decides quién es culpable en virtud de lo que somos, no de lo que hacemos.

—¿Por qué razón estamos hablando de mí y no de Charity y sus amigos de mierda?

Al principio, quise interrumpir su discusión, pero luego pensé que quizá fuera mejor que se desahogaran. Cuanto antes terminaran de discutir, mejor. Hice caso omiso de ellos y me arrodillé junto al colchón. Una de las manchas de la sucia colcha tenía forma de mano.

—Tú no tienes hermanos, ¿no, Lucas? Si los tuvieras, a lo mejor no te costaría tanto entenderme.

—Si tuviera un hermano que anduviera con la familia Manson, creo que estaría cabreado con él, no con los polis que están intentando cogerlos.

—¿Aún pretendes que eres un poli?

Puse la mano sobre la mancha de sangre. Cuando Charity y yo habíamos caminado juntas, ella me había entrelazado su brazo con el mío. Pese a su estatura, sus manos eran más pequeñas que las mías. Aquella mancha de sangre era más grande, tanto que mis dedos parecían los de un niño en comparación.

—No está sola. —Cuando dije aquello, Lucas y Balthazar dejaron de discutir y me miraron, como si se hubieran olvidado de que estaba allí con ellos—. Fijaos en esto. Alguien más ha estado aquí recientemente. Alguien mucho más grande. Un hombre, probablemente.

Balthazar no parecía convencido, pero Lucas sonrió.

—Hacías falta tú para verlo.

Orgullosa de mí misma, miré a mi alrededor, buscando ávidamente alguna otra prueba del segundo vampiro, pero no vi nada. No obstante, aquel extraño desorden me resultó entonces más desconcertante aún si cabe. Charity era rara, pero cualquiera pensaría que otra persona, cualquier otra persona, tendría más sentido común. Que impondría un poco de orden. En cambio, vivía allí en aquellas condiciones infrahumanas.

—No está sola —dijo lentamente Balthazar.

—Dime, Balthazar, ¿qué te fastidia más? —Lucas empezó a mirar en los cajones, que parecían estar vacíos—. ¿Que tu hermana pequeña tenga vida sexual o que, al parecer, su amante beba sangre?

—Piensa en lo que acabas de decir. —Balthazar se irguió—. Si Charity ha traído a alguien aquí, los habrá traído a todos. A la banda entera. A su tribu.

—¿La tribu? —Yo había leído referencias indirectas a las tribus de vampiros. No sabía mucho de ellas, pero no tenían buena pinta. Debería haber relacionado antes a la banda con la idea que tenía de lo que era una tribu—. ¿Quiere decir eso que están todos en el pueblo? ¿En este momento? ¿Y… que van a volver aquí?

Lucas y Balthazar se miraron y al cabo de unos instantes Lucas me cogió del brazo.

—Tú vuelve a Albion —dijo—. Balthazar y yo podemos encargarnos de esto.

—¿Qué? No quiero dejaros.

—Lucas tiene razón —dijo Balthazar—. Esto va a ser más peligroso de lo que pensaba. Tú no sabes combatir, Bianca.

—He aprendido mucho. —Me resistí cuando Lucas tiró de mí.

Balthazar negó con la cabeza.

—Las clases de esgrima no cuentan.

—Bianca, piensa —dijo Lucas—. ¿Cuántas veces estamos de acuerdo en algo Balthazar y yo?

No me gustaba admitirlo, pero tenían razón. Mis poderes no podían compararse con los de un vampiro completo. Los de Lucas tampoco, pero a él lo habían entrenado para luchar desde que aprendió a andar. Si aquello se convertía en una batalla en toda regla con un grupo de vampiros, yo no estaría en mi terreno. En ese momento decidí aprender tanto como pudiera, hacerme más fuerte: no quería que nadie volviera a pedirme nunca más que me fuera por mi propia seguridad.

Pero aquello sería en un futuro. De momento, lo único que podía hacer era marcharme.

—¿Queréis que me lleve la camioneta al pueblo? —«Al menos», pensé con amargura, «sé conducir»—. O podría esperaros en la carretera.

—El pueblo es el único lugar seguro —dijo Lucas.

Balthazar asintió.

—Lucas debería llevarte y luego volver. Y será mejor que ocultemos nuestra presencia aquí. —Se agachó y apagó la vela. La habitación quedó a oscuras.

Fue entonces cuando advertí que fuera había luz.

—¿Qué…? —Me callé al instante. No hacía falta que también me oyera lo que fuera que llevara la luz (¿otra vela?, ¿una linterna?). Nadie se movió y yo me esforcé tanto por oír algún sonido que noté cómo se me tensaban todos los músculos del cuerpo. Lucas me cogió con más fuerza. Él y Balthazar se miraron. Balthazar puso una mano en el picaporte y se preparó visiblemente; en la penumbra, percibí en su rostro tanto miedo como esperanza.

Abrió la puerta. En vez de veinte asesinos enloquecidos abalanzándose sobre nosotros, solo fuimos recibidos por una ráfaga de aire helado. Forzando la vista, vislumbré a Charity en la oscuridad.

Llevaba una bota de cada y un largo abrigo de lana gris remendado y recosido en decenas de sitios. El pelo rubio, que llevaba suelto, le revoloteaba en la cara. En una mano sostenía una linterna; solo unos finos mitones le protegían las manos del frío.

—¿Balthazar? —dijo con un hilillo de voz en un tono más infantil que nunca.

—Charity. —Pese a llevar tanto tiempo buscándola, Balthazar pareció incapaz de acercarse y decir algo—. ¿Estás bien?

Ella se encogió de hombros. Clavó sus ojos castaños en Lucas.

—Veo que andas con malas compañías.

—No estoy de servicio —dijo Lucas con una sonrisa de satisfacción. No me pareció que bromear fuera muy apropiado y le di un golpe en el brazo. Él me fulminó con la mirada, pero se calló.

—A la chica la entiendo —dijo Charity—. Se parece muchísimo a la pobre Jane.

Balthazar palideció.

—No digas ese nombre.

«¿Quién era Jane?».

—Has estado siguiéndome. —Charity retrocedió un paso y bajó el brazo de la linterna; ahora la luz solo iluminaba sus pies y la nieve del suelo—. Quiero que dejes de hacerlo.

—Dejaré de hacerlo si vienes a casa.

—¿A casa? ¿Qué eso? Vivimos aquí una vez, pero de eso hace mucho tiempo. —Charity se apartó el pelo de la cara, la clase de gesto confundido que hacen las personas cuando están intentando contener las lágrimas—. Ni se te ocurra pedirme que vuelva a Medianoche. Ya sabes lo que pienso de esa mujer.

Lucas y yo nos miramos.

Balthazar bajó a la nieve y Charity retrocedió otros dos pasos. De no haber conocido a Balthazar, habría creído que su hermana le tenía miedo.

—Podríamos encontrar algún otro sitio —dijo Balthazar—. Alguna otra cosa que pudiéramos hacer tú y yo. Lo único que importa es que estemos juntos. Charity, te echo de menos.

Ella se quedó mirando el suelo nevado.

—Yo no.

Aquello fue un golpe tan duro para Balthazar que se estremeció. Le puse una mano en el hombro; era el único consuelo que podía ofrecerle. Lucas me observó, pero no dijo nada.

—Me recuerdas demasiadas cosas —dijo Charity—. Me recuerdas cómo era estar viva. Pensar en la luz del sol como algo que podías disfrutar, no como algo que solo puedes soportar. Respirar y que eso te cambiara, te refrescara, te despertara, en vez de inhalar y exhalar aire de forma mecánica, una vieja costumbre que te recrimina continuamente lo que eres. Suspirar y notar alivio. Llorar y que se te pasara la tristeza, en vez de tenerla reprimida dentro de ti eternamente, confundiéndote cada vez más hasta que ya no sabes quién eres.

—Yo sé quién soy —dijo Balthazar.

Ella negó con la cabeza.

—No, Balthazar. No los sabes.

—Al menos, prométeme que dejarás la tribu. —La desesperación le rompió la voz y a mí se me encogió el corazón—. Mientras andes con ellos, no estarás a salvo de la Cruz Negra.

Charity fulminó a Lucas con la mirada.

—Mientras tú andes con la Cruz Negra, no estarás a salvo de mi tribu. Así que prueba a seguir un consejo antes de darlo, Balthazar. Y vete ahora mismo de aquí, ya.

—Charity, no podemos dejarlo así.

Sentí tanto miedo que casi me tambaleé.

—Ha dicho ya.

Lucas y Balthazar me miraron.

—¿Qué? —preguntó Lucas.

Lo supe antes de saberlo, lo presentí más hondamente que nada de lo que había sentido hasta entonces.

—Están aquí vigilándonos. Creo que será mejor que nos vayamos.

Charity me sonrió.

—Eres demasiado lista para andar con un cazador de vampiros. Probablemente, saldrás con vida.

Lucas entornó los ojos y miró el bosquecillo que había a unos doscientos metros de la casa.

—A la camioneta.

—Aún no. —Balthazar miró a su hermana con consternación cuando ella se puso a andar hacia el bosquecillo—. Dadme una última oportunidad para hacerla entrar en razón.

—A la camioneta —repitió Lucas. Me di cuenta de cuánto deseaba pelear, pero continuó centrado en protegerme—. Ahora.

El instinto me dijo que echara a correr, si bien mis otros instintos de vampiro me dijeron que una presa huyendo resultaba aún más apetecible. Me obligué a caminar despacio hacia la camioneta y cogí a Balthazar por el brazo para tirar de él. Lucas tenía su estaca lista mientras avanzaba lentamente hacia la puerta del conductor.

Se me hizo un nudo en el estómago cuando vislumbré, detrás de Charity, las pisadas de al menos media docena de personas. Supe que estaban cerca, observándonos. Imaginé que notaba sus ojos clavados en mí y, mientras el viento susurraba entre los árboles helados, me pareció oír risas distantes.

Balthazar apretó el paso.

—No va a pasarnos nada —dijo.

—No estoy segura —dije, pero pudimos subirnos a la camioneta. Balthazar y Lucas cerraron las puertas y bajaron los seguros al mismo tiempo—. Démonos prisa, ¿vale?

Lucas encendió el motor y dio rápidamente la vuelta. Al hacerlo, los faros alumbraron a Charity, que estaba parada en el campo de labranza, viendo cómo nos íbamos. La luz le dio de lleno en los ojos, que la reflejaron como los de un gato.

—Cree que me he vuelto contra ella. —Balthazar se estaba agarrando al salpicadero con sus grandes manos.

—Tendrás otra oportunidad de hablar con ella —dije—. Sabes que la tendrás. Cuando lo hagas, ella lo entenderá.

—¿Charity entenderá por qué ando con un cazador de la Cruz Negra? Entonces, entiende más cosas que yo.

—Todo irá bien —volví a prometerle. Lucas nos lanzó una mirada de soslayo y luego miró resueltamente la carretera.

Nevaba más copiosamente. Cuando llegamos al centro de Albion, la nieve había comenzado a amontonarse alrededor de los neumáticos de los coches aparcados.

—Quizá sea mejor que no volváis esta noche —dijo Lucas—. Llama a tus padres. Diles que no podéis circular con las carreteras así.

—Tenemos más o menos para otra hora si sigue nevando así. Eso nos basta para volver. —Balthazar se subió el cuello del abrigo como si ya notara el frío.

Yo sabía que, si le pedía que se quedara, él lo haría, y quería quedarme más tiempo para que Lucas y yo pudiéramos pasar unos minutos a solas. Si conseguíamos convencer a mis padres de que no debíamos circular hasta que limpiaran las carreteras por la mañana, entonces tendríamos horas… mientras el pobre Balthazar esperaba cerca. Eso sería incómodo para mí y peor para él, cuyos ánimos estaban por los suelos. Balthazar necesitaba regresar pronto a la Academia Medianoche.

—Nos iremos ahora —dije a Lucas—. Es mejor así.

Lucas se quedó mirándome; su expresión decepcionada dio paso a otra más difícil de interpretar.

—Tal vez.

Ninguno de los dos supo qué decir después de aquello.

Balthazar, que parecía demasiado aturdido para percibir la tensión entre Lucas y yo, abrió la puerta de la camioneta. Una gélida corriente de aire azotó la cabina, metiéndome el pelo en los ojos. Lucas ya había vuelto a concentrarse en la carretera como un hombre que está urdiendo una fuga. Cuando Balthazar alargó la mano para que no resbalara en la nieve, se la cogí.

—Adiós, Lucas —dije con un hilillo de voz.

Lucas se inclinó para cerrar la puerta de la camioneta.

—Nos vemos dentro de un mes. En Amherst. En la plaza mayor. A la hora de siempre, ¿vale? —Luego suspiró y me sonrió, torciendo la boca—. Te quiero.

—Yo también te quiero. —Pero, por una vez, aquellas palabras no lograron arreglarlo todo.

Balthazar y yo estuvimos de tan mal humor en los días siguientes que le sugerí fingir que habíamos discutido. Andar juntos por ahí haciéndonos pasar por una pareja feliz era algo que ninguno de los dos podía hacer. Pero, después de una semana, podríamos serenarnos y fingir que hacíamos las paces.

No obstante, aquello me dejó sola durante más tiempo y mis preocupaciones ocuparon todos los segundos que pasaba sin compañía. Pensar en cómo nos habíamos despedido Lucas y yo me producía una especie de vértigo interno, como si el suelo que pisaba se moviera bajo mis pies.

Vic advirtió mi desasosiego e intentó tranquilizarme enseñándome a jugar al ajedrez, pero yo estaba demasiado nerviosa y distraída para recordar las reglas, y mucho menos para pensar en una estrategia.

—Últimamente estás fatal —me dijo una tarde mientras los dos rebuscábamos entre el envío semanal de alimentos. Al parecer, los alumnos humanos no habían advertido que muchos de sus compañeros ni tan solo se pasaban a recogerlos. Estaban demasiado ocupados en coger felizmente las cosas que habían pedido: cajas de pasta, paquetes de galletas. Vic se metió dos botellas de naranjada en su bolsa de lona—. Y es imposible no ver que Balthazar también se pasea como un alma en pena.

—Sí, supongo. —Sintiéndome incómoda, me quedé mirando la lista de Raquel. Me había ofrecido a recoger sus cosas junto con las mías.

—Balty vino a nuestro último pase de películas clásicas, Seven y Sospechosos habituales. El tema era Kevin Spacey: 3 días. Una doble sesión formidable, ¿no crees? Pero Balthazar no miró la pantalla ni una sola vez.

—Vic, sé que tienes buena intención, pero no quiero hablar de eso.

Él se encogió de hombros mientras seleccionaba unas cuantas latas de sopa.

—Solo me preguntaba si esto tiene algo que ver con Lucas.

—Tal vez. En cierto modo. Es complicado.

—Supongo que Lucas es de esos tíos que dejan huella. Apasionado, temperamental, rebelde y todo eso. Yo no puedo hacer de chico malo —dijo Vic—. Yo tengo un estilo más meloso. Lucas, en cambio…

—Él no está haciendo nada. Él es como es.

—Lo sé —dijo Vic con calma—. Y sé que no habéis terminado. Es duro para Balthazar, pero a mí me gusta llamar a las cosas por su nombre.

Deseé que tuviera razón y esa esperanza me animó.

—Eres un pésimo alcahuete, Vic.

—No tan malo como tú. En serio, ¿Raquel y yo?

—¡De eso ya hace más de un año! —Cuando terminamos de reírnos, volvimos a concentrarnos en la «compra» y cogimos lo que nos faltaba. Cuando regresé a mi habitación con las bolsas, no estaba exactamente de buen humor, pero me sentía mejor que en mucho tiempo.

Raquel resultó estar en mitad de uno de sus proyectos artísticos más grandes y sucios. Aquel collage ocupaba casi la mitad del suelo de nuestra habitación y olía a pegamento y pintura.

—¿Qué es? —dije sorteando periódicos húmedos y pinceles.

—Yo lo llamo Oda a la anarquía. ¿Ves que los colores están en un constante estado de colisión?

—Sí, es imposible no verlo.

Mi débil elogio no melló el entusiasmo de Raquel. Tenía pintura en los antebrazos y hasta se había manchado el pelo de naranja, pero no dejaba de sonreír a su obra inconclusa mientras se comía una galleta.

—Puedes moverte por la habitación sin pisarlo, ¿verdad?

—Sí, pero creo que esta noche será mejor que duerma con mis padres.

—¿Te dejan?

—No continuamente, pero no creo que vaya a importarles por una noche.

Resultó que mis padres estuvieron entusiasmados de verme. Anteriormente, habían tenido mucho cuidado con la cantidad de tiempo que me dejaban pasar con ellos, dado lo preocupados que estaban por mi negativa a querer relacionarme con los otros vampiros de la Academia Medianoche. Ahora tenían la certeza de que estaba madurando como ellos querían, y sus puertas estaban abiertas siempre que me apeteciera.

Antes, aquello me había parecido algo natural, pero ahora ya no.

—¿Papá? —pregunté mientras cambiábamos las sábanas de mi cama—. ¿Siempre habéis sabido que yo terminaría siendo un vampiro? Un vampiro completo, quiero decir.

—Por supuesto. —Mi padre siguió concentrado en remeter pulcramente la sábana en una esquina de la cama—. Cuando te hagas adulta y le quites la vida a alguien, y ya sabes que podemos encontrar una forma decente de que lo hagas, habrás completado el cambio.

—Yo no estoy tan segura.

—Cariño, todo va a ir bien. —Me puso una mano en el hombro y ni su nariz torcida y fracturada por tantos sitios distintos pudo disimular la dulzura de su expresión—. Eso te preocupa, lo sé.

Pero si encontramos a alguien que ya se esté muriendo, que ya ni siquiera esté consciente, le estarás haciendo un favor. Su último acto será darte la inmortalidad. ¿No crees que querría hacer eso por ti?

—No lo sabré, porque no lo conoceré, ¿no? —¿Cómo podía haber llegado a reconfortarme aquella idea? Por primera vez, caí en la cuenta de lo presuntuosa que era y de cuán insensible era suponer que yo tenía derecho a poner fin a una vida, incluso a una que estuviera terminando, solo para mi provecho—. Pero no me refiero a eso. Tú siempre dices cuando mate. «Cuando» mate. ¿Qué ocurre si no lo hago?

—Lo harás.

—Pero ¿qué pasará si no lo hago? —Nunca hasta entonces le había insistido para que me respondiera a aquello. Jamás había sentido la necesidad. Ahora, de repente, todas aquellas preguntas inexpresadas me pesaban como una losa cada vez más grande—. Solo quiero saber qué alternativa tengo. ¿No lo sabe nadie? ¿La señora Bethany, quizá?

—La señora Bethany te dirá exactamente lo mismo que voy a decirte yo, que es que no tienes ninguna otra opción. No quiero volver a oírte hablar de esta forma nunca más. Y no le digas nada a tu madre. La disgustarías. —Mi padre respiró hondo, en un intento por tranquilizarse—. Además, Bianca, ¿cuánto puede faltar? Tu sed de sangre ya era bastante fuerte el año pasado.

Aquello era lo más cerca que mi padre había estado de mencionar a Lucas desde hacía meses. Noté que me ruborizaba.

—No soy un ingenuo. Sé que Balthazar y tú ya debéis de haber bebido la sangre el uno del otro. —Lo dijo con cierta rapidez. Quizá estuviera tan incómodo como yo—. Ya no puede faltarte mucho para que te sientas preparada para beber y matar de verdad. Sé que cada vez tienes más hambre solo por tu apetito de los domingos. Si esto te preocupa, no te culpo. Pero no dejes que tu preocupación te haga decir estas locuras. ¿Me he expresado con claridad?

Fui incapaz de hablar, así que solo asentí.

Poco después apagué las luces de mi habitación e intenté convencerme para quedarme dormida. Pero no solo estaba confundida por mi conversación con mi padre. También me moría de hambre.

«El poder de la sugestión en acción», pensé. Mi padre había mencionado mi apetito y ahora tenía más hambre que en mucho tiempo, eso pese al hecho de haberme bebido casi medio litro de sangre durante la cena.

Bueno, al menos no iba a tener que coger disimuladamente un termo de debajo de la cama. El frigorífico de mis padres contenía toda la sangre que necesitaba.

Recorrí el pasillo de puntillas, pasando por delante del dormitorio de mis padres y entrando en la cocina. Iba descalza y apenas hice ruido al pisar las baldosas. En vez de encender la lámpara, confié en mi visión nocturna y en la brizna de luz que se ensanchó cuando abrí la puerta del frigorífico. Aunque había comida para mí en el estante inferior, el frigorífico estaba repleto de botellas, jarras y bolsas de sangre. Con cuidado, cogí una de las bolsas: normalmente no las tomaba, porque eran difíciles de conseguir: lujos que mis padres necesitaban más que yo. Contenían sangre humana.

Puede que mi padre tuviera razón. Puede que mi sed de sangre se hubiera agudizado tanto por el tiempo que llevaba sin beber sangre humana. Puede que fuera eso lo que ahora necesitaba. Si mi padre intentaba regañarme por beberme su reserva de sangre, yo le señalaría que, en cierto modo, me lo había sugerido él.

Vacié la bolsa en una taza grande y la metí en el horno microondas. Aunque el reloj automático hizo tanto ruido al dispararse queme sobresalté, mis padres no se despertaron y yo regresé rápidamente a mi habitación.

La taza calentada me quemó los dedos, pero el fuerte olor a carne de la sangre borró mi malestar, mis preocupaciones y casi todo lo demás. Rápidamente me llevé la taza a los labios y bebí.

«Sí». Eso era lo que necesitaba en lo más profundo de mi ser. Noté el calor bajándome hasta las entrañas, calentándome por dentro. La sangre humana surtía un efecto en mí que nunca sentía con la sangre animal: me hacía sentirme eufórica, enchufada y fuerte. Cogí la taza con ambas manos, bebiéndome la sangre tan deprisa que apenas pude respirar. Me sentía como si estuviera flotando en su calor. El resto del mundo estaba frío en comparación.

Un momento.

Bajé la taza y me limpié los labios con la lengua mientras evaluaba la situación. De pronto hacía mucho más frío en mi habitación. ¿Había abierto el viento alguna de las ventanas? No, seguían cerradas, y estaban cubiertas de escarcha. Pero ¿lo habían estado hacía un momento? Justo antes de levantarme para ir a buscar la sangre, había visto la silueta de la gárgola perfilada fuera, pero entonces quedaba oculta tras un vaporoso manto blanco.

Cuando exhalé, el aire se llenó del vaho de mi respiración. Comencé a tiritar. Vi un resplandor azulado parpadeando al otro lado de la ventana y oí unos golpecitos en el cristal. Como los arañazos de unas uñas. El miedo se apoderó de mí, pero no pude irme.

Me acerqué a la ventana y empecé a quitar la escarcha con la mano. El frío me heló la piel, pero la escarcha se evaporó, permitiéndome ver a través del cristal empañado. Una chica me estaba mirando. Era más o menos de mi edad, con el pelo corto y casi negro y los ojos hundidos. Parecía completamente normal, salvo por el hecho de ser casi transparente y estar flotando fuera de mi ventana.

Los fantasmas habían vuelto a visitarme.