11

—¿Por qué el amor es un recurso dramático tan frecuente?

La señora Bethany se paseó por el aula, con sus botas de puntera estrecha resonando en el suelo de madera. Entrelazó las manos en la espalda. A aquellas alturas, ya habíamos aprendido que, cuando hablaba en aquel tono de voz, no quería que nadie ofreciera respuestas para sus preguntas. Prefería que mantuviéramos la boca cerrada y prestáramos atención.

—Naturalmente, porque el amor es persuasivo. Pese a lo transitorio que a menudo es, el amor lleva a criaturas totalmente racionales a comportarse de las formas más extrañas. —Miró un momento por la ventana, pero enseguida volvió a clavar sus ojos oscuros en nosotros—. Por tanto, es lógico que Shakespeare utilice el amor romántico como la motivación fundamental de los actos de Romeo y Julieta. Nos preguntamos si los jóvenes actuarían de ese modo. Sabemos que lo harían. De ese modo, la obra resulta creíble.

Me moví nerviosamente en la silla y miré el reloj colgado sobre la puerta. Solo faltaban tres minutos para que terminara la clase.

—No obstante, Romeo y Julieta es mucho más que una descripción de las pasiones juveniles. —Deteniéndose justo al lado de mi pupitre, donde olí la fragancia a lavanda que siempre parecía envolverla, la señora Bethany dijo—: Su próximo trabajo, que deberán entregar dentro de una semana, es una redacción de tres páginas exponiendo su opinión sobre los fallos arguméntales de Romeo y Julieta. No voy a dar una clase para hablar de ellos; estoy más interesada en los que ustedes puedan definir y defender.

¿Había dicho «fallos»? ¿En Romeo y Julieta? ¿Mi obra de teatro favorita?

La señora Bethany se quedó callada, fulminando a toda la clase con la mirada, y, una vez más, tuve la sensación de que me había leído el pensamiento y estaba a punto de abalanzarse sobre mí. Pero, por una vez, su irritación no guardaba ninguna relación conmigo.

—Veo que muchos de los que van a Riverton el fin de semana ya han empezado a desconcentrarse. Esperemos que hayan recobrado sus facultades mentales cuando lleguen los exámenes. Pueden irse.

No fui la primera en salir por la puerta, pero estuve cerca de serlo. Mientras corría por el pasillo, noté que la cara se me iluminaba con una sonrisa. Aunque era consciente de que había una posibilidad de que Lucas no pudiera acudir aquella noche, sabía que lo haría si había alguna manera. Y tenía que haberla.

Justo cuando me disponía a subir las escaleras para ir a mi habitación, vi a Balthazar poniéndose la mochila al hombro. Tuve un antojo que me hizo sonreír, y entonces pensé: «¿Por qué no? Le irá bien a nuestra tapadera». De manera que corrí hacia él y básicamente lo plaqué, saltando de tal forma que él tuvo que cogerme en brazos.

—¡Caramba! —Balthazar me cogió tan fuerte que los pies me quedaron colgando sin tocar el suelo. Me abracé a su cuello y me reí. Él también lo hizo.

—Estás de buen humor.

—Sí.

—Imagino por qué. —Suspiró, dejándome de nuevo en el suelo—. Nos vemos en el autobús.

Balthazar estaba infringiendo la regla tácita de que el «prototipo Medianoche» no se mezclaba con los alumnos humanos en las visitas a Riverton. Creo que la mayoría de los humanos pensaban que respondía a una especie de esnobismo: los pijos excluyendo a los que no lo eran, y en parte tenían razón. Pero, principalmente, los vampiros temían revelar su ignorancia del siglo XXI una vez fuera del entorno de la Academia Medianoche.

Balthazar rompería filas aquella noche. En parte, lo hacía para seguir con la farsa de que estábamos tan colados el uno por el otro que no podíamos pasar separados ni un solo segundo. Además, cuando llegara el momento de marcharme, me había prometido que cuidaría de Raquel, asegurándose de que se divertía.

Hasta entonces, ella y yo íbamos a permanecer juntas, le gustara o no.

—En Riverton no hay nada que hacer —refunfuñó Raquel cuando la cogí por el brazo y la conduje hacia el autobús. Llevaba unas Doc Martens, unos vaqueros y un chaquetón de marinero—. Si quieres que te diga la verdad, preferiría quedarme en la habitación.

—Eso ya lo has hecho demasiado a menudo últimamente. Venga, al menos es algo distinto, ¿no? Podemos comer en el restaurante, y sé que, para variar, tiene que apetecerte algo que no sean bocadillos de atún y membrillo.

—Bueno, visto así… —Echó un vistazo a mi indumentaria: una camisa blanca de chorreras, una falda gris más corta que de costumbre y unos magníficos zapatos de tacón que solo me había puesto dos veces porque me daban vértigo—. Te has puesto guapa para Balthazar, ¿eh?

Me pregunté qué diría Lucas cuando me viera vestida así y empecé a sonreír como una tonta. Raquel se rió, percibiendo mi alegría aunque la malinterpretara. Fuimos brincando hasta el autobús, yo tambaleándome a causa de los tacones, sin importarme que pudieran reírse de nosotras. Balthazar me sentó en su regazo para que Raquel pudiera sentarse con nosotros.

Nos pasamos todo el trayecto riéndonos y hablando, Balthazar esforzándose por ser encantador y conseguir que Raquel se abriera. Pronto, ella se puso a hablarle de ir en monopatín, su afición desde hacía unos años, y a reírse de lo poco que él sabía del tema. En todo el viaje, solo hubo un momento desagradable. Cuando el autobús giró para cruzar el río, noté que Balthazar se ponía rígido y me apretaba el hombro.

Los vampiros odian cruzar agua en movimiento. Pueden soportarlo, pero normalmente necesitan mucho tiempo para hacerse a la idea. Balthazar iba a tener que hacerlo en frío, e iba a costarle. Le cogí de la mano como si estuviéramos coqueteando, para, realmente, darle apoyo. El autobús empezó a cruzar el río. Balthazar cerró los ojos con fuerza.

Sentí náuseas. Me dio la impresión de que me quedaba sin aire y ya no supe si estaba cabeza arriba o cabeza abajo. Todo se volvió oscuro y se llenó de lucecitas, como a veces ocurre cuando uno se levanta demasiado deprisa. Apreté con más fuerza la mano de Balthazar; su palma estaba tan fría y sudada como se había puesto la mía.

Luego, con la misma rapidez con que había venido, la sensación de mareo se fue. Respirando hondo, miré a mi alrededor, intentando orientarme. El autobús acababa de cruzar el río.

La barrera que los vampiros sentían ante el agua en movimiento, ahora también la sentía yo.

Balthazar me miró con curiosidad y yo me pregunté si no habría percibido mi angustia. Me puse a mirar por la ventana, no queriendo reconocer lo que no estaba preparada para admitir ante mí misma.

Cenamos todos juntos en el restaurante, sentados a la barra. Vic metió las patatas fritas dentro de su hamburguesa, entre la carne y el pan, lo cual nos hizo reír a todos, pero luego descubrimos que sabían bastante bien cuando lo hicimos nosotros. Fue extraño ver a Balthazar comiendo aros de cebolla y bebiendo batido de leche; masticaba lenta y pausadamente, quizá porque tenía que recordarse cómo hacerlo. Pero se las apañó. Nadie más notó nada raro en su modo de comer.

Después Balthazar sugirió que fuéramos a la librería de viejo. Cuando Vic y Raquel se apuntaron, dije con aire despreocupado:

—Os veo luego, ¿vale? Creo que voy a acercarme un momento al cine para saludar a mis padres. Siempre hacen de profesores acompañantes.

Raquel se encogió de hombros.

—Podríamos ir todos al cine.

«Oh, no», pensé, pero esta vez fue Vic quien acudió en mi rescate.

—De ninguna manera. ¿Has visto lo que ponen? Historias de Filadelfia. Una versión profundamente misógina de las causas de la infidelidad conyugal.

Raquel parpadeó al oír a Vic utilizando tantas palabras difíciles juntas. Yo estaba dispuesta a defender cualquier película donde saliera mi querido Cary Grant, pero esta vez iba a tener que morderme la lengua.

—Así es. No os gustaría. Me paso por la librería después.

Ellos se fueron y yo me quedé sola. Me puse a andar hacia el cine, solo por si se volvían a mirar, y seguí caminando después de pasar por delante de las parpadeantes luces de la marquesina.

Ya casi había llegado. Los pies empezaron a dolerme debido a los zapatos de tacón, pero, con cada paso que daba, notaba menos el dolor porque me acercaba más a Lucas.

Llegué a la orilla del río en pocos minutos. Allí había casas en vez de tiendas, pero no muchas. Un paseo peatonal discurría junto al río, uno que habían pavimentado mucho tiempo atrás; el hormigón estaba resquebrajado y entre las grietas habían crecido malas hierbas. En algunos puntos, las raíces de los árboles habían levantado el pavimento, lo cual favorecía los traspiés, sobre todo si llevabas zapatos de tacón como yo.

Observé las luces del puente reflejándose en el agua. ¿Por qué me había alterado tanto cruzarlo hoy? Encontrarme tan cerca del agua no me afectaba lo más mínimo. El río estaba bonito, eso era todo.

Entonces oí pasos detrás de mí. «Lucas». Me dio un vuelco el corazón y me volví rápidamente sonriendo, mientras una silueta se acercaba en la oscuridad.

Se me cayó el alma a los pies.

—Hola —dijo Dana emergiendo de las sombras—. Sé que no soy la persona que querrías ver esta noche. Lo siento.

Mi decepción se esfumó, dando paso al miedo.

—Lucas no… Está bien, ¿no?

—Está bien. Está perfectamente. Pero, ahora mismo, su comando está en aislamiento en Boston. Se han dejado rodear por unos vampiros con muy malas pulgas. Tiene que quedarse aislado durante las próximas semanas. No puede salir. Yo estaba en otro sitio, de manera que, cuando me dijeron lo del aislamiento, me pidió que viniera a reunirme contigo. Tenemos que decidir cuándo vais a tener vuestra próxima cita secreta, lo cual, tengo que decírtelo, me hace sentirme un poco cochina. —Aunque intenté reírme de la broma, me salió, en cambio, una especie de sollozo. Dana, incómoda, me dio una palmada en el hombro y dijo—: Oye, oye. Tú sabes que él habría venido si hubiera podido, ¿no?

—Lo sé. Es solo… que tenía muchísimas ganas de verlo esta noche. Pero gracias por venir a decírmelo —dije en un tono forzado. Era mejor recibir la mala noticia enseguida que esperar toda la noche junto al río a que apareciera Lucas. Por muy amable que hubiera sido Dana, ahora quería que se marchara para poder llorar a solas.

—De nada. —Dana dejó de sonreír y se irguió. En ese instante, viéndola adoptar una postura vigilante y lista para el combate, percibí la guerrera que había en ella—. Viene alguien. ¿Estás segura de que esta vez no ha venido ningún vampiro?

—Solo uno, y no es peligroso. —Dana me lanzó una mirada que claramente significaba «¿Estás chiflada?». Yo seguí hablando como si no hubiera dicho nada sobre vampiros amistosos—. O es alguien de Riverton o es un alumno, así que actuemos con naturalidad.

—Exacto.

Pero era yo quien iba a tener dificultades para actuar con naturalidad, porque la persona que venía por el paseo era Raquel.

—¡Hola! —dije alegremente—. ¡Creía que estabas en la librería!

—Me aburría. —Raquel sonrió—. Me he escabullido.

«Genial —pensé—. El pobre Balthazar va a pasarse el resto de la noche buscándola por toda la ciudad».

—¿Y tú? Creía que ibas al cine a saludar a tus padres. —Miró a Dana con recelo.

Pero Dana sonrió y le ofreció la mano.

—Dana Tryon. Me alegro de conocerte. Soy una vieja amiga de Bianca y nos hemos encontrado en la calle. Vaya casualidad, ¿no?

—Ah, vale. —Raquel le estrechó la mano—. ¿Naciste donde Bianca?

—Fuimos juntas al colegio en Arrowwood —me apresuré a decir, agradeciendo la rapidez mental de Dana—. Sí, éramos inseparables. Por eso, al verla, he pasado de ir al cine.

Raquel sonrió, tragándose la historia.

—Guay. ¿Estáis dando un paseo?

—Básicamente, sí. —Al parecer, Raquel quería quedarse con nosotras. ¿Cómo íbamos a fingir una gran amistad? Solo nos habíamos visto dos veces.

Dana no pareció preocupada.

—De hecho, iba a comer algo. Bianca iba a acompañarme. ¿Quieres venirte?

—Bueno… acabo de comer… —Para mi sorpresa, vi que Raquel quería venir. La alegre personalidad de Dana la había seducido—. Pero me he saltado el postre. La tarta parecía bastante buena.

—¡Tarta! —Dana se rió alegremente—. ¿A quién no le gusta la tarta? Hecho.

La conversación fluyó durante toda la noche y nadie habría adivinado jamás que Dana y yo apenas nos conocíamos. Desde luego, Raquel no lo hizo, principalmente porque nos centramos en ella, preguntándole por sus proyectos artísticos, su monopatín y todo lo demás. Cuando la conversación se desviaba de los intereses de Raquel, Dana se ponía a hacerme preguntas absurdas sobre la historia que supuestamente compartíamos:

—¿Qué hace Hubert? ¡Dios mío, cómo tonteabais cuando erais críos! ¿De veras que nunca te importó que llevara aquellas gafas de culo de vaso? ¿Ni ir con él a aquellas conferencias tan aburridas?

—Oh, ya sabes —farfullé yo—. Antes era una intelectual.

—No lo dirías nunca si hubieras visto al tío con el que salió el año pasado —dijo Raquel.

—Me lo imagino. —Dana sonrió satisfecha. Supe que no podría resistirse a tomarle el pelo a Lucas con aquello.

—¿Y tú qué, Dana? —intervine yo—. ¿Sigues coleccionando muñecas recortables? Tenías un montón cuando me mudé.

Cuando Raquel se puso a reír, Dana me lanzó una mirada asesina, pero se estaba riendo.

—Creo que ya lo he superado.

Más o menos a mitad de la cena, Raquel se disculpó para ir al baño. En cuanto no pudo oírnos, Dana dijo:

—Entonces, tú y Lucas. ¿Dónde y cuándo?

—Es mejor que volvamos a quedar aquí, en Riverton, delante del cine, por ejemplo. Digamos que el sábado después del día de Acción de Gracias, a las ocho de la tarde. —Seguro que, para entonces, Balthazar ya tendría permiso para sacarme del campus—. Lucas ya no estará en aislamiento, ¿no?

—Eso espero. —Dana sonrió—. Ahora ya he contribuido a la felicidad de la parejita, me siento una mujer decente.

—¿Decente? ¿Por qué no te creo?

—Porque eres más lista que eso, por eso.

Entre fingir que Dana y yo éramos amigas de toda la vida y reírme de sus bromas, no tuve tiempo para disgustarme demasiado por no haber visto a Lucas. La tristeza no me invadió hasta después, cuando volvimos a subirnos al autobús. Balthazar me miró con expresión interrogativa, queriendo saber si él y Lucas tenían un pacto; tuve que encogerme de hombros con disimulo y negar con la cabeza. Él pareció comprender que el encuentro no se había producido, pero no tuvimos ocasión de hablar de ello. Una vez más, nos vimos obligados a agarrarnos el uno al otro cuando el autobús cruzó el río.

Esa noche, a la hora de acostarnos, Raquel estaba más contenta de lo que la había visto en todo aquel curso. Dana podía poner de buen humor a casi todo el mundo. En cambio, yo tenía la sensación de haber dejado una parte de mí junto a ese río, esperando a Lucas. Cerré los ojos con fuerza, intentando conciliar el sueño. Cuanto antes terminara aquel día, antes podría dejar de pensar en que debería haberlo visto. Y antes podría empezar a pensar en que pronto estaríamos juntos. Así era como tenía que planteármelo o, de lo contrario, no iba a poder soportarlo.

Pero hasta mis sueños conspiraron en mi contra.

—Tienes que esconderte —dijo Charity.

Estábamos en el viejo centro cívico donde yo me había encontrado por primera vez con la Cruz Negra el año anterior. El frío que se colaba por las ventanas rotas me caló hasta los huesos y me hizo tiritar. Charity estaba aferrada al marco de una puerta, como si no pudiera mantenerse en pie sin ayuda.

—No tenemos que escondernos —le dije—. Lucas no nos hará daño.

—No tienes que esconderte de Lucas. —Ella se apartó los rizos trigueños de la cara. Aunque el color de su tez era muy distinto al de Balthazar, ahora vi el parecido: el cabello ondulado, la estatura y la intensidad de sus ojos castaños—. Pero, aun así, tienes que esconderte.

¿De qué estaba hablando? Entonces creí saberlo. La última vez que estuve en aquel centro cívico, el edificio había ardido hasta los cimientos. ¿Eran eso las extrañas sombras que nos rodeaban? ¿Era humo?

—Está ardiendo —dije.

—No. Pero va a hacerlo. —Charity alargó una mano hacia mí. ¿Intentaba ponerme a salvo o quería arrastrarme al peligro?—. Lucas no sabe que vas a morir quemada.

—¡Él me salvará! ¡Vendrá a buscarme!

Charity negó con la cabeza y, a sus espaldas, vi el resplandor de las llamas.

—No lo hará. Porque no puede.

Me desperté entre resuellos, sintiéndome más sola que nunca.