—¡Eeeeeeh! ¡Nenaaa!
El coche pasó zumbando por mi lado y entró en la plaza mayor de Amherst a una velocidad excesiva. Había un par de estudiantes universitarios asomados a las ventanillas, gritando a todas las chicas que veían.
Yo había imaginado que a aquella hora las calles estarían casi desiertas. Lo que no había tenido en cuenta era que Amherst era una ciudad universitaria, con tres o cuatro universidades apiñadas dentro del casco urbano. La ciudad no aflojaba su ritmo frenético por la noche; los chavales que me rodeaban tan solo estaban empezando la fiesta.
Críos…, aunque por lo menos aquellos chicos me llevaban cinco años. Sus rostros y cuerpos eran más maduros que los de los alumnos de Medianoche. Era extraño pensar que fueran mayores que Balthazar. Pero, cuando estaba en Medianoche, yo percibía la experiencia, el conocimiento del mundo y la fuerza de mis compañeros: sus rostros eran jóvenes, pero los siglos de vida se les notaban en los ojos. Comparados con ellos, los universitarios que estaban fumando y empujándose a mi alrededor eran unos críos.
¿En qué me convertía eso?
Aquello no me preocupó durante mucho tiempo. En ese momento me sentía demasiado feliz para preocuparme por nada: las mentiras que había dicho, las reglas que estaba infringiendo o las consecuencias que aquello podía acarrearme. Lo único que me importaba era que estaba a punto de ver otra vez a Lucas.
—Disculpa. —Una chica vino hacia mí abriéndose paso entre el gentío. Llevaba el cabello rubio rizado recogido en un moño con unos cuantos mechones de pelo sueltos—. ¿Puedo ir contigo?
Iba a decirle que me había tomado por otra persona, pero en el momento en que nuestros ojos se encontraron, todas las palabras que podría haber dicho fueron sustituidas por una sola: «vampiro».
No es que fuera muy distinta al resto de las personas que me rodeaban, al menos no de un modo palpable. Pero, para mí, destacaba entre la multitud tan radiantemente como una hoguera. Yo siempre había sabido distinguir a los vampiros a primera vista. El caso era que, incluso para ser un vampiro, aquella chica era distinta. Era el vampiro más joven que había visto nunca. Su rostro acorazonado conservaba la redondez infantil que yo veía en mi propio espejo y tenía unos dulces ojos castaños muy separados. Su sonrisa casi era tímida. Una marca de nacimiento violácea le manchaba el cuello cerca de la vena yugular, probablemente en el mismo lugar donde la habrían mordido.
De inmediato se me despertó mi instinto protector, como si fuera mi deber cuidar de ella, de aquella chica extraviada vestida con un andrajoso jersey y una falda con el dobladillo descosido que no combinaban en absoluto.
—Espera. —Su expresión era como la de una muñeca de porcelana, inocente y traviesa al mismo tiempo—. Tienes algo que no es… tú no eres del todo… oh. Eres uno de ellos… de los nuestros, quiero decir.
Me impresionó que lo hubiera descubierto tan deprisa, dado que la mayoría de los vampiros jamás conocían a nadie que hubiera nacido para ser vampiro.
—Sí. O sea, sí, eso es lo que soy y, sí, puedes venir un rato conmigo.
—Gracias. —Entrelazó su brazo con el mío como si fuéramos íntimas amigas. Estaba temblando y no estuve segura de si era de miedo o de frío—. Hay un tipo que no me deja en paz esta noche. A lo mejor tendré más suerte si cree que me he encontrado con una amiga.
—De hecho, he quedado con una persona. —En cuanto hube dicho aquello, su sonrisa vaciló, revelando un atisbo de soledad. Me acordé de Ranulf y los otros vampiros milenarios de la Academia Medianoche y me dio lástima—. Pero al menos puedo sacarte de esta plaza.
—Ah, ¿sí? Muchísimas gracias. Qué alivio. ¿Te he asustado? No era mi intención. Si lo he hecho, lo siento.
—Tranquila. —Había algo genuinamente infantil en ella. Tanto era así que me sorprendió advertir que era mucho más alta que yo, casi como Balthazar—. ¿Estás bien? ¿Hay alguien a quien podamos ir a ver?
—Sí, estoy bien. Esta noche estoy sola.
Me miré el antebrazo, donde ella tenía su mano. Las mangas de su andrajoso jersey eran tan largas que solo se le veían los dedos.
Tenía las uñas sucias y rotas, como si hubiera estado escarbando en la tierra. De golpe supe que aquella chica era la persona más desamparada que había conocido en mi vida.
Al principio, se limitó a seguirme sin hacer ningún comentario ni, al parecer, por propia voluntad. Nos abrimos paso entre la multitud de estudiantes que se había congregado fuera de una pizzería. Debía de ser el sitio más popular para comprarse un trozo de pizza, porque había más de cien chicos apiñados fuera, con cajas de cartón que contenían pizzas y vasos de plástico llenos de cerveza. Un par de chicos nos miraron, más a la vampira rubia que a mí. Pese a su juventud y aspecto desaliñado, tenía una belleza inocente y etérea y sus ojos castaños escrutaban la multitud como si anhelara que cualquiera se ocupara de ella. Entendía que algunos chicos pudieran encontrar eso atractivo.
Solo cuando hubimos salido de entre aquella muchedumbre, preguntó:
—¿Adónde vas?
—A la estación.
—Solo está a dos manzanas. —La vampira se volvió y miró la multitud con preocupación. No supe cómo había podido distinguir algo entre tanta gente—. Creo que sigue ahí. Déjame acompañarte a la estación, por favor. Allí está más oscuro y podré escabullirme, lo sé.
Egoístamente, quise negarme; Lucas llegaría de un momento a otro y no quería estar acompañada cuando nos viéramos. Él no iba precisamente a alegrarse de ver a otro vampiro, porque yo era el único en quien confiaba. Había una posibilidad de que no advirtiera que mi acompañante era una vampira, pero, con su entrenamiento en la Cruz Negra, lo dudaba. No obstante, ella parecía tan asustada que no tuve valor para negarme.
—Sí, claro. Vamos.
Continuamos cruzando la plaza, cogidas del brazo. La música que salía de todos los bares estaba tan fuerte que los diversos ritmos parecían mezclarse unos con otros.
—Déjame adivinar. —La vampira me lanzó una mirada—. Eres de Medianoche, ¿no?
—Sí. ¿Has estado?
—Lo intenté una vez, pero la directora, oh, no le caí bien. Se llamaba señora Bethany. ¿Aún sigue allí?
—Como si alguna vez fuera a abandonar su reino —mascullé.
—Qué razón tienes. Bueno, no le caí bien. Todo fue muy desagradable.
—Yo tampoco le caigo bien. Creo que odia a casi todas las personas que no son… como ella.
—¿Te has fugado tú también? Es lo que hice yo.
Sonreí.
—Solo este fin de semana.
—No creo que pudiera volver. No, a menos que… —La mirada se le extravió, pero luego negó con la cabeza—. No importa.
Cuando nos alejamos de la plaza mayor de camino a la estación, una ráfaga de aire me trajo claramente su olor a sudor. Eso por sí solo no me dio asco —supuse que todo el mundo suda de vez en cuando—, pero, unido a todo lo demás, me hizo sentir lástima por ella. Apenas parecía capaz de cuidar de sí misma. Qué terrible tenía que ser vivir sola de aquella forma, cada vez más desconectada de la civilización.
Por primera vez comprendí realmente por qué necesitábamos los vampiros la Academia Medianoche. Siempre había sabido que éramos propensos a perder el tren de los tiempos, y mis padres me habían advertido de lo fácil que era mirar a tu alrededor y darte cuenta de que ibas vestido como hacía dos décadas o que, además de no saber lo que sucedía en el mundo, tampoco te importara. Pero jamás había alcanzado a imaginarme cómo sería, qué se sentiría estando tan aislado. Mirando a aquella chica, por fin lo entendí.
La estación de ferrocarril solo estaba a unas manzanas de la plaza mayor, pero el trayecto se me hizo muy largo. Aquello se debió en parte al contraste entre el bullicio de la plaza atestada de estudiantes y el silencio que reinaba en aquel barrio. Al haber menos farolas, también estaba más oscuro. Mi nueva compañera no tenía nada más que decir. Al parecer, se conformaba simplemente con estar conmigo.
Miré mi reloj: las doce menos cinco.
La vampira rubia abrió con temor la puerta de la estación, como si pudiera haber una bomba dentro del edificio. Lo cual era muy poco probable para una estación de ferrocarril que era básicamente una choza junto a las vías.
—No hay nadie. Tu chico no ha llegado todavía.
—Eso parece. —Miré la estación con desconsuelo. Había esperado que fuera bonita o, al menos, acogedora; sabía que una estación de ferrocarril jamás podría ser lo bastante romántica para nuestro reencuentro, pero podría haber sido mejor que aquello. Un rayado suelo de linóleo, fluorescentes en el techo que vertían una luz mortecina y unos cuantos bancos de madera atornillados a las paredes: no era exactamente el escenario soñado.
Aunque, por otra parte, ¿qué importaba eso? ¿Qué importaba nada? Volvería a estar con Lucas enseguida, en unos minutos, y, en cuanto nos viéramos, sabía que no podría prestar atención a nada más.
«¿Y si para él no es lo mismo? Su carta era increíble, pero, aun así, llevamos meses sin vernos. ¿Y si las cosas han cambiado entre los dos? ¿Y si nos cortamos? ¿Y si él ya no siente lo mismo que antes?».
—Debes de estar contentísima. —La vampira estaba ovillada en un banco. Tamborileó con sus uñas rotas sobre la pálida piel de sus pantorrillas. A uno de sus zapatos se le estaba cayendo la suela—. Contentísima porque ya no estás sola. A veces creo que me moriría si tuviera que estar siempre sola.
Me sentí incómoda diciendo aquello, pero tenía que hacerlo.
—Si no te importa, querría tener un poco de intimidad. Hace bastante que no nos vemos.
—Intimidad. —La vampira me sonrió con timidez y cierta tristeza. Yo quería disculparme por dejarla sola, pero ¿qué otra cosa podía hacer? La única alternativa que podía ofrecerle era regresar conmigo a Medianoche, y ella ya se había expresado claramente a ese respecto. ¿Quién podía culparla por aborrecer a la señora Bethany? Como si percibiera mi sentimiento de culpa, dijo:
—Lo comprendo, de veras. Pensaba esperar un rato mientras no llegaba, pero… vale.
Oí pasos en la grava y me volví rápidamente hacia la puerta justo cuando entraba Lucas.
Llevaba una chaqueta tejana, una camiseta negra y vaqueros. El cabello cobrizo le había crecido, pero, por lo demás, estaba igual. Mirarlo fue como tirarme a una piscina caldeada a plena luz del sol.
—¿Lucas? —Avancé un paso. Quería arrojarme a sus brazos, pero tenía la sensación de que apenas podía moverme—. Lo has conseguido. Lo hemos conseguido los dos.
Pero él no me estaba mirando a mí, sino a la vampira.
—Apártate de Bianca —gruñó.
—Oh, no. —La vampira comenzó a retroceder, intentando esconderse en un rincón—. No, no, no…
—Lucas, tranquilo. Es inofensiva.
—Y un cuerno.
—Te lo he dicho, te lo he dicho, me persigue, ¡nos persigue a las dos! —gritó la vampira.
Él era de quien había tenido miedo. ¡Había estado huyendo de Lucas!
Lucas me cogió de la mano, nuestro primer contacto físico desde hacía mucho tiempo. Estaba intentando tirar de mí hacia la puerta.
—Bianca, tienes que salir de aquí.
—Un momento. Parad los dos. —Miré a uno y a otro, pero no me escuchaban. Se estaban preparando para luchar.
Durante una milésima de segundo no supe qué hacer ni qué pensar, tiempo suficiente para que la vampira se abalanzara sobre nosotros como un tigre. Lucas me apartó de un empujón tan fuerte que me caí y me estampé contra el suelo de hormigón. Detrás de mí oí un chasquido de madera haciéndose pedazos.
Al levantarme del suelo, con las manos doloridas, me horrorizó ver que la vampira había arrojado a Lucas contra la puerta de la estación, reventándola. Pese a su comportamiento y aspecto infantil, obviamente era una vampira poderosa, más poderosa de lo que yo había advertido. Ella y Lucas lucharon cuerpo a cuerpo durante unos segundos, su encarnizado combate iluminado a contraluz por una farola cercana. Entonces, la vampira arrojó a Lucas contra la barandilla y él cayó a las vías.
—¡Lucas! —grité. Él no se levantó y parpadeó como si no pudiera hallar sentido a lo que veía. Claramente, haber atravesado la puerta lo había aturdido.
—No deberían dejarte ir asustando a inocentes muchachitas. —La vampira se tiró de los rizos que se le habían soltado del moño, igual que una niña asustada—. Deberían impedírtelo, o al menos yo debería impedírtelo.
«Está lo bastante asustada para matarlo», advertí. Tenía que ayudar a Lucas, pero ¿cómo? Yo era más fuerte que cualquier ser humano, pero ni por asomo tan fuerte como un vampiro completo, por muy infantil que pudiera parecer. Entonces reparé en que, al romperse, la puerta había dejado el suelo sembrado de fragmentos de madera, uno de los cuales tenía el tamaño y la forma ideal para utilizarlo como estaca.
Un vampiro no muere definitivamente cuando le clavan una estaca. Si la estaca le atraviesa el corazón, se desploma como si estuviera muerto, pero, si luego se la arrancan, es como si nada hubiera ocurrido. Así que debería haber clavado la estaca a la vampira por la espalda sin vacilar.
Pero clavar una estaca a aquella pobre chica… no podía hacerlo.
Cogí un pedazo de madera mucho más grande, de unos cincuenta centímetros de ancho y algo más de un metro de largo, y me puse a andar muy despacio, primero un pie y luego el otro.
—No deberías haberme seguido. —Ella se inclinó sobre Lucas, con todos los músculos de su flaco cuerpo tensados y las manos curvadas de tal forma que sus uñas parecían garras—. Lo lamentarás.
Con todas mis fuerzas, le di con la tabla en la cabeza. Ella salió despedida y cayó a unos metros de nosotros —yo me había hecho más fuerte de lo que pensaba— rodando por el suelo. Antes de que dejara de rodar, solté la tabla y cogí a Lucas de la mano.
—¿Puedes correr?
—Ahora te lo digo —dijo resollando y levantándose con dificultad.
Tiré de él hacia la plaza mayor, pensando que tendríamos más probabilidades de dar esquinazo a la vampira entre el gentío. Pero Lucas tiró de mí en la dirección contraria, llevándome hacia la tranquila zona residencial cercana.
—Por aquí no hay nadie. ¡Estaremos completamente solos!
—¡Eso significa que nadie más saldrá herido!
—Pero…
—Te tengo a ti, Bianca. Confía en mí.
Corrimos por una callejuela bordeada de grandes casas unifamiliares. Había cómodos monovolúmenes y coches todoterreno aparcados en todos los caminos y las ventanas de las fachadas resplandecían y parpadeaban debido a las luces de los televisores. A cada paso que daba, quería gritar pidiendo socorro, pero sabía que hacerlo solo pondría en peligro a las personas que habitaban aquellas casas. Si salían a ver qué pasaba, había muchas probabilidades de que se vieran atrapadas en un peligroso combate que ahora parecía inevitable. Lucas y yo estábamos solos.
—¡Él no es quien tú crees! —gritó una vocecilla vacilante, demasiado cerca de nosotros—. ¡Es un cruz negra! ¡Tienes que escapar!
«Oh, mierda —pensé—. Nos está siguiendo para salvarme».
—¡Lucas, no tenemos que hacer esto! —Yo apenas podía respirar. Los dos podíamos correr a una velocidad casi sobrenatural, y resistíamos más que la mayoría de los humanos, pero la vampira era más rápida—. ¡Solo déjame hablar con ella!
—¡Hablar no va a detenerla!
Lucas seguía dando por sentado que todos los vampiros eran peligrosos, aunque, en aquel caso, podía estar en lo cierto. La vampira era poderosa; peor aún, estaba asustada. Las personas podían hacer cosas terribles cuando estaban asustadas. Si hacía daño a Lucas para salvarme a mí, yo sabía que jamás me lo perdonaría.
Doblamos una esquina, Lucas se desvió bruscamente a la derecha y yo imaginé que estaba intentando dar esquinazo a la vampira, pero no lo logró; sus pasos resonaron cada vez más próximos en la acera detrás de nosotros. Yo tenía la espalda empapada de sudor.
—Voy a quitártela de encima. —Lucas me apretó aún más la mano—. Cuando cuente hasta tres, vas a esconderte detrás del coche más próximo, ¿entendido?
—Lucas, ¡no voy a dejarte solo!
—Puedo conseguir ayuda. No quiero que corras peligro. Una, dos…
No tuve tiempo para discutir. Lucas giró el brazo, soltándome y lanzándome hacia un lado de la calle; yo fui a ponerme a cubierto. Resbalando al suelo, me arañé las palmas de las manos y las rodillas, pero conseguí rodar hasta un camión y agazaparme detrás de las ruedas.
Durante unos segundos, solo hubo silencio. «Conseguir ayuda», recordé haber oído decir a Lucas. La Cruz Negra había salido de caza. Eso significaba que no estaba solo. Sin mí, tenía una posibilidad. Comencé a calmarme y a consolarme con la idea de que no corría peligro, hasta que la vampira también se escondió detrás del camión.
Tal vez debería haber avisado a Lucas, pero no quise delatarla.
Ella no me atacó; sabía que no lo haría. En cambio, me tendió la mano, con sus sucias uñas rotas.
—Tenemos que irnos —dijo—. No sabes lo que es.
—Sé que es un miembro de la Cruz Negra. No me hará daño, pero va a volver con más. ¡Vete!
Ella negó con la cabeza horrorizada.
—Estás loca. Es el enemigo.
—¡Estoy bien! —insistí—. ¡Eres tú quien corre peligro!
Ella dejó caer la mano y me miró, ladeando la cabeza. En aquella postura, parecía un juguete roto y tuve la rara pero innegable sensación de haber herido sus sentimientos. Tras unos segundos que se hicieron eternos, ella se levantó de un salto y echó a correr, desapareciendo tan deprisa que no oí ni un solo paso.
En cuanto estuve segura de que se había ido, grité:
—¿Lucas? —No obtuve respuesta—. ¿Lucas?
Oí pasos al final de la calle. Levantándome, vi a Lucas corriendo hacia mí. Me hizo una seña para que volviera a esconderme, pero yo hice caso omiso.
—Se ha ido —prometí—. Estamos a salvo, ¿de acuerdo?
Lucas dejó de correr, dio un par de pasos y se inclinó hacia delante, apoyando las manos en las rodillas. Yo misma me sentía aún débil, y eso que había dispuesto de un minuto o dos más para recobrar el aliento.
—¿Estás segura?
—Sí. ¿Estás bien?
—Sí, si tú lo estás. —Lucas volvió a enderezarse y se echó el pelo sudado hacia atrás con el dorso de la mano—. Dios mío, Bianca, si te hubiera atacado…
—No era peligrosa. No, hasta que se ha asustado.
—¿Qué? ¿Estás segura?
—Sí. —De pronto caí en la cuenta: por primera vez en más de seis meses, Lucas y yo estábamos juntos y solos. Lo abracé y él me estrechó con tanta fuerza que casi me deja sin aliento.
—Cuánto te he añorado —susurré con la cara enterrada en su pelo—. Te he añorado muchísimo.
—Yo también. —Se rió bajito—. Casi no me puedo creer que esto sea real.
—Yo te convenceré. —Le cogí la cara entre las manos y nos acercamos para besarnos… hasta que unos faros nos alumbraron, haciéndonos dar un respingo a los dos.
La furgoneta vino hacia nosotros a toda velocidad, deteniéndose con un chirrido de frenos a solo unos palmos de distancia. Deslumbrada, apenas pude distinguir las personas apiñadas en su interior.
Lucas gruñó.
—Oh, no. —Cuando se abrió una puerta de la furgoneta, gritó—: ¡La crisis ya ha pasado! ¡Habéis tardado demasiado, chicos!
—Solo hace cinco minutos que hemos recibido tu aviso. —La mujer que se bajó de la furgoneta me resultó familiar. Incluso antes de verle las facciones, supe que era Kate, la madre de Lucas.
Luego se abrió la puerta del copiloto y apareció una chica negra alta y fornida con el pelo trenzado. Intenté recordar su nombre: Dana. Cuando la miramos, su expresión preocupada se transformó en una ancha sonrisa.
—Mirad a quiénes tenemos aquí. —Se apoyó en la capota y nos señaló con una ballesta que, al parecer, ya no tenía intención de utilizar—. Lucas, ¿no te ha dicho nadie que el número de emergencia no es para avisarnos de tus encuentros amorosos?
Kate se cruzó de brazos.
—Ahora veo por qué insististe en venir de cacería a Amherst.
—Está bien, me habéis pillado —dijo alegremente Lucas, negándose a dejarse intimidar—. ¿Podemos llevar a Bianca a un lugar seguro? Esa vampira acaba de darle un susto de muerte.
—Eso ya lo veo —dijo Kate en un tono más amable. Yo le caía bien, sobre todo porque creía que había salvado la vida a Lucas en una ocasión. La gente de la furgoneta me saludó con la cabeza, dándome la bienvenida—. Anda, ven a limpiarte. No te preocupes; ahora estás a salvo.
¿A salvo con la Cruz Negra? Lo estaría siempre que no descubrieran que yo era «el enemigo». Pensar que estaba a merced de una banda de cazadores de vampiros me heló la sangre. Habían sido amables conmigo en nuestro último encuentro, pero ese último encuentro casi había acabado en catástrofe. Esta vez, si averiguaban la verdad, podía ser mucho peor.
Lucas y yo nos miramos, y supe que él comprendía cómo me sentía. Pero no me quedó más remedio que sonreír, darles las gracias y subirme a la furgoneta.