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El primer día de clase, poco después de despuntar el alba, comenzó la procesión.

Los primeros alumnos llegaron a pie. Salieron del bosque, vestidos con sencillez, la mayoría llevando únicamente una bolsa en bandolera. Creo que algunos de ellos se habían pasado toda la noche caminando. Miraban ávidamente el internado a medida que se acercaban, como si esperaran obtener de inmediato las respuestas que buscaban. Incluso antes de ver el primer rostro familiar —Ranulf, que tenía más de mil años y no comprendía la época moderna en lo más mínimo—, supe quiénes eran los alumnos de aquel grupo. Eran los vampiros desorientados, los más viejos de todos. No daban problemas a nadie; se quedaban en un segundo plano estudiando, escuchando, intentando compensar los siglos perdidos.

Lucas se había mezclado con ellos el curso anterior. Recordé cómo había emergido de la niebla con su largo abrigo negro. Aunque sabía que era imposible, no dejaba de escrutar los rostros de todos los alumnos que iban llegando, deseando poder ver otra vez su cara.

A la hora del desayuno empezaron a llegar los coches. Yo estaba en el pasillo de la zona de aulas, dos plantas por encima, de manera que podía ver los adornos de los capós: Jaguar, Lexus, Bentley. Había pequeños deportivos italianos y vehículos todoterreno lo bastante grandes como para que los deportivos aparcaran en su interior. Supe que aquellos eran los alumnos humanos porque ninguno venía solo. Casi todos venían acompañados de sus padres y de unos cuantos hermanos menores. Hasta reconocí a Clementine Nichols, que llevaba los cabellos castaños recogidos en una coleta y tenía pecas en la nariz. Para mi sorpresa, la señora Bethany recibió a la mayoría en el patio, alargando la mano con la elegancia de una reina que recibe a sus cortesanos. Parecía querer hablar con los padres y les sonreía afectuosamente como si se estuvieran haciendo amigos para siempre. Yo sabía que estaba fingiendo, pero tenía que admitir que era buena. En lo que respectaba a los alumnos humanos, cuanto más rato se pasaban en el patio mirando las imponentes torres de piedra de la Academia Medianoche, más se les borraba la sonrisa.

—Estás aquí.

Al volverme vi a mi padre, que había logrado levantarse temprano para la ocasión. Llevaba traje y corbata, como correspondía a un profesor, si bien sus rebeldes cabellos pelirrojos reflejaban más su auténtica personalidad.

—Sí —dije sonriéndole—. Solo quería ver qué pasaba, supongo.

—¿Buscando a tus amigos? —Los ojos le brillaron cuando se situó junto a mí y miró por la ventana—. ¿O viendo qué tal están los chicos nuevos?

—¡Papá!

—Vale, vale. Lo retiro. —Alzó las manos—. Pareces un poco más contenta que el año pasado.

—Lo contrario sería casi imposible, ¿no?

—Supongo que tienes razón —dijo mi padre, y nos reímos los dos. El año anterior, yo había sido tan antiMedianoche que había intentado fugarme el día que llegaban los alumnos. Parecía que hubiera pasado una eternidad desde entonces—. Oye, si quieres desayunar, creo que tu madre tiene la plancha caliente para hacer gofres.

Aunque mis padres solían alimentarse únicamente de la sangre que el internado suministraba de forma clandestina, siempre se aseguraban de que yo consumiera los alimentos que todavía necesitaba.

—Subo enseguida, ¿vale?

—Vale. —Me tocó el hombro antes de darse la vuelta para marcharse.

Yo eché un último vistazo al patio. Aún quedaban unas cuantas familias despidiéndose o arrastrando maletas, pero ya había empezado a llegar la tercera y última tanda de alumnos.

Todos venían solos en coches de alquiler. Había un par de taxis, pero casi todos los vehículos eran sedanes o limusinas alquilados. Cuando los alumnos se bajaban de ellos, con el lustroso pelo peinado hacia atrás, ya llevaban puestos sus uniformes hechos a medida. Ninguno traía equipaje. Aquellos eran los alumnos que habían enviado sus muchas pertenencias por anticipado en las cajas y baúles que habían ido llegando a Medianoche en las dos últimas semanas. Para mi disgusto, vi a Courtney, una de las personas que peor me caía, saludando desenvueltamente a algunas de las otras chicas. Era una de las muchas que llevaban gafas de sol. Eso significaba que la luz del sol les molestaba, lo cual significaba a su vez que llevaban un tiempo sin alimentarse a base de sangre. Debían de estar haciendo régimen para parecer más delgadas y feroces.

Aquellos eran los vampiros que necesitaban ayuda para desenvolverse en pleno siglo XXI, si bien todavía no habían perdido el tren de los tiempos. Eran los vampiros que aún conservaban su poder, y no pensaban permitir que nadie del internado lo olvidara. Siempre pensaba en ellos de la misma forma.

Eran el «prototipo Medianoche».

Cuando bajé después de terminarme los gofres, el vestíbulo estaba atestado de alumnos riéndose y charlando. Durante unos minutos, recibí empujones por todos lados, sintiéndome insignificante, hasta que oí una voz gritando entre el barullo:

—¡Bianca!

—¡Balthazar!

Sonreí y alcé la mano, saludándolo con entusiasmo. Era un chico grande, tan alto y musculoso que podría haber parecido intimidante cuando se abrió paso entre el gentío en mi dirección de no ser por su mirada bondadosa y su afable sonrisa.

Me puse de puntillas y lo abracé.

—¿Qué tal el verano?

—Genial. He estado haciendo el turno de noche en un muelle de Baltimore. —Lo dijo con el mismo entusiasmo con que cualquier otro describiría unas vacaciones de ensueño en Cancún—. Los estibadores y yo nos hemos hecho amigos, hemos ido a un montón de bares. He aprendido a jugar al billar. También he vuelto a fumar.

—Supongo que tus pulmones podrán soportarlo. —Nos sonreímos con complicidad, no pudiendo terminar la broma mientras los alumnos humanos siguieran a nuestro alrededor—. ¿Necesitas ayuda con la redacción?

—Ya está hecha y en la mesa de la señora Bethany. —Todos los vampiros tenían que pasarse los meses de verano «inmersos en el mundo moderno», como indicaba la redacción, y debían presentar un informe de sus experiencias al inicio de cada curso. Era lo mismo que la dichosa redacción sobre «Qué he hecho durante las vacaciones de verano»—. ¿Está Patrice?

—Estará una temporada en Escandinavia. —Yo había recibido una postal de los fiordos hacía un mes—. Dice que terminará los estudios dentro de un año o dos. Me parece que ha conocido a un tío.

—Qué lástima —dijo Balthazar—. Tenía ganas de ver unas cuantas caras conocidas más… excepto la que se está acercando rápidamente por babor.

—¿Qué quieres decir? —Intentaba determinar dónde quedaba babor, cuando oí su voz atravesando los murmullos como una uña arañando una pizarra.

—Balthazar. —Courtney alargó la mano hacia él, como si esperara que fuera a besársela. Balthazar se la estrechó y la soltó. No abandonó la sonrisa de sus labios pintados—. ¿Has tenido un buen verano? Yo he estado en Miami saliendo de noche. Ha sido alucinante. Hay que ir con alguien que se conozca los sitios que molan.

—Estoy sorprendida de verte —dije. «Sorprendida» me pareció un modo más fino de expresarlo que «decepcionada»—. El curso pasado no pareciste disfrutarlo mucho.

Ella se encogió de hombros.

—Me planteé dejarlo. Pero la primera noche que salí por Miami me di cuenta de que llevaba un vestido de la temporada pasada. Y mis zapatos eran de hace tres años. ¡Qué metedura de pata! Resultaba evidente que necesitaba seguir poniéndome al día, así que pensé que podría aguantar unos cuantos meses más en Medianoche. —Sus ojos se clavaron de nuevo en Balthazar—. Además, para mí siempre es un placer pasar más tiempo con mis viejos amigos.

—Si quisiera saber de moda —dije—, no vendría a un sitio donde todo el mundo lleva uniforme.

Balthazar hizo un gesto nervioso con la boca. Courtney entornó los ojos, pero la sonrisa solo se le ensanchó cuando echó un vistazo a mi holgada sudadera y mi falda plisada.

—Y tú nunca has tenido ningún interés en saber de moda. Eso salta a la vista. —Dio una palmadita en el hombro a Balthazar—. Hablamos luego. —Se marchó sin prisas, con la coleta balanceándose de un lado a otro.

—Me había propuesto llevarme mejor con ella este año —murmuré—. Supongo que no he cambiado tanto como creía.

—No intentes cambiar. Eres maravillosa tal como eres.

Aparté tímidamente la mirada. Una parte de mí pensó: «Oh, no, ahora tendré que volver a defraudarlo». La otra parte no pudo evitar sentirse halagada por lo que había dicho. Me había sentido muy sola durante todo el verano —sin Lucas, sin nadie—, y saber que allí mismo había alguien que me apreciaba fue como si me hubieran dado una manta para abrigarme después de meses de frío.

Antes de tener tiempo de responder, se hizo silencio. Todos nos volvimos instintivamente hacia el podio colocado al fondo del gran vestíbulo. La señora Bethany estaba a punto de hablar.

Vestía un ceñido traje gris, de un estilo más actual que el que solía llevar, que resaltaba su austera belleza.

Llevaba el cabello elegantemente recogido en un moño y pendientes de perlas negras en las orejas. En vez de mirar a los alumnos, sus ojos oscuros miraban ligeramente por encima de nosotros, como si apenas fuéramos visibles para ella.

—Bienvenidos a Medianoche. —Su voz resonó en el gran vestíbulo. Todo el mundo se puso firmes—. Algunos de ustedes ya han estado aquí antes. Otros habrán oído hablar de la Academia Medianoche durante años, y se habrán preguntado si alguna vez entrarían en nuestra escuela.

Aquel era el mismo discurso que había dado el curso anterior, pero esta vez lo oí desde otra perspectiva. Oí las mentiras que escondía cada frase cuidadosamente construida, cómo se estaba dirigiendo veladamente a los vampiros que ya llevaban entre veinte y doscientos años en el internado.

Como si me hubiera leído el pensamiento, la señora Bethany me miró atravesando la multitud con su mirada de halcón. Yo me puse tensa, esperando que me acusara de haber allanado su casa mientras estaba fuera de viaje.

Pero ella hizo algo que fue incluso más sorprendente. Se salió del guión.

—La Academia Medianoche significa una cosa distinta para cada uno de los alumnos que vienen aquí —comenzó a decir—. No solo es un centro de aprendizaje, sino también un refugio para muchos.

«Solo si eres una criatura de la noche que se alimenta de sangre —pensé—. En todos los demás casos, de refugio, nada».

Con una mano, la señora Bethany señaló a algunos de los alumnos nuevos, las largas uñas rojas centelleándole la luz que se colaba por las vidrieras. Para mi sorpresa, estaba señalando a los alumnos humanos, aunque naturalmente ellos no podían comprender por qué.

—Para aprovechar al máximo su estancia en Medianoche, necesitan conocer qué significa esta escuela para sus compañeros. Por eso insto a los que tienen más experiencia a que se relacionen con nuestros nuevos alumnos. A tomarlos bajo su protección. A conocer su vida, sus intereses y su pasado. Solo así la Academia Medianoche puede alcanzar sus verdaderos objetivos.

Unos cuantos aplaudieron con inseguridad: humanos que aún andaban despistados.

—Eso sí que es extraño —murmuró Balthazar aprovechando el ruido de los aplausos—. Si no la conociera mejor, diría que la señora Bethany acaba de pedirnos que seamos amables con los recién llegados.

Asentí. Tenía la mente disparada. ¿Por qué quería la señora Bethany que los vampiros estrecharan lazos con los alumnos humanos? Si no quería que ningún humano sufriera ningún daño, y yo seguía pensando que eso era lo que quería, ¿qué era lo que pretendía realmente?

—Las clases empiezan mañana. —La señora Bethany había recobrado su habitual sonrisa de superioridad—. Tómense el día de hoy para conocer a sus compañeros, sobre todo a los que acaban de llegar. Nos alegramos de tenerles aquí a todos, y esperamos que aprovechen al máximo su estancia en Medianoche.

—¿Crees que se ha vuelto blanda? —Balthazar se volvió hacia mí cuando el gentío comenzó a dispersarse.

—¿La señora Bethany? Imposible.

Por un momento me planteé preguntarle qué opinaba del misterio que rodeaba a la selección de los alumnos. Era inteligente y, aunque respetaba a la señora Bethany, no se creía sus palabras a pie juntillas. Además, llevaba alrededor de tres siglos en el mundo; probablemente tendría suficiente perspectiva para considerar mi pregunta desde otro punto de vista, y a lo mejor se le ocurría una nueva repuesta. No obstante, también podía tener suficiente picardía para saber que yo se lo estaba preguntando por mi relación con Lucas, algo que no le gustaba que le recordaran.

Justo entonces, Balthazar sonrió y saludó a otra persona, imposible saber a quién entre tanta gente, sobre todo porque él se llevaba bien con casi todo el mundo.

—Nos vemos luego, ¿vale? —le grité mientras se alejaba.

—Por supuesto.

Por un momento me sentí sola sin él. Estaba rodeada de vampiras —de carne y hueso, poderosos, sensuales y fuertes, con siglos de experiencia tras sus hermosos rostros jóvenes—. No había completado aún mi transformación en vampiro, así que la distancia que nos separaba no se había reducido mucho durante mi primer año en Medianoche. A su lado, seguía siendo pequeña, ingenua y torpe.

Razón de más para subir a los dormitorios sin demora, decidí. Aquel curso tendría otra compañera de habitación y me moría de ganas de saludarla.

Cuando entré en mi habitación, Raquel suspiró.

—Bienvenida… al infierno.

Estaba estirada en el colchón de su cama cuan larga era con los brazos abiertos. Su bolsa de lona estaba arrugada en un rincón, como si la hubieran desinflado, y su ropa y material de arte estaban esparcidos por el suelo. Parecía que hubiera volcado la bolsa y se hubiera cansado de deshacer su equipaje.

—Yo también me alegro de verte. —Me senté en el borde de la cama—. Creía que al menos te alegrarías de que este curso fuéramos compañeras de habitación.

—Créeme, tú eres la única razón de que pueda soportar la idea de volver a estar aquí. ¿Han sobornado tus padres a la señora Bethany o algo así? En ese caso, les debo una.

—No, solo ha sido suerte. —Aquello era una mentira. Mis padres no habían pedido ningún favor a la señora Bethany, pero, al parecer, aquel curso habían admitido a un número impar de humanos y vampiros, tanto chicos como chicas. Como yo aún comía alimentos normales más de lo que bebía sangre, me habían considerado el vampiro con más probabilidades de ocultar la verdad a un humano cuando cenáramos en nuestras habitaciones, como hacíamos todos en Medianoche.

Que me tocara a Raquel, no obstante, eso sí había sido un golpe de suerte. Eso y el hecho de que casi todas las otras chicas humanas que habían estudiado en Medianoche el año anterior se hubieran asegurado de hacer el curso siguiente en otro sitio.

—Y dime —dije intentando mantener un tono de voz alegre—, a parte de para disfrutar de mi fascinante compañía, ¿por qué has vuelto? Sé que no era lo que tenías pensado.

—No te ofendas, pero ni tu fascinante compañía bastó para hacerme cambiar de opinión. —Raquel se puso boca abajo, quedando así las dos cara a cara. Llevaba el pelo oscuro incluso más corto que el año anterior; al menos, había ido al barbero para hacerse un corte decente, aunque un poco punk—. Dije a mis padres que quería probar en algún otro sitio. Vivir tal vez con mis abuelos en Houston, estudiar allí. Ellos no quisieron saber nada. Medianoche es «privado» y «exclusivo», y eso debería bastarme, dijeron.

—Incluso después de saber… lo de Erich…

Raquel puso cara de asco.

—Dijeron que probablemente solo estaba intentando coquetear conmigo. Dijeron que yo era demasiado distante con los chicos y que tenía que aprender a «dejarme querer».

Me quedé mirándola horrorizada. Erich no había sido un mero pretendiente demasiado entusiasta. Había sido un vampiro resuelto a acecharla y matarla. Raquel no sabía eso, claro está, pero había comprendido que era peligroso. Si yo hubiera explicado a mis padres que alguien me había asustado la mitad de lo que Erich la había asustado a ella, mi padre me habría abrazado hasta que yo hubiera vuelto a sentirme segura y mi madre probablemente se habría enfrentado con cualquiera que hubiera osado asustar a su niñita armada con un bate de béisbol. Los padres de Raquel se habían reído de ella y habían vuelto a mandarla a un lugar que ella detestaba profundamente.

—Lo siento —dije.

Raquel se encogió de hombros.

—Debería haber sabido que no me harían caso. Nunca me lo hacen. Incluso cuando…

—¿Cuando qué?

En lugar de responder, se sentó en la cama y señaló acusadoramente la pared que había detrás de mí.

—Ya veo que te has traído el Klimt.

Había colgado el póster sobre mi cama. El beso era tan importante para mí que había olvidado que Raquel no lo había visto nunca.

—¿Qué? ¿No te gusta?

—Bianca, ese cuadro está por todas partes. Lo puedes encontrar hasta en imanes para la nevera, en tazas de café y ese tipo de cosas.

—Me da igual. —Quizá sea absurdo que algo te guste solo porque le gusta a todo el mundo, pero, en mi opinión, es incluso más absurdo que algo no te guste solo porque le gusta a todo el mundo—. Es bonito y es una de mis cosas favoritas, y está en mi mitad de la habitación. Para que te enteres.

—A lo mejor pinto de negro mi parte de habitación —me amenazó Raquel.

—No estaría nada mal. —De pronto me imaginé pegando estrellas fosforescentes en las paredes y el techo, como las que había tenido en mi habitación cuando era pequeña—. De hecho, me parece una idea genial. Es una lástima que la señora Bethany no nos vaya a dejar.

—¿Quién dice que pondrá pegas? Han hecho cuanto estaba en sus manos para conseguir que este sitio sea lo más terrorífico posible. ¿Por qué no pintarlo todo de negro?

Me imaginé las torres de piedra pintadas de negro, prácticamente lo único que le faltaba al internado para ser clavadito al castillo de Drácula.

—Hasta los baños. Hasta las gárgolas. No pensaba que pudiéramos convertir Medianoche en un sitio aún más tétrico, pero podríamos, ¿no?

—Seguiría siendo mejor que estar en casa. —Los ojos de Raquel adquirieron una expresión extraña mientras decía aquello, tan hastiada que, por un momento, pareció más vieja de espíritu que los vampiros que nos habían rodeado en la reunión de bienvenida.

Quise preguntarle más cosas sobre lo que le había sucedido con sus padres, pero no supe cómo. Mientras intentaba encontrar las palabras, ella dijo enérgicamente:

—Anda, ayúdame a guardar toda esta mierda.

—¿Qué mierda?

—Mis cosas.

—Oh —dije mientras nos levantábamos y nos dirigíamos hacia las cajas y la bolsa de lona dejadas en un rincón—. Esa mierda.

Después de hacer su cama y guardar sus pocas pertenencias, Raquel quiso echarse una siesta. Sus padres no eran ricos, a diferencia de la mayoría de las familias de los alumnos humanos de Medianoche; en vez de venir hasta la misma puerta en un sedán de lujo, había tenido que coger un autobús en Boston antes de que amaneciera, hacer dos trasbordos y esperar un taxi para que la trajera a Medianoche. Estaba tan agotada que antes de que tuviera tiempo siquiera de ponerme los zapatos para salir afuera ya se había dormido.

«Raquel tiene una beca —pensé—, lo cual significa que la señora Bethany es quien está pagando para que estudie aquí. ¿Por qué iba a hacer una cosa así?

»Todos los alumnos humanos están aquí por un motivo y Raquel es la prueba de que no es por el dinero. Pero ¿qué es? ¿Es de algún modo Raquel incluso más importante que el resto?».

Más preguntas, y ninguna respuesta.

Me fui a dar un paseo por los jardines para ver cuánto había cambiado el internado, ahora que ya habían llegado todos los alumnos. Los humanos estaban conversando con entusiasmo, haciéndose amigos, mientras los vampiros los observaban, lánguidos y desdeñosos.

Me rugió el estómago, ya casi era la hora de comer. Esperé ser el único vampiro que estuviera pensando en comida mientras observábamos a los humanos, pero probablemente no lo era.

—¡Hola, Binks!

Nadie me había llamado «Binks» en mi vida, pero supe quién era incluso antes de reconocer la voz.

—¡Vic!

Vic venía hacia mí dando grandes zancadas y sonriendo de oreja a oreja. Como de costumbre, había hecho unos cuantos cambios al uniforme de Medianoche; en vez de los colores del internado, lucía un dibujo pintado a mano de una bailarina hawaiana en la corbata y llevaba puesta su querida gorra de los Phillies. Nos abrazamos riéndonos, y él me hizo girar por los aires.

Cuando volvió a dejarme en el suelo, yo estaba mareada pero seguía sonriendo.

—¿Qué tal tus vacaciones? Recibí tus fotos de Buenos Aires, pero después no he sabido nada más de ti.

—Me lo pasé en grande en la playa, pero después me pusieron a trabajar. Woodson Enterprises contrata aprendices durante el verano, y a mi padre le dio porque tenía que aprender cómo funcionaba el negocio familiar. Pero haciendo de aprendiz no aprendes nada del negocio. Aprendes cómo le gusta el café a la gente. Me he pasado todo el verano intentando acordarme de quién quería té con leche de soja. Patético. Y tú, ¿qué has hecho?

—El Cuatro de Julio fuimos a Washington D. C. Básicamente, mi madre nos arrastró a ver monumentos y todo eso. Pero el Museo de Historia Natural estuvo bastante bien: tenían unos meteoritos que se podían tocar…

Vic acercó disimuladamente la mano hacia el bolsillo de mi falda, y yo fingí no ver el sobre que llevaba. El corazón se me aceleró.

—Bueno, fue divertido. Al menos, he conseguido pasar una semana de verano fuera de aquí, porque, por muy aburrido que sea durante el curso, es mucho peor cuando no hay nadie. —Yo estaba parloteando sin prestar atención a lo que decía—. He pasado algunos fines de semana en Riverton, pero eso es todo… Hum, sí…

—Hablamos luego. —Obviamente, Vic comprendía que en aquel momento yo no pudiera pensar en nada que no fuera el sobre que acababa de meterme en el bolsillo—. ¿Quieres que nos veamos después de cenar? Puedes conocer a mi nuevo compañero de habitación. Parece bastante guay.

—Sí, claro. —Yo habría dicho que sí aunque Vic me hubiera sugerido raparnos la cabeza. La adrenalina me corría por las venas—. ¿Quedamos aquí mismo?

—Hecho.

Sin decir nada más, eché a correr, dirigiéndome al cenador de hierro colado situado al final de los jardines. Por suerte, allí no había ningún alumno todavía, lo cual significaba que lo tenía para mí sola.

Subí las escaleras y me arrellané en uno de los bancos. El tupido manto de hiedra que cubría el techo me protegió de la luz del sol mientras metía la mano en el bolsillo y sacaba lo que Vic había dejado allí: un sobrecito que solo llevaba escrito mi nombre.

Por un segundo, no pude abrirlo. Solo pude mirar la letra que tan bien recordaba. La carta me había sido enviada a través de Vic por su compañero de habitación del curso anterior…

Lucas.