Treinta días más tarde, Burton, Frigate, Ruach y Kazz regresaban de un viaje río arriba. Era justo antes del amanecer. Las frías y densas nieblas que se amontonaban hasta casi dos metros por encima del Río, al final de la noche, giraban a su alrededor. No podían ver en ninguna dirección más allá de lo que podía llegar un hombre fuerte con un buen salto. Pero Burton, de pie en la proa del bote de casco de bambú y un solo palo, sabía que estaban cerca de la orilla Oeste. Se hallaban junto al lugar en el que había poca profundidad y la corriente avanzaba más lenta, y ya habían virado hacia babor desde el centro del río. Si sus cálculos eran correctos, debían de estar cerca de las ruinas del palacio de Goering. En cualquier momento esperaban ver una cinta de oscuridad más densa apareciendo entre las aguas oscuras, la orilla de aquel territorio que ahora llamaban hogar. El hogar, para Burton, siempre había sido un lugar desde el que partir más allá, un sitio en el que descansar, una fortaleza temporal en la que escribir un libro acerca de su última expedición, un refugio en el que sanar sus últimas heridas, una torre de vigilancia desde la que buscar nuevos territorios que explorar.
Así que, tan solo dos semanas después de la muerte de Spruce, Burton ya sentía la necesidad de ir a otro lugar que no fuera aquél en el que se hallaba. Había oído rumores acerca de que se había descubierto cobre en la costa oeste, unos ciento cincuenta kilómetros Río arriba. Era en una extensión de la costa de no más de veinte kilómetros, habitada por sármatas del Siglo V antes de Jesucristo y frisones del Siglo XIII.
Burton no creía realmente que la historia fuera cierta… pero le daba una excusa para viajar. Ignorando las súplicas de Alice para que la llevase consigo, partió.
Un mes más tarde, y tras algunas aventuras, no todas ellas desagradables, ya casi estaban en casa. La historia no había sido totalmente carente de fundamento. Había cobre, pero en cantidades inapreciables. Así que los cuatro se habían metido en el bote para un fácil viaje a favor de la corriente, y con su vela empujada por el incesante viento. Viajaban durante el día, y atracaban el bote a las horas de comer, allá donde hubiera gente amistosa a la que no le importase que los extraños usasen sus piedras de cilindros. De noche, o bien dormían entre gentes amigas, o, de hallarse en aguas hostiles, seguían navegando en la oscuridad.
La última parte de su viaje fue realizada tras la puesta del sol. Antes de llegar a casa, tenían que pasar por la sección del valle en la que vivían indios mohawks del Siglo XVIII, ansiosos de esclavos, en un lado, y cartagineses del Siglo III antes de Jesucristo, igualmente ambiciosos, en el otro. Habiéndose deslizado a cubierto de la niebla, ya casi estaban en casa.
Bruscamente, Burton dijo:
—Ahí está la orilla. ¡Pete, baja el mástil! ¡Kazz, Lev, remos hacia atrás! ¡Vamos ya!
Unos minutos más tarde habían tocado tierra y sacado totalmente del agua el ligero navío, subiéndolo por la suave pendiente de la costa. Ahora que ya habían salido de la niebla, podían ver cómo el cielo palidecía por encima de las montañas del este.
—¡A esto le llamo yo una buena navegación a ciegas! —exclamó Burton—. Estamos a diez pasos de la piedra de cilindros cercana a las ruinas.
Contempló las chozas de bambú dispersas por la llanura, y los edificios que se divisaban entre las altas hierbas y bajo los gigantescos árboles de las colinas.
No se veía a una sola persona. El valle estaba dormido.
—¿No os parece extraño que no se haya levantado aún nadie? —dijo—, ¿o que no hayamos sido interpelados por los centinelas?
Frigate señaló hacia la torre de vigía situada a su derecha.
Burton maldijo y exclamó:
—¡Por Dios, están dormidos o han desertado de su puesto!
Pero, mientras hablaba, sabía que aquél no era un caso de abandono del deber. Aunque no había dicho nada a los otros, desde el primer momento en que había saltado a tierra había estado seguro de que algo iba muy mal. Comenzó a correr a través de la llanura hacia la cabaña en la que vivía con Alice.
Estaba durmiendo en la cama de bambú y hierba del costado derecho del edificio. Solo se veía su cabeza, pues estaba acurrucada bajo una manta de toallas unidas las unas a las otras mediante cierres magnéticos. Burton apartó la manta, se arrodilló junto a la baja cama, y alzó a Alice hasta sentarla. La cabeza de ésta cayó hacia adelante, y sus brazos colgaron inertes. Pero tenía un color saludable y respiraba normalmente.
Burton pronunció tres veces su nombre. Ella siguió durmiendo. Abofeteó con fuerza sus mejillas; aparecieron rosetones en ellas. Parpadeó, pero siguió durmiendo.
Por aquel entonces, habían aparecido Frigate y Ruach.
—Hemos mirado en algunas de las otras cabañas —dijo Frigate—. Todo el mundo está dormido. He tratado de despertar a un par de personas, pero están totalmente noqueadas. ¿Qué es lo que pasa?
—¿Quién te crees que tiene el poder necesario para hacer esto? —exclamó Burton—. ¡Spruce y su especie, sean quienes sean Ellos!
—¿Por qué? —Frigate parecía asustado.
—¡Me andan buscando! Deben de haber venido entre la niebla, haciendo que de alguna manera toda esta zona quedase dormida.
—Un gas somnífero podría lograr eso con facilidad —explicó Ruach—. Aunque quizá una gente con los poderes de ellos tengan artilugios que ni siquiera podamos imaginar.
—¡Me andaban buscando! —gritó Burton.
—Lo cual quiere decir, si es cierto, que Ellos quizá vuelvan esta noche —dijo Frigate—. Pero ¿por qué iban a andar buscándote Ellos?
Ruach replicó por Burton:
—Porque él, según parece, fue la única persona que se despertó en la fase de prerresurrección. El porqué lo hizo es un misterio, pero es evidente que algo fue mal. Quizás también sea un misterio para Ellos. Me inclino a pensar que Ellos habrán estado discutiendo eso, y finalmente se han decidido a venir aquí. Tal vez para raptar a Burton con motivos de observación… o por algún objetivo más siniestro.
—Posiblemente Ellos deseasen borrar de mi memoria todo lo que había visto en esa cámara de cuerpos flotantes —dijo Burton—. Tal cosa no debe de estar fuera de las capacidades de su ciencia.
—Pero le has contado esa historia a muchos —dijo Frigate—. No pueden seguir a toda esa gente y quitarles el recuerdo de tu relato de sus mentes.
—¿Iba a ser necesario eso? ¿Cuántos se creen lo que les cuento? A veces, incluso yo lo dudo.
—Esta especulación no nos lleva a ningún sitio —intervino Ruach—. ¿Qué hacemos ahora?
—¡Richard! —gritó Alice, y se volvieron, para verla sentada y mirándoles.
Durante algunos minutos, no lograron hacerle comprender lo que había pasado. Finalmente, ella dijo:
—Así que por eso la niebla cubrió también el suelo. Pensé que era extraño, pero naturalmente no tenía forma de saber lo que estaba sucediendo.
—Buscad vuestros cilindros —dijo Burton—. Meted todo lo que queráis llevar en vuestras mochilas. Vamos a marcharnos ahora mismo. Quiero irme antes de que los demás se despierten.
Los ya grandes ojos de Alice se agrandaron aún más.
—¿Adónde vamos?
—A cualquier lugar que no sea éste. No me gusta escapar, pero no puedo plantar cara y luchar con gente como ésa. No, si Ellos saben dónde estoy. No obstante, os diré lo que planeo hacer. Pienso hallar un extremo del Río. Debe tener un inicio y un fin, y debe haber una forma en que un hombre pueda llegar a sus fuentes. Si hay alguna forma en que hacerlo, yo la hallaré… podéis apostar vuestras almas a ello.
»Mientras tanto, Ellos me estarán buscando por cualquier lugar… espero. El hecho de que no me hallasen aquí me hace pensar en que no tienen ningún método para localizar instantáneamente a una persona. Quizá nos hayan marcado como a ganado… —indicó los símbolos invisibles de su frente—. Pero incluso el ganado logra escapar. Y somos ganado con cerebro.
Se volvió hacia los otros.
—Aceptaré gustoso que vengáis conmigo. De hecho, me sentiré muy honrado.
—Iré a buscar a Monat —dijo Kazz—. No le gustaría que lo dejásemos atrás.
Burton hizo una mueca y dijo:
—¡El bueno de Monat! Odio hacerle esto, pero no se puede evitar: no puede venir con nosotros. Es demasiado ostensible. Sus agentes no tendrían problema alguno para localizar a alguien con su aspecto. Lo lamento, pero no puede venir con nosotros.
En los ojos de Kazz aparecieron lágrimas, que luego corrieron por sus prominentes mejillas. Con voz ahogada, dijo:
—Burton-naq, yo tampoco puedo ir. También yo tengo un aspecto diferente.
Burton no vio cómo las lágrimas humedecían sus propios ojos.
—Correremos con ese riesgo. Después de todo, debe de haber bastantes de tu especie por ahí. Al menos hemos visto treinta durante nuestros viajes.
—Pero hasta ahora ninguna hembra, Burton-naq —le replicó tristemente Kazz. Luego sonrió—. Quizá hallemos una cuando vayamos a lo largo del río.
Pero con la misma rapidez perdió su sonrisa:
—No, maldita sea, no voy. No puedo hacer daño a Monat. Los otros piensan que él y yo somos feos y damos miedo. Así que nos hemos convertido en buenos amigos. No es mi naq, pero casi. Me quedo.
Se acercó a Burton, lo asió con un abrazo que hizo que el aliento se le escapase con un fuerte jadeo, lo soltó, estrechó las manos de los otros, haciéndoles dar un respingo, luego dio la vuelta y se marchó.
Ruach, manteniendo en alto su mano paralizada, dijo:
—Vas a un viaje estúpido, Burton. ¿Te das cuenta de que podrías navegar a lo largo de este río durante mil años y aún estar a un millón de kilómetros o más del final? Yo me quedo. Mi gente me necesita. Además, Spruce dejó bien claro que debíamos buscar la perfección espiritual y no luchar con Ellos, que nos han dado una nueva oportunidad.
Los dientes de Burton destellaron blancos en su oscuro rostro. Hizo girar su cilindro como si fuera un arma.
—No pedí ser colocado aquí, como tampoco pedí nacer en la Tierra. ¡No pienso inclinarme ante los decretos de nadie! Pienso hallar el final del Río. ¡Y, si no lo logro, al menos me habré divertido y aprendido mucho en el camino!
Por aquel entonces, la gente comenzaba ya a salir tambaleante de sus chozas, bostezando y frotándose sus pesados ojos. Ruach no les prestó atención; contempló la embarcación mientras alzaba la vela, se ponía contra el viento, e iniciaba su marcha a través del Río, contra la corriente. Burton manejaba el timón; se volvió en una ocasión, e hizo girar el cilindro de forma que el sol se reflejó en él con múltiples destellos.
Ruach pensó que Burton se sentía verdaderamente feliz por haberse visto forzado a tomar aquella decisión. Ahora podría evadirse a las pesadas responsabilidades que surgían de tener que gobernar aquel pequeño estado, y podría hacer lo que quisiese. Podría iniciar la más grande de todas sus aventuras.
—Supongo que será lo mejor —murmuró para sí mismo Ruach—. Un hombre puede hallar la salvación en el camino, si lo desea, tal como la puede hallar si se queda en casa. Depende de él. Mientras tanto, yo, como el personaje de Voltaire… ¿cómo se llamaba…?, las cosas terrenales comienzan a abandonar mi mente… Bueno, como él, seguiré cultivando mi propio pequeño jardín.
Hizo una pausa para mirar con algo de añoranza hacia Burton.
—¿Quién sabe? Quizá algún día se encuentre con Voltaire.
Suspiró y luego sonrió.
—¡Por otra parte, quizá Voltaire venga algún día a verme!