A ambos márgenes de la carretera de amplia curva hay mucha gente. Algunos jeep Patrol con las puertas abiertas disparan música sin cesar. Muchachos con el pelo rubio teñido, con camisetas y gorras americanas, de físico enjuto, se fingen surfistas y en poses estatuarias se pasan, obsesionados por el físico, una cerveza. Un poco más allá, junto a un Maggiolone[7] descapotable, otro grupo, mucho más realista, se está liando un porro.
Más allá, unas personas de cierta edad a la búsqueda de una noche emocionante, se agrupan alrededor de un Jaguar. Junto a ellos, una pareja de amigos contempla divertida aquel absurdo torbellino: motocicletas sobre una sola rueda, motos que zumban veloces, muchachos que pasan de pie sobre los pedales mirando a su alrededor para ver si hay alguien que conocen, saludando a sus amigos…
Babi empieza a subir por la suave pendiente con su Vespa trucada. Una vez en lo alto, se queda sin habla. Cláxones de todo tipo, agudos y graves, suenan como enloquecidos. Al estruendo de los motores responden nuevos rugidos. Luces de faros de diferentes colores iluminan la carretera como si se tratara de una enorme discoteca.
En una pequeña explanada hay un puesto de esos móviles que venden bebidas y bocadillos calientes. Está haciendo su agosto. Babi se detiene delante de él y pone el soporte a la Vespa. La cierra. Una Free sobre una sola rueda le pasa tan cerca que Babi casi pierde el equilibrio. Un muchacho de unos quince años como mucho vuelve a caer sobre la rueda delantera riendo groseramente. Frena derrapando y vuelve a arrancar en sentido inverso. Hace de nuevo el caballito con las piernas fuera de sitio, ligeramente desequilibrado.
Babi mira distraída en derredor. Luego echa de nuevo a andar, tropieza con un tipo con el pelo al rape, una cazadora negra de piel y un pendiente en la oreja derecha. Parece tener una gran prisa.
—Mira por dónde cojones vas, ¿no?
Babi se disculpa. Se vuelve a preguntar qué estará haciendo en aquel sitio. De repente, ve a Gloria, la hija de los Accado. Está allí, sentada en el suelo, sobre una cazadora vaquera. A su lado está Dario, su novio. Babi se acerca a ellos.
—Hola, Gloria.
—Hola, ¿cómo estás?
—Bien.
—¿Conoces a Dario?
—Sí, nos hemos visto ya.
Se intercambian una sonrisa tratando de recordar dónde y cuándo.
—Oye, siento lo que le pasó a tu padre.
—¿Ah, sí? Bueno, a mí me importa un comino. Se lo tiene bien merecido. Así aprende a no meterse donde no le llaman. Siempre tiene que estar en medio, decir lo que piensa. Finalmente se ha topado con uno que lo ha puesto en su sitio.
—Pero ¡es tu padre!
—Sí, pero es también un coñazo.
Dario se ha encendido un cigarrillo.
—Estoy de acuerdo. Es más, dale las gracias a Step de mi parte. ¿Sabes que no me deja subir a su casa? Tengo que esperar siempre abajo, para salir con Gloria. Y no porque tenga ningún interés en verlo. Es una cuestión de principios, ¿no?
Babi se pregunta a qué principios se referirá. Dario le pasa el cigarrillo a Gloria.
—Claro que, si el que le daba el cabezazo era yo, habría visto las estrellas.
Dario suelta una carcajada.
Gloria da una calada, luego mira a Babi sonriendo.
—¿Y qué, estás saliendo con Step?
—¿Yo? ¡Tú estás loca! Bueno, yo me voy, tengo que encontrar a Pallina.
Se aleja. Se ha equivocado. Los dos están locos. Una hija feliz de que a su padre lo hayan vapuleado. Su novio disgustado por no haber podido hacerlo él. Increíble. Sobre una pequeña elevación, detrás de una red agujereada, está Pollo. Está sentado sobre una gruesa moto y charla alegremente con una chica que tiene abrazada entre las piernas. La chica lleva una gorra azul con la visera y la inscripción «NY» delante. El pelo negro recogido en una cola le sale de la gorra entre el cierre y la costura. Viste una cazadora con las mangas blancas plastificadas de típica chica pompón americana. El cinturón doble de Camomilla, un par de mallas azul oscuras y las Superga a juego la hacen parecer un poco más italiana. Esa loca desenfrenada que se ríe y mueve divertida la cabeza besando de vez en cuando a Pollo es Pallina. Babi se acerca. Su amiga la ve.
—¡Eh, hola, qué sorpresa! —Sale a su encuentro y la abraza—. Estoy muy contenta de que hayas venido.
—Yo para nada. Al contrario, ¡quiero irme lo antes posible!
—Por cierto, ¿qué haces aquí? ¿No es una idiotez venir a las carreras?
—De hecho, eres realmente una idiota. ¡Tu madre ha llamado!
—¿No…? ¿Y tú qué le has dicho?
—Que estabas durmiendo.
—¿Y se lo ha creído?
—Sí.
Pallina silba.
—¡Menos mal!
—Sí, pero me ha dicho que mañana por la mañana te viene a recoger pronto, que tienes que ir a hacer los análisis y te saltas la primera hora.
Pallina da un salto de alegría.
—¡Yuhuu! —Su entusiasmo, sin embargo, no dura mucho—. Pero mañana a primera hora tenemos religión, ¿no?
—Sí.
—Qué rabia, ¿no puedo hacer los análisis el viernes que tenemos italiano?
—Bueno, en cualquier caso, pasará a recogerte a las siete, así que trata de volver pronto, ¿eh?
—¡Quédate, venga! —Pallina coge del brazo a Babi y la arrastra hacia donde está Pollo—. ¿A qué hora se acaba esto?
Pollo sonríe a Babi que lo saluda resignada.
—Pronto, como mucho en dos horas se habrá acabado todo. Luego nos vamos a comer una buena pizza, ¿eh?
Pallina mira entusiasmada a su amiga.
—¡Venga, no seas muermo! —dice mientras Pollo sonríe y se enciende un cigarrillo—. Venga, que está también Step, se alegrará de verte.
—¡Sí, pero yo no! Pallina, yo me vuelvo a casa. Trata de volver pronto. ¡No quiero tener problemas con tu madre por tu culpa!
Babi advierte un letrero en el suelo en el borde de la carretera. Es de madera, y en el centro hay una foto de un chico junto a un círculo mitad negro y mitad blanco. El símbolo de la vida. Esa misma vida que el chico en cuestión ha dejado de tener. En él está escrito: «Era rápido y fuerte pero al final el Señor no se comportó con él como un verdadero señor. No quiso concederle el desquite. Sus amigos».
—¡Menudos amigos que sois! ¡Y hasta os da por hacer de poetas! Prefiero estar sola que tener amigos como vosotros que me ayudan a matarme.
—¿Qué coño has venido a hacer aquí si nada te parece bien? —dice Pollo tirando al suelo el cigarrillo.
Luego, su voz.
—Pero ¿es posible que no consigas llevarte bien con nadie? Tienes realmente un carácter asqueroso, ¿eh?
Es Step. Plantado delante de ella con su sonrisa insolente.
—Da la casualidad de que yo me llevo bien con todos. Jamás he tenido una discusión en mi vida, puede que porque siempre he frecuentado un cierto tipo de gente. Sólo hace poco que mis amistades han empeorado, tal vez por culpa de alguien…
Mira alusivamente a Pallina, quien a su vez alza la mirada resoplando.
—Ya lo sé, de todos modos, lo mires como lo mires, es siempre culpa mía.
—¿Acaso no he venido hasta aquí sólo para avisarte?
—Pero bueno, ¿no has venido por mí? —Step se pone delante de ella—. Estoy seguro de que has venido a verme correr… Su cara se acerca demasiado peligrosamente a la de ella. Babi lo esquiva haciéndose a un lado.
—Pero si ni siquiera sabía que estabas aquí.
Enrojece.
—Lo sabías, lo sabías. Te has puesto roja como un pimiento. Ves, no te conviene contar mentiras, no eres capaz.
Babi se calla. Exasperada con aquel maldito rubor y con el corazón que, desobediente, le late con fuerza. Step se acerca a ella lentamente. Su cara se encuentra de nuevo demasiado próxima a la de Babi. Le sonríe.
—No entiendo por qué te preocupas tanto. ¿Tienes miedo de decirlo?
—¿Miedo? ¿Miedo yo? ¿Y de quién? Tú no me das miedo. Sólo me produces risa. ¿Quieres saber algo? Esta noche te he denunciado. —Esta vez es ella la que se acerca a la cara de Step—. ¿Has entendido? He dicho que has sido tú el que le pegó al señor Accado. Ése al que diste un cabezazo. Les he dado tu nombre. Imagínate, pues, el miedo que te tengo…
Pollo baja de la moto y se dirige deprisa hacia Babi.
—Asquerosa…
Step lo detiene.
—Tranquilo, Pollo, tranquilo.
—¿Cómo que tranquilo, Step? ¡Ésa te ha arruinado! Después de todo lo que pasó, otra denuncia y tendrás que pagar por todo el resto. Irás directamente a la cárcel.
Babi se queda estupefacta. Eso no lo sabía. Step calma a su amigo.
—No te preocupes, Pollo. No pasará nada. No iré a la cárcel. Puede que, como mucho, tenga que presentarme ante el juez. —Luego, dirigiéndose a Babi—: Lo que importa es lo que digas en el proceso cuando te llamen para testimoniar en mi contra. Ese día tú no dirás mi nombre. Estoy seguro. Dirás que no he sido yo. Que yo no tengo nada que ver.
Babi lo mira con aire de desafío.
—¿Ah, sí? ¿Estás seguro?
—Por supuesto.
—¿Piensas meterme miedo?
—En absoluto. Ese día, cuando vayamos al juzgado, estarás tan loca por mí que harás lo que sea con tal de salvarme.
Babi se queda en silencio por un instante, acto seguido suelta una carcajada.
—El que está loco eres tú, si te crees eso. Ese día diré tu nombre. Te lo juro.
Step le sonríe imperturbable.
—No jures.
Un silbido prolongado y decidido. Todos se dan la vuelta. Es Siga. En el centro de la carretera hay un hombre bajo de unos treinta y cinco años. Lleva puesta una cazadora negra de piel. Todos lo respetan, en parte porque se rumorea que lleva escondida una pistola en su interior. Levanta los brazos. Es la señal. La primera carrera, la de las camomillas. Step se vuelve hacia Babi.
—¿Quieres venir detrás de mí?
—¿Lo ves como es verdad? Estás loco.
—No, la verdad es otra: tú tienes miedo.
—¡No tengo miedo!
—Entonces pídele prestado el cinturón a Pallina, ¿no?
—Estoy en contra de esas estúpidas carreras.
Una SH azul se para delante de ellos. Es Maddalena. Saluda a Pallina con una sonrisa, luego ve a Babi. Las dos muchachas se miran fríamente. Maddalena se levanta la cazadora.
—¿Me llevas, Step?
Enseña el cinturón de Camomilla.
—Claro, pequeña. Apaga la SH.
Maddalena lanza una mirada de satisfacción a Babi, luego le pasa por delante para aparcar la SH un poco más allá. Step se acerca a Babi.
—Qué lástima, te habrías divertido. A veces el miedo es realmente algo terrible. Te impide disfrutar de los mejores momentos. Si no sabes vencerlo, es como una especie de maldición.
—Ya te he dicho que no tengo miedo. Vete a hacer tu carrera, si eso te divierte tanto.
—¿Me animarás?
—Me voy a casa.
—No puedes, después del silbido nadie se puede mover.
Pallina se acerca a ellos.
—Tiene razón. Venga, Babi. Quédate aquí conmigo. Vemos esta carrera y luego nos vamos las dos juntas.
Babi asiente. Step se le acerca y con un ágil movimiento le quita la bandana que ella lleva en lugar de cinturón. A Babi no le da tiempo a impedirlo.
—Devuélvemela.
Trata de cogerla. Step la tiene en alto con la mano. Entonces Babi intenta golpearle en plena cara, pero Step es más rápido. Le agarra la mano en el aire y se la aprieta con fuerza. Los ojos azules de Babi brillan. Le está haciendo daño. Orgullosa como es, no dice una palabra. Step se da cuenta. Afloja la mano.
—No vuelvas a intentarlo.
Luego la deja marcharse y monta en su moto.
En ese momento llega Maddalena y sube detrás de él. Lo hace al revés, como establece el reglamento, y se ata con su cinturón Camomilla. La moto da un salto hacia delante justo cuando ella está acabando de abrocharse el cinturón en el último agujero. Maddalena lleva las manos hacia atrás y se aferra a su cintura. Las dos muchachas se intercambian una última mirada.
Luego Step hace el caballito, Maddalena cierra los ojos sujetándose aún con más fuerza a él. El cinturón aguanta. Step vuelve sobre las dos ruedas y acelera para llegar al centro de la carretera, listo para la carrera. Levanta el brazo derecho. En su muñeca, llamativa y socarrona, se agita la bandana de Babi.
Repentinamente, tres motos salidas de la nada se colocan en el centro de la carretera. Todas llevan detrás a una chica sentada del revés. Las camomillas miran a su alrededor. Una multitud de chicos y chicas las rodea. Las miran divertidos. Algunas las conocen y las señalan gritando sus nombres. Otros las saludan con la mano tratando de llamar su atención. Pero las camomillas no contestan. Todas tienen los brazos hacia atrás y se aferran al conductor por miedo al arranque. Siga recoge las apuestas. Los señores del Jaguar son los que más dinero se juegan. Uno de ellos lo hace por Step. El otro por uno que está a su lado con la moto de colores. Recoge el dinero y se lo mete en el bolsillo delantero de la cazadora, el abolsado. A continuación levanta el brazo derecho y se lleva el silbato a la boca. Se produce un momento de silencio. Los chicos sobre las motos miran hacia delante, listos para partir. Las camomillas están sentadas detrás, mirando hacia el otro lado. Tienen los ojos cerrados. Todas menos una: Maddalena quiere disfrutar de ese momento. Adora las carreras. Las motos rugen. Tres pies izquierdos empujan hacia abajo el pedal. Con un único ruido entran tres primeras. Preparados. Siga baja el brazo y silba. Las motos arrancan hacia delante, casi de inmediato sobre una sola rueda, veloces y causando un gran estruendo. Las camomillas se sujetan con fuerza a sus hombres. Con la cara vuelta hacia el suelo, ven pasar corriendo bajo ellas la carretera, dura y terrible. Conteniendo el aliento, el corazón a dos mil, el estómago en la garganta. Arrastradas desde detrás a cien, ciento veinte, ciento cuarenta. El primero a la izquierda se adelanta. Baja la rueda delantera, tocando el suelo con un golpe fuerte, empujando sobre los amortiguadores. La horquilla tiembla, pero no sucede nada. El que va a su lado da demasiado gas. La moto se empina, la muchacha, sintiéndose casi en vertical, chilla. El chico, asustado, puede que porque, además, sale con ella, reduce gas y frena. La moto baja delicadamente. Una enorme Kawasaki de casi trescientos kilos planea dulcemente como teledirigida, baja el morro, tocando el suelo, como un pequeño avión sin alas. Step sigue con la carrera, alternando el freno y el acelerador. Su moto, proyectada hacia delante siempre a la misma altura, parece inmóvil, como dirigida por un hilo transparente en la oscuridad de la noche. Vuela, pegado a las estrellas. Maddalena ve pasar la carretera, las bandas blancas casi invisibles se mezclan unas con otras y aquel gris asfalto asemeja a un mar que blando, liso, sin olas, navega en silencio por debajo de ella. Step llega el primero entre los gritos de alegría de sus amigos presentes y la felicidad del señor que ha apostado por él, no tanto por el dinero que ha ganado como por haber vencido al amigo que lo ha llevado a aquel sitio.
Dario, Schello y algún que otro amigo más se precipitan a felicitarlo. Una mano fraterna difícil de reconocer en medio del grupo le ofrece una cerveza todavía fría. Step la coge al vuelo, le da un largo sorbo, luego se la pasa a Maddalena.
—Lo has hecho muy bien, no te has movido ni por un momento. Eres una camomilla perfecta.
Maddalena da un sorbo, después baja de la moto y le sonríe.
—Hay momentos en los que hay que quedarse quietos y otros en los que hace falta saberse mover. Estoy aprendiendo, ¿no?
Step sonríe. Es una tía estupenda, esa muchacha.
—Sí, estás aprendiendo.
La mira alejarse. Está también muy buena. Llega Pollo y salta detrás de él en la moto.
—Venga, coño, vamos a buscar a Siga. ¡A ver cuánto has ganado!
—¡No mucho, era el favorito!
—Coño, has dejado de ser una buena jugada. Deberías perder alguna vez, así aumentarías la cuota. Podrías incluso caerte y así luego nos jugaríamos todo a la última, en la que ganarías. Clásico, ¿no? Como los boxeadores americanos en las películas.
—¡De acuerdo, pero la caída la hago con tu moto!
—¡Eso sí que no! La acabo de arreglar.
—¡Step! ¡Step! —Se da la vuelta. Es Pallina que lo llama desde lo alto del muro que hay junto a la red—. ¡Genial! ¡Eres genial!
Step le sonríe. Luego ve a Babi a su lado. Alza el brazo derecho mostrándole su bandana azul.
—¡Ha sido pura suerte! —grita Babi a lo lejos.
Step mete la primera y, llevando detrás a Pollo, hace una gincana entre la gente y se aleja para retirar las merecidas ganancias.
Maddalena frena delante de Babi y Pallina. Lleva a una chica rubia un poco regordeta detrás, sobre su SH. Su amiga tiene los pies sobre los pedales y apenas si se apoya sobre el sillín, pero, de todos modos, la rueda posterior está prácticamente clavada en el suelo. Maddalena mastica una Virgosol con la boca abierta.
—No es sólo suerte. Es sobre todo valor, huevos. ¿Se puede saber qué hacen dos cobardes como vosotras en un sitio como éste?
La tipa rechoncha que va detrás sonríe.
—Ya, sobre todo, ¿cómo es que vais sin uniforme? ¿No sois dos de esas idiotas del Falconieri? O, mejor dicho, dos de esas furcias… ¿No es así como os llaman? ¡Dicen que sois todas unas putas!
Pallina se ajusta la gorra.
—¡Oye, gordita! ¿Qué pasa, tienes algo contra nosotras? Si hay algo que te corroe dilo y basta. Sin dar tantos rodeos.
Maddalena apaga la SH.
—Lo que pasa es que tienes el cinturón de Camomilla y no te lo puedes permitir.
—¿Y quién lo dice?
—Entonces, ¿cómo es que no has corrido?
—Porque no ha corrido mi novio. Yo corro sólo con Pollo. Porque, puede que no lo sepas —Pallina se dirige a la regordeta que Maddalena lleva detrás—, pero Pollo y yo salimos juntos.
La muchacha hace una mueca. Aprieta los dientes. Pallina se lo ha dicho adrede. Sabe que está interesada en la adquisición.
Maddalena señala a Babi.
—¿Y ella? ¿Qué hace ella aquí? Ni siquiera lleva el cinturón. ¿No sabes que este sitio está reservado a las camomillas? O corres o te vas.
Babi se vuelve hacia Pallina suspirando.
—Sólo nos faltaba la macarra de turno.
Maddalena se pone tiesa.
—¿Qué has dicho?
Babi le sonríe.
—He dicho que estoy esperando mi turno.
Maddalena permanece impasible. Puede que de verdad no haya oído nada. Babi abre la cazadora de Pallina.
—Venga, dame ese cinturón.
—¿Qué? ¿Estás bromeando?
—No, vamos, dámelo. Si ser una camomilla es tan emocionante, quiero probar.
Suelta la trabilla. Pallina la detiene.
—Mira que si te lo pones, luego te pueden elegir, tendrás que correr. Una vez vino hasta aquí una tipa que se había puesto el cinturón de Camomilla por casualidad, porque le gustaba. Bien, pues la hicieron subir a una moto y tuvo que correr a la fuerza.
Babi la mira con aire interrogativo.
—¿Y? ¿Cómo acabó la cosa?
—Bueno, no se hizo nada, no se cayó. Creo que la conoces. Es Giovanna Bardini. La de segundo E.
—¿Quién, esa mema? Entonces lo pueden hacer todas.
Pallina le pasa el cinturón.
—Sí, pero no sé si te has dado cuenta… Giovanna ahora sólo usa tirantes.
Babi la mira. Pallina hace un gracioso mohín. Luego las dos se echan a reír. En realidad, sólo tratan de quitar hierro a aquel momento. Maddalena y su amiga las miran con cara de fastidio. Babi se pone el cinturón.
—¡Qué guay! Ahora yo también soy una camomilla.
Un macarra espantoso se planta con la moto delante de ellas. Tiene la parte baja del pelo prácticamente al ras y un cuello de toro asoma impávido de una cazadora verde militar con solapas naranja.
—Venga camomilla, la de ahí arriba. Sube detrás. Babi se indica incrédula.
—¿Quién, yo?
—¿Y quién si no? Venga, muévete, dentro de poco empezamos.
—Hola, Madda.
El macarra, además de tener un aspecto terrible, tiene además otro punto en su contra: es un amigo de Maddalena.
Babi se acerca a Pallina.
—Bueno, yo voy. Luego te contaré cómo es.
—Sí, claro.
Pallina se para delante de ella, preocupada.
—Oye, Babi… lo siento.
—No, ¿qué dices? Me parece chulísimo hacer de camomilla y quiero probar. Tú no tienes nada que ver.
Pallina la abraza y le susurra al oído.
—Eres una jefa.
Babi le sonríe, luego se encamina hacia el macarra con la moto. De repente, recuerda aquella frase. Pallina se la dijo también aquella mañana y luego la Giacci le puso una nota muy baja. ¿Estará gafada? Maldice a Pallina, a las camomillas, pero también a ella misma, cuando se le mete entre ceja y ceja ser la jefa.
El macarra da gas sin problemas de consumo. Babi en cambio tiene algún que otro problemilla para subir detrás en la moto. El macarra la ayuda. Babi se desata el cinturón. El tipo lo coge, se lo coloca alrededor de la cintura y se lo pone de nuevo en la mano. Babi apenas consigue llegar al último agujero. Encima gordo. Como si no bastase, Maddalena da una palmada con fuerza sobre la cazadora del macarra.
—Venga, ve a por todas. ¡Estoy segura de que vais a ganar! —A continuación, sonríe a Babi—: Verás cómo te diviertes aquí detrás. Danilo hace el caballito de maravilla.
Babi no tiene tiempo de contestarle. El macarra da gas y arranca hacia delante. ¡Danilo! De modo era a él a quien se refería la D de su manzana. D de Danilo. O peor, de destino. La moto frena. Babi rebota y se da contra la espalda de Danilo.
—Tranquila, pequeña.
La voz cálida y profunda del macarra que, según él, debería tranquilizarla, produce sobre ella el efecto contrario. «Dios mío, piensa Babi. Tranquila, pequeña». Tiene que ser una pesadilla. Este cinturón de Camomilla que me aprieta la cintura. Yo el Camomilla no me lo he puesto nunca, ni siquiera cuando estaba de moda. Debe de ser una especie de castigo. Un tipo con una banda sobre un ojo y una moto amarilla frena a su izquierda. Hook. Lo ha visto ya alguna que otra vez en la plaza Euclide. A sus espaldas va una chica con el pelo rizado y un pintalabios excesivamente llamativo. Está encantada de hacer la camomilla. La chica la saluda. Babi no le contesta. Tiene la garganta seca. Se vuelve hacia el otro lado. Un chico alto y atractivo, con el pelo más largo y una pequeña pluma de pájaro como pendiente, se para a su derecha. Tiene el depósito de la moto pintado con aerógrafo. Un atardecer con un gran sol en el centro, olas sobre la playa. Un tipo que hace surf. Seguro que hacer surf es menos peligroso que hacer de camomilla. Debajo está escrito: «Il Balle…». Babi se inclina hacia delante, pero no consigue leer más. Los 501 del tipo, tapan el resto de la inscripción. El chico saca del bolsillo de la cazadora un trozo de papel. Apoya los pies en el suelo y se acerca al espejito. Lo gira hacia lo alto. La luna se asoma allí dentro. Babi mira el depósito. Ahora se puede leer bien lo que hay escrito: «Il Ballerino». Ah, sí, ha oído hablar de él. Dicen que se droga. Il Ballerino tira el contenido de la papelina sobre el espejito. La redonda palidez de la luna queda cubierta por el blanco de un polvo menos inocente. Il Ballerino se inclina hacia delante. Apoya encima un rulo de diez euros e inspira. La luna vuelve repentinamente a reflejarse. Il Ballerino pasa el dedo por el espejito, recoge los últimos restos de aquella felicidad artificial y se los pasa por los dientes. Sonríe sin ningún motivo real. Químicamente feliz. Se enciende un cigarrillo. La muchacha detrás de él tiene el pelo recogido con una cinta y no parece haberse dado cuenta de nada. Acepta, sin embargo, un cigarrillo. No es válido. No se puede correr drogados. No es deportivo. Si luego le hacen el antidoping lo descubrirán. Pero ¿qué estoy diciendo? ¡Esto no es una carrera de caballos! No hay nada lícito. Aquí uno se puede hasta drogar. Se va a ciento cincuenta sobre una sola rueda con una desgraciada detrás. Y yo soy ahora esa desgraciada.
Le entran ganas de llorar. ¡Maldita Pallina! Mientras Step se mete en el bolsillo los cincuenta euros, Pollo le da un codazo.
—Eh, mira quién está ahí. —Pollo indica las motos listas para arrancar—. ¿Ésa que va detrás en la moto de Danilo no es la amiga de Pallina?
Step mira en esa dirección. No es posible: sí es Babi.
—Es cierto. —Agita el brazo con la bandana y grita su nombre—. ¡Babi!
Ella oye que la llaman. Es Step. Lo reconoce, allí al fondo justo delante de ella. La está saludando.
«Tiene mi bandana —se susurra a sí misma—. Te lo ruego, Step, hazme bajar, ayúdame. ¡Step! ¡Step!».
Luego suelta la mano para decirle que se acerque. En ese mismo momento, Siga silba. El público chilla. Es casi un estruendo. Las motos saltan hacia delante bramando. Babi se aferra de nuevo inmediatamente a Danilo, aterrorizada. Las tres motos hacen el caballito. Babi se encuentra con la cabeza hacia abajo. Le parece que casi toca el suelo. Ve el asfalto correr veloz por debajo de ella. Prueba a gritar mientras la moto ruge y el viento la despeina. No le sale nada. El cinturón le aprieta fuertemente la tripa. Le entran ganas de vomitar. Cierra los ojos. Es aún peor. Le parece que va a desmayarse. La moto sigue corriendo mientras hace el caballito. La rueda de delante baja un poco. Danilo da más gas. La moto se empina de nuevo, Babi se encuentra aún más cerca del asfalto. Cree que se va a dar la vuelta. Un toque al freno y la moto desciende ligeramente. Va mejor. Babi mira en derredor. La gente no es ya sino un grupo lejano, abigarrado, levemente borroso. A su alrededor, silencio. Sólo el viento y el ruido de las otras motos. Il Ballerino está a su derecha, casi detrás de ellos. Su pelo largo se tiende al viento y la rueda de delante está casi inmóvil. Hook los sigue a una cierta distancia.
Danilo está ganando. Ella está ganando. Maddalena tiene razón. «Hace el caballito de maravilla». Babi está aturdida. Siente un ruido a su derecha. Se vuelve. Il Ballerino ha dado más gas reduciendo la marcha. La moto se empina demasiado. Un golpe seco al freno. La rueda de delante baja demasiado deprisa. La moto rebota, Il Ballerino prueba a sujetarla. Se le escapa el manillar. La moto se desplaza hacia la izquierda, deslizándose de lado, y luego de nuevo a la derecha, coleando. Il Ballerino y la muchacha que va detrás son derribados por aquel caballo de motor encolerizado, hecho de pistones y de cilindros enloquecidos. Acaban en el suelo todavía atados. Luego el cinturón se rompe, resbalan, juntos por un poco más de tiempo, rebotando y arañándose la piel, de un lado a otro de la carretera. La moto, ya liberada, sigue veloz su carrera. Después cae hacia un lado, se desliza sobre el asfalto, lanza chispas, tropieza, rebota varias veces. Al final hace una especie de cabriola, vuela cerca de Babi, alta en la oscuridad de la noche. Salta en el cielo, durante al menos cinco metros, con el faro todavía encendido ilumina todo a su alrededor, traza un arco luminoso. Después, con un último impulso inconexo, cae al suelo rebotando y rompiéndose, dejando tras de sí miles de pequeños pedazos de acero y de cristales de colores. Sutiles destellos de fuego siempre más débiles la acompañan hasta el final de su carrera. Hook y Danilo se detienen. El público permanece por un momento en silencio antes de precipitarse en aquella dirección. Subidos a Vespas, Sì, SH 50, Peugeot robados, motos de pequeña y gruesa cilindrada, Yamaha, Suzuki, Kawasaki, Honda…
Un ejército de motos avanza con gran estruendo. Todos se apresuran a llegar al lugar del accidente. Il Ballerino se ha levantado. Se arrastra sobre una sola pierna. La otra sobresale fuera de sus vaqueros desgarrados, herida y en mal estado, perdiendo sangre por la rodilla. Una llamativa hinchazón en lo alto de la cazadora indica que el hombro se le ha salido, mientras un chorro de sangre oscura se desliza desde su frente por todo el cuello. Il Ballerino mira su moto destrozada. Una parte de la playa ha quedado borrada por los arañazos. El surfista ha desaparecido, transportado por esa ola mucho más dura que es el asfalto incandescente.
La chica está tendida en el suelo. El brazo derecho le cuelga como muerto a un lado. Está roto. Llora asustada, sollozando con fuerza. Babi se quita el camomilla. Baja de la moto. Se tambalea al andar. Las piernas le tiemblan a causa de la emoción. Se adentra en la multitud. No conoce a nadie. Siente los quejidos de la chica tumbada en el suelo. Busca a Pallina. De repente, oye otro silbido. Más prolongado. ¿Qué es? ¿Empieza otra terrible carrera? No entiende. La gente empieza a correr en todas direcciones. Tropiezan con ella. Las motos la rozan. Se oyen sirenas. No demasiado lejos aparecen unos coches. Sobre sus techos luces de color azul claro. La policía. «Lo que faltaba». Tiene que llegar hasta su Vespa. A su alrededor no hay sino muchachos que escapan. Alguno grita, otros chocan peligrosamente. Una chica cae con la moto a pocos metros de ella. Babi echa a correr. Varios coches de la municipal se detienen a su alrededor. Ahí está. Ve su Vespa parada delante de ella, a pocos metros de distancia. Está salvada. De repente, algo la detiene a mitad de camino. Alguien la ha cogido por la melena. Un policía. Tira con fuerza de ella haciéndola caer al suelo, sujetándola por el pelo. Babi grita de dolor, la arrastra sobre el asfalto, arrancándole algunos mechones. Repentinamente, el policía la suelta. Una patada en plena cara lo ha obligado a doblarse soltando a su presa. Es Step. El policía prueba a reaccionar. Step le da un violento empujón que lo hace caer al suelo. Luego ayuda a Babi a levantarse, la hace subir detrás en su moto y parte a toda velocidad. El policía se recupera, sube a un coche que hay allí cerca con uno de sus colegas al volante, y se ponen a perseguirlos. Step pasa fácilmente entre la gente y las motos paradas por la policía municipal. Algunos fotógrafos advertidos de la redada llegan y sacan algunas fotos. Step hace el caballito y acelera. Adelanta a otro policía que con el disco rojo le hace una señal para que se detenga. A su alrededor, flashes enloquecidos. Step apaga las luces y se agacha sobre el manillar. El coche de la policía municipal con el guardia que la ha golpeado adelanta al grupo por un lado y, haciendo sonar la sirena, los alcanza casi de inmediato.
—Tapa la matrícula con el pie.
—¿Qué?
—Tapa el último número de la matrícula con el pie.
Babi echa la pierna derecha hacia atrás tratando de cubrir la matrícula. Se le resbala dos veces.
—No puedo.
—Déjalo estar. ¿Es posible que no sepas hacer nada?
—Da la casualidad de que nunca he tenido que escapar en una moto. Y puedes estar seguro que hoy también me habría gustado evitarlo.
—¿Tal vez preferías que te dejara en manos de ese policía que quería tu cuero cabelludo?
Step reduce y gira a la derecha. La rueda de detrás se desliza ligeramente derrapando en el asfalto. Babi se abraza más fuerte a él.
—¡Frena! —grita.
—¿Estás bromeando? Si esos nos pillan ahora me secuestran la moto.
El coche de la municipal emboca detrás de ellos el callejón dando bandazos. Step baja volando por él. Ciento treinta, ciento cincuenta, ciento setenta… Se oye la sirena retumbar a lo lejos. Se están acercando. Babi piensa en lo que le dijo su madre. «No te atrevas a subir detrás de ese chico. Mira cómo conduce… Es peligroso». Tiene razón. Las madres tienen siempre razón. Sobre todo la suya.
—Frena. No quiero matarme. Ya me imagino lo que leeré mañana en los periódicos. «Joven muerta en una persecución policial». Frena, te lo suplico.
—Pero si mueres, ¿cómo harás para leer el periódico?
—¡Párate, Step! ¡Tengo miedo! Puede que esos nos disparen.
Step reduce de nuevo y gira repentinamente a la izquierda. Salen a una carretera en el campo casi desierta. Hay algunas casas con un muro alto y una valla. Tienen unos segundos. Step frena.
—Baja, deprisa. Espérame aquí y no te muevas. Paso a recogerte apenas los pierda de vista…
Babi se apresura a bajar de la moto. Step vuelve a partir a toda velocidad. Babi se aplasta contra el muro cercano a la verja de la casa. Justo a tiempo. El coche de la policía municipal aparece en ese preciso momento. Pasa derrapando por delante de la casa y se aleja detrás de la moto. Babi se tapa los oídos y cierra los ojos para dejar de oír el sonido lacerante de aquella sirena. El coche desaparece a lo lejos, detrás del pequeño faro rojo. Es la moto de Step que, con los faros apagados, sólo de nuevo, corre veloz en la oscuridad de la noche.